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“Para la mayor parte de la gente los tiempos de la Guerra Fría han quedado atrás con la caída de la Unión Soviética, para otros la Guerra Fría continúa, más fría, más guerra y más dura que en 1989. La batalla por el control hegemónico se da ahora en espacios con menos plomo y pólvora; se lucha por el control de los seres humanos a través de los alimentos, el agua y la tecnología”.
Pregunta Einstein en su carta a Freud (1932): “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? Es bien sabido que, con el avance de la ciencia moderna, este ha pasado a ser un asunto de vida o muerte para la civilización tal cual la conocemos; sin embargo, pese al empeño que se ha puesto, todo intento de darle solución ha terminado en un lamentable fracaso”. Intentamos alguna respuesta. Con el acceso de Hitler al poder, Albert Einstein renunció a la ciudadanía alemana y se trasladó a Estados Unidos. Allí pasó los últimos veinticinco años de su vida, trabajando en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton, ciudad en la que murió el 18 de abril de 1955. Luego de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki se unió a los científicos que buscaban la manera de impedir el uso futuro de la bomba y propuso la formación de un gobierno mundial a partir del embrión constituido por las Naciones Unidas. Los totalitarismos, las desestructuraciones sociales, el modo de ser predominante de las sociedades actuales, individualismo, consumismo, globalización, producen efectos en la psique humana y una repercusión en el cuerpo que podemos diferenciar de aquel malestar en la cultura de Freud. Los ideales actuales imponen la satisfacción inmediata dificultando el entramado representacional y afectivo que ligue lo pulsional. Si la cultura implica la secuencia piedra/grito/palabra, ¿podríamos decir que lo epocal compulsa una regresión? En esa regresión el cuerpo impone conductas. La pulsión de muerte obra en el proceso de civilización y no excluye siquiera la hipótesis de la autodestrucción de la cultura. El directo televisivo, habilitado globalmente, ha conseguido que el mundo real se desvanezca. Intentamos incluir el poder y la guerra como desborde pulsional. La especie humana es la única que no tiene reparos en su extinción. 1.
[email protected] / Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina
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Freud muestra que la pulsión de muerte obra en el proceso de civilización y no excluye siquiera la hipótesis de la autodestrucción de la cultura. Después de la extinción del hombre primitivo y del borramiento del hombre civilizado, ¿llegará un día que el mundo esté habitado por una tercera especie compuesta de individuos pacíficos? Freud nos muestra que el hombre está condenado a la guerra y a la errancia al precio del deseo y de la muerte. Desnuda el malestar de la política, la imposibilidad de encaminar a los hombres por la vía de la “felicidad de vivir juntos”, dice Freud, y los riesgos que resultan de esa imposibilidad. Vimos que Freud en ¿Por qué la guerra? y André Green en ¿Por qué el mal?, nos ponen en contacto con preguntas cuyas respuestas han sido planteadas desde distintas disciplinas. En 1988, Stanislav Grof, médico psiquiatra señalaba: “Somos la primera especie que ha desarrollado el potencial para cometer un suicidio colectivo y destruir en este acto catastrófico todas las demás especies y a la vida sobre la tierra”. El cambio es el tema del momento. Diariamente experimentamos vivencias y conflictos en relación a los cambios, ya sea climáticos, la violencia, cambios de género, fundamentalismos, etc. La historia muestra que no son novedad. A comienzos del 2006, el biólogo James Lovelock que consideró a la Tierra como un superorganismo capaz de autorregularse, anunciaba que el desastre ecológico era inminente, no más allá del 2050. Diariamente vemos por TV la muerte en el mismo momento que sucede, atentados como el del 11 de septiembre del 2001, tsunamis como el del 26 de diciembre del 2004 en el Océano Índico, la guerra y los atentados en el momento que suceden. En los años iniciales del Flower power o de las sangrientas guerrillas se intentaba “el cambio”. Hoy pensamos epistemológicamente en develar la complejidad de las tramas, considerar que crisis y cambio son dos caras de la misma moneda. Desde el psicoanálisis se proponen diversos enfoques como patologías del goce, la pulsión de muerte, la destructividad, el masoquismo, “desarreglos de la autoconservación” como menciona Green en 2014, adicciones a la vecindad de la muerte mencionado por B. Joseph en 1982. Intentan una comprensión desde la mirada metapsicológica apelando a desbordes del ello, pasiones del superyó, lo que compromete la sobrevida del yo, quiebre narcisista, alienación del yo al decir de Piera Aulagnier, enajenación en el poder del otro/Otro. Estos grandes lineamientos llevan a pensar que, en lo que llamamos “desborde pulsional” conviven lo bestial instintual con las miserias morales, Superyó cruel y obsceno, según Lacan. El anhelo de poder estuvo siempre presente en todas las guerras desde nuestros orígenes, pero también la supervivencia. Dice Anthony Beevor, historiador británico: “La guerra, un sustantivo que se convierte en una masa compacta con la miopía que otorga el tiempo, es una imbricada red de batallas, frentes y trincheras, de avances y retrocesos, de tácticas y estrategias, y el accionar del cuerpo más dañino y vertical que haya creado el hombre: el ejército. Nada saca a relucir lo peor de las personas como las situaciones de poder”.
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¿Qué es lo peor de las personas? Aquello que desde un punto de vista médico, psicológico, psicoanalítico, sin descartar lo socio-cultural muestra la imposibilidad de convivencia con su entorno, sufrimiento físico o moral sin atenuantes con desborde pulsional que llevan al suicidio o a la agresión desmedida o injustificada. Causas y consecuencias psicológicas de las situaciones de poder ¿pueden ser explicadas por el psicoanálisis más allá de la pulsión de muerte o el concepto de “goce” de Lacan o el narcisismo negativo? Intentamos darle sentido y significación al mundo que percibimos (realidad externa) y a nuestros contenidos inconscientes (realidad psíquica). Y creo que llegamos a una pregunta inconmensurable como el espacio ¿Por qué la maldad?
¿Por qué la humanidad siempre está en guerra? Las guerras de Libia, Siria, Mali, Sudán y Congo son solo algunas de las contiendas que sacuden al mundo en pleno siglo XXI. A esto se suman otros focos de tensiones incesantes, como Afganistán y Pakistán, Nigeria e Irak, entre otros. La “adicción” a las guerras no es parte de la naturaleza de los humanos, según los antropólogos finlandeses Douglas Fry y Patrik Soderberg. En su estudio publicado por la revista Science, analizaron a 21 sociedades nómadas primitivas y concluyeron que la conducta bélica era poco común entre los cazadores y recolectores errantes. El 55% de los incidentes de agresión mortal registrados tenía un único asesino y una única víctima y se debían a disputas personales. En 20 de las 21 sociedades, solo un 15% de los homicidios se debían a conflictos grupales. Según Fry, los actos de guerra se generaron mucho después, cuando aparecieron sociedades con una jerarquía compleja. Cabe destacar que esta conclusión no coincide con las teorías más extendidas sobre la guerra. Las teorías económicas son la explicación más popular del porqué la humanidad siempre está en guerra. Por más diferentes que sean, sus autores, desde Platón hasta los politólogos contemporáneos, coinciden en que una guerra, en primer lugar, es un intento de apoderarse de los mercados y recursos naturales de otros países. Algunos de los ejemplos más cercanos son Irak, Afganistán (un país extremadamente rico en cobre, oro, hierro, uranio y torio), y Libia, de donde el coronel Muammar Gaddafi en su momento expulsó a todas las compañías extranjeras que operaban en su territorio. Según algunos sociólogos, como Gaston Bouthoul, Gunnar Heinsohn y Samuel Huntington, entre otros, las guerras surgen, en primer lugar, en los países donde hay muchos varones jóvenes. Heinsohn calcula que el mayor riesgo surge cuando los jóvenes de entre 15 y 29 años de edad son un 40% de la población masculina del país, no tienen trabajo o tienen un salario muy bajo. Además, esta circunstancia se ve agravada en las sociedades en las que la religión tiene un gran peso, lo que obliga a muchos jóvenes a no mantener relaciones sexuales hasta el matrimonio, unión que, económicamente, no está al alcance de todos los sujetos. Según él, una vez
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combinados estos factores, surge un motín, una revolución, una guerra civil, un genocidio o un conflicto armado con otro país. Insiste en que esta es la causa principal del radicalismo islamista. Cuándo pensamos en las cartas de Einstein (30 de julio de 1932) y la respuesta de Freud (septiembre de 1932), no dejamos de pensar en El porvenir de una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1930) y Moisés y el monoteísmo (1939). Recordemos ¿qué era de la vida de Freud en ese tiempo? A mediados de los años 30, la vida se desarrolló bajo la sombra de un severo cambio económico y un continuo aumento del autoritarismo político. En Alemania, al lado de la pequeña república austríaca, la gran depresión que comenzó en otoño de 1929 condujo con sorprendente rapidez a un lugar destacable a nivel parlamentario y popular a los nacionalsocialistas de Adolf Hitler. La crisis de la Bolsa estadounidense también significó problemas para las economías europeas. Los seguidores austríacos de Hitler, comenzaron a copiar las tácticas terroristas de los nazis alemanes. Freud se dio cuenta que eran “tiempos locos”, pero mantenía cierto optimismo. En una carta a Lou Andreas Salomé, el 14 de mayo de 1933 y a Sandor Ferenczi, el 2 de abril de 1933 menciona: “Es de hecho posible, pero todo el mundo cree que aquí no llegará la brutalidad de Alemania”. En una carta a su hijo Ernst el 20 de febrero de 1934 expresa: “El futuro es incierto, o el fascismo austríaco o la esvástica. En el segundo caso tendríamos que marcharnos; estamos dispuestos a aguantar hasta cierto punto el fascismo local…No será agradable, por supuesto, pero vivir en un país extranjero tampoco lo es”. Regresando a nuestros tiempos: “El presidente de Rusia, Vladimir Putin, intervino en el Club Internacional de Debates Valdái, donde se dan cita expertos de todo el mundo. Este año el tema a debatir se presentó bajo el título ‘Guerra y paz. El hombre, el Estado y la amenaza de un gran conflicto en el siglo XXI’. En este sentido, el mandatario ruso enumeró las principales amenazas que afronta hoy en día la humanidad: el terrorismo, la guerra y las armas nucleares, entre otros. Así, entre las plagas del siglo XXI, Putin destacó al terrorismo y en particular, la amenaza del Estado Islámico (EI): “Es hora de que la comunidad mundial entienda que el EI es el enemigo de la civilización”, subrayó.
Las guerras en el siglo XXI 31-03-2003 Artículo, Revista Internacional de la Cruz Roja, por Herfried Münkler Herfried Münkler Profesor de Teoría Política en la Universidad Humboldt, Berlín, Alemania. En un pasaje de su obra De la guerra, el teórico prusiano de la guerra Carlos de Clausewitz describió la guerra como “un verdadero camaleón”, que cambia permanentemente y adapta su apariencia a las variables condiciones sociopolíticas en que se libra. Clausewitz explicó esta metáfora distinguiendo tres elementos de la guerra:
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la violencia intrínseca de sus componentes, la creatividad de los estrategas y la racionalidad de quienes toman las decisiones políticas. Atribuye el primero de esos elementos, a la: “Violencia intrínseca de sus componentes, el odio y la enemistad, que deben considerarse como instinto ciego”, al populacho. Considera que el segundo, es por: “El juego de probabilidades y el azar que hace de la guerra una actividad libre del espíritu” es asunto de los generales; y entiende, por último, que: “La naturaleza, subordinada de una herramienta política por la cual pertenece estrictamente a la razón” hace de la guerra un instrumento de gobierno. En cada uno de estos ámbitos, las evoluciones sociales, las mudables relaciones políticas, los adelantos tecnológicos y, por último, los cambios culturales, generan continuamente nuevas configuraciones. Por ende, la guerra también adquiere constantemente nuevas y diferentes formas. En opinión de Clausewitz, el factor que ocasiona los cambios más profundos y transcendentales en las formas que adopta la guerra es la interdependencia entre la violencia elemental, la creatividad estratégica y la racionalidad política. La asimetría es el rasgo más destacado de las nuevas guerras. La agresividad es un instinto de los humanos, según Sigmund Freud. El psicólogo británico John Bowlby no solo postuló en su momento que la guerra es parte inherente a la vida, sino que la tarea de un Estado es mantener el orden dentro de una sociedad dando salida a los brotes de la agresividad y energía acumulada en forma de conflictos armados con un enemigo externo. Sabemos de la teorización de S. Freud acerca de la pulsión de muerte (Tánatos), si bien considero no pertinente a este escrito detenerme en esto. A la luz de la definición de la guerra de Clausewitz, la especial creatividad de Mao Tse-Tung como teórico de la guerra de guerrillas reside en su hallazgo de que un proceder lento, una desaceleración del curso de los acontecimientos, brinda la oportunidad de oponer con éxito una resistencia armada a un enemigo que es superior tanto por sus recursos técnicos como por su organización militar. Un hallazgo que elevaría la guerra en pequeña escala, antes concebida meramente como una estrategia concomitante de la guerra en gran escala, al nivel de una estrategia político-militar por derecho propio. Un aparato militar superior en medios técnicos y en organización tiende a acelerar el curso de la guerra, pues es el mejor medio de hacer valer su superioridad. Ejemplos de ello son la caballería de Murat, que perseguía y destruía rápidamente al enemigo vencido por Napoleón en el campo de batalla (Austerlitz); los tanques del General de tropas Panzer Heinz Guderian que, mediante pequeñas explosiones abrían brechas profundas en el frente enemigo; y los cazabombarderos y los misiles de crucero de Schwartzkopf durante la Guerra del Golfo, que paralizaron las estructuras de mando y de aprovisionamiento iraquíes antes incluso de que comenzara la guerra en tierra. La consumada habilidad estratégica de Helmut von Moltke el Viejo en la conducción de las guerras de unificación de Alemania, en 1866 y 1870-1871, pone cuando menos de manifiesto el hecho de que era mejor que sus adversarios en desplegar los medios disponibles para acelerar los acontecimientos. De modo similar, la impresio-
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nante superioridad que el aparato militar estadounidense ha alcanzado sobre todos sus potenciales enemigos en los dos últimos decenios se debe, en gran medida, a su capacidad de aprovechar las diversas oportunidades que se presentan para acelerar el ritmo de los acontecimientos en los diferentes niveles de combate. Paul Virilio el teórico francés de la velocidad, así como sus partidarios piensan que el desarrollo de la guerra sigue constantemente los imperativos de la aceleración y que, en cualquier conflicto, resultará vencedor quien tenga el mayor potencial de aceleración y la habilidad de emplearlo de manera eficaz. Según Virilio, el progreso, nuestro culto a la velocidad, tiene un reverso oscuro, catastrófico: el arsenal nuclear, la bomba informática, la desaparición de lo político en manos de los mercados, la posibilidad de un agujero negro en el acelerador de partículas del CERN o la globalización de los afectos (por ejemplo, el caso de Omaya Sánchez que murió en directo ante las cámaras de todo el mundo en 1985). El curso del río de la historia que todos compartimos está señalado por tres imágenes esenciales: la bomba atómica, la masacre de Tiananmen o la China que pudo ser y no fue, y el vacío dejado por las Torres Gemelas del World Trade Center. Sin embargo, la metáfora del camaleón de Clausewitz es una advertencia de que la historia de la guerra no sigue modelos de desarrollos unidireccionales, basados por lo general en adelantos técnicos, sino que está sujeta a la interacción de factores mucho más complejos. La aceleración tiene su precio; implica, ante todo, gastos cada vez mayores en logística, un número proporcionalmente decreciente de fuerzas de combate de la totalidad de las tropas, un aumento vertiginoso de los costos para equipar a estas con armas modernas y, por último, un aparato militar cada vez más vulnerable y propenso a plantear problemas. La creatividad de Mao Tse Tung residió en su negativa a sumarse a la carrera por una mayor aceleración de las hostilidades, pues su ejército campesino no podría haber ganado una guerra de esa naturaleza. Rechazó el principio de la aceleración y, transformando una debilidad en fortaleza, hizo de la lentitud su consigna y definió a la guerra de guerrillas como una “larga guerra de resistencia”. La estrategia de las guerrillas consiste asimismo en emplear todos los medios posibles para lograr que el enemigo pague realmente el precio de la aceleración, en una medida tal que el costo de la guerra termine siendo prohibitivo. En Vietnam, los estadounidenses aprendieron a sus expensas cuán eficaz puede ser este proceder. La asimetría, principal característica de las nuevas guerras en los últimos decenios, se basa en gran medida en las diferentes velocidades con que las partes se combaten: la asimetría de la fuerza radica en una capacidad de aceleración que supera la del enemigo, mientras que la asimetría de la debilidad se basa en una disposición y una habilidad para disminuir el ritmo de la guerra. Por lo general, esta estrategia acarrea un aumento considerable de víctimas en el propio bando. Por otro lado, la guerra simétrica, como las de los siglos XVIII, XIX e incluso XX, puede definirse como una guerra que las partes libran a la misma velocidad. En la guerra simétrica, lo que decidía la victoria eran, por lo general, mínimas ventajas por lo que respecta a la aceleración.
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Las guerras del siglo XXI, como se verá al analizar la importancia estratégica de la desaceleración en la era de la aceleración, difícilmente serán una prolongación de las tendencias del siglo XX. La disponibilidad de más recursos materiales y un mayor desarrollo tecnológico no decidirán automáticamente la victoria. La enorme superioridad de Estados Unidos en medios técnicos militares no es una garantía de que este país vaya a salir victorioso de todas las guerras que parece cada vez más dispuesto a librar. Sin embargo, las sociedades occidentales, con un alto grado de desarrollo económico y basadas en la primacía del derecho, la participación política y una mentalidad “posheroica” (es decir, para las cuales la “ guerra heroica “ y el sacrificio de la vida han dejado de ser un ideal), no tendrán más remedio que proseguir el desarrollo tecnológico de sus aparatos militares si desean preservar su capacidad de respuesta militar. Las democracias occidentales son sencillamente incapaces de librar la “larga guerra de resistencia” de Mao Tse-Tung. Como están preparadas para el diálogo, más que para el sacrificio, y esto es lo que distingue a las sociedades “posheroicas” de las de la era “heroica”, harán todo lo que esté a su alcance por evitar o reducir todo lo posible sus propias pérdidas en combate, y ello sólo puede lograrse con una tecnología militar superior. Ejemplos de esto son la Guerra del Golfo de 1991, en la que las fuerzas iraquíes perdieron alrededor de 100.000 hombres, mientras que la coalición liderada por Estados Unidos sólo perdió unos 140; y el caso más impresionante de todos, el de Kosovo, que ha pasado a la historia militar como la primera guerra en la que los vencedores no perdieron un solo hombre en combate. En consecuencia, las carreras de armamentos del siglo XXI ya no serán simétricas, como las de los siglos XIX y XX, cuando Alemania e Inglaterra rivalizaron en la construcción de buques de guerra, o Estados Unidos y la URSS en la de sistemas de lanzamiento nucleares. Una competencia entre las armas de alta tecnología y las de tecnología rudimentaria es, en cambio, asimétrica. “Desde el 11 de septiembre de 2001, somos conscientes de que una simple navaja, si se la emplea para secuestrar un avión y estrellarlo contra edificios o ciudades, puede servir para hacer temblar los cimientos de una superpotencia”. En ese caso, sin embargo, no fue sólo la desaceleración lo que permitió a los comandos terroristas atacar a Estados Unidos, sino una combinación de velocidad y lentitud. Las infraestructuras de la parte atacada fueron aprovechadas por un grupo clandestino, que pudo preparar los ataques sigilosa y tranquilamente, y transformar luego los aviones en cohetes y el combustible en explosivo. Mohammed Atta y sus cómplices atacaron a Estados Unidos empleando como armas la propia velocidad de este país, desde la concentración y la intensidad del transporte aéreo hasta los medios informativos, que transmitieron la catástrofe del 11 de septiembre de 2001 al mundo entero en tiempo real. El aspecto verdaderamente amenazante de las recientes formas de terrorismo internacional es que han sobrepasado las limitaciones de la guerra asimétrica, que hasta ahora han demostrado ser tan efectivas, al descubrir que la infraestructura civil del enemigo puede servir como el equivalente funcional de la propia población civil y de la disposición de ésta a sacrificarse.
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Debido precisamente a su avanzado nivel de desarrollo socioeconómico, estos adversarios superiores adolecen de un alto grado de vulnerabilidad, que, por grande que sea su superioridad militar, no pueden eliminar. El propósito de los diversos proyectos de EE.UU. para instaurar un sistema de defensa antimisiles es hacerse invulnerables. Obviamente, esos sistemas de defensa ya no están dirigidos contra la Unión Soviética, sino contra enemigos que, por pequeños y débiles que sean, constituyen una seria amenaza, ya que poseen ojivas nucleares y algunos sistemas de lanzamiento. Por otra parte, los ataques del 11 de septiembre de 2001 disiparon las esperanzas depositadas en esos proyectos. En principio, la guerra se ha vuelto poco atractiva, tanto política como económicamente, para los países desarrollados. Los costos superan las ganancias. En las sociedades “posheroicas”, el máximo valor es la preservación de la vida humana y, con ello, la multiplicación y la intensificación de sentimientos individuales de bienestar. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial por lo menos, las sociedades occidentales han justificado, por consiguiente, cualquier tipo de armamento con el argumento de la defensa: el propósito de ese incremento del arsenal militar no es prepararse para la guerra, sino prevenirla. Si el mundo sociopolítico estuviera formado solo por tales sociedades, haría mucho tiempo que el concepto de paz eterna de Kant se habría hecho realidad. Pero esto requeriría que todas las sociedades siguieran un curso de desarrollo moldeado en la secularización occidental de la política, la individualización social y, por último, la pluralización de los valores. Ahora bien, esto es precisamente lo que están combatiendo los diversos movimientos fundamentalistas que, lejos de limitarse a defender vestigios de rancias tradiciones están, por el contrario, resistiéndose a la modernización según las pautas occidentales. El dilema que ha determinado el desarrollo sociopolítico de los años ochenta y noventa será también decisivo en el siglo XXI: el hecho de que un mundo en el que la sociedad se ha desarrollado gracias al diálogo y a la cooperación se basa en supuestos que sólo pueden admitirse si se logra una amplia nivelación de las particularidades debidas a la religión, la cultura y la civilización. Así pues, aparte de las luchas por establecer nuevas reglas de distribución de los bienes económicos y oportunidades de educación, y satisfacer así las necesidades vitales, la defensa de la identidad cultural también podría convertirse en un motivo recurrente de guerra.
Resumen Los totalitarismos, conmociones sociales, la presión epocal, producen efectos en la psique humana y repercusión en el cuerpo. Los ideales actuales imponen la satisfacción inmediata dificultando el entramado representacional y afectivo que ligue lo pulsional. Si la cultura implica la secuencia piedra/grito/pa-
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labra, ¿podríamos decir que lo epocal compulsa una regresión? En esa regresión el cuerpo impone conductas. La pulsión de muerte obra en el proceso de civilización y, no excluye siquiera la hipótesis de la autodestrucción de la cultura. El poder y la guerra intentan ser incluidos como desborde pulsional. La especie humana es la única que no tiene reparos en su extinción. El cambio es el tema del momento. Diariamente experimentamos vivencias y conflictos en relación a los cambios. Grandes lineamientos como patologías del goce, de la pulsión de muerte, de la destructividad, del masoquismo, “desarreglos de la auto-conservación”, “adicciones a la vecindad de la muerte”, nos hablan de “desbordes del ello”, “pasiones del superyó”, “situaciones que comprometen la sobrevida del yo”, de intolerancia a la humillación y quiebre narcisista, de alienación del yo, de enajenación en el poder del otro/Otro. La defensa de la identidad cultural también podría convertirse en un motivo recurrente de guerra como motivo manifiesto, estando presente en lo latente la desubjetivación, el ataque al yo y la idealización del Otro. DESCRIPTORES: GUERRA / PODER / REGRESIóN / SATISFACCIóN / ELLO / YO / IDENTIDAD / CULTURA
Summary Wars and power Totalitarism, social outbreaks, pressures exerted by epochal events, all of these have repercussions on the human psyche and also impact the body. Current ideals demand immediate satisfaction and make it difficult to establish the representational and affective weft binding all that derives from drives. If culture implies the sequence stone/cry/word, could not epochal events be a regression in which the body determines any behavior? Death drive also acts on the civilization process, and the hypothesis of a self-destruction of culture cannot even be rejected. Power and war are sometimes considered an outburst of drives. Humans are the only species that does not hesitate in provoking its own extinction. Change is in the news. We are used to have lived experiences and conflicts related to change on a daily basis. Some big themes, like those linked to the death drive, the pathologies of pleasure, destructiveness, masochism, “blunders in self-preservation,” “addiction to neardeath,” are telling us about the overflowings of the ego, of “superego passions,” of situations threatening the ego’s survival, of intolerance against humiliation and the narcissistic breakup, of ego alienation, of being alienated in the power of some other/Other. The defense of cultural identity could also become a recurrent reason for war in the manifest level, while de-subjectivation, attacks to the ego and idealization of the Other remain in the latent one. KEYWORDS: WAR / POWER / REGRESSION / SATISFACTION / ID / EGO / IDENTITY / CULTURE
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Resumo As guerras e o poder Para o movimento psicanalítico é difícil superar o mal-estar deixado como legado e que Freud decidiu chamar “pulsão de morte”. Esse termo é duplamente problemático: primeiro, porque a necessidade de um antagonista dinâmico para Eros-união não pode ser reduzido a uma pulsão específica; depois, porque esse Anteros seria um fator vital para a subjetivação. A ideia de uma “pulsão de destruição” (Sabina Spielrein) confunde impulso dissociativo (desligamento) e componente agressivo da investidura libidinal. Ou seja, precisamente a relação paradoxal entre um e outro é a que obriga a desconstruir essa ideia freudiana de pulsão de morte: comprova-se claramente no registro psíquico que a agressão é muito mais fixadora que de desligamento. O papel essencial de Anteros-desligamento pode ser evidenciado através de numerosos operadores-chave do desenvolvimento subjetivo: a atividade sublimatória (que vai além do princípio do prazer), o trabalho de luto (oposto à fixação melancólica), a função parental (intrincada e desligamento) e finalmente, a cura psicanalítica PALAVRAS-CHAVES: GUERRA / PODER / REGRESSãO / SATISFAçãO / ID /EGO/ IDENTIDADE / CULTURA
Bibliografía Historia del mundo contemporáneo: Carpeta 2. El quiebre del liberalismo y la crisis del capitalismo (1914/1918-1945): Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación – Wikipedia. Bouthoul, Gastón. Traité de polemología: Sociología de guerres, Payot, París, 1991. Clausewitz, Karl von. De la guerra, cap. VI: “La guerra como instrumento de la política”, Wikipedia. Dupuy, Gustavo y Socci, Amalia. Presentación en el Congreso Argentino de Psicoanálisis, 2016. Freud, S. (1933[1932]). ¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud), Tomo XXII, Amorrortu editores, Buenos Aires. Gómez Miguel, Raúl (2008). Política. El poder de las palabras, las ideas y el ingenio. Trillas, México. Green, A. La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud. “¿Por qué el mal?”, capítulo 6. Amorrortu editores, Buenos Aires. — Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu editores, Buenos Aires. Virilio, Paul. Estética de la desaparición, Anagrama, Barcelona, 2003.