XXVI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología. Asociación Latinoamericana de Sociología, Guadalajara, 2007.
Las mujeres de Santiago Mexquititlán: mujeres con recursos ¿mujeres que detentan poder?. Sulima García Falconi. Cita: Sulima García Falconi (2007). Las mujeres de Santiago Mexquititlán: mujeres con recursos ¿mujeres que detentan poder?. XXVI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología. Asociación Latinoamericana de Sociología, Guadalajara.
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Las mujeres de Santiago Mexquititlán: Mujeres con recursos ¿Mujeres que detentan poder? Sulima García Falconi1 Introducción En esta ponencia se presenta la situación de un grupo de mujeres indígenas de Santiago Mexquititlán, Amealco2, Querétaro, que recientemente empezó a participar en varios proyectos productivos financiados por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y una Organización de la Sociedad Civil. Mujeres, que han sido pensadas por las instituciones gubernamentales como pobres y, por tanto, como carentes de satisfactores y con condiciones sociales que las limitan; sin considerar que ellas manejan recursos económicos, sociales y humanos que pueden ayudarlas a remontar las condiciones de desigualdad genérica en que viven, para alcanzar condiciones óptimas de vida. Por tal motivo, lo que se observa es la vida de estas mujeres otomíes en relación a los recursos que echan a andar para lograr condiciones más ventajosas dentro de su hogar y de su comunidad. De tal manera es preciso preguntarse: ¿Pueden obtener estas mujeres con los recursos que tienen empoderamiento personal; empoderamiento en las relaciones familiares; empoderamiento colectivo? ¿Tienen una posición de resguardo que les permita ser fuertes ante la negociación dentro de sus hogares? La gran contribución de los estudios sobre la pobreza centrados en el género, es la de evidenciar los elementos que impiden a las mujeres ejercer libremente sus capacidades humanas; y que la llamada trampa de la privación (la pobreza misma, la debilidad física, el aislamiento, la vulnerabilidad y powerlessness o carencia de poder), impide el acceso a oportunidades y recursos, incluidos los derechos elementales que constituyen la ciudadanía social. Sin embargo, como contraparte a esta situación se encuentra el empowerment3, que
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Profesora-Investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro. Correo electrónico:
[email protected] 2 Santiago Mexquititlán es una de las delegaciones en que se divide políticamente Amealco, municipio sureño de Querétaro. Cuenta con seis barrios, siendo dos de ellos son ejidos. 3 La noción empowerment que ha sido traducida como “dar poder”, es decir, conceder a alguien el ejercicio del poder; se empieza a discutir desde la Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, realizada en Nairobi en 1985 (Riquer y Pantoja, 1998). En ese momento se consideraba que el empoderamiento sería la base para la generación de nuevas visiones de la mujer y el proceso a través del cual esas visiones se convertirían en realidades. Era, pues, la punta de lanza para ganar espacios políticos y de participación. 1
pone el acento en los recursos y en las capacidades de las mujeres para hacer frente a la subordinación de género y a la pobreza. En ambos casos, el centro de interés se desplaza desde las carencias hacia las capacidades de las mujeres de hacer uso de determinados recursos (Riquer y Pantoja, 1998: 239). La importancia del término es que contiene la palabra poder y que al colocarlo como una relación social, da cuenta de las variadas formas en que las mujeres lo viven4. Así Rowlands (1997) manifiesta que el poder es fuente de opresión pero también de emancipación, de ahí que en los comienzos de la conceptualización del término se hayan distinguido como dos grandes referencias de poder. En la primera es considerado como poder suma-cero, es decir, que al aumentar el poder de una persona disminuye el de otra, esta manifestación es tan perversa que la persona dominada no lo distingue, y más aún, lo acepta y lo defiende; y el segundo es el de suma positivo, el poder emancipador. Siguiendo esta lógica discursiva, hoy día se distinguen cuatro tipos de poder: 1) “el poder sobre” que representa el poder de uno sobre otro; 2) “el poder para” que se traduce en la capacidad de un líder para empujar los intereses de todos; 3) “el poder con” la capacidad de juntar todas las individualidades para encontrar soluciones colectivas; 4) “el poder desde dentro” el cual se manifiesta a la hora que el individuo rechaza posiciones que van contra sus deseos o intereses, “también incluye el reconocimiento, que uno obtiene a través de la experiencia, de cómo se mantiene y reproduce la subordinación de la mujer” (Deere y León, 2000: 31). Con base en los anteriores tipos de poder, Rowlands (1997) argumenta que el empoderamiento es un proceso que se manifiesta en distintos escenarios y, por lo tanto, los modifica todos; así, señala la dimensión personal o de las capacidades individuales; la dimensión de las “relaciones cercanas” o la capacidad de negociar e influir en las relaciones cotidianas; la dimensión colectiva, que es la capacidad de trabajar en conjunto para lograr un mayor impacto o cambio significativo. Batliwala conceptualiza el empoderamiento como: “proceso mediante el cual las mujeres se apropian de sí, de lo que son y de lo que tienen, para desde ahí exigir los apoyos necesarios que les permitan salir de las posiciones subordinadas en el ámbito doméstico y en la vida pública” (Batliwala, 1997: 188). Por esta razón, no hay nada escrito sobre la mejor manera de llegar al empoderamiento genérico, ya que cada individuo o grupo, hará las adecuaciones necesarias
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Las académicas feministas han señalado que las mujeres, independientemente de su etnia, clase social, ciclo vital y región, han carecido de poder, aunque la sociedad patriarcal les ha dejado un reducto en lo privado, efectivamente, las mujeres han podido ejercer un pequeño coto de poder en los ámbitos doméstico y familiar (cfr. León, M., 2001). 2
según su vida, su historia, y su situación personal, familiar, comunitaria, nacional, regional y global. Para G. Sen el proceso de empoderamiento supone el control sobre dos aspectos centrales: los recursos físicos, intelectuales, financieros, humanos y el de su propio ser; y los recursos ideológicos tales como las creencias, los valores y las actitudes (Sen, G.1997). En otras palabras significa que las mujeres deben lograr el control sobre sus propias vidas para señalar el rumbo que desean, organizándose entre ellas y solicitando sus demandas de apoyo al Estado y de cambio a la sociedad. Así, empoderarse es subvertir la organización social, cultural, económica y política que permite la subordinación genérica de las mujeres (Young, 1995), a través del control de recursos materiales y no materiales. Un primer paso para alcanzar el empoderamiento es que las mujeres reconozcan la ideología que justifica la opresión de un género sobre otro y como dice Hidalgo (2002) Esta conciencia de la subordinación genérica que las mujeres deben alcanzar para que se dé el proceso de empoderamiento, puede ser facilitado a través de programas y proyectos con perspectiva de género (p.2). El concepto de empoderamiento supone la toma de conciencia de las personas respecto a su estado de subordinación frente a otros, y las acciones que realizan para superarlo; por tanto, los individuos que así actúan son seres creativos, que utilizan los recursos disponibles para subvertir ese estado de cosas, convirtiéndose en agentes de su propio cambio. En este trabajo se entiende como agente al individuo que es capaz de transformar el curso de su acción, la de los otros y, en general, transformar el medio social donde se desenvuelve. Sin embargo, la actuación del agente depende de los recursos a los que pueda tener acceso, según la cuota de poder que vaya haciendo suya5. Al respecto dice Velasco (2002): Por su naturaleza creativa, el agente será siempre un sujeto con poder de transformación en la esfera de las relaciones sociales gracias a un conjunto de opciones dentro del marco de recursos accesibles (p.37). Uno de los ámbitos donde un ser humano debe enfrentar el conflicto y la negociación es el hogar, el cual puede ser conceptualizado siguiendo a Agarwall (1994) “como una 5
Dice Giddens que el poder caracteriza a toda acción y que, en ese sentido, los recursos son medios a través de los cuales se ejerce el poder. Abunda este autor al decir que el poder admite relaciones de autonomía y de dependencia, donde esta última se dota de ciertos recursos a través de los cuales los sometidos pueden influir sobre las actividades de aquellos que someten (cfr. 1995: 52). El libro de Scott (2000) Los dominados y el arte de la resistencia ofrece ejemplos de cómo los subordinados pueden hacer uso de los recursos que tienen a la mano para oponerse al poder imperante. 3
compleja matriz de relaciones en donde existe una negociación continua (con frecuencia implícita) sujeta a las restricciones planteadas por el género, la edad, el parentesco” y a aquello que socialmente es permitido negociar (1994: 55). A su vez A. Sen (1990) indica que en el hogar se presentan dos problemas simultáneos: a) la cooperación, es decir, agregar a lo ya disponible y b) el conflicto, es decir, fraccionar lo disponible entre los miembros, no como decisión individual sino colectiva. De ahí que quién decide, quién consume qué, quién hace qué y cómo es tratado cada miembro, sean parte de esta doble vertiente del conflicto y de la cooperación. Según Agarwal (1994) la mujer rural puede obtener una posición de resguardo6 al interior del hogar si puede cubrir algunos de estos seis factores: 1) posesión y control de activos o bienes económicos, sobre todo, tierra; 2) acceso a empleo o a otras fuentes de ingreso; 3) acceso a recursos comunitarios, como bosques y tierras de pastoreo; 4) acceso a sistemas tradicionales de apoyo, que puede provenir de la familia extensa o de la comunidad (relevancia del capital social); 5) acceso al apoyo de las ONG; 6) acceso al apoyo del Estado. La premisa que prevalece en estos seis factores es que al mejorar la mujer su habilidad para subsistir fuera del hogar, se mejora su posición de resguardo y por lo tanto, tiene mayor poder de negociación para la subsistencia al interior de la familia (cfr. 1994: 63). En cuanto a las percepciones, las mujeres subsumen sus propias necesidades a las de la familia en general, en tanto que los hombres, las diferencian del resto del grupo. Una vez observado las distintas propuestas de los autores que han manejado el concepto de empoderamiento en relación con el desarrollo de las mujeres pobres, queda agregar que los indicadores utilizados en este trabajo son los siguientes: 6
Según este autor hay algunos elementos que influyen en el resultado de la negociación: 1) Posición de resguardo. Son aquellas opciones externas con que el individuo cuenta si falla la cooperación al interior del hogar. En esos términos una persona puede ser vulnerable o fuerte ante la negociación interna si cuenta o no con ese tipo de opciones; 2) Intereses percibidos. Una persona puede negociar de acuerdo a sus intereses y no a su bienestar propio. De tal manera que si ha devaluado su propio bienestar puede ser que la cooperación no le favorezca. 3) La percepción de la contribución puede hacer prevalecer el bienestar de una persona sobre otra. Se responde al quién hace más por el bienestar familiar. Estos tres sesgos hacen que el poder de negociación de las mujeres al interior del hogar se vea desfavorecido. Al respecto, Sen (1990) explica que las responsabilidades de las mujeres en la crianza de los hijos y los embarazos, hacen que los resultados de las negociaciones no sean tan favorables para ellas, debido a que su posición de resguardo es vulnerable y a la percepción de que ella contribuye menos al bienestar económico de la familia. Sin embargo, un trabajo asalariado, es decir, los ingresos regulares pueden mejorar mucho la posición de resguardo y las percepciones sobre su participación al interior de sus hogares (cfr. Sen, 1990: 137-144).
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a) Empoderamiento personal que supone la confianza en sí misma, autoestima, dignidad personal y el sentido de "sí misma" en un contexto amplio (la toma de decisiones en el hogar y la elecciones vitales –los proyectos de vida femeninos—, las creencias, las percepciones sobre la mujer). b) Empoderamiento en relaciones familiares que contiene la capacidad para negociar, capacidad para comunicarse, capacidad para obtener apoyo, capacidad para defenderse a sí misma (los derechos de las mujeres y las niñas dentro del hogar y del matrimonio y la seguridad económica). c) Empoderamiento colectivo que se forma por la identidad del grupo, el sentido colectivo de operación, la dignidad de grupo (la participación comunitaria). d) Posición de resguardo: 1) posesión y control de activos o bienes económicos, sobre todo, tierra; 2) acceso a empleo o a otras fuentes de ingreso; 3) acceso a recursos comunitarios, como bosques y tierras de pastoreo; 4) acceso a sistemas tradicionales de apoyo, que puede provenir de la familia extensa o de la comunidad (relevancia del capital social); 5) acceso al apoyo de las ONGs; 6) acceso al apoyo del Estado. El espacio habitado Santiago Mexquititlán se localiza en Amealco, municipio al sur del estado mexicano de Querétaro. Dicho municipio limita al norte con San Juan del Río y Huimilpan (de la misma entidad), al sur y al este con el estado de México, y al oeste con el estado de Michoacán. Mexquititlán (“lugar donde están los mezquites”) se localiza en las coordenadas extremas del meridiano 100º00’00’’ al meridiano 100º09’00’’ longitud oeste y del paralelo 20º06’15’’ al 20º01’00’’ latitud norte. El valle de Santiago Mexquititlán se encuentra rodeado por montañas. Este valle tiene una altitud que va de los 2000 a los 2400 metros sobre el nivel del mar. En general, en Santiago la topografía se caracteriza por su planicie con pequeñas elevaciones sin gran importancia (INEGI, 1986). La tierra apta para el cultivo es poco profunda, casi a flor de piel se encuentra tepetate o roca, que impide la agricultura y dificulta la excavación. Debido a la tala inmoderada de que fueron objeto las zonas boscosas de Amealco, hoy día se observa que la precipitación pluvial agresiva aunada a la inclinación del terreno, arrastra el poco suelo cultivable de Santiago. Otra fuente preocupante de erosión han sido los pastizales y el monocultivo. Localizada a 90 kilómetros de la capital del estado, Santiago cuenta con una población de 10,042 habitantes (Censo2000, INEGI,2001), siendo su actividad principal el comercio ambulante, alternándose con la agricultura minifundista. Esta comunidad está conformada por seis
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barrios7, los cuales en conjunto detentan un rezago social que los ubica en muy alto grado de marginación, según las categorías del Consejo Nacional de Población de México (COESPO. Qro, 2000).
Los proyectos donde participan las santiagueñas La mayoría de los trabajos que se han hecho sobre el empoderamiento de las mujeres en espacios rurales, se basan en la efectividad que tienen los proyectos productivos para que las mujeres superen su falta de poder o el poco que detentan; sin embargo, con el análisis que ahora presento trato de observar si las mujeres santiagueñas, siendo tan trabajadoras y obteniendo ingresos por algunas actividades, se empoderan o no. Intento dar cuenta de los indicadores del concepto a través de entrevistas a treinta señoras que participan en proyectos provenientes de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y de la Organización de la Sociedad Civil queretana Locallis. Son las únicas instituciones que están trabajando en la zona apoyando proyectos productivos para las mujeres. La Comisión tiene un programa para Santiago Mexquititlán que se intitula “Organización productiva” y que consta de tres proyectos: el invernadero de jitomate, la cría de pollos y la cría de cerdos; la OSC, ayuda a las señoras a comercializar las servilletas bordadas.
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El barrio es una división territorial, generada a través del tiempo por las necesidades culturales y sociales de los santiagueños. En Santiago existen seis barrios, dos de los cuales pertenecen al régimen de propiedad ejidal y los otros al de pequeña propiedad. 6
Los tres proyectos de la Comisión, el del jitomate de invernadero, los pollos y los cerdos, todavía no sobrepasan los seis meses de haberse puesto en marcha. El agente gubernamental asegura que con los proyectos y con el manejo adecuado que les den, las mujeres pueden demostrarle a la comunidad y a sus maridos que pueden tener un negocio que deja el mismo beneficio que ellos aportan. Este promotor les dice a las mujeres que ellas son mejores administradoras de recursos que los hombres, ya que ellos no hacen buen uso del dinero que reciben pues lo desperdician comprando pulque. Hasta ahora las señoras no han visto ganancias aunque sí pérdidas, ya que se les han muerto pollos y cerdos. Según el promotor, la institución no ha sido atinada con la capacitación pues hubo fallas al momento de criar a los animales de traspatio. Actualmente, continua el agente, se aprendió de la experiencia y está todo bajo control. Cada semana o cuando se requiera, la gente de la Comisión asesora a las señoras. Pueden ir dos veces por semana si es necesario. En cuanto al proyecto de comercialización de artesanías la OSC, no ha sido suficientemente asertiva para generar espacios de venta, así que las señoras se han desilusionado con el equipo de trabajo, pero no dejan de realizar sus artesanías ni de pensar en espacios de comercialización, con o sin la ayuda de esta organización. Dimensión personal Como menciona Rowlands (1997) el empoderamiento no proviene del exterior, es decir, nadie lo proporciona a otro, sino que parte de un proceso de reflexión interna y de acrecentamiento de la propia valía. Así, en la dimensión personal las mujeres van encontrando sus opciones para una vida plena, la que involucra negociaciones y toma de decisiones en todos los ámbitos, donde prevalecerán la equidad y la justicia. Esta dimensión por lo tanto es la más importante en cualquier proceso de empoderamiento porque supone el fortalecimiento del “poder desde dentro”, punta de lanza para autovalorarse, cambiar, crecer y buscar autonomía (cfr. Zapata, 2002: 192). Preguntas como “¿qué tan valiosa soy?, y ¿qué puedo hacer para cambiar mi circunstancia?”, son fundamentales para que las mujeres decidan ponerse en movimiento para aprender nuevas habilidades y aprendizajes que les permitan negociar posturas favorecedoras en cualquier ámbito. La búsqueda de la confianza en sí mismas La mayor parte de las elecciones que realizaron sobre sus vidas las mujeres entrevistadas, como casarse y planificar el número de hijos que tienen, fue compartida con el hombre con el que se casa. Por ejemplo, ellas aseguran que tomaron la decisión de casarse, que nadie 7
las obligó, aunque pidieron permiso a sus padres8. Empero, también se encuentran mujeres que vieron en el matrimonio una forma de salirse de una situación familiar violenta, cuando han sido víctimas de padres y hermanos. Todas ellas se casaron muy jóvenes entre los 14 y 15 años. En Santiago las bodas a muy temprana edad implican, sobre todo para las mujeres, la residencia virilocal, es decir, las jóvenes casadas van a vivir al hogar de los suegros. De esta manera, las recién casadas están subordinadas no sólo a los cónyuges sino a las suegras, determinadas a conservar a los hijos como aliados. En este sentido, no existe una real elección de las santiagueñas sobre los hechos más importantes de sus vidas y, entonces, viven en conflicto constante con los esposos en su lucha por independizarse del yugo de las suegras, sin lograrlo del todo hasta que los maridos, después de múltiples ruegos, que pueden llevar años, deciden salirse de la casa paterna, empujados por la herencia paterna consistente en una porción de tierra. Asimismo, la mayoría ha tomado la decisión de utilizar algún método de control natal hasta tener cuatro hijos o más. Sin embargo, se pueden observar cuatro modalidades en esta decisión: 1) que tanto el hombre como la mujer estén de acuerdo en que ella se aplique la salpingoglacia, éste ha sido el único método de planificación que han elegido muchas mujeres, sobre todo cuando tienen más de cuatro hijos, 2) que el hombre no esté de acuerdo pero aún así las mujeres lo decidan, situación no muy común, 3) que ellas decidan no tomar precauciones, aunque los maridos insistan, porque Dios lo quiere así. 4) que las suegras les impidan utilizar métodos anticonceptivos, lo cual sucede mientras las mujeres permanecen en la casa de sus parientes políticos. De todas estas situaciones, la primera es la más común, ya que las mujeres aseguran que cuando van al Centro de Salud para solicitar algún método de control natal, es porque los maridos han estado de acuerdo. Para explicar que las mujeres se supeditan a lo que los maridos desean, se puede acudir al ‘permiso’, es decir, la petición oral de los deseos de la mujer que pasan por la aceptación o no del cónyuge. Muchas actividades que realizan estas mujeres y sus hijos tienen que pasar por la anuencia del cónyuge; si él no acepta, la actividad no se realiza. En esos términos, las señoras solicitan permiso para ir a recoger la beca del programa Oportunidades, para visitar a parientes, para ir a trabajar, etc. Los hijos a su vez, solicitan
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Aunque también en la etnia otomí de Santiago Mexquititlán se presenta el rapto, situación poco común. 8
permiso al padre para estudiar y continuar en la escuela, para casarse9 o emigrar del pueblo. Las madres sólo otorgan permisos cuando los hijos quieren salir de la casa y el padre no se encuentra. Sin embargo, cuando la mujer es jefa del hogar, ella es la que otorga los permisos, siempre y cuando no se encuentre en la casa de sus padres, ya que en ese caso la mujer sin pareja se encuentra supeditada al padre. Incluso con el otorgamiento de su permiso, el cónyuge se molesta con la beneficiaria del Oportunidades cuando llega tarde a su casa después de asistir a la transferencia o a las pláticas de salud, y aduce que las mujeres sólo pierden el tiempo. La búsqueda de la dignidad personal Los proyectos de vida que suponen dignidad personal son el trabajo y la educación. Sin embargo, las santiagueñas están inmersas en el trabajo doméstico, que les absorbe una buena parte de su vida cotidiana. Este trabajo implica múltiples actividades que no son reconocidas como fundamentales para la reproducción del hogar sino como una “ayuda” o complemento a las actividades masculinas. Así, su trabajo es un “no trabajo” porque no reciben de otros un sueldo fijo. La rutina diaria de las santiagueñas comienza al amanecer, y termina después de que, además de sus quehaceres domésticos, realizaron actividades agropecuarias o artesanales. El trabajo doméstico que realizan las mujeres de Santiago Mexquititlán, en el cual se incluyen, como ya se ha visto, el cuidado de niños y ancianos, la cría de animales, la elaboración de comida, la recolección de hierbas y plantas (nopales o quelites), entre otros productos, no cuenta con una retribución económica. En este sentido se puede afirmar que no existe por parte de las mujeres un control sobre recursos materiales; incluso, existe por parte de ellas y de la comunidad una falta de reconocimiento a su trabajo como tal. Se observa, pues, que la cotidianidad de estas mujeres está llena de quehaceres, aunados a los otros compromisos como madres, en efecto, son las que asisten a la escuela cuando los profesores tienen que hablar sobre el comportamiento de sus hijos. En general, para ellas no existe el tiempo libre, un tiempo de ocio, donde puedan hacer cualquier cosa, la que más les guste, sin la necesidad de buscar una remuneración10.
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Algunas muchachas no le piden permiso a los padres para casarse porque el novio se las roba. Como dice una señora: A nadie, a veces cuando se casan se salen por ahí, ahí se encuentran, no te piden permiso, que se las roban (titular de Barrio 5º). 10
Como ya se mencionó, las mujeres consideran el trabajo doméstico como un “no trabajo”, al no ser remunerado, lo que suele pasar en otras comunidades; pero, incluso, es sorprendente descubrir que también la cría de animales es vista como una ayuda al dinero 9
Todas las mujeres entrevistadas desean trabajar más, para tener más percepciones monetarias. A sus proyectos artesanales tradicionales y a sus labores comerciales, han sumado los proyectos de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, y el de la OSC. Las treinta mujeres que trabajan en esos proyectos coinciden en que tienen esperanza de ganar lo suficiente para construir o mejorar su casa, mantener la educación de sus hijos hasta el nivel bachillerato o de una carrera técnica, invertir en sus negocios artesanales, en la construcción de un taller para realizar muñecas. Lo que se puede observar es que las mujeres de estos proyectos son entusiastas y comprometidas con su trabajo, en un poblado donde no es muy común, primero, la unión entre mujeres que no tengan parentesco y, segundo, que salgan adelante sin ayuda de parientes, sobre todo, masculinos. Ahora bien, en cuanto a la educación la mayoría de las mujeres son analfabetas, según el Censo del 90, el 26% de los hombres eran analfabetas, en tanto que lo eran el 41.4% de las mujeres (Forti, 1997) y en el Censo del 2000 (INEGI, 2001), esta distinción por sexo no se encuentra. Sin embargo, si registra que el 46.1% de la población de 15 años y más, es analfabeta. Por ello no es extraño que la mayor parte de las mujeres entrevistadas no sepa leer ni escribir. Las mujeres aducen que sus padres decidieron que no fueran a la escuela, que su labor era cuidar borregos. Y, en efecto, los han cuidado. A la mayoría de las mujeres, los padres les transmitieron la idea de que ellas no podrían con el trabajo escolar, razón por la cual nunca se sintieron capaces de seguir estudiando. Hoy por hoy, algunas ya no quieren prepararse, ni aprender a leer o escribir, pues creen que no podrán lograr un buen desempeño, y otras lo desean pero como un sueño inalcanzable. En cambio,
que entra por vía masculina, y que consideran como principal fuente de ingreso. Respecto al trabajo de las mujeres en Santiago, los maestros, los doctores, lo funcionarios, etc., mencionan que ellas trabajan más que los hombres y por ende, llevan más dinero a sus casas, pero cuando se les pregunta si trabajan la mayoría contesta que no, que sólo ayudan a sus maridos. Aunado a la falta de reconocimiento a su trabajo, ellas mismas consideran que tienen varios impedimentos para trabajar fuera de casa: el primero es que no tienen con quien dejar a los hijos ni a los animales que crían y, por supuesto, no tienen a alguien que “atienda” al marido; el segundo, es que los horarios de trabajo son muy largos y fijos. Empero, en cuanto tienen como proyecto trabajar, casi todas ellas les piden permiso a sus maridos, los cuales no les niegan la oportunidad; lo cual depende del tipo de trabajo al que quieran acceder. En efecto, cuando el trabajo es de casi todo el día, e implica una relación cercana con otros hombres, como el caso de las maquilas que se encuentran en Amealco, los maridos son renuentes a aceptar. Pero cuando el trabajo es en el mismo poblado, en el campo, en las artesanías o en el invernadero, los hombres no tienen problema de otorgarles el permiso.
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las mujeres que estudiaron secundaria desearon alguna vez llegar a convertirse en secretarias o estudiar otra carrera técnica, si no lo realizaron fue porque no tenían el dinero suficiente para sufragar los gastos de transporte, de uniformes y de libros. La búsqueda del sentido de sí mismas en un contexto amplio El sentido de sí mismas en un contexto amplio se refiere a la manera en que ellas se observan como mujeres frente al otro masculino y cómo sienten que las consideran los otros que conviven con ellas. Así, en cuanto a la percepción sobre sí mismas y la mujer en general, las santiagueñas entrevistadas aseguran que ellas no son iguales a los hombres y que como tales no pueden hacer trabajos masculinos. Incluso, ejemplifican y aducen que el trabajo como jornalera es peor pagado que el del hombre, porque ellas cosechan pero no pueden cargar los costales de maíz. Se menciona que los dos son diferentes, pero que a la hora de buscar trabajo los dos sufren por no poder conseguirlo rápidamente. Las mujeres entrevistadas afirmaron que para ellas los hijos son igual de valiosos, sean hombres o mujeres; por ello tratarán de que todos estudien. Algunas aseguran que son los maridos los que hacen la diferencia entre los quehaceres de un hombre y los de una mujer; de tal manera que los hijos no pueden ayudar en el trabajo doméstico aunque ellas insistan. Cuando las entrevistadas eran pequeñas sus padres las mandaban a trabajar en la cocina, a cuidar a los hermanos pequeños y a cuidar a los borregos. En general, de niñas acarreaban el agua, hacían las tortillas, lavaban los trastes y la ropa.; en cambio, a sus hermanos, los mandaban a ayudar con las labores del campo. Actualmente, esta situación no ha cambiado mucho, las niñas siguen ayudando en casa, aunque ahora sí van a la escuela, no como antes, cuando a ellas no les exigían que fueran a estudiar por quedarse en casa ayudando a sus madres con los quehaceres domésticos. Los niños pueden ayudar en algunas cosas de la casa, pero no como una obligación, ya que las mismas señoras admiten que hay labores de niñas que no pueden realizar los niños, y viceversa. Se observa, sin embargo, que en algunas cosas los niños sí ayudan, sobre todo en cuestiones relacionadas con el trabajo de artesanías de las madres. Es frecuente que estas mujeres mencionen, y no sólo las de estos proyectos, que ellas trabajan más que los hombres, y no sólo en las labores del hogar, sino en cualquier trabajo que se propongan. En efecto, las personas consideran que el papel de los hombres dentro de la economía familiar es más limitado; el hombre sale a trabajar al campo o a la ciudad, al tiempo que las mujeres son pastoras, amas de casa, artesanas y vendedoras ambulantes. Además, hay ciertos vicios o defectos que impiden a los varones ser más partícipes, como el alcoholismo y la falta de responsabilidad. Sin embargo, pese a todo el trabajo que tienen 11
en otras áreas, las mujeres siempre se dedican a las labores domésticas y a cuidar de sus hijos, es decir, debe realizar un trabajo que les compete sólo a ellas. Debido a que todas las mujeres casadas se asumen como amas de casa, tienen claro que no reciben ningún salario por ello, pero que debieran esforzarse por buscar un trabajo remunerado, ya que los maridos no pueden con la manutención de la familia. Existe cierta incertidumbre por la realización de trabajos por cuenta propia, en efecto, consideran que son más lucrativos los empleos asalariados. La mayoría cree que la falta de estudios y de trabajos regionales les impide acceder a fuentes de empleo muy bien remunerados. Estas mujeres consideran que si los maridos faltaran podrían salir adelante porque, finalmente, son ellas las que más trabajan y saben cómo hacerlo. Sin embargo, para muchas mujeres de la comunidad, los maridos todavía toman las decisiones más importantes: deciden si ellas emigran, si las hijas se casan o si los hijos continúan en la escuela. Aun cuando no cumplan con todas sus obligaciones, la decisión de los maridos debe considerarse antes que la de las esposas. Asimismo, otro hecho que demuestra que las mujeres no son muy valoradas en la comunidad es la cesión de las propiedades, sobre todo las que se heredan; en efecto, la herencia en Santiago Mexquititlán puede darse tradicionalmente al hijo menor, que se supone será el que cuidará a los padres en su vejez; aunque también se encuentran casos, muy pocos, en que se les hereda a las hijas. En el caso de las viudas, ellas son las dueñas y deciden a quién dejarle la tierra; depende, en general, del interés de los hijos por el trabajo agrícola. Asimismo, hay que distinguir entre la herencia de una porción de parcela (sembradío o terreno como le llaman los otomíes) o un lote de tierra para construir la casa. Dimensión de las relaciones familiares Una vez que las mujeres empiezan a reflexionar sobre sí mismas y sobre su propio valor como personas, pueden aprender formas de negociar y de comunicarse, que les permitan mejores posiciones dentro del hogar. Negociar, por ejemplo, cómo participarán cada uno de los miembros en las tareas domésticas, cómo será distribuido el tiempo de los quehaceres y cómo será el trato que reciban las mujeres, las adultas, las niñas y las ancianas. La búsqueda de la capacidad para negociar A decir de las entrevistadas, las decisiones que se toman para realizar las actividades hogareñas, provienen de ellas. En primer lugar, los esposos u otros hombres de la casa, como los hijos mayores, no intervienen en la ejecución de esas tareas; ya que desde niñas 12
les enseñaron lo que deben hacer como mujeres en sus hogares. Todas coinciden en que en esa área los esposos no se involucran, excepto una que asegura que el marido la ayuda cuando tiene mucho trabajo. La mayoría de estas mujeres coincide en que cuando se toman las decisiones importantes para la familia su opinión es tomada en cuenta. En efecto, ellas deciden junto con sus maridos en rubros tales como la asistencia al médico, a la escuela, visita de parientes y de vecinos. Sin embargo, en aspectos que se relacionan con las actividades agrícolas o posesión de tierras son los hombres quienes deciden contundentemente; mientras, la actividad relacionada con la compra de alimentos, ha sido predominantemente ligada al papel de la mujer dentro del hogar. Asimismo, aquellas entrevistadas titulares del Oportunidades aseguran que el dinero sólo lo manejan ellas, cuando este dinero también está relacionado con la compra de alimentos, entre otros rubros. En cuanto al manejo del dinero dentro de sus hogares, las entrevistadas aseguran que ellas manejan el dinero que ganan, mientras sus esposos distribuyen el que ellos obtienen. Sin embargo, mientras ellas se quedan con su dinero y lo usan completamente para el hogar, los esposos les proporcionan, si no se encuentran en la comunidad, parte del dinero que ganan. En cambio, los que se encuentran en sus hogares acuden, junto con las esposas, a las tiendas de la región a comprar lo necesario para la alimentación de la familia. Aunque no todo es tan sencillo; en efecto, mientras unos hombres respetan el dinero que sus mujeres ganan, otros no lo hacen así. Algunas señoras aseguran que no les dan a sus esposos el dinero que ganan, más bien lo esconden porque ellos lo utilizarían para emborracharse. La búsqueda de la capacidad para comunicarse La capacidad para comunicarse es muy pobre como lo demuestra la experiencia vivida por algunas mujeres del grupo que han sufrido violencia intrafamiliar. En efecto, la forma de enfrentarla ha sido permanecer calladas; si algunas ya no la sufren en la actualidad es porque sus hijos están grandes y las defienden. Sólo aquellas mujeres que sufren gritos por parte de los esposos se atreven a decirles que no lo hagan. Incluso son aconsejadas por sus familiares, sobre todo hombres, para que no les digan nada a sus esposos cuando están enojados, pues su argumento es que hay que dejarlos que se tranquilicen que provocarlos más. Las entrevistadas aseguran que aconsejan a sus hijos para que no traten mal ni a sus hermanas ni a sus esposas. La violencia intrafamiliar es un problema que aqueja a las familias de Santiago Mexquititlán. Es difícil medir su magnitud por la desconfianza habitual de las mujeres 13
indígenas hacia los mestizos, sus instituciones y representantes. Acercarse a un problema tan delicado lleva tiempo porque involucra sentimientos de odio y dolor entre los miembros, los que casi nunca se aceptan. Las mujeres reconocen a sus cónyuges como los jefes del hogar aunque sean ellas las que aporten más trabajo para su sostenimiento. Así, la falta de aceptación sobre su propia valía condena a las mujeres a justificar abusos y maltratos, contra ellas y sus hijos. Ellas no aceptan la violencia de que son objeto, sino que esquivan las preguntas al respecto o hablan de casos que supuestamente conocen; además, aseguran que antes la violencia masculina era un problema más habitual y presente. Sólo algunas mujeres afirman que sus cónyuges las han llegado a golpear para quedarse con el dinero del programa Oportunidades o del que obtienen de la venta de artesanías o de otros productos. La búsqueda de la capacidad para obtener apoyo Las mujeres entrevistadas solicitan apoyo para realizar sus tareas domésticas o remuneradas, cuando sus maridos son cooperadores. Algunos no ayudan en las labores domésticas pero sí en las artesanales. Otras mujeres acuden a sus hijos, los cuales participan en la elaboración de muñecas o, si trabajan, proporcionan dinero para el gasto familiar. En algunos casos el hombre ayuda en todo, sobre todo cuando la mujer se encuentra enferma y tiene hijos pequeños. Se da el caso de que las mujeres se hacen cargo de la construcción de algunos cuartos para acrecentar el espacio familiar, ellas mismas organizan a sus hijos para que juntos construyan la vivienda. Pero, en general, los hombres no cuidan a sus hijos cuando las mujeres tienen que salir a trabajar en los proyectos o en las entregas de artesanías. En general, en Santiago Mexquititlán las mujeres pueden obtener apoyo de otros miembros de la familia, pero no de los cónyuges. Por ejemplo, cuando las familias son extensas las mujeres se reparten el trabajo doméstico. Efectivamente, puede suceder que cada tercer día le toque a alguna hacer de comer, ir al molino, hacer las tortillas. Incluso si viven en familias nucleares, sus parientes femeninos las ayudan aunque no compartan el mismo espacio doméstico; las hijas desempeñan un papel muy importante en las labores domésticas. Cuando las mujeres son viudas o mayores y tienen hijos ya insertos en el mercado de trabajo, pueden reducir sus actividades si éstos les envían dinero; empero, hay quienes realizan artesanías para no convertirse en una carga para sus hijos. Se observa, también, que cuando las mujeres necesitan ayuda económica, acuden a los padres, a los suegros, a los hermanos, a los hijos o a otros parientes. En problemas familiares, también sobresale el apoyo en padres, hermanos e hijos. Esto muestra que la 14
familia inmediata es de suma importancia a la hora que estas mujeres tienen problemas y solicitan ayuda. La búsqueda de la capacidad para defenderse así misma Las mujeres hacen poco para defenderse si son agredidas por sus cónyuges. Sólo a partir de la adolescencia los hijos empiezan a defender a sus madres de los malos tratos que le dan los esposos. Sólo una mujer de la cooperativa del invernadero mencionó que el marido le pegó la primera vez que decidió ir a las reuniones pero, posteriormente, ella lo amenazó con denunciarlo con el delegado y dejó de pegarle. Incluso, las mujeres también pueden ser maltratadas por los suegros, sobre todo por las suegras, si viven con ellos. A veces los maridos prefieren dejarlas con los suegros si ellos tienen que permanecer en otro lado, mientras trabajan. En Santiago Mexquititlán, como ya se dijo, es común que los varones lleven a sus esposas a vivir a la casa de sus padres cuando recién se casan, algunas viven muchos años con sus suegros. Situación común pues el hombre recién casado no tiene un espacio propio donde vivir; dándose el caso de que se le entregue una casa dentro del mismo solar familiar o que viva en la misma casa paterna. En esta patrilocalidad y virilocalidad, las jóvenes nueras ayudan a sus suegras en las tareas domésticas o las cuidan cuando son mayores11. Por su parte, las suegras cuidan a sus nueras mientras los hijos trabajan fuera de la comunidad. Se presentan algunos casos en que las suegras maltratan a sus nueras y les hablan mal de ellas a sus hijos. Por tal motivo, las nueras insisten en que sus esposos construyan sus casas lo más rápido posible, para poder salir de la casa de los suegros. Con base en sus experiencias, algunas mujeres aconsejan a sus hijos sobre el buen trato que deben dar a sus esposas, ya que no quisieran repetir el mal trato que ellas sufrieron por parte de sus suegras. Las suegras tienen una enorme influencia sobre sus nueras y sus hijos. Dimensión de las relaciones colectivas o capital cultural Una vez que las mujeres adquieren seguridad en ellas mismas, involucran a otras para que juntas puedan potenciar su trabajo y obtener ventajas mayores. Los recursos que se posibilitaron con su toma de conciencia se trasladan para favorecer a otras que se encuentran en desventaja. Identidad de grupo 11
Martínez (1998) al respecto dice: “Así las madres esperan que sus hijos varones se casen para que las nueras las ayuden en las labores domésticas y es responsabilidad de todo buen hijo el que su esposa sea sumisa a los deseos de la suegra” (p. 108) 15
En cuanto a la participación en proyectos productivos o comunitarios, las señoras entrevistadas mencionaron que nunca habían participado en ninguno y que, por lo mismo, tenían temor de involucrarse. Les daba miedo trabajar en equipo, con otras mujeres y de perder tiempo en las reuniones. Incluso, algunas aceptaron participar porque el proyecto en sí no implicaba muchas reuniones, como el caso de la cooperativa del invernadero, que requería de asambleas continuas. Casi todas están más acostumbradas a escuchar las opiniones de los hombres, en las asambleas comunitarias, incluso en las escolares, que a hablar sobre sus intereses. Aunque no son muchas, algunas mujeres sí participan y dan sus opiniones, sin embargo, no siempre las toman en cuenta. La búsqueda de un sentido colectivo de cooperación Como ya se dijo, en el caso de muchas, ésta es la primera experiencia que tienen de trabajo en una organización comunitaria, si bien aceptan que han aprendido a aceptar que la unidad las puede beneficiar. En este sentido, el Oportunidades ha permitido que las mujeres sin lazos consanguíneos ni afectivos se relacionen, permitiéndoles compartir sus vivencias cotidianas, desgraciadamente, las asambleas comunitarias, auspiciadas por dicho programa, que deberían ser los espacios para compartir intereses prácticos y estratégicos se han desperdiciado. La búsqueda de la dignidad del grupo Si bien existen malos entendidos que ocasionan pequeñas suspicacias, las mujeres han seguido trabajando juntas, pese a que algunos proyectos se han tardado en obtener beneficios, como es el caso de los invernaderos, de los pollos y de los cerdos, que todavía no reditúan. Ahora bien, las reuniones para tratar los asuntos relacionados con los proyectos, les sirven para distraerse un rato, tomar un refresco con otras mujeres en su situación y hablar sobre sus problemas familiares. No siempre es fácil reunirse porque los hombres todavía ejercen mucha presión para que se queden en casa. Guadalupe López: Entre las mujeres que participamos platicamos los problemas que tenemos en nuestras casas. Nos desahogamos un rato. Me siento muy bien de participar en esas cooperativas, la del jitomate y la de los puercos. Me da orgullo que podamos hacer las mujeres ese tipo de juntas para salir un poco de la casa, no siempre puedo ir porque mi marido no me deja. Posición de resguardo: recursos físicos y financieros Las mujeres entrevistadas no son propietarias ni de casas ni de tierras agrícolas; todo pertenece a sus esposos, los cuales las heredaron de sus padres. Empero, algunos cónyuges
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no tienen títulos de propiedad, ya que sus padres todavía viven. En Santiago, los hijos menores son los herederos de las tierras debido a que se les adjudica el cuidado de los padres ancianos. No acostumbran dejarles tierras a las mujeres, sólo los hombres heredan. Sin embargo, muchas mujeres construyeron los diferentes cuartos que conforman sus hogares, poco a poco, y con el dinero que obtuvieron como producto del comercio o de la producción de artesanías. Además, ellas junto con sus hijos han participado en la construcción. Esta situación las coloca en desventaja, ya que invirtieron su dinero en los cuartos que conforman sus hogares y el terreno no les pertenece. Sin duda, el trabajo de las mujeres en las unidades campesinas puede verse como una prolongación del trabajo doméstico en la medida en que no recibe remuneración; de tal suerte que su papel en la agricultura no se asume como determinante, sobre todo porque la propiedad de la tierra la detenta, en la mayoría de los hogares, el cónyuge. Algunas señoras ofrecen su fuerza de trabajo entre vecinos o parientes en tiempo de la cosecha; así, son jornaleras cuando los agricultores tienen necesidad de contratar mano de obra. La forma de pago de estas mujeres puede ser en efectivo o en especie. Cuando colaboran en la cosecha de maíz pueden pagarles con ese producto, pero cuando trabajan en la recogida de rastrojo, la molienda y su empacamiento, el pago puede ser en efectivo. Ambos cónyuges se pueden emplear en las parcelas de Santiago aunque, a la vez, trabajen tierras de su propiedad. Las labores agrícolas que realizan las mujeres en los terrenos de sus cónyuges son vistas como una “ayuda” por lo que no obtienen remuneración alguna. En esas actividades, al igual que en el trabajo doméstico propiamente dicho, no tienen acceso a dinero corriente, la tierra no les pertenece (salvo en ínfimos casos), no pueden conseguir recursos a su nombre, si no son dueñas de la tierra; no pueden obtener subsidios, salvo para la cría de animales, la instalación de huertos familiares u otros proyectos dirigidos hacia el binomio madre-hijo. Pero en términos generales no se les reconoce su derecho a los recursos productivos, ni su papel como productoras no intensivas de la parcela12. En este caso, cuando los maridos no se encuentran en la comunidad porque realizan otras actividades remunerativas, asumen otras responsabilidades que no son socialmente reconocidas, pero sí muy importantes en el desarrollo de la pequeña unidad doméstica campesina. Así, si las mujeres no tienen derecho a recursos materiales, y si socialmente no se le reconoce su
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Me refiero al hecho de que la mujer no realiza todo el proceso productivo agrícola, se integra en algunas labores, además de que se encarga del cuidado de los animales. 17
trabajo agrícola, será difícil que puedan acceder al control ideológico que implica reconocimiento a sus capacidades. Otra posible fuente de resguardo es la labor de pastoreo; ya que, precisamente, una de las actividades que caracteriza a las mujeres santiagueñas es la cría de borregos. Aunque no son los únicos animales que cuidan, pues también suelen encargarse de aves de corral, con las que cuentan en mayor número porque son más baratas e invierten menos tiempo en su alimentación, al contrario del ganado ovino que necesita un desplazamiento mayor en el agostadero para hallar alimento. Por su parte, los guajolotes se han convertido en aves rituales, pues con ellos se alimentan los días de las fiestas religiosas y familiares. No es raro que estas mujeres utilicen los animales que crían como “alcancía”, que será utilizada en casos imprevistos relacionados con la educación de los hijos o con una enfermedad. En tiempo de riego, por ejemplo, pueden recurrir a la venta de borregos para pagar el costo del agua, cuestión, por lo demás, que va a beneficiar al cónyuge, ya que la tierra sembrada le pertenece a él. Si el apremio no es mucho se quedan un tiempo con los animales para obtener algunos productos derivados. Existen unidades domésticas donde no se realizan labores agrícolas pero sí pecuarias, cuyo seguimiento recae en las pastoras. Así como las mujeres obtienen productos de su labor agrícola, como el maíz que pueden transformar en tortillas, sus actividades pecuarias les permiten obtener carne, leche y huevo para la alimentación de la prole e, incluso, para la venta (como es el caso de los animales ya criados). En este tipo de labor, las mujeres obtienen recursos materiales si se realiza la venta de los productos; con esta actividad pueden obtener control sobre sus recursos en la medida en que son ellas las que los venden, aunque la venta se realice esporádicamente. Para esta tarea sí hay un reconocimiento social en tanto es una labor que se atribuye a las mujeres. Sin embargo, en muchos casos son los maridos los que venden los animales, sobre todo ganado ovino, y se quedan con el producto de la venta, dejando a las mujeres como receptoras de lo que ellos tengan a bien darles, para el gasto doméstico. Las actividades artesanales realizadas por las mujeres en Santiago, generan también una posición de resguardo, pues les allega dinero líquido con el que pueden adquirir mercancías necesarias para la subsistencia. Dentro de sus labores artesanales, a las que se dedican al terminar las domésticas, algunas mujeres otomíes bordan servilletas, confeccionan muñecas de trapo, y las blusas, fajas y quesquémetls del atuendo tradicional otomí, así como pulseras de hilo y piedritas de plástico, pantalones de manta y diademas para el cabello.
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En las labores artesanales y comerciales sí se reconoce enteramente la participación de la mujer. Ella se queda con el producto de su trabajo y lo distribuye entre la compra de insumos, las necesidades del hogar y el ahorro. En cuanto a los ingresos obtenidos de esta actividad, el hombre tiene poco que hacer, ya que no se le permite su ingerencia en la distribución. En esta actividad se nota una apropiación de los recursos por parte de las mujeres, situación que se ve mediada por el control que mantienen los hombres sobre la movilidad y la toma de decisión de las mujeres a través de los “permisos”. Este permiso implica una negociación entre los integrantes del hogar, ya que el empoderamiento absoluto no lo detenta ninguno de ellos; empero, culturalmente se le ha dado el control a uno de los géneros, que en este caso es el que hace las concesiones. Sin embargo, es un hecho que las mujeres también son proveedoras de sus hogares. Más que las artesanías13, el comercio migrante14 es una actividad tradicional, que se ha difundido de padres a hijos, a tal grado que es una cualidad significativa de la identidad de los santiagueños; para las mujeres, es su cotidianidad. Una vez terminada la hechura de las artesanías, las mujeres deben buscar un mercado foráneo donde colocarlas, aunque el comercio que realizan también consiste en vender productos diversos tales como chicles, semillas, dulces, etc.. La emigración en Santiago Mexquititlán, cuando se refiere a las mujeres, no es un fenómeno que se presente en solitario sino que es eminentemente familiar15. Son los esposos, los hijos, los hermanos o los padres quienes más acompañan a las titulares al momento de migrar. Las santiagueños realizan, una migración eminentemente interna que supone su desplazamiento o movilidad de un lugar a otro de la República Mexicana (del tipo rural-urbana). La migración también es temporal, llamada circular o transitoria, ya que ellas efectúan desplazamientos recurrentes y continuos, es decir, mantienen la residencia habitual en su comunidad de origen y sólo la abandonan según sus intereses y necesidades. Las artesanías y el comercio ambulante constituyen el medio por el cual las mujeres de Santiago obtienen recursos materiales, en este caso dinero, que pueden controlar, 13
La elaboración de las clásicas muñecas otomíes de trapo data de la década de los 70, cuando desde el INI resuelven capacitar a las mujeres en una actividad que les permita ganarse la vida. 14 Lo llamo comercio migrante porque esta actividad se realiza significativamente fuera de Santiago Mexquititlán. Este es un pueblo de trashumantes que desde la época prehispánica se dedica al comercio. 15 Al igual que en las comunidades que presenta López (2000), las mujeres solteras se van de la comunidad por motivos económicos por tiempos más prolongados, pero la mayoría de las veces las reciben familiares en los lugares de destino. 19
siempre y cuando el dinero sea guardado o escondido del cónyuge16. Sin embargo, la emigración también está mediada por el permiso que el marido, el padre o el hermano le otorguen a la mujer migrante. En consecuencia, el empoderamiento es un proceso complejo que no sólo depende del control que las mujeres pudieran tener sobre sus recursos monetarios, sino de otros factores culturales, como ya se había mencionado, y que implican la negociación constante con el cónyuge para que no coarten el total acceso de las mujeres hacia los escasos recursos disponibles. Otra fuente de resguardo, para algunas mujeres, ya que no todas las mujeres de los proyectos la reciben, es la beca que proporciona el Programa Oportunidades de donde obtienen un dinero seguro, cada dos meses. Si bien es poco, ya que sólo les dura para unos días, les da tranquilidad y certidumbre ya que están seguras que es un dinero que recibirán. Las mujeres entrevistadas aseguran que no lo recibieron porque no se encontraban en la comunidad cuando pasaron a encuestar a las familias, pero que próximamente serán beneficiadas. Existe una mujer en el grupo que es soltera, que se queja de que por serlo no recibe apoyos como la beca de Oportunidades; que esa situación es difícil y se tiene que ganar la vida trabajando duro en el campo, como jornalera. Otras mujeres también son jornaleras, pero están casadas. María Petra: El programa Oportunidades sí ha sido una gran ayuda, un hijo mío de secundaria lo recibe y con ese dinero compro los uniformes, sus útiles, me dan leche para los chiquitos. Llevo al médico a todos mis hijos. Invierto en el programa dos días, al mes. Uno en ir al doctor y otro en la plática médica. Y cada dos meses agrego otro día, que es el día en que me dan el dinero. Lo del programa Oportunidades igual lo manejo yo, a mi esposo le digo si quiere dinero se ponga a trabajar porque ese dinero tampoco es mío sino de mis hijos. Conclusiones Se ha buscado a lo largo de este trabajo evidenciar que las mujeres de Santiago Mexquititlán cuentan con una posición de resguardo que proviene de su trabajo mismo; en efecto, ellas son mujeres trabajadoras que se ganan la vida como artesanas y como comerciantes, y pese a que en la mayoría de los casos proporcionan un dinero regular en sus hogares, las desigualdades debidas a su condición de género y a las relaciones de parentesco dentro de su etnia, no les permiten tener un mayor control sobre sus vidas. 16
Martínez (1998) menciona en su trabajo sobre los migrantes otomíes en Guadalajara, el caso de las mujeres que esconden el dinero que obtienen del comercio para que sus maridos no se los quiten, sobre todo para la compra de bebidas alcohólicas. 20
En efecto, en la dimensión personal observé la confianza en sí mismas, la dignidad personal y el sentido de sí mismas en un contexto amplio –que propuse como búsquedas, pues abatir las desigualdades genéricas es complicado en arenas sociales muy tradicionales—. En el primer caso, las mujeres han tenido que supeditar su matrimonio y el número de hijos a los deseos de sus maridos, utilizando una postura relacional llamada “permiso”, que supone conceder al cónyuge la calidad de dueño, y al que, por lo mismo, se le debe respeto. Asimismo, en la dignidad personal que supone la educación, ésta se vio truncada desde la infancia por el hecho de nacer mujeres. El trabajo tampoco les ha dado emancipación. Buscan la manera de conseguir percepciones monetarias, siempre con la anuencia de los cónyuges, los cuales aceptan a regañadientes el trabajo de las mujeres porque no pueden dotar a sus familias de todo lo que necesitan; empero, la decisión de los cónyuges es un hecho contundente. Si bien las mujeres se dan cuenta de esta situación injusta, pues ellas trabajan mucho para sostener a sus familias y no cuentan con un reconocimiento social explícito por ello, dejan que los maridos sigan dando la última palabra en cuestiones tales como la entrada o no de las hijas a la escuela y sobre el trabajo de ellas mismas fuera de la comunidad; además, muchas veces los maridos tratan, por la fuerza, de quedarse con el dinero que ganan. En la dimensión de las relaciones familiares que suponen la capacidad de negociar, la capacidad para comunicarse, la capacidad para obtener apoyo y la capacidad para defenderse así misma, de las mujeres santiagueñas, descubro que los hogares se encuentran signados por la violencia intrafamiliar, donde ellas responden a este hecho, permaneciendo calladas. Se quedan en estas relaciones hasta que los maridos se enfrentan a los hijos mayores, y dejan de golpearlas, o deciden dejar a las mujeres en la comunidad porque hallaron nuevas relaciones en otros sitios. Muchas veces el origen de la violencia se localiza en el control de los recursos que las mujeres obtienen con su trabajo. Ahora bien, las relaciones de parentesco son muy estrechas en la comunidad otomí, motivo por el cual las mujeres obtienen ayuda de la familia cercana, sobre todo de las hijas, y de la extensa, sobre todo de hermanas y cuñadas. En realidad, los cónyuges ayudan poco cuando se trata del trabajo doméstico. Además, la residencia patrilocal y virilocal de los recién casados, somete
a las mujeres jóvenes al control de las suegras, quienes también llegan a
maltratarlas. En cuanto a la dimensión de las relaciones colectivas en Santiago Mexquititlán se observa que a las mujeres en general, les cuesta mucho participar, ya sea porque sienten que no hablan un español “adecuado”, o porque creen que no tienen práctica en la 21
exposición de sus problemas en público. Sin embargo, las mujeres entrevistadas y que participan en los proyectos antes mencionados, se han ido capacitando sobre como conducirse en una organización productiva, si bien todavía esperan mucho de las instituciones, el hecho de reunirse las hace identificarse con otras mujeres en sus circunstancias. Ahora bien, como lo señala Agarwal, para que la mujer obtenga una posición de resguardo que le permita empoderarse para alcanzar el poder con otros y desde dentro, debe poseer y controlar activos o bienes (sobre todo tierra); debe tener acceso a empleo o a otras fuentes de ingreso; debe tener acceso a recursos comunitarios; acceso a sistemas tradicionales de apoyo; acceso al apoyo de las organizaciones de la sociedad civil y acceso al apoyo del Estado. En Santiago Mexquititlán, muchas mujeres no son dueñas de la tierra; pese a que trabajan para conseguir ingresos, sobre todo en el comercio y en las artesanías, y no logran tener canales adecuados de comercialización y muy pocas tienen un empleo formal; los recursos comunitarios tradicionales se encuentran limitados porque, si bien cuentan con el apoyo de parientes, no se sostiene lo suficiente para lograr ayuda mutua de calidad, por ejemplo, los niños que se quedan solos, a veces, no son cuidados diligentemente; el acceso a los recursos comunitarios sólo les llega por intermedio del cónyuge; si bien actualmente reciben financiamiento de la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y de una Organización de la Sociedad Civil, todavía no es suficiente para que estas mujeres se potencien de tal manera que puedan controlar todos sus recursos; y el apoyo del Estado se limita al Oportunidades y a la Comisión, como ya se dijo. Con una posición de resguardo endeble las mujeres de Santiago no logran un poder de negociación tal que les permita que sus intereses sean considerados al interior de sus hogares. Por esta razón se hace necesario que se promuevan programas de desarrollo feministas que contemplen el empoderamiento de las mujeres. Que los diversos programas gubernamentales que llegan a Santiago promuevan y paguen a expertas para realizar talleres de concientización, que descubran cuál ha sido el papel que han desempeñado tradicionalmente las mujeres en las relaciones de género, y cómo pueden superar su posición de subordinación respecto al hombre y en general, a las figuras de autoridad que les limitan el acceso a los recursos materiales e ideológicos. Bibliografía Agarwal, B. (1994). A Field of One´s Own: Gender and Land Rights in South Asia. Cambridge, Cambridge University Press.
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