Las peticiones de una fiel

Las peticiones de una fiel jenny valencia alzate valle del cauca ¿Una fecha? Día 10, años 80’s, mes primaveral. ¿Valencia? De músico grande, contento,

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Las peticiones de una fiel jenny valencia alzate valle del cauca ¿Una fecha? Día 10, años 80’s, mes primaveral. ¿Valencia? De músico grande, contento, marihuanero. ¿Alzate? De doña pequeña, repelente, hipervaliente. ¿Jenny? Rompimiento de acuerdo marital: él que quería llamarla Libertad. ¿Niñez? ¿Juventud? Pereira. Un avión. Cuentos. Una mita. Un pito. Dos primas. Dos tías. Un hermano. Mucho canto. Poco lloro. La quebrada. El adiós. Cali. Tres novios. Mil escuelas. Muchos kilos. Amiguitos. La lambada. Burbujas de amor. Oki Doki. De pies a cabeza. Clase de Beverly Hills. Secundaria. Chica gorda. Novio Adonis; vuela himen. Rumba’e barrio. Viene el rock: llega Fito, se va

Fito, queda Charly, queda Serú. Adiós once. Viene la U; no me gusta la U. Novio extraño; teatro, embobamiento, letaaaaargo… ¡Vuelvo! Parí lobo. Vuelvo a la U. Espanto chico. Corrompo amiga. Conozco al sol. Me bautizo en pance. Llega el amor. ¿Ahora? Un avión. Cuentos. Un vampiro. Rico porro. Dos primas. Dos tías. Un hermano. Mama mía. Mucho canto. Mucho lloro. Un viaje. La academia. Tres amigos. Mil ayudas. Rubén Blades. Profe Julio. “Que sos Jenny”, con Mateo, ahí va Magda. Y la vida: este juego. ¿La escritura?: el camino, el encuentro, la verdad.

Literatura. Universidad del uno Valle. Cali, Valle del Cauca

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Las peticiones de una fiel jenny valencia alzate

L

a mañana que mi abuela, con sus ojos de leona sabia y sus noventa y tres años desparramados en su pellejo marchito, me dijo que los hombres no se buscaban, sentí que ese era el decimoprimer mandamiento divino. Me había sorprendido llamando con gritos desesperados a Tito, mi vecino de seis años, con quien había quedado de verme a las tres de la tarde al otro lado de la colina para vivir la experiencia inefable del primer beso; necesitaba decirle que no olvidara cepillarse los dientes pues mi tía Mariela, ducha en amores y donaires, decía que nada más feo en el mundo que un hombre con mal aliento. Me pinté los labios de rojo carmesí con el labial que mi tía guardaba muy cuidadosamente para las noches de rumba en el pueblo. Me puse el vestido dominguero que estaba reservado solo para ocasiones especiales y que tenía un alto vuelo por sus hermosos boleros tricolor, y empecé a dar alaridos disonantes: “Tiiiiiitooooooooo, se cepilla los deeeeeeeenteeeeeeeeeeees!!!!”. La vieja, con la rama de verbena en una mano y el índice acusador en la otra, me propinó más de treinta azotes en las nalgas hasta 156

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el punto de malbaratarme el vestido, se echó bendiciones mientras me limpiaba la boca aún inocente y me dijo que jamás debería olvidar aquel principio de la dignidad femenina: “LOS-HOM-BRESNO-SE-BUS-CAN-CU-LI-CA-GA-DA-DE-MIER-DA”. Además me anunció un horrible castigo divino si lo volvía a hacer, castigo que hoy, diecinueve años después, todavía estoy esperando. La abuela tenía un cuerpo de matrona milenaria. Mientras rezaba el rosario a las seis de la tarde, mandaba a guardar las gallinas, ponía a remojar el maíz y le pedía a Dios que expulsara a todos los pecadores del libro del Paraíso. Por eso, ese día, después de la terrible paliza, me sentó en el pináculo de la colina donde yo tenía la cita que no pude cumplir e ideó un plan para que Dios me perdonara por mi temprana disposición a los besos. Desde aquella vez fui obligada a asistir al grupo de oración de la vereda, compuesto por puras viejitas con cara de culicontentas arrepentidas. Además, me fue prohibido todo trato confianzudo con los hombres. Durante los siguientes años, la abuela me medía la cadera con un metro cada treinta días y se la pasaba mirando con qué pie empezaba a caminar. Hacerlo con el izquierdo y estar más caderona serían señales inminentes de haber perdido la virginidad, lo que inmediatamente me convertiría en la culpable de que ella se muriera de un infarto fulminante por no aguantar la pena de tener una nieta pecadora, que no pudo llegar al altar casta, pura y vestida de blanco celestial. En todo caso, la pobre murió engañada porque yo, atacada por el deseo de mis hormonas protestantes, me follé a Tito en el establo cuando teníamos quince años. Siendo consecuente con aquello de que Dios quiere lo mejor para sus hijos, concluí que a Él no le parecería malo que sus fieles disfrutáramos de tan deliciosos placeres. j e n n y v a l e n c i a a l zuanto e

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De ahí en adelante no paramos de hacerlo y siempre tuve presente arrancar con el pie derecho en el caso de que la abuela estuviera por ahí. Desde entonces todo se me convirtió en un juego simple. En la noche, la abuela me veía acariciar la camándula con tanto fervor que no podía dudar de mi inocencia. Le pedíamos a Dios todo cuanto quisiéramos. Mis peticiones iban desde una camioneta que pudiera subir lomas, pasando por la paz mundial, hasta un rápido crecimiento del pene de Tito, petición esta que, obviamente, hacía en secreto. Y en la tarde, mientras todos hacían la siesta, me iba al establo a bajarle los pantalones a Tito y así comprobar qué tan complaciente podía ser Dios con sus fieles. Luego daba gracias al Ser Supremo por sus complacencias y me apresuraba a llegar a casa, pues pronto serían la seis, hora del Santo Rosario.

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