Las prácticas religiosas CAPÍTULO XIV Confesión de Fe Frumen Escudero Arenas

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Viridiana. Isabel Escudero
Viridiana Isabel Escudero El siguiente artículo de la poeta y pensadora Isabel Escudero fue originalmente publicado en la revista Cinema 2002 Nº 28. M

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LAS PRÁCTICAS RELIGIOSAS Escrito por Administrator Domingo, 25 de Agosto de 2013 22:07 -

“Hay prácticas religiosas que son más actos religiosos que expresión de una fe que nos humaniza en nuestras costumbres y en nuestras relaciones ordinarias de la vida”

(Un profesor de teología Pastoral).

Las prácticas religiosas CAPÍTULO XIV – “Confesión de Fe” Frumen Escudero Arenas

Ya desde chiquito, me gustaba estar presente en las celebraciones religiosas. Pronto comencé a ser acólito, y a participar en la celebración de la Eucaristía, en el rezo del rosario, en las procesiones y en las rogativas. Acompañar al sacerdote cuando iba a casa de algún enfermo para llevarle la comunión o administrarle “la extremaunción”, me impresionaba, y me gustaba mucho la catequesis, dada por el mismo sacerdote y con “incentivos” para los mejores.

Todo el pueblo participaba en las celebraciones religiosas y era una “obligación” hacerlo: las mujeres se cubrían la cabeza y se colocaban en las primeras sillas, los hombres se la descubrían, acostumbrados a llevar la boina, que les protegía del calor y del frio, y se colocaban en los bancos de la parte posterior de la iglesia. Los niños y niñas, en filas separadas, ocupábamos los primeros puestos; las mujeres, ocupando siempre los mismos lugares por los que pagaban “sus derechos”, estaban en un segundo lugar; las más jóvenes de

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entre ellas, “las mozas del pueblo”, encargadas de los cantos, tenían su lugar especial; y el espacio para los varones estaba al final, los mayores en la parte baja del coro y los más jóvenes en la parte superior. Toda una organización, que había que respetar y no cuestionar porque las cosas siempre se habían hecho así.

Cuando se celebraban bautizos o matrimonios, la alegría de todos era grande: quien iba a ser bautizado a los pocos días de haber nacido, llevado en brazos por la mujer que había atendido en el parto, era recibido a la puerta de la iglesia, y era el propio padre quien daba a conocer su nombre; terminada la ceremonia religiosa, eran los padrinos quienes compartían con todos los presentes caramelos y almendras garrapiñadas, y algunas monedas de acuerdo a sus posibilidades económicas. En las bodas, que tenían también validez civil, estaban los invitados especiales, llegados muchas veces de los pueblos del contorno, quienes colaboraban con la fiesta por ser familiares directos de los novios.

¡Los entierros y funerales eran muy tristes! En procesión se llegaba hasta la casa del difunto, donde todo el mundo estaba vestido de negro, particularmente las mujeres, para llevar el cuerpo del fallecido hasta la iglesia del pueblo. Había muchos responsos pidiendo el “eterno descanso” del difunto y la colaboración económica de los vecinos. En el cementerio, adosado a la misma iglesia, se daban las escenas más “trágicas”, y los lloros y algunas veces los desmayos nos dejaban a todos petrificados. Se terminaba la ceremonia regresando de nuevo a la casa familiar para abrazar y besar a los familiares más próximos, dándoles el “pésame”.

Las celebraciones más solemnes eran en la fiesta del pueblo, cuando los sacerdotes de los pueblos vecinos llegaban, pudiendo haber un predicador especial, quien solía tener dotes para “echar un buen sermón”. Las procesiones con las imágenes de los santos y santas o, aquellas otras que recorrían las calles del pueblo en Semana Santa, el día de Pascua de Resurrección o el Corpus Christi, eran presididas por el gran estandarte y por la cruz parroquial. Las rogativas, sobre todo en la fiesta de San Marcos, iniciadas en las primeras horas, al amanecer, nos llevaban hasta los distintos puntos del terreno municipal para pedirle a Dios cuidara de las cosechas, dando importancia a esos lugares donde según la tradición había habido una ermita o algún convento.

En este ambiente religioso crecí, por lo que se puede entender, fácilmente, mi disposición, ya desde chiquito, hacia el cumplimiento de unas prácticas religiosas consideradas parte esencial de la misma vida, y de las que no se podía prescindir: había que saber dejarlo todo cuando se escuchaban las campanas de la torre de la iglesia llamando a la Eucaristía, al rosario, a la procesión o a la rogativa. ¡Pero todo esto cambió! Poco a poco fue cambiando la vida de la gente de los pueblos, la presencia de los sacerdotes en las zonas rurales fue disminuyendo y la

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modernidad y el secularismo “terminaron” con muchas de estas tradiciones religiosas. La Iglesia, también, evolucionó, y el Concilio Vaticano II nos hizo entender que los “tiempos nuevos” exigían formas nuevas de manifestar nuestra fe.

El peligro está en seguir pensando en que tenemos que seguir viviendo nuestra fe de la misma manera y con las mismas prácticas religiosas, y negarnos a un cambio, que en muchas cosas debe ser radical, porque radical han sido, también, los cambios sociales, permaneciendo siempre lo esencial, y cambiando, al mismo tiempo, formas y estructuras eclesiales. Pero las resistencias a cambiar son muchas: sin duda que han cambiado algunas formas, pero la reticencia a cambiar en la Iglesia “el ropaje ampuloso” y las estructuras, la manera de organizarse y de dar responsabilidades “a otros”, nos cuesta mucho más cambiar.

Cuando pienso en lo fundamental, pienso en la manera de celebrar los sacramentos en la Iglesia, particularmente la Eucaristía: ¡la Eucaristía como “Sacramento del Amor”, signo sensible de la unidad en la Iglesia y lazo de la caridad! En la Eucaristía se reconoce y celebra la presencia de Jesús que se ofrece al Padre como víctima y se da en alimento, pero, al mismo tiempo, estando en comunión con la vida de los más pobres: hay que encontrar en la Eucaristía y en los pobres la misma presencia real de Jesús entre nosotros. Posiblemente, en nuestras comunidades nos hayamos quedado en la primera parte de esta afirmación y nos hayamos olvidado de la segunda, siendo ambas complementarias.

Cuando me toca presidir la celebración de la Eucaristía, siento una gran diferencia y la percibo sensiblemente: no es lo mismo cuando celebro la Eucaristía en una pequeña comunidad que cuando tengo que celebrarla en una gran iglesia, llena, posiblemente, de “fieles”. En una pequeña comunidad todo es más personalizado, nos conocemos y todo es mucho más cercano y sencillo. Cuando entro en una iglesia, busco “instintivamente” la capilla del sagrario y me gusta ponerme de rodillas ante él, pero hay que aceptar que los sagrarios “están muy abandonados”, como decía el Obispo Manuel González García, Apóstol de los sagrarios abandonados.

La oración de adoración es fundamental: saber “perder el tiempo” ante Jesús Eucaristía, sabiendo que en el silencio es donde mejor se escucha y sabiendo que con el silencio podemos agradecer e interceder mucho mejor que con las palabras. Es contemplando a nuestro Buen Hermano y Señor Jesús, presente en la Eucaristía, donde podemos encontrar y reconocer su presencia en nuestros hermanos más pobres, e ir a ellos porque son el mismo Jesús de la Eucaristía.

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Deseo centrarme en un texto de San Mateo, 6, 1-6 y 16-18, para subrayar lo que considero más importante en las prácticas religiosas y que la Iglesia pone a nuestra consideración el día Miércoles de Ceniza en la liturgia, invitándonos a todos a la conversión. La ley, según Jesús de Nazaret, debía ser cumplida por sus discípulos con mayor perfección que los escribas y los fariseos, y este principio lo aplica al cumplimiento de las prácticas religiosas: Jesús no critica en sí mismas las prácticas religiosas sino que critica la forma y finalidad con que son hechas. Este Evangelio subraya la actitud interior a la hora de “cumplir” con la norma religiosa.

Compartir con los pobres: “Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt. 6, 3-4).

Jesús de Nazaret está de acuerdo con “dar limosna”, pero no está de acuerdo con que “publiquemos” nuestras ayudas, que vayamos diciendo a todos y por todas partes las limosnas que hemos dado. Quizás, Jesús está pensando en el derecho que los pobres tienen a lo que “nosotros tenemos”, considerando que las cosas son de quienes las necesitan para la vida. Esto cuestiona nuestro “derecho absoluto a la propiedad”, y el considerarnos más como administradores que como propietarios de nuestros bienes.

Hacer oración: “Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt. 6,6).

Jesús de Nazaret asistía a orar en el templo de Jerusalén, pero estaba un poco “cansado” de ciertas costumbres, hasta el punto de tomar el látigo en una ocasión y echar del templo a todos aquellos que habían hecho del templo un lugar de negocios, y critica a quienes rezan “para cumplir y ser vistos”. Quiere una oración sencilla, sin ostentación, humilde y confiada.

Hacer penitencia: “Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt. 6, 16-17).

Que la penitencia sea considerada, también para nosotros, como una expresión de haber entrado en el proceso largo de la conversión, y que la alegría y la fiesta sean porque estamos avanzando por el camino del bien: ¡los grandes “demonios” se vencen con el ayuno!

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