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Amor y poder Las condiciones del amor en el discurso freudiano
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Leticia Glocer de Fiorini
En este trabajo nos ocuparemos de los discursos sobre el amor en relación con el poder y la diferencia de los sexos. Trabajaremos acerca de los espacios de poder en los que se desarrolla el amor, vinculándolos con escisiones fundamentales en la vida psíquica. Se tendrá en cuenta especialmente cómo estas condiciones afectan en forma diferencial los destinos del amor, del deseo, de la pasión, en uno y otro sexo.
Sobre una condición de amor En sus Contribuciones a la Psicología del amor, Freud ( 1910 ) describe con mucha agudeza una condición de amor en el hombre, en la que la elección de objeto se apoya en el amor por las mujeres fáciles. La característica de esas mujeres será la de ser objetos amorosos de supremo valor y, además, la de ser sustituibles llegando así a la formación de una larga serie. Esta condición de amor incluye la existencia de un tercero perjudicado. Este es un tipo particular de elección de objeto, que se presenta con una variedad que oscila entre los individuos en los que se observan rasgos aislados hasta la configuración en ciertos casos de una tipología completa. Esta elección tiene sus raíces en la escisión entre las corrientes tierna y sensual, en la disociación madre/prostituta, y está referida a las vicisitudes del Complejo de Edipo.
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Afirma Freud que" en la vida amorosa normal, el valor de la mujer es regido por su integridad sexual, y el rasgo de liviandad la rebaja". Es decir, que, en términos freudianos, habría un valor -como consenso de aceptación, más rígido o más laxo- que determinará que lo normal en la vida amorosa de una mujer sea la integridad sexual. Esta integridad implicará una condición virtuosa que definiría a una mujer normal y digna de ser amada. En este contexto quedará implícito que estos valores diferirán con los que definen una posición masculina, en la que una vida virtuosa o la virginidad serán descalificadoras de la masculinidad. Estos saberes sobre el amor conforman -en términos de valores- uno de los discursos más fuertes sobre la diferencia entre la posición femenina y masculina. Así se configura el Don Juan, como prototipo del hombre que desea a todas las mujeres, pero que no ama a ninguna. Y así se configurará la mujer que priorizará el amor por sobre el deseo, especialmente bajo la forma del ser amada. Estas configuraciones responden a construcciones imaginarias que, al constituirse en universales, afectarán la posición singular de cada sujeto. Hay que tener en cuenta que los valores a los que Freud se refiere forman parte de un discurso parcialmente vigente y cuya colisión con otros discursos actuales genera tensiones de consecuencias todavía impredecibles para la teoría. Esto implicará investigar la trama de conexiones y oposiciones entre la episteme propia de cada época, los discursos sobre la diferencia sexual, la constitución del aparato psíquico y las condiciones de subjetivación en ambos sexos. En este punto conviene señalar la imposibilidad de categorizar un universal sobre la posición femenina, pero a la vez puntualizar que tampoco trabajaremos sobre la idea de una singularidad absoluta, sólo conceptualizable en la práctica clínica. Nos colocaremos en un espacio intermedio en que el universal está cuestionado, pero aceptando la existencia de ciertas variables compartidas que nos permitan avanzar en la cuestión de la subjetivación femenina. En "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa" (1912) Freud sostiene que la impotencia psíquica caracteriza la vida amorosa del hombre de cultura. Su contenido más universal es la fijación incestuosa que conduce a una escisión de las corrientes tierna y sensual. Sólo en una minoría se fusionan las dos corrientes, cuando es superado el respeto a la mujer y admitido la representación del incesto. Es decir, que el hombre casi siempre desarrolla su potencia plena con el objeto degradado. Pero, ¿qué peso tendrá para la mujer, que en el hombre se dé, en forma parcial o total, esta escisión?
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Según Freud "en nuestro mundo cultural las mujeres se encuentran bajo el efecto de contragolpe de la conducta de los hombres. Esto genera un efecto desfavorable tanto si no se las aborda con toda su potencia como si se las degrada o menosprecia." Siguiendo este desarrollo si la mujer elige el lugar respetado o aceptado deberá restringir su sensualidad. Y si elige la sensualidad deberá soportar el menosprecio. Esta teorización según la cual las mujeres se encuentran bajo un efecto de contragolpe de la conducta de los hombres, señalará para la mujer una posición paradojal. Ni la condición virtuosa ni la sensualidad plena, ninguna de estas posiciones será posible, no habrá elección, configurando así un vel de alienación. La virtud marcará una imposibilidad: la sensualidad no será posible a riesgo de la degradación. A la vez, la sensualidad bordeará un riesgo permanente: la caída como objeto degradado. Esta última posición condensará dos vertientes: por un lado, una fuerte devaluación narcisista y, por el otro, se configurará un fantasma de prostitución (P. Aulagnier, 1967). Freud agrega que desde la mujer no se produce la degradación del objeto sexual ya que no hay sobrestimación previa del mismo. Hay sí una prolongada coartación de lo sexual y reclusión de la sensualidad en la fantasía. Esto determina que la prohibición se una al quehacer sensual. La condición de lo prohibido es equiparable a la degradación de la vida sexual en el varón. Esta condición estaría en las raíces de la relación pasional. Por otra parte, al pasar del punto de vista de la elección de objeto al punto de vista de la pulsión Freud afirma que hay algo en la naturaleza de la pulsión sexual misma que es desfavorable al logro de la satisfacción plena y que la insatisfacción cultural sería una consecuencia necesaria de ciertas características que la pulsión sexual ha cobrado bajo la presión de la cultura. Agrega también que la frustración aumenta la significatividad psíquica de la pulsión sexual. Estas consideraciones nos conducen a subrayar que el cruce entre la ausencia de una satisfacción pulsional plena, por un lado, y el efecto de contragolpe que en la mujer generaría la escisión de las corrientes tierna y sensual en el hombre, por el otro, estará en las raíces de muchas problemáticas acerca de la condición femenina que aparecen en la consulta (frigidez, sentimientos de devaluación, etc.). Más aún, este cruce condicionará, a nuestro criterio, "un cierto tipo de elección de objeto en la mujer" en el que quedarán escindidos el amor y el deseo -a predominio del amor- aunque, como hemos visto, por motivos diferentes a los del hombre.
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Es decir, que desde estos saberes, la condición femenina queda sin posibilidad de resolver su posición en cuanto a la sensualidad y al deseo. Aquí, en el seno de estas escisiones surge el amor con una intensidad especial. El amor como salida preferencial frente a la no resolución del vel de alienación: ni la virtud, ni lo sensual. En este contexto se puede comprender la afirmación de Freud de que la angustia de castración del hombre tiene su equivalencia en la mujer como angustia frente a la pérdida del objeto, o más aún, frente a la pérdida de amor del objeto.
La pregnancia
materna
y el poder
Sabemos que la escisión entre lo tierno y lo sensual en el hombre responde a una fijación incestuosa. Se preserva absolutamente la imago materna a través de la corriente tierna, aunque reaparece degradada como mujer en la corriente sensual. Si incluímos la dimensión del poder como otra categoría, ¿ no estará también presente en aquella escisión el "horror" a quedar sometido a la madre pre-edípica, todopoderosa? ¿a quedar violentamente atrapado en ese poder? La cabeza de Medusa también es una referencia a los "terroríficos genitales de la madre", referencia a la castración en la madre que, dice Freud (1940), conduce a la angustia de castración en el varón. El " terror" a la cabeza de Medusa está asociado a una visión, que se apoya en un punto de vista y en una interpretación teórica previa: no hay amenaza de castración sin significación previa. Amenaza a la pérdida de potencia, a la feminización. Pero, ¿ no hay también un reconocimiento del poder atribuído a la madre, cuya castración -con todo el poder semántico que implica- también será necesaria para poder localizar afuera esta amenaza? Entendemos que esta configuración estaría sustentada en una escisión primordial de un "momento femenino" para ambos sexos, en el que la impregnación materno-filial marcará una exclusividad relacional con predominio de la posición pasiva para el hijo o hija. Momento sin palabras, de sensaciones, percepciones -que reaparecerá como ominoso desde lo familiar- y que será debilitante en el sentido de que está sujeto al poder materno ( Glocer de Fiorini, 1996 ). A la vez, su rígida escisión -principalmente en el varón- mantendrá el "horror" siempre vigente. Esta escisión será la expresión de un eje de relaciones de poder en el que, a través del discurso materno, se marcarán posiciones en cuanto a la construcción imaginaria de la masculinidad y la feminidad, a través del registro identificatorio y de los ideales ( Glocer de Fiorini, 19941.
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El amor, en ese espacio primordial será el agente privilegiado de transmisión de las propuestas imaginarias compartidas que definirán posiciones deseables para un hombre o una mujer, y que desde el inconciente parental se abrocharán al género del hijo plasmándose en identificaciones ideales. Estas producciones discursivas - y sus silencios- actuarán sobre el cuerpo del niño o niña y harán circular efectos de verdad y también vacíos o ausencias en cuanto a la diferencia. Las grandes divinidades maternas de los pueblos orientales fueron engendradoras y aniquiladoras. Freud trabajó estos aspectos en Los motivos de la elección del cofre (1913) donde se refiere a las diosas de la vida, de la fecundación y de la muerte. Poderío materno engendrador de ambivalencia, poderío materno encarnado en los mitos o en la fantasmática individual. Pero, señalemos que esto remite a una interesante contradicción ya que, por un lado, encarnará los grandes fenómenos de la vida y la muerte, el destino, la fecundidad pero, por el otro, este poderío hace contraste con la frecuente problemática vinculada a la caída de la autoestima y la desvalorización, detectada en la práctica clínica con mujeres. Quizás aquí se encuentra uno de los nudos más complejos de la teoría. Expresado en todo su desarrollo podría trazar uno de los itinerarios del deseo en Freud y sus preguntas sobre la mujer. En la afirmación freudiana de que los tres vínculos con la mujer son los que se dan con la madre, la amada -a imagen y semejanza de aquella- y la Madre Tierra, surge con toda claridad que la madre es el hilo conductor de estos vínculos. El problema siempre irresuelto será la tentación y búsqueda de la madre, sujeto del poder y sede de un goce original, que el imperativo de masculinidad obligaría a escindir en forma radical. Esta radicalidad coartará la vida amorosa en el varón, ya que sólo podrá expresarse en forma escindida. Debemos señalar que esto asienta en la figura teórica de una madre pulsional, atrapante y devoradora, sin posibilidades de crear un espacio simbólico-desean te. Es necesario subrayar que esta escisión será tanto más radical cuanto más amenazante sea la posibilidad de pasivización. Más aún, entendemos que se articulará con la escisión de las corrientes tierna y sensual en el hombre, que lo preservaría fantasmáticamente de quedar sometido a la madre todopoderosa. La desarticulación del amor y el deseo, le permitirá evitar la vía del amor por constituir una posible amenaza de sustitución de la mujer por la madre (P. Aulagnier, 1967). Pero, enfatizando que esto se dará a costa de un cierto empobrecimiento en el despliegue de su vida amorosa. Por otra parte, esta escisión primordial lateraliza y difumina la figura femenina, que quedará subsumida en la de la madre. Es decir, no queda espacio psíquico, espacio representacional para un sujeto femenino más allá de lo materno. Esto se dará en ambos sexos.
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De aquí derivará otro efecto de contragolpe en la mujer, efecto que estará en las raíces de sus dificultades de subjetivación como sujeto femenino, ya que sólo la maternidad crearía efectos de subjetivación .. La falta de representabilidad se articula con que la lengua y la gramática no están exentas de la problemática de la diferencia. L. Irigaray ( 1992 ) sostiene que en las lenguas latinas no hay gramática para la mujer, en el sentido de que el universal corresponde al hombre. El orden lingüístico excluye al género femenino, de tal manera que el femenino equivale a un no-masculino. Afirma que la diferencia sexual informa a la lengua y, a la vez, es informada por ésta. Entendemos que entre lo representable y lo no representable se crea un campo de líneas de fuerzas en el que se desplegarán configuraciones específicas de ejercicio de poder, que determinarán las condiciones del amor y el deseo en ambos sexos. "Todo es tan antiguo, vago, como si hubiera sucumbido a una represión muy intensa", dice Freud. Por eso, propone el auxilio de la transferencia con analistas mujeres cuando se le revela la fase pre-edípica (1931). Finalmente, el itinerario freudiano nos conduce a la siguiente conclusión: "El matrimonio no está asegurado hasta que la mujer haya conseguido hacer de su marido también su hijo y actuar (agieren) la madre respecto de él." Entonces, la feminidad tendrá como destino la maternidad, la mujer se subsume en la madre como forma princeps de sub-jetivación. En este contexto puede interpretarse su afirmación de que el amor del hombre y la mujer están separados por una diferencia de fase psicológica. Esto cierra un círculo teórico que determinará condiciones estrictas y poderosas que legislarán sobre las modalidades de la elección de objeto y sobre el amor, en ambos sexos. Estas condiciones tendrán relación con la forma en que ambos sexos se posicionarán en relación con la incompletud, y los efectos de poder que se configurarán en estos espaCIOS.
En estos hiatos, en estos espacios generados por escisiones primordiales en relación con el objeto primario, en estas líneas de fuerza desplegadas entre lo representable y lo no representable, entre sujeto-objeto, universal-contingente, activo-pasivo, se desarrollará el amor, como veremos marcado por las relaciones de poder-dominio, que serán componente intrínseco de estas relaciones.
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935 El Tabú y el poder
Sabemos que Freud ( 1918) atribuye el tabú de la virginidad de los pueblos primitivos, fundamentalmente a tratar de evitar la reación hostil de la mujer al primer hombre que la desflora. Por eso, en esos pueblos la desfloración de las vírgenes no las realizaba el marido. Pero, Freud avanza aún más, y llega a la conclusión de que la mujer es en un todo tabú para el hombre. Es lo ajeno, lo hostil. "Es diferente, misteriosa, por eso hostil". En consecuencia, el hombre teme ser debilitado, feminizado y "esto perdura entre nosotros". Es importante puntualizar que al ser diferente y por ende cargar con un misterio, le será atribuído un poder. El tabú se erige frente a un peligro: sólo es peligroso lo que tiene poder. Pero, el poder absoluto es el de la madre pre-edípica, omnipotente. No tanto el de la mujer, desde el momento en que el temor a la feminización es un paradigma de la pérdida de poder-potencia. Feminizarse es para el hombre un símbolo de debilidad y pasividad. Por otra parte, dice Freud, la hostilidad de la mujer genera servidumbre: paradójicamente, no se liberarían del marido por no haber consumado su venganza. La frigidez también sería una consecuencia de estas mociones hostiles. Avanza aun más, subrayando que la monogamia se aplica a la mujer, y que la servidumbre sexual es indispensable para poner dique a las tendencias polígamas ya que asegura la posesión de la mujer. La ambivalencia será una consecuencia que, en la mujer, estará condicionando una profusa vida de fantasía, y la búsqueda de una "pasión prohibida". De aquí surgirán las formas en que esto marcará la posición femenina relativa al amor, al enamoramiento, a la pasión, a la seducción. Recordemos también que Levi-Strauss (1962) ha planteado que la organización social y el pasaje a la cultura tiene como base la ubicación de las mujeres como objetos de intercambio. Que Freud (1923) ubicó en una serie lo femenino, lo pasivo y el objeto. Lacan ( 1972), por su parte, subraya que la mujer en posición femenina, como objeto a, es causa y objeto del deseo. Pero, el hecho será que la condición teórica de objeto a, de objeto de deseo, y la condición mítica de tabú generará determinadas condiciones de amor en la mujer, propias de esta lógica. Vemos, entonces, que se produce la conjunción de una serie de variables en las que se desplegarán relaciones de poder: a) La escisión de las corrientes tierna y sensual en el hombre y el efecto de contragolpe en la mujer que la conduce a una posición paradojal, sin
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resolución posible en cuanto a la relación entre 10 sensual y 10 tierno. Tanto desde el amor como desde el deseo se ejercerán relaciones de poder. b) La escisión del objeto primordial, como una operación tendiente a anular su poder, más radical en el hombre porque amenaza su masculinidad, y siempre con el riesgo de retornar en la figura de la mujer amada. e) La condición de tabú de la mujer en el sentido de 10 extraño, 10 amenazador y, como tal, sede de poder, con su contraparte, la hostilidad y servidumbre sexual en la mujer. Estas variables marcarán las condiciones en que el amor se convertirá en servidumbre, el deseo transcurrirrá a través de infinitas sustituciones, la seducción se pondrá al servicio del reaseguramiento del ser o la prohibición será una condición ineludible del despliegue sensual, de acuerdo a la posición asumida por cada uno.
Poder y condiciones
de amor
La relación madre-hijo, la relación hombre-mujer, toda relación humana es una relación de poder, espacio productivo, polea de transmisión. Poder en el sentido que le da Foucault ( 1979, 1986), como relaciones de fuerzas entre dos o más puntos, que tendrán una configuración propia y una relativa autonomía y que no son necesariamente reflejo de un poder mayor. Las relaciones de poder son inherentes a toda relación y, tal como afirma Deleuze (1987), las categorías del poder serán: inducir, incitar, moldear, desviar, facilitar o dificultar, ampliar o limitar. Desde esta perspectiva, toda relación de amor será también de poder. Eventualmente, podrán ejercerse en el eje dominador-dominado. Pero poder no es dominio, las relaciones de dominio objetalizan al otro y, en consecuencia, bloquean la posibilidad de estructurar una relación intersubjetiva. Cuando el poder se fija como dominio se instala una dimensión de violencia, en un presente de pura repetición. El campo del dominio es estático y rígido, el poder, en cambio, será móvil y temporal. Que la relación de poder no se transforme en una relación de dominio dependerá del eje en que se desarrolle: repetición y destino vs. diferencia y temporalidad. Pero, si seguimos los desarrollos freudianos se concluirá que las diferentes condiciones para la elección de objeto de amor en el hombre y
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en la mujer marcarán una cierta estabilidad o fijeza en el despliegue de relaciones de poder-dominio. En este contexto el deseo, por ser móvil y funcionar por desplazamiento y sustitución se prestará para afirmar la masculinidad y para ejercer un dominio que se apoyará en la no dependencia del objeto, ya que éste será sustituíble. Para la mujer, en cambio. el amor funcionará como condición del deseo, y el ser amada será el reconocimiento narcisista que eventualmente le permitirá desplegar su deseo, despliegue que siempre bordeará el riesgo de la devaluación narcisista. Esta condición estará en la base de la excesiva dependencia amorosa de la mujer y en la servidumbre amorosa descripta por Freud. Es necesario agregar que esta dependencia amorosa también puede ser una forma, diferente, de ejercicio de poder-dominio. El poder del amor será mostrarle al otro que es esencial, indispensable, para la propia existencia, para la integridad del ser. En este contexto el enamoramiento, entendido en un registro de exacerbación narcisista e idealización extrema, cumplirá distintas funciones en ambos sexos, de acuerdo a los desarrollos freudianos. En el varón estará al servicio del deseo y podrá seguir su recorrido, o se fijará en una mujer imposible En la mujer le permitirá entrar en el registro de la pasión y recorrer el camino del deseo o, por el contrario, evadirlo a través del enamoramiento platónico. Amor y enamoramiento, ambos comparten un registro narcisista. Pero, en el amor hay un reconocimiento del objeto como otro, en el enamoramiento, el objeto se desconocerá en favor de una demanda de gratificación narcisista. Entonces, el amor no será, desde este punto de vista, una fusión sin límites con el objeto, no será exclusivamente una reedición de la primitiva relación con la madre, no será sólo un presente sin pasado ni futuro, propios de una dimensión pasional-pulsional. Esta última dimensión surgirá frente a la amenaza de ruptura de la Unidad, generando el anhelo pasional de retorno al cuerpo materno. Es decir, que aunque el amor incluye condiciones de orden pasional, también producirá un plus: se producirá diferencia, por añadidura. La intervención tercera entendida como marcación simbólica permitirá el pasaje al universo de la cultura. El amor implicará reconocimiento del límite, de la finitud, del otro, pero no sólo en cuanto objeto, sino con su historia, su cuerpo, sus deseos. "El amor es, pues, amor de finitudes, propias, ajenas" (E. Trías, 1995). De esta manera, la dimensión letal de la pasión, en el registro tan ático, será relanzada a través del amor, al reconocimiento de la finitud, de la diferencia. Significará, también, que en el amor se conservará una
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condición pasional, pulsional, con un anclaje corporal, en una compleja e inestable configuración. En consecuencia esto nos lleva a rescatar en la pasión una faceta necesaria para la vida amorosa, para la sublimación y la creación que será indispensable en esta zona de intermediación. Esta interpretación nos conduce a entender el amor como bisagra, en una zona límite, de intermediación. Retomamos para ello uno de los discursos de Sócrates-Platón en el que Diotima coloca al amor como algo intermedio entre lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, entre lo divino y lo mortal, el amor no es pobre ni rico, mortal ni inmortal: es daímon. De la misma manera podemos pensarlo como un operador, como algo intermedio entre la repetición y la diferencia, entre el Destino y la elección, entre la atemporalidad y la historia, entre la pulsión y el deseo.
Resumen
Se ha tomado como punto de partida el discurso freudiano sobre el amor, y las escisiones sobre el amor y el deseo, diferentes en el hombre y en la mujer. Se subraya una escisión primordial en relación al objeto primario, que marca por su radicalidad una condición de amor escindido en el hombre, que generará un "efecto de contragolpe" en la mujer. Esta se verá sometida a las rigurosas leyes de una lógica paradojal -ni la virtud, ni lo sensual-, que no podrá resolver dentro de ese discurso. En el marco de estas escisiones se enfatiza la existencia de relaciones de poderdominio, que configuran espacios en los que se desplegará el amor. Se diferencia el amor del enamoramiento, ambos con raíces narcisistas. Pero, en el amor, habría un reconocimiento del objeto como otro, con su singularidad y su historia. Todo amor tiene una raíz pasional, letal; sin embargo, el amor va más allá del Destino ciego, de la repetición: agrega un plus que marca diferencia.
DESCRIPTORES: AMOR / PODER / HOMBRE / MUJER
Summary LO VE AND PASSION
The starting point ofthis paper is the Freudian discourse on love and the splits between love and desire, which differ in men and in women. There is a primeval split which takes place in relation to the primary object, which is so radical that it marks men with a split way of loving, which in turn has a counter effect on women. Thus women shall be subrnitted to the strict laws of a paradoxical logic-to be neither virtuous nor sensual- which is an impossible paradox to solve within this discourse.
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In the context of these splits, special emphasis is laid on the existence of powerdomination relationships, which form spaces where love shall unfold. Love is distinguished from the state of being in love, although they are both rooted in narcissism. However, in love the object is recognized as an Other, as having its own unique history. Love always has a passionate, lethal root; however, love goes beyond blind Fate and repetition: it bears a plus that makes a difference between the two.
Bibliografía
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