LETRAS DEL FACE Cuento y Poesía

LETRAS DEL FACE Cuento y Poesía Tomo 7 Compilado por Francisco Martín Campoy EDITORIAL DUNKEN Buenos Aires 2014 Compilado por: Francisco Martín Cam
Author:  Antonia Ríos Vega

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LETRAS DEL FACE Cuento y Poesía Tomo 7 Compilado por Francisco Martín Campoy

EDITORIAL DUNKEN Buenos Aires 2014

Compilado por: Francisco Martín Campoy E-mail: [email protected] Coordinación Editorial: Sabrina Mariel Vega [email protected] Los íconos utilizados en tapa son marca registrada de Facebook. Impreso por Editorial Dunken Ayacucho 357 (C1025AAG) – Capital Federal Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300 E-mail: [email protected] Página web: www.dunken.com.ar

Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723 Impreso en la Argentina © 2014 Autores Varios ISBN ISBN 978-987-02-6693-8 Obra Completa

PRÓLOGO

¿Cuál será el futuro del libro?, entendiendo al “libro”, en éste caso, como el objeto material impreso, y no como las nuevas modalidades digitales que vienen asomando en los últimos tiempos. Frente a ese interrogante han surgido diversas posturas, que van desde las más dramáticas y apocalípticas, hasta las más indiferentes y confiadas. Cabe destacar que al respecto surgen y surgieron diferentes debates de especialistas editoriales e intelectuales, y así como se mencionaron posturas bien asentadas en los dos extremos, también hay opiniones intermedias que afirman que es posible una convivencia entre las diferentes materialidades del libro. Aquí, no se pretende dar una respuesta insoslayable al conflicto anteriormente planteado; sólo manifestar una reflexión, o un posible punto de vista. Editorial Dunken, desde hace varios años, por intermedio de su proyecto “Letras del Face” propone un recorrido inverso. Textos que surgen y circulan inicialmente de manera digital, son seleccionados para obtener materialidad física, tras su paso por la imprenta. Esto demuestra y afirma lo importancia que se le sigue atribuyendo al LIBRO en nuestra cultura, el valor que otorga el objeto por sobre lo intangible. De todas maneras, tampoco se busca opacar los avances tecnológicos informáticos, sobre todos los referidos a la comunicación. Justamente, es frente a la comunicación que se construye una paradoja: por un lado nos acerca, asegurando la posibilidad de dialogar con cualquier parte del mundo, estar conectados; pero por otra parte, nos aleja, el encuentro es intermediado por redes inalámbricas y se pierde el encuentro real. En este Letras del Face, se observa un similar fenómeno. A pesar de que los autores se encuentran distanciados, en diferentes puntos del país, se produce una comunicación en sus producciones -por mera casualidad o fuerza del destino- que se continúa, se tocan, son fruto de mismas fuentes de inspiración. En ocasiones pueden ser interpretadas como respuestas entre una y otra, o distintas apreciaciones sobre una misma problemática. La era digital impone el predominio de la vista, y en ciertos casos del oído, por sobre sentidos del tacto y el olfato. Es posible que con el paso del tiempo, futuras generaciones hagan de la lectura en pantalla un hábito genera-

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lizado. Pero no puede compararse con la sensación de pertenencia que otorga el libro impreso, sentirse dueño, poder tocarlo y olerlo, trasladarlo, guardarlo. Ver una obra pasmada, con vida. Es frente a ésta postura donde lo digital es lo efímero y el libro la eternidad. Francisco Martín Campoy

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VIDA - MUERTE por María Emma Acha Buenos Aires

Plácida mañana, fulgurante sol, los caminantes gozosos por el bosque. Pequeñas gotas de rocío, aves canoras de brillantes plumajes, ardillas juguetonas; mi mirada extasiada. El agua del río a la temperatura exacta, traviesos jóvenes con fugaces chispas de inocencia en los ojos y pícaras miradas, pescadores en pequeños botes rebosantes de peces (ahora pescados). La sonrisa en mis labios. Una joven pareja, un mullido césped, labios sobre labios, con entorno inexistente. Paz. Armonía. Yo, ¡La vida! De pronto un extraño sonido. ¡Ojos asombrados! Pájaros alborotados. Silencio roto. Explosión, fuego… Alaridos, sollozos…, cuerpos consumidos, árboles ardientes. Letras sueltas en un cartel quemado. HIROSHIMA. Yo, ¡La muerte!

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EL VENGADOR por Dietris Aguilar Buenos Aires

Me miró a los ojos con sorna y me dijo apenas con un hilo de voz: -¿No te da vergüenza lo que estás haciendo? A Gonzalo lo había conocido en el Banco Provincia de Lomas, en la época en la que íbamos a cobrar esos benditos cheques de color verde que mandaba el Ministerio. Me acuerdo que él entonces trabajaba en la policía bonaerense y era custodio de esa sucursal bancaria. Este tipo siempre tuvo mala fe. Tanta que yo no era la única que lo odiaba. Varias chicas me contaron que él les decía a ellas lo mismo que a mí: “La cola de los docentes está en la otra sala”. Resulta que en el lugar donde él indicaba, al cabo de unos cuantos minutos de espera, una se daba cuenta de que esa era la cola para pagar impuestos, y no la de cobranza de sueldos. Cuando alguien se acercaba a reclamarle, el agente aducía: “Hace diez minutos que empezó a pagar la segunda caja de este sector. Hacé la fila o te vas a quedar atrás”. Me hizo esa “escenita” en una, en dos y hasta en tres oportunidades. Y cada vez que pasaba eso, yo ideaba miles de respuestas posibles. La tercera vez que sucedió ese incidente, sacó lo peor de mí y le dije: “Ahora cuando cobre éste cheque, te voy a comprar una crema para el acné porque me impresionan tus granos”. El tipo amagó a tomar su cachiporra, pero el otro oficial que estaba a su lado lanzó una carcajada que ahogó con su mano. Gonzalo lo miró torvamente y el compañero le detuvo la mano con la que había tomado ese objeto contundente para amagarme un golpe. El otro le dijo: “Te gusta joder con la gente. Ahí tenés. El menos pensado te la manda a guardar”. Intervino un tercer oficial de cabello canoso. Los tres se apartaron y hablaron mirándome de reojo. El hombre mayor mandó a Gonzalo al otro recinto, presumo que al primer piso porque cuando terminé de cobrar, pasé ex profeso y no estaba custodiando “la cola de los impuestos”. La odisea de ver a ese tipo disfrazado de policía (porque dudo de que haya otro agente tan miserable) terminó cuando bancarizaron las cuentas de los sueldos y todos los empleados estatales empezamos a cobrar a través del cajero automático. Tiempo después, una compañera me contó que se enteró de muy buena fuente que Gonzalo tuvo problemas con un superior y dejó la policía. “Qué suerte, pensé. Ahora ese sinvergüenza ya no tiene poder. Se hacía el capanga y parecía al jefe Gorgory de «Los Simpsons»”. Pero lo de ese monigote no es más que una anécdota. El hombre que llenaba mis noches y mis días lo vi por primera vez en una revista, pero enloquecí cuando me dijeron que estaría en

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Buenos Aires una semana entera. Recuerdo que me liberé la siesta y tarde de un lunes y fui a verlo. A través del vidrio del gran ventanal pude espiarlo cuando estaba frente a dos chicas que no paraban de sacarle fotos. Me acerqué con el corazón latiendo desbocadamente y, por un instante, pude comprobar la belleza humana en todo su esplendor. Era increíblemente alto y tenía el cabello crespo. Sonreía. Miré hacia ambos lados porque pensé que no era a mí a quien dirigía esa sonrisa. Cuando volví a mirarlo, observé la perfección de sus labios y su cuerpo era conjunto armónico de músculos que despertaba la lujuria. Le dije unas palabras, pero seguramente no entendió mi idioma porque seguía sonriendo. Intenté decir algo en inglés, pero mi fonética rioplatense propiciaba más la incomunicación que el diálogo. Me acerqué, lo tomé por el cuello y le robé un beso apasionado. Una pareja de ancianos de apariencia solemne me lanzó su reprobación con las miradas. Las otras personas que pasaban se reían descaradamente. Hasta que apareció él, Gonzalo, ahora custodio del museo. -Te voy a mandar en cana por tocar una propiedad privada. ¿No viste el cartel que dice “No tocar”? ¿O no sabés leer, tarada? Solté lentamente el cuello de la estatua del dios griego y observé con asombro, y luego con desprecio, a ese manojo de carne, grasa y huesos con su nuevo uniforme de vigilante. -¿No te da vergüenza? -me volvió a decir- ¡Atorranta! ¡Tarada! -vociferó como si escupiera una verdad tajante. Entonces, decidí salir corriendo, ante las carcajadas de todos y las marcas de un acné mal curado en la cara burlona de ese bicho uniformado.

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EN MI PENSAMIENTO por Ángel Rodrigo Alba Sierra DIRECCIÓN

Sin tregua, en éste hondo mar de pensamientos, vives insolente, cada instante y me devoras. Un rayo me estremece, cada vez que no te siento, la lluvia pertinaz, anega mi mente abrasadora. En mi silencio cada noche, cada día, cada hora, tu imagen desafiante, es remedio a mi lamento. No consuma el embeleso, que mi alma implora, si a mi cuerpo, de un ciego frenesí deja infesto. Este corazón latente, que por tu estupor desflora, su latir quiere gota a gota, doblegar ese desierto. Y se desangra, cada vez que tu nombre nombra, y se acongoja, si no puede acariciar tu cuerpo. Quiero pensarte sólo, cuando mis ojos te devoran, sólo, si tu labios en mi boca, abren su concierto. Si mis manos dibujan y te sienten en la sombra, cierro mis ojos, te veo en mi piel, y ya no pienso.

PRISIONERA por Sergio Alfredo Buenos Aires

Ya había oscurecido. En el bosque no quedaban rastros de la luz del día y todo era silencio. Sólo se sentía el canto de algunos búhos dispuestos a disfrutar de esa noche de luna llena. Bernardo, el chofer que conduciría el carruaje, se disponía a encender los candiles que alumbrarían mejor el camino a la casa del Marqués, situada en un lugar del frondoso bosque de coníferas. Isabel estaba aún en la tina rodeada de velas y sales aromáticas. Pronto se envolvió en su bata blanca y se dirigió airosa hasta su cambiador. En el fondo sabía que esa sería una gran noche. La había esperado minuciosamente en cada respiro, por más de dos años. Su madama la ayudó a vestirse, ajustó cuidadosamente cada cordón que moldeaba su corset, y luego la ayudó a colocarse su vestido de color natural. El espejo le devolvía una especie de cuadro de cuentos de hadas. Sus rizos colorados caían sobre sus hombros y el resto del cabello era sujetado con una peineta de oro. Un toque de fragancia terminaba esa composición justa de la belleza. Salió al encuentro de su chofer, que la esperaba dispuesto a tomarla de la mano para ayudarla a subir al carruaje. El viaje fue delicioso. Recorrió caminos de paisajes azulados, divisó los lagos impregnados de luna y, recordó su infancia cuando una noche de luna jugaba en el bosque. El carruaje se detuvo de pronto. El chofer descendió. Abrió la puerta labrada de oro blanco. La tomó de la mano y la ayudó a descender. Se abrieron las dos hojas macizas de oro de la casa. Una alfombra roja indicaba el camino que la conducía a la gran mesa de candelabros de plata. Todo estaba preparado para una gran velada que prometía ser única. De pronto se cerraron las puertas. No había nadie más en la sala. Sintió que un escalofrió le recorría las venas. No dijo nada. Sólo alcanzó a ver la sombra de alguien que la rodeaba desde atrás. Ni un grito. Se apagaron las velas. Y todo quedó a oscuras.

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DESARRAIGO por Belén Agostina Álvarez Terán Buenos Aires

El desarraigo se define como echar a alguien de un círculo donde tiene sus afectos. Cabe destacar que el desarraigo no sólo afecta al que en ese momento deja sus raíces en un sitio para buscar lo que anhela en otro, sino que estas raíces indefectiblemente pesan y tiran. Tiran hasta que “los gajos” que salieron de ese suceso vuelvan a conocer sus raíces y entren en la paradoja de no saber exactamente si sus raíces están donde crecieron ellos o donde crecieron sus antepasados, haciendo que el gajo colapse lleno de emociones encontradas y muchas veces sin sentido, torturándose cada día al volver a su “hogar” con la absurda y loca idea de volver por más que tenga que dejar el dinero de toda una vida en ese objetivo y nunca tenga en claro cuál va a ser la última vez. La realidad, es que el desarraigo no sólo afecta al que se va, sino al que escuchó toda su vida de ese momento, un tanto violento, de la vida de sus seres amados y que crezcan con la contaste utopía de volver quién sabe a dónde. El desarraigo es un mal que se traspasa de generación en generación, como la sabiduría. El punto es que el gajo de ese desarraigo crecerá y morirá con el vacío inmenso de no tener en claro dónde está sus raíces madres.

CORRER por Matías Amaya Córdoba

Hace un tiempo que iba corriendo, cada vez más, cada vez más rápido. Sin percatarme del camino, sin darme cuenta que iba perdiendo cosas. Se me escapaban de los bolsillos, amigos, encuentros, charlas. Hasta que me detuve. Paré y vi alrededor las sombras que a mi lado estaban. Cobraban formas humanas. Los ruidos se transformaban en sonidos. Lo grisáceo, en múltiples colores. Al ver mis bolsillos vacíos, me di vuelta y quise volver sobre mis pasos. Quise recuperar lo caído. Sólo encontré vestigios de aquello. Todo se lo había llevado el viento. Los transeúntes que por ahí pasaban, la multitud de autos y personajes de la ciudad. Pero me detuve, pero me mantuve quieto, y retomé nuevamente el camino. Con los bolsillos vacíos, caminando lento, pero buscando volverlos a llenar.

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TIERRA Y LLUVIA por Irma Isabel Andrade Buenos Aires

El océano nos trajo a construir en ésta isla, tierra de semillas, sueños y lluvia. Amor mío, somos como dos plantas que ya han echado raíces, lejos de las efigies y la oscuridad de nuestra antigua tierra. Desnudos, mis manos entre tus pechos, amándonos, asombrados del movimiento del mar que nos rodea. Muchas noches han pasado, muchas lluvias han traído hacia mí tu perfume mojado. Ahora, pétalos blancos adornan tu cabellera, tu rostro es más dulce cada día pero mis manos ya no son férreas como antes, no temas amor somos como raíces enredadas. Desnúdate y esperemos que caiga la última lluvia, ámame dormida, y cuando yo también vaya durmiéndome seremos noche, seremos sueños seremos tierra y lluvia, porque solo de eso estamos hechos.

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OCTAVIO EL GRANDE por María Soledad Antelo Buenos Aires

Octavio caminaba por el bosque lentamente, estaba muy aburrido porque nadie quería jugar con él. Era el único dinosaurio del bosque y el resto de los animales le tenían miedo, o pensaban que era muy grandote y bruto como para jugar con ellos. Una vez, Octavio había querido unirse a un grupo de ardillitas que jugaban a la escondida, pero ellas decían que él, con su tamaño, no podría ocultarse, así que volvieron la cara para ignorarlo y no le permitieron jugar con ellas. Otra vez, sucedió que Octavio quiso jugar en el agua con unos patos, pero el lago en el que estaban los patitos era muy pequeño, así que cuando Octavio se metió saco toda el agua para afuera, los patitos se enojaron muchísimo y se fueron dejándolo solo. Octavio no se sorprendía de la reacción de los otros animalitos, él mismo se veía enorme a comparación de los otros habitantes del bosque, incluso era más alto que muchos árboles. También se sabía muy torpe, y siendo tan grandote le costaba manejar su cuerpo, y a veces al darse vuelta empujaba con su cola sin querer a algún otro animal o arrancaba con ella algún arbusto que estaba en su camino. A Octavio no le gustaba para nada ser un dinosaurio, y constantemente pensaba en lo tonto y gigante que era. Todo el tiempo se quejaba de su cuerpo, se criticaba y culpaba por todo lo que hacía y le sucedía. Octavio seguía caminando cuando sintió sed, así que desvió sus pasos para dirigirse al río a beber un poco de agua. Al llegar allí vio a un pequeño cervatillo llorando y gritando, y a su madre en la otra orilla muy alterada por no poder alcanzar a su hijito, que en una de sus travesuras había cruzado el rió sobre un tronco que luego se llevó la corriente, impidiéndole regresar con su mamá. Sin dudarlo, Octavio agarró con su boca suavemente al cervatillo, lo colocó en su lomo y lo llevó hacia la otra orilla, caminando, ya que la altura de Octavio le permitía hacer pie en el rió. Finalmente el cervatillo y su madre se reencontraron, el pequeño no paraba de dar saltitos de alegría y ambos le demostraron su agradecimiento a Octavio acariciándolo con sus cabecitas. De pronto Octavio notó que su gran tamaño le había sido útil, pudo ayudar a otro animalito y se ganó dos nuevos amigos. En ese momento comenzó a sentirse diferente, ya no se sentía tan mal como era, estaba muy contento y se sentía muy bien. Octavio siguió caminando por el bosque, y encontró un nido con tres huevitos en el piso, la mamá gorrión estaba a su lado tratando de cui-

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darlos, y Octavio muy amablemente levantó el nidito y lo colocó en una rama del árbol del cual se había caído. La mamá gorrión volvió al nido a darle calor a sus huevitos, pero antes le dedicó un canto de agradecimiento a Octavio. Ahora Octavio se sentía mejor que antes, y siguió felizmente caminando por el bosque, ya sin pensar nada malo de su tamaño ni sintiéndose un tonto. El gigante dinosaurio pasó por al lado del grupo de ardillitas que un día lo habían despreciado, pero esta vez ellas mismas lo invitaron a jugar con ellas, y se divirtieron mucho usando la cola de Octavio como tobogán. De vez en cuando él les jugaba una broma y las lanzaba suavemente con su cola, las ardillitas y Octavio no paraban de reír y jugar juntos. Y así fueron transcurriendo los días de Octavio, cada vez se ganaba más amigos en el bosque y cada vez disfrutaba más jugando con los animalitos. Ya no se sentía torpe, ni se quejaba por su gran cuerpo, se había dado cuenta que cuando mejor se sentía consigo mismo más lo aceptaban los habitantes del bosque. Él se dio cuenta que no importaba el tamaño de su cuerpo, sino la grandeza de su corazón, y a partir de ese momento se sintió feliz de ser Octavio el grande.

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TEMPLO FEMENINO por Anahí Viviana Areche Mendoza

Dicen que en un pueblo muy al sur de la Argentina existe una pequeña capilla a la cual sólo asisten mujeres, y a partir de los 18 años. Cuentan que las féminas al confesarse se vuelven cada vez más santas y castas y que los hombres del lugar las ven más animadas con el paso del tiempo. Consideran ellos, entonces, a este lugar sagrado sin cuestionarse cómo, ni por qué, ellas mutan en su carácter. Se las suele ver cantando en grupos melodías alegres, danzando con sus largas faldas al viento y con una inmensa sonrisa dibujada en sus rostros. Asiduamente asisten al templo para orar y para eliminar de sus almas los pecados cometidos. Los hombres, sin embargo, nunca se han acercado a este santuario ya que cuentan que si uno de ellos, sólo uno ingresara al mismo, se rompería el conjuro y una infinidad de catástrofes azotarían al pueblo. Y así, en medio de esta comodidad, los hombres nunca se plantearon, siquiera, sobrepasar estos límites. Ayer fui a la capilla, impulsada por la enorme curiosidad que me acosaba. Justifiqué mi visita con la excusa de estar llevando a cabo una investigación relacionada con el clérigo y las diversas instituciones dedicadas a trasmitir valores religiosos. Sorprendentemente, no recibí ningún tipo de restricción por parte de los hombres, que eran quienes tomaban las decisiones importantes. Ingresé al recinto después de haber ascendido durante media hora por una colina eternamente verde y lisa. Era un espacio muy pequeño de cuatro ambientes. En uno de ellos, al fondo, divisé un confesionario. Me arrodillé y bajé la vista en pos de orar. Me abrieron inmediatamente la puerta. Un hombre apuesto, irresistiblemente atractivo, me miró con un poder casi hipnótico. Prometió confidencialmente perdonar mis pecados si accedía a tener sexo con él. Esta mañana he inventado algunos pecados para visitar aquel oratorio. No he podido dejar de sonreír por veinticuatro horas.

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HASTÍO por Adriana Margarita Astudillo Córdoba

Sueños que no son sueños anhelos que no lo son un sin fin de acertijos que envuelven tu existir caminas sin ver oyes sin oír. Buscas sin encontrar y sólo ves el vació del existir en un mundo sin sentido en el que todo es lo que no es una nada envuelta en el tumulto de tus pensamientos incoherentes. Buscando salir con palabras que no son más que palabras en un sueño irreal más fantasía que realidad de un mundo que fue y ya no está.

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RAMAS DE UN MISMO ÁRBOL por Daniela Atencio Buenos Aires

¡Ah!, el suave tacto de las palabras, el dulce aire que nos acompaña si hay una corriente está ahí; se crea un círculo inmutable, nada escapa entre nuestras voces. El camino ya no es peligroso, no tenemos una carga en nuestras espaldas, los hilos que unen nuestras percepciones nos encierran en suaves mantos. Nos entendemos, hablamos en un ritmo, todo es preciso, natural, esperamos tanto… nos metimos en cuevas aguardando con ansia la plena comprensión. ¡Al fin un igual!, ¡palabras que no se romperán en oscuridades mentales!, ¡gritos del alma que serán aclamados con dulce fervor! Rebeldía precisa… nuestras canciones, las que hacen bailar a nuestro corazón, serán recitadas con sumo respeto, entre nosotros: almas afines, ramas de un mismo árbol.

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AMOR, NO ME IGNORES… por María Constanza Barbosa Dip Tucumán

Ayer te ví mientras hablabas con tus amigos, y esperé todo el día deseosa de que también lo hicieras conmigo… Al llegar el atardecer, te ofrecí una puesta de sol, para cerrar tu día y una brisa suave para descansaras y esperé… nunca llegaste. Sí, me dolió pero todavía te amo. Te vi dormir y deseaba tocar tus sienes. Y derramé la luz de la luna, sobre tu almohada y tu rostro; nuevamente esperé deseando llegaras rápidamente para poder hablarte. Mis lágrimas estaban en la lluvia que caía. Despertaste tarde y rápido, hoy amor te ves muy triste… si tan solo me escucharas. Te amo, trato de decírtelo en el cielo azul y en la tranquilidad de la hierba verde… Lo susurro en las hojas de los árboles, en los arroyos de las montañas. Y lo expreso en el canto de amor de los pájaros… Te cobijo en el tibio sol y perfumo el aire con margaritas en flor. Mi amor por ti, es más profundo que mares y océanos. Y aún más grande que en tu mente anidan. ¡Oh!, si tú supieras cuanto anhelo caminar y hablar contigo… Sólo pido que estés conmigo aunque sea un par de minutos… Sólo eso, por favor amor no me ignores…

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ALETEO PERSONAL por Susana Bavio Mendoza

Trató de enfocar su mirada reiteradas veces. No pudo. Las palabras no se parecían a sus propios sonidos. Las puertas abiertas y las blancas hojas de papel exultaban gloria. El momento era propicio. Dejó su mano marchita junto al cuaderno y se fue lejos, muy lejos. Voló en aleteo lento y profundo. Recorrió la esfera de cristal que mide el tiempo de las estrellas. Ya no importó el mensaje cifrado que esconde un sentido personal donde quedó el lápiz. Se nutrió de aromas de cometas, de cosquillas amorosas, de besos nunca dados, nunca recibidos. Fecundó el rocío y la luna. Fabricó ventanas de aguas claras para sensaciones innatas… ¿qué marcó el reloj en su ausencia? ¡Quién sabe…! El humo rompió en su boca tibia, pastosa y cuando la noche mostró asombro, él se hundió en su negrura con la ficción de un invierno tórrido.

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EL OJO DEL BUEN OBSERVADOR por Beatriz Belfiore Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Había una vez, hace muchos pero muchos, muchos años, un reino cuyos habitantes tenían una curiosa particularidad. Todos, pero todos, todos, habían nacido con la extraña mutación genética de ver con un solo ojo. En esa época era vista como una terrible incapacidad que alguien naciera con la visión de sus dos ojos. Por suerte eran casos muy raros. Las especialistas se encargaban, entonces, de tapar con paños de plantas curativas, el ojo que no se adecuaba a la genética del entorno cercano. Las plantas curativas se cultivaban en bosques diferentes. Había bosques debidamente alejados para sanar cada uno de los dos ojos. Esa no era una tarea fácil. También hubo algunas raras, pero muy raras excepciones de algunos pocos, muy pocos habitantes que, con los años, habían adquirido una visión dual, pero pronto descubrieron que les era imposible transmitir lo que los demás no percibían. Lógicamente, los que veían con un ojo no querían saber nada de los argumentos de los que veían con el otro. Para remediar esos males, había brujas especializadas en el ojo derecho y brujas especializadas en el ojo izquierdo, familias enteras mirando con un ojo y familias enteras haciéndolo con el otro. También solía suceder, en esos tiempos muy pero muy lejanos, que un hijo, nacido con el ojo “herencia de familia” años más tarde, de a poco y por inexplicables causas, comenzaba a ver con el ojo opuesto. Esa persona era inmediatamente expulsada del núcleo familiar. Lo increíble, pero increíble, era que, de forma automática, perdía la visión del ojo de nacimiento. Si bien los demás sentidos de los habitantes de la aldea funcionaban a la perfección, especialmente el oído, se comenta que los problemas más complicados de la vida cotidiana se vinculaban a la comunicación. Qué reino extraño ¿No?

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LOS RECUERDOS NUNCA MUEREN por Myriam Mercedes Beltrán de Oraisón Corrientes

Si crees que retroceden, si parece que han olvidado el rastro de tu vida, tus lugares sagrados, tus rutinas, el bosque inacabable de tus sueños. Si sonríes porque ya no recuerdas la última noche en que te atormentaron, ten por seguro que darán contigo. Los recuerdos nunca mueren. Viajan dentro de ti, regresan siempre, son los pasos que escuchas, en el destartalado desván de tu conciencia. Los recuerdos son las sombras chinescas, que proyecta, un insomne demonio en la pared, o el salvaje aleteo de un pájaro invisible en un cofre cerrado. La llamada en mitad de la noche, sin respuesta y en la respiración de los recuerdos que está al otro lado, jadeando. Pasa el tiempo, se pierde la memoria, se esfuman dentro de nosotros. El amor se consume, por obra de su fuego, los secretos terminan traicionados, cede la fiebre, el sol declina, se nos muere la dicha, del que fuimos, el que somos se muere sin saberlo. Pero los recuerdos no, los recuerdos nunca mueren.

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CUANDO TE VAYAS por Carlos Horacio Blanco Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Y el sol era brasa y la flor un surco, y la noche un tiempo y el abismo nada cuando no estabas. Pero el sol fue vida y la flor capullo, y la noche luna y el abismo valle cuando llegaste. Y el sol es fuego y la flor hermosa, y la noche cómplice y el abismo prado cuando te tengo. Pero el sol será infierno y la flor cizaña, y la noche miedo y el abismo inmenso cuando te vayas.

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HERIDA por Sabina Borda Buenos Aires

Una diminuta garra de la luna rasgo el velo de mi realidad. Herida, comprendo los sonidos metálicos del mundo. Motores empujando más motores, hombres empujando más hombres, el animal y la mujer observan y duelen como duelen las cosas muertas. Como duelen, en la raíz del alma donde se alza nuestra fuerza, allí desgarran las cosas muertas. Es ésta la sed ancestral la que no han podido saciar las antiguas mujeres de mi torrente sanguíneo. La luna sangra su ciclo sobre las nubes y nos parece que el cielo es maravilloso. No logramos alcanzar la comprensión de lo natural y vivimos chocando nuestras mentes contra los muros en lugar de abrirnos el espíritu al árbol, al sagrado árbol de nuestra historia, de antes de la historia. La lengua del animal busca el sabor de la herida, su saliva aporta alivio y enfermedad. Sobre mis piernas la loba busca la herida, toda mi piel ha sido territorio de combates sangrientos, donde mi suerte y el tiempo han dejado las ruinas de una vida que ya no quiero recordar. Esa diminuta garra de la luna también añora saciar su sed violenta con el velo de mis sueños, esa otra realidad que resguardo del mundo consciente. Tengo aún un pájaro oscuro, una especie de animal desconocido por la mayoría de los hombres. Una criatura de la ceniza, capaz de cargar el peso de mi espíritu hasta mi próximo cuerpo. La mortalidad no se trata de morir, la mortalidad es la herida que nos hace nacer incansables veces, hasta que agotado el espíritu intenta sacrificar al oscuro pájaro de las resurrecciones, ese que nos arrastra nuevamente a las tormentas del mundo y del tiempo.

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LOBO por Víctor Hugo Bosio Buenos Aires

La mirada perdida en las gélidas cumbres, el hambre en los huesos y el fuego en sus piernas. Corre, corre como nunca, de algo tiene miedo. Miedo a lo desconocido. Corre, pero piensa; piensa y se avergüenza de sí mismo, de su raza humillada, la más pura entre las razas de la tierra. Ruidos a su espalda, siente su cola, su aliento, siente los pasos también, pero los ruidos le sobreexcitan los sentidos. El bosque se acaba, y él lo nota, los árboles disminuyen a medida que el avanza, disminuyen igual que sus posibilidades. Aunque de eso no se percata. Ahora lo embarga el miedo, nota dolores en su costado, y un rubí perlado mancha la blancura que lo rodea. Ya no le queda percepción del tiempo. El sigue corriendo, pasa el bosque, con sus pinos y abetos. Sus patas le pesan. La nieve ya no deja avanzar.

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De repente lo comprende. Lo ve tan claro como el agua cristalina, que mana de aquellas cumbres blancas. Ya no puede correr más. Desesperado busca una salida. Él, la criatura más solemne del planeta, obligado a escabullirse como una plaga. Sus dioses ya maldicen sobre su tumba. Ahora ya no corre, la nieve es suave y mullida, le llama, le susurra. No puede más, ya suspira las tinieblas. Los cazadores le dan alcance. Lo ven recostado sobre un lecho escarlata y blanco, y en la boca el retazo de su última cena. Apenas tocaba el atardecer, y él ya caía en la oscuridad.

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PROVOCACIÓN DE LO VIVO por Liliana Cappagli Buenos Aires

Perdón por la movida de entrar sin permiso por un hueco de tu vida. Perdón por romper la vitrina, de improviso, que sostiene la rutina. Penetrando la quietud de las plácidas vigilias. Transformando la virtud con mi sensual osadía. Perdón por sentirte cerca mío registrando tus latidos y caricias. Por ser mi cuerpo de espejo: un reflector de mentiras. Por no fingirme dormida. Por no saber escapar. Exponiéndome a la mar como una nave partida.

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CHIROLITA por María Cristina Cassani Buenos Aires

Era muy pequeño para su edad, tenía diez años y parecía de seis. La desnutrición había dejado su huella implacable. Lo había encontrado la policía en Rosario, abandonado y comiendo de la basura. El juez de menores determinó que la tenencia le correspondía a una tía que vivía en la Villa Itatí. Así fue como llegó a la escuela de Educación Especial de Quilmes. Fue ahí donde yo lo conocí. En vano se intentó integrarlo, se utilizaron todos los recursos habidos y por haber. Hablaba muy poco, no jugaba, no establecía ningún vínculo afectivo, no tenía amigos. La agresión lo poseía. Si alguien lo tocaba comenzaba una lucha furiosa de patadas y trompadas. Se hizo famoso en la escuela, los otros niños le decían “Chirolita el indomable”. Un buen día dejó de venir, la asistente social concurrió al domicilio. La tía le contó que Chirolita, se había ido a vivir con una mujer de la villa a la que sólo le importaba que el pibe le comprara vino, para entonces ya había comenzado a robar. Varias pandillas se lo disputaban pero a él le gustaba trabajar solo. Todas las noches se bañaba, y se arreglaba como para ir a una fiesta, era un rito, una purificación. Escondía el chumbo en el bolsillo de la campera y salía. La vieja le lavaba la ropa, él le compraba vino, “eso sí, la ropa tenía que estar impecable” .Cada noche que pasaba se hacía más osado, traía más plata. Compró un televisor, toda clase de electrodomésticos, muebles, ropa y zapatos. Lo caracterizaba una frialdad espeluznante. No le tenía miedo a nada. Con el revólver en la campera se sentía invencible. Las pandillas de la villa le tenían miedo, con él no se metía nadie después de un episodio donde demostró de lo que era capaz. Ocurrió una noche cuando volvía de trabajar. Un grupo de pibes comenzaron a burlarse de él y de la vieja, entonces sacó el revólver y del primer tiro rompió el foco de luz, todo quedó oscuro. Sanguinario, Chirolita disparó, disparó, y disparó… Algunos huyeron, otros quedaron tendidos en un charco de sangre. Él se fue a su casa, tenía que bañarse, tenía que purificarse.

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MUJER, MUJER por Manuela Cesaratto Córdoba

Entre las penumbras te diviso como luz que me alumbra en la oscuridad existente. Tu mirada radiante del sentimiento mismo acaricio tu figura cual suave terciopelo. Fragante aroma que te envuelve como ráfaga que perfuma el aire caricias que se deslizan en tu tersa piel. Embriagan mis sentidos emociones inexploradas abrazo con ternura tan solo se siente.

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SENECTUD por Ángel César Cocuzza Mendoza

Como un árbol añejado allí en el fondo han dejado, ya sin vida, en el olvido. Fue un tramo recorrido tan estrecho, pues dejó al recuerdo pasajero hecho un nido. Mientras la copa se cargaba de los frutos, observarlo era un momento lisonjero. Y ahora que sus brazos están vencidos, en el trato pareciera un callejero. Cuando la fuerza lo mostraba un adonis, montaba a los ruidos en los juegos. Invadido por el tiempo en la acritud, en los pies en donde caen con sus egos. Sus ramas en primavera no se llenan, y en invierno no acogollan su sufrir. Actitudes, por demás, tan inefables, que solo espera, en soledad, para partir. El rocío o la lluvia humedecen sus entrañasen limosnas entregadas al pasar. Esotérico para un grupo reducido, quien padece el mismo golpe, al azar. Son tan puros los valores que conservan, que musitan endulzando el jardín. Y tan frágil la armadura que les queda, que requieren compañía hasta el fin.

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UN MILLÓN DE GRULLAS por Juan de Dios Coronel Buenos Aires

A sus oídos llegó una antigua leyenda japonesa, que prometía que cualquiera que hiciera mil grullas de papel recibiría un deseo de parte de una grulla. Mil le parecieron pocas, y no iba a detenerse hasta llegar al millón. Quizás cuanto mas hiciese, mayor sería el deseo que pudiera pedir. A Esteban el cáncer lo estaba dejando sin opciones. Los pulmones habían sido afectados y sentía, de vez en cuando, un dolor opresivo en el pecho que se irradiaba hacia el lado derecho. Su oncólogo le había indicado tomar ciertos analgésicos derivados de la morfina. Al principio se resistió a su ingesta, pero luego el dolor era insostenible y no tuvo otro remedio. La quimioterapia y radioterapia no habían resultado efectivas. Cayó en la desesperación. Ateo hacía ya muchos años, se aferró como cualquier mortal a las palabras. En este caso, una leyenda. Decepción, angustia, miedo a lo desconocido, a aquello detrás del velo de la oscuridad. La mirada siguiente después de cerrar los ojos. Aprender la técnica, recortar una hoja en forma de cuadrado y hacer la grulla. Al principio le llevó tres minutos confeccionar cada una. A las cien mil, ya tardaba dos minutos. Cuando llego al medio millón, solo un minuto separaban cada una de las grullas. Transcurrieron los días, semanas y meses. Dormía unas pocas horas. Mientras masticaba la comida, realizaba una grulla; cuando viajaba en tren al trabajo elaboraba más. A mitad de la noche, se despertaba, confeccionaba una o dos, y volvía a dormir. Cada una lo acercaba a su deseo, a su vida, su salvación. Sólo un año más de vida como mucho, fueron las palabras lacerantes de su oncólogo a sus reiterados pedidos de conocer cuando tiempo le restaba. Pero pasaron tres años y medio. Los amigos fueron quedando en el camino, debido a su encierro y obsesión con las grullas. La familia, su esposa, sus hijos ya adultos y el trabajo pasaron a segundo plano. Lo que restaba era hacer más y más grullas. Los dolores se hicieron más intensos y aparecían cada vez más seguido. A veces tomaba dos analgésicos juntos y continuaba su labor con el papel, mirando aparecer en frente de sus ojos una grulla más. Apenas comía, y cuando lo hacía no era porque tenía apetito sino porque sabía que sus fuerzas estaban menguando, necesitaba energía para poder continuar. Hambre, sed, sueño se volvieron sensaciones desconocidas. Su rostro, al igual que su cuerpo, fue padeciendo los estragos de la enfermedad, de su obsesión y de la

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desesperación. Palidez, delgadez y una mirada profundamente cadavérica. Así llegó al millón. La miró posando en la palma de su mano, ese trozo de papel en forma de animal, esa grulla numero millón. Cerró los ojos y pidió su deseo. Estaba sentado en una silla, en el comedor, y se mantuvo así, con los ojos cerrados, durante un largo tiempo, incalculable, indescifrable. Una vieja sensación pareció invadirlo y caminó hacia la cocina. Se preparó un sándwich con la poca comida que pudo rescatar de su heladera y lo comió. Su boca salivó antes del primer bocado. Luego fue hacia su cama y se recostó. Esperó aquel dolor opresivo en el pecho, que últimamente no lo dejaba ni siquiera respirar. Pasaron los minutos y esa sensación desagradable parecía no llegar. Las manos de Morfeo se posaron sobre sus ojos y logró conciliar un sueño edénico. Durmió durante doce horas seguidas, con una sonrisa tatuada en el rostro. La palidez iba quedando atrás, dejando paso a un color más saludable.

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AGONÍA Y FINAL por María Ester Correa Mendoza

El paisaje angosto señaló el camino durante los dos meses en que asomó la muerte. No podía caminar por allí sin sentir que me introducía en la boca de un dragón con lengüetas de hielo. Las incursiones por los laberínticos pasillos donde encontré ángeles caídos, eran seductoras y atrapantes. El pecado se cometía segundo a segundo. Era volver a parirme después de un parto de siglos, sudar gotas de cristal, comer vidrios, desayunar vil, caminar sobre cuchillos, sufrir insomnios recurrentes, y los ecos del tic, tac del reloj que señalaban el final. Mi final. Solo tenía que cortar el hilo fino que me unía a lo vital… El andar se volvía fatigoso, pero estaba allí. Me acerqué al nacimiento de mi inútil existencia. Allí donde la muerte sienta su presencia de huesos que se hacen arena. El dolor y el miedo trepida mandíbulas, el frío insoportable, y el calor fríe las conciencias. Pero, aún así es cautivadora la muerte, cuando es la única puerta abierta. Es sufrir por la decisión, y es gozar por el fin. Es cantar y reír por la libertad de estar muerta. Es soñar, pero no dormir porque el alma reclama su oportunidad. Es flotar y sucumbir en las nieblas perpetuas. Vivir los últimos segundos, la locura, el insulto, el desprecio, el fuego, la soledad, y la inmensidad de la lánguida agonía. La soledad de estar uno y con nadie. El terror a la hoguera eternamente prendida…Un mar de ojos muertos me espera, de bocas lascivas, cuerpos incendiados, pieles sin pasión, amores truncos, y veladas sin razón. El coqueteo con la muerte, duele, y libera. Danzar sobre el filo de los labios de fuego sedientos de almas dolientes, ciega, sorda, aturdida, pronta a ser devorada, lanzada a la oferta del boleto sin regreso. Los ángeles de la vida y de la muerte me esperan al final del paisaje angosto. La agonía del final me seduce y me retiene. El ángel de la muerte visita mi casa en forma recurrente. A veces bailo con él. Otras huyo a los brazos del ángel de la vida.

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LIBRE por Marta Covacevich Sario Santa Fe

El más fuerte de los abrazos solo roza mi piel como una caricia al alma. El más dulce de los besos se da con la mirada. Me has dicho te extraño con un dulce susurro, fue un pensamiento tuyo directo al corazón. Ese algo que une a los enamorados, ese algo que nos unió a nosotros dos. Nos mirábamos sin hablar, cómplices del más bello sentimiento puro y único. ¿Qué tan grande fue tu cariño? Te has ido como una golondrina y el frío viento se llevó el último te quiero. Ahogada en lágrimas del desamor, emprendí el camino del olvido. La tranquilidad de haber amado con locura y con firmeza, me siento libre para poder gritar, ¡estoy lista para volverme a enamorar!

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MAÑANA QUIÉN SABE por Jeremías Andrés Cuesta Buenos Aires

El ladrido del perro me confirma que algo no está bien, algo hay ahí que no debería estar… Pero eso ya lo sabía, sin necesidad del que el perro ladre. Puedo sentirlo… El frío que provoca, un día de veintidós grados de pronto se convirtió en uno de siete, y con niebla… a pesar del cielo despejado, de que estemos en el atardecer, hay niebla flotando en mi patio. Eso pone inquieto al perro, y también a mí. Sé que está afuera, tomo esa fea costumbre desde hace unos meses, pero no me extraña tampoco… si yo pasease invisible por el mundo y entre la gente distingo que alguien puede verme, lo más probable es que fije mi atención en esa persona. Es entendible, pero no deja de ser molesto… Todas las tardes desde que me vio ha venido a observarme desde el patio… Es molesto, por sobre todas las cosas es molesto… no tanto que quede parada ahí como si nada viendo ir de un lado a otro… otros lo han hecho, lo que es molesto es que nunca sé a qué viene, si hoy solo va a mirar o… o algo más. Los gatos suelen alejar la presencia de los otros, Cerbero mi gato negro tienen un talento especial para ahuyentarlos, pero con ella no sirve. Tal vez se debe a que ella es un ser real, no un recuerdo de algo que ya no existe. Tan real como el viento invisible que pase entre los árboles, tan real como la humedad en el aire… tan real… tan real… tan real como para arrancar el alma de un cuerpo y llevarlo del otro lado. Es cierto también que cuando ella esta, los otros ni se acercan, le tienen miedo… por eso cuando llega el atardecer con su frío, su niebla y con ella, todos huyen. Antes intentaba hablar con ellos, pero la gente que habla sola no es bien tomada por la vista… y cuando la gente actúa por miedo frente a algo que no cree, por no conoce ni comprende… bueno, ahí es cuando suelen empeorar las cosas. Ya no intento hablar con ellos, intento pasar como si no hubiera nada, pero es difícil ocultar ese brillo en mis ojos esa reacción… ese segundo de miradas entrelazadas… esos ojos fijos que delatan que sé que están y por lo tanto, que los puedo ver, y por eso siguen viniendo… aunque yo no haga el más mínimo intento de acercarme. Y ahí viene Cerbero… mi pequeño traidor… por más que venga ronroneado y se acurruque en mi regazo buscando calor, puedo sentir que ha estado con ella… Ella les sienta bien a los gatos y tal vez es por esto que los otros les tienen miedo. Pero su ronroneo, su calor me reconforta, como si fuera un mensaje… de que hoy solo ha venido a mirar y nada más… La verdad es que

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temo por el día en que esto no pase… temo por el día en que se abra la puerta y no sea Cerbero, sino ella que se acerca… temo por el día que me hable y que extienda sus manos hacia mí, a pesar de estar acostumbrado… temo por esto, y al mismo tiempo por una vez me gustaría que me hable y que no sólo me mire… me gustaría saber, ¿por qué?… ¿Por qué de entre todos los que podemos verla ella eligió venir a verme a mí? ¿Por qué siempre de lejos me mira a la distancia y sólo se acerca cuando ya estoy acostado en mi lecho? Muchas veces la he visto medio dormido sentada en el sillón frente a mi lecho con Cerbero en su regazo ronroneando y en otras la he visto sentada al borde de mi cama… estas ocasiones son cuando más miedo me da… puesto que no es a Cerbero a quien acaricia… aún medio dormido tengo la sensación que me mira y acaricia mi pelo… y luego como siempre se va con el alba. Podría pensar que fue un sueño… quisiera hacerlo… pero he visto las marcas al otro día… en el sillón, en Cerbero, en el borde de mi cama, en mi pelo y siento una sensación rara en mi mejilla tiene su presencia pero sin frío alguno y al posar mi mano, suele darme esa presión en el pecho de cuando recordamos un beso de despedida. Pero al menos, hoy sólo ha venido a observarme en la distancia, a acariciarme el pelo mientras duermo y a despedirse en el alba. Mañana… Mañana quién sabe a qué vendrá.

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INSIDIA por Camila D´Angelo Buenos Aires

El tipo está sacado de quicio. Tiene un 38 en la mano, cinco mangos en el bolsillo, el ruido de la sirena martillando su cordura, la absoluta certeza de que esta noche se decide todo, de que no tiene nada que perder y de que cada paso que da aumenta una legitimidad que le brota de la sangre. Camina, corre, camina de nuevo y le duele la pierna y la puta madre que lo parió a ese gil que se defendió durante el robo descargándole una bala en la gamba derecha. Mira para todos lados porque la sirena es cada vez más fuerte y la gente lo mira con desconfianza. Sabe que va a terminar en cana, que lo tienen fichado, que se mandó las mil y una, pero tiene que hacer algo antes. Antes de caer y comerse muchos años esta vez, solo y lejos de esa familia que nunca tuvo. Es sólo una cosa. No pide nada más. Sigue la senda de su destino, ahora más bien trotando, como galopando con la vista perdida en un caballo de delirio. Entra al edificio, sube las escaleras y entre tropiezos y agotamiento, llega al departamento. Entonces rompe la puerta de roble y busca en la cocina, mira en el baño, revisa el comedor, hasta que llega a la habitación. El otro tipo estaba ahí, sentado en su escritorio fumando un habano, esperándolo, sabiendo que llegaría a tiempo porque la sirena se escucha todavía más cercana. Se miran, se estudian, se desafían, se dicen todo sin pronunciar una sola palabra. Por la mente del Cabezón pasa un momento que conformó una especie de vivaz flashback: visualiza el instante en que se calzó la gorra, agarró su bolso y salió de su casa a la madrugada susurrando puteadas después de haber besado a sus hijos y a su mujer, que yacía dormida sobre la cama y todavía tenía los ojos hinchados de llorar. El tipo lo había cagado y entregado en bandeja a los milicos. Lo había vendido, y por muy poco. Y por eso tenía que morir: para pagar por semejante traición. Se habían metido en el mundo del afano cuando eran muy pibes. Eran tan pibes que creían que además de hermanos, eran amigos. Pero eso ya no importa. Lo que importa ahora es que el duelo ya está planteado, el destino ya está escrito. Uno de los dos no contaría la historia. Apunta rápidamente en la sien y gatilla una, dos, tres veces. Y lo mira y lo goza y se jacta. Después sale, se dirige a la calle, camina tranquilamente como si la sirena de la cana ya no sonara y estuviera en un eterno presente masticando una gran gloria. ¿Qué más podía hacer? Era el tipo o él. Lo había vendido, sí. Era su hermano, tam-

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bién. Pero permitir que lo matara, no. Era mucho. Pero la sangre también era mucha. Alguien pudo haber escuchado los tiros. Tendría que sacar el cadáver de ahí, tirarlo en algún lado, limpiar todo, borrar cada huella, hacer arreglar la puerta, coimear a los canas que sabían de su traición, lograr que la conciencia no lo carcomiera por las noches; o volver, calzarse el bolso con la guita sucia y desaparecer sabiendo que toda su vida sería un fugitivo para la ley y la peor mierda para su familia. O quizás juntar valor, hacerse cargo y escupir la verdad, con lo cual lograría de algún modo conservar algo de humanidad. Otro habano es encendido y luego de pitarlo por segunda vez, miro la inmensidad del cielo, la mística de la luna y me pregunto cómo estará el clima en la patria de la revolución.

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DESPIÉRTAME AL OTRO LADO por Andrea Carolina Dechecchi La Pampa

Despiértame cuando muera y ya nada me retenga. Cuando el tiempo no exista y el miedo se detenga. Cuando mi vida esté finita y en un hospital encerrada. En un mundo contaminado de crueldad despiadada. Cuando tiemble débil en la cama con las carnes desgarradas. Con tubos dentro de mis venas y las ilusiones vedadas. Cuando dé mi último aliento en una sola bocanada. Cuando me suelte lejos de esta tierra anegada. Despiértame cuando sepas que ya no habito mi morada. Cuando parezca más tranquila aunque me mantengan sedada. Despiértame cuando ya no tiemble en éste cuerpo encerrada. Cuando del otro lado una mano reciba alegre mi llegada.

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EN LA VEREDA DE ENFRENTE por Julián Díaz Buenos Aires

He nacido en esta vereda. Aquí pasé mi niñez jugando con aviones de papel, armando bloques que formaban un castillo, arrastrando autos de plástico sobre una rebuscada pista de Hot Wheels, ensuciando mis dedos al arrojar canicas por el suelo y encorvando las palmas de mi mano para voltear figuritas a fin de ganar una competencia. Allí, en cambio, los niños se entretenían con celulares de última generación, con PlayStation portátiles, con tablets, con criaturas animadas y fantásticas que solo existían tras una pantalla plana de computadora. En este lado, también transcurrió mi adolescencia, conociendo personas con las cuales me encariñé, dando mi primer beso a la edad de doce años, comunicándome con amigos a través de cartas manuscritas que no cesaban de volar, encontrándome con la chica soñada en algún recreo o luego de las horas de escuela para maravillarnos con el sencillo acto de recorrer el mundo tomados de la mano, anhelando subir a un vehículo con la esperanza de que un mayor me traslade a un destino fijo, comprando golosinas a pesar de la amenaza de mis caries. Allí, en contraposición, los adolescentes se involucraban con sujetos mediante el chat de las redes sociales, experimentaban la comunicación con emoticones y con un lenguaje virtual que era posible gracias a la función de los teclados qwerty, se besaban por primera vez antes de los diez y concebían hijos a la edad de doce años, paseaban en motocicleta de forma imprudente sin ayuda de los mayores, compraban drogas para consumir y permitir que éstas los consuman a ellos. Desde esta vereda, me adentré en la adultez, pudiendo visitar la serena noche sin perturbaciones en el camino, saliendo a buscar trabajo una vez leídos los anuncios de los periódicos, volviendo a casa con mi Chevrolet 400, conformándome con lo poco, tomando coraje y atreviéndome a pedir la mano de mi novia, soñando permanecer el resto de mis días con la mujer amada y queriendo el mejor futuro para ambos. Allí, en contraste, las personas se introducían en la adultez atemorizándose por el peligro y la inseguridad que los envolvía, buscando trabajo desde la comodidad de su hogar con sólo un clic en el mouse, luciendo un SSC Ultimate Aero, exigiéndose siempre escalar más alto, conviviendo con sus parejas con o sin la aprobación de sus padres, desconsiderando el matrimonio y rindiendo culto a la infidelidad.

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Finalmente aquí, llegué a la vejez sintiendo el respeto de todos, escuchando la formalidad con la que se dirigían a mí, dejándome ayudar por las manos voluntarias que aliviaban cada malestar que me aquejaba, contemplando el desarrollo saludable e inocente de mis nietos, descansando por las noches con la calma de una ciudad musicalizada por los grillos y despertando con el dulce sonido de las aves madrugadoras. Allí, por el contrario, los ancianos sufrían notando el abandono del prójimo, entristeciéndose por las respuestas a sus reclamos que nunca llegaban, convirtiéndose en damnificados por el pago insuficiente de las jubilaciones, oyendo la informalidad y el maltrato verbal con el que eran llamados, siendo testigos del crecimiento errado y ciego de sus nietos, durmiendo incómodos por la contaminación sonora del tránsito caótico y despertando de la misma forma. Sin embargo, muchas personas ni siquiera llegaron a la ancianidad, víctimas de esa realidad; muchas personas que una vez fueron niños, adolescentes y adultos como yo pero que tuvieron una vida diferente a la mía por el simple motivo de haber nacido allí… en la vereda de enfrente.

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ASÍ TE RECUERDO por María Elena Díaz Chocce Dirección

Recuerdos de días felices vagan por mi mente, en una noche fría como hoy, cuando no importaba el transitar del tiempo, cuando sonreír no tenia precio, ¿te acuerdas?, yo sí… Sé que al cerrar mis ojos, puedo caminar hacia atrás y sentir de nuevo, el sonido del romper de olas, el ocaso ponerse en el horizonte, la brisa del mar revoloteando mi pelo… Aún puedo sentir… la arena escurriéndose entre mis manos, como se esfumó mi tiempo en el silencio, escribiendo poemas de amor para un sueño, poemas de arena que se borraron con el viento… tú… lo sabes, yo también. Custodio esos recuerdos en el centro de mi alma en un cofre invisible tapiado con lagrimas para cuando quiero escapar de mi realidad para cuando necesite recordar… Así puedo caminar descalza otra vez sobre la húmeda arena del ayer, releer mis escritos en hojas de papel, volver a entonar mis canciones tristes mientras contemplo un infinito mar azul. Anhelo entonces absorber la fuerza del mar y fijarlas en mi alma para volverla inquebrantable sería maravilloso tener la libertad de la brisa de aquellos días, la claridad de ese cielo raso y el calor de ese día de sol.

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Así evitaría la indiferencia de la noche en los días fríos como hoy, cuando te recuerdo, perdiéndome en mis evocaciones ¿Dónde… dónde estás tú? Perdida en mi fantasía, deambulo por calles conocidas, donde camine incontables veces contigo, que mi huella ha quedado perpetuada con la tuya. Así te recuerdo yo como un sueño, como una invención mía, como me recuerdo a mí, como un poema más, cuando soñábamos en ser todo. Y hoy… ¿Qué somos hoy? me pregunto viendo el horizonte y a lo que viento me responde, que tal vez hoy somos cielo y mar que jamás se juntaran.

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SECRETOS DE NOCHE por María Elena Díaz Chocce Dirección

Noche tenebrosa y fiel compañera, que tejes sueños profundos y acaricias mi larga cabellera, tú que me has visto llorar en claras de luna, abriendo agujeros en la tierra donde vociferaba mi llanto, tú mi testigo de años que secaste mi lagrimas con el viento, y con el frío de tu oscuridad, trataste de hacerme caer en un largo sueño, para confortar mis penas, acariciaste mi cara pálida, mientras sentada en la arena, divisaba el ocaso esperando tu llegar, me consolaste en tu regazo, llevando mis penas a la mar, mi tristeza desahogada en tu gélido aire, las ahuyentaste de mí con ráfagas de céfiro que formaron tormentas en altamar. Tantas noches escuchaste mis gritos de dolor, en el vacío, mis preguntas sin respuestas, en un abismo, doblegándome entre escarpadas piedras, haciéndome pequeñita en tus sombras, cuando no vislumbraba el camino de regreso a casa. Perdida en el silencio de tu oscuridad escuché al viento hablar, no llores pequeña princesa; me decía aún no entiendes la felicidad, posees todo para ser feliz, mas no lo ves, porque tus lágrimas han segado tus ojos y en tu confusión te has perdido, secaré tus lagrimas una vez más, ve a casa duerme hoy, mañana será un nuevo día donde veras un hermoso sol, en su luz podrás apreciar todo lo que te rodea. Y entenderás el secreto de la felicidad y si recuerdas mi consejo no volverás a llorar.

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TEXTOS EN EL FACE por Ponce Dora Buenos Aires

Es una sensación extraña… Han pasado tantos años nuevos por mi corazón; mis pasos han caminado tantos años viejos… que este 2013 me parece mágico, increíble. Tengo los ojos llenos de distancias y el alma repleta de memorias… Y lo que es providencial para mí: mis alas me bancan los sueños y amplían el horizonte de mis ilusiones. Mis alas han pasado por el fuego y se han chamuscado, han pasado por el agua y se han humedecido, han pasado por cielos y por infiernos; han atravesado noches oscuras y días luminosos… Están cansadas de surcar horizontes, de madrugar crepúsculos… Mis alas se han elevado a veces y a veces se han debilitado y me he venido en picada, pero siempre me han ayudado a despegar de nuevo… Por eso confío en ellas. Porque son depositarias de mis sueños. Porque son las que me sostienen y me movilizan. Porque son mi contacto con la imaginación. Porque cuando la tristeza, tan necesaria como la alegría, tiñe mis ojos de lejanías, son las que me contactan con mi mundo propio, personal, con ese mundo que yo misma me he creado cuando era apenas una niña de cinco años… Mis alas son tan necesarias para mí como el aire con el que respiro… El día que me falten ya no seré más.

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EL MUNDO, CUANDO NO TE AMABA por Diego Javier Duarte Buenos Aires

El mundo, cuando no te amaba, era poco y suficiente. En aquellos días la tristeza y la dicha se turnaban, eran justas y organizadas. Jamás nacía una tan a prisa. En esos tiempos escaseaba la vida, vivir en exceso era un sueño que nadie soñaba, pero luego apareciste y todo se fue al carajo. La tristeza y la dicha ya no se turnaban, morían a prisa, se asesinaban. Ya no escaseaba la vida, ya no era el sueño de nadie, se vivía en exceso. Se vivió tanto que en más de una ocasión fuimos asesinados. En aquellos tiempos de crisis, sueño mío, uno estaba enamorado. Pero ahora aquel mundo, el de aquellos tiempos cuando no te amaba, vuelve a ser mi mundo.

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TOMO MATE por María Ofelia Ebbio Santa Fe

“Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor que muchas veces se llora de alegría.” George Sand Absorbo el agua que infusiona la yerba a través, del túnel de la bombilla. En la mañana, mi compañero, en las tardes de siestas compartidas o en la soledad de la noche despabilada con la música de fondo. La espuma superior se jacta de bien cebado, ni tan fuerte, ni tan lavado. Motiva la conversación o la lectura en soledad, pero es el compañero que no necesita de dos si hay deseo de tomarlo. Y así pasa el agua como un río subterráneo donde se puede navegar hacia la luz del día. Si es invierno, río de agua templado, si es verano, río fresco. Con hielo y sabor a limón o pomelo. refrescante, esperando la lluvia que calma la tarde cálida,

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de nubes gordas, gris azuladas. que engordan los ríos con lluvias. Rebalsan y se esparcen por los campos de yerba mate, inundados, ¿Será el túnel de la vida similar a éste, con líquidos amnióticos?

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EL GATO por Jorge Marcelo Etchegoyen Buenos Aires

De fantasmas y otras yerbas - Relatos fantásticos El gato maullaba erizando su pelaje. Miraba hacia un rincón del living. Verlo así, le llamó la atención a Raúl y se acercó para comprobar qué era lo que molestaba al animal. Miró hacia donde observaba el gato, pero no había nada. Eso lo asustó mucho. Hay quien dice, que cuando los gatos se comportan de esa manera, es porque están viendo algún fantasma. Seguidamente, sintió un gélido soplo de viento en la nuca y espalda. Al darse vuelta vio una sombra que se deslizaba camino a su dormitorio. Quedó pasmado ante semejante visión. El gato no paraba de demostrar su curioso nerviosismo. Raúl estaba aterrado y corrió hacia el cuarto. Al llegar, la sombra ya se había desvanecido. Notó que el gato estaba a su lado, calmo y restregándose en sus piernas. Lo que haya sido que estuvo ahí, ya se había ido. Continuaba consternado, jamás vivió algo semejante. Trató de serenarse y fue hasta la cocina a preparar la cena. Más tarde, ya en la cama, leía un libro antes de dormir, cuando vio que el gato saltó por el aire y se quedó arqueado y erizado, maullando hacia la cama. Raúl se sobresaltó y sintió pavor. Dejó a un lado el libro y a poco de levantarse, vio cómo se hundían las cobijas y el colchón al pie de la cama, como si hubiera alguien caminando por ahí. Soltó un desgarrador alarido y huyó del cuarto. Fue a la cocina y tomó una cuchilla. De espalda a la pared, permaneció mirando hacia la puerta esperando que eso se apareciera. El corazón le latía acelerado por la pavura y parecía detenerse de un momento a otro. Era una situación desesperante. Podía sentir la presencia del fantasma que se le aproximaba. Lanzó al aire un par de puñaladas, como sieso fuera suficiente para detenerlo. El silencio era aterrador, de pronto, las cuatro hornallas de la cocina se encendieron a la vez. Pensó en salir corriendo de allí pero estaba paralizado. Seguidamente, algo lo tomó por el cuello con una fuerza descomunal y lo arrimó a las hornallas. Luchó en vano, sin poder zafarse. No hubo quien oyera sus alarmantes gritos en la noche para acudir en su ayuda. Al día siguiente, Ignacio, un vecino, preocupado por el olor nauseabundo que venía desde la casa de Raúl y ante los fuertes maullidos del gato, supuso que algo no andaba bien. Luego de llamar con insistencia a la puerta, sin

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pensarlo dos veces, la derribó y al entrar se percibía un fuerte olor a carne chamuscada. Cuando entró a la cocina, lanzó un grito de espanto viendo a Raúl totalmente carbonizado, tendido sobre las hornallas que aún permanecían encendidas.

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ROSI Y LA BURBUJA TEMPORAL por Alfredo Mario Figueras Buenos Aires

Por la esquina de mi casa, donde vivía la loca de tu hermana, pasaba una franja de tiempo del año 1930. -¡Pero, Antenudo! ¡Riiispete a los leeectores que después los cuentos no se venden! -Bueno, señorita Edith. Como decía, por la esquina en donde no vivía hipocámpita alguna, pasaba una franja de tiempo. Una franja de un metro de ancho y que no ocasionaba problemas de circulación, ya que era sólo imagen. Por ahí, alguno se distraía mirando al pasado y se estrolaba con el auto en el presente… Pero más que algún accidente fatal no solía ocurrir. La franja, no guardaba relación geográfica con el lugar donde aparecía y en esto hay cierta jurisprudencia fantasmagórica y de espíritus chocarreros. Era de hacerse presente por afinidad sentimental o de ánimo. Por eso, por mi esquina pasaba “La Gran Depresión”. En cambio, por el Barrio Cipáyetty (donde trabajaban para intereses foráneos y malvados) a veces pasaba “La Batalla de Cancha Rayada”, otras veces “El Bloqueo anglo-francés” y cada tonto… y cada tanto, quise decir, (y por error del tiempo paralelo e inmutable) se aparecían el “9 de Julio de 1816” o “La Revolución de Mayo”. Recuerdo que no soy perro y que no muerdo y que, por un barrio muy inclinado hacia las artes, pasaba la ciudad de París del año 1170. Se podía ver como terminaban la Catedral de Notre Dame. Y esto, atraía a pequeños grupos de vándalos que se reunían para gritarles cositas a los antiguos constructores. Algunos preferían ir a gritarles a los extraterrestres mientras hacían las Pirámides. Pero yo contaré lo que les gritaban a los de la Catedral, en donde el Organum melismático se hubo desarrollado con Leoninus y Perotinus y otros tantos músicos de fina laya. Les gritaban… -¡Usá una grúa, perejil!, ¡La instalación eléctrica va para atrás, loco! Todas estas franjas, muy pintorescas, divertían al pueblo. Pero los historiadores, los más viles (esos con tendencia al revisionismo), pervirtieron las imágenes del pasado y las usaron para echar luz sobre algunos acontecimientos diplomáticos. Así, la Historia pasó al grupete de las ciencias exactas. Por suerte, los humoristas también hicieron su revisión sobre los temas más picantes y el pueblo tuvo lo suyo.

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A MI MADRE por Susana Beatriz Fondado Santa Fe

El día que nacen las flores se quebró tu vida. Tus ojos empequeñecieron de tanto regar angustias. Bajo el inmenso cielo la gris soledad te envolvió. ¿Desde qué nube te mira? ¿En cuál luna te añora? ¿Por qué abonó la tierra, la piel que tanto has amado? Esperaste el momento que él te viniera a buscar. Fue muy largo el camino. Dibujó el tiempo arrugas; más no borró el amor. Y llegó la hora, ya lo ves, aquí está, ha venido a tu encuentro.

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HABÍA UNA VEZ por María Paula Forastieri Buenos Aires

Había una vez… un niño que soñó con ser libre. A corta edad tomó coraje y con su mochila acuestas se hizo camino en el mar… Este niño creció entre marineros errantes y corajudos, entre redes, cánticos italianos, entre salitre y mar… Le encantaba mirar el cielo lleno de estrellas, y su adrenalina aumentaba cuando el barco trepaba las olas más gigantes que jamás había visto… Sus ojos celestes se confundían con el cielo… Creció embebido de vida y arriesgando, paradójicamente, su vida… Poco a poco fue dejando el mar indomable, para conquistar nuevos caminos… Siempre sentía la nostalgia del vaho a mar, sentía que las olas arremolinaban en su cuerpo haciendo rugir su sangre, pero él siguió conquistando caminos con su alma llena de alegría y esperanza. Hasta que un día este niño hecho hombre de mar, dejó de recorrer caminos, dejó de reír, dejó de soñar… Entonces todas las personas cercanas a él comenzaron a cantar una plegaria… Primero fue suavemente, y poco a poco, fue subiendo un tono más fuerte, hasta que el mismísimo viento se apropió de ella y la llevó atravesando montañas, llanuras, bosques y hasta los desiertos más desiertos hicieron propia esa plegaria. Llegó tan lejos que los oídos de los sordos sintieron el vibrar de la tierra, y con ello las masas del continente se fueron moviendo hasta convertir una ola gigante que arrasó con toda la tristeza que éste niño-hombre sentía… Dicen que Dios lo tocó para despertarlo, y le dio un ángel para cuidarlo y amarlo… Sólo sé que este niño-hombre del mar, de los caminos, ahora no siente miedo, puede enfrentar a todo y a todos, que en su sangre hay adrenalina de vida, y en su cuerpo olor a esperanza, que se convirtió en un guerrero de la vida, y un ejemplo de vida… Cuentan que el puerto todavía siguen cantando esa plegaria y que su ángel todos los días se la tararea cuando le dice: TE AMO.

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TODO PASA… por Zulema Clarisa Franco Corrientes

Silban aires de tormentas, rayos, truenos y relámpagos, inquietud, temor, zozobra, tiempos de penas y llantos. Cae abundante la lluvia salobre del desamparo y se mece con los vientos tu inestable y frágil barco. En el fragor inclemente buscas la luz de algún faro, que le de alivio a las penas y te conduzca al reparo. Claudicas ante el peligro o te hundes en la nada luchando, sin ser testigo, protagonista de alma. Pero el tiempo de la calma te acercará un nuevo alivio: un cielo azul de esperanza con sol radiante de estío. Taquitos rojos

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EL AROMA A GARRAPIÑADA por GracielaLluisa Gallo Buenos Aires

Apenas asomaba los 6 años cuando le pedí a mi mamá que me llevara a bailar español, supongo que influenciada por las compañeritas que tenían esa posibilidad, más que sabiendo de qué se trataba. Como correspondía a la época y a nuestra estructura familiar, mi mamá le preguntó a mi papá antes de tomar la decisión. Mi papá, un hombre bueno y sencillo pero venido de una familia de italianos del sur que tenían como única brújula para criar niñas el resguardo del himen de las mismas, a cualquier costo, y que además confundían las danzas españolas o de cualquier tipo como la antesala del escenario de algún oscuro cabaretongo; se negó y prohibió volver a hablar del tema .Obviamente, mis lágrimas hicieron surcos en el patio de tierra de la humilde casa pueblerina, conmovidas mi mamá y su hermana menor, decidieron desobedecer la orden y allá fui a comenzar mis zapateos con unos taquitos color rojo y las mejillas arreboladas de placer. ¡Era la gloria! Dos veces a la semana mi tía me llevaba en su bicicleta a la Academia y allí calzada en mi malla negra, con la pollera roja con lunares blancos pletórica de volados y mis taquitos rojos, me sentía, sin saberlo, la Faraona. Cada vez, a la salida, pasábamos por la plaza principal donde mi tía compraba una bolsita de ese tibio maní caramelizado para compartir con mi hermana, que esperaba en casa. Todo anduvo de maravillas hasta que un día mi padre (eternamente sobre su camión, eternamente de viaje) llegó antes de lo esperado y me vio con mi bolsito y mi pelo tirante y mis ojitos de culpa, parada en el vano de la puerta. No gritó, ni me pegó, ni me puso en penitencia, sólo me quitó el bolsito y mis zapatitos rojos y los puso sobre el ropero del dormitorio, casi en el cielo desde mi escasa estatura. Mi mamá y mi tía pagaron la culpa. Por la noche, cuando ya estaba en la cama oí la discusión y las argumentaciones de mi tía que se animó más que mi madre, oí su portazo y el insulto ahogado. Luego un silencio sollozante de mi madre y nada más. Al día siguiente me explicaron lo que ya sabía, adornándolo de frases como “tu papá te cuida mucho y piensa que sos muy chica para ir a danzas” o “tu papá ya va a aflojar y te volveremos a llevar” o “cuando seas grande vas a poder ir, siempre hay tiempo para aprender a bailar”; pero nada me conformó. Supe con certeza que no volvería a calzarme los taquitos rojos ni a acariciar su cuero sedoso y flexible. Guardé en un cajón el clavel rojo de gasa que me po-

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nían junto al rodete y no dije nada más. Mi mamá y mi tía guardaron su pena junto a la mía y volví a mi infancia común, sin contratiempos ni angustias, sin sobre saltos ni danzas. Eso sí, cada vez que paso junto a un hacedor de garrapiñadas, me acuerdo de mis zapatitos rojos y de mi sueño de bailadora y me cuesta desatar el nudo de la garganta.

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LA ESTACIÓN DE LOS DÍAS MÁS FELICES por Diego Martín Gálvez Cidad Autónoma de Buenos Aires

Quisiera ser la aurora cuando enlaza las flores y el rumor del nuevo día despierta la pasión del sol que guía el rumbo de un fulgor que tiembla y pasa. Quisiera ser el fuego al que se abraza el tenue palpitar de mi tranvía, deseo alzar la voz de mi utopía y quebrar con un grito su carcasa. Abrigo y sangre quiero ser ahora y un dulce son que acalle cicatrices con vívida ilusión y en cada hora. Pintar quiero contigo los matices de ese tibio rubor en el que aflora la estación de los días más felices.

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EN CONSECUENCIA por Elizabet Gamarra Buenos Aires

Viviré la vida a mi manera, diré que al final aproveché mi tiempo, valoré mis hechos, di lugar a mis derechos, en consecuencia, seré feliz. Transmitiré en un ego mi alegría, quizás la compartiré, pero prefiero disfrutarla, para que nadie arruine mi momento, en consecuencia, tendré una vida dentro de todo alegre. Buscaré motivos para creer que se puede hacer todo lo que uno desea, anhela, proyecta, en consecuencia, disfrutaré de mis logros. Haré frente al dolor que se atraviesa en el camino y no me deja seguir caminando, no me deja ver que en el transcurso de mi vida, queda mucho recorrido, en consecuencia, no le daré el gusto a la vida de sufrir. Dejaré que mis ganas no se depriman, le daré el gusto de que hagan, de que disfruten lo que desean hacer, en consecuencia, trataré de no privarme divertirme. Sacaré a flote ese resentimiento mal herido, que me lastima a mí, que me hace enfurecer, y no me deja crecer disfrutando de lo que sólo son buenos sentimientos, en consecuencia, seré una buena persona. No me rendiré tan fácil, lucharé por mis logros, si no puedo, no bajaré los brazos, lo haré una tras otra vez, en consecuencia, mis proyectos se realizarán.

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No dejaré que mi vida se dañe, trataré de arreglar mis errores, trataré de disfrutar cada hecho, aprenderé a no rendirme, a luchar, a disfrutar, a valorar mi vida, a satisfacer mis deseos, intentaré ser feliz, en consecuencia, viviré.

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…CAMINO por Ana María García Buenos Aires

Extraño camino de flores dispersas, quietud y grandeza; es todo pureza. Paralelas corren hacia el horizonte, confluyen con magia detrás de los montes. El cielo ilumina a un mundo perfecto, más sopla la vida hacia tal incierto. Qué triste ironía me viene a la mente… el sol de repente sonrió diferente. ¿Por qué lo sublime no tiene cabida? ¿Acaso el humano disfruta lo vano? ¿Es nuestro destino doblar el camino? ¿Pisar el vacío otorga medallas y alegra la vida ir saltando vallas? ¿Por qué con barreras bloqueo al sendero, colocando púas, espinas y cercos; marchitando flores de días eternos y olores nocivos a bellos cultivos? ¿Por qué a la nube la torno en tormenta y cierro mis ojos al sol que alimenta? Creer en la vida es gran desafío… es mucho más duro no tener destino… Mirar adelante, marchar convencido, tener convicciones, soñar mi camino, me hará más seguro, confiado y austero… Veré el horizonte, la miel y el sendero…

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EL LIBRO MÁGICO por Melanie Garri Buenos Aires

Recordé que tenía en mi armario mi libro preferido, que leía todas las noches antes de acostarme, en él veía todos los personajes que en mi infancia me habían ayudado a sonreír, superar mis miedos, guerreros, príncipes que luchaban en batallas, payasos, bufones que realizaban el más hermoso oficio de la simpatía y la amistad de la alegría, las princesas, reinas que lucían vestidos hermosos perlados, coloridos. Ellos me transportaban a mis sueños más lindos, nunca quería que ello acabara, tenía en un viejo cajón de recuerdos un anillo que mi madre me había otorgado el día de mi cumpleaños, 19 de febrero, y que usó el año de mi nacimiento 1992, nunca más se lo quitó, con él lograba abrir el libro mágico, un delicado anillo de diamantes de corazón, un rubí brillante. Ella creció con sus historias, y yo aprendí de ellas, el arte en él, los relatos ilustrados, cada detalle era importante, los colores pasteles, fluorescentes, una maravillosa combinación de realidad y fantasía. Nunca creí que aquel bello libro me hiciera libre. Caminé por rumbos de rocas, prados verdes, castillos encantados, hable con plebeyos, nobles, conocí carruajes, caballeros y seres milagrosos, hadas y ángeles. En la oscuridad de la noche oía a la luna brillar, sí, la oía, en aquel momento era cuando abría el libro, me sentaba en mi cama y dejaba volar el tiempo, como si nada más existiera, sólo yo y el libro. Cuando lo abrí pude ver las estrellas salir en el cielo a través de mi ventana, era algo hermoso, De él nacía a mi lado el amor de mi vida, bello príncipe mágico, leyendo cada página junto a mí, juntos cada noche creábamos nuestro mundo poblado de ilusión, paz y amor, nuestras almas renacían…

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A METROS DEL OBELISCO por Marcelo Gatica Amengual Buenos Aires

Así de la nada, o desde el mismo fondo del sentimiento oculto, el que viene de lejos, ella, él, se enamoraron. Hubo un instante en que la amistad mutó, cambió el beso en la mejilla por el de los labios, y fue furor, pasión. Para no retornar jamás a la fuente, esa en la que bebieron sin saber lo que depararía el destino. Ella era blanca, luminosa, madre joven, él mayor, empedernido lector de historia, filosofía y genealogía, galante al extremo y preocupado por el aspecto personal, aparentando varios años menos de los que cumpliría en breve, superando la barrera de los 45. Muchos pensaron, y ellos también: ¡imposible! Entre jornadas de trabajo salpicadas por cafés y anécdotas fueron cimentando la relación, un vínculo que paso rápidamente de compañeros a “amigos/psicólogo/paciente”. Ella le contaba aspectos de su vida que nunca antes había exteriorizado y él la guiaba, la escuchaba, le prestaba el oído y el hombro. Se sentían muy bien uno con el otro, se podría decir que anhelaban comenzar el día para encontrarse y charlar, para estar cerca. En esa fiesta, “la fiesta”, la que la multinacional en que trabajaban organizaba para fin de año, él sintió que algo se había roto y no se podía reparar. En realidad se rompió en mil pedazos su visión de la amistad; otros ojos, y otras formas se insinuaban frente a ella. Le costaba aceptarlo, no lo quería aceptar. Y hubo dolor, porque el seguir escuchando aspectos íntimos de su vida ya le afectaba de manera directa, frontal, una trompada a la mandíbula. ¿Cómo seguir simulando?, imposible, no era su estilo, además, no podría, no quería vivir una farsa. Que sea lo que tenga que ser, o lo que haga falta para que sea. Y ahí fue él, a torcer con breves palabras el rumbo, el percibió su nerviosismo y un brillo distinto en los profundos ojos verdes. Sí, fue así, mirarse y entenderse, luego de la corta pregunta: “¿querés que te proteja?”, y ella, con timidez y a cara roja como nunca, tan solo murmuró: “puede ser”. No había marcha atrás, las cartas se jugaron, y para el lado del amor. Dos días después se besaban por primera vez, sus corazones explotaron, presenciando la escena apasionada un impávido Gral. Roca desde lo alto en su caballo y los transeúntes despreocupados que a esa hora de la tarde y en una esquina, poco les importaba una pareja acaramelada. Con una rosa en una

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mano, regalo de él, y en la otra el infaltable celular, ese aparatejo que era parte de su cuerpo; podría prescindir de un brazo, ¡pero del teléfono no! Hacía unos meses que habían decidido compartir el amor en un departamento cercano al Obelisco. Esa noche ella preparó su plato preferido: canelones de acelga con salsa roja y blanca. La llamó desde la oficina, cerca de las 20 horas: “ya salí amore, en 15 estoy, te amo”; “yo también te amo mucho, acordate de comprar el helado”. Mientras ella terminaba de acomodar la mesa esperando su llegada decidió encender la tele, justo estaba en TN el canal de noticias, ese que él sintonizaba todas las mañanas para decirle a ella que cantidad de ropa llevar: “hace frío, mucho, abrigate”, “tanta ropa no, está fresco pero va a subir la temperatura”. Quedó como hipnotizada con el comentario del movilero: “acaba de ocurrir un accidente fatal, casi en la puerta del edificio de Eva Perón en la Avenida 9 de Julio, un auto cruzó en rojo y atropelló a un peatón dándole muerte al instante, aún no se conocen datos”. Un frío desgarrador le atravesó la columna, tomó el celular y llamó: “hooola”; respondió una voz no reconocible: “hola, mirá, este celular está tirado acá en la calle al lado de una persona, soy de la metropolitana ¿con quién hablo?” Sintió que perdía el aire, se desmayaba, lloró, el teléfono cayó al piso.

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CHIQUILLA por Gabriel González Córdoba

Mujer niña, pétalo brillante. Te ríes y me perfumas las manos. Alzas al viento tu carcajada en una espontánea suelta de pájaros. ¡Te corres tan graciosa el pelo de la cara! Me dibujas con tus pestañas circulitos en el aire. Notable atención pones a tus manitos llenas de cosas. Tejes y destejes pequeñas historias con ellas. Llevas tu vestido rosa, tus guantecillos blancos. Miras abril de reojo con tus florecitas en las manos. Éste mundo es tu misterio; escondes todo enterrado en tu arenero, tu jardín de ensueño. Duerme serena ahora, bella estrella en mi regazo.

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ERES MI DETERIORO por Héctor González Buenos Aires

Como un barco viejo estuve anclado por años a una vida sin vivirla, soportando cada enorme ola que me percudía más y más. Oleadas y tormentas que oxidaban mi cuerpo. Y ¿Por qué? Por tener miedo de llegar al puerto que desde joven deseé en llegar, ella me abastecería de enorme felicidad, pero mis dudas y miedos fueron más grandes que lo que sentía por ella, y en este momento mi arrepentimiento abarca gran parte de mi carga. Es tarde para subir las cadenas y encender el viejo motor de los sueños. El agobiante sol de la soledad carcome día a día mi piel, las gaviotas esperan ansiosamente por mí… Solo espero que cada noche ella vea las estrellas al igual que yo, mientras muero poco a poco por necesitar de ella. Fui un cobarde al no encender el motor, y lo sigo siendo. Me hundo centímetro a centímetro, destruyo mi barco parte por parte, y solo queda mi último grito en medio de millones de kilómetros de estas aguas que representan la necesidad hacia ella, y su hermosura tan perfecta, y sin fin…

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LA ESCENA DEL CRIMEN por Matías Nicolás González Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Todo comenzó con aquel pequeño punto. Para ser mas exacto con aquella línea, que es una sucesión de puntos, según su definición. Fue luego la mesa. Sobre la mesa una copa, una de esas altas, que se utilizan en el brindis -cuyo momento aborrezco- y una botella de vino tinto en la que, al igual que en la copa alta, se formaba a lo largo del lado derecho una línea que se entendía como el reflejo, la luz. Un perchero de roble hacía aquel espacio más lúgubre aún. Supe que un asesinato se había cometido en esa habitación, sí, lo sabía aunque no pueda verse allí indicios de ello. Así se veía, en la mesa la copa la botella y menos de un cuarto de vino entre ambas, el perchero con un anticuado sombrero y la ventana que dejaba entrever un cielo nocturno. Me detuve en el cielo, era su turno. Un azul -que a la vista se asemejaba más al negro, pero yo sabía cuan azul era- que daba una idea de una noche de frío, más bien una noche de junio, que sucedía a una tarde soleada, y no cálida por ello. Una noche azul y estrellada. Las estrellas eran redondas, su luz era increíblemente notoria y su color podía ser del grupo de los pasteles, su color era amarillo pastel -engañosamente blanco, sin embargo, yo sabía cuan amarillas eran-. Sobre la mesa la botella y la copa, ambas con un poco de vino tinto, a un lado el sombrero, de un gris gastado, sostenido por el perchero marrón -creo que el marrón era lo que daba a entender que era de roble- la ventana abierta y una noche tan fría como aquella escena. Es importante, aunque detallista, que la puerta este entreabierta dejando entrar la luz de la habitación anterior. Era una puerta marrón, no parecía de madera -yo sabía que era de madera, lo sabía por el sonido estremecedor que hizo al abrirse cuando, durante el crepúsculo, se cometió aquel asesinato- y al igual que todo en aquel sitio tenía en su lado derecho la línea blanca que era la luz. La mesa con la botella y la copa con un poco de vino, el perchero que contenía al sombrero, la ventana abierta y la puerta, todo, incluso la rama que se asomaba -que era tan obscura como la noche, solo que con un tono marrón y sin hojas, tratábase de un tronco puntiagudo que respondía a la época que dispuse- generaba una no muy obscura sombra que se extendía en el suelo y las paredes casi con la misma medida que los muebles. La sombra lograba aún más que todo lo anterior la sensación que generalmente transmite una típica escena del crimen. Es que, en fin, eso era una típica escena del crimen, ni más ni menos. Un escenario en el cual la muerte había sido, unas horas antes, la protagonista que dejaría como conse-

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cuencia ese ambiente tétrico que causaría a cualquiera que lo mirara un dejo de tristeza sin explicación alguna, porque quién podría ver aquel asesinato que yo vi, y vivirlo poco a poco como yo lo viví en aquella pequeña sala que encerraba una historia que empezó con aquel pequeño punto y que alojaba una mesa sobre la que había una copa y una botella, ambas con un poco de vino tinto, a un lado un perchero de roble que sostenía un viejo sombrero gris, y al otro lado una puerta marrón entreabierta, todo iluminado por la ventana abierta, que permitía ver el cielo nocturno de una noche tan fría como el color de sus estrellas, y en la que se asomaba una rama obscura, y esa luz se reflejaba en el lado derecho de cada objeto. Yo cause el asesinato, y lo finalice dando la última pincelada al cuadro que colgaba de la pared al lado de la ventana, para después firmar mi último cuadro.

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LA ESPERA por Natalia Soledad González Buenos Aires

Solo se escucha el tic-tac del reloj de pared. La casa está limpia, ayer vino Marcela y la dejó reluciente. Es día de semana, y afuera se escucha el rutinario sonido de los autos camino al trabajo y los autobuses escolares. Gente que viene y va, algunos apurados, otros tranquilos, algunos distraídos y otros hablando por celular. Ella está todavía en la cama, pero quiere levantarse ya. Hace un rato que espera. Pero nada pasa. Ya pronto llegará el momento. Mientras tanto la vida corre, el reloj le recuerda que los minutos pasan, pero ella no se desespera, siempre supo esperar. ¿Cómo puede ser que llegado un momento en la vida, cosas que antes eran tan normales o nos parecían tan pequeñas, puedan ahora ser tan cruciales e importantes? ¿Cómo puede ser que uno viva pendiente del reloj, de no retrasarse, tratando de vivir a tiempo, cuando en realidad, perdemos tiempo estando pendientes de él? Pero eso no se sabe hasta que uno llega al punto de ver que la vida pasó rápido y el reloj hizo de las suyas. Ella se levanta, se calza las pantuflas y se hace un té. No quiere prender la televisión, ¿para qué amargarse desde temprano? Simplemente esperara paciente. Espera que el mundo se detenga, que dejen la rutina de lado por ella, que le dediquen un tiempo, pequeñito. Mira a su alrededor. No quiere ponerse ansiosa, la ansiedad no ayuda. A través de las cortinas se filtran, traviesos, los hermosos rayos de sol. Es un día hermoso. ¡Qué sabroso esta el té hoy! Eso la reconforta, pero no puede evitarlo… la ansiedad la invadió ahora. Se levanta, ha decidido encender el televisor para olvidar la espera. De pronto, el ansiado sonido inunda la sala. Es un sonido un poco insistente y aturdidor, pero hoy ella lo ama. Es el sonido que indica que alguien la busca, que alguien se acordó de ella. Nunca se había dado cuenta de lo que ese sonido significaba hasta ahora. Se levanta lentamente y se dirige a la sala invadida por la melodiosa música que proviene de allí. Teme no llegar a tiempo, pero confía en que lo hará. Sus manos acarician el frío aparato, que al ser levantado calla su ensordecedor sonido. Lo acerca a su oído y su corazón se acelera hasta que el tubo toca su oreja, y con voz quebradiza musita el tan acostumbrado “¿hola?”. Su garganta se cerró. Sus ojos estallaron en lágrimas y su alma dio un salto de emoción. Ella no estaba sola, alguien la buscaba. Alguien quería hablarle, y era exactamente quien ella estaba esperando. Del otro lado del teléfono, la voz tan ansiada dejaba oír sus palabras. Una voz infantil que sonaba como música para sus oídos, le dijo tímidamente: “hola abuela, felices 80 años”.

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UN AMOR DE CUATRO DÍAS por Gabriel Eduardo Grobli La Pampa

Debo admitir que fue una suerte que yo conociera su idioma. De otra forma hubiera sido imposible repetir el diálogo. Detuve el auto y apagué el motor, con la deliberada morosidad de quien intenta inútilmente postergar lo inexorable. Giré la cabeza hacia atrás porque ella, por alguna razón había evitado sentarse al lado mío. Las emociones me impulsaron a recurrir a una afirmación banal, tautológica. -Llegamos, dije con torpeza. Me miró. Su mirada sirvió para darme cuenta que mi anterior afirmación era doblemente superflua. Por un lado ella sabía que ese era el final del viaje. Pero además sabía que solamente era yo el que llegaba. Ella solo estaba regresando. Gracias -dijo- te voy a extrañar. Hubo cosas que no alcanzamos a decirnos. Hubo cosas que me dijiste y no entendí. Si hubiéramos tenido más tiempo seguramente habríamos logrado la mejor y más armoniosa de las comunicaciones. ¿Estás triste? -preguntó. Un poco triste. Un poco alegre. La edad me autoriza a revelarte que a partir de este momento vas a estar mejor. Ahora es pronto para que comprendas el pequeño sufrimiento de ayer. En todo caso, me obsequias el mejor de los regalos de despedida. La confirmación de esa sospecha que siempre me rodea y que indica que cuando se termina algo, el mejor consuelo es que ambos salgamos siendo mejores de lo que fuimos al inicio. Cuatro días, ya sé, es muy poco… pero quiero decirte que te quiero mucho. Me acercó su rostro. Claramente -me dijo-: YO TAMBIEN. Me bajé. Abrí la puerta de atrás. Descendió con su natural y espontánea elegancia. Miró a su dueño, movió la cola, volvió a mirarme y se fue. A los pocos metros Piche se acercaba y la llamaba: ¡Juana! ¡Juana! La Negra, ya castrada, volvía a su casa…

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¿ESTÁS ALLÍ? por Marcela Guttilla Mendoza

¡Te estoy llamando! Desde el frío rincón donde me encuentro invadida de un amor que ya no siento. La tiniebla me envuelve, y no reacciono. Tengo manos de piedra, pies de plomo. Dame una señal, mira mis grietas, que desde el corazón sangran y esperan. Cielo ¿dónde te encuentras? ¿Dónde vives? ¿Por qué no envías el aire a mis pulmones? Los ojos ya no ven, el grito es silencio, yo en esta soledad, que es mi tormento. Cielo, ¿dónde te escondes? ¿Cómo te encuentro? Ya no sé con qué voz clama mi sangre esa que corre lenta por los rincones de un cuerpo abatido, huesos sin carne. Te estoy hablando, ¿me escuchas? Indiferente mueca desde el vacío. Profundidad que llama, triste condena. No hay pasos, sólo pies sin destino. Ausente tregua de un dolor que no cesa. Cielo, ¿estás allí? ¡Dame tu mano! Sigo buscándote, dame vida.

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UN CUENTO por Romina Heron Buenos Aires

Un día, un ser humano se despertó, miró a través de su ventana y comprendió, que el sol era su único Dio… Gracias a él, el día se llamaba día, comenzaba con el amanecer, para dar vida, llevar energía e iluminar caminos; y la noche se llamó noche, para traer el descanso vital y renovar la energía. El ser humano salió ese día a la calle despojado de inseguridades, preocupaciones y temores. El ser humano entendió que ya no existía un sistema. No existía el dinero, tampoco el poder. Todo pertenecía a todos y sabían cuidarlo y compartirlo. Los recursos eran inagotables y regenerados por la acción conjunta de todos los seres humanos para el uso conjunto de los mismos. El ser humano se dio cuenta que la sociedad ya no se llamaba sociedad, sino mundo o también llamado comunidad. Un poco más tarde se enteró que tampoco se llamaba ser humano, sino ser VIVO. Aún no podía creer que el trabajo había dejado de existir, porque de a poco el mundo se iluminó y comprendió que no dignificaba. Que lo realmente digno era nacer, permanecer, conservar y multiplicar lo que el mundo nos concedió, lo realmente digno era vivir… Ese día se sorprendió de notar que cada persona podía mantener relaciones libremente con el sexo opuesto (o incluso con el mismo), sin ser señaladas ni observadas, sin pertenecer a algún otro ser en exclusividad… pero lo que más le sorprendió, fue que no sentía aquello que en el mundo anterior llamaban “celos”. Reflexionó que tal vez el ego no existía en éste mundo en el cual había despertado. Ese día aprendió muchas cosas más… Se liberó de prejuicios, entendiendo que ya no existía ni la rutina, ni las necesidades, ni los dogmas, ni los tabúes… Ni los hábitos, ni las costumbres, ni las leyes, ni los derechos ni las obligaciones. No había significado que describa la palabra guerra. Todo era armonía, todo era amor. El amor no era un estado, sino vida. Existencia compartida con otro ser especial. No había gurúes, ni santos ni demonios. El país era el mundo y la religión era hacer el bien, como alguna vez dijo Thomas Paine. Descubrió cosas nuevas que lo seguían fascinando y redescubrió otras tantas que en el viejo mundo tenían otro significado. Cambió símbolos, representaciones, miradas, sensaciones. Una experiencia similar a cuando se reencuentra una persona después de años, o se regresa a un lugar al cabo de un tiempo… Ese día, comprendió el significado de vivir, de llenar el alma, de escurrir la mente,

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de liberar el cuerpo, de moverse, de quedarse, de devolver a la existencia la oportunidad de vivir. Ese día fue uno de los más largos de su vida. Cuando llegaba el ocaso, retomó el regreso a casa. Contempló que el camino también era largo y recto. Pero aún veía curvas y obstáculos como en el mundo anterior. Aquí podía tomar atajos, hacer el trayecto más largo, parar, avanzar, volver a comenzar, cambiar de ruta… El camino era el mismo que en el mundo anterior, también había piedras… Pero lo importante es que ya había aprendido que podía saltarlas, que podía continuar, que no le importaba el tiempo que le tomara para llegar hasta el final, porque lo importante era lo recorrido. Ese día llegó un poco cansado a su hogar, claro, fue mucha información para un solo día. Pero no era el cansancio habitual al que estaba acostumbrado. Era un cansancio feliz. Esa noche se quedó dormido. Su cuerpo liberó tensiones, su mente disparó la última fotografía antes de ponerse en blanco. Su alma se sintió libre, viva, completa, iluminada y luminosa a la vez. Al día siguiente, sonó el despertador, el ser humano se levantó, miró el reloj, se acercó a la ventana remolonamente, y observó el exterior… Se dio cuenta que había sido un sueño. Pero desde ese día ya nada fue igual.

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UN HOMBRE HONESTO por María del Pilar Jorge Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Era de noche y llovía. Oculto entre las sombras del zaguán, Roberto Cano esperaba, como había estado haciéndolo desde hacía ya diez noches. La campera no alcanzaba a protegerlo de la lluvia, pero ahí donde estaba, acurrucado en el último escalón, la capucha caída sobre la cara, parecía uno de esos tantos linyeras que transitan por la ciudad ignorados por los transeúntes. Protegido por su disfraz, Cano repasaba mentalmente su plan. Parecía sencillo, sin embargo las manos le temblaban, claro, por el frío. “Te doy el trabajo porque te conozco y sé que sos un hombre honesto”, le había dicho Mauro Bonelli, el dueño de la compañía financiera, y él aceptó. Porque Cano era un hombre honesto, el prestamista lo comisionó para cobrarles las cuotas de los préstamos a sus clientes. Porque Cano era un hombre honesto, el dinero siempre llegaba a salvo a las manos de Mauro Bonelli. Porque Cano era un hombre honesto, que odiaba usar armas, un día lo encañonaron con un “chumbo” y lo robaron. Porque era un hombre honesto, cuando Bonelli lo acusó a él de ladrón se quedó sin palabras. Por suerte para Cano, no le pudieron probar el robo: no poseía inversiones bancarias ni jugaba ni iba a juergas ni tenía mujeres. Definitivamente, Cano era un hombre honesto: fue sobreseído y se quedó sin trabajo. Como ahora le sobraba el tiempo, Cano se dedicó a investigar las actividades de Mauro Bonelli: así descubrió que el prestamista también era dueño de una agencia de seguros. Esa agencia recibía toda la información concerniente a los clientes de la compañía financiera. Los empleados de la aseguradora se contactaban con los clientes de la financiera, para ofrecerles sus servicios. Todo parecía legal, pero en una etapa de ese proceso todo se convertía en una gran estafa. Es increíble, pensó Cano, las cosas que se pueden descubrir cuando a uno le sobra el tiempo. La rabia que le causaba pensar que Bonelli seguiría suelto haciendo de las suyas, era motivo más que suficiente para hacer algo al respecto. Indiferente al frío húmedo de la llovizna, vio al auto gris. Cano observó cómo Bonelli estacionaba el vehículo en el único lugar libre y se tomaba su tiempo en acomodarlo y en dejar trabado el volante. Bonelli se bajó del auto y miró a su alrededor, pero ni en la vereda ni en la calle se veía a nadie más. Todos habían escapado de la lluvia, todos se encontraban refugiados en sus casas, todos menos Roberto Cano. Cano decidió que había llegado el mo-

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mento de encarar a su antiguo empleador. Mientras continuaba en el zaguán, paladeando esas cuatro palabras que tenía guardadas para él, vio a Bonelli acercarse a la puerta del edificio en el que vivía. Aprovechando que el hombre estaba ocupado en abrir una puerta que parecía atorada -tal vez el mucho uso la había desnivelado-, Cano salió de su refugio y se aproximó, fingiendo una calma que estaba muy lejos de sentir. Puros nervios, no más: nada podía fallar, tenía todo bien planeado. Qué tiempo de porquería, ¿no? -murmuró en el oído de Bonelli. Si, esta lluvia es una mierda -concedió Bonelli, sin voltear la cabeza. Vos sos la mierda, desgraciado… hijo… de… puta -recalcó cada una de las palabras, mientras alzaba el brazo derecho. En su mano, la lluvia opacaba el brillo de la navaja, lista a hundirse en la espalda del empresario. Cano movió el brazo con fuerza, pero el otro hombre, presintiendo el golpe, se agachó y la navaja sólo marcó un impotente rayón en el vidrio de la entrada del edificio. Cano perdió el equilibrio y, por un segundo que se prolongó en el sonido de un trueno, alcanzó a advertir que Bonelli le apuntaba con un arma. Un dolor agudo se expandió por su pecho y se desplomó sobre el suelo. Desde donde estaba, pudo ver al prestamista alejarse. Después, sólo distinguió sombras difusas y se sintió caer en un pozo oscuro. En ese silencio saturado por los sonidos arrastrados por el eco de la lluvia, el espejo del “palier” reflejaba como la puerta de entrada se sacudía con el viento. Cuando Cano abrió los ojos, descubrió que estaba vivo y que podía entrar al edificio. Arrastrándose por el suelo, llegó hasta el “palier”. Luego, se incorporó, recogió la navaja y se dirigió hacia los ascensores.

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LLÉVAME por Laura K achorroski Misiones

Llévame a las fronteras de ésta pasión, donde el sol no ha alcanzado el horizonte, donde se elevan las montañas en frenética melodía a las nubes. Llévame a los suburbios del escándalo, donde los gritos no se oyen, donde rompen las olas de un mar agitado. Llévame a la locura del deseo desencadenado, donde en los espinos florecen narcisos, donde la lluvia se ha negado. Llévame al sosiego de éste amor postergado.

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MADRE TRISTE POR DENTRO por Nilda Ester K lundt La Pampa

Artista fuiste con tus hijos pintando el camino de sus vidas, educándolos para que en el futuro se hagan hombres de bien, verlos con sus propias familias, y disfrutar de ser abuela, hasta que algún día, por destino de la vida ellos tengan que decirte adiós. Pero no fue así, tu obra se manchó, un accidente , una puerta en el cielo que se abrió antes, no sé por qué, a uno de tus hijos te lo llevó, desgarrándote el alma, cuarteándote el corazón, sacando los matices de tu obra donde los colores se fueron, y sólo se ven escala de los grises. Tus lágrimas sólo pueden deslizarlas por dentro pues por fuera tienes que sonreír por tus otros hijos que también están sufriendo.

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OJALA por Natalia K rabica Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Ojala la tierra te inunde de flores te llueva el aire un atardecer lleno de rosas con púrpuras enredados en tus pies encarnando viajes y vientos fuertes que soplen de un mar y de un cielo que se junten a lo lejos y te digan que los sigas que vayas que los inundes que los vivas que los surques que atravieses cada una de sus entrañas afectadas de sal y de vida caracoles fuertes que te salven que te sanen que te conecten finalmente con vos.

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UN DESEO DEL CORAZÓN por Silvana Marina K raser Buenos Aires

Había una vez, un campo verde con una casa rodeada de árboles frondosos y coloridas flores que atraían mariposas, abejas, mariquitas y a muchos otros animales. La actividad económica era la leche por ese motivo, había vacas cerca de la casa. Los días de ese verano, eran cálidos y de cielo azul, sin embargo, cada vez que soplaba el viento fuerte y los árboles parecían quebrarse, los padres de Gabriel se apresuraban a terminar las actividades y cerrar toda la casa. Entre rezongos Gabriel era obligado a permanecer dentro. -¡El viento sopla fuerte y arrastra lo que se le cruce! Pero no te enojes hijo, por la mañana podrás jugar de nuevo en el patio, -le decía dulcemente la madre. Al notar el enojo, el padre le cuenta una historia: -Tu abuelo encontró una cueva por el sendero que hay detrás de la casa, según dijo es una cueva con poderes mágicos y cumple sólo un deseo. Los ojos de Gabriel se abrieron grandes ante la primera parte de la historia, no prestando atención alguna al relato completo. Por la mañana sin llamar la atención, se fue por el sendero. Todo el camino era un sitio de gran belleza, sinas-sinas, retamas y rosas mosquetas en flor se levantaban a los lados y se mecían suaves por la brisa, algún cardo contrastaba con su magenta y pequeñas malvas rubias opacaban con su gris verdoso el suelo. Hasta que llegó al final del sendero y encontró la cueva. Escéptico ante el panorama suspiró y dijo: -Deseo que no haya más viento. De pronto, todo quedó en silencio y la brisa se detuvo, las hojas de las plantas quedaron inmóviles. Ese día y los sucesivos, Gabriel jugó de sol a sol, las temperaturas ascendían cada vez más hasta que dejaron de cantar los grillos por las noches y las cigarras por las tardes, no cantaban los pájaros y las mariposas dejaron de volar. No zumbaban las abejas, no había coloridos en el paisaje y lentamente los árboles y plantas comenzaron a morir. Los días pasaban y no llovía, los padres debieron comprar fardos para alimentar al ganado por lo que el precio de la leche era mayor y nadie les compraba. Una mañana, la madre se enfermó gravemente y no podían pagarle al médico. Triste Gabriel caminó por el sendero de árboles y arbustos secos. Ahogado de tristeza, se sentó a llorar. ¿Por qué lloras?, -le preguntó una vocecita. Miró a su alrededor y de una rama seca con tan sólo una pequeña hojita verde de malva rubia observó a un bicho canasto, ¡No podía ser! Nuevamente, volvió a escuchar:

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-¡Sí, tú!, ¿por qué lloras? Soy yo quien te habla, estoy despertando de un largo sueño. Con pereza del capullo salió una mariposa que comenzó sus primeros aleteos. -Mi mamá está muy enferma, sucedió después que pedí un deseo en la cueva para que no soplara más el viento. ¿Por qué lo hiciste?, -le reprende la mariposa-, eres egoísta al no pensar nada más que en ti, has causado daño a conocidos y desconocidos, debes entender que no estas solo y que tus acciones buenas o malas siempre repercuten en alguien más, ¿cómo has podido ser así?, siendo apenas una mariposa sé lo importante que es el viento y tú siendo un niño humano no la conoces. ¡Vamos, no hay tiempo que perder! Frente a la cueva Gabriel se detiene: -Yo no puedo pedir nada más, sólo concede un deseo. -La magia y los errores son cosas de humanos, no escuchaste el relato completo, concede un deseo del corazón para luego modificarlo con la razón… lo que pediste no fue un deseo tuviste un impulso y ahora que reparas en tu error pide con tu corazón y cabeza un verdadero deseo. Gabriel cerró con fuerza sus ojos y dijo en tono firme: -Deseo que el viento regrese y corrija mi error. Una ráfaga fuerte golpeó su rostro como si de un abrazo se tratara, y la tierra comenzó a remolinar. Las nubes fueron acercándose movidas por el viento y agrupándose, al cabo de poco comenzó a llover y con el agua la vegetación volvió a vivir, los insectos regresaron y polinizaron las plantas, las vacas comenzaron a comer, a engordar y a brindar abundante leche. Las temperaturas bajaron, el aire se hizo respirable y los tóxicos se alejaron del campo movidos por el viento y un día claro de brisa y colorido jardín la madre se había curado y hasta hoy Gabriel sonríe cuando sopla el viento.

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SENCILLAMENTE por Adriana Mónica Lamela Neuquén

Cascabeleo paisajes con mi pubis tibio con mi arrumaco triste. Cuando me hostigan, soy águila blanca, se maravillan al avistarme e impresiono. Soy imprudente: tengo ambición y nubarrones y apadrino gorriones. Sencillamente porque duelen los silbidos detrás de los espejos. Duele la ausencia de barcos de papel de los payasos amables y de los noctámbulos curioseando. Sencillamente porque permanece esta soledad hiriéndome.

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HUELLA por Guillermo Luna Río Negro

La huella, la única huella indicio de su presencia, y después nada. La desconsiderada idea que uno se hace de lo que no es. Habrás sido la sombra efímera que ya nadie recuerda; sin andar detrás de nada, ni queriéndose esconder. Inconclusa imagen de tu imagen que yace desvanecida sin gracia y sin forma, frente al lugar que ya no le propicia ser parte de los millones de eruditos que intentan describir el barro.

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LA INUNDACIÓN por Norma Edith Luvino Buenos Aires

¡Se viene el agua, compadre!, -pasó gritando el Moncho, en su canoa-. Ya llegó a La Horqueta, hay que irse enseguida, anunció, mientras iba con su mujer y sus hijos río abajo. Nosotros ya lo sabíamos, hacía diez días que llovía y la inundación se siente en el aire, en los huesos. Nos miramos con el Negro y sin decirnos nada, empezamos a juntar las pocas cosas que teníamos. Mientras levantábamos los colchones y el resto de nuestras pertenencias que no podíamos llevar, no pude evitar que las lágrimas cayeran por mis mejillas. ¡Vamos mujer!, -me alentó él, rodeándome con sus brazos en gesto protector-, no es la primera crecida que tenemos, ni será la última. Esta es la sexta, desde que estamos juntos –repusepero ahora tenemos cuatro gurises, ellos son los que me preocupan. Quedamos abrazados por un instante y rápidamente continuamos con los preparativos. Tuve especial cuidado en abrigar lo mejor que pude a los pequeños, le di a María, la mayor, una bolsa en la que había juntado el pan y las galletas, para cuando les diera hambre. El Negro ya había bajado la canoa y estaba subiendo a los chicos, yo era la última en hacerlo, me volví para mirar, a lo mejor por última vez, el rancho y recordé que no había puesto las cobijas, volví a la casa corriendo y levanté todas las que pude cargar, junto con un gran trozo de nailon. Había que recorrer dos leguas hasta el pueblo, lo que le llevaría al Negro, remando, dos o tres horas, si yo lo ayudaba. El río estaba picado y la lluvia y el viento se abatían sobre nosotros, haciendo zozobrar, como una cáscara de nuez, la débil canoa. Cuando llegamos a la mitad del viaje, ya estábamos calados hasta los huesos. Los chicos comenzaron a temblar, con los labios morados y las manos y pies helados, se arremolinaron a mí alrededor, como pollitos mojados, buscando mi calor, calor que yo tampoco tenía. Entonces los más chicos comenzaron a llorar y sabía que llorarían cada vez más hasta quedarse peligrosamente dormidos, yo tenía que luchar contra ese adversario, porque el verdadero enemigo era el frío. Miraba la espalda ancha y fuerte de mi marido y entre los relámpagos lo veía temblar a él también. El tiempo transcurría con una sorprendente lentitud.

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¿Qué pasa Negro?, -pregunté-. Creo que en algún recodo perdí el rumbo, ya deberíamos ver alguna luz, -me dijo con todo muy quedo, para que los gurises no lo escucharan. No podía hacer nada, comencé a rezar y le pedí a los chicos que ellos también lo hicieran. El tiempo pasaba, el Negro estaba agotado, yo trataba de contener los sollozos. ¡Dios mío ayudamos! ¡Por favor Negro no aflojes!, -casi gritaba, cuando vi delante de nosotros la luz de la lancha de la prefectura que nos alumbraba como un rayo salvador.

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MIRADAS VACÍAS por Gustavo Milione Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Que endurecida queda el alma después de haberse dicho tantas cosas. Resulta inútil intentar acercarlas cuando no hay voluntad. Miradas vacías en un clima casi irrespirable que toca lo indecible, lo impensado. El “No” siempre presente, como un dispositivo de permanente negación. Ya en la mesa, la excusa es un almuerzo: “estamos todos”, dijo alguien tras brindar. Pero faltaba ella; mi hija. “Mejor no digo nada”, pensé. Con la mirada perdida -y también vacía-, me abrigo a la tregua. Desmantelado, busco disfrazarme en un gesto agradecido que no llegó a serlo. Se ignoran voluntariamente. Se odian en silencio. Y sin embargo, los puedo oír. No pretendo más nada. Ni tampoco a nadie le impido, -porque está a la vista que prefieren lastimar en vez de curar-, seguir por un camino trillado si les apetece. Ellos son todos felices de ese modo; un modo que ni siquiera sostienen ante el esfuerzo de una cercanía que siempre queda expuesta por ser desconsiderada. Palabras hirientes. Frases bien guardadas y lo que es igual: un sentimiento inexistente… o simplemente, hacer más llevadera esta vida de la que tanto hemos renegado. Y yo, en medio de todo, eternizado en los vastos laberintos de una invicta tristeza.

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HOY VIVO por Monica Alicia Molina De Jauli Buenos Aires

Llegaste a mí como la primavera al campo, hiciste cambiar el rumbo de mi viento el sonido de mi fuente, el canto de aquel pájaro que en mi moría. Cambiaste todo en mí, hasta mi corazón que sufría por soledad. Hoy vivo, canto, río, juego como la mariposa que revolotea sobre la flor, hasta puedo sentir el bullicio del infinito el sentimiento que en el espacio traspasa todo mi ser… Soy feliz…

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DECEPCIÓN DE UN ARGENTINO por Edgardo Luis Molinari Buenos Aires

Me hice viejo con el tiempo descubrí las mentiras del gobierno sentí el dolor del abandono. Me jubilaron con la mínima me robaron los ahorros me engañaron con el voto. No atienden mi salud no pagan el geriátrico no tengo calefacción ni gas. La miseria entró en mi casa mis hijos sin trabajo los nietos sin escuela ni comida. Perdí la esperanza de todo arrojé la fe por la ventana pido caridad cortando calles. La culpa es de gobernantes que les importa un pito lo que al pueblo le pase. Me recuerdan el pasado me sacaron el presente por favor ¡no me quiten el futuro!

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JAVIER B. por Jorge Luis Montes Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Fue el hijo menor de su familia. Su hermana y hermano eran veinte años mayor que él. Quedé embarazada y tu papá no quería tenerte, pero yo si, -le decía la madre-, vos estás acá gracias a mi. Javier B. era travieso. Lo atropelló un auto cuando tenía ocho años. Algunos pensaron que el accidente lo transformó en otra persona. Son los golpes de la vida, -le dijo su padre. En la escuela peleaba con sus compañeros, además de ser un pésimo estudiante. Probó mil empleos, después de terminar la secundaria a ponchazos, y como un bloque asimétrico, no encajaba en ninguna parte. Sospechaba que había un secreto en la familia. Y que el secreto tenía que ver con él. Cuando lo nombraron gerente en aquella importante inmobiliaria, no lo podía creer y por eso lo contó con orgullo. Pero el hermano mayor, al enterarse, le dijo con envidia: no me importa, si vos ni hermano mío sos. Hizo llorar de dolor a su madre para que le contase. En realidad, tu madre es tu hermana -le dijo-, yo soy tu abuela. Desde aquel día, anotó en una libreta todas sus conquistas femeninas. Fueron demasiadas. Y le confesaba en secreto a sus amigos: Busco una mujer que no sea mi madre. Conoció a Otilia, veinte años mayor y se casó. Ella le dice cariñosamente Papi. él no encuentra palabras.

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STRIPTEASE por Marcela Muñoz Mendoza

Llévame en tu piel. Llévame en tu cuerpo sin agendas de olvido bebiendo tus dedos, a la boca de mi silueta. Llévame en tu piel polvo ineludible Llévame en tu sangre fluyendo por mi espalda en tus soplos de hombre cansado, y mis senos hablarán como impulsos a tu lengua. Llévame en tus azules con el aire, sin atuendo, bendita piel borrando lo real Déjame en tu piel. No puedo llevarme tu piel porque me quedaré en ella. No puedo dejarte la mía porque tu piel, humedece las vendimiales noches. Como monte de Venus reposaré en tus recuerdos ley natural de lo predestinado y déjame en tu piel que transpire lo suficiente en los puentes hasta que el fuego quede afónico. Déjame en tu piel como para no equivocarnos.

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EL ÚNICO por Nancy Graciela Nasr Buenos Aires

El cielo se iluminó por un momento, transformando la noche en día, los pocos habitantes que para esas horas se encontraban despiertos no pudieron dar cuenta detallada de lo que había sucedido. Aturdidos y casi cegados, no reaccionaron… A la mañana siguiente casi todo era como antes, sólo casi todo… Algo inundaba el lugar sin ser visto todavía. Un murmullo sostenido ensordecía, no por intenso, sino más bien por permanente, anidando en las mentes. Fue ganando el espacio como un regimiento de hormigas, que avanza en una noche sobre los cultivos depredándolos, sin aviso; así fue penetrando el hábitat, invadiendo la cotidianidad de los habitantes del lugar. Se instaló como un ruido superpuesto a los ruidos naturales del día, de la noche, camuflado en el bullicio general de la vida pero arropando la muerte en las mentes humanas. En pocos días comenzaron a correr noticias de suicidios sorpresivos: “aceleró sin control hasta estrellar su auto en el comercio”, “corrió por la azotea y se arrojo al vacío”, “cayó desde el edificio en el cual limpiaba los vidrios”, “varios niños se arrojaron a las vías del ferrocarril.”. Éstos y otros tantos titulares similares abundaban las páginas de los diarios y los canales de noticias… Nadie pudo ligar los hechos, salvo don Simón, pastor del campo donde cayó el objeto, que comenzó a notar un cambio en la conducta inteligente en sus animales. Ya no era necesario conducirlos a los campos de pastos verdes ni a la fuente de agua, solos se conducían. El número de caballos se amplió, la tropilla contaba con los de cría y los salvajes. Las cabras y las ovejas ya no se reunían en cada hacienda, sólo había una gran manada. Intentó avisar a los patrones pero mientras se dirigía a la casa grande la tropilla cambió sorpresivamente el rumbo y lo atropelló, provocándole la muerte instantáneamente. Mientras tanto, yo sigo aquí en esta cueva, escondido durante el día y saliendo por las noches para obtener mi alimento y leña, creo ser el último humano de la tierra. A la nueva especie nunca la vi sólo cuando salgo en las noches veo un fluido gelatinoso, verde brillante que invade los senderos. Creo que lo único que me salvó del suicidio fue mi sordera, no sé cuánto podré resistir ésta soledad interminable, eterna y definitiva. Soy el último y el único. La ausencia de los otros, quita fundamento a mi vida. La idea de muerte ronda mi cabeza… pero no sus ruidos.

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EL PAÍS DE LOS ESPEJOS por Jennifer Neumann Ciudad Autónoma de Buenos Aires

En el país De las almas, Yania y Humberto se amaban desde pequeños, pero ese amor sufrió y se deterioró por distintas causas durante el transcurso de su matrimonio. Y ese día Humberto dio el peor final a la relación y a Yania, implicando no sólo la ruptura definitiva del matrimonio, sino la condena para la mujer a la que siempre había amado. Esto sólo puede entenderse si se vivió alguna vez en este país. Se trata de un país único en el mundo, por sus extrañas características. Quien allí vive desde su nacimiento tiene prohibido salir de él, pero si se nació en otro lugar, se puede ingresar y salir libremente, siempre que sean respetadas ciertas reglas: nadie puede llevar espejos, vidrios u otros elementos que permitan reflejarse. La razón es terriblemente poderosa: toda persona nacida en el país De las almas lleva un número en su espalda, justo donde se necesita de otro para saber qué dice. Un número puede decir muchas cosas, puede significar fortuna o desdicha, o estar librado al azar su significado. En este caso, todos saben qué quiere decir y la regla número uno de la convivencia está dada por no pronunciarle al otro los números que su espalda delata. Humberto rompió esa regla y fue apresado, pues es uno de los más graves delitos contemplados por la legislación de este país. Yania se enteró así del día exacto de su muerte. La policía constató el dicho de Humberto sometiendo a examen a Yania. Era la fecha correcta que Dios había impreso en su cuerpo. Humberto sería ejecutado, pues había sentenciado a Yania al sufrimiento de saber con exactitud cuándo moriría. Ya nada podía tener sentido para ella. Agradecía a Dios no haber tenido hijos con Humberto, pues en poco tiempo ya no tendrían a su madre. La fecha de muerte de ella era el 3 de agosto de 2002, para lo cual faltaban dos semanas. A una semana de su muerte, ella decidió perdonar a quien fuera alguna vez su amado marido. Él se arrodilló ante ella y, a través de las rejas de la celda, le imploró que le leyera su fecha de muerte. Ella se

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negó y él le suplicó que lo hiciera porque, si ya no la tendría, sería el ser más desdichado sobre el planeta. Ella se encargó de decirlo suficientemente alto para que el guardia la oyera. Ella quería que la condenaran con él, pues sabía que las dos fechas coincidían. Ahora ambos serían ejecutados y pidieron al rey del país que los dejara estar juntos esa última semana en una celda. El rey se negó y ellos estuvieron tres días separados, hasta que Yania se enteró de algo que cambiaría su vida… y su muerte. Humberto se había suicidado en su celda y dejó un papel manuscrito en el que afirmaba su amor por Yania, y su deseo de que ella siempre lo recordara. La policía estaba realmente sorprendida, pues por primera vez alguien había desafiado al destino y le había ganado. De todas maneras, Yania sería ejecutada el día que su espalda tenía inscrito. Llegado el día de la ejecución por ahorcamiento, Yania fue desvestida por las guardias de la cárcel para colocarle el ropaje de ejecución. Pero ellas advirtieron que en su espalda no figuraba ya ningún número. Esto fue comunicado al rey, quien ordenó su inmediata liberación. Ya nadie poseía escrito su destino, así que el país De las almas comenzó a importar espejos de los otros países y desde ese momento se llama el país De los espejos.

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EL FARO CONDENA EL ALBA por Fabián Nícoli Santa Fe

Trabajo en un faro en una isla a orillas de un majestuoso, violento y furioso mar que golpea las piedras con rabia como queriendo destruirlas, quebrarlas; yo creo que es una eterna lucha entre el mar y la tierra. Me encuentro en la más fría y oscura soledad, en las costas del océano en un lugar aislado, exiliado. Paso las horas escribiendo, cantando, tocando una armónica que un viejo amigo me regalo, es mi tesoro más preciado y es una forma de engañar a los fantasmas del recuerdo, a los contornos de las sombras que suelo ver, a las imágenes que mi mente proyecta sobre el horizonte oscuro e infinito, a las voces del viento, a las estrellas como ojos en el cielo, a la luna que me vigila cada noche y a los constantes estruendos de aquella lucha de la cual les hablé, la del mar y la tierra. Piedras como soldados de la tierra olas como primera línea en el ejército del mar. Perdonen mi delirio es que es eso lo que puedo imaginar sentado aquí en el faro, inmerso en este silencio atroz. Por eso lo abrigo con mi armónica, un lápiz, un papel y de vez en cuando recibiendo las no muy frecuentes visitas de barcos que vienen a parar aquí a esta isla. Al fin tengo con quien hablar, así que me siento a charlar con ellos y a festejar bebiendo, riendo y escuchando sus historias. Había historias de viejos navegantes que hablaban de sirenas. Una noche entre tanta soledad y el sonido de mi armónica, escuche una hermosa voz, un canto celestial, subí a la cima del faro y pude observar una figura femenina, no sé si era una sirena o sólo una mujer, pero su voz estoy seguro de que era esotérica, era hermosa me preguntaba que hacía una mujer sola sentada entre las piedras y la arena justo en la frontera del mar y la tierra donde se disputaba tan perniciosa guerra. Corrí a ver si podía dar con ella. En ese mismo instante recordé una vieja leyenda que hoy se podía volver realidad para mí y dejaría de ser una leyenda al menos para mí, se decía que las sirenas cantaban justo antes del alba. Me fui por un sendero de hierbas y arena entre la más oscura sombra de la noche, con mi linterna en mano y con desasosiego. Pero antes les voy a contar algo más sobre este lugar. En esta isla nunca sale el sol y por ende trabajo las 24 horas de la noche, soy prisionero y mi libertad esta condicionada a la noche que el sol se alce por el horizonte, esa noche dejará de ser de noche, será el primer día y la luz del faro dejará de alumbrar la eterna noche, seré libre, ese mismo día el sol me dará la señal de

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libertad, espero ese día ansiosamente, espero anhelante ese sol. Los días de luna llena voy a la playa y veo el camino que deja la luna al reflejarse en el agua. Por algún motivo en otoño miles de gaviotas llegan a estas costas pero se empiezan a deteriorar, esperan el primer rayo de sol que debería asomarse en el cielo, yo también lo espero; y yo también empiezo a deteriorarme. Al llegar el invierno lo único que se ve de estas gaviotas son sus esqueletos desparramados en la arena, miles de huesos huecos esparcidos por toda la playa, alumbrados por la luz plateada de la luna. Sin embargo yo creo que el sol asomará su resplandor en el horizonte dejándome ver el alba y salvándome de esta soledad, para emprender mi regreso a los días junto al sol. Después de caminar horas y horas hice una fogata y me senté a escribir esta historia inspirado por el hermoso canto de esa sirena que parecía esconderse de mi y desviarme de su paraje. Durante horas la busque en las orillas. sólo para preguntarle a esa mujer o sirena si en realidad iba a salir el sol. Cuando la vi ella me miró a los ojos cegada por la luz de mi linterna, no solo su voz era hermosa, parecía estar esculpida por los dioses, antes de poder decir una palabra y boquiabierto por su hermosura desapareció entre las olas del mar desnuda y hermosa. En ese momento paso algo inverosímil, el cielo se torno de un color naranja, pude ver unas nubes color fuego vivo, el cielo se esclarece y toma un color celeste, solté la linterna, me arrodille en la arena, miré hacia arriba y nunca me olvidé de esa hermosa mujer que hizo que el sol salga por el horizonte de entre las nubes.

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DISCULPA por Hugo Francisco Manuel Otero Buenos Aires

Perdón por no poder amarte, sabiendo que te amo. En esta lejanía que hoy nos da la vida consigo definirte mujer que fuiste mía, eres la golondrina que se posó un día buscando esa caricia que otro no te daba. Te colmé de versos, de palabras dulces, tú entregaste todo aquello que guardabas te quitaste el llanto, todas tus tristezas y fuiste la mujer que aún hoy me enamora. Perdón por todo esto que terminó en fracaso por no entender tus ansias, anhelos e ilusiones. En la segunda vez, que nos unió el destino persiste el recuerdo de un sábado a la tarde que sin imaginarlo, selló la despedida. Conservo el último beso y todas las caricias tatuajes de este cuerpo, estampas de tu amor tu voz, tu alegría y todos tus te amo son vivos compañeros de mi melancolía.

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AÚN por Martha Oya Buenos Aires

Cruel, cómo hacer para apagar el sentir de tu brazo rodeando mi talle, mientras te entrego el fuego… ¡¿puede quedarse allí para siempre?! Sensación de estrechar mi cuerpo contra el tuyo mientras mi dedo índice acaricia la piel de tu mejilla escondida. Me sorprendió, cuán fino es mi talle y la curva de mi cintura que olvidé en el pasado. Fue un acto de amor impensado que no debió tener importancia, pero bastó para recordarme que soy mujer, y ¡aún estoy viva!

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EN LOS MATICES DEL AMOR por Paula Andrea Páez Córdoba

De las tantas ironías y reveces de la vida existe uno del que no me quejo. Tantas veces he llorado, y en mis muchos egoísmos me he apoderado, de pequeña, tantas cosas. Como las partículas que a contraluz del sol vemos ir y venir volar, flotar, aparecer y desvanecerlas personas en la vida actúan igual. Sentimientos distintos me invadieron con el paso del tiempo. La niña crecía y con ella las ganas de vivir compartiendo lo más valioso compartiendo aquello que sólo se sostiene entre las manos una vez. Comienza y no revive, sólo en algún momento acaba. Imagínate siendo un gigante, y tomando como tu mayor posesión, un pequeño pétalo, lo envuelves y procuras cuidarlo dándole todo de ti y es así cuando el pétalo se vuelve corola. La niña egoísta quedo atrás. En los tantos matices del amor encontré una porción inmutable, sólo acrecienta con los colores de la alegría y la fraternización. En aquellos lazos amalgamamos nuestras diferencias en lealtades. Hermanar en los tantos sentidos, no demos pujanza a la sangre que tantas veces divide. Al verte sonreír, y sentir tu mano a la par de la mía mi fe se acrecienta y cuando pienso no tener creencias, admito y estimo la flor que logramos cosechar.

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Déjame así reverberar en el brillo de lo logrado, mis tantas gratificaciones. Esto, impregnado, me hace feliz.

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DESAMOR por Maria Belen Pascual R aspo Buenos Aires

Es de madrugada y está lloviendo, la noche es fría y estoy sola. Tengo la inútil necesidad de tener tu compañía, y es absurdo, vos no tienes las mismas necesidades. O al menos no las demostrás. Volvieron esos dolores en el pecho, esa angustia sin razón, las lagrimas cayendo en silencio. y el frió por la soledad. Pretendo no sentirme así. No quiero enamorarme. no quiero que sepas que lo estoy. Desearía poder darte lo que quieres, quisiera poseer lo que necesitas, necesito ignorar lo que sientes. La música suena y más te extraño ¿Cómo extrañar lo que nunca se tuvo? ¿Cómo dejar de sentir? ¿Cómo verte si no estás? ¿Cómo no temer amarte aún sabiendo que no me amarás? ¿Cómo no evadirme, si sé que es a otra persona a la que extrañás?, y que es a ella a quien amás.

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CONJURO por Laura Verónica Pederzoli Buenos Aires

Aquella noche negra, la bestia la sorprendió en su cabaña. Ella, asustada, escapó corriendo del dormitorio y se escondió en el bosque. Relámpagos siniestros refulgían a su paso iluminando su huida. Él la acorraló, dispuesto a atacarla. Se acercaba lentamente, con la calma de quien se sabe el más fuerte. Mostraba los colmillos enormes como puñales y los brillantes hilos de baba, que se deslizaban desde el hueco oscuro de sus fauces. La bruja se las ingenió para recuperar la calma. No estaba preparada para matarlo, necesitaba ganar tiempo. De pie ante la aterradora bestia, le hizo frente con bravura. Y entonces, pronunció el conjuro: - Cazador implacable, yo soy tu presa. No existirás si mi corazón no late. Irás donde yo vaya y nunca podrás huir de mí. Porque es imposible escapar cuando eres quien persigue. Apenas pronunciadas las palabras, el conjuro surtió efecto. El lobo la miró con odio: supo que matarla habría significado morir. Se echó hacia atrás con lentitud. Sin dejar de fijar las llamas de sus ojos en la silueta altiva que tenía delante, juró venganza con un gruñido feroz. La bruja, impávida, le sostuvo la mirada. Súbitamente, el monstruo giró sobre sí mismo y se perdió en la espesura del bosque. Después de lo sucedido, ella siguió con su vida. Cada tanto recordaba el episodio del bosque y, más de una vez, en las noches de tormenta, vio los carbones encendidos de venganza del demonio terrestre, observándola entre el follaje cercano, sin atreverse a enfrentarla. La bruja sabía que debía deshacer la maldición. Pero, para que ella pudiese matarlo, el cazador debía atacar: el conjuro les impedía intercambiar lugares. Si las cosas no se hacían de esa manera, su existencia y la del lobo estarían ligadas para siempre. Transcurrieron meses, años, siglos. Ya no vivía en el bosque, pero aún en la ciudad, las noches cálidas y tormentosas le traían recuerdos inquietantes. Sabía que, tarde o temprano, llegaría el momento de ajustar cuentas con la bestia. Aquella noche de verano caminaba tranquila hacia su casa luego de una hora de entrenamiento. Los bosques de Palermo, su lugar favorito para correr, le recordaban su antiguo hogar. Como cada noche de su vida, se sabía observada. Pero ya no era la jovencita inexperta de siglos anteriores. Sentía que su instinto y sus poderes le estaban advirtiendo que el momento había llegado. De repente, un gran perro negro le salió al paso. Algo en los ojos del animal la paralizó. Aunque había cambiado de forma, el ardiente crepitar de aquella mirada perversa seguía siendo el mismo. Ella se recompuso inmediatamente:

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llevaba mucho tiempo preparándose para ese momento. Inmóvil, aguardó la embestida. Con un aullido salvaje, el animal se le echó encima y le hundió los colmillos, saboreando su sangre con ferocidad. Ella comprendió al instante lo que sucedía: después de siglos de estar cerca y no atreverse a enfrentarla, la bestia ya no resistía aquel eterno acecho sin ataque. La lastimaría sin terminar con su vida, por el solo placer de la venganza. Pero, ante la mirada atónita de la bestia, la piel de la bruja recobró su tersura y las heridas desaparecieron por completo. Entonces, ella supo que era su turno. Llevó las manos hacia su pecho y las hundió en él. Con un movimiento rápido, extrajo su corazón y lo mostró al animal. El corazón palpitante latió unos segundos en sus manos y luego se detuvo. -“No existirás si mi corazón no late.” -le recordó ella. La bestia supo que todo estaba perdido y, bramando de furia, se abalanzó sobre la bruja. Cuando sintió el acero del cuchillo en su garganta, ya era tarde. Ella lo miró morir desangrándose lentamente. Los feroces ojos, los mismos que tiempo antes la paralizaran de miedo, estaban muy abiertos de sorpresa y perplejidad. Porque la bruja, con una sonrisa y un chasquido de dedos, hizo desvanecer en el aire el espectro de un corazón humano que flotaba ante él.

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ARDE LA NOCHE por Verónica Cynthia Petasne Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Arde la noche aún en la piel del recuerdo y en el pasado latente que me estrechó en la quimera de tus besos. Fui luna ensoñada apasionada de amor de ilusiones infundadas que se diluyeron en la frontera de tu cuerpo. No fue un sueño, tuvo vida aquella noche que fulgura aún en la luz de la estrella que muere testigo de un amor sin mañana. Un amor truncado concentrado en el tiempo cargando su final a cuestas, un amor que de tan intenso como imposible vibrará para siempre su interminable nostalgia en cada llanto guitarrero de las mustias cuerdas de mi alma.

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A VECES YO… por Inés Petito Misiones

Sentada aquí… en el medio del silencio, acariciada por la paz, por el sosiego, miro el cielo, claro de tremenda claridad, infinito y en diálogo palpable con mi yo más profundo me digo: Amiga, ¡has llegado lejos! Has sembrado cotidianas semillas de tu propio ser y han florecido genuinas, inimitables… ¡han superado tu génesis! Y de repente, esa conversación tan fluída e impensada, se inunda de recuerdos que humedecen mi cara, húmeda de una humedad que reproduce, como cuadros, estampas indelebles, e inmediatamente, secado con la brisa, ese rocío, rocío que brota de infinitas historias mías, sólo mías, y ¡tan mías! me hace pensar: A veces yo… y vuelvo adentro, muy adentro de mis sueños para decir que estoy en vos y en vos, en los que están, en los que fueron y me vuelve a acariciar, agradecida, una paz que se parece un poco a la paz que sentí y siento a veces… a veces yo, cuando miro muy adentro, muy profundo, muy eterno.

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VUELVO A SOÑARLA por Fabricio Adrián Poffo Córdoba

Un 25 de abril caía del cielo un ángel, con sus alas raspaba cada nube, con su aroma roseaba el jardín. Un 8 de agosto, la conocí, me hizo la persona más feliz, hasta que el adiós nos sorprendió, todo llegó a su fin, cada flor se marchitó, el día se oscureció, la noche desapareció. Hoy vuelvo a recordarla, a sentirla, aunque sea solo en sueños. Diez años han pasado, tanto daño acumulado y cuantas heridas profundas causó su partida. Ya ni ganas de seguir por esta vida, sin su luz es imposible caminar de noche, sin su mirada es difícil brillar en la oscuridad, sin su tiempo, es espinoso bailar bajo la lluvia, sin su compañía, el día es eterno, siento que no llego más a destino. Hoy vuelvo a soñarla, traigo su imagen a mi memoria, momentos que han sido de gloria, instantes que se han cruzado en esta vía. Voy a decir, que triste es tener que escribir estas letras, no la puedo sentir, ya no puedo acariciar su alma y en una carta decirle que la Amo, no puedo volver al tiempo atrás y reparar el detrimento de sus sentimientos. Voy a confesar que mi vuelo ha cambiado su curso, que el eje de rotación terrestre perdió su rumbo, que el giro del mundo cambió su trayectoria, que la poesía no es la misma si ella no está en sus oraciones, las canciones no tienen ritmo si no brilla su fogosidad. Diez años fueron testigo de mi tristeza, fotos e imágenes fueron cómplices de tanta belleza, amarrada a él siempre la veía, al menos sonreía, era suficiente para determinar que estaba alegre, alborozada. Si se ha ido de mi lado, es porque yo no merecía tomar su mano. Si nunca llamó, es porque nunca me extrañó. Es mejor así. Si nunca me buscó, es porque nunca le interesó, quizás sea feliz sin mí.

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POEMAS DEL ALMA por Gustavo Darío Pizarro Buenos Aires

Puedo pasar toda una vida sin publicar un libro, pero nadie me quitará éste sueño al realizarlo. En mi corazón la esencia florece con recuerdos, los mismo que me tienen iluminados al hacer un poema. La tinta negra surge de un listado de hechos, pasatiempos de lugares y sueños del tiempo. Cada ser esta dispuesto a dar su alma a la otra persona, para enamorar cada paso de vida que le corresponde. Es así como los poemas del alma van creando evolución, forman un círculo vinculado al desarrollo y al amor. Podrían pasar toda una vida, un siglo y un milenio, pero nadie se olvidará de esta palabra que yo escribo.

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SOLO USTED por Rosana R amos Santa Fe

Usted provoca en mí quitar la cordura instalando la locura. Usted provoca en mí la sonrisa cálida y espontánea. Usted provoca en mí esas ganas de vivir el respiro en tormentas agitadas. Usted, sí usted es quien inunda mis días en esperas de besos sellados. Sólo Usted.

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TE QUEDARÁS por Celeste R earte La Rioja

La casa de Blanca era muy grande y hermosa, las paredes hechas de madera se levantaban exhibiendo cuadros de gente que había muerto hacía años. Los enormes mesones tenían sobre si adornos con flores, la televisión era vieja pero funcionaba como el primer día. Y el frente era igual que una de esas iglesias góticas, todos amaban esa mansión, y más aun todos querían a Blanca, la vecina de 67 años con cabello blanco que nunca dejaba de hablar de sus nietos sobre todo cuando iba casa por casa regalando galletas recién horneadas a todo mundo. María y Dalma, chicas de 18 años, habían quedado con ella para limpiar una de las enormes y polvorientas habitaciones. Blanca como siempre estaba parada unos veinte metros delante con una bandeja en la mano, la anciana levanto la mano y ambas chicas la saludaron. Tomen unas galletas niñas, están muy delgadas, -dijo sonriendo. Es que somos adolescentes, eso hacen los adolescentes, -respondió Dalma al tiempo que tomaba una galleta, María tomó dos y notó que la anciana la examinaba de pies a cabeza. Sigues vistiéndote de negro y estás muy pálida, no me gusta. Y esas cosas con cadenas que hacés pasar por botas, -Blanca frunció el seño y entro en la mansión. En mis tiempos, les decíamos a gente como tú locos, poseídos o seguidores de satanás. Una risita se escapo de la boca de María haciendo que casi se ahogara con un trozo de chocolate, era gótica y eso a Blanca nunca le gustaba mucho, según ella eso era el equivalente a hacer sacrificios de animales y charlar con el diablo. Pero ella no se tomaba tan en serio las críticas de la tierna vecina Blanquita. Dalma entró a toda prisa haciendo volar de un lado a otro su ondulada melena negra, se detuvo en la puerta y miró a su amiga -¿Qué hacés? Deja de jugar y entra de una vez. María suspiró y ambas entraron, las puertas se cerraron con un estrepitoso ruido a sus espaldas. La mansión parecía diez veces más grande desde el interior, una araña de techo hecha de cristal se exhibía apenas al entrar en el lugar. Bien mis amores, -dijo Blanca al mismo tiempo que aplaudía e inclinaba la cabeza-. Lo único que tienen que hacer es sacar lo que hay en esas cajas, limpiarlo y volverlas a guardas justo de donde las encontraron. Tal vez las muchachas podrían estar en cualquier otro lugar o vagando por internet, sin embargo esa mujer irradiaba tanta luz que hacía que las demás cosas parecieran aburridas y limpiar

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cajas con cosas viajas para volverlas a poner en su sitio de donde tal vez no las volvieran a encontrar en años sonaba mejor. Los minutos comenzaron a correr y ambas adolescentes con la ropa remangada sacaban libros, vasos, adornos y demás cosas de un montón de cajas interminables para volverlas a guardar. La mujer se fue a tomar un té no sin antes decir que volvería en un rato. Los minutos se convirtieron en una hora y todavía faltaba más de la mitad. ¡DIOS cuantas cosas tiene esta mujer!, -grito María, pero Dalma fingía no haberla escuchado. Fue entonces cuando escucharon una respiración de alguna parte, Dalma calló a su amiga y aguzo el oído, notó que venía de debajo de las tablas, ambas chicas se miraron, la respiración ahora sonaba mas fuerte, como si no quisiera que dejaran de oírla, ayúdame, dijo Dalma al mover unas cajas, María arrastró la última. Dalma se armó de valor y la tomó, al instante se dio cuenta de que estaba suelta, la corrió y vio a unos ojos negros que la miraban. Ésta gritó y cayó de espaladas, una cabeza salió de aquel agujero del piso, parecía desorientado y muy desnutrido, no podría saberse si era hombre o mujer. -Tenemos que irnos ahora, si la vieja vuelve nos matara, esa mujer… Antes de que pudiera terminar la oración vio a la anciana en la puerta, su mirada era siniestra, no les dije que limpiaran debajo de las tablas, -dijo- ahora se ganaron un castigo por eso. La persona que estaba en aquel agujero por luchar, María vio que Blanca se acercaba a ellos con un hacha, las piernas le temblaban pero estaba dispuesta a dar pelea. Lamentablemente ninguno de los tres saldría de aquella casa nunca más.

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LOS DESALMADOS por Maximiliano R eimondi Santa Fe

“Ante todo es necesario cuidar del alma si se quiere que la cabeza y el resto del cuerpo funcionen correctamente”. Platón El 21 de junio de 1900, en el barrio Alberdi de Rosario, sucedió algo muy extraño. Era una fría noche y las nubes descendieron en todo el barrio. Provocaron una niebla azul. Los automovilistas se negaron a internarse en el barrio. Esa noche, Catalino Guerra, el mozo del bar “El Mejor”, tuvo que caminar varias cuadras para llegar a su casa de la calle Rondeau. La primera cuadra la recorrió con cierta tranquilidad pero después tuvo miedo. Guerra oyó risas y gritos. Corrió para alejarse de ellos hasta que se dio cuenta de que provenían de él mismo. Continuó caminando pero no veía nada. Tuvo la suerte de cruzarse con un ciego que profetizaba en voz alta: -El fin del mundo ya viene… dame tu alma y serás salvo. Guerra consultó: -¿Ésta es la calle Rondeau? Yo vivo al lado de Robechi, frente a la peluquería de Pancho Spoto. -No, ésta es Alberdi. Siga adelante. Faltan veinte cuadras. -Muchas gracias. Me falta mucho. El mozo caminó hasta una plaza. La cruzó y se perdió nuevamente. Se arrojó al suelo y permaneció en silencio. A su lado se abrió una alcantarilla y una cabeza de mujer apareció desde las profundidades. El mozo reconoció con espanto la figura deformada de esa chica ciega. -No se asuste, señor. Me llamo Malena, estoy ciega y no puedo cantar un tango que escribí. Me sacaron el alma. Me perdí -dijo Guerra. Malena lo agarró de un zapato y lo hizo volar diez cuadras. Cuando estaba por entrar a su casa, oyó risas de mujeres y adivinó unas sombras que saltaban con paso de tango: un dúo de putas llevaba en andas a un cafisho. Lo tiraron en la vereda y se fueron cantando “Adiós pampa mía”. El hombre empezó a toser y a llorar. -¿Es usted Guerra?, dígame si estoy ciego. Me llamo Justo Venteveo. Catalino no contestó. El hombre comenzó a recitar: -Oh, pensar que esas damiselas me robaron el alma y soy un desalmado ciego. Pensar que en este momento están naciendo niños que no ven, con un alma que perderán en el transcurso de ésta vida de mierda. Las que me robaron el alma ya murieron porque perdieron la esperanza. La niebla azul me dice que

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usted está en peligro. Guerra entró rápido a su casa. Cuando encendió las luces lo saludó un griterío enloquecedor: -¡Guerra!… ¡Guerra! Eran varias nubes azules que lo rodearon y le mostraron unos colmillos relucientes. Éstas le gritaron: -¡Qué lindo mozo que sos! Danos tu alma. Catalino salió corriendo mientras emitía un aullido que se escuchó en toda la ciudad. No había nadie en la calle, excepto un lobo que parpadeaba al mirar la luz azul de la luna. Estaba sentado y dirigió una mirada turbia a Guerra. La luna bajó de las nubes y aterrizó el Pastor David Moisés Fontanarrosa, que estaba hablando con Dios en su celular viejo. Cortó la llamada y tomó varios tragos de un vino mistela que llevaba en la mano. Esperó unos minutos y oró en voz alta: -Lo desconocido para el hombre es lo conocido para Dios. El cielo es lo mismo que América antes de la colonización. Las almas mueren porque la muerte ahorca a la vida desalmada. La idea de los desalmados es la ceguera espiritual. El día del Señor está viniendo como un temporal: las nubes bajarán de los cielos, caerá una niebla azul y las almas serán robadas para siempre. Porque los santos verán a los desalmados. Catalino Guerra se desmayó por un rato largo. Soñó que las nubes azules le arrancaban el alma a dentelladas feroces y no pudo reaccionar. Nunca más despertó.

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LA AMISTAD ES TAN BELLA por Ana Lilí Rodríguez Ciudad Autónoma de Buenos Aires

La amistad es tan bella; es un canto de estrellas un gran baile infinito una lluvia muy bella. El trinar de una alondra, el sonar de campanas, la caricia de un niño, el mirar de una anciana. La amistad es tan bella es un canto de estrellas, dibujar con las nubes y viajar junto a ellas. Es un cofre vacío de egoísmo y rencores, es cascada de besos y miríadas de flores. La amistad es tan bella: es un canto de estrellas, es rocío en el alba, es la brisa que pasa. Es un suave murmullo entre olas y playa, un collar de ilusiones, un alud de miradas. La amistad es tan bella es un canto de estrellas. Conjuros sin espejos

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(CONJURO TRES VECES TRES) por Jorgelina Ester Rodríguez Santa Fe

La templanza de saberte en espera, locura de ojos sin huesos navegando en la galaxia infinita sin ver absolutamente nada más que una barca que lleva al infierno. Al ras de los pies y sin poder rozarla la Tierra, madre que irradia tu luz en la mía y sólo es proyección de símbolos paganos. Tanta sed (el océano no basta). Tanto el hambre (las palabras insuficientes a lo que se quiere oír y se escucha). Devorarnos ha sido empequeñecernos en siniestro amor perverso. Intuyes en mí al ángel blanco y en irreverencia permitida. Soy amante del luto en que has convertido mi savia, elemental paseo de muslos y salvajes encuentros. De acromas me hice hechicera y en lo onírico el gris vale: te excomulgo. Tres veces tres a que seas amo de mi universo. Que mi vientre ha gemido en el tuyo jadeante y lunático sin verme. Que allí capté mi dominio exacto llamado el Jardín de la Eterna Sed. Que una conspiración de mortíferos glaciares me ha abandonado la piel. Tras tu partida sabida y relamida en mis ansias de libertad sin espejarme: esclava sin grilletes en la Eterna inmortalidad -sin ti-. Conjuro al centauro de plata que por bello y superfluo se ha unido a la Luna siempre femenina y pasiva y derramo soles de hoy julio de invierno por mis tegumentos con la sensualidad de enero entre tus piernas. Clamo tres veces tres al eterno retorno de lo impostergable, siendo finita en espacio y tiempo en esta dimensión de ciegos. Son cuatro. Amor, al menos versión del mismo.

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LAS MANOS DE MI MADRE por Norma Rodríguez Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Ellas hicieron rica mi pobre infancia, protegían, amparaban, contenían y en su sabiduría curaban en aquellos años en que la sulfa y la penicilina no existían. Nunca dormían estaban en eterna vigilia. Ellas hablaban, ellas hacían, como no tenían tiempo para llorar… reían. Sabían calmar excitadas inquietudes me despertaban y me dormían, daban calor cuando lo necesitaba refrescaban mi frente cuando ardía. Sabían respetar silencios se alegraban con mis alegrías, cual pañuelos enjugaban mis lágrimas si se atrevían. Sabían esperar y cuando lo hacían, siempre hacían, hablaban en silencio con un lenguaje con el que ninguna boca jamás podría. Por ser la prolongación de Dios, no necesitaban ser lindas para que se vieran lindas. Hoy cuando enfermo y mi frente arde, que careciente me siento al carecer… de las terrenas manos de mi madre.

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POESÍA DEL CORAZÓN por Romina Sheila Román Orosco Buenos Aires

Soy feliz a tu lado, con tus brazos sobre mí en las noches frías. Mirándonos bajo las sábanas y tu mano acariciando mi mejilla. Contándonos secretos, mientras allá afuera la luna y las estrellas. Sólo quiero decirte, que disfruto caminar bajo la lluvia a tu lado. Comer helado mientras reímos mirando una película de comedia. Que me abrigues en el frió, Que me cuides cuando enfermo. Que cuando lloro, me hagas reír. Me gusta descansar en tu pecho, escuchando tu corazón latir, sentir tu perfume y mirarte sonreír. Quisiera creer que siempre estarás a mi lado. Vivir cada día amándonos, mirándonos, sintiéndonos.

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EL DESEO DE MI PADRE por Josefina Ruiz Buenos Aires

Desde que tenía ocho años escuché a mi padre decir que le gustaría que su única hija fuera farmacéutica, al igual que mi abuelo (su padre). Crecí con eso. Terminé la secundaria, no pude cumplir su deseo, no me gustaba, mi vocación era el Derecho y así lo llevé a cabo, (inconcluso y materia pendiente hoy). Volaron las ganas de estudiar, quedaron en el olvido, extrañaba, estaba lejos, nunca antes me había ido de mi casa, esa era la primera vez. Regresé, ¿a la deriva? Trabajé en un estudio contable, tres meses, horrible, y chau… en una compañía de seguros, lo mismo, no era lo mío. Pero llegó sin querer, el día que encontré mi trabajo definitivo, éste, el actual. Tenía 23 años, también tuve que irme porque debía ser en el gran Buenos Aires, no había otra posibilidad. Primero me enojé, lloré y me negué, nadie tenía la culpa, era el destino, pero yo sabía que si no era eso, no era nada, o estudiaba o trabajaba (palabras de mi padre) y opté por la segunda, casi obligada, era su deseo. Pasaron los años, casi ocho, me acerque a 50 km. de mi casa, en el mismo trabajo. Viajaba todos los días, ya el cansancio era una constante, la rutina una costumbre, pero había que seguir. Tenía que mantenerme sola. Un día me dijo: “¡nena! no te quedés en la comodidad, tenés que progresar, tenés que ser alguien, tenés que estudiar. Eso te va a permitir ganar más dinero y ¡sentirte más importante! vos tenés capacidad, sos inteligente y ¡podes hacerlo!”. Y así fue, le hice caso. Me inscribí, estudié, rendí. Eso me llevó cinco meses, viajando a cursar, a rendir, y seguir trabajando. En un momento pensé en largar todo, estaba agotada, tanto viaje, sin dormir y yendo a trabajar casi a la rastra. Pero seguí, a esta altura ya lo tenía incorporado, era sólo mío el desafío y lo quería lograr. Me quedaba una sola materia y terminaba todo… ¡por fin! Había llegado de viaje un sábado a la madrugada, luego de una semana súper agitada para poder rendir al fin la última materia que tanto me había costado. Él me estaba esperando porque siempre llegaba a la misma hora, a las 6 de la madrugada de ese sábado 13 de septiembre. Me esperaba con café, levantado, feliz para escuchar lo que había hecho durante esa semana, como todas las anteriores, esa era casi igual, pero lo mismo me esperaba. Era la rutina del regreso de cada viaje: café, cigarrillo y charlas con mi papá, por dos

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o tres horas y a dormir… hasta cualquier hora, total era sábado, no tenía que trabajar, y esta vez con la alegría de saber que ya terminaba todo. Pero ese sábado, a las 9 de la mañana, me despiertan los gritos de mi madre… que me levantara que papá estaba desmayado en la cocina. De un salto salí volando hacia donde lo encontré caído boca abajo, tal cual en el mismo lugar donde habíamos tomado café horas antes. Presentí lo peor, pero no dije nada, lo di vuelta, tenía la nariz morada, estaba frío y los ojos abiertos. Grité y lloré mucho, llamé a la ambulancia, mi madre llorando y pidiendo auxilio en un solo grito desconsolado. Mientras venían los médicos, le pegué, le grité, lo sacudí. Era en vano, estaba muerto, había sufrido un infarto súbito. Era sano, y era joven, sólo tenía 68 años. Ningún resultado con electroshock, ellos decían que no había sufrido nada, que ni siquiera se dio cuenta, que quiso levantarse de la silla y se cayó hacia adelante y se golpeo la nariz, obviamente el infarto a veces no avisa. Ese fue el último día que vi a mi padre, el sábado 13 de septiembre, a las 6 de la mañana con vida, y a las 9 de la mañana sin ella. Se fue sabiendo que cumplí su deseo, tenía dibujada una sonrisa, o tal vez fuera solo mi imaginación. Se fue sabiendo que era feliz. Se fue cuando debería haberse quedado. Se fue sin preguntarme nada. Se fue dejándome sola con mi madre. Se fue para no volver. Para mí no se fue nada y siempre le digo: ¡gracias papá!, por dejarme todo esto, por dejarme lo mismo o un poco menos de lo que fuiste vos. Gracias por dejarme el futuro asegurado y gracias y mil gracias por haber sido mi papá. Por haberme amado y dado tanto como yo a vos. Sé que se fue feliz, aunque no le perdonaré haberse ido así, de ese modo, se fue sabiendo que le había cumplido su deseo… ¡PARECE QUE ME ESTABA ESPERANDO PARA MORIR EN PAZ!

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MALDITO INSOMNIO por Florencia Salinas Santa Fe

No soportaba el insomnio, cada día empeoraba más y más. “Día 9: sólo se propaga” fue lo último que escribí antes que un fuerte dolor de cabeza me hiciera estallar en gritos. Caí completamente sin fuerzas sobre el más sólido suelo de la casa y sólo podía mirar un punto fijo. Quedé ahí por horas, hasta que unos pequeños zapatos se acercaron a mí y seguido a ello oí una dulce voz que decía: “¿Dónde guardas los juguetes?” Sorprendido miré hacia donde se encontraba la cara del pequeño y, lleno de misterio, lo interrogué preguntando: “¿Quién eres?”, y sólo siguió diciendo “no recuerdo donde guardaba los juguetes”. Sin quedarme con la duda seguí interrogándolo “¿Qué haces en mi casa?”, el niño sólo miró, largó una pequeña carcajada y, con cortos pero ligeros pasos, se fue corriendo al jardín. No podía dejar que se vaya solo, además estaba dejando a mi duda desvanecerse, sin una respuesta que la aclarara, y fue por eso que lo seguí. Al llegar junto a él sólo me dijo: “sabía que no te quedarías todo el día tendido en el suelo” mientras me invitaba a jugar con unas rocas muy pequeñas que había encontrado. Me estremecí tanto que, sin importar de dónde había salido, jugué con él, el resto de la tarde. Pudimos jugar al ladrón y policía; también sacamos unos juegos de mesa bastantes viejos que tenía guardados en una caja empolvada. Ya cansados, guardamos todos los juguetes y nos marchamos a la sala. ¿Tienes algo para comer?, -preguntó el niño sin dejar de tocarse el estómago. Tenía razón, en todo el tiempo que estuvo conmigo, nunca le ofrecí nada. Así que intenté recordar que era lo que más me gustaba de pequeño, es decir, a su edad. Y claramente recordé que amaba las palomitas de maíz del videoclub, las cuales compraba cada vez que alquilábamos alguna película. ¿Y por qué no? Fuimos a una casa de películas y escogimos una que a él le llamó la atención. Al terminar de comprar las palomitas de maíz nos fuimos a casa y sin más espera, nos instalamos en el sillón a mirar la película. Ya al caer la noche, luego de cenar, nos fuimos a mi dormitorio, lo recosté en mi cama y, ya cansado, me acomodé a su lado. Lo miré a los ojos y pude notar que estaba incomodo, no podía dormir, entonces comencé a cantar canciones de cuna hasta quedar ambos dormidos en aquella fría habitación. Desperté y refregué mis ojos entre bostezo. Miré hacia donde había acomoda-

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do al niño la noche anterior, pero ya no estaba. Salté de la cama y busqué por toda la casa, alguna pista o algo que me indicara donde se encontraba. Pero fracasé al no encontrar nada. Me senté en el sofá a reflexionar, luego de una exhausta búsqueda y fue ahí cuando me di cuenta que había dormido luego de tantas noches de insomnio. Y pude darme cuenta que el niño sólo fue una ilusión más gracias al insomnio. El niño nunca existió, sólo en mi mente; y así será por el resto de mi solitaria vida.

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MI ABISMO por María Teresa Serrano Granado Mendoza

Puedo escribir porque conozco el abismo, la oscuridad más profunda, el infierno más impiadoso y cruel. Puedo escribir porque no rasgué mis vestiduras, sino las de mi alma, y ando por la vida con la piel enrojecida por cicatrices de otro tiempo. Puedo escribir porque fui extremadamente feliz hasta el punto de sentirme agobiada con tantos dones de la vida. Puedo escribir porque sufrí intensamente, ese dolor que quiere la muerte, que desea terminar con todo, que sólo espera la eterna inconsciencia. Puedo escribir. ¡y no es poco! Porque mi seno dio frutos, porque mi mente racionaliza, porque mi alma sabe, porque el corazón es sólo un músculo que hace correr la sangre por mis venas, porque mi mente es quien siente y atesora mis sentimientos.

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Puedo escribir, porque recibí el maravilloso don y la libertad que te da la palabra cantándole a todo, al placer, al dolor, al amor y al desamor. Puedo escribir… Pero no voy a escribir para vos…

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ENLOQUECIDA por Joaquín Darío Silva Córdoba

En lo que sería, mi cielo ciertamente (porque siempre tras todas mis nubes) enloquecería. Pero ¡qué daría por llegar al cielo! Y que daría con encantos por demás resucitado (de la muerte que en mi canto se escondía) y en cantos posteriores volvería, en instantes a adornar lo que vería (con palabras que se fueron aquel día). De los de antes, versos nuevos nacerían (de tu vientre flor y cuna de la vida). Del estante de novelas oiría el lamento de amantes humillados, por saber, que sus hojas coloridas, son esquelas comparadas con tu risa (y la piel, con tu recuerdo se me eriza). Pero al alma, las palabras la vacían (o la llenan si les damos alegría) sin otra alma que acompañe en su energía. Por las dudas, que la mente se entretenga con los sueños, bajo hermosa cerradura, (cuya llave y carcelero son las dudas) y no agobie con conceptos la vigilia. Como as bajo la manga esperaría, que nos valga como arma la poesía.

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ES MENESTER por Mariano Tangari Buenos Aires

El día de ayer fue extraño. Me pasó algo que no suele pasarme: llegué tarde a un concierto. Tan tarde era, que me topé con el contrabajista de la orquesta -un individuo diminuto, de brazos largos- en una puerta trasera del teatro. La función había terminado, y los músicos se retiraban hacia sus hogares. “¿Cómo estuvo el concierto?”, le pregunté desde lejos al músico, acercándome a grandes pasos. Ninguna emoción turbaba su semblante. Sólo las lágrimas se movían sobre él, resbalando por sus flacas mejillas. Precisamente en ese momento comenzó a llover. Un fuerte chaparrón de otoño. “No se ha perdido usted de nada”, respondió el músico, y tuve que hacer un gran esfuerzo para oírlo. El sonido persistente de la lluvia me impedía comprender lo que decía, ya que había comenzado -suponía yo- a relatarme su experiencia en el concierto de esa noche, y movía las manos suavemente para acompañar la narración. Yo me encontraba a pocos metros de distancia y no quería acercarme más a él. Debido a un ligero y confuso presentimiento, me mantuve alejado del músico durante todo el tiempo que duró su descargo. “Y ahora” esto lo escuché perfectamente, puesto que el hombre se puso a gritar “voy a inmolarme honradamente, como es menester luego de una penosa actuación”. Y diciendo esto, giro sobre sí mismo y comenzó a correr en dirección al riachuelo. Antes que desapareciera pude ver entre la bruma y la lluvia un poderoso candado que colgaba del estuche del contrabajo. Lo seguí. El hombre se movía bajo la tormenta con agilidad, y su marcha no disminuía a pesar del peso del instrumento que llevaba fuertemente asido entre sus manos. No obstante, podría haberlo alcanzado rápidamente acelerando mi carrera; pero las aceras estaban mojadas, y tropecé varias veces. Llegamos a Puerto Madero. El contrabajista ya se encontraba bien lejos de mí, y apenas lograba ver su figura detrás del manto de agua que caía a mí alrededor. El riachuelo estaba a la vista, agitado por las gotas que lo atravesaban en cada centímetro de su extensión. Yo llegué muy agitado, y no pude impedir el desenlace fatal. Esto fue lo que sucedió: el músico, que había arribado al lugar naturalmente antes que yo, se arrimó al agua, y con velocidad y habilidad prodigiosas levantó en el aire el estuche del instrumento, lo abrió y arrojó el contrabajo al río. A continuación de este acto desesperado, depositó el estuche en vertical sobre el piso mojado, se introdujo en él -cómodamente, incluso: ya dije que se trataba de un hombre pequeño-, y empujándose desde adentro, se

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precipitó hacia el agua. Al cerrarse el estuche, el candado hizo un ruido seco y fuerte. ¿Cuál fue entonces mi reacción? Lo vi flotar durante unos segundos y hundirse lentamente. Vi las gotas gruesas golpetear sobre la caja oscura, y pude oír los sonidos apagados que provenían de su interior. Regresé a mi casa no demasiado turbado. Caminé un poco, me tomé un colectivo cerca del Obelisco y me senté cómodamente en la parte trasera del vehículo. Allí también había músicos, curiosamente: dos violinistas y un guitarrista, con los instrumentos colgando de sus hombros. “¡Qué alivio!”, exclamé para mí mismo, observándolos con atención: afortunadamente, ninguno de ellos podría caber jamás en el interior de esos pequeños estuches.

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LA HORTENSIA DE ELENA por Ana María Tonelli Buenos Aires

¡Es maravilloso!, la improvisada maceta desborda de grandes flores rosadas. La naturaleza es muy generosa. Tengo los detalles precisos del día en que elegí los gajos. Marzo llegó, con su cielo claro y el sol que entibia. Acordé con mi hermana Lucía en pasar por su casa para seguir el viaje en caravana, al que se agregarían dos coches. En uno Ale el menor de sus hijos y en otro Alejandro con mi sobrina Paula (la mayor de los tres) con sus hijas Mica y July. En la segunda parada la casa de mi sobrino (el del medio) Andrés, y Vero su esposa; Ale dejará su auto allí para seguir el viaje con ellos. Hace muchos años que Alberto y yo no vamos al Tigre, más precisamente a las islas del delta, pero éste no es un pic-nic, aunque llevamos mate y sandwiches, hay un motivo especial, vamos a llevar a Elena. El buen clima convocó a muchos, que como nosotros, viajan rumbo al norte por Panamericana. Tenemos que estar atentos, para no perder de vista el coche de Andrés que será nuestro guía. Después de algunas vueltas y averiguaciones, arribamos al muelle de las lanchas taxi. El Delta está hermoso con su frondosa arboleda y un caudaloso río, que proporcionan un aire fresco que llena nuestros pulmones. Llegamos y al pisar el pequeño muelle, todos, menos las nenas, estamos en silencio, pareciéramos asumir en ese momento, cuál es el motivo de este viaje. Venimos a traer a Elena, a acompañarla, ella falleció el 26 de febrero pasado, y fue su deseo que sus cenizas descansen junto a las de su esposo, bajo el rosal que ella eligió en aquella oportunidad. El parque y la casita resguardados por altísimas casuarinas, están hermosos, mérito de Alicia, hija de Elena, y su esposo. Elena solía pasar muchos fines de semana con ellos, cuidaba los rosales y las flores, disfrutaba de la lectura a la sombra de los añosos árboles. Fue una mujer de notable personalidad, según su hijo Miguel, “una rebelde sin causa”. Desde su viudez, hasta casi los 95 años, vivió sola en su departamento, ocupada en las tareas, las compras y cuidando su jardín de macetas. En días especiales o cumpleaños, disfrutábamos de su compañía y ella de su familia, especialmente de los mimos de sus bisnietas No es un día feliz, pero tampoco es triste, estamos aquí con este hermoso marco, para despedirnos de esta mujer que vivió su vida con intensidad, sencillez y determinación. Tal como se ha desarrollado este día que ya atardece, me hace pensar que todos guardaremos un dulce recuerdo de esta despedida. La elección de los gajos es evidente que ha sido la adecuada, seguramente Elena estaría de acuerdo con esta afirmación.

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NO QUIERO OLVIDAR por María Luisa Torres Buenos Aires

No quiero olvidarme de la raza humana, herida golpeada, amigos leales, enemigos claramente elegidos. El humo haciéndose denso la niebla mojando hasta los huesos, los cielos oscuros, ceniza y fuego, explotan por los aires, cuerpos mutilados, las grietas del alma; Detrás del humo, se esconden las sirenas rompen el silencio los refugios llenos, ¡ocultarse! ¿Dónde? HIROSHIMA, GUERNICA, AUSCHWITS, VIETNAM, CAMBOYA… Aún están presentes el mundo tiene un aire desdeñoso, displicente, cruel, ¡Fueron también mis hermanos! ¡Mi nombre!, mi voz interior solloza.

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AUSENCIA por Graciela Valdez Buenos Aires

Viví sin mí durante mucho tiempo. Años. Hoy volví a ser yo. Hoy volví a caminar bajo la lluvia sin mojarme. Brillar en una noche sin luna no es para todos. Ser artista tampoco. Artista. No hay que saberse artista. El arte hay que saberlo, probarlo, morderlo, hacerle el amor a embestidas y dejarlo muerto, rendido. Silencio. Silencio y ausencia. Lejos, la lluvia, tus botas mojadas en el agua, y el olor a humedad que impregna las paredes de tu casa. Una puerta que se abre. Vos. Yo. Nosotros. Hoy volví a ser yo. Pero este es un lujo que no sé si me podré volver a permitir.

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(DE MIS OJOS) por María Eugenia Valenzuela Buenos Aires

De mis ojos que… no hacen otra cosa que observarte. De mis manos que… sólo a ti quieren acariciarte. De mi boca… que te busca y desea besarte. De mis brazos… que sólo buscan cobijarte. De mis celos… que te abruman, por mi egoísmo sincero. Cuídate de mi amor y cuídame a mí, que vivo y muero por ti.

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DEMONIO por Carlos Andrés Vargas Calderón Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Un corazón exquisitamente triste, orgullosamente ausente, lleno de misterio y de olvido. Con el cadáver de la esperanza entre sus brazos… Como un demonio sin alma, entre sombras de horror y melodías de Agalloch. Latente en tiempo y espacio, sediento de sí mismo, ya poseedor de todo y de nada.

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VARITAS DE NARDO por Antonia Lujan Vázquez Buenos Aires

Dime una palabra que no cante OLVIDO. Dame un caricia que no diga FRÍO. Dime que en el sueño soñamos lo mismo CARIDAD. A estos sentimientos que están desmedidos AMOR. Dime que sientes lo mismo COMPASIÓN. Por los que se han perdido HASTÍO. De vernos en campos desiertos y no tener abrigo. Cántale al OLVIDO, para que él crea que no lo sentimos. Dile al FRÍO que vuelva más tarde que estamos trabajando y el sol nos da la caricia cálida para no sentirlo. Mira la CARIDAD, está en otro plano trabaja sin cesar para no caer en vano. Siente el AMOR para que derrame caricias de lino y brote en cada sentido. La COMPASIÓN se hará cargo de aquellos que hoy no sienten como los que amamos. El HASTÍO está preparado para marcharse apenas sienta que está desplazado. Ahora cántale a la vida, estamos anotando en la vieja agenda la VARITA DE NARDO para que su flor nos traiga calma a nuestros sentidos.

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LE QUISO CONTAR ESCRIBIÉNDOLE UN POEMA por Jazmín Aimé Ventura Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Un día, le quiso contar escribiéndole un poema. Así que todas las papeleras del mundo cayeron rendidas de amor ante su sueño y decidieron cortar los árboles, sólo para que a él no le faltara papel. Inmediatamente se dejaron de publicar libros y fabricar cuadernos. Los demás escritores donaron las pocas hojas que aún guardaban con recelo, resignando el placer de la pluma sobre el papel. Recordaron por siempre el olor a tinta fresca en las imprentas y el aroma húmedo de las ediciones usadas. Abandonaron la compañía de un libro entre las manos y dijeron adiós a los horizontes enlibrados de sus estanterías. Y después de todo, destrozaron sus ejemplares más queridos para que fueran reciclados. Así lo hicieron también las grandes y minúsculas bibliotecas de los cinco continentes. A su vez, se convocó una colecta de lápices y biromes a nivel mundial ante el temor de que él no pudiera continuar. Grandes fábricas como niños depositaron toneladas de grafitos y crayones en la bolsa que dio vuelta al mundo a través del asfalto, la tierra y el agua. Los ricos más ricos sintieron tanto miedo que se despojaron de reliquias familiares como sacapuntas de oro y papiros egipcios. Cuando ya habían pasado muchos años, no quedaba un corazón sin vértigo por su poema. Todos se sentían asolados por lo que estaba contando. Así que la gente abandonó sus hogares para que él pudiera escribir en las paredes. Se vaciaron edificios, chabolas y cuevas, y las familias junto a los más jóvenes partieron en barcas gigantescas rumbo al mar. Más tarde, cuando las selvas fueron taladas por completo y las superficies copadas por las letras de lo que quería contar, los ancianos entregaron sus vidas a los acantilados para ocupar menos espacio. Por último, él estuvo solo en silencio y dejó de escribir porque ya no se le ocurría más que contarle. Así que las personas regresaron a vivir a sus casas pintando de blanco las paredes, resucitando a los viejos y las selvas, e inaugurando las papeleras y sus hojas hasta escribir el mundo de nuevo, porque todo empieza por un poema.

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JULIO por María de los Ángeles Vieyra Córdoba

Esculpe julio la silueta desnuda de los árboles, y oscurece la llovizna la penumbra de sus tallos. Un silencio tibio acunará el espacio doliente del letargo, y será después, cuando el sol despierte en los retoños, que ese mudo silencio, se hará canto.

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VAMPIROS Y CEREMONIAS por María Emilia VILLARREAL Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Esto no es un relato. Tanto menos una poesía. Salir a buscar la inspiración. Salir a caminar, para encontrarla. Camino transitado, allanado desolado. La alborada. El cantar de un gallo. Tres pastillas de colores. Una crujiente y jugosa manzana. El sabor de un vaso de fresca y blanca leche. Las caras. Son todas distintas. Huye mi mirada, pero aquellas insisten. No quiero escuchar ese eco. Distancias infinitas. Edificios verticales, transversales, perpendiculares, horizontales. Del otro lado había un muro. Creer y volver. Volver a sentir, espasmos de dolor. Cachetazos de rencor. Alguna vez fue un sueño. Hoy es una pesadilla. Mañana, realidad o fantasía. Cuando advertí lo que sucedía mis piernas se estremecieron. El Vampiro estaba de fiesta. Mi inspiración era contemplar la belleza de su rostro desfigurado por la ira. Lo puse fuera de foco. Dime niña, ¿cuántas esferas nos han atravesado? Cuéntame por qué a través de tus ojos avanza el tiempo y se detiene. Quisiera cubrirte el rostro. Ocultar tus lágrimas de mercurio. Mientas te veía bailar, mis pupilas se desangraban. Me trepaba, hacía ruidos, gritaba. Todavía no te dabas vuelta. Ya me caían las lágrimas. Cada vez estaba más transparente. No fue en aquella dimensión, sino en ésta, que la cabeza me estalló como un sobrecito de cátsup Hellmanns. Ensucié tu vestido, y al ver cómo la blanca seda iba perdiendo su esplendor, alzaste hacia mí tus ojos enrojecidos. Pero fueron las luces de las velas las que, con un suspiro, guardaron el secreto de la Ceremonia y el Vampiro.

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PERO GANÓ LA PAZ por Hugo Zadunaisky Santa Fe

Abrió los ojos y miró (en realidad, creyó abrir los ojos y ver). No entendía. Lo único que recordó fue el túnel. Muy vagamente. Le habían dicho que en el momento final se entra en un ámbito que semejaba un túnel, con una poderosa luz, que encandilaba y después… nada. No lo creyó en su momento, porque no podía concebir ver la nada. “¿Dónde estoy?” -preguntó tontamente. “No está, señor”, -le respondieron las voces- “acá no se está”. “¿Cómo?” “Que acá no se está. Esto es LA NADA”. Trató de buscar de dónde provenían las voces (voces suaves, sin estridencias, que trasmitían calma, sosiego) pero no vio nada. Le habían advertido. Iba a tener la sensación de hallarse en espacio físico pero no podría percibirlo. “Sí, LA NADA. ¿No sostuvo siempre ustedd, que después de la muerte sólo estaba LA NADA? Y bien. Así es, nomás. Por eso no puede ver y, en pocos momentos, no podrá oírnos. Nunca más”. “Otra vez el NUNCA MÁS. Creí que con esto se acababa”. “Es distinto, señor. Éste es el último NUNCA MÁS del que ustedd oirá hablar. Sabemos por qué está acá y cómo llegó a todo esto. Pero le reiteramos: eso de TODO ESTO es ficticio. En realidad, es NADA DE ESTO… ni de nada. Pero no se preocupe, ni siquiera se tendrá que acostumbrar”. “¿Acostumbrar a qué?”. “A nada, señor, a nada. Relájese (en realidad, se irá relajando solo. De eso se trata). Esto es nuevo para usted, pero pronto dejará de serlo. Pronto dejará de ser.”. “Miren. Sigo sin entender”. “No tiene que entender. No se impaciente. Bastante mal lo pasó en sus últimos meses. Sabemos todo de usted. Acá se sabe todo, pese a que esto es LA NADA”. Inexplicablemente, comenzó a sentirse mejor. Las voces eran envolventes, cálidas, contenedoras, acariciadoras y lo iban sumiendo en un sopor que jamás había experimentado. Todo lo que había estado necesitando. “Me siento mejor -dijo- mucho mejor. ¿Por qué no habré vivido siempre acá?”. “Imposible, señor. Usted está acá porque lo pidió. Lo decidió usted mismo recién ahora. Pero acá no podría haber vivido. Acá no es para vivir. Todo lo contrario: esto es LA MUERTE. Por eso es la nada. No hay paraísos, infiernos, purgatorios, premios, ni castigos, ni juicios finales. Olvídese de los juicios. Eso ya no es para usted. Pronto se desvanecerá su imagen, su ser, su vigencia… todo. Ni recuerdo pasará a ser. Así lo quería usted y así será”. La sensación de bienestar era cada vez mayor, aunque, paradójicamente, iba comprendiendo que eso

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tampoco era estar. Ni bien ni mal. Había comenzado a no estar. Por eso esa sensación agradable. Sólo un último “pensamiento” lo asaltó: “pero, entonces, ya no veré, ni siquiera imaginariamente, esos ojos enormes y brillantes; ese cabello largo y renegrido con los anteojos de sol apoyados sobre ellos, no soñaré más con el taconeo de sus botas aproximándose a mi auto, ni la imaginaré más llegar a través del espejo retrovisor; no evocaré más esos brazos a los que yo tenía que atrapar para que rodearan mi espalda, ni anhelaré más su piel blanquísima, sus pechos pequeñitos, sus vellos de plumón, su voz, sus gemidos, sus mejillas encendidas después de…; ni idealizaré jamás sus te quiero, sus reprimendas, sus llamadas, su sonrisa culpable… ¿Ni siquiera lo que yo tanto esperaba de ella y nunca logré?”. “No, señor. Ya nada de eso. Todo se perdió, al elegir usted. Algo hay que perder, aun en el final ¿no? Pero se ganó la paz…”

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GRACIAS por Elida Mariana Zalazar Corrientes

Te doy gracias mi amor porque debido a tu falta mi alma emana palabras gloriosas que podrán llenar otros corazones. Te doy gracias mi cielo porque debido a tus descuidos mi boca destila frases de amor que conquistarán otros corazones. Te doy gracias mi vida ya por tus desintereses mi vida refleja silencios celestes que darán color a otros corazones. Te doy gracias mi sol porque debido a tus delirios mis fuerzas se han multiplicado y podré ser consuelo de otros corazones. Te doy gracias mi ángel ya que debido a tu locura las canciones penetran más mi alma y serán un horizonte para otros corazones. Te doy gracias mi amor, de verdad, porque debido a este dolor he aprendido a amar sin recibir amor y podré comprender otros corazones. 

SOBRE EL COMPILADOR

Francisco Martín Campoy Nació en Gualeguaychú, Entre Ríos. Desde muy joven descubrió y alimentó sus deseos por la lectura y escritura. Al terminar los estudios secundarios se trasladó a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para continuar con su educación. Se graduó en la carrera de Periodismo Deportivo en ESED, en el año 2007. Actualmente se encuentra rindiendo los últimos finales de la carrera de Editor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como redactor y corrector. Compiló y prologó la antología: “Alerta los sentidos”, poesía (2014) Editorial Dunken.

ÍNDICE

Prólogo.......................................................................................................... 7 María Emma Acha - Vida - Muerte................................................................. 9 Dietris Aguilar - El vengador...................................................................... 10 Ángel Rodrigo Alba Sierra - En mi pensamiento....................................... 12 Sergio Alfredo - Prisionera......................................................................... 13 Belén Agostina Álvarez Terán - Desarraigo...............................................14 Matías Amaya - Correr................................................................................. 15 Irma Isabel Andrade - Tierra y lluvia...........................................................16 María Soledad Antelo - Octavio el grande.................................................17 Anahí Viviana Areche - Templo femenino.................................................... 19 Adriana Margarita Astudillo - Hastío....................................................... 20 Daniela Atencio - Ramas de un mismo árbol............................................... 21 María Constanza Barbosa Dip - Amor, no me ignores…............................. 22 Susana Bavio - Aleteo Personal..................................................................... 23 Beatriz Belfiore - El ojo del buen observador............................................. 24 Myriam Mercedes Beltrán de Oraisón - Los recuerdos nunca mueren..... 25 Carlos Horacio Blanco - Cuando te vayas.................................................. 26 Sabina Borda - Herida.................................................................................. 27 Víctor Hugo Bosio - Lobo............................................................................. 28 Liliana Cappagli - Provocación de lo vivo.................................................... 30 María Cristina Cassani - Chirolita...............................................................31 Manuela Cesaratto - Mujer, mujer.............................................................. 32 Ángel César Cocuzza - Senectud................................................................. 33 Juan de Dios Coronel - Un millón de grullas............................................... 34 María Ester Correa - Agonía y final........................................................... 36 Marta Covacevich Sario - Libre................................................................... 37 Jeremías Andrés Cuesta - Mañana quién sabe............................................. 38 Camila D´Angelo - Insidia............................................................................ 40 Andrea Carolina Dechecchi - Despiértame al otro lado............................. 42 Julián Díaz - En la vereda de enfrente.......................................................... 43 María Elena Díaz Chocce - Así te recuerdo................................................ 45 María Elena Díaz Chocce - Secretos de noche............................................ 47 Ponce Dora - Textos en el face...................................................................... 48

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Diego Javier Duarte - El mundo, cuando no te amaba................................ 49 María Ofelia Ebbio - Tomo Mate.................................................................. 50 Jorge Marcelo Etchegoyen - El gato........................................................... 52 Alfredo Mario Figueras - Rosi y la burbuja temporal................................ 54 Susana Beatriz Fondado - A mi madre......................................................... 55 María Paula Forastieri - Había una vez...................................................... 56 Zulema Clarisa Franco - Todo pasa…......................................................... 57 GracielaLluisa Gallo - El aroma a garrapiñada........................................ 58 Diego Martín Gálvez - La estación de los días más felices......................... 60 Elizabet Gamarra - En consecuencia.......................................................... 61 Ana María García - …Camino..................................................................... 63 Melanie Garri - El libro mágico.................................................................. 64 Marcelo Gatica Amengual - A metros del Obelisco.................................... 65 Gabriel González - Chiquilla....................................................................... 67 Héctor González - Eres mi deterioro........................................................... 68 Matías Nicolás González - La escena del crimen....................................... 69 Natalia Soledad González - La espera........................................................ 71 Gabriel Eduardo Grobli - Un amor de cuatro días..................................... 72 Marcela Guttilla - ¿Estás allí?................................................................... 73 Romina Heron - Un Cuento........................................................................... 74 María del Pilar Jorge - Un hombre honesto................................................ 76 Laura K achorroski - Llévame...................................................................... 78 Nilda Ester K lundt - Madre triste por dentro............................................. 79 Natalia K rabica - Ojala............................................................................... 80 Silvana Marina K raser - Un deseo del corazón.......................................... 81 Adriana Mónica Lamela - Sencillamente..................................................... 83 Guillermo Luna - Huella.............................................................................. 84 Norma Edith Luvino - La inundación........................................................... 85 Gustavo Milione - Miradas vacías................................................................ 87 Monica Alicia Molina De Jauli - Hoy vivo.................................................. 88 Edgardo Luis Molinari - Decepción de un argentino.................................. 89 Jorge Luis Montes - Javier B........................................................................ 90 Marcela Muñoz - Striptease......................................................................... 91 Nancy Graciela Nasr - El único................................................................... 92 Jennifer Neumann - El país de los espejos.................................................... 93 Fabián Nícoli - El faro condena el alba........................................................ 95 Hugo Francisco Manuel Otero - Disculpa.................................................. 97 Martha Oya - Aún......................................................................................... 98 Paula Andrea Páez - En los matices del amor.............................................. 99 Maria Belen Pascual R aspo - Desamor......................................................101

Laura Verónica Pederzoli - Conjuro......................................................... 102 Verónica Cynthia Petasne - Arde la noche................................................ 104 Inés Petito - A veces yo…............................................................................ 105 Fabricio Adrián Poffo - Vuelvo a soñarla.................................................. 106 Gustavo Darío Pizarro - Poemas del alma................................................. 107 Rosana R amos - Solo usted......................................................................... 108 Celeste R earte - Te quedarás..................................................................... 109 Maximiliano R eimondi - Los desalmados....................................................111 Ana Lilí Rodríguez - La amistad es tan bella..............................................113 Jorgelina Ester Rodríguez - (Conjuro tres veces tres)................................114 Norma Rodríguez - Las manos de mi madre...............................................115 Romina Sheila Román Orosco - Poesía del corazón...................................116 Josefina Ruiz - El deseo de mi padre............................................................117 Florencia Salinas - Maldito insomnio.........................................................119 María Teresa Serrano Granado - Mi abismo............................................121 Joaquín Darío Silva - Enloquecida............................................................. 123 Mariano Tangari - Es menester.................................................................. 124 Ana María Tonelli - La hortensia de Elena............................................... 126 María Luisa Torres - No quiero olvidar..................................................... 127 Graciela Valdez - Ausencia........................................................................ 128 María Eugenia Valenzuela - (De mis ojos)................................................ 129 Carlos Andrés Vargas Calderón - Demonio............................................. 130 Antonia Lujan Vázquez - Varitas de nardo.................................................131 Jazmín Aimé Ventura - Le quiso contar escribiéndole un poema...............132 María de los Ángeles Vieyra - Julio..........................................................133 María Emilia VILLARREAL - Vampiros y ceremonias........................... 134 Hugo Zadunaisky - Pero ganó la paz...........................................................135 Elida Mariana Zalazar - Gracias..............................................................137 Sobre el compilador. ................................................................................ 139

Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken Ayacucho 357 (C1025AAG) Buenos Aires Telefax: 4954-7700 / 4954-7300 E-mail: [email protected] www.dunken.com.ar Julio de 2014

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