LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO

LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO recogidos junto al Estrecho de Gibraltar DA N U G ÓN I E S IC D E Prólogo de José Manuel de Prada Samper LEYEN

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LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO recogidos junto al Estrecho de Gibraltar

DA N U G ÓN I E S IC D E

Prólogo de José Manuel de Prada Samper

LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO recogidos junto al Estrecho de Gibraltar

A quienes hacen mejor este mundo desde el anonimato

LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO recogidos junto al Estrecho de Gibraltar © Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez © De esta edición, Asociación LitOral www.weblitoral.com Primera edición: septiembre 2004 Segunda edición: julio 2009 Se permite la reproducción de los textos siempre que se indique la procedencia de los mismos

ISBN: 978-84-609-2270-4 Depósito Legal: SE-3918-2009 Ilustración de portada: El gigante de piedra, obra de Isabel de la Osa. Silos Gallery (Tarifa, Cádiz). Printed by Publidisa

Juan Ignacio Pérez Ana María Martínez

LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO recogidos junto al Estrecho de Gibraltar

COLECCIÓN CUATRO VIENTOS

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Asociación LitOral ALGECIRAS 2004

Índice

PRÓLOGO por J. Manuel de Prada Samper ............... 13 INTRODUCCIÓN Hace mucho, mucho tiempo ................................................ ¿Cuentos o leyendas? .......................................................... Criterios de clasificación ..................................................... Narradores natos y circunstanciales .................................... Sobre peculiaridades y semejanzas ...................................... Avisos para lectores .............................................................

19 21 22 24 27 31

TEXTOS La hija del diablo 1. Blancaflor .............................................................. 35 El muchacho fortachón 2. Juanillo (el de) la burra ......................................... 47 El príncipe encantado 3. El príncipe pájaro .................................................. 52 4. El muchacho lagarto .............................................. 55

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La princesa encantada 5. La tierra de Ir y No Volver .................................... 6. Las tres toronjas ..................................................... 7. El príncipe y el zapatero ........................................ 8. Historia del tío Juan el pescador ............................ 9. La admiración del mundo ......................................

59 62 65 69 75

La princesa y el pastor 10. La puerta de madera de hinojo y piel de piojo ...... 84 Las maravillas del mundo 11. La flor del aguilar .................................................. 91 12. El hombre que entendía el habla de los animales .. 97 13. La olla de barro ...................................................... 99 14. La jaquita de siete colores .................................... 101 15. El príncipe jardinero ............................................ 102 16. La historia del pájaro sabio, el agua saltarina y el árbol cantor ................................................................. 106 Niños perseguidos 17. La niña mentirosa ................................................ 18. La niña y sus siete hermanitos ............................. 19. La garrafita .......................................................... 20. La muchacha tuerta y sin mano ........................... 21. Mariquita y su hermanastra ................................. 22. El enano Sin Nombre ........................................... 23. Periquito y Mariquita ........................................... 24. La princesa de la capa de cerdo ........................... 25. Las tres hermanas ................................................ 26. Los hijos de palo .................................................. 27. La sirenita del mar ............................................... 28. Los hijos del azafranero y el gigante ...................

113 115 118 120 125 131 133 136 137 140 142 144

Niños valientes 29. El viejecito y los tres hermanos ........................... 30. Miguelito y el gigante .......................................... 31. El niño y el gigante .............................................. 32. El listo de la familia ............................................. 33. Juanito el cabrero .................................................

149 152 154 157 159

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34. Juan sin Miedo .................................................... 161 Cristo y San Pedro en la Tierra 35. Juan Pipeta .......................................................... 163 36. Dios te lo pague ................................................... 168 37. El pobre cordelero ............................................... 172 La ambición castigada 38. Los deseos de los viejos ...................................... 39. La mansión de los doce meses del año ................ 40. El hacha del leñador ............................................ 41. ¡Mariquita, caca! ................................................. 42. El pescador y el jurel mágico ..............................

177 178 183 185 187

Encuentro con la Muerte 43. El hombre que se encontró con la Muerte ........... 190 Leyendas y noticias de tesoros 44. El tesoro de la cueva del negrito ......................... 45. El cabrero que hacía un botijo.............................. 46. El tesoro de la Fuente Nueva ............................... 47. El tesoro de la Peña ............................................. 48. La cabeza del toro ............................................... 49. El tesoro de la orza-1 ........................................... 50. El tesoro de la orza-2 ........................................... 51. El tesoro de la cabra negra .................................. 52. En Osuna está la fortuna ..................................... 53. Quien me vuelva al otro lado será afortunado ..... 54. El tesoro del Sauzal ............................................. 55. La fortuna de los viejecitos ................................. 56. Tres tesoros custodiados ..................................... 57. Indicios de oro escondido .................................... 58. El tesoro de la Misericordia ................................ 59. El tesoro del Tajo de las Corzas .......................... 60. El Cerro Redondo ................................................ 61. El tesoro de la Fuente Chica ................................ 62. El cofre de las tres llaves ..................................... 63. El tesoro del cencerro de los López ..................... 64. El tesoro del Madroñal ........................................

195 198 199 199 201 202 203 203 205 205 206 207 207 208 209 210 210 211 211 212 212

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65. El sueño del capataz ............................................ 213 Leyendas de sucesos extraordinarios, lugares encantados y personajes fabulosos 66. El mago avariento ................................................ 215 67. La piedra del soldado ........................................... 221 68. Cuevas de durmientes en la Sierra de Betis ......... 222 69. ¿A dónde vais? ..................................................... 222 70. El Molino del Duende .......................................... 222 71. El duende del Puente de la Vieja ......................... 223 72. El duende del perol .............................................. 224 73. La dama blanca .................................................... 225 74. La cueva que aparecía y desaparecía ................... 227 75. El cabrero que se perdió en el monte ................... 227 76. La serpiente listilla ............................................... 229 77. Los gentiles .......................................................... 230 78. Dos extraños sucesos en San Roque .................... 233 79. El Cristo de la bisabuela ...................................... 233 80. La leyenda de la retama ....................................... 235 81. La defensa del castillo de Jimena ........................ 237 82. La Garganta del Capitán ...................................... 237 83. Sucesos extraños en el Monasterio del Cuervo .... 238 84. El fantasma del soldado ....................................... 239 85. Los monos de Gibraltar ....................................... 240 86. Por qué existen los pobres ................................... 240 87. Por qué las mulas no paren .................................. 241 ÍNDICE DE INFORMANTES ........................................ 243 ÍNDICE DE RECOPILADORES ................................... 246 BIBLIOGRAFÍA ............................................................. 247 ESTE ES UN LIBRO INACABADO ............................. 251

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PRÓLOGO José Manuel de Prada Samper

Ya en los tiempos de los hermanos Grimm, los folkloristas vaticinaban en tono sombrío el fin inminente de la tradición oral. Los cuentos y otras tradiciones que ellos recogían entonces eran su último estertor. Fuese en Noruega o en los Balcanes, en Italia o en Francia, los estudiosos insistían en que había que darse prisa, o de lo contrario aquellas últimas perlas del acervo popular terminarían por desvanecerse sin dejar rastro. Sin embargo, a aquellos agoreros sucedía una nueva generación de folkloristas, que hacía sus investigaciones entre una nueva generación de informantes. Se recogían nuevas perlas, se cantaban las alabanzas de la tradición y sus portadores y, una vez más, se advertía: démonos prisa, esto está a punto de desaparecer, si nos dormimos… Han pasado casi dos siglos desde que los Grimm fundaron la ciencia del folklore, y en ningún sitio puede decirse que la tradición oral se haya esfumado. Porque tan difícil es que la tradición oral desaparezca como que la energía del universo se agote. Porque, al igual que la energía, la tradición sólo puede transformarse, nunca

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destruirse. Y a diferencia de ésta, siempre está en proceso de creación. En todo el mundo occidental los cambios sociales, económicos y culturales de los últimos sesenta años se han hecho sentir en las cosas que contamos y escuchamos. Pero el impulso de contar y escuchar sigue incólume, con todo su potencial creador. No debe extrañarnos: ese impulso es un elemento constitutivo de nuestra humanidad. Y ese impulso siempre se articulará en torno a una tradición, una tradición en la que, sin duda, se dejarán sentir nuestras condiciones de vida, y nuestras preocupaciones, nuestros miedos y nuestros anhelos. En España, la recopilación rigurosa de cuentos populares comienza, como tantas otras cosas, con considerable retraso. Nuestros Grimm fueron dos estadounidenses, padre e hijo, que recogieron entre ambos más de 800 cuentos. Aurelio M. Espinosa padre (1880-1958) recorrió buena parte de las provincias de habla castellana en 1920. Su hijo, del mismo nombre, que acaba de morir en Stanford con 97 años, realizó su trabajo en 1936, en los crispados meses que precedieron al estallido de la guerra civil. Sus respectivos libros, Cuentos populares españoles (1923-1926) y Cuentos populares de Castilla y León (1988-1989) son dos clásicos desconocidos y apenas valorados de la literatura española. Poco sabemos del estado de la tradición en lengua castellana antes de estas recopilaciones, porque, como ya he dicho, en España, antes de que ellos iniciaran sus investigaciones, apenas se habían recogido unas decenas de cuentos. Lo que sí está claro es que en las primeras décadas del siglo XX, su vitalidad era considerable. Los informantes de los Espinosa, por decirlo de algún modo, fueron nuestros abuelos o bisabuelos. Las condiciones sociales, económicas y culturales que tuvieron que vivir han desaparecido para

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siempre, pero la tradición que floreció con ellas dista de haber muerto. Sin duda se ha empobrecido, y es cierto que cada vez tiene menos oportunidades de expresarse. Pero está ahí, y todavía tiene mucho que enseñarnos. El libro que nos ocupa lo demuestra, a la vez que deja patente una vez más que en España los folkloristas tienen trabajo para rato. Leyendas y cuentos de encantamiento recogidos junto al Estrecho de Gibraltar se inscribe en una ambiciosa labor de recopilación cuya anterior entrega fue el libro Cien cuentos populares andaluces (2003). En esa obra Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez nos ofrecieron una amplia colección de relatos del Campo de Gibraltar, sobre todo de corte costumbrista y picaresco. Este nuevo libro se centra en los cuentos de encantamiento, sin duda uno de los géneros mayores de la literatura tradicional. Lo complementa una colección de 44 relatos sobre tesoros y sucedidos fabulosos. La leyenda es un género que en España se ha recogido muy poco, y que apenas ha sido estudiado. Las 44 historias que cierran este libro constituyen, pues, una aportación nada despreciable a nuestro conocimiento de las leyendas españolas. Los 187 relatos que comprenden ambas colecciones (más los 41 que fueron incluidos en un primer volumen de cuentos con adivinanzas) nos permiten hacernos una cabal idea de la riqueza de la tradición cuentística del Campo de Gibraltar. También nos permiten aproximarnos a las personas que han conservado esta tradición. Algunos de los narradores que han colaborado con Juan Ignacio y Ana María son especialmente notables. Me permito destacar aquí a Antonia González Navarro (1914), natural de Jimena de la Frontera, que aporta un total de diez relatos (seis de ellos en este libro), que me parecen de los mejores de todo el corpus. Antonia

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González es una narradora de talento, que hace uso del diálogo con una destreza envidiable. Sus relatos, sean cuentos de encantamiento o relatos humorísticos, están espléndidamente narrados. Hay que esperar que las investigaciones de Juan Ignacio y Ana María nos permitan en el futuro saber más cosas sobre esta persona. La lectura de Leyendas y cuentos de encantamiento... ha sido un doble placer. Por un lado, el placer estético que siempre debe derivarse de los cuentos tradicionales, sobre todo si están contados con acierto y bien puestos por escrito. Por otro, el placer erudito de los hallazgos inesperados que nos invitan a reflexionar y a establecer relaciones con otros cuentos, otros narradores y otras tradiciones. En el cuento número 18, «La niña y sus siete hermanitos», narrado por María Dolores Flores, de Algatocín (Málaga), la suegra de la protagonista arroja a esta y a su hijo a un estanque y en su lugar pone a otra mujer. Tenemos aquí una variante del motivo clasificado por Stith Thompson en su Motif-Index como K 1911.2.2. («falsa novia arroja al pozo a la verdadera»)1. Thompson dice que el motivo se asocia fundamentalmente a los tipos 408 («Las tres naranjas») y 450 («Hermanito, hermanita»), que forman, junto a otros, una constelación narrativa en la que se inscribe el cuento de María Dolores Flores, cuento que tiene sobre todo afinidades con el tipo 451B de Camarena y Chevalier2. Thompson dice que el motivo en cuestión se da sobre todo en la India y en el Japón, pero lo cierto es que también está presente en África. Al menos yo lo he encontrado en dos lugares tan apartados entre sí como el desierto del Kalahari y la 1

Thompson, Stith. Motif-Index of Folk Literature, edición revisada y aumentada, 6 vols. Indiana University Press, 6 vols., 3ª reimpresión. Bloomington y Londres, 1975. 2 Camarena, Julio y Chevalier, Maxime. Catálogo del cuento folklórico español: Cuentos maravillosos. Ed. Gredos. Madrid, 1995.

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ciudad marroquí de Marrakech. En el primer caso, forma parte de un mito de los bosquimanos ju/'hoansi (!kung) de Namibia y Botswana, un mito que es a todos los efectos una variante del tipo 403, «La novia blanca y la novia negra», que también pertenece a la mencionada constelación3. En el caso del relato de Marrakech, el motivo lo he encontrado en «'Âicha rmâda, 'Âicha souillée de cendres», una variante del cuento de la Cenicienta que contiene al final el episodio de la esposa suplantada. Este interesante relato lo recogió Françoise Legey en las primeras décadas del siglo XX de boca de una vieja esclava.4 No es difícil imaginarse cómo y cuándo llegó el motivo desde Marruecos a este lado del Estrecho. Pero si al norte de África llegó desde el sur del continente, como muy bien podría ser el caso, estamos hablando de una de esas migraciones cuya sola evocación nos quita el aliento y nos obliga a inclinarnos ante el vigor inagotable de los cuentos. Barcelona, julio de 2004

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Véase Biesele, Megan. Women Like Meat. Wistwartersrand University Press, Indiana University Press, págs. 124-133. Bloomington, 1993. 4 Legey, Francoise. Contes et légendes populaires du Maroc recueillis à Marrakech. Editions Ernest Leroux, págs. 19-23. París, 1926.

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INTRODUCCIÓN “Esto pasó hace muchos años, tantos que ninguno de los que estamos aquí habíamos nacido, ni los que están muertos habían pensado en nacer”. Lorenzo García Domínguez, 78 años.

“Hace mucho, mucho tiempo... ... cuando los animales hablaban y los gigantes se disputaban con los hombres el dominio de la Tierra, ocurrieron ciertos hechos maravillosos que mucho después habrían de ser contados...” Esto es lo que parecen decirnos los relatos que hemos seleccionado para este tercer volumen de tradiciones orales del Estrecho de Gibraltar. Algo que nuestro informante Lorenzo García Domínguez consiguió expresar con sus propias palabras y que, precisamente por no utilizar un lenguaje prestado, encabeza esta introducción. Su intención no es otra que la de alejarse de los hechos que está contando, un distanciamiento que, a la vez que le mantiene al margen de los episodios narrados (“no vayan a creerse ustedes que esto pasó de

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verdad”), sitúa la acción en un tiempo y un espacio distintos y distantes, un escenario donde cualquier cosa era posible. Porque en este volumen hemos reunido precisamente los textos menos cotidianos, aquellos que nos hablan de sucesos extraordinarios, de personajes fabulosos, de costumbres antiquísimas que están en la base de nuestra propia sociedad, a pesar de que algunas nos resulten crueles, desmedidas o, por lo menos, difíciles de comprender. Unos textos que, exceptuando los sucedidos y leyendas locales, no son exclusivos de la zona de estudio, sino que forman parte del folklore universal, pero que en cada lugar adquieren unas dimensiones propias. Y si algo pretendemos extrayéndolos (a veces no sin esfuerzo) de la memoria de nuestros vecinos es exactamente eso: conocer cuál de estos ancestrales relatos ha calado más en la población del Estrecho, qué escenas se repiten con mayor frecuencia en la zona y pasan de unos cuentos a otros, qué detalles personales incorporan los informantes a los textos, qué importancia y sentido dan a lo que están recordando y, por último, qué lugar ocupan actualmente estos fragmentos del pasado en sus creencias, costumbres y tradiciones. A ello dedicamos algunos de los comentarios que incluimos tras cada uno de los textos. Así, desempolvando los trasteros de la memoria y ofreciendo la oportunidad para que lo que hasta ahora era patrimonio personal o familiar vuelva a ser propiedad colectiva, recuperamos unos textos que nos ponen en contacto con viejos conflictos y maneras sociales, familiares y, sobre todo, existenciales. Un acercamiento que es a la vez testimonial y divulgativo, filológico, antropológico y estructuralista (¿por qué no conciliar los valores de las distintas perspectivas investigadoras?),

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literario e incluso afectivo, sobre todo porque hemos nacido y vivimos donde recogemos estos materiales y porque muchos de ellos nos fascinan continuamente desde el complejo significado de sus contenidos y desde la frescura de su lenguaje.

¿Cuentos o leyendas? Quizá la primera inquietud que asalte al lector al encontrarse con un libro que reúne cuentos y leyendas sea la de conocer las diferencias y parentescos entre unos y otras. Intentemos resolver, en la medida de lo posible, esta cuestión. Cuentos y leyendas populares, considerados textos fundacionales de la literatura universal, nacen paralelamente a la necesidad humana de comunicarse y comparten en su exposición la forma narrativa de hechos sobresalientes, la transmisión oral y el ya mencionado alejamiento temporal. Sin embargo, los cuentos de encantamiento refieren hechos extraordinarios sin reparar en su lugar de acción, interesando más el curso de los acontecimientos que su veracidad. Las leyendas, por su parte, siempre hacen referencia a un hecho tenido por cierto y ocurrido en una zona determinada, llegándose a aportar incluso datos concretos sobre lugares y personajes e idealizando los hechos históricos mediante su combinación con otros imaginados. Por otro lado, si analizamos su estructura argumental, vemos que el cuento maravilloso, por regla general, se rige por un canon en forma de espina dorsal en torno a la cual se van presentando escenas y motivos, cumpliendo los episodios resultantes determinadas funciones significativas para el desarrollo del tema principal. Estas funciones, que la leyenda no cumple a no ser que se le

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añadan elementos propios del cuento, fueron descubiertas y planteadas en 1928 por Vladimir Propp5 y aplicadas a los cuentos españoles en 1982 por Antonio Rodríguez Almodóvar6. Siete personajes principales (héroe, usurpador, agresor, donante de objeto mágico, víctima, padre de la víctima y auxiliares del héroe) y otros motivos y elementos accesorios se encargan de ponerlas en funcionamiento. Estos motivos, a su vez, están recogidos en un magno catálogo realizado por Anti Aarne y ampliado por Stith Thompson en 19287, obra que constituye la base de la conocida como escuela finlandesa, actualmente seguida por la mayoría de folkloristas. Por lo que respecta a las leyendas, se suelen dividir en cuatro grandes grupos: etiológicas (sobre el origen de lugares, costumbres, plantas y animales), históricas, religiosas y las referidas a seres y fuerzas sobrenaturales.

Criterios de clasificación Antes hemos utilizado indistintamente los términos “maravilloso” y “de encantamiento” refiriéndonos a los cuentos de este volumen. La diferencia entre unos y otros 5

Propp, Vladimir. Morfología del cuento. Editorial Fundamentos, Madrid, 1977. Algunas de las funciones, de un total de treinta y una, serían: la carencia inicial, el viaje del protagonista, las acciones del agresor, pruebas y tareas encomendadas al héroe, entrega del objeto mágico, persecución, reparación de la carencia o fechoría, recepción de una marca de autenticidad, vuelta a casa, aparición de un falso héroe, reconocimiento del verdadero héroe, boda y ascensión al poder. 6 Rodríguez Almodóvar, Antonio. Los cuentos maravillosos españoles. Ed. Crítica. Barcelona, 1982, y Cuentos al amor de la lumbre. Ed. Anaya. Madrid, 1983. 7 Aarne, Anti y Thompson, Stith. The types of the Folk-tales (A classification and bibliography). Academia Scientiarum Fennica. Helsinki, 1964.

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se halla en que los primeros poseen todos los elementos mágicos definidos por Propp y los segundos, aún presentando hechos extraordinarios similares, carecen de alguno de ellos (fundamentalmente el donante y el objeto mágico), posiblemente por deterioro. En el presente libro hemos incluido tanto cuentos maravillosos como de encantamiento, además de leyendas e, incluso, sucedidos de hechos recientes (no necesariamente probados) que funcionan como leyendas locales. Los cuentos han sido dispuestos en ciclos adaptándonos en lo posible a la clasificación de Rodríguez Almodóvar con objeto de facilitar su localización e intención, habiendo incluido, después de cada título, el número de tipo de acuerdo con la clasificación de Aarne-Thompson, aunque tomando como referencia principal el catálogo realizado por CamarenaChevalier para los cuentos españoles8. Las leyendas, por el contrario, al no existir aún ningún catálogo tipológico, han sido distribuidas en dos grupos que atienden a criterios temáticos: las que hacen referencia al hallazgo de tesoros, muy abundantes en la zona y muchas veces expuestas como sucedidos, y las que incluyen sucesos o personajes extraordinarios. Sea como fuere, tengamos en cuenta que las dificultades para acertar de pleno en materia de clasificación están motivadas por la naturaleza propia de la transmisión oral, cuestión que en el campo de los cuentos incluye la polivalencia de sus motivos y personajes, la complejidad de los esquemas y las peculiaridades locales o personales, todo ello unido al deterioro procedente de la fragilidad de la memoria y de la falta de ocasiones para practicar la narración oral, como veremos a continuación. 8

Catálogo del cuento folklórico español: Cuentos maravillosos. Ed. Gredos. Madrid, 1995.

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Narradores natos y circunstanciales Muchos de los textos que presentamos, sobre todo los más breves, están literalmente cogidos al vuelo. Aparecen hilvanados a lo largo de conversaciones que parten de un cuestionario específico al que es preciso volver continuamente para ahondar en el tema. Y es que, por lo general, a nuestros informantes les cuesta recordar los textos con la nitidez necesaria para formar con ellos un relato completo, con sentido para el oyente. De ahí que, en ciertas ocasiones, hayamos optado por recoger de aquí y de allá lo poco o mucho que nos han ido diciendo y lo hayamos organizado hasta completar la historia con todos los detalles registrados, lo que ha requerido varias visitas al mismo lugar. Otras veces, las menos, son los mismos informantes quienes los han escrito, perdiendo así la frescura de la narración oral, aunque ganando en detalles que a duras penas se recuerdan en la conversación, sobre todo cuando esta se produce con unos desconocidos que enarbolan una extraña arma a la que llaman grabadora. En los últimos años hemos descubierto que la forma más productiva de recoger textos que requieren cierto ejercicio memorístico es dejarles el susodicho aparato, yendo a recogerlo a las pocas semanas. Así, sin miedo a esos extraños que vienen a preguntarles, estas personas recuerdan más detalles de los textos que en una entrevista presencial. Estrategias estas que surgen sobre todo ante la falta de narradores natos, esas personas, al parecer abundantes en otras épocas, capaces de mantener el interés de la audiencia durante horas e incluso días en torno a un cuento de tradición oral9; hombres y mujeres (en esto no 9

A este respecto, en Cuentos de las Tierras Altas escocesas (Ediciones Siruela, Madrid,, 1999, pág. 26) J. Manuel de Prada escribe acerca de ciertos narradores del siglo XIX: “Algunos de estos

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ha habido tantas distinciones entre sexos como se cree) que encontraban una historia para cada lance del día y a quienes recurrían niños y adultos cuando deseaban alimentar su imaginación. A falta de este tipo de informantes “modélicos”, como no se trata tanto de encontrar un buen narrador como de sacar a la luz lo escuchado años atrás, lo que hemos buscado son narradores circunstanciales, personas que recibieron vía oral estas historias pero que llevan muchos años sin verbalizarlas y que ahora lo hacen motivadas por nuestra visita. El esfuerzo que han de hacer para recomponer secuencias, motivos y diálogos es grande, pero los recuerdos rescatados (y no nos referimos únicamente a los contenidos de los cuentos) hacen que les merezca la pena. Entre unos y otros queremos destacar algunos ejemplos, concretamente cinco formas diferentes de narrar los relatos que se guardan en la memoria. El primero de ellos, Ignacio Morales, al que ya dedicamos un trabajo etnográfico en el que destacábamos su interés por conservar determinadas formas tradicionales de relación con el medio10, llama la atención por su sensibilidad ante el valor afectivo de la transmisión oral: todas sus aportaciones (no sólo las contenidas en este volumen) están vinculadas explícitamente a hechos cotidianos de su infancia11, con continuas referencias al entorno y, sobre todo, a las personas que significaron algo importante para él, como sus padres, su abuela y su bisabuela. relatos eran tan largos que, no pocas veces, su narración se prolongaba durante varias noches.” 10 “Ignacio Morales Trujillo, un informante singular” en Almoraima nº 26. Instituto de Estudios Campogibraltareños, págs. 151-166. Algeciras, 2001. 11 Véase, por ejemplo, su comentario sobre la función educativa de los cuentos en Cien cuentos populares andaluces, pág. 23.

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Francisco Castro, por su parte, representa al narrador que gusta de enriquecer su relato con gran profusión de detalles. Su carácter tranquilo y metódico y su portentosa memoria permite que podamos disfrutar de unas narraciones que parecen escritas en lugar de expresadas oralmente, lo que consigue con una sola condición: que le demos unos días para tejer el relato en su memoria lo más fielmente posible. Antonia González, con noventa años, es la expresión de la frescura de la que tantas veces hemos hablado refiriéndonos a la literatura oral. Nos sorprende con unas versiones ricas en acciones (por encima de los detalles descriptivos) en las que los personajes cobran vida por sí solos. Antonia, además, rompe con la tópica respuesta que solemos encontrar en nuestro trabajo de campo: que las personas que vivieron una infancia difícil no tuvieron oportunidad de escuchar cuentos (se argumentan falta de fuerzas, de tiempo, de interlocutores...). Ella, huérfana desde muy niña, quedó a cargo de una hermana de tan sólo dos años y, sin embargo, escuchó cuentos y los recuerda con nitidez. Es también un ejemplo de lo que aún está por descubrir: los cientos de personas que, por su edad o su forma de vida, permanecen en sus hogares sin que nadie, aparte de los familiares más directos, conozca el patrimonio que atesoran en su memoria. En este caso fueron su bisnieta Cristina y la madre de esta, Chelo, quienes nos hicieron llegar hasta ella. Candelaria Ibáñez es nuestra más prolífica informante: casi sesenta adivinanzas aportó al primer libro de esta colección, veinticinco cuentos al segundo y otros once a este, además de conocer más de cuarenta romances y cientos de refranes, chascarrillos, canciones, supersticiones y otros textos de un valor etnográfico incalculable. Su estilo no es quizás demasiado brillante, precisamente porque no tiene muchas oportunidades para

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practicar, pero la riqueza de contenidos de sus aportaciones convierte su desinterés por la forma en una mera anécdota. Sin duda, dos de los aspectos que le permiten recordar tantos hechos distintos son su credulidad y el entusiasmo con que escucha a los demás. Por último, Isabel Benítez representa al informante con conciencia de lo que tiene entre manos. Poco antes de fallecer decidió dejar por escrito, sobre todo como legado para sus nietos, aquellos cuentos que con tantos detalles le narraba su abuela Rosalía. Hoy, gracias a la mediación de su hija Encarna, no sólo podrán conocerlos sus nietos sino todos nosotros, despertando nuestro asombro por la profusión de motivos maravillosos que encierran. Una buena muestra de lo que debieron ser los viejos cuentos maravillosos españoles en su época dorada, antes de entrar en un declive que dura ya más de un siglo. Las diferencias de estilo, vocabulario, intención y extensión de estos informantes tienen, en fin, tanto que ver con su formación personal como con las circunstancias que se dieron en su recogida, habiendo sido preciso en la mayoría de los casos un contacto personal continuado del que no nos arrepentimos en absoluto.

Sobre peculiaridades y semejanzas Hemos resumido a continuación algunos de los motivos y secuencias más repetidos en la selección de textos que presentamos. Unos asuntos que nos acercarán a los mecanismos de particularización utilizados por los narradores tradicionales a partir de los textos básicos universales y en los que se puede profundizar a través de libros como los de Aarne-Thompson y Espinosa padre, entre otros.

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En primer lugar, si los cuentos ofrecen soluciones a diversas cuestiones vitales, se nos plantean varias preguntas: ¿dónde, quién y cómo comienzan los problemas? La respuesta suele estar en las carencias familiares (solvencia o descendencia), que motivan el envío de los hijos a recorrer el mundo en busca de algo mejor o también el pacto con seres oscuros a cambio de la entrega del propio hijo. Pero no todo comienza así, también hemos encontrado a príncipes que con acciones imprudentes pueden provocar una maldición a la que él mismo tendrá que combatir. Otra cuestión: ¿Quién es presentado como héroe y hacia dónde se debe encaminar para que su empresa llegue a buen puerto? El destino de casi todos los héroes es el Castillo, Tierra o Jardín de Irás y No Volverás, aunque en algunas recopilaciones se le da otros nombres (por ejemplo, en Cuentos populares españoles encontramos las Piedras del Nifo, el castillo de las siete naranjas y el Castillo de Oropé). Un lugar aceptado colectivamente para desencantar a alguien hechizado, conseguir objetos mágicos, lograr la realización personal (lo que se expresa mediante la coronación como príncipes o reyes) o encontrar a la pareja soñada. Un destino del que sólo vuelven los que demuestran ser limpios de corazón, sinceros, valientes o humildes, y al que suelen acceder tanto hombres como mujeres, normalmente el menor de tres hermanos. Un lugar, en fin, que está emparentado con el más allá o la muerte, de donde, según las diversas tradiciones, no regresan más que determinados personajes míticos. En este lugar el héroe se encuentra con la vida puesta del revés: los animales tienen la comida cambiada, una anciana barre con el palo de una escoba, una puerta nunca acaba de cerrarse, los vigilantes duermen con los ojos abiertos y los cierran

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para despertar..., un caos que se debe remediar para poder seguir adelante. ¿Y con quién tiene que enfrentarse el héroe? Entre los personajes malvados abundan tanto los masculinos (representados por el diablo, un ogro o un gigante) como los femeninos (papeles que se reparten una gitana, una negra y una mora que practican la brujería y que deciden usurpar el lugar de una bella princesa y encantarla pinchándole con un alfiler). Y cuando se trata de un animal, domina la presencia de la serpiente o el dragón de siete cabezas. ¿Cómo deshacerse de estos agresores cuando parecen físicamente invencibles? Comprobaremos que una de las formas más repetidas es encontrar un huevo donde se oculta el alma del ser malvado y estrellarlo contra su frente. ¿Y qué personajes secundarios pueden llegar a odiar al protagonista o héroe y cómo lo manifiestan? Veremos en varios textos que, como en la vida real, la envidia es el sentimiento negativo más común, aliándose con la mentira y la calumnia para entrar en acción. Unos sentimientos que proceden sobre todo de hermanos y otros familiares cercanos (madrastras, madres y tíos), que los llevan hasta las últimas consecuencias, como el enclaustramiento o emparedamiento de la esposa y el abandono o asesinato de los hijos. ¿Qué debe hacer o evitar el protagonista en el camino hacia la felicidad final? El trayecto que ha de realizar el héroe está plagado de obstáculos y pruebas. Una de las acciones prohibidas es volver la cabeza para ver lo que ha dejado atrás bajo pena de petrificación y otra abrazar a una mujer de su familia con la pérdida de la memoria como consecuencia. Aunque quizás la prueba más repetida es la atención que debe prestar el héroe al donante que se le aparece disfrazado de mendigo o

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ermitaño, bien a pie de camino o en una casa que ha de ser ordenada. Por otra parte, vemos en un buen número de cuentos que algunos adultos consideran a los niños como un estorbo para su felicidad. ¿Cómo actúan esos adultos cuando piensan de esta manera? El abandono en el bosque (muy utilizado en los cuentos centroeuropeos) es sustituido aquí por la introducción de los hijos en un arca o cajón que luego es depositada en un río o en el mar. Y no sólo nos referimos a niños recién nacidos sino también, como veremos, a adolescentes. Además de estas semejanzas entre unos textos y otros, encontramos paralelismos incluso en los diálogos de los personajes, como la frase con que suelen recibir al héroe cuando este se acerca a su destino liberador: “Muy mal te quieren los que por aquí te encaminan” o “¿Quién tan mal te quiere que hasta aquí te envía?” El joven suele responder con una frase que falta en nuestras versiones: “Mi suerte mala o buena”. Otros motivos dignos de mención por su insistencia o su valor en la historia pueden ser la pérdida del dedo meñique del protagonista, presente en “Blancaflor”, “La niña y sus hermanitos” y la serie sobre la flor del aguilar o lililá; también la elección que ha de hacerse entre dos opciones, a la que nunca debe aplicarse la lógica cotidiana; la rotura de cántaros cuando una agresora femenina se enfada; las transformaciones en animales (las princesas como palomas blancas y los ayudantes como águilas, hormigas o leones); los zapatos de hierro que ha de gastar la heroína antes de acceder a lo que desea... En la lectura de los textos iremos descubriendo estos y otros elementos que suelen tener un carácter simbólico y que sirven para que tanto el narrador como el auditorio puedan conocer y comprender mínimamente la

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complejidad del mundo, así como dominar sus propios sentimientos. Destaquemos por último, de acuerdo con Holbek12, que todos estos cuentos de encantamiento giran en torno a la familia, el sexo y el poder, desarrollándose por medio de tres pares de elementos opuestos: adultos vs. niños hombres vs. mujeres poderosos vs. humildes.

Avisos para lectores Hemos procurado confeccionar un libro pequeño y manejable que puede llevarse a cualquier parte. Puede gozarse a solas, pero el usuario descubrirá que la mejor forma de disfrutarlo es leer en voz alta los relatos o contarlos una vez leídos, compartiendo los fabulosos y emocionantes hechos que suceden a los protagonistas. ¿Son para adultos o para niños? Esta es una pregunta que irán respondiendo quienes los escuchen. Mientras tanto, no pongamos trabas a la comunicación y dejemos que estas historias vuelvan a fluir entre los descendientes de quienes las vieron nacer y desarrollarse. Como en libros anteriores de esta misma colección, para facilitar la lectura, hemos procedido a hacer dos pequeñas modificaciones: por un lado, eliminar las repeticiones y titubeos que proceden de la dificultad para recordar fielmente los textos; por otro, normalizar la fonética de los mismos (fundamentalmente el ceceo propio de esta zona, la aspiración de la h y la pérdida de la d intervocálica), excepto cuando su presencia era 12

Holbek, Bengt. “L’interprétation des contes merveilleux” en Cahiers de littérature orale nº 28. Institut National des Langues et Civilisations Orientales, págs. 53-70. Paris, 1990.

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necesaria para mantener el ritmo de la narración. Igualmente, se han respetado los giros y modismos propios del lugar, considerando que los que no son muy conocidos son descifrables por el contexto. Para facilitar la localización hemos incluido al final del libro la relación de informantes y su procedencia, así como la lista de personas que nos cedieron algún texto. Se observará que algunos de los cuentos no incluyen los datos personales de quienes los contaron; estos textos suelen proceder de reuniones en centros de pensionistas con varios informantes (algunas veces más de veinte) donde se contaban los cuentos atropelladamente y sin posibilidad de especificar datos. Finalmente, a quienes se acerquen a estas páginas les recordamos también que los cuentos y leyendas incluidos en este volumen proceden de la tradición oral y no pertenecen en exclusiva ni a los recolectores ni a los informantes, aunque será de justicia, al divulgarlos, mencionar a unos y a otros como agentes decisivos para su conservación. Esperamos que disfruten con su lectura tanto como lo hemos hecho nosotros durante su recuperación.

TEXTOS

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La hija del diablo Blancaflor, la hija del diablo que elige por amor convertirse en una mujer mortal, es un ciclo narrativo antiquísimo emparentado con mitos como el de Cupido y Psiqué, Medea o Perséfone. Se trata de una historia que resuena en la memoria de muchísima gente de la zona, aunque, por su extensión y características, sólo algunos detalles de la misma suelen ser recordados: el nombre de la protagonista, la elección del caballo para huir o la saliva parlante para entretener a su padre. No obstante, el texto seleccionado es una muestra excelente de lo que encierra este ciclo. De la veintena de versiones que hemos recogido, a pesar de tener todas ellas escenas y motivos coincidentes, destacamos estas tres singulares variantes: -Los padres son gigantes o monstruos y no diablos. -La madre, en su certera aparición final, convierte a los enamorados en patos y los condena a vivir eternamente en un estanque. -La manera de deshacerse del diablo perseguidor es arrojar unas semillas que, al rozarlas, se convierten en descomunales árboles que lo rodean y lo atrapan.

1. Blancaflor 313C [LA MUCHACHA AYUDANTE + LA NOVIA OLVIDADA] Remedios Cabello y Ana Navarro

Tarifa

Eran tres muchachas que se estaban bañando en un río y a esto que pasó por allí un muchacho que era rey y se sentó en la orilla a verlas cómo se bañaban. Cuando le pareció, el muchacho cogió la ropa de la más chica, se la

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escondió y se fue. Cuando las muchachas salieron a vestirse, dice la más chica: -¡Ay, mi ropa, que no aparece, que se la han llevado! Y las otras: -Pues aligérate y búscala que si no nos vamos. Empezaron a buscarla por las cañas y las malezas del río, pero nada. Venga a buscar por todos lados, pero no la encontraron. -Pues nosotras nos vamos. Total, que se fueron y dejaron a la hermana chica allí sola. En ese momento apareció el muchacho, y le dice ella: -Dame mi ropa. ¿Por qué me has tenido que coger mi ropa? -Te la doy si me dices quién eres. Ella le dijo quién era y él le devolvió la ropa. -Nosotras somos las hijas del diablo, de modo que como mi padre se entere de que tú andas conmigo... -Pues, mira, yo ando buscando trabajo, así que si tú me dices dónde vives, yo llego y hablo con tu padre a ver si me da algo de trabajo. -Venga. Cuando yo me haya ido, entonces vas tú. -Sí, pero me tienes que decir cómo tengo que hablar con tu padre, cómo lo saludo. -Pues tú vas como si fuera una casa normal: “Buenos días” o “buenas tardes”, y ya le cuentas lo que quieras. Y así lo hizo. Ella se fue y al ratito de llegar llamaron a la puerta. -Buenas tardes. Mire usted, vengo buscando trabajo, vengo andando desde el pueblo a ver si usted me pudiera dar... -¿Y qué sabe hacer? -Lo que sea. Usted me manda lo que sea, que yo hago de todo.

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-Bueno, pues le voy a dar trabajo. Mañana le diré lo que tiene que hacer. Y le enseñó dónde iba a estar su cuarto, junto a la cuadra, para que se quedara a dormir ya aquella noche. Antes de anochecer se le presentó la hija pequeña del diablo, que se llamaba Blancaflor. -Mira, mi padre te va a mandar mañana al mar para que cojas un anillo que se le cayó a su madre, mi abuela, así que tú, cuando te mande, le dices que te dé un cuchillo, un lebrillo y una botella, y haces como si yo no te hubiera dicho nada. Por la mañana lo llamó el diablo y le dijo: -El primer trabajo es este: tienes que ir al mar y coger un anillo que se le cayó a mi madre. Es un recuerdo de familia, así que lo que quiero es que me lo traigas. -De acuerdo, pero me tiene usted que dar un cuchillo, un lebrillo y una botella. Y así se fue camino de la playa. Al llegar, ella estaba allí, y el muchacho le preguntó: -Ahora dime tú a mí qué hago yo ahora, cómo cojo yo ese anillo. -Verás, ahora tú me vas a matar, mi sangre la vas a echar en la botella con mucho cuidadito, que no vaya a caer fuera ni una gota, y las tajaditas las vas echando en el lebrillo. Cuando lo tengas todo listo lo tiras al mar. Así lo hizo él. No quería, pero ella lo convenció pidiéndole que confiara en lo que le decía. Y pasó que, cuando estaba echando la sangre en la botella, cayó una gotita en la arena. “Bueno, no importa, por una chispita no se va a dar ni cuenta”, pensó él, así que lo tiró todo al mar. Al rato aparece ella nadando con el anillito en la mano, puesto en un dedo que tenía un trozo menos.

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-Has hecho lo que te he dicho, pero se te ha caído una gotita de sangre y mira la chispita menos de dedo que tengo. El fue y le dio el anillo al padre, que le dice: -¡Ay, que tú andas con mi hija Blancaflor! -¿Usted tiene una hija que se llama Blancaflor? -No, no, hijo, eso es un refranillo mío. Y el muchacho se hizo el tonto, como si no hubiera visto nunca a la hija. Aquella tarde llega otra vez Blancaflor a hablar con él: -Mira, mañana mi padre te va a encargar que construyas allí enfrente un horno y después que amases la harina y que hagas pan caliente. Todo eso lo tienes que terminar en un día. -Pero, ¿cómo voy a hacer yo eso? -Pues nada, cuando te lo diga mi padre tú te acuestas a dormir. -¿Tú comprendes que yo me pueda acostar a dormir? -Tú hazme caso. Llegó el padre y le dijo: -Mira, mañana por la mañana vas a construir en aquel sitio un horno. Cuando lo tengas hecho vas a amasar la harina, le vas a meter fuego y nos vas a hacer pan caliente para la una del día. -Ya veré si lo puedo hacer. -Lo tienes que hacer si quieres seguir vivo. Él se echó a dormir y llegó ella, que como era la hija del diablo, lo hacía todo en un momento. -Chiquillo, que son cerca de la una. Ahí lo tienes todo hecho. Llévale el pan a mi padre. Y allá fue él con el pan. -Tome usted. Y el padre: -¡Ay, que tú andas con mi hija Blancaflor!

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-¿Usted tiene una hija que se llama Blancaflor? -No, no, hombre, eso es un refranillo mío. Y él haciéndose el tonto. Entonces el diablo le dijo: -Voy a poner a mis tres hijas al lado de la puerta y tú vas a escoger a una, la que tú quieras, y con ella te vas a casar. Ella le advirtió al muchacho: -Mi padre nos va a poner al lado de la puerta sin que nos veas la cara, así que tú te fijas en la que tenga el dedito de menos. Cuando digas: “¡Aquella!”, me coges corriendo por el vestido porque mi padre sabe mucho y nos puede cambiar. A la mañana siguiente, el diablo llamó al muchacho. -Mira, tengo aquí a mis hijas, elige la que tú quieras para ti. Entonces empezó a fijarse y a fijarse. -Mire, aquella misma que tiene usted allí, y le echó mano al vestido para que no la cambiara. -Bueno, pues esa misma. Pero antes te tengo que poner otra prueba. Ya te avisaré. Entonces llegó ella, como siempre, y le dice: -Mira, ahora nos va a convertir a las tres hermanas en palomas, nos va a subir en aquel tejadito y te va a preguntar a ver qué palomita escoges. Como las tres somos iguales, yo haré así un poquito con el ala y ya sabrás que soy yo. El diablo lo llamó a la mañana siguiente. -Mira, allí arriba tengo tres palomitas blancas. ¿Cuál te gusta a ti de las tres? -Esa misma que ha meneado el ala. Entonces el diablo la convirtió en persona y resultó que era ella. -Vale, ya que la has escogido, te puedes casar con ella.

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Se casaron y se fueron a dormir al piso de arriba de la casa. Pero el padre no estaba contento y pensó: “Esta noche a ese lo mato yo; se le ha metido en la cabeza a mi hija Blancaflor, pero a ese lo mato yo esta noche”. Pero ella, como todo lo sabía, dice: -Mira, mi padre nos va a matar, pero yo he pensando que vamos a hacer lo siguiente: él tiene en la cuadra dos caballos, uno el del viento y otro el del pensamiento. El del viento está muy gordo y el del pensamiento está muy flaco. Yo voy a coger dos pellejos de cochinos y los voy a llenar uno de vinagre y otro de vino dulce. Los voy a poner en la cama como si fuéramos nosotros dos. Mientras ve tú y coge el caballo del pensamiento. Él se fue, pero cuando llegó le dice ella: -¡Ay, que has traído el del viento, que está más gordo! -Es que el otro lo vi muy flaco y pensé que no iba a aguantar nada. Por eso he cogido este. -Ya no nos da tiempo, este mismo vale, que mi padre ya mismo viene a matarnos. Ella cogió una toalla, un peine, un espejo y un cofre y se subieron al caballo. Allá que se fueron los dos, pero antes de salir echó una saliva grande en la habitación. En esto que el padre se acercaba a la habitación y le decía: -¡¡¡Blancaflor!!! Y la saliva le contestaba: -¡Mande usted, padre! -Todavía están despiertos, no puedo ir a matarlos. Al rato otra vez: -¡¡¡Blancaflor!!! Y la saliva cada vez más bajito: -¡Mande usted, padre! -Bueno, ya se están durmiendo. Al rato otra vez: -¡¡¡Blancaflor!!!

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Y la saliva más bajito porque se iba secando: -¡Mande usted, padre! Y al rato ya no contestaban. -Ahora es la mía, ya están dormidos. Cogió un cuchillo, le dio una puñalada a uno y otra al otro. Del primero le saltó un poco de vinagre en la boca y dice: “¡Ay, qué sangre más fuerte tienes!”, y del otro le saltó vino dulce y dice: “Y tú, ¡qué dulce la tienes!”. Se fue para abajo y se lo contó a su mujer: -Ea, ya he matado a tu hija y a tu yerno, que, por cierto, ¡tiene una sangre más fuerte! -¡Ay, tonto, si lo que tú has hecho es pinchar dos pellejos, uno de vino dulce y otro de vinagre! ¡Y tu hija va corriendo camino del campo! -¿Sí? Pues ahora yo voy a ir tras ellos y no se me van a escapar. Fue a la cuadra y cogió el caballo que corría tanto, el del pensamiento. Ella, que todo lo sabía, le dice: -¡Mi padre viene, mi padre viene! -¿Qué hacemos? Ella tiró el peine y todo se volvió huerta, él se convirtió en hortelano y ella en lechuga. Y pasó por allí el diablo y se paró. -Oiga usted, hortelano, ¿ha visto pasar a un hombre y a una mujer en un caballo? -Las lechugas, que todavía no han crecido y no las he amarrado. -No, hombre, que si usted ha visto pasar por aquí... -¿Las papas? Todavía ni han nacido. -¡Váyase usted a tomar viento, que está más sordo que una tapia! El diablo se volvió a su casa y le dijo a su mujer: -No la he podido encontrar. Lo único que me he encontrado ha sido un hortelano muy sordo.

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-¡Ay, tonto! El hortelano era tu yerno y la lechuga tu hija. -Bueno, pues ahora voy otra vez y no me engaña más. Ella, como lo sabía todo, dice: -¡Ay, mi padre viene otra vez! -¿Qué hacemos? Tiró la toalla y se volvió iglesia, y ella era la virgen y el muchacho el ermitaño. Y llegó el diablo y le pregunta al ermitaño: -¡Oiga! ¿Ha visto usted pasar a un hombre y a una mujer montados en un caballo? Y el otro le contesta: -Las doce no son, todavía no son. -Que si usted ha visto pasar... -El primer toque todavía no ha dado, así que la misa tarda. -¡Usted está más sordo que una tapia, váyase a tomar viento! Se volvió a su casa y se lo dijo a su mujer: -No los encuentro por ningún sitio, sólo he visto una iglesia con un ermitaño más sordo que una tapia. -Pues ese era tu yerno y la virgen era tu hija. -Bueno, pues voy otra vez y ya no me engañan más. -¡Quita, hombre, déjame a mí, que a mí no se me escapa! Y fue la madre. Y Blancaflor que se da cuenta: -¡Ay, ahora viene mi madre y a ella no la podemos engañar! Seguro que nos coge. Entonces Blancaflor tiró el espejo que llevaba y todo se convirtió en un mar, así que su madre no pudo pasar y le echó una maldición: -¡Permita Dios que tu marido te olvide!

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Y se volvió a su casa. Mientras, ellos siguieron caminando para el pueblo del muchacho y, antes de llegar, él la dejó a ella al lado de un árbol. -Espera aquí, que voy a por un coche. -Sí, pero te cuidado, que no te bese ni te abrace ninguna anciana, que mi madre nos ha echado una maldición. -Pero... -Es que como una anciana te bese o te abrace tú te vas a olvidar de mí. -¿Cómo me voy a olvidar de ti con lo que te quiero? Llegó a su casa y su madre lo besó, pero él no se olvidó de Blancaflor. -Mamá, mientras yo me echo una cabezadita, llama a un coche, que tengo a mi mujer esperándome. La madre fue a por un coche y entonces llegó la abuela y le dio un abrazo. Volvió la madre y le dijo: -Ya está aquí el coche que querías. -¿Qué coche, mamá? -Chiquillo, ¿tú no me has mandado a por un coche para tu mujer? -¡Anda, mamá! ¡Qué coche ni qué mujer! Ni tengo mujer ni quiero coche. Y le dijo al hombre del coche que se fuera. Pasaba el tiempo y Blancaflor se subía todos los días al árbol a ver si venía su marido, pero nada. Junto al árbol había una fuente donde todos los días cogía agua una criada negra que tenían en palacio, y cuando se acercaba veía reflejado en el agua un rostro blanco y se decía: “Tú tan blanca y yo tan colorá, rómpete y cantarás”, y el cántaro se rompía. Y así todos los días. Cuando la criada llegaba al palacio, le preguntaban: -¿A ti qué te pasa que todos los días rompes el cántaro? A partir de ahora, te daremos uno de lata.

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Cuando la negra fue otra vez a la fuente, sintió llorar a un niño, miró para arriba y descubrió a Blancaflor en la rama del árbol. La muchacha le contó toda la historia: -Estoy esperando a mi marido desde hace mucho tiempo y he tenido este niño mientras lo esperaba. Entonces, la negra le dijo: -¿Quieres que te peine? Porque llevas tanto tiempo aquí que tienes el pelo fatal. -Vale, pues péiname. Cuando la estaba peinando cogió una agujita de cabecilla negra y se la clavó en la cabeza a Blancaflor, que se convirtió en una paloma. La criada cogió al niño, contó la historia en palacio y se sentó en el árbol a esperar a que llegara el rey. Cuando él llegó, la criada le gritó: -¡No te dije que no te besara ninguna anciana! Él empezó a recordar algo. -Pero... ¡si tú no eras así! -Hijo, tanto tiempo dándome el sol... -Pero... Esto es muy raro. Se quedó pensando pero se la llevó a palacio. Todos los días venía la paloma a los jardines de palacio, se le acercaba al jardinero y le decía: -Jardinero del rey, ¿cómo le va a su rey con su reina mora? -Muy bien, señora. -¿Y su niño, ríe o llora? -Unas veces ríe y otras veces llora. -¡Qué triste de mí! Yo por el campo sola. Tantos días pasaba esto que el jardinero fue a contárselo al rey, que le dijo: -Pues te voy a dar un lacito de pita para que, cuando se acerque, le eches el lazo y la traigas.

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Al otro día llegó la paloma y tuvo la misma conversación con el jardinero, pero ella, sabiendo lo que querían hacerle, añadió: -Y lazo de pita no cae en mi patita. El jardinero se lo contó al rey, que dijo: -Pues usaremos un lazo de plata. Volvió la paloma y tuvo la misma conversación con el jardinero, aunque añadió: -Y lazo de plata no cae en mi pata. Otra vez fue el jardinero a contárselo al rey, que pensó en ponerle un lazo de oro. Cuando la paloma conversó con el jardinero, ella añadió: -Y lazo de oro cae en mi patita y en todo mi tesoro. Y se dejó coger para que la llevaran a palacio. Estaban comiendo los reyes cuando el jardinero llegó. La reina, que se dio cuenta de que era Blancaflor, no quería que la paloma estuviera allí, pero el rey insistía: -Pero mira qué bonita es. Hasta que de tanto mirarla le vio la agujita negra clavada en la cabeza. -Pero, ¿qué es lo que tienes aquí? Y arrancó la aguja. En ese momento, la paloma se convirtió en Blancaflor y él empezó a acordarse de todo. El rey le preguntó a Blancaflor: -¿Qué quieres que hagamos con la criada? -Que la maten y la pongan de escalón para que cada vez que yo suba o baje la pise. Así lo hicieron y así se acabó este cuento. □□□ Conviene señalar los elementos simbólicos que van jalonando el relato: la intención del protagonista de casarse con un ser no humano, la situación de su cuarto junto a la cuadra, las pruebas relacionadas con los cuatro elementos, los tabúes

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de no derramar la sangre o no dejarse besar por otra mujer antes de su boda, la saliva parlante, las doncellas-palomas, el caballo que aparenta lo que no es, el peine mágico y el papel de Blancaflor como heroína, guía y conciencia de quien, en principio, parece salvarla de las garras del diablo. Tenemos una versión de la provincia de Málaga que también conserva rasgos ancestrales, como la presencia continua de la madre del protagonista-príncipe en todas sus peripecias, detalle que conecta con la necesaria protección femenina en los antiguos ritos iniciáticos, la transformación de las tres hermanas en bestia que el joven debe domesticar o la de los enamorados en virgen y sacerdote. Una versión muy bien conservada que, por razones geográficas, publicaremos en un próximo trabajo. Como curiosidad, en el texto nº 122 de Cuentos populares españoles de Aurelio Espinosa, padre, encontramos la siguiente alusión a nuestra zona de estudio (escena del anillo que debe recuperar el joven): “Una vez que pasaron mis tatarabuelos por el estrecho de Gibraltá se les cayó en el mar una sortija, y quiero ahora que vaya usté y la saque y me la traiga”.

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El muchacho fortachón Otro de los viejos ciclos de la narrativa folklórica es el que suele presentar las hazañas del hijo de una mujer y del oso que la rapta. En nuestro caso contamos con una versión más moderna y suavizada en la que el secuestro y la cohabitación han sido sustituidos por el auxilio prestado al protagonista por parte de una burra, hecho que evita su muerte y que le aporta una fuerza sobrenatural. De este tema no sólo quedan cuentos maravillosos sino también recuerdos de sucesos acaecidos en un pasado más o menos remoto, como los referidos por Agúndez en sus Cuentos populares sevillanos (pp. 173180), o el que incluimos en Cien cuentos populares andaluces con el título “La mujer y el hombre bravío”.

2. Juanillo (el de) la burra 301B [EL FORTACHÓN Y SUS COMPAÑEROS] Rosa González Ruiz

Algeciras

Juanillo era un muchacho que no tenía nada que comer. Un día salió con su madre a coger tagarninas y se perdió en el monte. Cuando se hizo de noche se encontró con una burra tumbada en el suelo, entonces Juanillo se echó sobre ella para calentarse y empezó a alimentarse con la leche del animal. Fue pasando el tiempo y Juanillo se hizo mayor, así que pensó que no se iba a tirar toda la vida detrás de una burra. Un buen día se decidió a correr mundo. Montó en la burra y se fue de pueblo en pueblo.

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En uno de ellos se encontró con un muchacho arrancando pinos que le dijo: -¿A dónde vas, Juanillo? -Voy a ver si me busco la vida. ¿Y tú qué estás haciendo? -Aquí ando trabajando. -Pues vente conmigo a ver lo que encontramos. El muchacho se fue con él y siguieron andando hasta que encontraron a otro chaval que estaba arrancando piedras de molino de tres en tres. Juanillo le preguntó lo mismo que al primero y también lo convenció para que se fuera con él a buscarse la vida, así no estaría trabajando siempre en lo mismo. -Mira –les dijo Juanillo-, a partir de ahora tú te llamarás Arrancapinos y tú Trespiedrasdemolino. Los tres salieron caminando hasta que se les echó la noche encima. Vieron entonces una lucecita a lo lejos y decidieron acercarse. Cuando llamaron a la puerta les abrió una ancianita que estaba asando chorizos y que les dijo que podían pasar la noche allí si ellos querían. Y entraron y le explicaron que lo que ellos querían era buscarse la vida por esos caminos del mundo. La mujer les contó que por allí cerca vivía un rey que tenía tres hijas encantadas en una cueva. Por lo visto, a quien las sacara vivas de allí, el rey le daría una recompensa muy buena, pero hasta entonces nadie lo había conseguido, todos habían fracasado. Juanillo no se lo pensó dos veces y le dijo a la viejecita: -Bueno, pues mañana mismo vamos a buscar al rey. Y así lo hicieron. Cuando se levantaron fueron a buscar al rey. El rey les comentó que al que sacara a sus tres hijas de la cueva le daría una recompensa muy buena y se podría casar con la hija mayor. Les indicó dónde estaba la cueva y les proporcionó ropas y provisiones para el viaje. Cuando llegaron al lugar se dieron cuenta

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de que la cueva era hondísima, así que tuvieron que fabricar una cuerda muy larga con hojas de palma. Ninguno de los tres quería ser el primero en bajar y tuvieron que echarlo a suertes. Le tocó a Arrancapinos. Y Juanillo le dijo: -Mira, aquí hay una campanita atada a la cuerda. Cuando la toques, te subimos. Arrancapinos comenzó a bajar, pero al ver lo hondo y oscuro que estaba aquello, tocó la campanita enseguida y lo subieron. Después le tocó a Trespiedrasdemolino. Empezó a bajar, bajar, bajar, hasta que se asustó y tocó la campanita. Y otra vez para arriba. Y dijo Juanillo la burra: -Ahora me toca a mí. Pero yo voy a hacer lo contrario que ustedes. Cuanto más toque yo la campanita, más cuerda soltáis para abajo. Y venga a tocar y venga y venga y al llegar abajo se encontró con dos espadas, una buena y otra mala. Cogió la que le parecía que cortaba mejor y siguió para dentro hasta que se topó con un ogro, que le dijo: -¡A carne humana me huele! Y Juanillo: -A este lo mato yo. Lo mató, le cortó el dedo más largo y se lo guardó en el bolsillo. Ese ogro era el que guardaba a la hermana más pequeña, así que la sacó y la subió para arriba. Juanillo siguió para dentro y encontró una serpiente de siete cabezas. La mató, le cortó las siete cabezas y se las guardó. Como la serpiente era la que guardaba a la hermana mediana, la liberó y la subieron para arriba. Siguió para dentro y se encontró con un toro, que era el que guardaba a la mayor. Pero Juanillo hizo lo mismo: con mucho valor lo mató, le cortó la lengua y se la guardó. Y a la princesa la subieron para arriba.

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Cuando ya estaban las tres hermanas fuera, los amigos, para llevarse la recompensa, no quisieron sacar a Juanillo de la cueva. Lo dejaron abajo y se fueron ellos a palacio. Juanillo la burra se quedó allí abajo pensando cómo podía haber pasado aquello y qué podría hacer para salir de allí. Entonces se le apareció un diablillo: -¿Qué te pasa, Juanillo? -Que mis dos amigos se han ido y me han dejado aquí. -No te preocupes, yo te llevaré a palacio. Súbete a mi espalda y te llevo arriba. Cuando Juanillo llegó a palacio, los amigos estaban celebrando una fiesta. Juanillo le contó al rey lo que había pasado y el rey dijo: -¿Tienes alguna prueba para que yo sepa que tú eres el que ha salvado a mis hijas? -Sí. Este es el dedo del ogro que guardaba a la pequeña, estas son las siete cabezas de la serpiente que guardaba a la mediana y esta es la lengua del toro que guardaba a la mayor. Entonces dijo el rey: -Pues sí que es cierto. Por ser el más honrado, te casarás con mi hija mayor. Y estos dos, por desagradecidos, se quedarán sin nada y tendrán que trabajar para ti durante toda su vida. Y así fue que Juanillo heredó todo el reino. □□□ Nuestra informante nos comentó que había aprendido este cuento de su marido, Francisco Lobón Rojas, ya fallecido, y que lo siguen contando a los más pequeños de la casa como un legado familiar. Las versiones publicadas por otros investigadores y las recogidas por nosotros en la misma zona siempre incluyen

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como ayudante principal a Rancapinos o Arrancapinos, repartiéndose entre otros personajes el resto de papeles: el que escucha a la hormigas (curiosamente, uno de nuestros informantes, Ignacio Morales, afirma poseer esta capacidad), el que ve lo traspuesto, el correcaminos, el hacesogas, Allanacerros con el culo, Aplastacuestas, Aplastapeñas, el que saca piedras con los dientes o el poderoso soplador, tipos similares a los que podemos encontrar en el cuento nº 10, “La puerta de madera de hinojo y piel de piojo”.

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El príncipe encantado Ciclo que se equilibra con el de la princesa encantada y en el que el problema es subsanado por una mujer.

3. El príncipe pájaro 302 + 554 [ALMA EXTERNADA + ANIMALES AGRADECIDOS] Antonia González Navarro

Algeciras

Esto era un rey que tenía un hijo que era muy malo, que cuando era chico se iba por ahí sin avisar a sus padres y, además, le pegaba a los criados. Cuando el niño ya se hizo mayor, le dio por jugar a las cartas y en eso se gastaba todo el dinero que llegaba a sus manos. El padre, como era rey, vivía abochornado por ese hijo tan desgraciado que tenía, así que un día pensó: “Lo voy a encantar en un pájaro a ver si se enmienda”. Habló con gente que sabía de encantamientos y lo encantaron en un pájaro. Justo lo que quería el rey. Mientras tanto, el muchacho se había echado una novia. Y desde que lo encantaron, todos los días, el príncipe pájaro entraba a las doce en punto en la habitación de su novia. Ella dejaba abierta las ventanas y él venía volando y se colaba. Pero un día la muchacha no se acordó de abrir las ventanas y el pájaro, confiado, se chocó con el cristal. Se hirió la cabeza y se enfadó con la novia, y le dijo: -Ahora, si me quieres ver más, tienes que ir sola al Castillo de Irás y No Volverás. Pasaron varios días y el pájaro no aparecía por las ventanas, así que la muchacha no tuvo más remedio que ir al castillo. No había caminado mucho cuando se

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encontró con un águila, un cuervo y una hormiguita que se estaban peleando por comerse un burro. Pero armaban tanto jaleo que no se les entendía nada. Entonces la muchacha les preguntó: -¿Qué os pasa? ¿A qué viene tanto ruido? Y los animales le contestaron: -Es que estamos peleándonos por comernos este burro. -No os peleéis más. Yo haré las particiones. Toma, hormiguita, para ti la cabeza, que tiene sitios pequeños por donde tú te puedes meter. Toma, cuervo, para ti las patas, que tienes un pico fuerte para romper los huesos. Y toma, águila, para ti las tripas, que tú no tienes dientes. Se pusieron a comer y, cuando se fue la niña, dijo el águila: -Hay que ver lo bien que ha hecho las particiones y no le hemos dado ni las gracias. -Pues llámala, que se las vamos a dar. Fue el águila detrás de ella y la niña, que la vio, pensó asustada: “Ay, madre mía, eso es que ya se han comido el burro, ya se han hartado y ahora me quieren comer a mí”. Pero se volvió para atrás y le preguntó: -¿Qué queréis? -No, que no te hemos dado las gracias. El águila se arrancó una pluma y se la dio, y le dijo: -Cuando me necesites, sólo tienes que decir: “Yo y águila” y saldrás volando. La hormiguita le dio un pelo de sus antenas y le dijo: -Si te hace falta, di: “Yo y hormiga” y te harás pequeña como una hormiga. Y el cuervo también le dio una pluma. -Cuando me necesites, grita: “Yo y cuervo” y te convertirás en un cuervo como yo. La chiquilla cogió las tres cosas y se fue corriendo. Por el camino se encontró con una casita donde vivía un

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anciano muy viejo y muy sucio. La casa también estaba muy sucia, sin barrer, los platos sin fregar..., y dice ella: -No se preocupe, abuelo, ahora mismo se lo hago yo todo. Le fregó los platos, le hizo de comer, le lavó la ropa y le dio de comer. Al otro día, le dijo al anciano: -Mire, ya me tengo que ir. -¿Dónde vas? -Al Castillo de Irás y No Volverás. -Ese es un sitio muy peligroso. Mira: cuando llegues, te vas a encontrar muchos perros a un lado del camino y toros en el otro lado. Los toros tienes puesta carne para comer y los perros tienen puesto grano. Como tienen la comida cambiada, pues todo el que pasa por allí no sale vivo, se lo comen entre unos y otros. Cuando tú llegues, lo primero que tienes que hacer es ponerles a los perros la carne y el pienso a los bueyes. Y así puedes pasar por su lado sin que te pase nada. Así lo hizo. Fue cambiando los cestos de un lado a otro y pasó sin peligro. Llegó al castillo y empezó a dar vueltas por un lado y por otro, pero todas las puertas y todas las ventanas estaban cerradas y no conseguía entrar. Entonces vio una ventana muy alta que estaba abierta y gritó: “Yo y águila” y echó a volar hasta que alcanzó esa ventana y entró en el castillo. Cuando estaba dentro, se encontró que todas las puertas estaban cerradas, así que dijo: “Yo y hormiga”, se volvió hormiga y entró por debajo de las puertas hasta que encontró al príncipe, que estaba encerrado allí, pero ya en forma de persona. El príncipe estaba acostado boca arriba, sin poder moverse, y le explicó que la única forma de desencantarlo era trayendo un huevo de paloma y estrellándoselo en la frente. La muchacha no se lo pensó dos veces y gritó: “Yo y cuervo”. Se convirtió en cuervo y salió volando del

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castillo hasta que encontró un palomar y robó un huevo de paloma. Volvió al castillo y le estrelló el huevo en la frente y entonces se le quitó el encantamiento al príncipe. Volvieron los dos a palacio, se casaron y tuvieron dos hijos muy buenos que no eran como su padre. Y se acabó este cuento con pan y pimiento y rabanillos tuertos. □□□ Versión en la que, además de combinarse motivos comunes a otros cuentos, encontramos a una heroína, y no a un héroe, visitando el famoso castillo encantado y siendo socorrida por animales mágicos agradecidos. El motivo del alma externada se expresa en la transformación del príncipe en pájaro y en la consiguiente extracción de su alma humana, que es depositada, en este caso, en un huevo de paloma. Posiblemente, la explicación de este último detalle haya sido olvidada por la informante o se ha quedado en el camino de la cadena oral. Lo cierto es que, como veremos en otras versiones, la única posibilidad de devolver la normalidad a un ser encantado es estrellar un huevo en su propia frente o en la de la bestia que lo custodia, aunque en una versión recogida en 1920 por Espinosa padre el alma del encantado se halla en el corazón de una serpiente de siete cabezas (nº 156). En unos y otros casos, lo interesante es que, cuando un ser está encantado, su alma queda oculta en algún lugar como único vínculo con su estado natural y también como única puerta para el desencantamiento.

4. El muchacho lagarto 425A [ANIMAL COMO ESPOSO] Pilar Pecino Quiñones

Los Barrios

Era un matrimonio que había tenido un hijo en forma de lagarto. El hijo estaba todo el día detrás de la madre:

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-Mamá, casar; mamá, casar. -¡Ay, pero, hijo! ¿Con quién te voy a casar yo a ti? Y “mamá, casar” y “mamá, casar” todo el día. Y se lo dijo a una vecina de enfrente y la muchacha le respondió: -Bueno, pues yo me voy a casar con él a ver qué pasa. Y se casó y se quedaron a vivir en la misma casa de los padres del muchacho. Por la noche, cuando se iban a acostar, él, creyendo que ella estaba dormida, fue y se quitó la ropa y la puso en la pirindola de la cama. Y ella se hacía la dormida. Ya por la mañana le dice ella a la suegra: -Su hijo no es un lagarto, su hijo se quita la piel y es humano. Entonces la madre decidió meterse en su alcoba cuando los dos estaban dormidos y con una vela le quemó la piel de lagarto, que la tenía colgada en la cama. En ese momento, él dio un salto de la cama y le dijo a su mujer, que estaba dormida: -Ahora me voy y, si me quieres volver a ver, zapatitos de hierro tienes que romper. Y se fue. El muchacho perdió la memoria vivió por ahí como si fuera otro. Y la muchacha empezó a buscarlo. Se compró unos zapatos de hierro y se lió a buscar, a buscar, a buscar... ¡hasta que se rompieran los zapatos, figúrate! Ella preguntaba por un lado, preguntaba por otro, pero nada, nadie lo había visto. Como tenían dinero, ella llevaba encima una gallina de oro con pollitos de oro y se hacía pasar por vendedora para poder meterse por todos sitios y encontrarlo. Así fue como se enteró de que él ya se había casado con una princesa y que vivía en un palacio. Y un día llegó frente al palacio y la criada le dijo a su señora, que era la que se había casado ahora con él:

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-Ahí fuera hay una mujer guapa, pero muy extraña. Vende una gallina de oro con pollos. -Bueno, pues ve y pregúntale a ver si me la vende. Y salió la criada y le preguntó: -Dice la señora que si le vende usted la gallina. -Yo no quiero dinero. Yo lo que quiero es que me dejen dormir tres noches con el príncipe. La criada se lo dijo a la princesa, pero ella dijo que no. -Ande, ya, señora, que se lave y se bañe y se le da a él un poco de adormidera. Así, él se duerme y no se entera de nada, y nos quedamos con la gallinita. -Bueno. Así lo hicieron. Ella pasó a la alcoba y estuvo toda la noche diciéndole: -Ay, príncipe lagarto, ¿no te acuerdas de mí, que me dijiste “si me quieres volver a ver, zapatitos de hierro tienes que romper”? Y por la mañana, antes de que se despertara él, la echaron a la calle. A la noche siguiente, otra vez, pero por lo visto él no se acabó de tomar el vaso entero y, cuando ella empezó a hablarle, él empezó a escuchar algo muy lejano de “príncipe lagarto”, “zapatitos de hierro”... Pero no se podía despertar. Y a la tercera noche, en vez de tomarse la adormidera, no se la tomó y ella empezó a decirle lo mismo: -¡Ay, mi príncipe lagarto! ¿No te acuerdas de mí, de tu esposa, o de tu madre, que te quemó la piel? ¿No te acuerdas que me dijiste: “Si me quieres volver a ver, zapatitos de hierro tienes que romper”? Pues mira, ya los traigo gastados de tanto buscarte.

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Como él esa noche estaba despierto, abrió los ojos, se acordó de ella y durmieron los dos allí hasta por la mañana. Al día siguiente, el príncipe lo aclaró todo y volvió con ella. □□□ Aunque aquí se ha perdido el nombre del castillo, se trata de una versión tan parecida a otras más antiguas que no nos cabe duda del lugar donde la muchacha se reencuentra con su amado. La pérdida de la memoria, la existencia de tres hermanas que aspiran a la boda, la mayor inteligencia de la más pequeña, el papel opositor de la madre de él, los zapatos de hierro que ha de gastar, las tres noches necesarias antes de descubrirse lo sucedido... son motivos comunes que, en esta ocasión, se entremezclan con algunos detalles que indican cierto deterioro de la historia: ninguno de los dos jóvenes son de sangre real (se sustituye por el comentario “como tenían dinero...”) y no hay presencia de ayudantes sobrenaturales que faciliten su entrada en el palacio.

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La princesa encantada 5. La tierra de Ir y No Volver 408 [LAS TRES NARANJAS] Pilar Pecino Quiñones

Los Barrios

Érase una vez un príncipe que estaba siempre en la azotea de palacio y le tiraba piedras a todo el que pasaba. A eso que le dio a una gitana que pasaba por allí, miró para arriba y dijo: -Niño, ¿qué haces? ¡Permítalo Dios que vieras la tierra de Ir y No Volver! Y se fue. El niño se quedó muy intrigado y bajó corriendo preguntando a todo el mundo que dónde estaba esa tierra. El rey le contó que era una tierra muy lejana y que quien allí iba no volvía nunca. Pero él quiso ir y, cogiendo un pedazo de queso y otro de pan, se puso en camino. Caminando, caminando, encontró a un viejecito y le preguntó por la tierra de Ir y No Volver. -Pues, mira, coge el camino y sigue hacia delante, muy lejos, por allí preguntarás. Pero dame algo, que tengo hambre. El niño le dio un pedazo de queso y el viejecito siguió: -Mira. Cuando llegues allí verás un campo que nada más entrar hay un peral. Tú vas y coges una pera para el camino. En el otro lado verás que hay un pero y en otro lado un nogal. Pues coges un pero y una nuez. También encontrarás una vieja que está barriendo con la escoba al revés. Tú se la pones al derecho. También una vaca comiendo un hueso y un perro comiendo paja. Pues tú los cambias. Ah, y una puerta que está siempre dando

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portazos. Coges una piedra y la pones en la puerta para que no siga dando portazos. Haciendo todo esto podrás volver. -Muchas gracias –y le dio un pedazo de pan y siguió adelante. Cuando llegó al campo aquel, hizo lo que le había dicho el viejo:cogió la puerta y le puso una piedra grande, a la vieja le puso la escoba al derecho y cambió la paja por el hueso. Y, cuando se iba, había un loro que decía: -¡Vieja, cógelo ahí, cógelo ahí! Pero la vieja le contestó: -No, que antes estaba barriendo con la escoba al revés y ahora estoy barriendo con la escoba al derecho. -¡Puerta, cógelo ahí! Y la puerta: -No, que he estado toda la vida dando portazos y ahora por fin estoy quieta. -¡Vaca, cógelo! -No, que he estado toda la vida comiendo huesos y ahora estoy comiendo paja, que es lo que me gusta. -¡Perro, cógelo ahí! -No, que he estado toda la vida comiendo paja y ahora estoy comiéndome un hueso. Total, que él cogió una nuez, una pera y un pero para el camino y marchando de vuelta tuvo hambre y abrió el pero. De dentro le salió una princesa muy guapa que le preguntó: -¿Tienes agua, toalla y jabón? -No. -Pues, entonces, vete. Un poquito más adelante le pasó lo mismo: tuvo hambre, abrió la pera y le salió una princesa muy guapa que le preguntó: -¿Tienes agua, toalla y jabón? -No.

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Y la dejó ir. Y llegando a una fuente abrió la nuez y le salió otra princesa muy guapa. -¿Tienes agua, toalla y jabón? Pero esta vez el contestó que sí y ella le respondió: -Pues contigo me voy a casar. El príncipe aceptó y le dijo: -Para llevarte a mi palacio te tengo que llevar como una princesa, así que espérame aquí en la fuente que yo venga a por ti con la corte. Se fue el príncipe y la princesa se sentó en la fuente. A esto que llegó una gitana con un cántaro y al coger agua vio a la princesa reflejada en el agua y le dio coraje: -¡Ay, yo tan bonita y venir a la fuente a por agua! ¡Rómpete, cántaro, que me voy a mi casa! Y partió el cántaro y se fue. Y eso un día y otro. La madre, que ya estaba harta de que le partiera tantos cántaros, le dio uno de lata y se fue a la fuente otra vez a por agua. Cuando llegó, vio otra vez a la princesa reflejada en el agua y dijo: -Yo tan bonita y venir a la fuente a por agua. ¡Rómpete, cántaro, que me voy a mi casa! Lo tiró, pero el cántaro no se partía. La princesa, que la estaba viendo, se echó a reír y la gitana le dijo: -¿Quién eres tú? ¡Ven, baja, baja! ¡Qué guapa, qué pelo tan bonito! Empezó a peinarla, le clavó un alfiler y la convirtió en paloma y ella se puso en la fuente. A esto que llega el príncipe con la corte. -¡Qué cambio has dado! ¡Si estás muy morena! -Hijo,es que he cogido mucho sol desde que te fuiste. Llegaron a palacio y se casaron. Un día, el jardinero le dijo al príncipe: -Príncipe, todos los días viene al jardín una paloma, se posa en una rama y dice: “¡Ay, yo tan bonita volando sola por esos caminos!”. Todos los días dice lo mismo.

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-Pues esa paloma la quiero yo. Y otro día, cuando vino la paloma, la cogieron. El príncipe le dio de comer en su plato. La paloma se cagaba en el plato de la gitana y en el del príncipe comía, y la gitana protestaba: -¡Ay, qué asquerosa! ¡Llévatela, llévatela! El príncipe acariciaba a la paloma diciendo: -No, que no se la lleven, que es muy bonita. Acariciándola estaba cuando le encontró la agujeta y se la arrancó. Y al arrancársela apareció su princesa. -¡Pero si esta es mi princesa! ¿Qué ha pasado? La princesa le contó que la gitana le había hecho el hechizo ese. El rey echó a la gitana y el príncipe se casó con su princesa. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. □□□ Pocas veces el tema de las tres naranjas que encierran a princesas encantadas se expresa a través de otros objetos. Esta es una de ellas, al igual que el cuento nº 108 de Espinosa hijo, en el que el mágico lugar de clausura son tres capullos de rosas. Por lo demás, estamos ante una versión completa en cuanto a la presencia de las distintas funciones narrativas, aunque no se detiene en detalles.

6. Las tres toronjas 408 [LAS TRES NARANJAS] Sin datos de informante

Betis (Tarifa)

Érase una vez un viejo rey que, como estaba preocupado por su sucesión, decidió hablar con su hijo: -Hijo mío, tienes que casarte. No moriré tranquilo si no me das un nieto y un futuro heredero de mi trono.

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El hijo le contestó: -Pero, padre, es que no me gusta ninguna de las princesas ni hay doncella que enamore mi corazón. -No te preocupes –le dijo el padre-, tengo una idea. Repartiré aceite a todas las mujeres del reino para que vengan hasta aquí. De este modo, el rey consiguió que una buena cantidad de mujeres llegaran al castillo a recoger el presente y, mientras, el príncipe, desde un balcón, pudo ver si encontraba alguna de su gusto. Ninguna pareció convencerle, pero de pronto vio a una graciosa gitana que caminaba salerosa abrazada a una tinaja de aceite. La gitana, por aprovechar la ocasión, también llenó de aceite un cascarón de huevo y lo llevaba sobre la cabeza. El príncipe, divertido, le tiró una piedrecita al cascarón y el aceite se derramó sobre la cara de la gitanilla, que masculló entre dientes: -¡¡Maldigo al árbol de las tres toronjas!! El príncipe, que la escuchó, le preguntó qué quería decir con aquello y ella le explicó que cerca de allí había tres princesas encantadas en un árbol; el árbol tenía tres frutos y dentro de cada uno estaba encerrada una princesa. Por si fuera poco, un terrible león custodiaba el lugar y, para engañar a todo el que se acercara, dormía con los ojos abiertos y vigilaba con los ojos cerrados. El príncipe no se lo pensó dos veces. Montó en un caballo y partió en busca del árbol de las tres toronjas. Cuando llegó, esperó a que el león abriera los ojos, se acercó al árbol y cogió las tres toronjas. Una vez a salvo las partió una a una y esto fue lo que le salió: en la primera apareció una princesa bellísima con un largo traje azul que con voz suave le decía: -Dame pan y agua, que si no me muero. Pero el príncipe le contestó:

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-Pan puedo darte, pero agua no tengo. Y la princesa se murió. El príncipe emprendió el camino y al rato se paró. Al abrir la segunda toronja apareció otra princesa con un largo vestido rosa que le dijo: -Dame pan y agua, que si no me muero. Y el príncipe contestó otra vez: -Pan puedo darte, pero agua no tengo. Y la segunda princesa murió. Montó el príncipe en su caballo y buscó una fuente antes de abrir la tercera toronja. Cuando la abrió salió otra preciosa princesa con un vestido blanco que le dijo: -Dame pan y agua, que si no me muero. El príncipe fue a la fuente y le dio agua y sacó su pan y también se lo dio. La princesa se repuso y él le contó cómo había llegado hasta allí para salvarla. Los dos se enamoraron y decidieron casarse. Pero el príncipe decidió dejarla en la fuente mientras iba a recoger una carroza para llevarla a palacio. Ella se subió a un árbol para estar a salvo de las fieras mientras esperaba. Poco después, una sirvienta negra se acercó a la fuente a recoger agua y, al ver el bello rostro de la princesa reflejado en el agua, dijo: -Yo tan negra y tú tan blanca. Rompo el cántaro y me voy a mi casa. Al rato la mandaron otra vez a por agua y le volvió a pasar lo mismo. La princesa no puedo contener la risa y la criada la descubrió subida en el árbol. -Baja y te peinaré esos cabellos tan bonitos. La princesa bajó y, mientras la peinaba, le fue contando que estaba esperando al príncipe que tenía que venir con una carroza. La criada, celosa de su suerte, le clavó un alfiler en la cabeza y la convirtió en paloma. Cuando llegó el príncipe, era la sirvienta negra la que estaba en el árbol. Él no supo cómo reaccionar, pero le

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había dado su palabra de casarse con ella y no tuvo más remedio que cumplirla. Cuando unos meses más tarde el rey murió, el príncipe ocupó el trono. Desde ese día, una paloma lo visitaba y se posaba en su ventana cantándole: -¿Qué hará el rey con la reina mora? Y yo, triste de mí, por el campo sola. El rey empezó a acariciar a la paloma hasta que dio con el alfiler que tenía clavado entre las plumas. Se lo quitó y la paloma se transformó en su querida princesa. Ella le explicó lo que le había sucedido con aquella sirvienta, que fue encerrada en las frías mazmorras del castillo. El príncipe y la princesa, ya reyes, vivieron felices y comieron perdices, a mí me dieron las patas y yo no las quise. □□□ La gitana y la negra (también una mora), que suelen representar de forma independiente el papel de brujas y usurpadoras en este tipo de cuentos, en este caso lo comparten: la gitana lanza la maldición y la criada negra usurpa el lugar de la princesa ante su amado.

7. El príncipe y el zapatero 516 [EL CRIADO FIEL] Sin datos de informante

Medina Sidonia

Había una vez un príncipe y un zapatero que eran muy amigos. El rey no quería que su hijo se juntara con el zapatero, así que un día decidió encerrarlo en el castillo para separarlos. El zapatero, triste por no poder hablar

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con su amigo, paseaba por los alrededores del castillo jugando con un tirachinas y espantando pajarillos. Una de estas veces, al mirar hacia arriba vio a su amigo en una ventana del castillo y le preguntó: -Amigo, príncipe, ¿qué haces tú ahí? -Mi padre me ha encerrado para que no seamos amigos. Tírame una cuerda, que nos vamos. Así ayudó a escapar al príncipe. Y cuando llegó la noche dijo el zapatero: -Acuéstate tú, que yo me quedo vigilando los caballos. El amigo zapatero, mientras vigilaba, empezó a jugar haciendo un agujerito en la tierra y de ahí salió una princesa y se la regaló al príncipe. Cuando llegó la segunda noche, el príncipe quería quedarse a vigilar los caballos, pero el zapatero le dijo que no. Ya de madrugada se le presentó un pajarito que, posándose en el hombre, le dijo: -De nada te ha servido sacar a la princesa de la tierra. Tendréis que pasar por un peral y a la princesa se le van a antojar las peras. Si las come revienta y si tú la avisas, piedra de mármol te vuelves. Cuando amaneció, el príncipe le preguntó al zapatero que qué le pasaba, pero el zapatero no podía decirlo. La noche siguiente se presentó otra vez el pajarito y volvió a decirle: -De nada te ha servido sacar a la princesa. Tendréis que pasar por una fuente y a la princesa se le va antojar el agua. Si la bebe revienta y si tú se lo dices, en piedra de mármol te convertirás. Llegada la siguiente noche, volvió a aparecer el pajarito y le dijo: -De nada te ha servido sacar a la princesa, pues la noche de novios tiene que venir un dragón y comérselos.

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Pasaron los días y llegaron a un sitio donde había árboles frutales. A la princesa se le antojó comer peras y le dijo al zapatero: -Ay, amigo zapatero, qué peras más lindas. Tráeme una, que me la quiero comer. El muchacho no sabía qué hacer, se dirigió al peral, cogió una pera, la estrujó contra su pecho y le dijo a la princesa: -Mira, mi reina, cómo están estas peras, están malas. Pasaron luego por la fuente y dijo la princesa: -Ay, quiero un vasito de agua. Entonces el zapatero movió el agua y le dijo: -Princesa, el agua está muy turbia. De esta manera, al verla tan sucia, la princesa no la quiso. El zapatero respiró aliviado al pensar que ya había salido victorioso de dos de las tres cosas que el pajarito le había dicho. El príncipe arregló todas las cosas para su boda con la princesa. Y, por la noche, el zapatero se metió debajo de la cama de los novios. Cuando vino el dragón, los príncipes estaban dormidos. El zapatero salió y mató al dragón, pero la princesa se levantó para hacer sus necesidades y, al sacar la escupidera de debajo de la cama, vio al amigo zapatero y gritó: -¡Ay! ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué has hecho esto? El príncipe se despertó y el amigo zapatero se vio obligado a contarles por qué se había metido debajo de la cama: -Cuando yo saqué a la princesa de la tierra, a la noche siguiente vino un pajarito y me dijo: “De nada te ha servido sacar a la princesa de la tierra. Tendréis que pasar por un peral y a la princesa se le van a antojar las peras”. Si las comías reventarías y si os avisaba, en piedra de mármol me convertiría.

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Y según lo iba contando, el zapatero se iba transformando en mármol. A continuación explicó lo que le había pasado con el agua y siguió convirtiéndose en mármol. Al final, mientras explicaba lo del dragón, se convirtió totalmente en una piedra. Y como los príncipes lo querían, lloraron al verlo y lo dejaron en palacio. Al año siguiente, la princesa tuvo un niño. Tendría unos seis meses cuando la madre lo dejó al cuidado del príncipe y entonces le dijo la piedra: -Amigo príncipe, ¿me prometes hacer lo que te diga? -Claro, te lo prometo. La piedra le habló otra vez: -Pues tienes que matar a tu hijo y untarme la sangre por la piedra. De esta forma me volveréis a ver como antes. El príncipe, como había dado su palabra, se fue a la cocina y cogió un cuchillo. Llorando mató a su hijo y la sangre la puso en la piedra. Entonces, la piedra volvió a ser el amigo zapatero. Cuando llegó la princesa, vio al zapatero y le dio mucha alegría. -Ven, ven, que te voy a enseñar el niño tan precioso que tenemos. El príncipe no quería ir a la cuna, porque sabía que lo había matado, pero cuando llegaron el niño estaba despierto y riéndose. Así, muy felices, se quedaron los cuatro juntos y demostraron ser muy buenos amigos. □□□ Pruebas y más pruebas jalonan este relato, desde la condición que impone el rey a su hijo hasta la que el amigo presenta al final y de la que, por honor y a pesar de su dureza,

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no puede escapar el príncipe. En medio, las situaciones propias para desencantar a la princesa.

8. Historia del tío Juan el pescador 302 [LA VIDA EXTERNADA] Isabel Benítez Aranega

Algeciras

Érase una vez un pescador al que llamaban el tío Juan que vivía con su esposa y su hijo pequeño en una choza cerca de la costa. Dependían únicamente de lo que él pescaba, que normalmente no era mucho. Tenían también un perrillo de largo pelo negro que todos los días salía al encuentro de su amo cuando este volvía del acantilado. Cierto día, después de haber lanzado el aparejo infinidad de veces, enganchó y sacó un enorme pez rojo que, ante el asombro y el miedo del tío Juan, le propuso lo siguiente: -Te daré grandes tesoros si me devuelves al mar y me entregas a quien te venga a buscar a tu regreso. Yo te prometo que nada malo le ocurrirá y que vivirá feliz. El tío Juan pensó en su perro y sintió mucha pena si tenía que deshacerse de él, pero luego recapacitó y comprendió lo bien que le vendría a su familia aquel dinero. -He decidido aceptar tus condiciones –le dijo Juan-, pero dame una prueba de la veracidad de tu oferta y mañana temprano te entregaré a quien salga a recibirme. El pez se sumergió en el agua dando enormes coletazos y sacó una bolsa llena de perlas. Juan, maravillado, se marchó loco de contento. Pero toda su alegría se transformó en pena cuando vio venir a José, su hijo, en lugar del perro.

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Lloró y se lamentó durante toda la noche porque ya no podía volverse atrás y al día siguiente tendría que entregar a su querido hijo. Así ocurrió y el pez, a cambio, le entregó una inmensa fortuna. El muchacho fue conducido a una isla desierta en medio del océano y allí creció y se hizo un hombre fuerte y saludable. No le faltaba absolutamente de nada, pero jamás veía a nadie. Era atendido por manos invisibles. Un caluroso día de verano paseaba José por la playa cuando oyó una voz que le preguntó: -¿Te gustaría volver a tu casa y ver de nuevo a tus padres? -Sí, sí, sería mi mayor felicidad poderlos ver aunque fuera por poco tiempo. -Pues prepárate porque mañana partirás, pero sólo podrás permanecer allí un mes. A la mañana siguiente, un gran barco estaba esperándolo en el puerto. El joven embarcó y pronto pudo divisar la costa de su país natal, pero una vez en tierra no reconocía nada de aquellos lugares. La choza donde había nacido había desaparecido y en su lugar se levantaba una gran casa adornada de mármoles y madera. José se acercó a un anciano y le preguntó por el tío Juan. El hombre le respondió: -Calle usted, joven. Ahora es el alcalde y le llaman don Juan. Vive en la casa grande rodeado de criados y de lujos. El muchacho se encaminó hacia la casa y se dio a conocer. Pasaron una jornada inolvidable contando a sus padres cómo vivía en aquella isla. -Me tratan admirablemente, pero no veo a nadie, aunque tengo la impresión de no estar solo y de que en mi habitación duerme alguien.

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La madre le aconsejó que se llevase una vela y que la encendiera cuando fuese de noche. Así averiguaría de quién se trataba. -Me parece una buena idea. Los días de permiso pasaron volando y se vio obligado a regresar. Deseaba que se hiciera de noche para hacer lo que su madre le había aconsejado. En cuanto todas las puertas y ventanas se hubieron cerrado, encendió la vela y se acercó a la cama contigua, descubriendo con asombro que una joven bellísima dormía plácidamente. Quedó tan embelesado que no se dio cuenta de que una gota de cera cayó en la frente de la joven. Ella gritó entonces: -¡¡¡Perdición!!! Y como por arte de encantamiento, el muchacho se encontró fuera del castillo y en un lugar totalmente desconocido para él. Caminaba perdido y ensimismado en sus pensamientos cuando oyó una riña entre animales. Se acercó y vio que se trataba de un león, un águila y una hormiga que discutían por un burro muerto. José les dijo: -Si queréis, puedo ayudaros a repartiros el botín entre los tres. -Bien, me parece bien –contestó el león-. Si quedamos contentos, te obsequiaremos con algo que te será de gran utilidad. José procedió a repartir el burro lo mejor que supo: dio al león todos los huesos, al águila las vísceras y a la hormiga la cabeza, diciéndole: “Toma, aquí tienes casa y comida”. -Lo has hecho con mucho acierto –dijo el león-. Ahora nosotros cumpliremos nuestra palabra. Toma unos pelos de mi cola y cuando te veas en un apuro me invocas y te convertirás en el león más fiero del mundo. Con la misma recomendación, el águila le regaló unas plumas del ala y la hormiga unos pelillos del bigote.

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El muchacho guardó celosamente aquellos obsequios y continuó su camino. Al cabo de un rato se dijo: “Voy a comprobar si es cierto cuanto me han dicho”. Invocó al águila diciendo: “¡Yo soy águila!”. Al instante se transformó en una enorme águila y, tomando la dirección del castillo, se posó en su muralla. El espectáculo que vio lo dejó atónito. La bella muchacha que había visto en su cuarto estaba ahora sentada al sol acompañada de un feísimo gigante. José, convertido en ave, dejó que la niña lo cogiera con sus manos y lo metiera en una jaula. Por la noche, José se transformó en hormiga, salió de la jaula y tomó de nuevo forma humana. Se acercó a la cama y, llamando muy bajito a la muchacha, le dijo: -No temas, soy José y vengo a rescatarte. -Eso es imposible. Sólo el gigante conoce el modo de liberarme de este encierro. -Pues mañana me dejas la jaula abierta y, cuando os sentéis al sol, se le preguntas. Ella no sabía cómo iniciar la conversación, pero por fin se atrevió a decirle al gigante: -Soy muy feliz contigo aquí, pero me gustaría saber cómo podría salir del castillo. -No, no te lo diré porque las paredes oyen. -¡Anda, dímelo, si aquí no hay nadie! ¿Quién te va a oír? Tanto insistió la joven que al final le dijo el gigante: -Existe un lugar llamado el Valle de las Tres Montañas Negras donde vive un dragón con siete cabezas que esconde en su guarida un huevo azul. Sólo podrá vencerlo un león que sea muy fuerte. Luego, un hombre tiene que quitar el huevo al león y estrellármelo en la frente. Esa es la única forma de que puedas verte libre. Pero eso nadie lo sabe y por lo tanto nadie lo podrá hacer. El águila, que oía atentamente, empujó la puerta de la jaula y salió volando hacia el lugar que había dicho el

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gigante y una vez que llegó tomó de nuevo forma humana. Cuando anochecía, divisó a lo lejos una luz que se encendía y apagaba. “Iré hacia allí –pensó José- y veré si puedo pasar la noche”. Resultó ser una granja y cuando lo vio el granjero tan hambriento y maltrecho, lo hizo pasar y le ofreció comida y un rincón donde dormir. El granjero tenía dos hijos y una hija, pero necesitaba alguien que le ayudara con el ganado, así que, a la mañana siguiente, ofreció a José trabajo como pastor. -Cuidarás las cabras. Podrás andar por todos los alrededores, pero cuídate de no entrar en el prado del Valle de las Tres Montañas Negras porque es terreno del dragón de las siete cabezas y te devoraría a ti y a las cabras. José aceptó, pero, desobedeciendo a su amo, llevaba todos los días las cabras a pastar al valle prohibido. Los animales engordaban y daban abundante leche, así que el granjero le dijo a su hija: -Mañana seguirás al cabrero y me dices dónde lleva las cabras. Así lo hizo la niña y volvió a su casa corriendo. -Padre, José lleva las cabras al valle. Al momento acude el dragón, José se transforma en un león y se entabla entre ellos una lucha feroz. Entonces, el cabrero dice: “Si yo pillara un pan caliente, un vaso de vino y el beso de una doncella, muerte te diera” y al instante desaparece el dragón entre los matorrales. El padre, asombrado, decidió ayudar al muchacho y le dijo a su hija: -Toma el pan y el vino. En cuanto José pronuncie esas palabras se los entregas, le das el beso y sales corriendo. -Pero padre, me dará miedo acercarme.

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-No te preocupes, hija, recuerda que el león es José y no te hará daño. La niña, aunque temblando de pánico, así lo hizo. El dragón cayó muerto en el acto, José cogió el famoso huevo azul y emprendió el regreso con el ganado a la granja. -Ya tiene usted el valle libre para sus animales. Le dio las gracias por todo y se marchó. Mientras tanto, el gigante enfermaba y perdía sus fuerzas día tras día. José se volvió a transformar en águila y con el huevo en el pico retornó al castillo. La muchacha se acercó al pájaro, le quitó el huevo y se lo metió en el bolsillo. Se acercó al gigante y con el achaque de darle algún alimento, le estrelló el huevo en la frente. Tras una gran explosión, el castillo saltó por los aires no quedando piedra sobre piedra. Los jóvenes quedaron libres. Caminando durante muchos días, llegaron a la orilla del mar, justo donde vivían sus padres. Fueron recibidos con gran alborozo y, pasado algún tiempo, una vez que se repusieron de tantas aventuras, se casaron y fueron muy felices. □□□ En Tarifa, Antonio Morillo García nos refirió en 1995 un texto similar, aunque más breve, en el que el gigante se enamora de la madre del protagonista. Este posee una fuerza sobrenatural cuando se coloca una faja mágica y, aunque es cegado por el gigante, recibe la ayuda de los animales (un león, un elefante y una hormiga) para recuperar la vista y para llegar al esperado final feliz.

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9. La admiración del mundo 329 + 531 [ESCONDIÉNDOSE DE LA PRINCESA + EL CABALLO CONSEJERO] Isabel Benítez Aranega

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Esta singular historia ocurrió en un remoto lugar, allá por los confines de la Tierra. En una pequeña aldea vivía un joven llamado Juan y al que, por ser alto y fuerte, apodaban “El largo”, aunque por su carácter bonachón y simple sus vecinos lo tomaban por tonto. Un día, cansado de soportar tantas bromas, decidió marcharse a correr mundo y a probar suerte en la vida. Preparó sus alforjas, reunió todo el dinero que pudo y se puso en camino. Como era muy pobre, tenía que hacer su viaje a pie, así que anda que te andarás llegó a otra aldea que se encontraba en feria. Pasó por el mercado de ganado y vio a unos gitanos que querían deshacerse de un borriquillo medio muerto. Se acercó a ellos y preguntó su precio, pero el gitano le contestó: -Tómalo, te lo regalo. Y que te dure mucho tiempo. Juan cogió el burro, se fue por un ramal y se lo llevó al campo. Como era campesino, él conocía muy bien las propiedades curativas de algunas plantas, así que empezó a poner cataplasmas en las heridas del animal y lo cuidó de tal manera que, en pocos días, sanó y estuvo en condiciones de caminar lo que fuera necesario. Loco de contento, Juan montó en su cabalgadura y prosiguió su camino más feliz que un rey. Pero he aquí que vio brillar a lo lejos algo que le llamó la atención y se acercó a verlo. Resultó ser una preciosa herradura de plata que cogió y guardó en sus alforjas.

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-¡Cuánto te va a pesar haber cogido esa herradura! – le dijo el burro. Y Juan, sin darle importancia a que el animal pudiera hablar con los humanos, le contestó: -¿Por qué? Si te parece, nos volvemos y la dejo donde estaba. -No, ya no es tiempo. Continuaron su marcha y pasaron por una cerca desde donde se podían escuchar las ramas y hojas de unos árboles maravillosos, que sonaban como campanillas de Pascuas. -¡Qué árboles más fantásticos! –pensó Juan-. Cogeré una ramita y la guardaré como recuerdo. Al cabo de un rato, el burro le volvió a decir: -¡Cuánto te va a pesar haber cogido esa rama! -Volveremos y la dejaré en su sitio. -No, ya no es tiempo. Así, caminando y descansando lo justo para comer y dormir, pasaban los días. Una de estas paradas la hicieron junto a una fuente y allí, sobre uno de los caños, encontraron un sobre cerrado en el que se podía leer: “SOY LA ADMIRACIÓN DEL MUNDO”. -¡Qué lástima! –dijo Juan-. Esta carta debe ser de algún arriero que la puso aquí mientras bebía y la ha olvidado. Me la llevaré por si lo encuentro y así le ahorraré tener que volver hasta aquí. Como lo pensó lo hizo. Se guardó el sobre y emprendieron de nuevo el camino. Y lo mismo que otras veces, el burro le recriminó por haber cogido aquella carta que le traería problemas y sinsabores. -Ya sabes, amigo mío, que no está en mi ánimo robar ni hacer mal a nadie. Entonces, dime, ¿por qué estos objetos me van a traer malas consecuencias? -Ya verás, ya verás –contestaba el borriquillo moviendo la cabeza.

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Por fin llegaron a la Corte. Amo y asno se hospedaron en la misma posada y, al día siguiente, Juan salió a buscar trabajo. Coincidió que el rey había proclamado un bando porque necesitaba un paje que fuese alto y fuerte. Juan se presentó y fue elegido por sus cualidades. Lo bañaron, perfumaron, le pusieron ropa y zapatos apropiados y así empezó a trabajar. Todas las noches regresaba a la posada y dormía junto a su querido asno, al que le contaba todo lo que hacía y veía en palacio. Juan era tan diestro y fiel que el rey cada día lo apreciaba más. Tanto que los cortesanos y servidores de palacio le tomaron tal ojeriza que decidieron jugarle una mala pasada: en su ausencia, le registraron las alforjas y dieron con la herradura de plata. -Ya está –dijo uno de ellos-. Diremos al rey que Juan se compromete a traer el caballo que calza esta herradura. Así lo hicieron y el rey preguntó a Juan: -¿Es cierto que has dicho tal cosa? -¡Oh, no! Me la encontré un día en el camino. -Pues bien, tres días te doy para que me traigas ese caballo. Si no lo haces pagarás con tu vida. Triste y cabizbajo, Juan fue a contárselo a su borriquito. -Ya te lo advertí. Pero, en fin, yo te sacaré del apuro. Pidió al rey doscientos metros de cordón de oro y, a la mañana siguiente, partieron hacia el sitio donde habían encontrado la herradura. Al llegar, el burro empezó a rebuznar de una manera especial y en aquel instante apareció trotando y cojeando un hermoso caballo negro. Juan, siguiendo las instrucciones del burro, lanzó el cordón al cuello del animal y lo atrapó con un gran lazo. Llegó a palacio y fue conducido a la presencia del rey, que quedó maravillado al contemplar aquel estupendo ejemplar. Inmediatamente regaló a Juan una

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bolsa de monedas de oro, con lo que aumentó la envidia de los cortesanos, que se apresuraron a pensar en otra cosa para perjudicarlo. Sólo tuvieron que buscar en sus alforjas para dar con la rama musical. Acudieron al rey y le dijeron: -Majestad, dice Juanito que es capaz de traer el árbol al que pertenece esta rama que hace música. -¿Eso es posible? ¿Tú has dicho eso? -No, señor, yo no podría arrancar ese árbol porque es gigantesco. -Pues has de saber que yo tenía muchos deseos de poseer uno de esos árboles para plantarlo en mi jardín, de modo que, si en tres días no me lo traes, peligra tu cabeza. -¡Ay, borriquito mío, qué pena tengo! El rey me ha ordenado que le traiga el árbol de hojas cantarinas. Confío en que tú puedas ayudarme. -También esta vez puedo hacerlo. Partieron de nuevo muy de mañana provistos de una larga cuerda y llegaron donde el árbol. Juan rodeó el tronco con un extremo de la cuerda y el otro lo ató al cuello del burro. Este dio tan tremendo tirón que arrancó el árbol de raíz y, arrastrándolo, lo llevaron a palacio. Lo plantaron en el jardín delante de la ventana del dormitorio del rey. Estaba encantado. Los pájaros se posaban en sus ramas y armonizaban sus trinos con la música de las hojas formando unas melodías encantadoras. Mientras tanto, los cortesanos estaban en el colmo de su rabia y, como no estaban dispuestos a darse por vencidos, registraron de nuevo las alforjas de Juan y se alegraron cuando vieron la carta. Eso sí que no lo podría superar. El rey ya tenía noticias de una princesa de la que decían que era la admiración del mundo. Se había enamorado de ella sin conocerla, así que, cuando le

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entregaron aquel sobre y supo que Juan podría traérsela, no dudó en darle un año de plazo para que la buscara, eso sí, bajo pena de muerte. El burro, al saberlo, le dijo: -En esta ocasión no puedo ayudarte, sólo te acompañaré hasta donde mis fuerzas alcancen. Salieron sin rumbo fijo, pues no tenían ni idea de dónde se podría encontrar la princesa. Al cabo de varios meses, cansados de caminar sin resultados, el burro dijo a Juanito: -Ya no puedo más, vete solo y, si a la vuelta me encuentras vivo todavía, volveremos juntos. Que la suerte te acompañe y encuentres lo que buscas. Juan, que era optimista y valiente por naturaleza, sacó su flauta y empezó a tocar mientras se internaba en un bosque que tenía que atravesar. Vio entonces, a la orilla del mar, unos animales que se disputaban los restos de un toro. Eran un león, un águila, una ballena y una hormiga. Cuando llegó donde estaban las bestias, le habló el león: -Aquí estamos los cuatro porfiando sobre cómo repartirnos esta presa. Si tú puedes hacerlo, te lo agradeceremos y te haremos unos magníficos regalos. Juan trató de repartir el botín. Le dio los huesos al león, la carne a la ballena, las vísceras al águila y la cabeza a la hormiga diciéndole: “Aquí tienes casa y comida” . -¿Estáis contentos? -Sí –respondieron los animales-, así que toma los regalos prometidos. El león le dio unos pelos de la cola, el águila una pluma del ala, la ballena un diente y la hormiga un pelillo del bigote. -Utiliza estos donativos cuando estés en peligro. Sólo tienes que invocarnos y te ayudaremos al instante.

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-Así lo haré –contestó Juan, y continuó su camino. Aunque era optimista, Juan no sabía hacia dónde dirigir sus pasos. Se sentó a la sombra de un árbol y se durmió agotado. Cuando despertó no estaba solo, un ermitaño estaba junto a él. -¿Dónde vas por estos parajes tan alejados y solitarios? Juan le contó lo que iba buscando y el ermitaño se llevó las manos a la cabeza. -¡Pero, muchacho, eso es casi imposible! Has de saber que todos los que lo han intentado han fracasado. Ella está en el castillo de Irás y No Volverás encerrada bajo siete llaves y custodiada por un temible gigante. Aunque, ya que estás empeñado, te mostraré el camino. Sigue por esta vereda y al final de un día de camino encontrarás el castillo. Esto llenó de ilusión a nuestro amigo, que recuperó la esperanza de conseguir lo que quería. Lo primero que se encontró fue al gigante, que le salió al paso dando unas carcajadas como truenos. Juan le decía: -Déjame pasar, apártate. -¡Qué gracia me haces, muñeco! Sólo porque demuestras ser valiente y decidido te dejaré pasar, pero no te hagas ilusiones. Nadie, ¿me oyes?, nadie sacará de aquí a la princesa. Toma las llaves de las siete puertas y adelante. Juan, con mucha paciencia, fue abriendo puerta tras puerta hasta que llegó a la última. Cuando la abrió se encontró con aquella bellísima joven que lo dejó boquiabierto. Era morena, de ojos negros y rasgados, y el pelo largo, negro y rizado le llegaba hasta la cintura. -¿Quién tan mal te quiere que por aquí te envía? –le preguntó ella. -Vengo a por ti, pues mi rey desea casarse contigo.

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-Es muy difícil, por no decir imposible, que yo pueda salir de aquí. Sin embargo, lo intentaremos. Mira: durante tres días has de esconderte donde yo no te pueda encontrar. Si lo consigues, vencerás al gigante y mi encantamiento quedará roto. Juan sacó la pluma del águila y pronunciando las palabras mágicas de “Yo soy águila” voló tan alto que casi se quema con el sol. Pero al punto de las doce, Juan se presentó ante la princesa. -Pero, hombre, ¿no te dije que te escondieras bien? -Ya ves si volé alto que casi me quemo con el sol. -Bueno, mañana volveremos a intentarlo. Juan invocó a la ballena, que lo transportó al fondo del océano, pero al punto de las doce volvió a presentarse ante la princesa. Ella trató de explicarle de nuevo que así no lo podría conseguir. Desesperado, Juan se sentó en el jardín y oyó una vocecita que lo llamaba. -¿Quién me llama? -Soy yo, la hormiga que tienes en el hombro. Vengo a ayudarte, pues he descubierto cómo te encuentra la princesa. Mira: al punto de las doce, ella coge un libro muy grande que guarda bajo la mesa, lo abre, lo lee y al momento te descubre. Tenemos que conseguir que no pueda leerlo. Yo me convertiré en una ancianita y tú en un perrito. Y procura que no pueda abrir el libro. La anciana se acercó a la puerta con el perrito y le dijo al gigante: -Vengo a regalar a la princesa este caniche. -Pasa, pasa, así tendrá con qué distraerse. La princesa se puso contentísima y estuvo toda la mañana jugando con el perro. Cuando se aproximaba la hora de buscar a Juan, intentó apartar al animal para leer en el libro, pero el perrillo se subía en su falda y no la dejaba hacer.

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-¡Apártate, chucho! ¡Qué mal hice en aceptarte! ¡Quita, quita! Pero por más que trataba de alejarlo, el animal no paraba de saltar a su alrededor. Total, que pasaron las doce y la princesa no puedo leer. En aquel momento se oyó una enorme explosión y el castillo se derrumbó y desapareció como por encanto, llevándose por delante al gigante. La princesa quedó entonces libre de aquel maleficio que la tenía secuestrada, pero ella y Juan se encontraron solos entre feroces animales que intentaban devorarlos. ¿Qué hacer, cómo atravesar aquella espesura llena de peligros? Juan invocó entonces al león, que rápidamente apareció y les dijo: -Coge a la princesa de la mano y no te separes de mí ni un instante. Cuando yo entre en lucha con estos animales, corre y no mires hacia atrás. Al final, si haces esto, seréis libres. Una vez liberados, se encaminaron a la playa donde había quedado el burro, pero ¡oh, sorpresa!, no los estaba esperando un burro sino un apuesto joven, hermano mayor de la princesa que también había sido encantado. Los tres emprendieron el camino de regreso y llegaron por fin al palacio del rey. Allí les esperaba otra sorpresa no menos grande, pues el caballo negro que Juan había cazado resultó ser el hermano menor de la princesa y también había recuperado su forma humana. Al parecer, eran los tres hijos de otro rey a los que una bruja malvada, por soberbia, había tratado de aquella forma. Y ahora viene lo bueno. El rey quiso casarse inmediatamente con la princesa, pero ella se negó rotundamente. Dijo que sólo se casaría con el hombre que se había jugado la vida para rescatarla a ella y a sus hermanos.

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El rey no tuvo más remedio que dejarlos marchar y los cuatro, camino de su país, pasaron por el pueblo de Juan y recogieron a sus padres. Cuando llegaron a su país, se celebraron las bodas y fueron felices por siempre. □□□ Nos encontramos ante un caso claro que demuestra que los cuentos tradicionales se forman mediante la unión de distintos motivos y funciones a modo de rompecabezas o mecano, pudiendo un narrador utilizar los mismos elementos en cuentos distintos. Isabel Benítez emplea la escena de los animales donantes para este cuento y para su “Historia del tío Juan el pescador” valiéndose de los mismos detalles (frases, animales, objetos regalados). Esa unión de situaciones y motivos mediante la propia lógica del cuento es la regla que suelen emplear los narradores tradicionales para recordar un texto de principio a fin, no precisando, pues, tener una gran memoria sino una idea clara del esquema a desarrollar y un banco de recursos compuesto por las posibles escenas que pueden o no incluir, dependiendo de las circunstancias del momento.

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La princesa y el pastor 10. La puerta de madera de hinojo y piel de piojo 621 + 513A [LA PIEL DE PIOJO + COMPAÑEROS SUPERDOTADOS] Isabel Benítez Aranega

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Hace muchos, muchísimos años, en una pequeña aldea perdida entre montañas, vivía un matrimonio con un solo hijo. El padre era leñador, la madre cuidaba la casa y el muchacho guardaba las cabras. El chico, que era muy listo y que ya se iba haciendo un apuesto y guapo mozo, les dijo un buen día a sus padres: -Ya va siendo hora de que me marche a correr mundo, a descubrir nuevos horizontes y a buscarme una buena esposa. Su padre le contestó: -Bien, comprendo que es justo lo que me pides, pero ya sabes que somos pobres y que no podemos darte gran cosa para el viaje. De todos modos, venderemos una cabra y podrás llevarte el dinero que nos den por ella. Pasados unos días, la madre le preparó las alforjas con una hogaza de pan, un queso, alguna ropa y el dinero que habían recibido de la cabra, y el muchacho se despidió de sus padres y se puso en camino con el entusiasmo de la juventud. Por aquel tiempo, la hija del rey Sabino “el Grande” se encontraba en edad de contraer matrimonio y el rey, que quería muchísimo a su preciosa hija, no encontraba a nadie con los méritos suficientes para ser su esposo. Se le ocurrió entonces una idea genial a su primer ministro:

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prepararía una adivinanza muy difícil y el que la acertara se convertiría en prometido de la princesa. Un día que el ministro se encontraba paseando por uno de los barrios pobres del reino, vio cómo un anciano se despiojaba sentado al sol. Se acercó a él, le pidió un piojo y lo guardó en una cajita, después se lo llevó al palacio y allí lo estuvo alimentando durante varios meses. Al mismo tiempo, plantó en el jardín un esqueje de hinojo que, lo mismo que el piojo, crecía y crecía sin parar hasta que se convirtió en un hermoso árbol. Cuando consideró que había llegado el momento, cortó el árbol de hinojo y con su madera construyó una puerta, luego mandó matar al piojo y con la piel forró la puerta, que quedó instalada a la entrada del palacio. Hecho esto, el rey publicó un bando donde decía:

AQUEL QUE ACIERTE DE QUÉ MADERA ESTÁ HECHA LA PUERTA Y A QUÉ ANIMAL PERTENECE LA PIEL QUE LA RECUBRE, SEA RICO O POBRE, SE CASARÁ CON LA PRINCESA

Empezaron a desfilar por allí todos los príncipes y nobles casaderos de los reinos vecinos, pero ninguno fue capaz de adivinar de qué madera y de qué animal procedía aquella puerta. Mientras tanto, nuestro amigo el cabrero seguía recorriendo el mundo hasta que un día se paró junto a una fuente para descansar un rato. Allí se encontró con un

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hombre arrodillado en el suelo, inmóvil y con el oído pegado a una piedra. -Amigo, llevo un gran rato observándolo y me pregunto qué estará haciendo usted en esa postura tan incómoda. -Pues, aunque no lo creas, estoy escuchando lo que pasa en la corte, porque yo poseo la facultad de oír lo que ocurre en cien kilómetros a la redonda, y estoy admirando oyendo el gran alboroto que hay con la boda de la princesa. -¡Hombre, pues es buena esa cualidad que tiene! ¿Cómo se llama usted? -Me llaman Escucha Escuchaira. -Bien –dijo el muchacho-, como llevamos el mismo camino iremos juntos, ¿le parece? Aceptó el hombrecillo y después de comer prosiguieron el camino. Amenizaban el tiempo contándose sus respectivas andanzas por la vida, pero he aquí que tropezaron con un individuo extremadamente delgado y alto que apuntaba con su escopeta hacia arriba. -Buenas tardes, amigo, ¿a qué apunta usted con tanto interés? Porque por más que miramos no vemos ningún blanco. Y el hombre alto contestó: -Si son tan amables de acompañarme a fumar un cigarro lo comprobarán. Efectivamente, se sentaron en la hierba a saborear el cigarro cuando de pronto cayó a sus pies un gran pájaro herido. -Si no lo veo no lo creo –dijo el muchacho. -Sí señor –aclaró aquel singular personaje-, tengo la vista tan larga y mi puntería es tan certera que jamás fallo un disparo. -¿Y cómo se llama usted, amigo? -Mi nombre es Apunta Apuntaira.

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-Bueno, pues si quiere acompañarnos seremos tres que caminaremos juntos y nos ayudaremos mutuamente. Se les hizo de noche, durmieron al raso bajo las estrellas y al amanecer del nuevo día emprendieron de nuevo la marcha. Camina que camina, cruzaron una aldea y tropezaron con un enorme gentío aglomerado en la plaza central. -¿Qué ocurre aquí? –preguntaron a un anciano que parecía una autoridad. -Se trata de desviar un río que cruza la aldea porque durante el invierno crece tanto que pone en peligro viviendas y animales. ¿Y qué hace ese hombre casi gigante en medio del río? -Oh, ese es el magnífico Sorbe Sorbaira, capaz de comer y beber más que nadie en el mundo. -Interesante –dijo el muchacho-, podríamos proponerle que se asociara con nosotros, ¿no os parece? -Muy bien –contestaron a la vez Escucha y Apunta. Y así lo hicieron. A Sorbe le agradó la idea de unirse al grupo. Reemprendieron su camino cuando oyeron que alguien los llamaba con insistencia. -¿Es a nosotros? –preguntaron los cuatro. -Sí, he oído que vais a la corte. Yo voy también para allá y si no tenéis inconveniente os podría acompañar e incluso os ayudaría a llegar antes. -¿Es que conoces algún atajo? -No, es que yo soy Anda Arandaira y puedo avanzar diez leguas en cada paso que doy, os puedo cargar sobre mis espaldas y así ahorraríamos mucho tiempo. De este modo, montados sobre Anda Arandaira se plantaron en dos zancadas en la capital del reino. Se hospedaron en una posada en las afueras porque fue lo

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más barato que encontraron, pero se acomodaron lo mejor que pudieron. En la corte había mucha animación, ocasionada por todos los que acudían a acertar las adivinanzas propuestas por el rey para casar a su hija. Pero, de momento, príncipes y nobles de todo el mundo habían acudido y habían fracasado. Tanto es así que el rey extendió la oferta a todos los hombres, pobres o ricos, paisanos o extranjeros, jóvenes o viejos, a cualquiera que fuera capaz de acertar la difícil adivinanza. A la hora de cenar estaban nuestros amigos reunidos en la posada cuando de pronto, Escucha Escuchaira, que tenía la oreja junto a la pared, los mandó callar porque le estaban llegando noticias interesantísimas. El primer ministro le estaba diciendo al rey que nadie acertaría jamás que la puerta estaba construida con madera de hinojo y recubierta con la piel de un piojo. En aquel momento, todos vaciaron sus bolsillos para ver si podían reunir dinero suficiente para comprarle un traje al muchacho. Así se presentaría bien vestido para acertar la adivinanza. Al día siguiente, muy temprano y vestido con sus mejores galas, se presentó el joven y apuesto galán en la puerta del palacio. Los guardias y cortesanos se burlaban de él, pero no tuvieron más remedio que darle las tres oportunidades que tenían todos los aspirantes. -A ver, si eres tan listo, dinos de qué madera es esta puerta. El muchacho, con mucha parsimonia, les contestó: -¿Será de... roble? Todos se reían a carcajadas. -¿Será entonces de pino? -Ja, ja, ja, tampoco. -Pues entonces será de... ¡hinojo! -¡Oooohhh!

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Aquella respuesta los dejó a todos boquiabiertos. -Bueno, bueno, es verdad, es de hinojo, pero nunca podrás acertar de qué animal es la piel que la recubre. Y el muchacho, haciendo como que reconocía la puerta y pensaba, les dijo: -Me parece, me parece que se trata de la piel de un piojo. El rey, muy descontento porque no estaba dispuesto a casar a su adorada hija con un campesino por muy listo que pareciera, le impuso tres condiciones que tendría que cumplir antes de convertirse en su yerno. La primera era que tendría que competir con el arquero del reino. Lanzaría cada uno una flecha y ganaría el que consiguiera mandar a mayor distancia. Menos mal que podía dispararla el interesado o cualquier persona que lo representara. -No te preocupes, tú vienes conmigo y yo lanzaré la flecha –le aconsejó Apunta. Efectivamente, Apuntaira disparó con su arco y la flecha cayó diez veces más lejos que la del arquero real. La segunda prueba consistía en ganar una carrera. El andarín del reino era un negro que corría como el viento y por el muchacho correría Anda Arandaira. Dieron la señal de salida y el negrito partió como un rayo mientras que Arandaira sólo levantó un pie. Todos se reían, pero cuando el negrito iba llegando a la meta, Arandaira dio el paso y ganó la carrera. -Bien, bien –decía el rey mientras paseaba como una fiera enjaulada-. Ahora viene la tercera condición y esta sí que no podrás ganarla. Tendrían que comerse un cordero asado, una canasta de bollos, diez litros de vino y treinta melones. -Ja, ja, ja –reía Sorbe Sorbaira-. Eso para mí sólo es un aperitivo.

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Se presentó Tragaldabas, que, como su nombre indica, tragaba sin medida. Se comió el cordero, los bollos y el vino, pero cuando llevaba seis melones se tiró al suelo y dijo: -Ya no puedo más. Entonces empezó Sorbe Sorbaira y en menos que canta un gallo acabó con todo y pidió más. En aquel instante el rey dijo: -Basta, me doy por vencido. Reconozco que un hombre que dispone de tan magníficos colaboradores gobernará mi Estado con sabiduría y hará a la princesa muy feliz. El joven mandó llamar a sus padres, que ya estaban muy ancianitos. Se celebraron las bodas, que duraron varios meses de fiestas y banquetes donde todo el pueblo comió, bailó y se divirtió de lo lindo. Todos vivieron en paz, fueron felices y colorín colorado, este cuento se ha acabado. □□□ En otra versión que recogimos en Alpandeire (Málaga), los compañeros de viaje del protagonista, que ejercen como donantes mágicos, tienen estos nombres y cualidades: -Podín que podía, tan fuerte que llega a cambiar el emplazamiento de una iglesia. -Corrín que corría, más veloz que el viento. -Soplín que soplaba, que transporta a la gente de un lugar a otro. -Tirín que tiraba, capaz de lanzar las piedras de molino a gran distancia.

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Las maravillas del mundo 11. La flor del aguilar 551 + 780 [HIJOS EN BUSCA DE UN REMEDIO MARAVILLOSO PARA SU PADRE + EL HUESO CANTOR] José Garrido Trujillo

Algeciras

Érase una vez un rey que, a pesar de ser joven todavía, se estaba quedando ciego aquejado de una enfermedad extraña y desconocida, según los médicos más prestigiosos de varios países vecinos y lejanos que lo habían visitado. Un buen día se presentó en la ciudad una curandera y habló con la reina. Esta convenció a su esposo el rey y aquella señora lo reconoció y dijo que había una flor llamada la flor del aguilar que, si la hervía y se lavaba con esa agua los ojos, se curaría. Pero ella no podía dársela ni decir dónde estaba pues en ello le iba la vida. El rey tenía tres hijos varones. La curandera dijo que ellos eran los que tenían que ir en busca de la flor del aguilar, pero sin servidores ni acompañantes. Después de muchas protestas del mayor de los hermanos, los tres se pusieron de acuerdo para el viaje y el rey les dijo que el que diera con la flor sería el futuro rey. Salieron los tres juntos, cada uno con un caballo para montar y otro con provisiones, se despidieron de sus padres y emprendieron el camino. Después de dos días llegaron a un río no muy caudaloso de donde partían tres caminos y decidieron separarse. Aquel sería el punto de reunión para el regreso. El mayor cogió la vereda de la derecha, el segundo la del centro y el menor la de la izquierda. Al día siguiente

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de haberse separado, salió una anciana al mayor para pedirle una limosna, pero como tenía tan mal genio, la insultó y si no se aparta ligera la arrolla con el caballo. La anciana se fue de prisa y corriendo y salió al segundo para pedirle un poco de agua, pero este se portó igual que el mayor y de nuevo tuvo que huir la anciana. Cuando se encontró con el menor, este la recibió con amabilidad, desmontó del caballo y le dio comida y agua a la sombra de un árbol. Ella le preguntó la causa del viaje, diciéndole él que su padre el rey se estaba quedando ciego y que sus hermanos y él habían salido para buscar la flor del aguilar. El hada, pues de eso se trataba, agradecida por el trato recibido, le dijo que iba por buen camino: -En la montaña lejana hay un castillo encantado, habitado por un dragón de siete cabezas que lo guarda. En el patio está la flor del aguilar, pero ten en cuenta lo que te vas a encontrar antes de llegar allí: cuando empieces a subir la montaña se presentará ante ti un león, pero no tengas miedo que no hace más que ruido. Cuando lo pases, se presentará un gigante que te desafiará a un duelo a muerte y llevará dos espadas, una brillante y otra oxidada. No cojas la brillante, que es de cristal y se romperá; coge la oxidada, que es de acero, y con ella mata al gigante. Siguiendo tu camino, pronto verás un precioso castillo; a la puerta te saldrá el dragón haciendo un ruido enorme, pero tú no tengas miedo, córtale con la espada la cabeza del centro y el dragón morirá y explotará el castillo, quedando entre las ruinas el árbol del aguilar. Se despidió el príncipe del hada dándole las gracias y rogándole que fuese su hada madrina y lo protegiera. Continuó su camino y, como el hada le había dicho, al iniciar la subida al monte le salió el león rugiendo, pero él no le hizo caso.

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Un poco más adelante le salió el gigante desafiándolo y le ofreció la espada de cristal, pero él no la quiso y cogió la oxidada. Iniciaron la pelea y, al primer choque de espadas, se partió la del gigante y el príncipe lo mató. Siguió la ascensión de la montaña y vio el precioso castillo. Al acercarse se escuchó un horrible ruido, se abrió la puerta y apareció el dragón de las siete cabezas. Como el príncipe iba preparado con la espada le cortó la cabeza del centro, se produjo una explosión y el castillo se derrumbó. Entre las ruinas quedó el árbol lleno de flores. El príncipe las recogió una a una, las metió en un saco y emprendió el camino de regreso. A los cinco días llegó al río donde le esperaban sus dos hermanos. Llevaban allí tres días esperando y no habían encontrado nada. Él les contó lo que le había pasado hasta encontrar la flor y les dijo que ya podían regresar a casa, pero venía tan cansado que acordaron quedarse allí esa noche y a la mañana siguiente seguirían viaje. El hermano pequeño se durmió enseguida y sus hermanos aprovecharon y acordaron matarlo para ser ellos los que llevaran la flor del aguilar. Así lo hicieron. Enterraron su cuerpo junto al río y regresaron a su casa diciendo que ellos habían encontrado la flor del aguilar y que su hermano, que había cogido otro camino, no había aparecido en el sitio acordado ni sabían nada de él. Y aunque la vista del rey empezó a mejorar, todos los días esperaba a su hijo llorando. En la orilla del río donde enterraron al príncipe nacieron diez cañas preciosas de los dedos de sus manos. Un pastor que pasaba por allí a diario con sus ovejas y cabras las vio y con una de ellas le hizo una flauta a su hijo, que siempre lo acompañaba. El niño se quedó un poco atrás y sopló la flauta. Cuál no sería su asombro cuando sonó una voz que cantaba:

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Pastorcito, no me toques y déjame descansar, mis hermanos me mataron por la flor del aguilar. El niño, asustado, corrió y se lo dijo a su padre, que cogió la flauta y al soplar quedó pasmado al oír la voz que le decía: No me soples más, pastor, y déjame descansar, mis hermanos me mataron por la flor del aguilar. Cuando encerraron el ganado y fueron a la casa, su señora no creía lo que le decían, pero cogió la flauta y escuchó horrorizada: No me toque usted, señora, y déjeme descansar, mis hermanos me mataron por la flor del aguilar. Aquella noche, el matrimonio acordó vender el ganado e irse por los pueblos tocando la flauta mágica, como la llamaban. Recorriendo pueblos y pueblos llegaron a la capital del estado y se pusieron a tocar próximos al palacio real. Una de las doncellas de palacio, que pasaba por allí, oyó la flauta y dijo que quería tocarla. Por cinco céntimos la tocó y escuchó perpleja: No me soples, doncellita, y déjame descansar, mis hermanos me mataron por la flor del aguilar. Se la devolvió al pastor y entró en palacio pálida y desencajada. Le dijo a la reina lo que le había pasado y la reina mandó llamar al pastor. Cuando el pastor llegó a palacio, la reina cogió la flauta y, al soplar, perdió el color de la cara y tembló todo su cuerpo, pues era la voz de su hijo que le decía:

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No me toques, mamaíta, ni me dejes de tocar, mis hermanos me mataron por la flor del aguilar. Asustada, llamó al rey, que pensó que aquello no eran más que hechicerías del pastor, pero al fin sopló la flauta y la voz del hijo le cantó: No me toques, papaíto, ni me dejes de tocar, mis hermanos me mataron por la flor del aguilar. Tan asombrado como todos, el rey mandó llamar a sus hijos, que, al saber de qué se trataba, se negaron a soplar, pero al fin obligaron al mayor y todos escucharon que la flauta decía: No me toques, hermanito, y déjame descansar, que tú fuiste el que me diste la primera puñalá. Inmediatamente obligaron al otro hermano a soplar y se oyó la voz que decía: No me toques, hermanito, y déjame descansar, que tú fuiste el que me diste la segunda puñalá. Fueron detenidos los asesinos y encerrados en un calabozo y se organizó una expedición para ir a ver si estaba enterrado el cadáver del príncipe. Cuando llegaron al río de las cañas y empezaron a descubrir el cadáver, vieron con asombro que el príncipe estaba dormido y que al darle el aire despertó. Lo llevaron a palacio con la consiguiente alegría de sus padres, que vieron entrar a su hijo sano. Sólo le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda, que fue la caña de donde el pastor hizo la flauta.

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El príncipe perdonó a sus hermanos, que fueron puestos en libertad, y el pastor fue recompensado. Desde entonces, todos fueron felices. □□□ De entre las más de veinte versiones que tenemos de este cuento, hemos optado por incluir esta que recogimos por escrito en 1993 en Algeciras. Con una caligrafía cuidada sobre folios pautados a mano, José Garrido nos hizo llegar esta pequeña perla. Temeroso de que su relato no sirviera a nuestras pretensiones, incluso adjuntó una nota en la que decía: “Por favor, corrijan las faltas de ortografía y perdonen, pues sólo poseo una primera enseñanza de los años veinte. Gracias”. Su relato no sólo no tiene nada que perdonar sino que resultó generoso en cuanto a extensión y detalles, además de no haber requerido apenas corrección. Y es que el texto nos fue presentado por escrito, pero mantiene el estilo del lenguaje oral, combinando así la frescura propia de lo espontáneo con la riqueza que supone la utilización de determinados recursos, difíciles de hallar en un relato oral si no se es un narrador nato. Nótense, por ejemplo, las diversas formas de expresar la reacción de quienes tocan la flauta. Como ya hemos apuntado en la introducción, esta forma de recogida de textos por escrito la hemos aplicado, siempre que hemos podido, combinada con la grabación, consiguiendo así textos más completos, sin lagunas, pero dotados de rigurosa oralidad. De las grabaciones hemos trascrito el tono, los giros y todo lo que constituye la parte formal del discurso; de los textos escritos hemos aprovechado los contenidos olvidados en el relato oral, completando lo grabado. La flor del lililá, y no del aguilar, es el nombre más común en el resto de versiones que tenemos, aunque también se dan otras denominaciones que parecen ser variaciones de un mismo término: alilán, lilová, lorán, lilá, lilán, alilá, alhelí, lirial, lilolá y violán. Todo un muestrario de flora imaginaria.

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12. El hombre que entendía el habla de los animales 670 [EL LENGUAJE DE LOS ANIMALES] Antonia González Navarro

Algeciras

Este era un hombre que tenía la gracia de entender el habla de los animales, pero no se lo podía decir a nadie porque tenía la promesa de no contarlo nunca. Un día estaba sentado y vino cerca de él su buey, que había estado todo el día arando. Venía muy cansado y se tiró al suelo. No quería comer de cansado que estaba. El caballo, que lo vio, le dijo al buey: -Quillo, qué cansado estás. -Estoy reventado, todo el día trabajando. -Pues tú eres tonto –le dijo el caballo-. Mírame a mí: como bien, no trabajo, casi no salgo, sólo algunas veces cuando mi señorito quiere que lo lleve a algún sitio... -Vale –dijo el buey-, pero... ¿qué hago yo? -Pues hazte el malo, no comas y acuéstate y así no te llevarán a trabajar. El hombre, que los había estado escuchando, le dijo a uno de sus trabajadores: -Mira, mañana, en vez de llevarte al buey, te llevas al caballo para arar. El caballo estuvo todo el día trabajando y por la noche, cuando volvieron, el caballo llegó reventado y se tiró al suelo. Entonces el buey le preguntó: -Caballo, ¿qué te pasa, no quieres comer? -¡Aaaay, no te lo quiero ni decir! -Pero, ¿qué te ha pasado? -Nada, que ha dicho el señorito que como tú estás malo y no puedes trabajar, pues que te van a llevar al matadero y te van a matar.

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Y el buey: -¿Y ahora qué hago yo, por Dios? -Mira, tú ahora te lo comes todo y así, mañana, él verá que ya te has puesto bueno y no te llevará al matadero. Bueno, pues el buey comió muy dispuesto y por la mañana se lo llevaron a trabajar. El caballo se echó a reír y el hombre también, sobre todo de ver lo granuja que era el caballo. Entonces su mujer le preguntó: -¿De qué te ríes? -De nada –contestó el hombre, que no podía romper la promesa de no contarle a nadie que entendía a los animales. Y la mujer: -Pues tú me tienes que decir por qué te ríes. -Por nada, que me han dado ganas de reírme. -Si tú no me lo dices en cinco días, me mato. Pasaron cuatro días y el hombre estaba muy triste sentado a la puerta de la casa. Y en esto que cantó el gallo: -Quiquiriquí. Y el perro: -¿No te da vergüenza cantar con lo que tenemos encima? -¿Y qué tenemos? -Pues que la mujer del amo le ha dicho que si no le dice por qué se ríe, se mata. Y mañana ya es el último día. -¿Sabes lo que te digo? –le contestó el gallo-. Que el señorito es tonto porque no puede con una sola mujer. Yo tengo cuarenta y puedo con todas. -¿Y cómo va a poder? -Mira, lo que tiene que hacer es darle dos o tres palos buenos y ya ella no querrá saber nada más del asunto.

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El hombre, que estaba escuchando, cogió un palo. Y qué palo le daría que su mujer le dijo: -Ay, marido mío, ya no quiero saber nada de ti, ya no me meteré más en tus cosas. □□□ Cuento que combina lo maravilloso con la rudeza en la relación conyugal, reflejando así tanto las más altas aspiraciones del ser humano como sus más bajos instintos. Al parecer, según el Catálogo... de Camarena-Chevalier, estamos ante un raro ejemplar de la narrativa popular en lengua castellana, conociéndose únicamente en la península una versión en catalán y otra en gallego. El resto de versiones conocidas se han recogido en América para el castellano, en Cabo Verde para la lengua portuguesa y en enclaves judeoespañoles.

13. La olla de barro 563 + 565 [LA MESA, EL ASNO Y EL PALO + MOLINO MÁGICO] María José Toledo Corrales

Algeciras

Era una familia muy pobre, tanto que casi no tenían para comer. La única que conseguía algo de comida, a cambio de lavar ropa en el río, era la hija mayor. Un día, cuando estaba lavando la ropa, apareció de pronto a su lado una mujer que le preguntó: -¿Eres tú la que viene todos los días hasta el río con estos cestos tan grandes cargados de ropa? -Sí, es que si lavara menos no ganaría lo suficiente para sacar adelante a mi familia. -¿Tú sola sacas adelante a toda tu familia? -Pues sí. -¿Y tus padres?

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-Mis padres están enfermos y no pueden trabajar. Yo, que soy la mayor, tengo que echar una mano, que si no... La mujer, viendo la muchacha tenía buen corazón, le dijo: -Mira, como a mí no me hace falta, te voy a regalar esta olla de barro. Sólo tienes que decir “¡olla, cuece!” y enseguida tendréis la comida lista. Ya verás que con ella nunca os faltará de comer. La niña se fue muy contenta a su casa y cuando llegó la hora, puso la olla en el fuego y dijo: “¡Olla, cuece!”. En ese momento, la olla se llenó de comida y comieron todos como nunca lo habían hecho. Se pusieron muy contentos y desde ese momento no volvieron a pasar hambre. Pasó un tiempo y un día pasaron por allí dos muchachos pobres que llamaron a la puerta de la casa. La muchacha abrió y ellos preguntaron: -¿Podrías darnos algo de comer y cobijo para esta noche? -Sí, claro, pasad y sentaos en la mesa. La niña puso la olla y dijo las palabras mágicas: “¡Olla, cuece!”. Enseguida se llenó la olla de comida, pero como los dos muchachos traían tanta hambre, la familia no cenó esa noche. Entonces, uno de los muchachos preguntó: -¿No vais a cenar vosotros? -No, señor, esa olla es tan generosa que no queremos abusar de ella. La cena es para ustedes, que están más cansados. Además, nosotros ya hemos comido muy bien esta mañana. El joven, que en realidad era un príncipe disfrazado de mendigo, le contestó: -Por fin encontré la mujer que buscaba. Tienes tan buen corazón que mereces ser una reina. He estado viajando por todo el reino en busca de cobijo para

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conocer la hospitalidad de mi gente, pero nadie ha querido ayudarnos. Unos decían que íbamos muy sucios, otros no se fiaban de nuestras pintas. En fin, que en la casa más humilde hemos encontrado lo que buscábamos. El príncipe y la muchacha se casaron. Dicen que la olla perdió su poder después de la boda, pero la verdad es que ya nunca les volvió a hacer falta. □□□ Versión posiblemente adaptada a una audiencia menuda, de ahí su difícil clasificación, que estaría entre los tipos 563 y 565. A pesar de haber perdido algunas de sus funciones básicas y estando teñida de un tono moralista, conserva su carácter maravilloso a través de los motivos más elementales.

14. La jaquita de siete colores 531 [EL CABALLO CONSEJERO] Manuela Candón

Medina Sidonia

Había una vez dos hermanos, uno bueno y otro malo. El bueno se buscó un trabajo y su jefe estaba muy contento con él porque era muy trabajador y buena persona. Su hermano, sin embargo, le tenía mucha envidia. Cuando se acercaba la feria del pueblo, el jefe le preguntó qué quería de regalo y él le pidió una jaquita de siete colores. Cuando se la trajo se puso la mar de contento. Su hermano no resistía su felicidad, así que un día fue a ver al jefe y le dijo que su hermano era capaz de convertir el paso del río en un jardín frondoso. El jefe, al enterarse de ese don, le pidió al muchacho que lo hiciera

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y él se puso muy triste porque nunca podría hacer semejante cosa. La jaquita, viendo el sufrimiento de su dueño, le habló y le dijo: -Coge tres cañas y montado sobre mí galopa por el paso. Así lo hizo y cuando volvieron, vieron el paso del río convertido en un hermoso jardín. Envidioso, el hermano le dijo al jefe que el dueño de la jaquita podría echarse en una sartén de aceite hirviendo y no se quemaría. La jaquita le habló otra vez al hermano bueno: -Corta siete ramas y golpéame. Con mi sudor cubre tu cuerpo y así no te quemarás. Así lo hizo el muchacho y no se quemó. El hermano envidioso, viendo lo que su hermano había conseguido, se lanzó también a la sartén y se quemó. A partir de aquel momento, el muchacho vivió un poco más tranquilo. □□□ Por su brevedad, echamos en falta algunos elementos, como una tercera prueba que sí está en otras versiones más antiguas. Otros han sido actualizados, sustituyendo al rey que suele aparecer en este tipo de cuentos por un jefe sin especificar, que en este caso también ejerce como donante del objeto mágico.

15. El príncipe jardinero 532 [EL MUCHACHO QUE A TODO RESPONDÍA “NO SÉ”] Ana Álvarez

San Pedro de Alcántara.

Había una vez un rey que tenía un hijo que quería tener un caballo diferente a todos los demás caballos. Su padre salía a buscarlo, pero siempre regresaba sin él

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porque cuando creía haber encontrado uno diferente, descubría que existía otro igual. Un día, la yegua del jardinero parió una cría de color verde. Cuando el rey la vio, se puso loco de contento porque por fin su hijo tendría el caballo que quería. Lo metió en las caballerizas apartado del resto de los caballos y mandó al jardinero que lo cuidara hasta que se hiciera grande. Pero un día el príncipe, intrigado, obligó al jardinero a abrir las puertas y así pudo ver aquel maravilloso animal. Y fue a pedirle a su padre que lo dejara salir con él. Prepararon las alforjas y se marchó. Cuando ya había perdido el castillo de vista, el caballo echó a volar, diciéndole al príncipe que no se asustara, que era un caballo mágico que, además de hablar y volar, podía hacer muchas cosas más. Llegaron a una isla donde había un castillo en el que vivía un rey con sus tres hijas, que estaban encantadas. El caballo le dijo al príncipe que, cuando la gente del lugar le preguntara algo, sólo contestara “me”. Así rompería el encantamiento de las princesas. Y si necesitaba algo, sólo tenía que decir “¡A mí mi caballito verde!”. El príncipe se presentó en el castillo muy mal vestido. Al acercársele la princesa más pequeña, él le dijo “me” y rompió el encantamiento. Ella, en agradecimiento, se lo llevó y se lo contó al rey, que le dio trabajo como jardinero de palacio y lo casó con ella. Al poco tiempo, el rey cayó enfermo y el médico real le recetó una naranja del castillo de Irás y No Volverás. Los dos maridos de las hermanas mayores se ofrecieron para buscar la naranja porque ellos eran los futuros herederos del trono, pero el príncipe jardinero también partió en secreto, pidiéndole ayuda a su caballito verde: “¡A mí mi caballito verde!”.

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El caballo le dijo al príncipe que se agarrara y al momento salieron volando. Cuando llegaron a la puerta del jardín del castillo de Irás y No Volverás, el caballo le dijo al príncipe que entrara en el momento en que se abriera la puerta, que cogiera una naranja rápidamente y que saliera antes de que se cerrara otra vez. Y así lo hizo. De regreso al castillo del rey se encontró con sus dos cuñados, que no lo reconocieron, pero viendo que el muchacho llevaba una naranja trataron de convencerlo para que se la vendieran a cualquier precio. El príncipe accedió a cambio de un trocito de oreja de cada uno. Cuando volvieron al castillo, el médico les dijo que ahora necesitaba leche de leona para que el rey terminara de sanar. Los yernos se marcharon y el príncipe también: “¡A mí mi caballito verde!”. El caballo lo llevó a la selva y, una vez allí, le puso una pata en el cuello de la leona y así el príncipe la ordeñó rápidamente. Cuando regresaba al castillo se encontró otra vez con sus dos cuñados, que tampoco lo reconocieron esta vez, pero se dieron cuenta de que él llevaba leche de leona y se la pidieron a cualquier precio. El príncipe aceptó a cambio de que su caballo pusiera a cada uno una herradura en el culo. El rey se tomó la leche y sanó, pero su país entró en guerra con otro país vecino y el rey pidió a sus yernos que fueran a la batalla. El príncipe salió también con su caballo, ganando la guerra él solo. En el camino de regreso volvió a encontrarse con sus cuñados, que seguían sin reconocerlo, y cuando descubrieron que llevaba el estandarte del país enemigo, trataron de comprárselo. El príncipe accedió a cambio de quedarse con los cordones del estandarte. Celebraron una gran fiesta en el salón del trono para festejar la victoria. Estaban presentes el rey, sus dos hijas

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mayores, sus yernos y toda la corte. Todos menos la hija pequeña y su marido, el príncipe jardinero. El rey mandó a buscarlos, pero ellos llegaron en ese momento. El muchacho pidió al rey que cerrara las puertas del palacio y guardara las llaves en sus bolsillos. Y entonces le preguntó: -Majestad, ¿quién le trajo la naranja del castillo de Irás y No Volverás? Entonces, el príncipe les pidió a ellos que se descubrieran para que todos vieran que les faltaban los trocitos de oreja que él llevaba encima. Los cuñados se negaron, pero el rey se quitó la corona y obligó a todos los presentes a descubrirse. Así pudieron ver que era cierto lo que el príncipe decía. Y volvió a preguntar al rey: -Majestad, ¿quién le trajo a usted la leche de la leona? El rey volvió a señalar a sus yernos, pero el príncipe les pidió que mostraran las marcas de las herraduras de su caballo. -¿Y quién ganó la guerra para usted? El rey volvió a señalar a sus yernos, pero el príncipe sacó el cordel del estandarte enemigo, demostrando que la guerra la había ganado él. El rey, muy enfadado con sus yernos, preguntó al príncipe por el castigo que quería que se les diera y él contestó que pasaran a ser jardineros, como él era antes. Desde ese día, el príncipe y su esposa reinaron y sus cuñados cuidaron de los jardines. □□□ Este cuento podría formar parte de otros ciclos como el de la princesa encantada. Volvemos a ver en él que tantos trasvases de temas y motivos debidos a la fragilidad del canal oral producen mezclas que dificultan su clasificación. Así,

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encontramos en esta versión elementos que lo identifican con los tipos de los caballos maravillosos (530), el caballo mensajero (531), las frutas curativas (610), etc.

16. La historia del pájaro sabio, el agua saltarina y el árbol cantor 707 [EL PÁJARO QUE HABLA, EL ÁRBOL QUE CANTA Y LA FUENTE DE ORO] Isabel Benítez Aranega

Algeciras

En un país remoto y en medio de las montañas, habitaba una humilde familia formada por un matrimonio joven y sus cuatro hijas. La más pequeña era la más agraciada y estaba tocada de grandes virtudes: era bondadosa, caritativa y hospitalaria. Una noche de tormentas se produjo un incendio en el monte que alcanzó la cabaña y mató a los padres. Desde aquel desgraciado momento, las hermanas vivían solas, dedicadas a sus labores de cuidar la casa y los animales. Un día que estaban las cuatro sentadas alrededor de la lumbre, llamaron a la puerta. Eran tres hombres que, cazando en el monte, se habían extraviado. Entraron en la cabaña, tomaron asiento y la hermana pequeña fue la encargada de servirles sopa caliente y algunas frutas y de prepararles una cama donde pasar la noche. Pues bien, pasó el tiempo y un buen día recibieron una orden del rey para que se presentaran en palacio. Las hermanas se asustaron mucho, pues no comprendían para qué las citaban, pero cuál no sería su asombro cuando descubrieron que era el mismo rey el que se había perdido con dos de sus ministros y al que ellas habían recibido en su cabaña. Habían sido llamadas para pagarles el favor y manifestarles que el rey se había

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enamorado de la más pequeña de las hermanas y quería pedirla en matrimonio. Se celebraron las bodas, que duraron varios días y donde todo el pueblo comió y bebió hasta la saciedad y se divirtió de lo lindo. Pasado un año, la reina dio a luz un hermoso niño, pero sus hermanas, que vivían en palacio disfrutando de todos los privilegios, lo secuestraron y se lo dieron al jardinero mayor para que lo llevara al monte y lo matara, diciéndole al rey solapadamente que su mujer había tenido un perro. El rey no podía creerlo, pero se encargaron, llorando y gritando, de que lo aceptase así. Quedó de nuevo encinta la reina y a su debido tiempo dio a luz otro precioso niño, inmediatamente, las hermanas cogieron al príncipe y repitieron lo mismo que la vez anterior, diciendo al rey que su bella esposa había tenido otro perro. El rey vociferaba y se tiraba de los cabellos diciendo: -¿Soy yo acaso un monstruo para que mi mujer sólo tenga animales? Las cuñadas lo apaciguaron y el rey acabó perdonando a la reina. Pero, he aquí que la historia se repite y esta vez fue una niña la que nació. Aquellas malvadas y envidiosas mujeres dijeron al rey que la reina había tenido un gato. El monarca se enfureció de tal manera que mandó castigar a la reina encerrándola entre dos paredes y dejándole sólo un ventanillo para que todo el que pasara por allí le escupiera en el rostro. Bueno, ¿y qué fue de los tres pequeños príncipes? Aquel jardinero mayor y su esposa tenían tan buen corazón que decidieron llevar a los niños a una cabaña oculta en el bosque de palacio y allí los criaron y educaron como correspondía a su rango. Crecieron y se

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convirtieron en dos hombres y una mujercita guapísimos, fuertes e instruidos. Fueron ampliando aquella cabaña hasta convertirla en una gran mansión donde vivían disfrutando de cierto bienestar y, sobre todo, cariño. Ellos se preocupaban de la casa y de los jardines, que cultivaban con sus propias manos. Un buen día pasó por los alrededores un anciano caminante cansado y hambriento que se acercó a la casa pidiendo caridad. La joven lo invitó a pasar, le dieron de comer y una cama donde pasar la noche. Al día siguiente, al despedirse, el anciano les dijo: -Tenéis una hermosa casa, pero estaría más completa si tuvierais el pájaro que habla, el agua que baila y el árbol que canta. ¿Y dónde podemos encontrar esas maravillas? -Muy lejos, en la tierra de Irás y No Volverás, un lugar tan peligroso del que nadie ha regresado jamás. El hermano mayor estuvo triste durante un tiempo pensando en aquellas cosas que le había dicho el pordiosero, pero una mañana se levantó y dijo a sus hermanos: -Me voy a buscar esas maravillas que pondremos en nuestra casa para convertirla en la mejor del reino. Los hermanos intentaron disuadirlo, pero no lo pudieron conseguir. -Si dentro de un año no he vuelto, será señal de que he muerto en el empeño. Partió lleno de ilusiones y, al cabo de un tiempo, llegó a una pequeña ermita. -¿Dónde vas por aquí, muchacho? –le preguntó el ermitaño. -Vengo buscando el pájaro que habla, el agua que baila y el árbol que canta. -Vuelve a tu casa, que nadie lo ha conseguido.

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-Quiero intentarlo –replicó el príncipe. -Bien. Ya que insistes, te daré las instrucciones. Tendrás que subir hasta aquellas lejanas montañas. Toma esta bola de plata y, cuando llegues a la mitad, la sueltas. Cuando la bola se pare, oirás a tus espaldas voces, insultos y amenazas. No vuelvas la cara porque quedarías convertido en piedra. El príncipe inició su camino pensando que nada ni nadie le harían volver la cabeza, pero no pudo resistir la tentación porque parecía que alguien estaba a punto de alcanzarlo y quedó petrificado. Pasado el año y viendo que no volvía, su hermano decidió salir en su busca. La joven princesa lloraba y le decía que si algo le ocurría se quedaría sola. Nada consiguió. Después de despedirse de su hermana, caminó sin descanso hasta que llegó a la ermita. El ermitaño le hizo las mismas recomendaciones que a su hermano. Empezó el ascenso a la montaña, soltó la bola en el lugar indicado y cuando esta se paró comenzaron las voces, los insultos y las amenazas. Tampoco pudo resistir, aquello era aterrador. Volvió la mirada atrás y quedó convertido en piedra. Al comprobar que su segundo hermano tampoco volvía pasado el año acordado, la joven princesa decidió salir a su encuentro llena de ilusiones y esperanza. Tomó el mismo camino que sus hermanos y, al cabo de unos meses, por fin llegó a la ermita. El ermitaño otra vez trató de desanimarla porque, aunque ella iba vestida de hombre, él adivinó que era una mujer. Ella insistió en seguir y le dijo al ermitaño que taponaría sus oídos con algodones para no oír las voces. -Puede que así logres lo que te propones. Por lo menos, a nadie se le había ocurrido antes esa idea. La joven subía la montaña despacio y con mucha atención a todo lo que veía y oía. Cuando llegó al lugar

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indicado soltó la bola. En el momento en que la bola se paró comenzaron los ruidos amenazantes, pero ella sólo oía un pequeño murmullo. Así, andando, andando, llegó a la cumbre. Allí, en su jaula de oro, estaba el pájaro hablador, que saludó a la princesa admirando su valentía y le indicó cómo debía coger el agua saltarina y la rama del árbol cantor. Una vez que se hizo con los tres objetos, decidió volver a casa, pero antes le dijo el pájaro: -Vierte un poco de agua en cada una de las piedras que te encuentres y todas recobrarán sus formas primitivas. Así lo fue haciendo hasta que llegó a sus hermanos. Llenos de júbilo emprendieron el camino a casa, no sin antes despedirse del ermitaño, que no era otro que el anciano pordiosero. Inmediatamente construyeron una fuente donde pusieron el agua maravillosa, que subía y bajaba por medio de un surtidor. Plantaron la rama del árbol y comenzaron a escuchar la música que producían sus hojas movidas por el viento. El pájaro trinaba y así atraía a toda clase de aves que le acompañaban formando magníficos coros. Vivieron así muy felices hasta que un día el rey, que iba de cacería, tropezó por casualidad con la bella casa de los príncipes. Al no tener conocimiento de su existencia, preguntó que a quién pertenecía. -Pertenece al jardinero mayor de vuestra majestad y a sus hijos. -No sabía yo que mi jardinero mayor tuviera hijos. Entremos a conocerlos. Entró el rey con su séquito y los dueños de la casa le ofrecieron comida y descanso. El monarca, impresionado por el parecido que los tres hermanos tenían con la reina, prometió volver pronto.

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Cuando el rey anunció su nueva visita, la muchacha no sabía qué ofrecerle para comer, así que preguntó al pájaro sabio y este le dijo: -Al pie del árbol cantor hay un cofre lleno de perlas. Abre un pepino, quítale las semillas y rellénalo con esas perlas. Eso es lo que debes servirle. Llegado el momento, el rey se sentó a la mesa y le sirvieron aquella extraña comida. -¿Qué clase de comida es esta? Es imposible comerla –preguntó el rey. El pájaro tomó la palabra y le respondió: -¿Y sí es posible que una joven y hermosa reina dé a luz a tres animales? El rey comprendió que aquello le había ocurrido a él y se marchó dispuesto a aclararlo todo. Mientras tanto, las cuñadas temblaban de miedo al pensar que todo se pudiera descubrir. Trataron por todos los medios de parecer inocentes y propusieron al rey invitar a los jóvenes a comer con la intención de envenenarlos. Los príncipes aceptaron y llegaron a palacio con el pájaro sabio. Cuando iban a coger la primera cucharada, habló el pájaro: -De esa comida no comeréis porque os envenenaréis. Al oír aquello, el rey se molestó y tachó al pájaro de mentiroso, pero este insistió: -Que le sirvan un poco al perro. Y el pobre animal murió al instante. El pájaro no paraba de hablar culpándolas de todo: -Ellas son las culpables. Calumniaron a su hermana por envidia. Y estos, Majestad, son sus hijos, que el jardinero mayor ha criado y educado con todo el cariño de su corazón. El rey ordenó que prendieran a sus cuñadas y que las encarcelaran condenándolas a pan y agua.

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Sacaron a la reina, que estaba muy débil, de su encierro, la bañaron y le pusieron ricos vestidos. Al fin pudo abrazar a sus hijos. El rey le pidió perdón públicamente por el daño que le había causado. La reina lo perdonó y todos vivieron felices desde entonces. Al jardinero y a su esposa, que ya eran muy ancianos, los premiaron dejándolos vivir en palacio rodeados de sus hijos adoptivos y de criados. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado. □□□ Contamos con otra versión del mismo cuento, aunque de dimensiones más reducidas, procedente de la localidad malagueña de Torrox. Las únicas diferencias entre uno y otro son los nombres (que no las características) de las tres maravillas encontradas. Estamos, pues, ante un tipo que, al contrario que otros ciclos y debido a las relaciones que sus motivos guardan entre sí, ha sufrido pocos deterioros, lo que también es confirmado por el nombre del tipo al que pertenece.

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Niños perseguidos 17. La niña mentirosa 710 [LA AHIJADA DE NUESTRA SEÑORA] Isabel Camacho Sánchez

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Esto era una niña que vivía en una casita en el bosque y era muy mentirosa, así que sus padres no le creían nada de lo que decía. Un día se le apareció a la niña la Virgen y le dijo que se la iba a llevar con ella al Cielo, de esta manera intentaría quitarle de echar mentiras. Cuando pasó un largo rato volvieron sus padres, que habían ido al bosque a buscar leña, y la niña se lo dijo, pero ellos no la creyeron. Al día siguiente bajó la Virgen, envolvió a la niña en un manto y se la llevó al Cielo. Cuando volvieron los padres y no la encontraron pensaron que era verdad lo que su hija les había contado. Cuando la Virgen ya tenía a la niña en el Cielo, cogió y le dio doce llavecitas, una de cada una de las puertas del Cielo, pero la Virgen le dijo: -Puedes abrirlas todas menos esta -señalándole con el dedo la que no podía abrir. La niña las fue abriendo todas. Había cosas muy bonitas, por lo que pensó que aún tenía que ser mejor lo que había detrás de la puerta prohibida. Entonces la niña abrió la puerta que no debía y al abrirla encontró un altar con muchas luces encendidas y vino una luz fuerte y le quemó con su llama el dedo chico de la mano, el meñique. Cuando volvió la Virgen a preguntarle le dijo que había abierto todas las puertas menos la que ella le había prohibido. Pero la Virgen insistía diciéndole que si

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no la estaba engañando y la niña negaba siempre haber abierto la puerta prohibida. La Virgen le preguntó: -¿Qué te ha pasado en el dedo? Y ella contestó: -Nada. De forma que la Virgen la dejó sin habla, la envolvió en un manto y la puso en un monte muy alto donde había muchas fieras, tantas que se tenía que subir a los árboles más altos para que no pudieran alcanzarlas. Un día pasó el hijo del rey con su caballo y, al verla tan guapa y con esa melena tan larga, le preguntó si deseaba marcharse al castillo donde él vivía con sus padres. La niña aceptó. Transcurrido un tiempo, el príncipe y la niña se casaron y tuvieron un hijo. Como ella no hablaba, entonces la encerraron en una habitación para que de este modo nadie le quitara el niño. Sólo entraba en la habitación el hijo del rey para llevarle comida. Un día se le apareció otra vez la Virgen diciéndole: -Si no me dices la verdad, me llevo a tu hijo al Cielo. Pero ella insistía en que no había abierto la puerta prohibida. Entonces la Virgen envolvió al niño en el manto y se lo llevó al Cielo. Cuando el príncipe fue a llevarle la comida y vio que no estaba el niño, pensó que ella era una fiera en forma de criatura y decidieron quemarla en la plaza del pueblo. Pusieron un montón de leña y a ella la montaron encima, le metieron fuego y cuando el calor abrasaba y notaba que se iba a quemar, decidió que era mejor decirle la verdad a la Virgen. En ese mismo momento apareció la Virgen con el niño. Al verlo todos la quitaron rápidamente del fuego, la Virgen le devolvió el habla y ella reconoció que había abierto la puerta prohibida. Y así fue como la Virgen le entregó al niño. □□□

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Muchos cuentos de origen ancestral han sido adaptados a las creencias religiosas del lugar, sin perder por ello sus elementos maravillosos fundamentales. En este sentido, en Europa abundan relatos en los que las hadas son sustituidas por la Virgen María y los personajes tenebrosos por el diablo de la cultura cristiana. Este es un buen ejemplo.

18. La niña y sus siete hermanitos 451B [LOS HERMANOS TOROS] María Dolores Flores

Algeciras

Esto sucedió en Algatocín, pueblo que pertenece a Málaga. Era un matrimonio que tenía siete varones. Cuando tuvieron a los siete varones, vino una hembra. Antiguamente, cuando venía una hembra después de siete varones, era una deshonra, así que los siete varones se fueron de su casa. Cuando pasaron tres años, la madre, peleando un día con la niña, le dijo: -Anda, que por tu culpa tengo siete pedazos de corazón tirados por ahí. La niña, cuando escuchó aquello, se cortó el pelo, se puso unos pantalones y se fue de su casa. Cuando se le hizo de noche estaba en medio del monte muertecita de miedo. Se subió en un árbol y desde lo alto vio una cueva. A eso de la una de la noche sintió hablar y miró para la cueva, cuando vio que salían hombres de allí. Se bajó poco a poco y llegó hasta la cueva. No había nadie y entonces entró, comió de todo lo que había allí, cogió comida para el otro día, hizo las camas y se fue otra vez para el árbol. Aquella mañana, cuando llegaron los hombres, vieron que estaba todo hecho y dijeron:

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-Pues quien haya estado aquí no nos quiere malamente porque nos lo ha hecho todo. Aquella noche hicieron la misma faena, pero se quedó el más chico a ver si la podía coger. Cuando él se quedó dormido, ella hizo la misma operación. Así fue hasta que se quedaron todos, pero el mayor se hizo el dormido y la dejó pasar, pero al salir le echó mano y ella dijo: -No me hagas daño, que soy doncella. Entonces le dice él: -¿Quién eres? Y ella, en vez de decirle otra cosa le contó lo que le pasaba y ellos se dieron a conocer: -Pues nosotros somos tus siete hermanos. Ya estaban los ocho juntos muy contentos y alegres, pero un día que llovía mucho le dicen los hermanos: -María, no vayas a coger el perejil del pozo, cógelo del chorro. Pero ella, como llovía tanto, lo cogió del pozo y se lo echó a la comida y se sentaron todos a comer. Cuando cogieron los siete hermanos las primeras cucharadas se convirtieron en siete toritos. Ella, llorando todos los días, salía con sus toritos al campo y les daba de comer. Mariquita sabía cantar muy bien y un día pasaron unos caballeros y la escucharon: -¡No ves qué voz tan bonita! ¿Quién canta por allí? Encontraron a Mariquita rodeada de sus siete toros y ella en medio cantando. Y le dice uno de los hombres: -¿Este ganado de quién es? -Mío. Y le dijo el caballero: -¿Te quieres casar conmigo? Y ella le contestó: Aunque pobre, tengo vergüenza. Me caso pero con una condición, que donde duerma yo tienen que dormir

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mis toritos y donde coma yo tienen que comer mis toritos. Y se fue con el caballero llevándose sus toritos. El caballero resultó que era un rey. Cuando llegaron al palacio, la reina madre le dijo: -¿Te vas a casar con una campera? -Sí, mamá, me caso. Prepararon la boda y se casaron al mes. Se fue el rey a la guerra y ella se quedó sola. Tuvo un niño y la reina le dice: -Vamos a dar un paseo por el estanque. Cuando iban paseando la empujó y la tiró al estanque y pensó escribirle al hijo diciéndole que había sido una mujer mundana y que se había ido con un panadero. Pero la madre, pensándolo bien, lo que hizo fue coger a una mujer muy parecida a ella y la metió en la cama. Cuando vino el hijo y la vio, le dijo: -¡Qué delgada estás, qué malamente! Ella le contestó: -No tengo ganas de comer, tengo las ganas perdidas. -¿Qué te comerías? -La asadura de un torito. -¿Y tú que tanto los querías? -Ahora se me ha antojado. El rey cogió a un lacayo y le dice: -Toma esta espada y ve y mata a un torito. Coge el lacayo la espada y va a matar al toro, le pega un pinchazo y el toro pegó una patada en la puerta del toril y gritó: -¡¡Hermana, favoréceme!! Y una voz que venía del estanque le contestó: -¿Cómo quieres que te favorezca si tengo medio cuerpo para abajo en agua y el niño metido en la manga? El lacayo se fue corriendo al rey y le dijo: -Majestad, yo no mato al toro que ha hablado.

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Y entonces fue el rey, hizo lo mismo y le dijo el toro igual: -¿Cómo quieres que te favorezca si tengo medio cuerpo para abajo en agua y el niño metido en la manga? Fue corriendo y mató a la madre y a la otra que estaba metida en la cama. Y abrió el estanque, la llevó a su casa y aquella noche soñó ella que matando a su niño le daba vida con la sangre a sus hermanos. Mató al niño y le dio vida a sus hermanos y ya que se iban dijo: -Voy a dar un beso al niño antes de irme. Y cuando subió estaba jugando el niño en lo alto de la cama con su padre. □□□ Contado como sucedido, incluida la aportación de datos geográficos, este ejemplo de la narrativa maravillosa encierra interesantes motivos antropológicos, desde la transformación en toros hasta la costumbre de rechazar a una hembra tras siete hijos varones, pasando por el alimento tabú, la usurpación del lecho nupcial, el enclaustramiento acuático o la sanación a través de un sacrificio de sangre. Esta escena final también la vemos utilizada como forma de restituir la felicidad perdida en el cuento nº 7, “El príncipe y el zapatero”.

19. La garrafita 451B [LOS HERMANOS TOROS] Catalina López Mena

La Línea de la Concepción

Era una mujer que tuvo una niña y, como no la quería, se la entregó a un panadero. El panadero salió a trabajar y le dijo que se quedara allí esperándolo, pero se hizo de noche y la niña empezó a llorar. Unos ancianos

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que la oyeron fueron y la recogieron y se quedaron con ella. Y la cuidaban y la querían mucho. Un día, la niña les pidió una garrafita y ellos se la compraron. Cuando la anciana fue al río a lavar a la niña, se llevó la garrafita. Por el camino, un águila bajó y se la quitó y la niña salió detrás del águila gritándole: -Aguilita, aguilita, dame mi garrafita. El águila le respondía: -Andaremos, andaremos, y en la cueva de los ladrones te la daremos. Y así, el águila llevó a la niña hasta la cueva de los ladrones y después desapareció. La niña se quedó en la entrada subida en un árbol, observando todo lo que hacían los ladrones. Y cuando ellos salían, ella entraba para arreglar y limpiar la cueva. Los ladrones se dieron cuenta de lo que estaba pasando y la descubrieron. Cuando la cogieron le preguntaron si quería ser su hermana y ella les dijo que sí. Entonces se sacaron un poco de sangre cada uno y la bebieron y así se convirtieron en hermanos. Ella los cuidaba y les daba de comer. Un día se acercó a la cueva una anciana, le dio unas setas y le dijo: -Toma y dale esta comida a tus hermanos, que a ellos les gusta. Ella se las preparó y, cuando comieron, ellos se convirtieron en toritos. La niña lloró mucho, pero se tuvo que conformar y empezó a cuidarlos con mucho cariño. Más adelante pasó por allí un príncipe a caballo y cuando la vio quedó prendado de la muchacha. Ella le contó su vida y él le dijo: -No llores, quédate aquí que yo hablaré con mi padre y vendré a por ti. La muchacha lo esperaba subida en el árbol. Todos los días iba al río a coger agua una negrita que veía la

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cara de la muchacha reflejada en el agua y cada día se sentía más celosa por su belleza. Entonces quebraba la jarrita que llevaba y decía: -Tú blanca, yo negra; quiébrate, jarrita. Esto lo hacía todos los días, hasta que un día la hizo bajar y se subió ella al árbol. Vino entonces el príncipe, que se extrañó al verla tan negra, pero ella le dijo: -Estoy así porque llevo muchos días esperándote y me he quemado con el sol. El príncipe se la llevó, pero al cabo de unos días la descubrió. Entonces se enojó y le hizo contar la verdad. Enfurecido, mandó quemarla y él se fue a buscar a la muchacha, que se casó con él y fue muy feliz el resto de sus días. □□□ Variante del cuento anterior con algunos olvidos como el destino final de los hermanos-toros. Como rasgos a destacar encontramos la forma tribal de hermanamiento y la utilización de la escena de la usurpadora como forma de desenlace.

20. La muchacha tuerta y sin mano 706 [LA MUCHACHA SIN MANOS] Antonia González Navarro

Algeciras

Esta era una muchacha que era muy guapa y que tenía una madrastra. La madrastra le tenía muchos celos y le decía: -Yo soy más guapa que tú. Y la niña contestaba: -No, yo soy más guapa. Cogía el espejito:

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-¿Quién es más guapa, mi entená o yo? Y decía el espejito: -Tu entená. Y la madrastra pensaba: “Pues yo la tengo que quitar de aquí para que no sea más guapa que yo”. Un día, la madrastra le dijo al padre que llevara a la niña al campo y la dejara allí. Y lo hizo. Pero pasaron tres o cuatro días y la niña volvió a casa. La madrastra volvió a preguntar al espejito y, cuando le dijo otra vez “tu entená”, ella gritó de coraje: -Pero si mi entená está muerta. -¡Qué va! Y empezó a pelearse con el marido. -¿Ves como tú no la llevaste donde te dije? Bueno, pues ahora llévatela, córtale la lengua y me la traes. El padre pensó: “¿Cómo voy a hacer eso?” y la llevó al campo pero le cortó la lengua al perro y se la llevó a la mujer. A los pocos días, la niña regresó a la casa. -¿Ves? Otra vez me has engañado –le dijo al marido-, tú no le has hecho nada a la niña. Ahora la tienes que llevar y le tienes que cortar una mano y sacarle un ojo. El padre: -¿Pero cómo voy a hacer eso si es mi hija? -Pues lo tienes que hacer –le gritó la madrastra. Fue el padre al campo y le cortó una mano y le sacó un ojo y la ató a un árbol para que se la comieran los bichos. Pasó por allí un príncipe que iba de cacería y llevaba muchos perros. Cuando echó de comer a los perros, había una perra que se llevaba el trozo de pan y no se lo comía. Así estuvo dos o tres días hasta que el príncipe siguió a la perra a ver qué hacía con el pan. Entonces vio a la muchacha amarrada al árbol sin un ojo y una mano. Pero era muy guapa. El príncipe se la llevó a su palacio y le

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dijo a su madre que se iba a casar con ella, pero la madre le decía: -¿Cómo te vas a casar con una mujer a la que le falta un ojo y una mano? Pero el príncipe se casó. Y la muchacha se quedó embarazada. Había por entonces una guerra y el príncipe se tuvo que ir. La muchacha se quedó en el palacio con su suegra. Y, mientras su marido estaba fuera, ella tuvo mellizos, un niño y una niña. El príncipe le escribió a su madre: “¿Qué ha tenido mi mujer?”. Y la madre le contestó: “Ha tenido un perro y una perra porque, mientras tú no estabas, ella se ha acostado hasta con los perros”. “Bueno –le contestó el príncipe-, perro o perra, tú los dejas quietos hasta que yo vuelva”. Mientras, la suegra le decía a la muchacha que se fuera de allí. Y la muchacha le pidió que le hiciera dos talegas para llevar a los niños al hombro. La suegra le hizo dos talegas, una para cada niño, le echó comida en un bolso y la muchacha se fue con sus hijos. Iba por un camino cuando se encontró con un charco muy grande. En ese momento, uno de los niños se puso a llorar y ella pensó que se había hecho caca. La muchacha lo limpió, le puso un trapito limpio y se levantó para seguir su camino. Entonces, escuchó una voz que le decía: -¡Mete la mano partida en el agua! Ella la metió y enseguida le salió una mano. La voz dijo entonces: -Ahora échate agua en los ojos. Ella se echó agua en los ojos y le salió otra vez el ojo que le habían sacado.

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Siguió caminando y llegó a un pueblo. Fue al ayuntamiento y explicó que llevaba dos niños pequeños, que dónde podrían dormir. Un hombre le contestó: -Mire, ahí hay una casa, pero todo el que se mete en ella, por la mañana está muerto. Así que si quiere usted meterse... -Sí, sí, yo me meto. Fue y se metió. En la casa había de todo. Hizo de comer, acostó a sus niños y, cuando se quedó sola, siente una voz que le dice: -¿Caigo o no caigo? Y dice ella: -Cae. Y cayó un cuerpo. Al ratito escucha: -¿Caigo o no caigo? Y dice ella: -Pues cae. Y cayeron dos piernas que se unieron al cuerpo. Al ratillo: -¿Caigo o no caigo? Y dice ella: -Pues cae. Y cayó la cabeza, que se unió al cuerpo. Al ratillo siente: -¿Caigo o no caigo? Y ella: -Cae. Y cayeron los brazos, que se unieron al cuerpo y se formó un hombre. -Mira, todos los que han ido viniendo a esta casa se morían del susto, pero veo que tú no. Ve a aquella losa, quítala y coge todo el dinero que hay. -¿Quién es usted? -Yo estoy penando por un dinero que robé y que tengo ahí escondido. No me puedo ir a la gloria hasta que

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alguien que no me tenga miedo quiera llevarse este dinero. Ella cogió el dinero. Por la mañana vino el enterrador y los del ayuntamiento a por ella, pero se llevaron una sorpresa: -¡Pero si no se ha muerto! -Pues no, no me he muerto, que estoy aquí. -¡Ah, pues quédate en el pueblo si quieres! Alquiló una casa grande y puso una sastrería y colocó a muchas muchachas del pueblo para trabajar con ella. Pasó el tiempo y los niños crecieron. Mientras tanto, el príncipe había llegado de la guerra y le dijo a su madre: -¿Y mi mujer y mis hijos? -¿Tu mujer? Tu mujer se fue, cogió a los niños y se fue. -Pues voy a buscarla. Después de mucho andar, llegó al pueblo donde ella vivía. Pero él preguntaba por una mujer a la que le faltaban un ojo y una mano y así, claro, nadie la conocía. Pero una mujer del pueblo le dijo: -Mire, aquí hace poco llegó una mujer con un niño y una niña y puso una sastrería aquí enfrente. Él llevó tela para que le hiciera un traje y empezó a hablarle para ver si era ella. -Mire, yo he venido de la guerra y mi mujer se quedó con mi madre, pero se fue de casa y la estoy buscando. Los niños se le sentaron cada uno en una pierna. Y la madre les decía: -Bajarse, niños, que estáis molestando. Y le hablaba al hombre: -Pues mire, a mí me ha pasado un caso parecido. Mi madrastra mandó que me sacaran un ojo y me cortaran una mano y me amarraron a un árbol. Entonces, un perro me llevaba pan hasta que un príncipe me llevó a su

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palacio y me casé con él. Pero también se fue a la guerra y yo me quedé con mi suegra. Ella me echó a la calle con los dos niños. -¡Ah, pues entonces es a ti a la que yo voy buscando, que soy tu marido! Se quedaron allí con el dinero que ella había cogido de la casa y con sus niños. Y se acabó el cuento con pera y pimiento. □□□ Casi todas las versiones conocidas de este cuento hacen referencia a una joven a la que se le amputan las dos manos o los dos brazos. Esta que hemos recogido cambia los elementos, aunque no por ello se pierde el simbolismo que supone dicha carencia y su posterior regeneración milagrosa, motivada por el esfuerzo de la protagonista por seguir viviendo y sacar a sus hijos adelante.

21. Mariquita y su hermanastra 480 + 510A [LAS MUCHACHAS AMABLE Y ANTIPÁTICA + CENICIENTA] Antonia González Navarro

Algeciras

Esto era un hombre viudo que tenía una hija. La madre se había muerto hacía poco tiempo y la niña vivía siempre muy triste. Cuando la niña iba a la escuela, la maestra le decía: -Mariquita, ¿qué te pasa? -Que mi madre se ha muerto y estoy muy solita. -Pues dile a tu padre que se case conmigo y así tú te vienes a mi casa. Mira, yo tengo una hija como tú, si te vienes vas a poder estar todo el día con ella y te vas a encontrar muy bien.

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Llegó la noche y la niña le dijo a su padre: -Papá, dice la maestra que te cases con ella. -No, hija, yo no me caso con nadie, que no quiero ponerte madrastra. Y la niña se quedó callada. Al otro día le pregunta la maestra: -¿Se lo has dicho a tu padre? -Sí, pero mi padre me ha dicho que no quiere ponerme madrastra y que no se casa. -Bueno, pues cuando venga esta noche de trabajar se lo dices. Verás que cuando se lo digas muchas veces lo hace. Cuando vino el padre por la noche, la niña le volvió a preguntar: -Papá, ¿por qué no te casas con la maestra? -Que no, niña, que no me caso. Y así estuvo la niña tres o cuatro días más. Y a los tres o cuatro días le pregunta: -Papá, ¿por qué no te casas con la maestra? -Bueno, mira, pues me voy a casar. Compra unos zapatos y los pones ahí, y cuando se rompan los zapatos me caso con la maestra. Llegó la niña a la escuela y le pregunta la maestra: -¿Qué te ha dicho tu padre? -Se ha comprado unos zapatos y los ha puesto allí. Y me ha dicho que cuando se rompan los zapatos se casa con usted. -Pues mira, esta noche te meas en los zapatos y los pones en la candela. Así todas las noches hasta que se rompan. La niña lo hacía. Se meaba todas las noches en los zapatos y los ponía en la candela. Hasta que a los zapatos se les hicieron rajas. -¡Papá, papá! Ya se han roto los zapatos. -Pues dile a la maestra que voy a hablar con ella.

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Arreglaron el casamiento y se casaron. Los primeros días estaban muy contentas con Mariquita: “Mariquita esto, Mariquita lo otro...”, pero después la madrastra empezó a darle para que fregara los platos, para que cosiera, para que limpiara la casa, la chimenea..., y la pobre siempre estaba que era una cenicienta, muy sucia, muy estropeada. Y dice un día: -Papá, la maestra es muy mala. -¿No te lo decía yo, no te dije que las madrastras eran muy malas? Pues ya no puedo hacer nada, tienes que aguantarte. Un día, la maestra le dijo a la niña: -Mariquita, vamos a matar un cochino y tú tienes que ir a lavar las tripas al río para hacer las morcillas. Mataron un cochino y Mariquita preparó las tripas en un baño y fue al río a lavarlas. Cuando las estaba lavando sintió que lloraba un niño. Y dice: -¡Huy! Hay un niño llorando. ¿Dónde será? Empezó a buscar y vio una casa. Dentro estaba el niño llorando. Lo cogió, lo cambió, lo lavó y le dio un biberón y lo acostó. Al salir por la puerta, cuando ya se iba, se encontró con tres mujeres, que le dijeron: -Mariquita, muchas gracias. -Es que estaba el niño llorando y lo he lavado. Y las tres mujeres le dijeron: -Yo te voy a conceder que lleves el sol en la cara y que resplandezcas como él. -Yo te voy a dar la gracia de que cada vez que abras las manos eches monedas de oro. -Y yo, que no tengas que tocar las tripas del cerdo, que se pongan blancas sin tocarlas. Y se fue Mariquita con las tres gracias que acababan de darle. Llegó al río, cogió sus tripas y se fue para su casa. Cuando la vio llegar su hermanastra, dijo:

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-Mamá, mira qué brillo trae Mariquita en la cara. ¡Qué guapa viene! La hermanastra se metió en el cuarto con Mariquita. -¿Qué quieres? -Verte, porque hay que ver lo guapa que estás. Mariquita abrió las manos y se lió a echar monedas de oro al suelo. -¡Huy, lo que ha hecho, la de monedas que ha echado! -Mariquita, cuéntame qué es lo que has hecho. -Mira, yo estaba en el río y sentí a un niño llorar. Entonces fui, le di una paliza y lo puse negro. Se había cagado. Cogí la caca, se la refregué por toda la cara y después me fui. Después vinieron las maris y me dieron las gracias. -¡Mamá, mamá, mata un cochino! Y ahora voy a ser yo la que vaya a lavar las tripas. La madre mató otro cochino y su hija fue a lavar las tripas. Y sintió al niño llorar. Y le dio una paliza, le refregó la caca y lo dejó tirado. Al salir se encontró a las tres mujeres. -¿De dónde vienes? -De darle una paliza a ese niño que no para de llorar, a ese niño cochino. Le he dado la grande. Y las tres mujeres empezaron a hablar entre ellas: -A ésta, yo le voy a dar que las tripas del cerdo se le pongan negras y las tenga que tirar. -Yo, que cada vez que abra las manos eche cagajones de burro por todas partes. -Y yo, que le salga un hopo en la frente y cuanto más se lo corte más largo le salga. La niña se volvió a su casa y llegó con un rabo en la frente. Y su madre: -¡Ay, hija! ¿Qué te ha pasado?

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-Mamá, he hecho lo que Mariquita me ha dicho y mira lo que me ha pasado. Y cuando abrió las manos mientras hablaba, empezaron a caer tantos cagajones de burro que puso la habitación perdida. Y las tripas del cerdo, cuando las vio su madre, las tuvo que tirar. Después fue a la habitación de Mariquita. -Mira, Mariquita, lo que me ha pasado. Abrió las manos y Mariquita le dijo: -Vete de aquí, que me vas a poner la habitación hecha una porquería. La niña se fue llorando al cuarto de su madre. En ese momento, escucharon que por las calles iban anunciando que el príncipe iba a dar una fiesta para encontrar una novia. Y dice la maestra: -A esta fiesta hay que ir. -Sí, sí, mamá, yo quiero ir. -Pero ¿dónde vas tú con ese hopo en la frente? -Tú me lo cortas con unas tijeras a cada instante. -Venga, vale, pero tú te estás calladita. La maestra llamó a Mariquita. -Mariquita, nos tienes que hacer a cada una un vestido para ir a la fiesta. Mariquita estuvo varios días cosiendo sin descanso hasta que hizo los dos vestidos. Y cuando llegó el día de la fiesta, la maestra y su hija se pusieron los vestidos, se colgaron un bolso grande y se fueron a la fiesta. Mariquita se fue al patio a llorar y en estas bajó una dama: -Mariquita, ¿por qué lloras? -Porque todas las muchachas del pueblo se han ido a la fiesta y yo me he quedado aquí. Mira cómo estoy. -¿Tú quieres ir? -Es que no tengo ropa, mira qué sucia estoy. -Yo te traeré la ropa.

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Le trajo un vestido y unos zapatos preciosos y una carroza. -Te vamos a dejar en la puerta de palacio, pero antes de las doce te tienes que venir Llegó Mariquita y la enterá del hopo la conoció. Y dice abriendo las manos: -¡Mamá, esa es Mariquita, esa es Mariquita! Y la madre: -¡Ay, niña, estate quieta, que estás llenando toda la habitación de cagajones! Y la madre recogiendo cagajones. Pero como no tenían dónde meterlos, tuvieron que llenar los bolsos. Y a cada instante le tenía que cortar el hopo con las tijeras. Mariquita bailó con el príncipe, pero miró el reloj y, cuando vio que eran las doce, salió corriendo y de ligera que iba se le cayó un zapato, pero no se volvió a cogerlo. Al príncipe le había gustado Mariquita cuando bailó con ella, así que escribió un bando en el que decía que se casaría con la muchacha a la que le quedara bien el zapato. Fueron de casa en casa probándoselo a todas las muchachas. Cuando llegó a casa de Mariquita, se lo probó a su hermanastra, que gritó: -¡Aaay! Me duelen mucho los dedos. Su madre le dijo: -Córtate un poquito los dedos y cuando ya estés en palacio te los curas y ya está. Se cortó un pedazo de dedo. La sangre chorreaba y el príncipe dijo: -No, no, este pie no es para este zapato. Entonces, el príncipe le preguntó a la maestra: -¿Usted no tiene más hijas? -Yo no. Y uno de los que venían con el príncipe dijo: -Sabemos que tiene usted otra hija.

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-Pero mire usted, esta está muy sucia y no va a ningún sitio, ella no sale. -Bueno, sáquela usted. Metió el pie Mariquita y le estaba que ni pintado. -Esta es la que buscamos. Se la llevaron a palacio y se casó con el príncipe. Mariquita se llevó a su padre, a la maestra y a su hija. A su hermanastra la puso a fregar el suelo, a su madrastra a coser y al padre lo puso hecho un rey. Y se acabó el cuento con pan y pimiento. □□□ Unión de dos tipos bien conocidos: a la trama del baile y la pérdida del zapato se ha añadido como punto de partida el motivo de la hermanastra envidiosa que es castigada con distintas desgracias. En otras versiones, los donantes son enanos, ancianos, los meses del año (como veremos en otro texto), la Virgen, Jesucristo o un animal. Las gracias concedidas casi siempre son las mismas: belleza, riquezas y objetos mágicos. Y los castigos, lo contrario que se le haya otorgado a la muchacha amable. Llama la atención el término utilizado por la informante para denominar a las hadas protectoras-justicieras, un nombre que no suele encontrarse en Andalucía pero sí en otras regiones de España, como el País Vasco y Navarra.

22. El enano Sin Nombre 500 [EL NOMBRE DEL AUXILIADOR] Sin datos de informante

Algeciras

Hace mucho tiempo vivió un molinero que, para darse importancia, no paraba de decir que su hijita, cuando hilaba, cambiaba la paja en oro.

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Se enteró de aquello el rey y quiso comprobarlo, ordenando que la hija del molinero fuera a palacio a demostrar aquella maravilla. Cuando llegó, el rey la llevó al pajar y le dijo: -Quiero que mañana toda esta paja esté convertida en oro. Si lo haces te casarás conmigo, pero si no lo haces te encerraré toda tu vida en las mazmorras del castillo. La pobre niña se echó a llorar pensando que nunca lo conseguiría y que sería castigada por el rey. En ese momento se le apareció un enano en la ventana que le dijo que le haría el trabajo si a cambio le entregaba el primer hijo que tuviera con el rey. La hija del molinero aceptó y el enano le convirtió la paja en oro. Cuando el rey vio aquello, cumplió su promesa y se casó con ella. Pasó el tiempo y la muchacha, que ya era reina, tuvo un hijo. Nada más enterarse, el enano apareció de nuevo en el palacio y le pidió que le diera el niño. La reina se puso a llorar y le suplicó que no se lo llevase, pero el enano le contestó: -Un trato es un trato. De todos modos, si antes de tres días eres capaz de adivinar cómo me llamo, no me lo llevaré. Cada noche vendré a preguntarte y a la tercera me lo llevaré. La reina dijo muchos nombres: “Pedro, Paco, Pepe, Simón...”, pero ninguno era el del enano. La pobre se echaba a llorar cada día que el enano llegaba a preguntarle por su nombre hasta que al tercer día un paje la vio llorar y se ofreció a buscar el verdadero nombre de aquel malvado personajillo. Después de mucho caminar llegó a un bosque y vio a un enano que saltaba y cantaba junto a una hoguera. El paje se escondió detrás de un árbol y escuchó lo que decía:

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-¡El niño será mío, mío, mío! ¡Soy más listo que cualquier hombre y nadie sabe que me llamo Sin Nombre! Ja, ja, ja. El paje salió rápidamente del bosque y fue a decírselo a la reina. Cuando esa noche llegó el enano al palacio, la reina le dijo: -Ya sé que te llamas Sin Nombre. El enano se puso hecho una fiera, pero no tuvo más remedio que dejar al niño con su madre, que fue muy feliz para siempre. □□□ Sin Nombre, Ruidoquericto, Enano Saltarín, Perico el de los Palotes o Quiriquitón son algunos de los nombres dados en las diferentes versiones españolas al duende o diablillo que ofrece la salvación a una muchacha a cambio de llevarse a su hijo. Se trata de un relato muy extendido por toda Europa que en la literatura escrita irrumpió de la mano de los hermanos Grimm, que utilizaron el nombre tradicional alemán del personaje: Rumplestilskin. Tom Tit Tot es su nombre inglés y Whuppity el escocés. En Austria lo llaman Kruzimugeli y en Hungría, Winterkoble. Difícil lo tiene ya el diablillo para ocultar su nombre en cualquier país, dada su popularidad.

23. Periquito y Mariquita 720 [MI MADRE ME HA MATADO, MI PADRE ME HA COMIDO] Antonia González Navarro

Algeciras

Esto era una mujer que tenía un hijo y una hija llamados Periquito y Mariquita. Un día le dijo a la niña: -Mira, Mariquita, tú vas a ir a por agua y tú, Periquito, vas a ir a por una poquita leña para hacer la

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comida. Al que venga antes le doy de merendar pan y queso. Periquito corrió mucho para llegar antes y comerse el pan y el queso. Pero cuando llegó a la casa dijo: -Mamá, yo lo que tengo es sueño y me quiero acostar. -Si tienes sueño, acuéstate en la cama de tu tío. -No, no, que tiene muchas pulgas. -Pues acuéstate en la cama de tu padre. -No, que la cama de mi padre está muy dura y tiene muchas chinches. -Pues acuéstate en la mía. -No, que tiene muchos piojos. -Entonces, ¿dónde te vas a acostar? -En este lebrillo. Entonces se metió en un lebrillo grande que tenían para amasar. Cuando Periquito se quedó dormido, la madre calentó una olla de agua y fue y se la echó al niño por encima y lo quemó. Se le cayó el pelo y lo metió en una olla. Vino Mariquita y preguntó por su hermano: -¡Mamá! ¿Y Periquito? Y la madre le contestó: -Todavía no ha venido. Mira, yo voy a un mandado. La olla está en la candela, no la destapes. Cuando pasó un rato, Mariquita destapó la olla y vio a su Periquito allí metido. -¡Ay, mi Periquito, que está en la olla! Y se sentó en la puerta a llorar. Entonces pasó una mujer y le preguntó: -Mariquita, ¿qué te pasa? -Que mi madre ha matado a mi Periquito, lo ha metido en la olla y se está cociendo en la candela. -Pues mira, tú no llores, y cuando tu madre se vaya a comer a Periquito, tú no comas, tú coges todos los huesos

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que vayan dejando, los pone en un cestito y los echas al pozo. Vino la madre y dijo: -Venga, Mariquita, que vamos a comer. -No, que es mi Periquito. -¡Qué va, si Periquito todavía no ha vuelto! La niña hizo lo que le había dicho aquella señora: no comió y fue reuniendo todos los huesecitos que dejaban la madre y el padre y los echó todos en el pozo. En ese momento salió Periquito del pozo con un canasto de flores precioso. Y dice la madre: -¡Ay, qué flores más preciosas! Dame una, Periquito. -No –dijo Periquito-, que me mataste, me comiste y no me lloraste. Y entonces dijo Mariquita: -¡Dame una flor, hermanito! -Tómalas todas, que tú ni me mataste, ni me comiste y sí me lloraste. □□□ Cuento truculento con reminiscencias mitológicas (en la Grecia antigua, por ejemplo, encontramos los mitos de ProcneTereo y Aedona-Politecno donde madres sirven a sus maridos la carne de su propios hijos) y similar al romance de “La infanticida”, conocido popularmente en la zona como “El pobre lancero”. En otras versiones que hemos recogido son frutas, oro o caramelos lo que saca el niño del pozo, aunque todas acaban con la misma frase. La conversación de las camas se repite en otra versión recogida en Castellar de la Frontera, pueblo colindante con Jimena, aunque no la hemos encontrado fuera de la zona. En otra versión recogida en Algeciras, un pastor da a Mariquita tres huesos mágicos de aceituna que, al ser arrojados al pozo, devuelven la vida al hermano y hacen desaparecer a la madrastra.

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En la provincia de Cádiz también fue recogido por Larrea (“La madrastra y el pajarito”), Francisco Vegara (en Ruiz Fernández, “Periquito y Mariquita”) y en las recopilaciones coordinadas por García Surrallés (ver en Sandubete y en García Surrallés), estas últimas con el mismo título que el nuestro.

24. La princesa de la capa de cerdo 510 [CENICIENTA] Sin datos de informante

Los Barrios

En un país lejano y maravilloso nació una preciosa niña, hija de los reyes del castillo. En aquel tiempo todo el mundo era feliz. Bueno, todos menos los tíos de la niña, que, como no podían tener descendencia, estaban celosos de la felicidad de sus hermanos y odiaban a la chiquilla. Eran tan malvados que un día decidieron raptar a la princesa y se la llevaron a unos campesinos para que la criaran como si fuera su hija. Y les dieron una bolsa de dinero para que nunca contaran aquello a nadie. La niña fue creciendo cada vez más hermosa, pero la gente se metía con ella porque siempre iba vestida con una capa hecha con la piel de un cerdo. La piel echaba un olor inaguantable y todo el mundo evitaba pasar por su lado o se acercaban para reírse de ella. La muchacha se sentía mal y se echaba a llorar. Un día pasó por allí una mujer muy dulce y la vio llorando. Y le dijo: -Mira, si te bañas con estas hierbas te va a cambiar la suerte. La muchacha hizo lo que le dijo. Se metió en el río y se bañó y enseguida se le fue el mal olor de la piel del cerdo.

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Pasó por allí un príncipe que venía de muy lejos y que iba de visita al castillo de los padres de la muchacha. El príncipe se quedó prendado de ella, así que le pidió que lo acompañara en su viaje. Ella le contestó que también tendrían que ir sus padres, los campesinos, y eso hicieron. Cuando llegaron a palacio, los campesinos, al ver lo tristes que estaban los reyes desde que su hija había desaparecido, contaron la verdad: que los tíos de la niña les habían dado dinero para que se quedaran con ella. Los reyes escucharon a los campesinos y abrazaron a su hija, que, como ya no era ninguna niña, se casó con aquel rico príncipe que había venido de visita. Y sus malvados tíos fueron expulsados del reino. □□□ Caso claro de profundo deterioro de un cuento maravilloso. Conservando los rasgos más generales, este relato ha perdido detalles significativos como la presencia de elementos mágicos que auxilien a la protagonista (las hierbas que recibe sólo tienen un efecto higiénico) o la forma de resolver el problema. Desgraciadamente, este es el estado en que se recogen actualmente muchos cuentos folklóricos porque, aunque siguen siendo tradicionales, han perdido su popularidad.

25. Las tres hermanas 707 [EL PÁJARO QUE HABLA, EL ÁRBOL QUE CANTA Y LA FUENTE DE ORO] Sin datos de informante

La Línea de la Concepción

Había una vez tres hermanas que vivían con su padre. Un día el hombre tuvo que marcharse y las dejó solas, pero antes les advirtió:

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-No salgáis mucho de casa, pues en el palacio de enfrente vive un rey que está buscando una muchacha para casarse con ella. La hija mayor no dio importancia a lo que dijo su padre, así que convenció a sus dos hermanas para que la acompañasen al palacio. Así la vería el rey y se casaría con ella. Cuando el rey las vio, no se enamoró de la mayor sino de la más pequeña. Rápidamente ordenó preparar la boda porque a los pocos días tenía que marcharse a la guerra. Y las dos hermanas mayores, en vez de estar contentas, sintieron mucha envidia de la pequeña. Se casaron y el rey se marchó a la guerra como tenía previsto. Su esposa, al quedarse sola, llamó a sus hermanas para que le hicieran compañía en el palacio. Una vez allí les contó que estaba esperando un niño que iba a tener un lucero en la frente. Pasaron los meses y dio a luz un niño y una niña y los dos tenían el lucerito en la frente. Las hermanas escribieron rápidamente una carta al rey contándole que su esposa había parido dos elefantes en vez de dos niños. Y el rey, enojado, ordenó que encerraran a su esposa en una celda y que sólo la alimentaran con pan y agua. Las hermanas aprovecharon, metieron a los niños en un cesto, les pusieron un poco de dinero y lo dejaron en el río para que se los llevara la corriente lejos de allí. Pero no ocurrió así. El cesto fue encontrado por un molinero que tenía su molino un poco más abajo, muy cerca del palacio. El molinero crió a los niños y cuando fueron los suficientemente mayores les contó que él no era su verdadero padre y que se los había encontrado en el río. Con el dinero que llevaban en el cesto, que todavía conservaba, les compró a cada uno un caballo y los dejó que salieran en busca de sus verdaderos padres.

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Por el camino, los niños se encontraron con un pájaro encantado que les contó toda la verdad. Los niños cubrieron entonces los luceros de sus frentes con pañuelos para no ser reconocidos. Y así decidieron ir todos los días a palacio hasta que el rey se fijase en ellos. Tanto visitaron el palacio que un día el rey incluso los llegó a invitar a comer. El pájaro encantado les dijo que tuvieran cuidado de que el rey no comiera nada porque la comida, ese día, iba a estar envenenada. Cuando le sirvieron la comida al rey, los niños le avisaron y pidieron que un gato la probara antes. El gato se murió de inmediato. El rey, agradecido, les dijo a los niños que pidieran lo que quisieran a cambio y ellos pidieron que llevaran otro filete a la mujer que estaba presa. -¿A la mujer presa? Hace mucho tiempo que no come y se va a ahogar con el filete. Los niños dijeron entonces: -¿Cómo se va a ahogar con un miserable filete? Una mujer que fue capaz de tener un niño y una niña con un lucero en la frente no puede ahogarse con un filete de nada. Los niños se quitaron las vendas de la frente y todos pudieron ver los luceros que tenían. Sus tías, comprendiendo que se iba a descubrir todo, se tiraron por un balcón y murieron. Los niños y el rey fueron inmediatamente hacia el cuarto donde estaba la madre, abrieron la puerta y la sacaron. Todos se abrazaron y el rey le pidió perdón por haber creído a sus cuñadas. Desde entonces vivieron felices para siempre. □□□ Versión algo deteriorada del pájaro sabio, el agua que canta y la fuente de oro, que ha perdido algunos de sus objetos mágicos y que, por ello, deja el peso de la trama en la

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persecución psicológica que sufre la joven reina a manos de sus dos hermanas.

26. Los hijos de palo 707 [EL PÁJARO QUE HABLA, EL ÁRBOL QUE CANTA Y LA FUENTE DE ORO] Francisca Mena Guerrero

Casares

Había una vez tres hermanas modistas. Un día estaban hablando y dijo la mayor: -Si yo me casara con el rey, cuando tuviera un hijo le haría una mudita con una cáscara de nuez. Y dijo la segunda hermana: -Pues si yo me casara con el rey, cuando tuviera un hijo le haría una mudita de cáscara de almendra. Y la pequeña dijo: -Si yo me casara con el rey, tendría dos niños mellizos que serían sabios y tendrían dos luceritos en la frente. Antiguamente, el rey mandaba espías por el reino para que escucharan por las puertas. Uno de ellos escuchó lo que la muchacha había dicho y el rey, al enterarse, la mandó llamar. -¿Es cierto que lo que me han dicho, que tendrías dos niños mellizos, sabios y con luceros en la frente? La muchacha respondió: -Sí, majestad, es cierto. -¿Te quieres casar conmigo? -Sí. Cuando se casaron, había una guerra y el rey se tuvo que ir a luchar, así que la muchacha se quedó sola y se llevó a sus dos hermanas a palacio. A los nueve meses tuvo dos niños preciosos con un lucerito en la frente. A

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las dos hermanas les comía la envidia, así que decidieron mandarle una carta al rey en la que ponían que su hermana pequeña le había engañado, que no había tenido dos niños normales sino dos niños de palo, y que después ella había muerto. Las dos hermanas cogieron a los niños, los metieron en una caja y los tiraron al mar y a la madre la metieron entre dos paredes para que muriera asfixiada. Cerca del palacio vivía una viejecita que iba todos los días a la playa a recoger las cosas que las olas arrastraban hasta la orilla. Una mañana, la vieja fue al mar y vio la caja, la abrió con cuidado y vio a los dos niños con el lucero en la frente. La mujer se los llevó a su casa y le puso un pañuelo en la frente para que nadie les viera los luceros. Cuando los niños se iban haciendo mayores, les fabricó unos borriquitos de madera y les sembró hierba en el patio de la casa para que no salieran a la calle. Desde un balcón de palacio se veía el patio de la casa de la vieja. Cuando el rey regresó de la guerra, todos los días se asomaba al balcón y veía a los niños jugando, que les sorprendían mucho por llevar la frente tapada. Un día que jugaban a darles hierba a los borriquitos de madera, el rey les gritó desde el balcón: -Niños tontos, niños humanos, ¿los burros de palo comen hierba? Y los niños le contestaron: -Rey tonto, rey humano, ¿las mujeres de carne y hueso tienen hijos de palo? Al escuchar esto, el rey les preguntó: -¿Y cómo sabéis eso? -A usted le dijeron que nuestra madre había tenido hijos de palo. Mi madre está encerrada, pero todavía sigue con vida.

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Cuando el rey escuchó esto, se llevó a los niños y rescató a la madre que llevaba mucho tiempo encerrada entre dos paredes y sin comer. Cuando la rescataron, el rey mandó matar a las hermanas de la muchacha, pero ella y sus hijos se opusieron, que era mejor que se las llevaran lejos de allí. Así lo hizo y así se acabó este cuento. □□□ En esta versión, los objetos mágicos han sido sustituidos por la estratagema que la anciana donante utiliza para llamar la atención del rey. El único elemento mágico que se conserva en el relato es el lucerito en la frente de los hermanos, en este caso marca de astucia e inteligencia más que de poderes sobrenaturales.

27. La sirenita del mar 366 + 316 [ASADURA DEL MUERTO + LA SIRENA DE LA MAR] Sin datos de informante

Tarifa

Había una vez un matrimonio que vivía con su hija en una casita. El padre era pescador y conocía los peligros que se podían encontrar en la mar. Muchas veces había llegado a su casa contando que una enorme orca había sacado la cabeza del agua y lo había mirado de mala manera o que había perseguido su barco hasta golpearlo. Precisamente por eso, como la niña era muy desobediente, el padre la amenazaba diciéndole que un día de esos vendría una sirena y se la llevaría al fondo del mar. La madre se reía de esas cosas y la niña seguía sin hacerles caso ni a uno ni a otro. Un día, la madre la mandó a la plaza y le dijo que no se entretuviera por el camino. La niña no hizo caso y se

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fue al muelle a ver cómo sacaban las cajas de pescado de los barcos. Cuando se vino a dar cuenta se le había hecho tarde, así que fue corriendo a la plaza, compró lo que le había encargado su madre y se fue por el camino más corto, que era el de la playa. Allí le salió del agua una sirena que le dijo: -Mariquita, soy la sirenita del mar y a ti te vengo a buscar. Mariquita corrió y se alejó de la orilla, pero otra vez escuchó la voz de la sirena que parecía que la estaba persiguiendo: -Mariquita, soy la sirenita del mar y a ti te vengo a buscar. La niña corría y corría hasta que llegó a su casa. Entró, cerró la puerta y se lo contó a su madre, que, como estaba muy preocupada por lo que había tardado, no le hizo caso y la castigó en su cuarto. A esto que la niña volvió a escuchar: -Mariquita, soy la sirenita del mar y a ti te vengo a buscar. -Mamaíta mía, que es la sirenita del mar. -Calla, niña, que ya se irá. Pero la sirena seguía: -No me voy, que a tu cuarto voy. -Mamaíta mía, que me viene a buscar. -Calla, niña, que ya se irá. -No me voy, que en tu cuarto estoy. Así llegó la sirena hasta el cuarto de la niña y, sin que su madre se diera cuenta, se llevó a la niña y nunca más se supo nada de ella. □□□ Esta descarnada versión marinera de “La media carita” o de “Mariquilla ura ura” (ver la incluida en Cien cuentos populares andaluces) llama la atención sobre todo por el final,

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que huye de desenlaces tranquilizadores. Se hace hincapié en el mar como lugar temible, consideración justificada entre pescadores y marineros de zonas con grandes temporales, como es el caso del Estrecho de Gibraltar. En cuanto a su catalogación, hemos considerado que se trata del tipo 316, en el que una sirena representa el papel del malvado secuestrador, desarrollado sobre la estructura del 366, conocido como “La asadura del muerto”.

28. Los hijos del azafranero y el gigante 315 [LA HERMANA TRAIDORA] Pilar Pecino Quiñones

Los Barrios

Pues señor, esto era un azafranero que se dedicaba a vender azafrán. Una vez que había tenido un día malo, que no había vendido nada, cuando iba de vuelta, se encontró con un viejo que le dice: -¿Qué hay, amigo, cómo se ha escapado hoy? -Pues malamente. Y le dice el viejo: -¿Sabe usted lo que tiene que hacer? Coger a un hijo y a una hija suyos, meterlos en un arca y echarla río abajo. Les echa usted comida y donde se pare el arca, pues que abran y que salgan, que ya buscarán su destino. El hombre tenía muchos hijos. Y dice uno: -Papá, yo me voy a meter. Y una hija lo mismo: -Venga, pues yo también. Y se metieron los dos. Y pasaron muchos días dentro del arca comiendo unas roscas de pan que les había metido su padre. Y cuando ya se paró el arca, salieron y se encontraron en un camino. Solamente les quedaban tres roscas.

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Iban andando sin rumbo fijo y en el camino les salió un perro grande. El muchacho halagando al perro, venga halagarlo, y ella: -¿Qué querrá este perro? -A lo mejor es que tiene hambre. Vamos a echarle una rosca de estas. -Sí, hombre, tenemos tres y sin saber cuándo vamos a comer, ¿cómo le vas a echar una rosca al perro? -Anda, yo se la voy a echar. Y le echó una rosca al perro. Y ya sólo les quedaban dos. Siguieron andando, andando, andando, y a los cinco minutos, ¡otro perro! Y pasó exactamente igual. El hermano le echó otra rosca, aunque ella no quería. Y los dos perros se fueron con ellos. Y más adelante, otro perro, y también le echó la rosca. Los tres perros se comieron las tres roscas y ellos se quedaron sin nada que comer. Se encontraron un castillo viejo y entraron a pasar la noche. Era todavía de día y el muchacho dijo: -Voy a salir a ver si encuentro algo de comer, un conejo, un pescado o algo. Y cuando él estaba buscando la cacería, ella se quedó sola allí y apareció un gigante que le dice: -Mira, tú te puedes quedar, pero a tu hermano no lo quiero aquí. Trata de deshacerte de él y tendrás aquí comida y todo lo que tú quieras. Y ella le preguntó: -¿Y cómo lo hago? El gigante le dio una porra y le dijo: -Mira, tú te pones detrás de la puerta y, cuando él vaya a entrar, tú le das un porrazo en la cabeza y lo matas. Y ella: -Bueno.

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Vino el hermano y ella lo esperaba detrás de la puerta, pero como los perros se le adelantaron, se liaron con ella y no pudo darle con la porra. Los perros lo habían salvado. Al otro día, el gigante le dice: -Tú te deshaces de él como puedas. Vete con él al campo. Y ella le dijo al hermano: -Yo voy a ir contigo de cacería. Al pasar por la vera de un pozo que no tenía ni cubo ni nada, dice ella: -Me ha entrado sed. Cógeme un poquito de agua aunque sea con las manos. Se agacha el muchacho a sacarle agua con las manos y la hermana le dio un empujón y lo tiró al pozo. Ella salió corriendo para el castillo y los perros rápidamente echaron mano de las ropas del muchacho y lo sacaron. Y ya se dio cuenta él de por qué su hermana siempre le estaba chillando: “Esos perros, ¿por qué no los matas, por qué no te deshaces de ellos?”. Pero a él le daban lástima los perros. Bueno, cuando él llegó al castillo, ella le preparó la comida y se la envenenó. Pero él tenía la costumbre, antes de comer, de echarles a los perros unos trocitos de su propia comida. Y ese día los perros no quisieron probar ni un bocado. -¿Qué les pasará a los perros que no quieren comer? Cuando él fue a llevarse una cucharada a la boca, los perros le tiraron la cuchara y no lo dejaron comer. Y así una y otra vez. Y ella quejándose: -¡Y estos perros, que no te van a dejar comer! Ya él se dio cuenta: -Pues estos perros, cuando no quieren comer es por algo. Y ya él no comió tampoco.

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El gigante le dijo a ella que, como no había podido matar a su hermano, que se fueran de allí. Y se fueron, pero esta vez cada uno cogió por un lado. Él llegó cerca de un pueblo y, como no tenía nada para comer, se metió debajo de un puente a descansar. Los perros se separaron de él y al ratito volvió uno con un pan en la boca, el otro con una botella de vino y el otro con un plato de comida. Por lo visto, lo habían cogido de una mesa de una casa y, claro, la criada echó en falta el plato de comida: “Aquí falta un plato, yo juraría que aquí había tantos platos...” Al otro día pasó lo mismo y al otro también, así que la criada se lo contó al dueño de la casa y él mandó seguir a los perros, porque era algo misterioso: los perros nunca llevan comida a nadie, ellos se comen la comida que se les dé. Cuando encontraron al muchacho, lo llevaron a la casa y se enamoró de la hija del dueño y se quedó allí y se casó con ella. Resultó que su hermana también había llegado a aquella casa y estaba trabajando de criada. Y la noche de boda, la hermana le puso en la almohada unos pinchos, unas agujas, para que se las clavara cuando se acostara. Él se acostó y se clavó una en un lado, otra en otro y así hasta tres, y amaneció muerto. Ya lo tenían preparado para llevárselo cuando los perros levantaron la tapa de la caja y empezaron a buscar con la lengua por la cabeza del muchacho. El dueño de la casa y todos los que allí había se quedaron mirando a ver qué es lo que buscaban. Los perros sacaron las tres santas, los tres clavos que se había clavado, y el muchacho ya abrió los ojos. En ese momento, los perros se convirtieron en tres hombres. Los había enviado el viejo que se encontró su padre aquel día que no había vendido nada para que lo protegieran, porque sabía que su hermana no era buena.

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A ella la deportaron y él y los demás se quedaron allí y vivieron felices. □□□ Encontramos en este cuento el motivo de los hijos abandonados en el río, con la particularidad de que en esta ocasión no se trata de niños recién nacidos, sino de jóvenes que deciden por sí mismos. Como ya apuntáramos en otros trabajos, las características de los personajes están llevadas al límite con objeto de dejar muy claro lo que se busca representar; así, la hermana lo traiciona una y otra vez con una crueldad y frialdad extremas y él, por el contrario, permanece ajeno a las fechorías con una enorme dosis de ingenuidad.

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Niños valientes 29. El viejecito y los tres hermanos 480 + 551 [LAS MUCHACHAS AMABLE Y ANTIPÁTICA + LOS HIJOS EN BUSCA DE UN REMEDIO MARAVILLOSO PARA SU PADRE] Cristina Harillo Muñoz

Algeciras

Junto a un hermoso bosque vivía una familia compuesta por un matrimonio y tres hijos: Ricardo, Roberto y Rodrigo. Eran muy pobres, se mantenían de lo que recogían de su huerto y de la venta de leña en una aldea bastante alejada, de la que el padre siempre regresaba muy agotado. Un día, los padres cayeron enfermos y, como no tenían nada para comer, reunieron a sus hijos. El padre les dijo: -Hijos míos, vuestra madre y yo estamos enfermos. Debéis ir vosotros a buscar comida. Primero irás tú, Ricardo, que eres el mayor, y los dos pequeños os quedaréis en casa. Así se hizo. A la mañana siguiente, Ricardo salió muy temprano a buscar comida. Después de andar mucho y no encontrar nada, se sentó en un claro del boque para descansar y comer un poco del pan duro que su madre le había entregado, cuando vio venir hacia él a un anciano que caminaba descalzo apoyándose en un bastón y que vestía una túnica muy vieja. Al llegar a él, el anciano le dijo: -Por favor, ¿me puedes dar un poco de pan? No como desde hace una semana y tengo mucho frío. Ricardo le respondió:

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-Vete. Si tú tienes hambre yo también la tengo y mis padres y hermanos también, y por eso he salido a buscar comida. Déjame en paz y vete. El anciano le dijo: -Por tu mal corazón andarás, andarás y no encontrarás comida. Es mejor que te vuelvas a tu casa. Ricardo no le hizo caso y siguió su camino. Cuando pasaron varios días, olvidando por completo al anciano, tuvo que regresar a su casa diciéndoles a sus padres que no había encontrado nada para comer. El hermano mediano, Roberto, dijo entonces a sus padres que él sí encontraría comida y se fue al bosque por el mismo camino por el que había venido su hermano, encontrándose al anciano. El viejecito le volvió a pedir comida y Roberto le contestó lo mismo que su hermano, por lo que el anciano le respondió de nuevo: -Por tu mal corazón andarás, andarás y no encontrarás comida. Es mejor que te vuelvas a tu casa. Cansado Roberto de buscar sin encontrar nada, regresó a los pocos días a su casa llorando y con las manos vacías. Ocurrió entonces que el hermano pequeño, Rodrigo, pidió su oportunidad: -Dejadme ir. Soy muy pequeño, pero conozco el bosque mejor que mis hermanos y estoy seguro de que encontraré algo para comer. Aunque sus padres se opusieron, tanto insistió Rodrigo que al final lo dejaron ir, recomendándole que tuviera mucho cuidado con los animales salvajes y que para dormir se subiese a un árbol. A pesar de tantas advertencias, Rodrigo iba muy confiado y alegre. Era la primera vez que confiaban en él y tenía la seguridad de que podría ayudar a su familia. Cansado de andar, se sentó a beber agua y a comer pan duro, cuando se le acercó el mismo anciano que a sus hermanos, descalzo y apoyado en un bastón.

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-Por favor, ¿me puedes dar un poco de pan? Llevo mucho tiempo sin comer y tengo mucho frío. Rodrigo se levantó y le dijo: -Por favor, venerable anciano, sentaos junto a mí y compartid conmigo lo poco que tengo. Como veis, sólo es un trozo de pan duro, y es que mis padres no tenían nada más que darme. El viejecito se sentó junto a él y le preguntó qué hacía en el bosque siendo tan joven. Rodrigo le habló de las desgracias que había en su casa y le contó que sus hermanos habían intentado encontrar comida pero que habían vuelto sin nada. El anciano se levantó y le dijo: -Ve hacia el norte por ese camino y encontrarás lo que buscas, porque tienes buen corazón y te mereces lo mejor. Al decir eso, el anciano desapareció. Sorprendido, Rodrigo echó a andar por el camino indicado y, al doblar un recodo, se encontró de frente con una hermosa casa que brillaba como el sol. Al acercarse a ella ¡oh, sorpresa!, observó que era toda de oro y piedras preciosas. Figuraos la alegría de Rodrigo: bailaba, cantaba, gritaba. Corriendo y sin pensarlo salió en busca de sus padres. Cuando lo vieron llegar se asustaron, pero luego Rodrigo les explicó lo que había encontrado y bailaron todos con él, siendo muy felices para siempre. □□□ Esta adaptación, posiblemente dirigida a una audiencia infantil, puede proceder de cualquiera de los tipos que incluyen el viaje de los hermanos para solucionar la carencia familiar, sólo que en este caso no se busca un remedio mágico para el padre enfermo ni el ayudante proporciona objetos extraordinarios con los que vencer a algún ogro; tampoco

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encontramos otros elementos identificadores como el encuentro amoroso o la boda final. Estos signos de deterioro, que merman el texto desde el punto de vista antropológico, han sido sustituidos por recursos descriptivos y evocadores, con una clara intención estética. No obstante, conserva elementos que permiten ubicarlo cerca del tipo 551 de Aarne-Thompson.

30. Miguelito y el gigante 327B [EL ENANO Y EL GIGANTE] Sin datos de informante

Los Barrios

No muy lejos de aquí, puede que haga varios cientos de años, vivía una familia humilde y trabajadora. El padre era zapatero y la madre trabajaba en la casa y en el huerto. Tenían un niño y una niña, Miguelito y Mariquita, que ayudaban a sus padres todo lo que podían. Y Miguelito, mientras trabajaba en el taller, escuchaba las historias que su padre le contaba. Un día le contó que su abuelo había fabricado una vez unas botas para un gigante. Eran unas botas de un material especial, tanto que aquella persona que las tuviera podría recorrer más de mil leguas en pocos pasos. El gigante se había hecho inmensamente rico gracias a aquellas botas. Miguelito se quedó prendado con aquella historia y no dejó de pensar en ella en mucho tiempo. Pasaron los años y su padre enfermó. El dinero escaseaba en la casa y Miguelito, que ya no era tan niño, decidió marcharse en busca de aquel gigante que había conocido su abuelo. Se lo contó a su hermana y no tardaron en ponerse en marcha, cruzando el valle y llegando hasta el otro lado de las montañas.

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Allí todo era grandioso: árboles gigantescos, mucho silencio... y a lo lejos, un enorme castillo del que sobresalía un alto torreón. Los dos hermanos llegaron al castillo y, llenos de miedo, llamaron a la puerta. De pronto salió una enorme mole. Era el gigante. Los niños se quedaron mirándolos sin saber qué hacer, hasta que el gigante les preguntó: -¿Qué hacéis en mis tierras? Miguelito contestó: -Hemos oído que las botas que le hizo mi abuelo se le han roto. -¡Oh, qué oído más fino tenéis! Entrad, entrad, estaréis hambrientos. Los niños entraron y el gigante les ofreció carne y frutas mientras les decía: -Mañana empezaréis el arreglo de mis botas. Ahora podéis comer y dormir tranquilamente. Por la noche, mientras el gigante dormía, Miguelito y Mariquita recorrieron el castillo buscando el tesoro del gigante hasta que dieron con él. A la mañana siguiente, se levantaron muy temprano y se pusieron a arreglar las botas. Estuvieron varios días trabajando y a Miguelito se le ocurrió un plan: cogerían el oro y lo meterían en las botas, ellos se meterían también y saldrían corriendo. Pero, para que el gigante no sospechara, tendrían que hacer unas botas idénticas a las de verdad. Aprovecharon una de las borracheras del gigante para llenar las botas de monedas de oro y salir corriendo. Cuando el gigante despertó, vio que los niños le habían robado el oro y se habían marchado, así que se puso las botas de pega y salió detrás de ellos: -¡Os cogeré, ladrones! Las botas de los niños pesaban mucho con el oro y el gigante se iba acercando cada vez más. Entonces, los

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niños tiraron la mitad del oro y saltaron por un precipicio desde una montaña hasta otra. El gigante quiso hacer lo mismo, pero como sus botas no eran las de verdad, cayó al vacío y se murió. Los niños llegaron al pueblo y solucionaron los problemas de su familia y los de todos los vecinos. Desde entonces se convirtió en un pueblo rico y Miguelito, un día, decidió esconder las botas en algún sitio, pues ya no le hacían falta. Lo que no se sabe es dónde. □□□ Versión particular del popularísimo “Pulgarcito” o del español “Periquín y el gigante”. En el nuestro no conocemos a las hijas del ogro sino que el informante se centra en la misión que ha llevado a los niños hasta el castillo.

31. El niño y el gigante 327B + 810 [ENANO Y GIGANTE + LAS TRAMPAS DEL DIABLO] Dolores Villatoro Centella

Algeciras

Corrían tiempos difíciles, había mucha hambre y un padre de familia decidió salir a buscar leña para luego venderla y ganar algo de dinero con el que poder alimentar a los suyos. Buscando la leña, se fue adentrando en los dominios de un gigante al que todo el pueblo temía porque se decía que era un mago malvado. ¡Cuánta leña había! El hombre pensó que el gigante no podría enfadarse por algo de leña que él cogiera. Pero, cuando más contento estaba, apareció el gigante malhumorado y le gritó:

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-¿Qué haces en mis tierras? ¿No sabes que puedo matarte? -Perdóneme, sólo quería un poco de leña. Le prometo que haré lo que usted quiera. -Yo necesito tu trabajo –gruñó el gigante-, pero te dejaré coger toda la leña que quieras a condición de que cuando llegues a tu casa me mandes lo primero que veas. El pobre hombre se quedó callado por un momento, sin atreverse a contestarle, pensando que su perro, un animal cariñoso como pocos, siempre salía a recibirle. Sin embargo, tenía que aceptar la condición del gigante porque sus hijos tenían que comer, así que le dio su palabra y le dijo que, fuera lo que fuera, lo primero que viese al llegar a su casa se lo enviaría. Cogió toda la leña que pudo, la cargó en su carro y se encaminó hacia su casa soñando con el dinero que obtendría de la venta. Pero cuando llegó a su casa, cuál no sería su sorpresa cuando vio que esta vez era su hijo menor quien salía a recibirle y se agarraba a sus piernas. Su rostro se nubló de tristeza, pero su palabra estaba dada. El hombre volvió a las tierras del gigante y, no sin dificultades, puedo llegar a un acuerdo con él: dejaría que el niño viviera con su familia mientras fuera menor de edad. Pero el tiempo pasa volando y cuando el muchacho cumplió la mayoría de edad, vino su padre hasta él y le explicó lo ocurrido. El pobre hijo no tuvo más remedio que irse a vivir con el gigante. La primera noche se detuvo en una posada. El posadero le preguntó que a dónde se dirigía y él le contestó que al castillo de Irás y No volverás. El posadero le deseó suerte y le regaló un perro, diciéndole que además de hacerle compañía le sería de gran utilidad. Eso mismo le sucedió en otras dos posadas en las que pasó las dos noches siguientes, pues el castillo estaba a

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tres días de camino con sus tres noches. Y en las tres posadas le regalaron tres perros que se llamaban Collar de Plata, Collar de Oro y Cocurrillo. Cuando llegó al castillo ya era de noche y lo recibió el ama del gigante, que le dio de comer y lo mandó a dormir, avisándole que al día siguiente lo recibiría el gigante. El muchacho estaba un poco asustado, pero le reconfortaba la compañía de sus perros, así que pensó que nada podría pasarle mientras estuviera con ellos. Le dio las buenas noches al ama y le ofreció sus servicios. El ama, que era una mujer de buen corazón, se entristeció, pues conocía las intenciones del gigante. Bien temprano, a la mañana siguiente, ya estaba el gigante esperándolo loco de contento, pensando que tenía un esclavo más al que reventar trabajando. Y durante un tiempo fue así. El muchacho obedecía y cada vez estaba más convencido de que el gigante era así por haber estado siempre solo, y que con el tiempo cambiaría. Un día, el gigante quiso pegarle para descargar su ira sobre él. Cuando estaba a punto de ponerle la mano encima, Collar de Plata, Collar de Oro y Cocurrillo le saltaron al cuello y no lo mataron porque el joven se compadeció de él y mandó que se retiraran, aunque antes le hizo prometer que nunca más abusaría de la gente. El gigante tuvo que aceptar y, desde ese momento, todos los esclavos que tenía recuperaron su libertad. El gigante se quedó en el castillo como socio del muchacho, que convirtió aquello en un lugar tranquilo y sin peligros. Por eso es que, desde hace mucho tiempo, ya no se habló más del castillo de Irás y No volverás. Porque todo el que iba volvía sin ningún problema. □□□ A pesar de encontrar aquí diversos motivos maravillosos (animales como ayudantes sobrenaturales, castillo de Irás y No

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Volverás como lugar de llegada y escenario de liberación, gigante como personaje malvado y el pacto del padre poniendo en peligro la vida del más pequeño de sus hijos), el desarrollo de la historia, las acciones de unos y otros y, sobre todo, la resolución final no responden al esquema de este tipo de cuentos, lo que, como en otros casos, no es sino señal de adaptación.

32. El listo de la familia 327A [LA BRUJA ARROJADA A SU PROPIO HORNO] Zohra Slafti

Algeciras

Había una vez una familia que estaba compuesta por los padres y tres hijos. El más pequeño era muy listo y, precisamente por eso, sus dos hermanos mayores lo odiaban. Un día los tres niños se fueron al campo con su padre y empezaron a jugar, sin darse cuenta de que se alejaban. La noche se les echó encima rápidamente y tuvieron que buscar un sitio donde resguardarse del frío y de las fieras. Empezaron a caminar y encontraron una casa muy vieja. Cuando llamaron a la puerta les respondió una voz que daba mucho miedo y que decía: -¿Quién es? Los niños querían salir corriendo, pero estaba todo tan oscuro que no pudieron ni moverse. Se abrió la puerta y apareció una vieja que les dijo: -Pasad, pasad. ¿Tenéis hambre? -Sí. -Pues os voy a preparar la cena. La vieja preparó una comida en la que echó unas hierbas para que los niños se quedaran dormidos. Los dos hermanos mayores comieron sin darse cuenta de eso,

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pero el pequeño, que la había estado vigilando, se aguantó y no comió nada, así que pudo quedarse despierto. Entonces la vieja le preguntó: -¿Y tú no comes? Y el niño le contestó: -Es que a mí me gusta la comida más caliente que a mis hermanos. Cuando vea que se enciende esta piedra del hogar, ya estará la comida a mi gusto. La vieja echaba más y más leña al fuego a ver si la piedra se encendía, pero no había manera. Entonces el niño le preguntó a ella: -¿Y usted cuándo va a comer? -¿Yo? Cuando los perros empiecen a ladrar y los caballos a relinchar. El niño se dio cuenta de que esa era la señal que esperaba la vieja para comérselos, así que le pidió salir fuera para hacer sus necesidades y, cuando salió, desató a los perros y a los caballos y los animales se escaparon. La vieja estuvo toda la noche esperando la señal, pero, como no se oía, se quedó dormida y el niño aprovechó el descuido para despertar a sus hermanos y escapar de allí. Estaba ya amaneciendo y la poca luz que había les bastó para ver el camino de regreso a su casa. □□□ Faltan algunos elementos, como las manifestaciones de envidia de los hermanos (aquí sólo mencionada) o la forma de deshacerse definitivamente de la bruja, que, según el tipo 327A, suele ser arrojándola en el fuego, y que en este caso ha sido sustituida por una huida. Hemos incluido este texto que procede del norte de África como botón de muestra de los paralelismos y diferencias que existen entre los cuentos maravillosos de uno y otro lado del Estrecho. Así, sobre un esquema ampliamente difundido en Europa (en torno al tipo 327 de Aarne Thompson), hallamos un desarrollo distinto, lo que hace difícil su catalogación exacta.

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En un trabajo específico sobre esa zona ahondaremos en este asunto.

33. Juanito el cabrero 550 [LA BÚSQUEDA DEL PÁJARO DORADO] Ana Catalina Mateo Barrera

Paterna de Rivera

Juanito el cabrero era un niño que trabajaba guardando cabras. Un día pasó un pájaro que tenía plumas de colores y se le cayó una pluma al lado de Juanito. Él se la enseñó a su abuela y ella le dijo: -Llévasela al rey. Juanito le llevó la pluma al rey. El rey lo recibió y le dijo: -Lo mismo que me has traído la pluma me tienes que traer el pájaro. Juanito volvió llorando, pero su abuela le dijo que no se preocupara, que cogiera una jaula con muchos lazos de colores y la pusiera en un árbol. Cuando el pájaro entró en la jaula, Juanito jaló con una cuerda y lo cogió. Se lo llevó al rey y este le dijo que si había llevado el pájaro también podría llevar al dueño del pájaro. Juanito vino otra vez llorando. Su abuela le dijo que no llorara y que se fuera a la playa, que allí estaba la princesa, que era la dueña del pájaro. Y así, Juanito y la princesa se presentaron ante el rey. Pero a la princesa se le había perdido su anillo en la playa y el rey le ordenó que llevara también el anillo perdido. Otra vez se vino Juanito llorando. Su abuela le volvió a preguntar lo que le ocurría y le dio la solución, que era ir a la playa y hablar con el rey de los peces. Fue Juanito y habló en el rey de los peces, que cogió una trompeta,

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llamó a todos los peces y les mandó que encontraran el anillo. Y lo encontraron. Juanito fue y se lo llevó al rey. Cuando llegó a palacio se enteró de que la princesa se casaría con quien se metiera en un caldero de agua hirviendo sin que le pasara nada. Juanito se lo contó otra vez a su abuela y ella le aconsejó que fuera a ver al Rey de la Cólera. Fue Juanito, habló con ese rey y volvió al castillo donde estaban buscando al futuro marido de la princesa. Vio entonces que un caballero se metía en el caldero caliente y salía achicharrado. Y la gente gritaba: -¡Que se meta Juanito, que se meta Juanito! Juanito se metió a la vez que decía: -¡Rey de la Cólera, sálvame! Salió del caldero y no le había pasado nada. Juanito se casó con la princesa y fueron felices. □□□ La sucesión de heroicidades llevadas a cabo por un niño de corta edad (a tenor de su reacción ante las adversidades) permite, con la ayuda de una figura maternal, su paso a la edad adulta, pudiendo entregar la princesa encantada a sus padres y competir con caballeros en la conquista amorosa. El premio a su astucia y valentía no es sino el privilegio de entrar por la puerta grande en la clase gobernante, casándose con la princesa. Una trama básica de cuento maravilloso que tiene muchos paralelismos con el texto ruso “El pájaro de fuego y la bella Vasilissa”, del que incluso podría proceder habiéndose reincorporado a la tradición oral desde algún libro de Afanasiev (recordemos que la primera edición española de sus cuentos rusos aparece en 1923). Para conocer este relato, véase el libro de José Manuel Pedrosa El pájaro de fuego y otros cuentos populares rusos, de la Editorial Sendoa (Oiartzun, 2000), donde incluso se aporta una versión granadina.

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34. Juan sin Miedo 326A [ÁNIMA LIBERADA DEL TORMENTO] Manuel Roldán

Algeciras

Era un muchacho que, desde chico, nunca se había asustado con nada, era muy valiente. Por eso todos sus amigos lo llamaban Juan sin Miedo. Un día les dijo a sus padres: -Me voy a conocer el mundo, a ver si por fin encuentro algo que me asuste. El muchacho entró en pueblos abandonados, en castillos encantados, en cuevas... buscando el miedo, pero nada, no encontró a nadie que le diera un susto como Dios manda. Un día llegó a un pueblo y el alcalde le dijo que allí nadie se atrevía a entrar en una casa abandonada que había al final del pueblo. Era una casa medio en ruinas donde decían que había un fantasma que no dejaba salir al que entrara. Juan sin Miedo entró y se quedó allí a pasar la noche. Como veía que iban pasando las horas y se aburría, se puso a ordenar la habitación donde estaba y, en ese momento, le salió por la chimenea un león rugiendo. Juan Sin Miedo no se lo pensó dos veces y lo mató, le cortó la cabeza y la puso en la pared de adorno. Al ratito le salió un toro y le hizo lo mismo. Y después otra bestia y después otra. A eso de las doce escuchó gritos en la chimenea: -¿Caigo o no caigo? Y él contestó: -Cae. Y cayeron dos piernas solas, sin cuerpos ni ná. Al ratito, otra vez los gritos:

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-¿Caigo o no caigo? Y Juan sin Miedo: -Pues cae. Y cayeron dos brazos. Al rato, otra vez y cayó un cuerpo y al final una cabeza. -¿No tienes miedo? -¿Quién, yo? ¿Por qué voy a tener miedo? -Porque soy un alma en pena y ninguno de los que han venido hasta aquí ha podido aguantar el miedo al verme. -Pues yo sí, fíjate. -Entonces, muchas gracias. Ya me voy tranquilo. -¿Tranquilo? -Sí, porque hasta que no viniera alguien que aguantara toda la noche no me podía morir tranquilo. Ahora ya me puedo ir y tú te puedes quedar con la casa y con los tesoros que hay escondidos en la casa. Juan sin Miedo buscó y buscó hasta que encontró una cantidad grande de dinero y de joyas. Y ya fue rico. □□□ Esta versión del muchacho que quiere conocer lo que es el miedo, siendo similar a otras muy conocidas, incide más en su valentía y en la liberación del alma en pena que en la forma de asustar al joven, hecho que suele ocurrir a manos de su esposa, por lo general una princesa a la que conquista tras demostrar su valor.

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Cristo y San Pedro en la Tierra Cristo, San Pedro y a veces también San Juan se guardan para sí una serie de relatos que parecen estar hechos a su medida, a diferencia de aquellos en los que la Virgen o un santo ejercen como sustitutos de hadas y magos. Se trata de textos que combinan las situaciones milagrosas con la picaresca (caso de “Juan Pipeta”) o con la pobreza de los mortales (“Dios te lo pague”), dos aspectos tan característicos de la narrativa popular. Como veremos, las figuras bíblicas no se libran de las estratagemas de los personajes con los que se encuentran en su paseo por el mundo. En algunas versiones recogidas en la Península, San Pedro también aparece como un pícaro más, amigo del vino, del descanso y de las trampas.

35. Juan Pipeta 785 [¿QUIÉN SE COMIÓ LA CABEZA DEL CORDERO?] Antonia González Navarro

Algeciras

Esto era un hombre que no quería hacer la mili. Lo llevaron al cuartel y él se escapó y salió por esos campos a buscarse la vida. Caminando iba cuando se encontró a tres hombres. -¿Dónde van ustedes? -Vamos buscándonos la vida por ahí. -Pues yo me voy con ustedes. -No, con nosotros no, que nosotros nos vamos a quedar muy poco tiempo por aquí. -No importa, yo me quedo con ustedes el tiempo que sea.

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Y se fueron los cuatro. Por el camino vieron una casa vacía y se metieron los cuatro. Entonces le preguntaron los tres al hombre: -¿Tú cómo te llamas? -Yo, Juan Pipeta. -Pues yo Pedro, este se llama Jesús y éste Juan. El que se llamaba Jesús le dijo: Mira, Juan Pipeta, ¿tú ves aquellas cabras? Pues dile al pastor que te dé una. -Sí, hombre, yo le voy a decir que me dé una cabra y él me la va a dar. ¿Cómo va a ser eso si yo no lo conozco de nada? -Tú vas y se la pides. -Bueno, y una vez que me la dé, ¿cómo la traigo si no tengo cuerda para amarrarla? -Tú la llamas y ella se vendrá detrás de ti. -Sí, hombre, detrás de mí se va a venir la cabra. -Anda, Juan Pipeta, ve y lo haces. Y tú, Pedro, ve a aquel cortijo de allí y que te den pan. Y tú, Juan, tráete la leña para hacer de comer. Fue Juan Pipeta donde las cabras. -Mire, que aquel que está allí me ha dicho que coja una cabra. -Sí, hombre, coge la que quieras. Cogió una cabra y se la llevó adonde estaba Jesús. Luego vino Pedro con el pan y Juan con la leña. Y dice Juan: -¿Quién va a guisar la cabra? -Yo, yo –contestó Juan Pipeta-, que he sido cocinero. -Bueno, pues tú la guisas. Nosotros nos vamos por ahí y cuando vengamos comeremos. Juan Pipeta encendió la candela, partió la carne y vio que la asadura de la cabra estaba muy doradita. Cogió un pedazo y se lo comió y al ratito dice: “Yo me voy a

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comer otro trozo” y después otro y otro. Así, casi sin enterarse, se la comió toda. Al rato llegaron Jesús, Juan y Pedro. -¿Ya has guisado? Pues vamos a comer. Se pusieron los cuatro a comer y Jesús dijo: -Oye, Juan, ¿tú te has comido alguna tajada de asadura? -Yo no. -¿Y tú, Pedro? -Yo no. -¿Y tú, Juan Pipeta? -Mira este. ¿Tú te crees que yo voy a mirar lo que como? ¡Yo qué sé si me he comido la asadura o si era un trozo de carne! Al rato dice Jesús otra vez: -Juan, ¿tú has cogido una tajada de asadura? -Yo no. -¿Y tú, Pedro? -Yo tampoco. -¿Y tú, Juan Pipeta? -¿Otra vez me vas a calentar tú la cabeza con la asadura? Te he dicho que yo como y no sé lo que como. Cuando terminaron de comer, se entera Jesús de que cerca de allí se estaba muriendo un hombre muy rico. Por lo visto, todos los médicos lo habían visto ya y, al no poder salvarla, habían acudido a algún curandero a ver si lo podía curar. Dijo Jesús entonces: -Voy a ir a curarlo. Y Juan Pipeta: -Yo voy contigo. -No, yo tengo que ir solo, vosotros os quedáis aquí. -No, no, no, de eso ni hablar, yo voy contigo que seguro que tú le pides muy poco dinero. -Bueno, le pediré una cantidad grande pero tú te quedas aquí.

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-Que no, que yo voy contigo. -Bueno, venga, vente conmigo. Llegaron a la casa y Jesús dijo: -Vengo a curar al enfermo. -¿Y qué necesita usted? –preguntaron los de la familia. -Mira, en la habitación del enfermo me ponen una candela grande y comida para poder comer yo. Pusieron jamón, pan, fruta y una candela muy grande. Entonces dijo Jesús: -Juan, tú te quedas aquí y por este boquete miras todo lo que yo esté haciendo. Jesús cogió al enfermo, lo puso en la candela y lo quemó. Cogió la ceniza del enfermo, la puso en el suelo haciendo un montoncito y apagó la candela. Después sopló y salió el hombre muy hermoso y muy colorado. Y Juan Pipeta, mirando por el agujerito lo que había estado haciendo. -Bueno, aquí está el enfermo –dijo Jesús a la familia. Juan Pipeta le dijo a Jesús: -Ahora no vayas a pedir una porquería, pide un dinero bueno. Jesús pidió una cantidad y a Juan Pipeta no le pareció bien. -¿Ves qué poco has pedido? Llegaron a la casa y Jesús y sus dos amigos se despidieron: -Bueno, Juan Pipeta, nosotros nos vamos para el pueblo. -Pues yo me voy con vosotros. -No, con nosotros no. Voy a hacer las particiones del dinero que me han dado. Este montoncito para Juan, este para Pedro, este para Juan Pipeta, este para mí... Y sacó un montoncito más. Entonces saltó Juan Pipeta:

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-Pero... ¿no somos cuatro? ¿Por qué haces cinco montones? -Calla, Juan Pipeta. Toma, Juan. Toma, Pedro. Este para ti y este para mí. Y otra vez Juan Pipeta: -¿Y este para quién, eh? Y le contesta Jesús: -Este para el que se comió la asadura de la cabra. -Ah, pues yo, me la comí yo. -Bueno, pues quédate con todo el dinero, que nosotros nos vamos. Se fueron y se quedó Juan Pipeta solo. Entonces escuchó que había un hombre en el pueblo que estaba enfermo y que daban mucho dinero al que lo curara. “Pues yo lo voy a curar, que ya he visto cómo lo hacía Jesús”, pensó Juan Pipeta. -Vengo a curarlo –le dijo a los familiares. -¿Qué necesita usted? -Pues sólo una candela y comida, mucha comida. Juan Pipeta se metió en el cuarto del enfermo, lo echó en la candela y lo hizo un chicharrón. Después cogió la ceniza, la puso en el suelo, la sopló y de allí no salía nada. -¡Ay, madre mía! ¿Ahora cómo salgo? Jesús, que lo había estado viendo, fue a ayudarle. Se presentó en la habitación y sopló hasta que salió el hombre ya curado. Juan Pipeta no paraba de decirle: -¿Y tú para qué has venido? Ahora voy a pedir mucho dinero por el trabajo que he hecho. Salió Juan Pipeta y pidió una cantidad grande de dinero. Entonces Jesús le dijo: -Juan Pipeta, esto no lo hagas más que ya no vendré más a salvarte. Ya se fueron Jesús, San Juan y San Pedro y Juan Pipeta se quedó en aquel pueblo.

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□□□ Más conocido como Juan Soldado, este pícaro de la narrativa universal sale airoso de todos los problemas donde lo meten el hambre y el atrevimiento. Juega con la vida de los demás y trata de tú a las divinidades del lugar, pero, lejos de ser castigado, se gana la simpatía de los seres sobrenaturales y de quienes cuentan y escuchan el relato, tal y como ocurría con el Periquillo Malas de nuestra anterior recopilación. Así, es el cuento preferido de nuestra informante o, al menos, el primero que se le vino a la cabeza cuando le preguntamos por encantamientos y sucesos extraordinarios.

36. Dios te lo pague 750B + 774 [HOSPITALIDAD RECOMPENSADA + CHANZAS SOBRE JESUCRISTO Y PEDRO] Laly Fuentes

Zahara

Era un hombre que tenía tres hijos a los que un buen día mandó fuera a trabajar. Cuando salieron se encontraron tres caminos y cada uno escogió uno. Y dijeron: -Cuando haga un año, tenemos que reunirnos aquí los tres a ver qué nos ha pasado y qué hemos aprendido de la vida. Pasó el año y se vinieron para el cruce de caminos. Y le preguntan al mayor: -¿Tú qué has sacado, qué te han pagado? -Pues mira, yo estuve un año y me preguntaron si quería muchas perras o el “Dios te lo pague”. Por supuesto, yo cogí las perras. El segundo hermano contó exactamente lo mismo y el tercero, que era tenido por tonto, dice:

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-Pues yo cogí el “Dios te lo pague” porque creía que eso era mejor que el dinero. Sus dos hermanos lo despreciaron por haberse quedado pobre y ellos se fueron tan contentos con la vida resuelta. El probe (que así le llamaban ellos) se casó con una proba y quedó toda la vida ya despreciado y separado por sus hermanos. Tenía él un borriquillo y todos los días salía en busca de leña para tener con qué preparar la cena. Un día, estando trabajando, pasaron por su casa tres hombres, que en realidad eran San Juan, San Pedro y el Señor, y le dijeron a su mujer: -Señora, venimos a que nos den algo para comer. -Mire usted, nosotros somos muy pobres, pero mi marido viene a la noche, traerá la carga de leña y se la va a vender a la vecina y a otro hombre de más abajo. Voy a hablar con ella para pedirle algo por adelantado. La vecina, que siempre le daba poco, esa vez le dio pan y aceite en abundancia: en vez de un pan, le dio dos y, en vez de un cacharro de aceite, le dio otro más grande. Y cuando llegó el marido, le dijo: -No le lleves la leña a nadie, pon unos fuegos aquí a estos señores, que tienen mucho frío y ya mañana se la llevas a la gente. -No importa, mujer, si parece que hoy he cogido leña para vender y para quedarnos también nosotros. Todo parecía que le venía doble: el pan, el aceite, la leña. Cuando estaban en la cena, San Pedro le dice a ella, que estaba embarazada: -Anda, María, dile a tu marido que baje a la bodega y se traiga una botella de vino, que lo vamos a celebrar. -¡Ay, señor, si nosotros somos muy pobres y no tenemos bodega! Entonces, San Pedro se dirigió al hombre y le dijo:

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-Mira, Juan, lo que dice tu mujer, que no tenéis bodega. Anda, anda, no le hagas caso y ve tú. -¡Pero... si nosotros no tenemos bodega! -Anda y ve, hombre. Fue el marido y, como tardaba en venir, dice ella: -¿No ve usted? Si está buscando la bodega no la va a encontrar nunca, que nosotros no tenemos bodega. -Eso es que se está pillando una turca de aquí te espero y no puede subir la escalera. -¡Oh, señor, si nosotros no tenemos escalera! Mandó entonces a San Juan y también tardaba en venir. Y ella: -¿Lo ve usted? Si es que no la encuentra. Al rato grande, aparecen los dos, San Juan y el muchacho, con una borrachera que no se podían tener en pie. -¿No te lo decía yo, mujer? Del sobresalto, se puso la mujer de parto, pero en la casa no tenían colchones ni nada para atenderla como es debido. Cuando el marido le dio la vuelta a un jergón que tenían, se convirtió en un colchón. Iba a extender un trapillo viejo encima y, sin saber cómo, se extendió una sábana muy bonita. Iba a extender otro trapillo y se convirtió en una colcha preciosa. Total, que ante el asombro del muchacho, se formó una cama divina. Allí mismo tuvo al niño y entre todos la asistieron. Fueron a la iglesia y el niño llevaba un batón que daba envidia. Y como no tenían padrino, los tres forasteros lo apadrinaron y le dijeron a Juan: -Ve y convida a tus hermanos al bautizo. -Ay, mire usted, nosotros somos muy pobres y ellos no van a querer venir. -Tú avísalos.

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Fue el muchacho y los hermanos le respondieron: -Mira el tonto este, ahora vamos a tener que ir al bautizo y todo. ¡Anda ya! Pero una de las mujeres de los hermanos les dijo: -Mira, vamos a ir y, como es un bautizo de pobres, nos reímos de ellos y ya está. Fueron al bautizo y, cuando vieron el palacio donde vivían y las ropas que llevaban, se quedaron con las bocas abiertas. Después del gran banquete, los tres hombres decidieron marcharse y le dijeron a ella al despedirse: -María, aquí te queda un regalito para el niño. Cuando sea más mayorcito se lo das, que teniendo este regalito nada te faltará. Ella lo metió debajo de la almohada y, cuando los hombres se fueron, le dice al marido: -Juan, los pobres esos han dejado un regalito para el niño. Vamos a ver qué es. Fueron y era una bolsa con monedas de oro. -¡Ay, Dios mío! En vez de dejar el regalito para niño, mira lo que han dejado. -A lo mejor son los ahorros de todo el año y se los han dejado olvidados. -Llévasela. Fue el hombre a devolverles la bolsa, pero, cuando dio con ellos, cada vez que los llamaba, más lejos se iban. Hasta que por fin: -¡Señor, señor! San Pedro miró para atrás y dijo: -San Juan, vamos a esperarnos que aquel parece que se quiere venir al cielo con nosotros. Y cuando se acerca ven que es el muchacho. -Miren, que se han dejado sus ahorros de todo el año en vez del regalito del niño. Y San Pedro le dice:

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-No, hombre, este es el regalito que te dejamos para el niño. Este es, a fin de cuentas, el “Dios te lo pague” aquel que tu escogiste cuando te separaste de tus hermanos, ¿no te acuerdas? -Sí, claro. -Pues venga, date la vuelta y márchate, que teniendo este regalito nada te faltará. Y cuando te des la vuelta en lo alto del monte, verás la fábrica de tu hermano mayor ardiendo y el comercio del otro también. Irán a pedirte perdón y se arrodillarán a tus pies. Tú no los abandones. Vio que eso era verdad y se lo contó a María. Entonces fue cuando se dieron cuenta de quiénes eran los tres mendigos: San Pedro, San Juan y el Señor. Y también descubrió lo que quería decir el “Dios te lo pague”. □□□ Cuento en el que el mensaje principal es de carácter moral: Dios premia y castiga. El papel de amigo de la bebida es atribuido aquí, al contrario que en la mayoría de las versiones conocidas, a San Juan en lugar de San Pedro. Con respecto al tipo al que pertenece, además de los dos señalados, encontramos grandes similitudes con el 471, “El viaje al otro mundo”.

37. El pobre cordelero 946D [BUENA SUERTE Y COINCIDENCIA] Isabel Benítez Aranega

Algeciras

En tiempos muy remotos había una aldea pequeña situada junto al mar. Allí, en una humilde choza, vivía José con su madre. Él se dedicaba a hacer cordeles y a

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venderlos y con lo poco que sacaba iban viviendo como podían. Un día caluroso llegaron a la aldea dos caballeros. Al ver la pobreza de José, que trabajaba sin parar a la puerta de su choza, se acercaron y decidieron ayudarle: -Muchacho, ¿te gustaría cambiar de vida? Y José les contestó: -¡Si tuviera dinero suficiente, ya creo que lo haría! -Pues toma esta bolsa llena de dinero. Adminístralo bien y dentro de un año volveremos a ver cómo lo has invertido. José se volvió loco de contento. Aseguró a los hombres que no se arrepentirían de haberle ayudado y se marchó inmediatamente a la ciudad. Allí compró carne, frutas, pan y de todo lo que encontró. Luego guardó el resto del dinero en el forro del sombrero para protegerlo de los ladrones y con la intención de invertirlo en una pequeña industria cordelera. Cuando volvía alegremente para su casa, un enorme pájaro le arrebató el sombrero de un picotazo. José lo siguió hasta donde pudo, pero al ver que no lo podía alcanzar desistió y se volvió para su casa. Pasado un año, llegaron de nuevo los caballeros, que, al ver a José en las mismas condiciones, pensaron: -Este se ha gastado el dinero de mala manera y nos ha engañado. Nos acercaremos y le preguntaremos, a ver qué nos dice. José le contó todo lo que le había pasado y los caballeros, aunque casi no se lo creían, decidieron volver a probar al muchacho entregándole una cantidad de dinero aún mayor que la anterior. Esta vez José cogió el dinero, apartó un poco para comprar comida y el resto lo metió en un cántaro viejo de barro que guardaba en un rincón, pero no se lo dijo a su madre. Después se marchó a la ciudad para hacer sus

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compras y la madre, aprovechando que su hijo no estaba en casa, se puso a hacer limpieza y tiró aquel cántaro roto que no le servía para nada. Cuando José volvió a los pocos días y vio que el cántaro no estaba en su sitio, le preguntó a su madre, que le dijo: -Hijo, como estaba roto lo tiré a la basura. El pobre muchacho, desesperado, gritó y lloró hasta que se quedó sin fuerzas, pero aquello ya no tenía remedio. Siguió con su mísero trabajo hasta que, pasado el año, volvieron los dos caballeros. -Hombre, ¿qué pasó esta vez? José les contó la verdad, pero aquellos hombres no le creyeron y se marcharon, pero antes, uno de ellos sacó un trozo de plomo que llevaba en el bolsillo y se lo arrojó a José diciéndole: -Toma, a ver si con esto te haces rico. José tiró el plomo al techo de su choza y se olvidó de aquello. Una mañana llegó un vecino a pedirle a José algo pesado para ponerlo en su red de pesca. José se acordó del trozo de plomo que le habían tirado los caballeros, lo buscó y se lo dio al vecino. -Gracias, José, te prometo que el primer pez que coja será para ti. Efectivamente, al día siguiente se presentó el pescador en casa de José y le entregó un hermoso pez rojo. Cuando fueron a cocinarlo encontraron un enorme brillante que los deslumbró. José marchó para la ciudad para conocer el valor de la piedra y un joyero le dio por ella una buena suma de dinero. “Esta vez no se me va de las manos”, pensó José. Y lo primero que hizo fue invertir parte de lo que tenía en maquinaria y materiales para hacer cordeles. Luego

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volvió a la aldea, compró un terreno y allí se construyó una casa y una fábrica. Pasado el tiempo, se casó, tuvo varios hijos y se convirtió en el dueño de un próspero negocio. Al cabo de los años volvieron a pasar por allí los dos caballeros, que quedaron sorprendidos al ver la transformación que se había operado en la aldea y al enterarse de que José era ahora el alcalde del pueblo. Entraron en la fábrica y José los recibió con amabilidad, invitándoles a comer a su casa. Estaban sentados en el jardín cuando llegaron los dos hijos pequeños de Juan con un criado. Uno de los niños se acercó a su padre para enseñarle un nido que el criado había cogido entre las rocas. José reconoció en el nido los restos de su sombrero; quitó los huevos, descosió el forro y allí estaba su dinero. El otro niño se había caído al saltar un arroyo y se había herido en una pierna. El criado dijo que se había arañado con un cántaro roto que había en el agua. Al oír lo del cántaro, José se acordó de aquel en el que él escondió el dinero. Salió a buscarlo acompañado del criado y cuál no sería su sorpresa cuando comprobó que era su mismo cántaro y que dentro todavía estaba su dinero. Fue así como demostró que siempre había dicho la verdad. Los dos caballeros, que no eran otros que Jesucristo y San Pedro, se disculparon por haber dudado de su honradez. □□□ Vemos cómo hasta el final no se descubren los dos caballeros donantes, que en todo el relato han podido pasar por nobles que prueban las virtudes de sus súbditos para casarlos con alguna princesa o acogerlos como ayudantes. Estos detalles

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separan esta versión de las dos anteriores, aunque la identificación final nos ha hecho incluirla en este apartado. En un relato similar recogido por Fernán Caballero en su libro Cuentos y poesías populares andaluzas (existe una edición reciente en Miraguano Ediciones, Madrid, 1999, con el título de Cuentos andaluces), los dos visitantes resultan ser las personificaciones de la fortuna y el dinero, que acaban de casarse y compiten entre sí por ver quién tiene más poder sobre los hombres. Este detalle variaría completamente la clasificación del texto, hecho que viene a corroborar lo ya comentado sobre las dificultades existentes en este terreno.

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La ambición castigada 38. Los deseos de los viejos 555 [LA AMBICIÓN CASTIGADA] Carmen Pozo

Algeciras

Hace ya muchísimos años vivían dos viejecitos que siempre estaban quejándose de su suerte. En realidad era un matrimonio acomodado, pero, en vez de darle gracias a Dios por lo que tenían, se habían acostumbrado a quejarse y a envidiar a los vecinos. Un día se les apareció una dama que llevaba en sus manos la varita de virtudes y les dijo: -Llevo mucho tiempo escuchando vuestros deseos y he decidido concederos uno a cada uno, a ver si así acabáis vuestras vidas un poco más contentos. Y, como no hay dos sin tres, también os concederé otro deseo a los dos juntos, eso sí, sin discutir ni una chispa. Los viejecitos, que nada más ver a la dama se habían quedado más pálidos que el corazón de un palmito, no supieron qué decir, así que la mujer se marchó y les advirtió que sólo tenían un día para pedir los tres deseos. Entonces se pusieron a pensar a ver qué le podían pedir al hada. Y la mujer fue la primera que habló: -¿Sabes? A mí lo que me gustaría sería poder comer como comen nuestros compadres, que siempre tienen en la candela una buena morcilla diciendo: “¡cómeme!”. En ese mismo momento, apareció en su fogón una enorme morcilla. Y el marido, al verla, se enfadó y le gritó: -¡Qué tonta eres! Mira lo que has hecho, has desperdiciado tu deseo por una simple morcilla. Se te

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tenía que quedar pegada en la nariz para que te acuerdes de lo que has hecho. Dicho y hecho. La morcilla salió volando y se pegó en la nariz de la mujer. La pobre no podía quitársela. Gritaba y corría por toda la casa y hasta cerraba los ojos cuando pasaba por delante de algún espejo. -Tú sí que eres tonto. Mira lo que me has hecho. ¿Cómo voy a salir a la calle con esta morcilla encima? Después de discutir durante un buen rato, se dieron cuenta de que todavía les quedaba el último deseo, pero se acordaron de que sólo se lo darían si se ponían de acuerdo. ¿Qué podían pedir? Pues que la dama le quitara a la mujer aquella enorme morcilla de la nariz. Por una vez se pusieron de acuerdo y lo desearon con tantas ganas que eso fue lo que ocurrió. La morcilla cayó de nuevo al fogón y se la comieron al día siguiente, pues esa noche ya no tenían ganas de nada y se acostaron como dos mansos corderitos. □□□ Esta historia es de sobras conocida en Andalucía, bien de la mano de la tradición oral o de las versiones difundidas por Fernán Caballero y Rodríguez Almodóvar. En todas ellas suele darse la misma situación con semejantes personajes e idénticos resultados.

39. La mansión de los doce meses del año 480C [LOS DOCE MESES] Isabel Benítez Aranega

Algeciras

A la orilla de un río vivía una vez un hombre muy bien considerado que tenía dos hijas que eran como la

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noche y el día: la mayor, caprichosa, y la pequeña, comprensiva. Cuando ya eran unas mocitas, el padre les dijo: -Ya sois bastante mayores y debéis casaros. Encontraron novio y así lo hicieron. La hija mayor se casó con el propietario de la mejor tienda del pueblo y la menor con el zapatero del pueblo vecino, que no tenía más fortuna que su propio trabajo. Las dos tuvieron hijos, pero mientras una nadaba en la opulencia, la otra se las veía y deseaba para dar de comer a su familia. Un día, el zapatero, mientras perseguía a un venado por el monte, se alejó de su casa más de lo que esperaba y, cuando el sol se ocultó, no tuvo más remedio que buscar refugio. Después de andar un rato casi a oscuras, vio a lo lejos una luz y se dirigió hacia ella, llegando a una gran mansión. -¡Eh, abrid! Nadie respondió. El hombre se acercó a la puerta. Era enorme, de madera tallada. Llamó varias veces y viendo que no había señales de vida, la empujó y se decidió a entrar. ¡Nunca en su vida había visto tanta riqueza junta! Con una mezcla de miedo y respeto se dirigió a la cocina y, como estaba hambriento, cogió algunas frutas de manera que no se notara demasiado. Después, rendido por el cansancio, se durmió al calor de la chimenea. Al instante llegaron los habitantes de la casa: los doce meses del año. -¿Quién eres? –preguntó Enero, que era el más joven y atrevido. El hombre se despertó aturdido. -Soy Samuel el zapatero. Se me ha hecho tarde y, con todos los respetos, me he tenido que refugiar en su casa. -No me hagas reír –dijo Febrero-, ¿quieres que creas que no has venido a robarnos? -No, no era esa mi intención.

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-¡Basta! –interrumpió Marzo-. Creo todo lo que dice, pero tenga la amabilidad de levantarse de mi sillón. El zapatero se levantó dando un respingo y se puso de pie junto a la chimenea. -Está bien –intervino Diciembre- ¿Dónde vives? ¿Qué tal te ha ido el año? Las barbas largas y blancas de Diciembre impresionaban al hombre. -Pues... no puedo quejarme. Todos los meses han sido buenos, aunque mi problema es poder dar de comer a mi familia. -Bien, bien –dijo Abril, el mes más alegre-. Desde hoy no volverás a preocuparte más por eso. Reconocemos tu franqueza y por ello te vamos a regalar esta porra y esta bolsa. Siempre que quieras comer dirás: “¡Porrita, componte!” y tendrás comida en abundancia. Cuando termine,s volverás a decir: ¡Porrita, descomponte!” y todo se recogerá. En cuanto a la bolsa, cuando quieras dinero sólo tendrás que meterla en tu bolsillo. El joven cogió sus regalos y se marchó muy agradecido. Camina que camina, de regreso a su casa, se paró bajo la sombra de un árbol y se dispuso a hacer uso del primer regalo. -¡Porrita, componte! Al instante apareció una mesa con todos los manjares que pudiera desear. Cuando hubo terminado, volvió a pronunciar: “¡Porrita, descomponte!” y la mesa desapareció a la velocidad de un relámpago. Entusiasmado con aquello, decidió comprobar la virtud de la bolsa. Se la metió en el bolsillo y al momento se le llenó de monedas de oro tan nuevas y brillantes que creía que estaba soñando. Recogió sus monedas, guardó la bolsa y, feliz y contento, se echó a descansar. Un buen rato después despertó y, dando gracias al Cielo, emprendió el camino de regreso a su hogar. Contó

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a su familia lo que le había ocurrido y les hizo una demostración de cómo funcionaban los dos regalos. Su mujer y sus hijos no cabían en sí de alegría, pero el zapatero les advirtió que deberían tener mucha prudencia y no hacer comentarios a nadie. Pasó el tiempo y la familia del zapatero se cambió de casa y vio cómo mejoraba su nivel de vida hasta convertirse en una de las más ricas del pueblo. La hermana mayor, extrañada por aquel cambio tan afortunado, no paraba de preguntar de dónde les había venido tanta riqueza. Tanto insistió que el zapatero, su cuñado, le contó todo lo que le había ocurrido en aquella maravillosa mansión. Inmediatamente habló con su marido para que él fuera también a probar fortuna, pero él, que no era tan ambicioso, dijo que no quería ir, que ellos tenían ya bastante para vivir con holgura. Pero la mujer insistió tanto que el hombre no tuvo más remedio que salir en busca de la casa. Siguiendo las instrucciones de su cuñado no le fue difícil encontrar la mansión de los doce meses del año. Sin molestarse en llamar empujó la puerta y, con las botas llenas de barro, entró en el comedor, comió todo lo que quiso y después se echó a dormir en la mejor cama que halló, sin preocuparse de cerrar la puerta siquiera. Llegaron los doce meses del año y rápidamente, con desagrado, notaron el comportamiento de aquel hombre. -¡Eh, buen hombre! ¡Despierte! El hombre se despertó y les contestó de malos modos: -¡Déjenme dormir! Mañana hablaremos. -Bien –respondió Diciembre, maravillado por la actitud de aquel mortal. A la mañana siguiente, el hombre se despertó muy temprano y aporreó las puertas de los dormitorios de los

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meses del año. Estos salieron de inmediato y le hicieron las mismas preguntas que al zapatero: -¿Dónde vives? ¿Qué tal te ha ido el año? -El año no ha podido ser más malo. Yo tengo una tienda y casi no he vendido nada. Además, no me gusta que nadie se meta en mi vida, así que denme los regalos para marcharme cuanto antes. Los meses, ante la exigencia de aquel hombre, le dieron los regalos. -Bueno, hombre –le dijo Noviembre-. Puesto que ya conoces el don de estos regalos y ya sabes cómo manejarlos, toma tu porra y tu bolsa. Él, impaciente por probar los objetos mágicos, no esperó a tener hambre y decidió ponerlos a funcionar inmediatamente. Y, qué sorpresa se llevó. Al pronunciar las palabras mágicas: “¡Porrita, componte!”, la porra la emprendió a golpes con el hombre, que quedó magullado y lleno de moratones. Después de la paliza recibida probó suerte con la bolsa. La metió en su bolsillo y creyó morir del susto al ver salir tantas ranas y culebras. El hombre estaba indignado, así que pensó castigar a su mujer por haberle obligado a meterse en aquella aventura. Así que, cuando llegó a su casa y escuchó: “¿Cómo te ha ido? ¿Traes los regalos?”, el marido le respondió: -Coge la porra y la bolsa y entra en la sala. Y después pronuncia las palabras mágicas. Si grande fue la paliza que recibió el marido, más grande fue la que tuvo que aguantar ella, sobre todo porque de tantos golpes no se acordaba de las palabras mágicas para mandar parar la porra. Menos mal que el marido se compadeció de su mujer y no la dejó probar suerte con la bolsa. Ya se dio cuenta ella de lo que había hecho, se arrepintió y le pido perdón. □□□

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Las hermanas Ibáñez Atanasio, en La Ahumada (Tarifa), recordaron algunos detalles de este cuento que, si bien por sí solos presentaban grandes lagunas, sí que vienen a completar la versión de Isabel Benítez, precisamente en la conversación del hombre con los doce meses, que esta última sólo recordaba en parte. Esto es lo que recogimos sobre dicha conversación: “El muchacho, como era de campo, sabía muchas cosas de los meses, así que fue contestando a cada uno de esta forma: -¿Cómo te fue enero? -El mes de enero hace al labrador caballero. -¿Y febrero? -En febrero busca la sombra el perro. Y siguió así con todos los meses. -En marzo, el perro y el amo. En abril, la perdiz. En mayo, el caballo. Por San Juan, todos por igual, aunque junio fresquito para todos es bendito. En julio, la hoz en el puño. Y en agosto, agua al rostro. -¿Y no dice la gente del campo que septiembre y marzo son revoltosos ambos? -Pero si en marzo truena, cosecha buena. Y septiembre es bueno si del primero al treinta pasa sereno. Y en octubre, estercola y cubre. -¿Y qué me dices de noviembre? -Dichoso el mes que entra con Tosantos y sale con San Andrés. -¿Y diciembre? -En diciembre, el que no haya sembrado que siembre.” Uniendo ambas aportaciones podríamos obtener una visión más completa de este cuento.

40. El hacha del leñador 729 [EL HACHA CAÍDA AL RÍO] Sin datos de informante

La Línea de la Concepción

Érase una vez un leñador muy pobre que tenía mujer y dos hijos. Un día se fue al bosque a cortar leña para

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venderla y poder así dar de comer a su familia. Estaba cortando leña al lado de un viejo pozo cuando se le escapó el hacha y cayó dentro del pozo. El leñador empezó a lamentar su mala suerte cuando de pronto salió un enano del pozo y le preguntó: -¿Qué te pasa, buen hombre? -Que estaba cortando leña y se me ha caído el hacha en el pozo. El enano dio un salto, se metió en el pozo y sacó un hacha de oro llena de piedras preciosas. -¿Es esta tu hacha? -No, no, mi hacha es muy vieja y está gastada. El enano volvió a meterse en el pozo y sacó otra hacha de plata y volvió a preguntar: -¿Es esta tu hacha? -No, no, mi hacha es más vieja y está más gastada. De nuevo se metió el enano en el pozo y sacó un hacha muy estropeada. Cuando el leñador la vio empezó a gritar: -Esa, esa es mi hacha. Por ser honrado y sincero, el enano le regaló las otras dos hachas y una bolsa de monedas. El hombre salió corriendo y se lo contó a su mujer y a sus hijos. Al oír tanto revuelo, su vecino, que era un hombre rico y avariento, fue a enterarse de lo que pasaba. El leñador se lo contó y, a la mañana siguiente, el vecino se puso la ropa más vieja y el hacha más estropeada que pudo encontrar y se encaminó hacia el pozo. Hizo como si cortara leña y al rato tiró el hacha al pozo, poniéndose a llorar inmediatamente después. Salió el enano del pozo y le dijo: -¿Qué te pasa, buen hombre? -Se me ha caído el hacha al pozo y ya no tengo con qué cortar leña y darle de comer a mis hijos.

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El enano se metió en el pozo y sacó el hacha vieja e inservible del vecino. -Aquí tienes tu hacha, ya puedes continuar. El vecino se quedó extrañado y le dijo al enano: -No, no, esa no es mi hacha, mi hacha es de oro y piedras preciosas. El enano le dijo entonces: -Esta es tu hacha y, por ser tan mentiroso, cuando llegues a tu casa todas tus riquezas habrán desaparecido. A partir de ahora tendrás que ganarte el pan con tu trabajo. Y eso fue lo que pasó. □□□ Hemos recogido varias versiones de este cuento. Algunas de ellas se desarrollan en un río y otras, como esta, en un pozo. Unas veces es un hada la que auxilia al leñador y otras, una viejecita. Sólo en esta aparece un enano como ayudante sobrenatural. Historias como esta y como “Los deseos de los viejos”, entre otras, se prestan a contaminaciones importantes, ya que recientemente han aparecido en varios libros de cuentos populares destinados a los más jóvenes que pueden convertirse en fuente de información. En este sentido, y aunque parezca un tópico, lo más certero es recurrir a los más ancianos y añadir a la grabación del texto una encuesta sobre su procedencia (lugar, persona transmisora, momento del día...). Una precaución que debe acompañar a cualquier trabajo de campo pero que se hace aún más necesaria en casos como estos.

41. ¡Mariquita, caca! 571C [LA MUÑECA PEGADIZA] Sin datos de informante

La Línea de la Concepción

Había una vez una familia que tenía diez hijos y que eran muy pobres.

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Llegaron la Navidad y los Reyes y no tenían dinero para comprarles juguetes a los niños. Mariquita era la más pequeña de los diez hermanos y veía cómo las niñas de su calle tenían muñecas y ella no. Entonces se ponía a llorar. Pero un día pasó por allí un anciano y, cuando la vio llorando, le preguntó: -¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? La pequeña le contestó: -Porque todas las niñas tienen muñecas y yo no. El anciano le dijo que no llorara, que él le iba a regalar una muñeca muy especial. -Toma, se llama como tú y cuando te pida por la noche: “Mariquita, caca”, pues tú la poner a hacer caca. La niña se puso muy contenta porque era una muñeca muy bonita y por la noche, cuando Mariquita se acostó, la muñeca se puso a decir: -¡Mariquita, caca! ¡Mariquita, caca! Y Mariquita venga a poner la muñeca a hacer caca una y otra vez. Por la mañana, cuando Mariquita se levantó, vio cómo todo el cuarto donde ponía a la muñeca a hacer caca estaba lleno de montones de oro. Toda la familia se puso muy contenta. Compraron comida, ropas, una casa nueva. Eran muy felices, pero Mariquita tenía una vecina que era muy envidiosa y un día le preguntó que de dónde habían sacado tanto dinero. Mariquita se lo contó todo y a la mañana siguiente la vecina le robó la muñeca y se la llevó a su casa. Por la noche se puso la muñeca a pedir: -¡Mariquita, caca! ¡Mariquita, caca! Y la vecina, muy contenta, pensaba: “¡Qué bien, por la mañana seré rica!”. Pero pasó que en vez de dinero a la vecina le llegaba la caca hasta las rodillas. Se enfadó tanto que tiró la muñeca por la ventana. En ese momento

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pasó Mariquita y la recogió. Y ya nunca más se separó de su muñeca. □□□ Cuento relativamente extendido por el sur peninsular. Contamos con varias versiones de las provincias de Cádiz y Málaga, habiéndose publicado otra versión de Algeciras en Diario de Cádiz (13-10-1991, recogida por Del Río y Pérez Bautista), precisamente la elegida por Camarena para su Catálogo tipológico... García Surrallés también la recoge en su obra Era posivé (nº 42, “La muñequita”).

42. El pescador y el jurel mágico 555 [LA AMBICIÓN CASTIGADA] Isabel Núñez

Algeciras

En un pueblecito al lado del mar vivía un matrimonio de viejecitos que eran muy pobres. El marido era pescador, pero tenía tan mala suerte que, cada vez que salía a la mar, volvía con las redes vacías. Y cuando llegaba a su casa, su mujer le regañaba por no traer nada. Él le decía: -¿Qué quieres que haga? Las redes son muy viejas y no tengo ni dinero ni fuerzas para arreglarlas. Así un día y otro hasta que una mañana, cuando estaba en la mar intentando pescar algo, sintió que un bicho muy grande empujaba el barco. El pescador tiró de la red y sacó un jurel enorme que se puso a hablar: -Si me sueltas, te prometo que nunca más pasarás hambre. -¿Y eso? -Mira, soy un jurel mágico que te puedo conceder cualquier deseo. Como veo que eres tan pobre, a partir de

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ahora no tendrás más necesidades. Vete a tu casa y lo comprobarás. El pescador se fue a su casa y descubrió que su mujer se estaba poniendo las botas comiendo de todo: fruta, marisco, carne... El hombre le contó lo que había pasado y ella se enfadó otra vez con él: -Mira que eres tonto. Le tenías que haber pedido muchas más cosas, que con la comida no tengo bastante. Ve otra vez a pescar y, cuando te encuentres con ese jurel que dices, le pides dinero, mucho dinero, que quiero ser muy rica. Y no vuelvas hasta que no des con él. El pobre hombre volvió a la mar y estuvo esperando a que el enorme jurel asomara la cabeza. Ya se había quedado dormido cuando escuchó su voz: -Veo que no estás contento con lo que te he regalado. -Es que mi mujer dice que con la comida no tiene bastante y quiere dinero. -Bueno, vete a tu casa y encontrarás a tu mujer rica. No puedo menos que concederte lo que me pides después de haberme liberado de la red. El pescador llegó a su casa y se encontró a su mujer contando monedas y probándose toda clase de joyas. -Mira que eres tonto. ¿Por qué no has aprovechado y le has dicho que nos concediera una enorme mansión? Anda, ve y pídele un palacio para que yo pueda vivir como una reina. Cuando el pescador fue a hablar otra vez con el jurel mágico, este le dijo: -Sólo puedo concederte un deseo más, pero no puedo convertir a tu mujer en una reina. Las reinas nacen pero no se hacen. Vuelve a tu casa y encontrarás que le he dado a tu mujer lo que realmente se merece. El pescador regresó a su casa y vio que todo estaba como al principio. Su mujer no tuvo palabras para decirle

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nada porque se había dado cuenta de que su avaricia lo había estropeado todo. Eso sí, desde ese día el pescador tuvo más suerte con su trabajo y siempre volvía con algo para comer. □□□ Esta versión, popularizada a través de diversas publicaciones, tiene la interesante variante de tratarse de un pez propio de la zona y no de un pez rojo, una carpa o similar, como suele aparecer en las versiones importadas. Por lo demás, la trama es la misma.

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Encuentro con la Muerte 43. El hombre que se encontró con la Muerte 332A [LA VISITA A LA CASA DE LA MUERTE] Antonia González Navarro

Algeciras

Era un hombre que tenía cinco hijos y que iba todos los días con su borriquito a por leña y la vendía para poder comer. Ganaba muy poquito y por eso tenía a los niños desmayaditos, en cueros y descalzos. El pobre estaba desesperado, no sabía qué hacer porque no ganaba casi nada; con la poquita leña que vendía, comían. Un día que estaba lloviendo y no había ganado nada, se fue a ver lo que encontraba. Por el camino dio con una mujer que le preguntó cómo le iba la vida y él se lo contó todo. La mujer, que en realidad era la Muerte, le dijo entonces: -Mira, yo te voy a ayudar, te voy a dar para que comáis tú y tus hijos. Y le siguió diciendo: -Te vas a ir para tu casa. Cuando llegues, me tienes que traer al primero que salga a recibirte. Y yo, mientras, te voy a dar un mantel que, sólo con decirle “¡Componte, mantel!”, te llenará la mesa de todo lo que tú quieras comer. El hombre pensó que, como siempre el primero que le salía era el perro, no era mala la idea que le había propuesto aquella mujer, así que le contestó: -¡Vale, vale, dentro de dos meses volveré! Se fue el hombre y el primero que salió a recibirle fue su hijo más pequeño.

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-¡Ay, Dios mío! ¿Qué he hecho? Bueno, voy a ver si lo del mantel es verdad. Cogió el mantel y le gritó: -¡Componte, mantel! Y se llenó toda la mesa de comida. Fue corriendo y le explicó a su mujer todo lo que le había ocurrido y ella, en vez de enfadarse, le dijo: -No te preocupes. Como faltan dos meses, ya lo solucionaremos. Todos los días comían muy bien, pero pasaron los dos meses y, como el hombre no iba a llevarle el niño a la Muerte, ella fue a su casa y le dijo: -Vengo a por el primero que encontraste. -Mire, encontré al niño y es muy pequeño, él siempre está con su madre... Si quiere, me voy yo. -Bueno, vale, me da igual. Y se fueron. Por el camino, la Muerte le dijo: -Mira, veas lo que veas, no digas nada. Como ella caminaba más de prisa, el hombre se fue quedando atrás y vio a un leñador que intentaba colocar la leña en la burra, pero le pesaba mucho; entonces, la bajaba y echaba más leña y, claro, menos podía. Lo hizo varias veces y él le dijo: -Pero... ¡Usted está tonto! ¡Tiene que quitar, no poner! Y el leñador le empezó a pegar. El hombre salió huyendo y alcanzó a la mujer: -¡Eh, mujer! Un leñador me ha pegado porque le he dicho que se equivocaba. -¡Pero, bueno! ¿No te dije que, vieras lo que vieras, no hicieras nada? Veas lo que veas, tú callado. Y siguieron adelante. El hombre vio a una mujer vieja subida en lo alto de una higuera que se comía los higos verdes y tiraba los maduros.

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-Yo no le digo nada porque me va a pegar. Aunque, pensándolo bien, qué me va a hacer una mujer. Se fue para la vieja y le gritó: -¡Oiga! ¿Por qué tira los maduros y se come los verdes? -¿Y a usted qué le importa? –dijo la mujer, y empezó a pegarle tortas. Otra vez se fue para adelante y se lo contó a la Muerte y ella volvió a replicarle: -¿Pero no te he dicho que no te metas en nada de lo veas? Y siguieron adelante. Entonces que vio a un hombre que quería que su burro anduviera para atrás. -Ay, yo se lo diría, pero me va a pegar. Bueno, a lo mejor este es más bueno. Y lo llamó: -¡Oiga, mire usted! Déle usted la vuelta y así el burro andará hacia delante. -¿Y a usted qué le importa? –y también empezó a pegarle. Entonces, llamó a la Muerte: -¡Eh, señora, espere usted! Ya me han dado tres palizas y no puedo más. -Ya te dije que no te metieras en nada de lo que vieras y tú vas y te metes. Pues allá tú. Por fin, llegaron a una casa y había muchas mariposas apagadas, otras apagándose y otras encendidas. La mujer cogió al hombre y le dijo: -Yo soy la Muerte y estas mariposas son las personas. Tú eres aquella mariposa que ya se está apagando porque ya te vas a morir. Por eso te he traído conmigo. Al escuchar esto, al hombre se le quitaron los dolores de las tres palizas y gritó: -¡Ay, no, échele usted aceite! Salió corriendo y registró la casa hasta que encontró una garrafa de aceite y se la echó a la mariposa, que

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empezó a arder otra vez con fuerza. Así fue que no se murió y este cuento se acabó. □□□ Los relatos en los que la muerte aparece personificada y en relación con sus víctimas son relativamente frecuentes en las tradiciones cristiana y musulmana. En esta se suele presentar el momento letal como un hecho inevitable pese a los esfuerzos de los humanos; en la cristiana, en cambio, hay quien consigue burlar a su verdugo indefinidamente mediante la puesta en acción de la picaresca, al parecer el medio más eficaz de superar las adversidades, al menos en el mundo de los cuentos populares. El texto que presentamos pertenece precisamente a este segundo grupo. Observemos que la historia se inicia de nuevo con el pacto realizado por el padre de familia con un personaje siniestro. En este caso, la situación se resuelve reemplazando el propio padre al hijo desafortunado. Más adelante vuelven a aparecer objetos mágicos ya conocidos y como motivos finales encontramos la visita que el hombre hace a la casa de la Muerte y la oportunidad que tiene de alargar su vida después de conocer el secreto que la mantiene.

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Leyendas y noticias de tesoros La larga presencia árabe en la zona ha determinado la abundancia y el carácter de los relatos sobre tesoros, unos textos que combinan lo cotidiano con la ficción, el hallazgo de riquezas con la intervención sobrenatural y la realidad con el deseo. Precisamente, esa conexión histórica da pie a los narradores a impregnar sus relatos de credibilidad, apoyándolos incluso con refranes y explicaciones como estos: -“Por donde pasaron los moros quedaron tesoros”. -“Los moros, en su huida, se dejaron algunas ollas de barro con joyas y otras cosas de valor... También las llaves de las casas porque ellos pensaban volver otra vez”. Unos comentarios que se extienden, ya sea en forma de recuerdos o como leyendas, a otros pueblos que tuvieron que huir precipitadamente de sus tierras: judíos de España, españoles de Gibraltar, etc. El fenómeno del bandolerismo, cómo no, también contribuyó a la extensión de pequeñas leyendas unidas a cuevas y tesoros escondidos. En la presente selección encontraremos leyendas y sucedidos muy diversos sobre tesoros: unos presentados como cuentos, otros como breves comentarios, algunos con la presencia de duendes y fantasmas que custodian el lugar y muchos otros referidos a situaciones reales sucedidas a vecinos que nunca pudimos encontrar. Incluso, algunos informantes nos transmitieron, casi en secreto, algunas de las formas utilizadas para ocultar los tesoros y evitar su expolio: -“Para guardar un tesoro se rezaban unas oraciones y se sellaba el sitio asando sardinas justo encima”.

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-“Los tesoros los esconden con magia: matan a alguna persona o a un animal y por eso se aparecen después, para que nadie los robe”. Otros informantes prefieren no encontrar uno de estos tesoros legendarios ni de forma fortuita, pues su hallazgo puede dar lugar a alguna desgracia: “Una vez, una gallina picó en un hormiguero y salió tanto oro que la mujer se quedó muerta en el acto”. Vemos, pues, que leyendas, magia, supersticiones y creencias van de la mano. Conozcamos ahora los textos.

44. El tesoro de la cueva del negrito Francisco Castro Salvatierra

Tahivilla (Tarifa)

La cueva del negrito es una pequeña oquedad que está a la izquierda de la carretera que va de Facinas al Puente de Hierro. Allá por los años de Maricastaña vivía en aquellos parajes una familia en la que el padre era carbonero. Tenía un niño de unos diez o doce años que cada día, acompañado de su perro, llevaba a su padre al tajo la comida del mediodía. Un día, el niño vio cómo el perro ladraba, de una forma no habitual, hacia la cueva y pensó que alguna alimaña se habría refugiado allí, por eso le dio un poco de miedo y se fue corriendo. Pero esto fue sucediendo muy a menudo hasta que un día el niño se asomó entre unas matas para ver lo que allí había. Entonces vio que en la entrada de la cueva, en una piedra, había un hombre de raza negra sentado. El chiquillo se volvió a asustar y se marchó de allí y le contó a su padre lo que había pasado. El padre conocía muy bien la leyenda de la aparición del negrito, por lo que prohibió al niño que volviera a pasar

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cerca de la cueva en previsión de que se llevara un susto mayor. Pero al niño se le había pegado a la vista aquel hombre tan extraño que tenía la piel como el carbón que fabricaba su padre. Pasados unos días, volvió a pasar por allí y miró menos asustado, viendo que el negrito le dedicaba una sonrisa amplia. Así fueron transcurriendo los días y el niño se fue acercando cada vez un poquito más picado por la curiosidad. Pero un día se acercó más de lo normal y el negrito le dijo que se acercara, que no le haría daño, que le tenía que contar una cosa muy importante para él. El chiquillo se acercó con cierto recelo y el negro le contó: -Yo fui esclavo de un árabe muy rico. Cuando expulsaron a los moriscos tuvo que esconder todas sus riquezas aquí y a mí me dejó al cuidado de las mismas. He sido tan fiel a mi dueño que incluso después de muerto, mi espíritu sigue cuidando del tesoro. Entonces lo llevó a un arroyo cercano que también se conoce con el nombre de regajo del negrito y allí le señaló una piedra y le dijo: -Ahí, junto a esa piedra, está escondido el tesoro. Yo estoy cansado, lo que quiero es que alguien lo saque y se lo lleve para poder descansar. Tú me has resultado simpático y quiero que el tesoro sea para ti, pero no le cuentes esto a nadie y cuando seas mayor puedes venir a hacer un hoyo profundo y lo encontrarás. El negro, hablando por lo bajini, dijo: “Veremos a ver qué dice ella”. Y desapareció y ya el niño no volvió a verlo más. El chiquillo no dijo a nadie ni media palabra de aquello y pasó el tiempo. El niño se hizo un hombre y aprendió el oficio de carbonero. Eran buenos tiempos para los hombres de este gremio porque había mucha madera, mucha leña, y el carbón se vendía bien.

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Siguieron pasando los años. El hombre se casó y se cargó de hijos. Las cosas no venían ya tan fáciles. Muchos hombres que eran de otros oficios se habían ido al monte a fabricar carbón vegetal, así que la leña empezó a escasear y vino una racha muy mala. La familia del carbonero lo pasaba mal y estaba al borde de la necesidad. Entonces este hombre, que nunca había olvidado lo que le había dicho el negrito, pensó que la mejor manera de solucionar su problema económico sería buscar el tesoro y encontrarlo. Habló con un compañero de trabajo muy amigo suyo y se fueron los dos a buscarlo. Cogieron sus herramientas y aprovecharon la primera luna llena que hubo para que nadie los viera cavar de día. Cavaron, cavaron y cavaron muchas noches de luna, incluso de más de una luna, y el hoyo llegó a ser profundo y amplio, pero del tesoro no aparecía nada. Nuestros hombres estaban aburridos, desahuciados e incluso asustados, porque algunas noches les parecía oír como un murmullo en el que dos personas de diferente sexo parecían discutir. Pero era algo que no acababan de entender. Ante todo esto, decidieron ir a consultar con la sabia -que era el nombre que se le daba a las videntes-. Fueron a la Línea de la Concepción donde había una que tenía mucha fama y le contaron lo que les ocurría. La señora consultó sus cachivaches y les dijo que, efectivamente, allí había un gran tesoro escondido, pero que ellos no lo iban a encontrar. -El tesoro lo guarda una pareja de negros, hombre y mujer. El hombre está cansado de estar eternamente guardando el tesoro y lo que quiere es que alguien se lo lleve, pero la mujer, que tiene la cabeza dura como una piedra, dice que no, que ella quiere seguir siendo fiel a quien le encargó guardar el tesoro.

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A la vista de esto y dado que ellos estaban cansados y aburridos, decidieron dejarlo y no buscar más el tesoro. Como habían ido a pie, por el camino de regreso hablaron mucho y pensaron que ya que se habían entrenado cavando bajo la luna, en vez de cavar para buscar un tesoro mejor sería dedicar esas horas de trabajo extra a cortar leña para fabricar carbón. Era menos esperanzador pero más rentable. Así lo hicieron. Y con esto y el cesto lleno con pan y pimientos y rabanillos tuertos se acaba este cuento. □□□ Así debieron contarse las leyendas en tiempos en los que las prisas no eran conocidas y en los que la palabra tenía un gran valor. El lugar donde sucede esta historia existe realmente en el término municipal de Los Barrios. Preguntando a la gente de la zona hemos comprobado que otros lugares de nombres tanto o más evocadores de historias no han corrido la misma suerte que este. Así, la Cueva del Moro, el Cerro de la Fantasía, la Silla del Papa, el Puerto del Infierno o la Laja de las Brujas carecen de leyendas populares o, si las tuvieron, no se han mantenido vivas en la tradición oral hasta hoy. No obstante, incluimos algunas historias fuertemente vinculadas a nombres de lugares.

45. El cabrero que hacía un botijo José Sánchez Sánchez

Algeciras

Había un cabrero que estaba todo el día alrededor de sus cabras, como es natural. Un día se subió en lo alto de una piedra bastante gorda y se puso a hacer un botijo de esos que les ponen a los chivos para que no mamen. Empezó a desbastar el botijo y cuando se cansó clavó el hacha en una hierbecilla

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que tenía la piedra y entonces vio con sorpresa que el hacha se le colaba por un agujero. Empezó a escarbar y a escarbar y después de un rato sacó una olla de oro como un demonio. El cabrero la cogió, pero no dijo ni pío. Llevó las cabras a su sitio, metió el oro en uno de los cántaros de la leche y se fue de donde vivía. Y todavía lo están esperando.

46. El tesoro de la Fuente Nueva Sin datos de informante

Algeciras

En la calle Fuentenueva había una fuente que hace poco han puesto otra vez. Pues detrás de los ocho caños de la fuente había unos escalones que llegaban a una cueva grandísima. Dicen que allí habían estado escondidos muchos moros que no quisieron irse cuando los echaron y pudieron aguantar mucho tiempo gracias a que tenían el agua allí mismo. Cuentan que entre aquellos moros había mujeres y hombres y que alguna gente les llevaba comida para que aguantaran más. No sé cuánto tiempo estuvieron ahí metidos, pero esos moros dejaron en la cueva una cantidad enorme de monedas sueltas y cuando los albañiles fueron en una de las veces que arreglaron la fuente, pues se las encontraron.

47. El tesoro de La Peña Tomás Márquez Esteban

Algeciras

Cuando terminó la guerra hicieron una cantera donde está La Peña, en Tarifa. Había unos doscientos hombres,

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pero uno se encontró con un tesoro y, para que no lo vieran, lo tapó y siguió trabajando. Aquella misma noche, cuando ya no había nadie en la cantera, volvió y se lo llevó a Facinas, que es de donde él era. Desde ese día ya no fue más a trabajar, pero un día le dio por venir a Algeciras con un par de lingotes para venderlos en una joyería. A los cuatro o cinco días fueron a buscarlo unos hombres diciéndole que querían comprarle más oro. Él lo sacó y cuando estaba todo fuera le dijeron: “¡Eh, policía!” y lo apresaron. Los lingotes los pusieron en la tienda de Villanueva en Tarifa para que todo el mundo lo viera. □ Juan Quero González

Facinas (Tarifa)

Esto pasó de verdad. Era un hombre que estaba trabajando en la zona de la Torre de la Peña sacando piedras. Un día encontró un tesoro y, sin que nadie se diera cuenta, lo escondió. A la noche fue a desenterrarlo y, cuando se lo llevó a su casa, ya no fue más a trabajar. Dicen que desde entonces, su hermana y él se liaron a lucir joyas de todas clases y, claro, así se fue dando cuenta la gente de que habían robado o se habían encontrado algo. Dieron cuenta a la guardia civil y fueron a su casa: -Mire, que nos hemos enterado de que usted tiene un tesoro y se lo vamos a cambiar por dinero. Cuando lo sacó, se llevaron el tesoro y a él lo metieron preso. □□□ Estos testimonios no son aislados. El hecho ocurrió hace relativamente poco tiempo (unos sesenta años) y lo recuerdan

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muchos ancianos del lugar. Algunos incluso nos invitaron a ir al lugar donde ocurrió y otros prometieron presentarnos al descubridor del oro, cuyo nombre y apellidos incluso nos dieron. Lo cierto es que podemos encontrarnos ante el punto de partida de una leyenda, según los derroteros que tome la transmisión oral.

48. La cabeza del toro Lorenzo García Domínguez

Jimena de la Frontera

En la Pilita la Reina [enclave de la Sierra del Aljibe] había una piedra con forma de cabeza de toro adonde todo el mundo se acercaba para buscar un tesoro. Al lado habían puesto un letrero bien grande que decía: EN FRENTE DE LA CABEZA DEL TORO ESTÁ EL TESORO Pues, claro, todos iban enfrente cargados con espiochas y barras para excavar zanjas y ver qué es lo que podían sacar. Después de tanto tiempo había unas zanjas tan hondas que ni aquellas sepulturas que tú te montas encima de otro y no se ve. Pero de allí nadie sacaba nada. Y ahora, pues de los muchos que llegaban hasta allí vino uno que estaba medio tonto y bajó solo a la zanja a cavar. Estuvo todo el día cavando hasta que al final cogió un porro de hierro y dijo: “Ya esto se va a acabar, esto de que enfrente de la cabeza del toro está el tesoro se va a acabar”. Y con las mismas le pegó en la cabeza a aquel toro de piedra con el porro y empezaron a salir joyas y monedas. Y es que el tesoro estaba allí metido, en frente, en la frente del toro estaba el tesoro. Pero la gente iba a cavar enfrente de la piedra y nunca pensaron que estaba en la frente del toro. Esto pasó hace muchos años, tantos que ninguno de los que estamos aquí habíamos nacido, ni los que están

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muertos habían pensado en nacer. Y pasó en verdad allá en la Pilita la Reina. Hay cosas que son mentiras, pero esta no. □□□ Pocas personas mayores no habrán oído hablar alguna vez de esta manera de custodiar los bienes. Más de veinte relatos hemos podido recoger de esta extendidísima leyenda que aparece prácticamente en todos los pueblos del país. De entre todas ellas, resaltamos la que hace referencia a un personaje histórico relativamente reciente, Blas Infante. Isabel Baladé nos la contó en Guadiaro, donde ahora reside, aunque la escuchó en su localidad natal, Casares: “Esto era un hombre que se llamaba Blas Infante y que escarbaba en un sitio que le llaman el Torrejón porque había muchas cosas enterradas (por lo menos, eso es lo que me contaba mi madre). Este hombre siempre decía que enfrente de la cabeza del toro estaba escondido el tesoro. Dicen que él encontró el toro, que encontró una galería, pero que el tesoro no lo encontraron nunca.” De igual forma, en pocos relatos encontraremos un mayor grado de apropiación local. Como ejemplo de fuera de la zona, remitimos al libro Leyendas de los castillos de Jaén de Juan Eslava Galán (Ediciones Osuna. Armilla, 1998), donde podremos encontrar este mismo relato.

49. El tesoro de la orza-1 Ana Pérez Navarro

Jimena de la Frontera

Dicen que había un hombre que estaba escondiendo en su patio una orza llena de monedas y de joyas y un vecino lo vio desde su azotea. Una noche, el vecino entró en el patio y la robó. Dicen que se puso rico, pero el dueño de la orza, por lo visto, echó una maldición a quien se la había robado y

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dicen que el final no fue muy bueno porque el ladrón se ahorcó. Yo sabía hasta el nombre del que la escondió, pero ya no me acuerdo. Creo que fue en la calle Sevilla.

50. El tesoro de la orza-2 José Sánchez Molina

Algeciras

En Jimena, en la placita que hay entre las calles Sevilla y La Loba, había antiguamente una iglesia. Cuando ya era una ruina, una vez una mujer soñó que había una orza llena de monedas de oro escondida en una de las ventanas. Al día siguiente, cuando salió a la calle, le contó el sueño al dueño de una tienda que había enfrente de la iglesia, pero el hombre no le hizo mucho caso y le quitó importancia. La mujer se fue a su casa convencida de que allí no podía haber nada, pero al día siguiente se encontraron que alguien había hecho un agujero junto a la ventana y lo había saqueado.

51. El tesoro de la cabra negra Lorenzo García Domínguez

Jimena de la Frontera

Había un hombre que vivía aquí al lado, en el Puente de las Cañillas, y tenía al compadre en Barcelona. Una noche, el compadre de Barcelona soñó tres veces que encontraba un tesoro debajo de una piedra donde se montaba una cabra negra y el hombre se quedó muy impresionado con ese sueño, así que se vino para acá y le contó a su compadre lo que había soñado. Pero él no lo creyó: -¡Anda ya, venir de Barcelona por un sueño!

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-Pero es que la piedra era como esa que tienes tú en el corral. -Sí, ahí siempre se monta una cabra negra pero ahí no hay tesoro que valga. Y tanto que le insistió, que tanto, que tanto, que cuando fueron pues cortaron la piedra y allí estaba el tesoro. Parece que era el tesoro de una gobierna que se llamaba doña Josefa Ramírez. Yo no lo sé, pero vamos, eso pasó, le pasó a uno que vivía aquí, pero de esto hace ya siglos. No ha sido hará cuarenta o cincuenta años, hace mucho más tiempo. Y esas son las cosas. Pero para que sea verdad hay que soñar el mismo sueño tres veces. Y no contárselo a nadie ni a la segunda vez. Este lo soñó tres veces y fue verdad. □□□ Como se ve, esta historia nos fue contada como cierta por el informante, aunque se trata de un cuento conocido en muchos lugares. Lo interesante del caso es que, una vez más, el informante se apropia de relatos universales situándolos en su entorno con la intención de hacerlos verosímiles y de captar el interés de cierto tipo de audiencia poco aficionada ya a los cuentos. La misma trama nos la refirieron en Jimena situando la acción en Ronda, ciudad preferida por algunos narradores para ubicar distintos hechos extraordinarios. Es también un relato que se suele relacionar con tesoros escondidos por bandoleros, habiéndose publicado una adaptación dirigida a jóvenes lectores (Rafael Estrada, El tesoro de Caramujo. Editorial Bruño) y otra de gran popularidad de la mano de Paulo Coelho, titulada El alquimista.

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52. En Osuna está la fortuna Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Una vez un hombre tuvo un sueño que se le repitió por tres veces. La gente siempre ha dicho que si se repite tres veces un sueño es que es verdad, así que el hombre creyó en ese sueño. Y era que alguien le decía: “En Osuna está la fortuna”. El hombre, a la tercera, no esperó más y se fue para Osuna, a ver si se encontraba allí con algún tesoro. Cuando llegó, después de estar todo el día buscando sin hallar nada, le salió uno diciendo que no hiciera caso de esas cosas, que él había soñado también tres veces que había un tesoro debajo de una piedra muy grande donde todos los días se subía una manada de cabras, y que en medio de esa manada había una cabra negra muy inquieta.

El hombre se acordó de que todos los días su manada de cabras hacía exactamente eso, mientras la negra se ponía a saltar muy nerviosa en medio de las demás. Volvió a su casa, removió la piedra y allí encontró el tesoro. Había ido a Osuna a buscar la fortuna y la encontró; bueno, lo que encontró allí fue la pista para dar con el tesoro que tenía muy cerca de su casa. También sé yo que han encontrado tesoros en los Tajos del Sol, muy cerca de donde están las tumbas de las piedras, y en la Pasá de Sabino; aquí encontraron una orza llena de monedas de oro.

53. Quien me vuelva al otro lado será afortunado José Sánchez Molina

Algeciras

Mi madre, Remedios Molina Gómez, me contaba que en el puente de Las Cañillas, allá por los años treinta,

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había una piedra que tenía una frase escrita a golpe de cincel. Esa frase decía: QUIEN ME VUELVA AL OTRO LADO SERÁ AFORTUNADO Todo el mundo había probado suerte dándole la vuelta a la piedra. Pero un día merodeaban por allí unos forasteros que se quedaron mirándola y, a la mañana siguiente, la piedra apareció partida en dos y hueca por el centro. Lo que había pasado es que el tesoro lo guardaba dentro y no por detrás. Todos habían creído que había que darle la vuelta a la piedra para encontrar algo de suerte y tuvieron que venir unos de fuera para dar con el truco. Esas frases hay que entenderlas bien y no a la ligera.

54. El tesoro del Sauzal Ignacio Morales Trujillo

Betijuelo (Tarifa)

Dicen que en El Sauzal encontraron un tesoro que se habían dejado los moros. Todo el mundo sabe que los moros, cuando salieron huyendo, dejaron cosas escondidas para cuando volvieran. Esta vez las dejaron junto a la piedra que recibía el primer rayo de sol. Y un poquito más allá, en La Sauzaílla, cerca de El Chaparral, lo dejaron dentro de un horno.

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55. La fortuna de los viejecitos Catalina Caballero Ayala

Jimena de la Frontera

Esto pasó en la Estación de Jimena. Había una pareja de viejecitos que ni comían bien con tal de ahorrar. Vivían como pobres, todo el mundo sabía que ganaban dinero pero nadie tenía idea de dónde lo guardaban. Un día se les hundió en el suelo la pata de la cama y la criada que tenían descubrió que habían estado guardando todo el dinero debajo de una losa, que todas las noches tapaban con la pata de la cama. Lo que no se sabe es si la criada se llevó el dinero o qué es lo que pasó. □□□ Incluimos este testimonio, que nos fue contado como real, por ser un buen botón de muestra de la gran cantidad de sucedidos sobre fortunas enterradas por los vecinos pudientes de cualquier pueblo. No sólo los árabes y judíos, en su huída, dejaron escondidos sus tesoros. La gente que quedó aquí siguió con la misma costumbre, llegando incluso a sellar el lugar del escondite por medio de oraciones y prácticas diversas, como la referida en la introducción de este capítulo.

56. Tres tesoros custodiados Alfonso Pérez Sánchez

Jimena de la Frontera

En el puente de Garcibravo, en el arroyo del Canario, habían enterrado un tesoro hacía mucho, mucho tiempo, pero la gente no se atrevía a parar en aquel sitio, todos pasaban lo más deprisa que podían. Por lo visto, si alguien se paraba a husmear, le salía una vieja del puente que daba tanto miedo que no le entraban ganas de volver a pasar por allí.

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Lo mismo pasaba en el cortijo de los Morcillos. Una vez estaba yo trabajando allí y tenía que pasar la noche dentro. Yo pasaba cerca de un pozo donde contaban que habían hecho un boquete y había un tesoro escondido. Yo iba con reservas, por si salía la vieja. Y, justo al pasar, se cayó la tapa del pozo y yo subí la cuesta que me las pelaba. Al llegar al cortijo me dicen: -¿Qué te pasa, chiquillo? -Que la vieja me ha salido y ha tirado hasta el cubo del pozo. También en un sitio que le dicen La Coronilla había huerto donde habitaba un susto. La gente pasaba por la vereda muy asustada, sobre todo cuando llegaban a una casita caída que había allí, donde los esperaba otro susto que guardaba algún tesoro. □□□ La historia de la anciana-duende que custodia un tesoro la hemos recogido también en Alcalá de los Gazules referida al lugar conocido como la Pasada de Magaña. Nos la contó Pedro Sánchez.

57. Indicios de oro escondido José Sánchez Molina

Algeciras

En casa de mi abuela Pilar se escuchó durante algún tiempo el tictac de un reloj por distintas partes: unas veces en el jarrón, otras en la pared, en los cuadros... Escuchar el tictac de un reloj es señal de que hay oro escondido en esa casa. Ella, harta de escucharlo, preguntó una noche que estaba sola: -Si eres alma del otro mundo dime lo que quieres.

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En ese momento se iluminó la casa como si fuera de día y mi abuela salió corriendo asustada. Los vecinos, que la sintieron, salieron a la calle y le preguntaron: -¿Qué te ha pasado, Pilar? Y ella contestó: - La gran puñeta. Se ve que no tenía ganas de hablar del asunto, aunque cuando pasó el tiempo se lo fue contando a sus hijos. Desde ese día, ya no se volvió a escuchar el ruido, pero mi abuelo empezó a soñar que había un tesoro escondido en el establo. Después de lo de mi abuela, no era cuestión de pasar por alto ese sueño, así que estuvo excavando y buscando. Pero nunca encontró nada.

58. El tesoro de la Misericordia Alfonso Pérez Sánchez

Jimena de la Frontera

En la iglesia de la Misericordia también he escuchado yo que había un tesoro y que estaba guardado por un alma en pena. Mi abuelo me contaba que el alma salía todas las noches abrazada a unas cadenas a rastras, y la gente del pueblo estaba asustadita perdida. Donde está el bar de Vargas, una noche llegó un tío con mucho valor y esperó hasta que el fantasma apareciera. Cuando lo vio le pegó dos tiros y lo dejó allí. Después le miraron la cara y resultó que era el cura, que por lo visto se disfrazaba todas las noches para que nadie le robara el tesoro que guardaba en la iglesia.

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59. El tesoro del Tajo de las Corzas Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Dicen que cerca del Tajo de las Corzas un hombre compró un terreno porque decían que allí había un tesoro escondido. Y contrató a una cuadrilla de hombres para que removieran el terreno a ver qué había. Un pastor que llevaba sus cabras por allí, viendo la que estaban armando y oliéndose que allí buscaban algo, se acercó a una piedra que no estaba puesta de forma normal, que parecía colocada para tapar algo. Se subió en la piedra y allí se quedó sentado todo el día. Los hombres cuchicheaban entre ellos: -¡Hay que ver el tío ese, que no se ha movido en todo el día de la piedra! Cuando llegó la noche, el pastor la levantó y encontró debajo un tesoro. Al día siguiente se encontraron con la piedra movida y del pastor ya no se volvió a saber nada más.

60. El Cerro Redondo Juana López

Guadiaro (San Roque)

Dicen que el Cerro Redondo está totalmente hueco y que desde allí bajaba un pasadizo por donde todos los días iba la reina mora a bañarse al río. El pasadizo sigue ahí, pero no sabemos lo que hay dentro. Lo que sí sé es que no paran de encontrar monedas, tumbas de metal, trozos de vasijas... Una prueba de que está hueco es lo que le pasó a un hombre. Estaba arando en el Cerro y se hundió la tierra. El hombre cayó dentro del Cerro con su vaca y se murió.

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Desde entonces, dicen que todos los años por San Andrés se escucha la campanilla de la vaca.

61. El tesoro de la Fuente Chica Federico Sánchez Tundidor

San Pablo (Jimena)

En el huerto que hay frente al lugar de Marchenilla (término de Jimena) hay una fuente que le llaman la Fuente Chica. Justo al lado hay una piedra de arenisca que llama la atención porque tiene una hendidura de tanto ser golpeada. Y es que se cuenta que esa piedra guarda un tesoro que sólo se puede conseguir golpeando la piedra convenientemente y en el lugar apropiado. Esto me lo contó Javier Pajares, un vecino de Marchenilla.

62. El cofre de las tres llaves Juan Macías y señora

Los Barrios

Era un señor que tenía una fortuna muy grande guardada en un cofre, pero sus hijos siempre andaban peleándose y el señor consideraba que no se merecían su fortuna. Cuando el señor vio que ya se iba a morir, llamó a los tres hijos y les dijo: -Todo lo que tengo será vuestro el día que os reconciliéis y os llevéis bien. Los hijos no creyeron lo que el padre les decía, pero cuando murió recibieron cada uno una llave. Fueron a abrir el cofre y descubrieron que hacían falta otras dos, precisamente las que tenían sus hermanos. Cuenta la leyenda que, por no dar su brazo a torcer, todavía anda el cofre en alguna ciudad de Andalucía, creo

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que en Antequera, esperando que los nietos o los tataranietos de los tres hermanos se pongan de acuerdo y lo abran.

63. El tesoro del cencerro de los López Pedro Sánchez

Alcalá de los Gazules

Los López eran una familia un poquito bruta. Uno de los sobrinos andaba por el monte desnudo metiéndose por las zarzas y las aulagas, pero no se pinchaba. Y cuentan que uno de ellos se encontró una vez con un tesoro de esos que habían dejado los moros. Lo llevó a su casa y, como no sabían dónde lo podían meter, lo escondieron en el cencerro del toro más bravo que tenían. Después se lo fueron contando a todo el mundo, pero a ver quién se atrevía a coger el tesoro del sitio donde estaba. Yo creo que ha sido el tesoro más a la vista que ha habido.

64. El tesoro del Madroñal Luis González

La Ahumada (Tarifa)

Aquí hay una historia de un tesoro que dicen que había, un tesoro que aparece y después no vuelve a aparecer. Pasó en una cueva del Madroñal. El Madroñal está más arriba de El Palancar. No han podido cogerlo porque tendrá una puerta de cal y no llevan herramientas. Pero cuando las llevan ya no encuentran el tesoro ni la pared. Una vez, “El Pelao”, un cepero que había por aquí, le dijo a mi padre: -A ver si eres capaz de ver el tesoro del Madroñal.

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Pero él siguió arrancando cepas, así que tampoco él lo pudo encontrar. □□□ Ramón Tapia también nos habló de un tesoro que sólo queda al descubierto un día al año. Aunque no nos dijo qué día, casi todos nuestros informantes coinciden en señalar varios días claves para este tipo de encantamientos: jueves y viernes santo, solsticios de verano e invierno y noche de San Juan.

65. El sueño del capataz Luis González

La Ahumada (Tarifa)

Eran unos que estaban haciendo carbones. Y el capataz llegó diciendo que había soñado que en un acebuche había una turutá llena de oro. Total, que, como lo mandaba el capataz, cortaron el acebuche y dentro encontraron un cuerno lleno de monedas. Lo que no sé es quién había dejado eso ahí, pero eran monedas antiguas. Una turutá era un cuerno que se tocaba a los viudos que se volvían a casar.

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Leyendas de sucesos extraordinarios, lugares encantados y personajes fabulosos De entre los muchos sucedidos y leyendas que sobre estos temas campean entre las conversaciones de la gente de la zona, hemos seleccionado veintidós relatos presentados con muy diversos estilos, desde el detallado texto que aporta Francisco Castro, narrado de nuevo como un cuento, hasta los lacónicos testimonios referidos por otros informantes. Duendes y diablillos, damas blancas, fantasmas, seres encantados o durmientes, hechiceros y animales fabulosos son los personajes que aparecen y desaparecen de estas historias con la misma facilidad que los lugares que habitan. No vamos a incluir en este capítulo determinadas leyendas más conocidas a través de obras escritas que de la transmisión oral, como la separación del Estrecho de Gibraltar por parte de Hércules o la situación de ciertos lugares míticos (Atllantis, Tartessos) en este particular finis terrae donde se han recogido los textos. Tampoco tendremos en cuenta algunas referencias que nos han llegado a través de historiadores locales que escribieron o nos hablaron sobre hechos más o menos mágicos relacionados con enclaves como Baelo Claudia, la necrópolis de los Algarbes o la Algeciras musulmana. Estas aportaciones, si bien interesantísimas, no pasan de boca en boca entre la gente del lugar, pues suelen proceder de antiguos trabajos (históricos o literarios) sobre la zona o ser conjeturas que los propios estudiosos realizan en base a piezas o documentos encontrados. Así, si alguna vez han llegado a referírnoslas nuestros

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informantes, hemos podido comprobar que suelen proceder de lecturas de publicaciones locales. Sí que habría que señalar en este apartado la existencia de una serie de personajes imaginarios utilizados por los adultos para asustar a los niños: el susto, el coco, el bujo, el sacamantecas, el chupasangre, el tío del maíz, el de los caramelos, el tío Camuñas, el hombre del saco, la marimanta, la mano negra, el monstruo del armario, el del cuarto oscuro o el que habita debajo de la cama, el tragaldabas, etc., etc., etc. Unos seres que aún campean, aunque menos, por las conversaciones nocturnas de algunas familias y que han causado no pocos traumas infantiles. Para saber más sobre ellos, consúltese el libro de Jesús Callejo “Los dueños de los sueños” de la editorial Martínez Roca.

66. El mago avariento Francisco Castro Salvatierra

Tahivilla (Tarifa)

Esto era una mujer que, cuando se casó, no sabía que su marido era un mago. En realidad, de su marido sabía muy pocas cosas porque el hombre, además de que como mago no era ningún lumbreras, como persona también dejaba mucho que desear: era muy avaricioso, tacaño, no le daba a su mujer ni una perra gorda para nada y, además, era tremendamente celoso. Su mujer era una señora de muy buen ver, muy elegante, guapísima, quizás por eso el mago sentía celos y la maltrataba. Por todas estas cosas ella decidió abandonarle. Adivinó el mago sus pensamientos y, para que no pudiera hacerlo, preparó un embrujo y la convirtió en un ser invisible. Entonces se dio cuenta de que, claro,

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estando su mujer en una dimensión diferente, en un estado invisible, y él en su estado natural, normal, de persona humana, pues no la podría vigilar, que era lo que a él más le interesaba. Así, un poco nervioso, a toda prisa, preparó unos potingues, inhaló sus vapores y se convirtió también en un ser invisible. Las gentes del lugar, como habían dejado de verlos, pensaron que a lo mejor se habían ido a Buenos Aires, que entonces estaba muy de moda y que la casa la habían abandonado. Pero nadie se atrevió a ocuparla ya que todo el mundo sabía de las malas pulgas que gastaba el mago. Fue corriendo el tiempo, la casa se fue deteriorando y, a la vuelta de pocos años, se convirtió en un edificio en ruinas. Surgieron entonces rumores de que en los alrededores de la casa se oían sollozos y lamentos de mujeres maltratadas y de que en aquella zona aparecían animales salvajes de una naturaleza nunca vista. Todo esto hizo que la gente rehuyera pasar por allí. Tenía que ser alguien con mucha necesidad para pasar cerca de aquella casa. Como aquel contrabandista mochilero que aprovechaba que era un lugar deshabitado para tomarlo de camino tanto cuando iba cargado como cuando volvía de vacío. Cierto día, cuando pasaba este contrabandista junto a un trozo de muro del patio que aún quedaba en pie, vio una gallina seguida de muchos pollitos chicos. Todos sabemos que las gallinas son muy dadas a buscar un nido entre las matas y a poner allí sus huevos. Esto fue lo que pensó este hombre. Y como no sabía quién podría ser el dueño, pensó llevárselos y devolverlos cuando apareciera. Cogió los pollitos y, como no tenía otro sitio, los puso en el sombrero con mucho cuidado porque estaban recién nacidos. Eran muchos y estaban apretadillos, pero consiguió colocarlos todos. Después fue a coger la gallina, pero, nada más tocarla, el animal

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desapareció por completo, se perdió de su vista. El hombre miró el sombrero y vio que los pollitos tampoco estaban, también habían desaparecido. El hombre, lógicamente, se escamó un poco, relacionó el asunto con la historia del mago y se marchó de allí. Desde entonces, siempre que tenía necesidad de pasar por aquella casa en sus viajes, miraba por si veía algo extraordinario, porque aquello de ver una gallina que desaparecía lo tenía algo preocupado. Y así fue como un día consiguió ver una gata en lo que había sido la puerta de la casa. Él dedujo que era una gata porque, además de que era muy lustrosa y bonita, tenía el pelaje de tres colores y había un refrán que decía que “de tres pelos, ni gato ni perro”, tenía que ser gata o perra. Era una gata blanca, negra y con un rojo lleno de matices muy bien repartidos, una gata preciosa. Empezó la gata a maullar y a ronronear como suelen hacer cuando los gatos están contentos y el hombre se acercó para acariciarla. Pero nada más mover un pie, la gata desapareció. -Caramba, otra vez un animal que desaparece. Pero no duró mucho su extrañeza porque donde estaba la gata apareció una mujer de cuerpo perfecto, bellísima, una mujer como él no recordaba haber visto ninguna en su vida. Temeroso de que con esta aparición ocurriera como con las anteriores, que se habían esfumado, el hombre, sin moverse, le rogó que no se fuera, que él estaba muy contento de verla, que tenía necesidad de hablar con ella y de saber qué hacía en aquel lugar. La mujer le dijo: -Soy la esposa del mago avariento, mi marido me volvió invisible y él también está así para poder vigilarme constantemente.

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-Pero... habrá alguna forma de romper este encantamiento –dijo el joven. -Este embrujo sólo podrá romperse si aparece un hombre dispuesto a luchar con el mago y a vencerle. No tendrá que quitarle la vida, bastará con que le haga sangre. Dicho esto, la mujer continuó: -Quien venga tendrá que hacerlo en la noche de San Andrés a las doce y media en punto de la madrugada. Y ahora no tengo más remedio que marcharme. Y desapareció. Nuestro hombre se quedó aún más preocupado que nunca, incluso pateaba el suelo pensando por qué le tenían que ocurrir a él aquellas cosas de seres que aparecían y desaparecían. Cuando se serenó, pensó: “Bueno, estamos a mediados de noviembre, la noche de San Andrés no tardará tanto en llegar”. Y, como él estaba decidido a ir allí a luchar con el mago, pues esperó hasta que llegara la noche de San Andrés. A la hora que le había dicho la mujer, estaba allí nuestro hombre. No llevaba ningún arma, sólo aquella navaja que siempre le acompañaba metida en uno de los bolsillos del pantalón. Cuando el hombre llegó allí, el bosque estaba en un profundísimo silencio, algo anormal porque ni el viento hacía ruido moviendo las ramas de los árboles. Dieron las doce y media y oyó como si algo se arrastrara por entre las matas. Enseguida se presentó ante él una enorme serpiente tremendamente grande y repulsiva. Venía en un plan bastante agresivo, traía la cabeza y parte del cuerpo levantados del suelo, silbando constantemente y sacando una lengua roja como el fuego que terminaba en dos puntas. Llegó a nuestro hombre y empezó a darle vueltas a sus pies, a enroscarse en sus piernas hacia arriba. Nuestro hombre, que no era persona de miedo, era consciente de que su vida corría un gran peligro, pero

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pensaba también que aquella mujer a la que ya él amaba debía regresar a su estado natural. Sin embargo, no movía un solo dedo, como si una fuerza maligna y misteriosa lo tuviera totalmente paralizado. El reptil seguía enroscándose hacia arriba y tenía la cabeza a la altura de su pecho. Hubiera bastado uno de esos movimientos rápidos de estos animales para morderle la garganta o la nuca y quitarle la vida. Ante estos pensamientos, el hombre intentó reaccionar y se llevó la mano al bolsillo para sacar la navaja, pero comprobó que uno de los anillos de la serpiente se lo impedía. Entonces ocurrió algo inesperado y rápido como el rayo: desde las matas cercanas, una criatura con una habilidad propia de los felinos, saltó sobre los anillos de la serpiente y, con una furia tremenda, como si fuera un animal rabioso, empezó a morder y a arañar al reptil. De las heridas, aunque no eran profundas, empezó a brotar sangre y el reptil se esfumó. No cayeron sus anillos inertes a los pies de nuestro amigo ni tampoco se fue como había venido, sino que desapareció. En aquel momento, el bosque recobró su punto. Se oyó el grito de la corneja, el ulular del búho, el extraño ladrar de la gandana y un ejército infinito de grillos entonó su chirriante canto. El mago había sido vencido y el encanto se había roto. En la puerta de lo que había sido la casa del mago apareció la mujer que ya conocemos, pero esta vez era más elegante, radiante y guapa y venía en carne mortal. Traía en su cuadril derecho una canasta de mimbre de tamaño grande con dos asas y en ella traía su ropa. Se miraron con una alegría infinita, se acercaron el uno al otro y se saludaron cariñosamente. Como deseosos de abandonar pronto aquel lugar, empezaron a caminar llevando la canasta entre los dos, cada uno de un asa.

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No habían andado muchos pasos cuando oyeron tras de sí un insistente “pío, pío, pío, pío”. Eran la gallina y los pollitos que les venían siguiendo. Sintieron lástima de aquellos animalillos y, para que no fueran pasto de los bichos montunos, decidieron llevárselos en la canasta. Los colocaron dentro y, para más seguridad, los cubrieron con una prenda de ropa de la mujer. Caminaron de nuevo llevando la canasta entre los dos, pero, a poco que habían andado, se dieron cuenta de que la canasta cada vez pesaba más y más y más. Y ya, cuando habían caminado un buen trecho, llegó un momento en que casi no podían con ella. La pusieron en el suelo antes de que se rompieran sus asas, levantaron la prenda de ropa y vieron que allí de gallina y de pollitos no había nada. Lo que había eran muchas, muchísimas relucientes monedas de oro. Era todo lo que el mago había ido ahorrando con su tacañería y su avaricia durante toda su vida. Como es natural, nuestros amigos no cabían en sí de contentos. El hombre dejó el contrabando y vivió muy feliz acompañado de su mujer y de aquella preciosa gata de tres pelos, que no era otra que su hada protectora. Y con esto y un cesto con pan y pimientos y rabanillos tuertos, termina este cuento. □□□ Si han seguido con cierto detenimiento los relatos de la primera parte de este volumen, habrán podido comprobar que este texto guarda muchas similitudes con los cuentos de tradición oral. Sin embargo, si lo analizamos un poco echamos en falta las imprescindibles “funciones de Propp” y además, a pesar de que aparecen determinados motivos coincidentes, la razón de ser de esta leyenda no es la misma que la de los cuentos.

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67. La Piedra del Soldado Ignacio Morales Trujillo

Betijuelo (Tarifa)

Aquí cerca hay un sitio que tiene un encanto. Se llama la Piedra del Soldado. Antes la gente no quería pasar por debajo y se iban por otro camino que había más arriba. Mi madre, cuando tenía que ir al Chaparral con la ropa, le decía a mi padre: -Llévame, Andrés, hasta la piedra del soldado. Tú te quedas cazando y me esperas a que vuelva. Era el sitio donde se había matado un soldado moro, cuando ellos andaban por aquí.

68. Cuevas de durmientes en la Sierra de Betis Ignacio Morales Trujillo

Betijuelo (Tarifa)

Por aquí hay dos cuevas de durmientes. Son dos cuevas con una laja muy grande cada una. De chicos nos mandaban a meter los burros dentro y nos contaban que allí había durmientes, que son gente que no está ni viva ni muerta, que se aparecen. También en El Chaparral, justo detrás de la Piedra del Soldado, estaba el Picorucho del Sauzal, que era una piedra de durmientes que medía por lo menos treinta metros de alta. Era de color rojo, igual que otra que había en el Cortijo Las Piñas. Pero ya han desaparecido, ahora sólo podemos encontrar trozos rojos de la piedra tirados por ahí. Estas cosas me las contaba sobre todo mi abuela, Ana Lara, que era muy aficionada a buscar tesoros.

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69. ¿A dónde vais? Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Antes se hacían hornos de carbón en el monte, hornos para fabricar carbón. Todas las noches había que estar pendiente y, claro, a las cuatro o las cinco de la madrugada, andaba gente por el campo. Y cuentan que había uno que todas las noches sentía una voz que le decía: -¿A dónde vais? Pero él no le hacía caso. Pero una noche, cagadito de miedo, cuando la voz de volvió a decir: “¿A dónde vais?”, él contestó: -¡A hacer puñetas vais! En ese momento sintió que algo le tocaba en el talón y salió corriendo que se las pelaba. Claro, contestó tan mal que a lo que fuera no le sentó muy bien lo que le dijo.

70. El Molino del Duende Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

De Tarifa para arriba, en un sitio que le dicen La Molinilla, está el Molino del Duende. Allí siempre se ha dicho que vive un duende. Dicen que una noche venía un hombre para arriba montado en un mulo y se cruzó con un chiquillo, y le dijo: -¿Dónde vas, chiquillo? -Ahí voy p’arriba. -Anda, móntate. Al ratito sintió unas palmas muy altas y, al mirar para atrás, vio que al chiquillo le estaban arrastrando las

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piernas. El hombre, sin pensárselo dos veces, hizo así y lo tiró. Y es que no era un niño, era el duende, que se volvía todo lo que quería. □□□ Mª Luz, una vecina de Candelaria, da fe del relato que acabamos de contar: “Eso me lo contaba a mí mi abuelo y decía que le había pasado a él. Él decía que no era un chiquillo al que montó, que era un hombre y que cuando lo montó en el caballo no podía de lo que pesaba. Entonces le dio por mirar para atrás y vio cómo las piernas le iban arrastrando por el suelo.”

71. El duende del Puente de la Vieja Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

En el Puente de la Vieja dicen que aparecía una vieja sentada. Mi padre pasó una noche por allí y pensó: “Ahora me tenía que salir el duende”. Vio un caballo en el borde de la carretera. Y dicen que el sombrero se le levantaba. Entonces pensó: “¿Y ahora cómo paso? Yo no me arrimo al caballo”. Y le gritó: -¡¡¡Cabaaallo!! El caballo se apartó y después, cuando mi padre lo contó, todo el mundo le decía que era el duende y que por eso se le levantaba el sombrero. El duende se volvía todo lo que quería, se convertía en caballo o en niño, pero sobre todo en vieja, por eso se llama así el puente. También se veía como una gallina con unos pollitos que cuando ibas a cogerlos desaparecían. Y si iban dos personas juntas, sólo una lo veía. A Curro el Huérfano le pasó que lo vio como una

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lombriz reluciendo, muy brillante; salió corriendo y llegó a su casa asfixiadito. Y a Rafaelilla la de Tomás también le pasó lo mismo, pero no en el Puente de la Vieja, sino en casa de María Gómez.

72. El duende del perol Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Era una familia de por aquí que se tuvo que mudar de casa porque continuamente echaban de menos cosas. Cuando iban a echar mano de algo se encontraban el sitio. Y eso, una vez y otra vez, te hace pensar que alguien te está robando o que pasa algo raro. Cargaron los muebles en un carro que tenían y tiraron camino adelante, pero cuando llegaron a la casa nueva, dice el padre: -Anda, se nos ha olvidado el perol. Y desde el carro salió un hombrecillo y le dijo: -Por el perol no preocuparse, que lo he traído yo. Y era el duende el que le había estado quitando las cosas y encima se lo habían traído a la casa nueva. □□□ En otros textos que hemos recogido, lo que se pierde son las trébedes o una pequeña sartén. Disponemos de una versión de Ardales (Málaga) en la que el duende se convierte en un chivo que el protagonista coge a hombros y transporta hasta la nueva casa; en el momento en que el hombre le mira a la cara, el chivo le enseña su dentadura y le dice socarrón: “¿Tiene tu padre tantos dientes como yo?”. Es un relato que hemos recogido como cuento (sin lugar ni personajes definidos) y también como leyenda, referida a personas del lugar, aunque hemos optado por incluirlo en este

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apartado. Espinosa hijo lo recogió también en Peñaranda de Duero en 1936 con unos cedazos como objetos olvidados.

73. La dama blanca Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Este era un pastor al que todos los días, cuando iba a guardar el ganado, le salía una mujer muy blanca, que en realidad no era una persona, sino el espíritu de alguien que habían enterrado viva. Eso lo hacían los de la Santa Inquisición. Dicen que le salía de una pared, se sentaba en una piedra y lo llamaba. El muchacho llegaba a su casa asustado y se lo contaba a su madre. La madre le dijo un día: -Tú háblale, háblale, ya verás que no te va a pasar nada. Y así, uno de esos días, él le habló y la dama blanca le contó lo que le pasaba: -Sólo me puedo liberar si una persona pasa mis pruebas. Pero mira, ya estoy cansada. Llevo muchos años así, buscando a alguien que me quiera ayudar. Si tú quisieras, yo me iría a descansar y tú te quedas con el tesoro que tengo guardado. El muchacho no sabía qué decir y, como se quedó callado, y a ella le pareció que estaba de acuerdo, así que le puso tres pruebas. La mujer blanca le dijo: -Mira, tendrás que venir tres noches solo a este pozo. La primera noche te van a salir unas llamas que llegarán hasta el cielo, pero no te asustes que soy yo. Luego te saldrá un toro y tendrás que aguantar sin asustarte, pero tampoco te asustes que soy yo. Y lo último será una serpiente que se enredará por tu cuerpo. Si eres capaz de aguantar hasta que se enrosque en tu cintura, ella te dará

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la llave y ya podrás sacar el dinero de los tres cajones donde está guardado. El muchacho fue la primera noche y aguantó, fue la segunda y aguantó, pero a la tercera se lo dijo a un vecino no fuera a pasarle algo, así que no cumplió la palabra que le había dado a la dama blanca, que era que tenía que ir solo. Fueron los dos a las doce de la noche y cuando vio la serpiente salieron corriendo. Al día siguiente, la mujer blanca se le apareció a las doce del día, le dio una paliza y le dijo: -Me engañaste, me dijiste que ibas a venir solo y no viniste solo. Así estuvo varios días, dándole palizas a las doce de la mañana, hasta que un día se lo encontraron muerto en el pozo, ahogado. Todavía se aparece la mujer blanca a alguna gente de aquí. Si no, preguntadle a Salero, un cabrero que vive ahí más arriba. □□□ Esta es la alusión más cercana a apariciones de hadas encontrada en la zona. La presencia de estos seres sobrenaturales en la tradición oral se fue debilitando hace ya muchas décadas, debido sobre todo a la presión de las autoridades religiosas, que consideraron paganos estos relatos y demoníacos a sus protagonistas y divulgadores, no produciéndose, como en el caso de los cuentos, una adaptación cristiana de los textos. Ya en el siglo XIV, en la corte de Alfonso XI, se escribió un Tratado contra las hadas, conservado actualmente en la biblioteca de El Escorial. Así, pues, y valga la expresión, es casi un milagro que el hecho narrado en este texto sea recordado todavía.

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74. La cueva que aparecía y desaparecía Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Había dos cabreros cuidando cabras y un día, cuando se separaron, uno de ellos encontró una cueva justo al lado del camino. Al día siguiente se lo dijo al otro y fueron a verla, pero no dieron con ella. El pobre hombre estaba muy apurado y juraba que él la había visto el día antes, pero el otro le decía que se dejara de embustes. Entonces se le ocurrió que, si dejaba una señal en la entrada el día que la viera otra vez, a lo mejor ya no la perdía más de vista. Así lo hizo. Al día siguiente la volvió a ver y dejó en la entrada una muruquita [montoncito] hecha con piedras. Cuando al otro día volvió, no estaba ni la cueva ni la muruquita y nunca más volvió a ver la cueva. Si yo hubiera ido, pongo una pila de tajos en la entrada y eso no se lo lleva nadie. Esto pasó por los Hondillos (o más arriba, hacia la sierra) a dos cabreros de por aquí, y a uno de ellos todavía le viven los hijos. □□□ Podemos ver un relato similar (y, además, recogido en el mismo lugar) en el número 64, “El tesoro del madroñal”.

75. El cabrero que se perdió en el monte Ernesto Pacheco

La Línea de la Concepción

Hace ya muchos años pasó un suceso extraño. Un cabrero llamado Juan llevaba cada mañana su rebaño de cabras a pastar al monte. Un día se le extravió una cabra

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y la buscó hasta que dio con ella. La cabra estaba sentada junto al muro de unas ruinas. Cuando Juan fue a cogerla se encontró un agujero y él no se lo pensó dos veces y se metió. Pasó por unos pasillos muy largos y oscuros hasta que se topó con un hombre que le dijo que lo siguiera, que le iba a mostrar una cosa que nunca había visto. Juan siguió al hombre y llegaron a un valle desconocido para él. Le contaron que allí no pasaba el tiempo y que todo se mantenía igual durante todo el año, la gente vivía muy feliz y no había problemas para nadie. Más tarde le presentaron a unos ancianos muy simpáticos que lo invitaron a tomarse un vasito de vino. Juan bebió mucho de aquel vino que le sabía a gloria, pero no estaba acostumbrado a beber y se quedó dormido profundamente. Cuando se despertó sintió algo raro, como si hubiera dormido más de la cuenta. Se despejó y fue a buscar a su rebaño, pero por más vueltas que daba no lo encontró. Decidió entonces irse a su casa, pero encontró el pueblo muy cambiado, así que no encontró su casa y preguntó a alguien por la calle por su familia. Le respondieron que su mujer hacía ya tiempo que había muerto y que a él lo habían buscado durante muchos años. En ese momento, Juan se dio cuenta de que había envejecido de repente y lo achacó al vino que había bebido. Sin familia y sin casa, Juan decidió marcharse del pueblo, pero una mujer se le acercó y le dijo: -Soy tu hija María y este es tu nieto. El cabrero se quedó al final a vivir con ellos y se prometió a sí mismo que nunca más volvería a beber. □□□ Lo que nos han contado como leyenda está catalogado como cuento de carácter mágico-religioso con el número 471

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A, “El monje y el pájaro”, del que se han difundido varias versiones literarias.

76. La serpiente listilla Ana (sin datos de apellidos)

Algeciras

Cuentan que, antiguamente, las madres que daban el pecho a sus bebés tenían que tener mucho cuidado con las serpientes listillas. Una vez, una madre que tenía un niño chico se extrañaba de que no le engordaba nada y para colmo amanecía con los labios morados. Se lo comentó a una vecina y esta le dijo que podría tratarse de la serpiente. La mujer se asustó mucho, pero la vecina la tranquilizó diciéndole que esa noche ella y su marido se quedarían de guardia. Cuando llegó la noche y la mujer se quedó dormida, el niño empezó a llorar. Al momento, del techo de la habitación, que era de paja, se deslizó una serpiente. La muy lista metía su cola en la boca del niño para que se callara y, mientras tanto, la muy tragona le mamaba la teta a la madre. Lo que no sabía la serpiente era que la vecina y el marido la estaban vigilando y en un descuido la cogieron y la mataron. □□□ Candelaria Ibáñez, en La Ahumada (Tarifa) añade que lo mismo le pasó a una amiga de su madre y, para saber dónde se escondía la serpiente, echaron acemite (afrecho) por el suelo. Al final la encontraron dentro del colchón. Según esta señora, se le tenía tanto odio a las serpientes por este y otros motivos que las mujeres, cuando alguien las nombraba en su presencia, solían protegerse con esta

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expresión: “Lagarto se vuelva”. Y todavía dice la gente del lugar que “si la serpiente oyera y la víbora volante viera, no habría hombre que al campo saliera”. El profesor Enrique Emberley, en un trabajo sobre animales mitológicos de la zona (ver bibliografía), escribe al respecto: “Suponemos que esta creencia está fundada en el pánico terrible que puede llegar a sufrir una mujer que descubre a una serpiente en los alrededores de su cama y cerca de su bebé e intenta dar una explicación ‘lógica’ de lo que puede estar buscando dicho animal en su lecho. De hecho es imposible que las serpientes tengan en su repertorio genético de conductas el reflejo de succión necesario para poder mamar e, incluso, en el hipotético caso que lograran extraer leche de un seno femenino, no poseen los fermentos digestivos necesarios para poder metabolizar la leche, por lo que les resultaría indigesta, tóxica o cuando menos anutricional.” Emberley describe en su estudio un total de diecisiete animales fabulosos y comportamientos anormales de animales reales entre los que, por su coincidencia con nuestras informaciones, destacamos los siguientes: La serpiente peluda; la serpiente con cerdas; el alicante, nombre dado a cualquier reptil que resulte extraño; la serpiente que mama, que no es otra que nuestra serpiente listilla; la víbora volante; la serpiente gigante; la serpiente látigo.; el lagarto que tiende a morder a las mujeres cuando hacen sus necesidades en el campo; la gallina decapitada y el sapo escupidor. Creencias, mitos y leyendas que van de boca en boca entre la población rural y que, según el autor del estudio, apenas soportan la aplicación de la lógica científica.

77. Los gentiles Ignacio Morales Trujillo

Betijuelo ( Tarifa)

Cuando estaban los bárbaros del norte por aquí, vivían por estos campos unos gigantes que se llamaban los gentiles. Son los que hicieron la cantera que hay aquí

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detrás. Pero entraron unos vientos muy grandes de Levante y, no pudiendo guerrear, se fueron fugitivos. Mi padre y mi abuelo me contaron que existieron, que fue en una época en que los vientos no se quitaban, justo antes de que vinieran los moros. (Ignacio también nos habla de algunos restos megalíticos como los dólmenes que asoman en los alrededores de su casa, que él relaciona con los gentiles.) □ Antonio, guarda de la Huerta Esquivel- Jimena de la Frontera

Por aquí, por el río, dicen que pasaban los gigantes y un poquillo más arriba hay una huella de un pie que la dejaron ellos. (Este señor nos acompañó a ver la huella, que resulta ser una hendidura de un metro de largo practicada en una gran roca en un remanso del río Hozgarganta.) □ Juan Quero

Facinas (Tarifa)

La Sierra de la Plata y la del Retín se me representan como dos grandes focas que hubieran venido del mar y se hubieran convertido en tierra, dejando las colas dentro del agua. Es una forma que recuerda a los gentiles que vivieron por aquí hace miles de años. Esas tumbas que hay por estas sierras, en Betis, en las Momias, eran de una raza antigua muy grande de estatura que se tuvieron que ir por el viento de Levante. □□□ Relatos de todo el mundo nos hablan de seres descomunales que convivieron con los humanos en un pasado

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remoto. Veamos esta versión de una conocida leyenda básica irlandesa titulada “Tir Na N’óg” (El país de los siempre jóvenes), recogida en Málaga a la familia Keown. Obviamente, hemos respetado la forma de expresión de la informante: “Había un guerrero que se llamaba Oisín. Fue muy querido de todos. Un día encontró una princesa muy bonita y estaba muy enamorado con ella. Le dijo que tenía que irse de su país e irse a la suya que se llamaba el país de los siempre jóvenes. Tenía pena de irse, pero quería estar con ella. Estaba muy alegre en su país nuevo, pero después de una cantidad de años quería volver a Irlanda a ver a su familia. La princesa Niav decía que no debía tocar el suelo porque si lo hace se rompía el hechizo y no puede volver a ella. Fue en su caballo blanco y cuando llegó a Irlanda encontró que trescientos años habían pasado y no reconocía a nadie. Vio unos hombres enormes moviendo unas rocas grandes y ofreció ayudarles. El cinturón de su silla se rompió y cayó al suelo. Y en un instante era un hombre viejo. Nunca vio a la princesa otra vez y murió de un corazón roto.” (recogido en el colegio Los Olivos, 20-01-1999) Uwe Topper, en Cuentos populares de los bereberes, incluye algunos relatos sobre gigantes que se narran en la otra orilla del Estrecho y que nos remontan a la mitología griega (“Sidi Ahmed y Musa en la cueva del gigante”). También señala la importante presencia de gigantes en el imaginario popular de la zona: “A los gigantes -en lengua tachelheit ‘Rausn’- los imagina la gente como raza anterior a la humana, y se cree que los había en la región hasta hace bien poco. Vivían en cuevas, robaban ganados y, de vez en cuando, niños. Así lo cuenta la gente. Todavía hoy se les teme. También hay relatos de la extinción de los últimos gigantes: se encendieron grandes fuegos en las entradas de sus cuevas”. Podría ser que cada pueblo tuviera una razón para explicar la desaparición de estos seres; también, y así nos lo han hecho saber en un par de ocasiones nuestros informantes, que los gigantes huyeran desde aquí hasta la otra orilla motivados por el tremendo viento de Levante y que allí murieran a causa del fuego. Lo cierto es que, a este lado del Estrecho, la memoria popular nos dice que la marcha de los gigantes supuso el final de una cultura (la de “los

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bárbaros del Norte” que refiere Ignacio Morales) y el inicio de la dominación musulmana.

78. Dos extraños sucesos en San Roque Manuela Díaz y Sebastiana Lobillo

San Roque

Hubo un tiempo, cuando nosotras éramos chicas, que la gente no quería pasar por la ermita de San Roque porque decían que les salía un fantasma. Ya no se habla de eso, pero lo que pasó es que allí se había ahorcado un hombre y su espíritu anduvo mucho tiempo por los alrededores. Otra vez, cuando yo estaba embarazada de mi hijo, estaba asomada al balcón con mi suegra y me llegaban piedras desde la calle. Y lo mismo pasaba en otras calles y plazas: por los Cañones, por la calle Larga, por la calle Nueva, por todos lados. La gente venga a gritar y decían que estaba llegando el diluvio. Y resultó que era una mujer que tenía un querido y él tiraba piedras por las calles que iba a pasar para que la gente se fuera de allí.

79. El Cristo de la bisabuela Silvia Grimaldi Pecino

Los Barrios

En la cabecera de la cama de mi bisabuela hay colgado un gran cuadro donde aparece Jesucristo sentado en la ribera de un río contemplando la naturaleza. Este cuadro es muy antiguo, se puede observar que su madera está agujereada por las polillas, pero lo más interesante no es el cuadro sino el Cristo que hay en él, porque tiene su propia historia, que mi bisabuela nos cuenta por las noches en casa de mi abuela. Todos la conocemos de sobra, pero todavía nos resulta curiosa.

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Era por los años cuarenta, esos que dice ella “los años del hambre”. Mi bisabuelo Antonio el Barbero estaba en la cárcel por pensar diferente a los que mandaban entonces. Ella tenía que ir todos los días en el tren desde la estación de Los Barrios hasta la de Setenil de las Bodegas para poder mantener a tres hijas que tenía. En Setenil compraba garbanzos, chorizos, morcillas, aceite y tocino. Esa era la carga que traía para Los Barrios y que vendía en una tiendecita que tenía en la calle Corredera. Sin embargo, lo que llevaba para Setenil era diferente, solía ser tabaco, azúcar, sacarina..., cosas que sólo se podían encontrar en Gibraltar. Un día de esos que estaban en Setenil haciendo noche (digo estaban porque siempre iba con una amiga suya también de Los Barrios, María Espinosa Ladrón de Guevara), mi bisabuela soñó que el Cristo de la cabecera de su cama le dijo: -Manuela, no salgas mañana para Los Barrios porque los de la brigadilla de Ronda te van a confiscar todas las cosas. Mi bisabuela le contó el sueño a su amiga María, pero esta le contestó: -Tú estás tonta, Manuela, siempre con las mismas chalaúras. Así que las dos partieron de Setenil con rumbo a Los Barrios. Pero llegando a Ronda se montó la brigadilla y, acercándose a mi bisabuela, uno le dijo: -Oiga, señora, estos bultos que están en el pasillo, ¿de quién son? -Pues son nuestros, señor guardia. -Pues quedan confiscados ahora mismo. En ese momento, mi bisabuela dio un tremendo grito: -¿Qué te dije, María, qué te dije que me había dicho el Cristo? -Señora, dígame lo que le dijo el Cristo.

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-Que se lo diga ella, si no creerá usted que me lo estoy inventando. -Pues dígamelo usted. -Que esta mañana me dijo que había visto al Cristo de su cama y que le había dicho que la brigadilla de Ronda nos iban a confiscar todas las cosas. -Bueno, señoras, cojan ahora mismo esos bultos y quítense de en medio, que hoy me han cogido de buenas. Esta es una muestra de la relación de mi bisabuela con el Cristo que tiene en la cabecera de su cama, pero no es la única, pues también cuenta que un día antes de que mi bisabuelo saliera de la cárcel, también se le apareció el Cristo para decirle que iba a venir. Mi bisabuela se llama Manuela Azuaga, tiene ahora 85 años, nació en la calle Corredera de Los Barrios y lleva sesenta años en Palmones, donde tiene tres hijas, diez nietos y once bisnietos.

80. La leyenda de la retama Sin datos de informante

Algeciras

Los habitantes de un pueblo de la Sierra de Ronda conocen la leyenda de la retama, una planta enorme que ha crecido en la entrada de una cueva a las afueras del pueblo. Todos los vecinos que pasan por su lado le hacen un nudo y le rezan un padrenuestro, pero sólo pasan de día, pues de noche no se atreven porque dicen que se les puede aparecer un fantasma que se los llevaría al otro mundo. Cuentan que hace mucho tiempo, en la entrada de la cueva, se le desbocó el caballo a un cura que salía del pueblo y murió allí mismo. Por lo visto, el cura no había sido muy humano con la gente y, como murió antes de su tiempo, su alma se quedó vagando por el lugar esperando

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que alguien se apiadara de él. Pero la gente le temía porque creía que era un espíritu con malas intenciones. Cuando pasó algún tiempo, volvió de la guerra un soldado que ya no recordaba aquella historia y, cuando se la contaron, él contestó que después de haber pasado lo suyo en la guerra le tenía más miedo a los vivos que a los muertos, así que se preparó para pasar allí la noche y encontrarse con aquel fantasma. Rezó en la ermita que había allí cerca y preparó su espada por lo que pudiera pasar. A eso de las doce de la noche vio que se le acercaba una sombra muy despacio. Él le ordenó: -Alto ahí, ¿quién va? ¿Qué queréis de mí? Y la sombra le contestó: -No quiero hacerte ningún mal. Mi caballo se desbocó y morí en este mismo lugar. Como estaba en pecado, todavía estoy vagando por este mundo. Ve y dile a los vecinos del pueblo que se apiaden de mí y que recen por mi alma. El soldado regresó al pueblo y contó lo que había visto. Desde entonces, ya nunca más se apareció el alma del cura, pero la gente, por si acaso, evita pasar por allí de noche. Eso sí, de día, cuando pasan, todos le rezan su padrenuestro y hacen un nudo a la retama para que conste que han pedido por él. □□□ Esta leyenda la conocimos por primera vez en 1994 en Alpandeire, pueblo de la Serranía de Ronda, donde nos mostraron el lugar donde presuntamente ocurrieron los hechos. La madre de uno de nuestros alumnos nos la contó posteriormente en Algeciras tal y como allí la habíamos escuchado, aunque sin referirla a un pueblo determinado.

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81. La defensa del castillo de Jimena Antonio Gutiérrez García

Algeciras

A mí siempre me han contado que un antepasado de mi abuela paterna consiguió detener a los moros cuando estos querían tomar el castillo de Jimena. La cosa sucedió así: al parecer, los que venían a conquistar el castillo eran más en número que los que lo defendían y a él se le ocurrió esperar a que llegara la noche y colocar una lamparilla encendida en cada cuerno de los machos cabríos que guardaban en el castillo. Como tenían bastante ganado, pues lograron reunir un buen número de cabezas y estas multiplicadas por dos hicieron parecer que había en el castillo mucha gente dispuesta a defenderlo. Se juntaron los habitantes del castillo con las cabras y empezaron a bajar por las laderas del monte. Los moros se asustaron y huyeron. A mi antepasado, el que capitaneó este grupo, le pusieron de apodo “El macho”. □□□ Esta peculiar forma de defender un castillo la encontramos en distintas tradiciones de la Península, casi siempre utilizada para repeler un ataque musulmán. Si fue un hecho real o no, queda en el aire, pero lo cierto es que se convirtió en leyenda que fue aplicada para elevar la moral del pueblo y de la tropa.

82. La Garganta del Capitán José María Herrera Otero

Algeciras

Dicen que hubo un capitán de bandoleros que se mató con el caballo en ese sitio, muy cerca del molino. Si

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van allí verán una piedra donde hay una cruz que señala el sitio exacto donde se mató. He escuchado a alguna gente de por aquí que a varios se les apareció el espíritu o el fantasma del capitán, pero no vayan a creerse ustedes que esto pasó de verdad, son cosas que cuenta la gente. □□□ El suceso de la muerte imprevista del referido capitán es real. En la cruz, esculpida sobre una gran roca de arenisca, puede leerse que el hecho acaeció el 13 de junio de 1834 y que el personaje, de nombre Gabriel Moreno, tenía 74 años. Sobre la causa de la muerte nos han llegado diferentes versiones enriquecidas por el tiempo y la fantasía: que huía de los migueletes cuando resbaló, que él perseguía a un zorro y tropezó, que alguien le empujó para robarle un botín o que simplemente murió de viejo en un molino cercano después de una agitada vida . Ya vemos que del hecho a la leyenda sólo hay pequeños pasos: imaginar, contar, hacer correr la voz y mantener el interés del relato entre la gente del lugar.

83. Sucesos extraños en el monasterio del Cuervo Varios informantes

Algeciras

(Desde pequeños, quienes firman este volumen han oído diferentes sucedidos relacionados con el monasterio del Cuervo, situado en el término de Benalup-Casas Viejas. Los más llamativos son dos: el que nos habla de las facultades sobrenaturales que poseía el guarda de la finca, que pudo incluso prever la fecha de su muerte y dedicar los últimos años de su vida a fabricar su propio ataúd (falleció justo cuando lo había acabado) y el que nos habla de apariciones de monjes paseando por los

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pasillos derruidos del monasterio, comunicándose incluso con quienes osaban pasar la noche dentro o en las inmediaciones del edificio. Hay quien dice que en algún lugar subterráneo se encuentra la mayor parte del tesoro del monasterio, que no pudo ser expoliado.)

84. El fantasma del soldado María Gallardo

Los Barrios

Dicen que había una señora que tenía un hijo enfermo y se enteró de que había en Algeciras un soldado enterrado que hacía milagros. Entonces, esta señora fue a pedirle a Antonio (el que está en el cementerio) por su hijo y de pronto sintió una mano en el hombro que le acariciaba y le dijo: -No te preocupes, que tu hijo se va a curar. Al mirar para atrás para darle las gracias, se dio cuenta de que era Antonio y se lió a dar gritos: -¡Ay, Antonio! Y al armar tanto alboroto, se la llevaron a Madrid para hacerle una hipnosis, pero esta señora, después, seguía repitiendo lo mismo que había visto. □□□ Desde hace pocos años corre de boca en boca una cadena de encuentros con el fantasma de un soldado enterrado en el cementerio antiguo de Algeciras. Se trata de un hecho que va cobrando adeptos y detractores, pero que se ha convertido, por lo menos en cuanto a lo que nosotros nos interesa, en un relato de transmisión oral que podría dar lugar a una leyenda. Otros informantes nos cuentan que el fallecido se suele aparecer a los visitantes del cementerio para pedirles, sobre todo, que arreglen su tumba y la decoren con flores. Cuando van a responderle, descubren que ha desaparecido.

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85. Los monos de Gibraltar Varios informantes

La Línea de la Concepción

(Dos son las leyendas que corren de boca en boca sobre los monos de Gibraltar. La primera, menos conocida, es que algunas madres amedrentaban a sus hijos cuando no se querían dormir diciéndoles que todas las madrugadas salían los monos de Gibraltar y secuestraban a algún niño que se encontrara despierto. Después no había manera de recuperarlo porque las monas lo llevaban en brazos y corrían más que las personas. La otra hace referencia al deseo español de recuperar la colonia inglesa y es tan conocida que todo al que se le pregunta la da por sabida y no la relata con detalles, de ahí que sólo la mencionemos. Cuenta que el día que los monos de Gibraltar se extingan, la colonia inglesa pasará a ser territorio español. No deja de ser curiosa esta apreciación mágica sobre un contencioso político. Quien inventara dicho relato (que roza el rumor o la leyenda urbana) enganchó perfectamente con el sentir de uno de los lados de la frontera, de ahí que se tenga como hecho probable.)

86. Por qué existen los pobres Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Dicen que una vez llegó Jesús a una casa donde había pobres y ricos. Los ricos lo recibieron con muchas atenciones, pero los pobres, como no querían que los viera tan mal vestidos, se escondieron debajo de una mesa y Jesús no los vio. Entonces Jesús les dio la bendición a todos los que veía y dijo que nunca pasarían

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necesidades. A los que no vio no les dijo nada y desde entonces todos sus hijos y nietos y bisnietos son los pobres que hay ahora. □□□ Este texto y el siguiente son dos pequeñas leyendas que intentan explicar el origen de situaciones muy cercanas. Entran en la categoría de relatos etiológicos, en esta ocasión reducidos a la mínima expresión. Curiosamente, ambos están relacionados con la vida de Jesús.

87. Por qué las mulas no paren Candelaria Ibáñez Atanasio

La Ahumada (Tarifa)

Hay una canción que dice: “La Virgen va caminando / en la mula de los moños / y San José va detrás / dándole al niño madroños. / La mula gruñe y el buey bala...” Ahí dice que la mula le gruñó al Niño Jesús. Y por eso las mulas no paren, como castigo por gruñirle al Niño. Y si un mulo coge a una yegua, esta no pare hasta los siete años. Por eso a los mulos los capan enseguida.

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ÍNDICE DE INFORMANTES Se han incluido los siguientes datos de las personas que nos han proporcionado los textos: 1. Nombre y apellidos. 2. Año de nacimiento. 3. Lugar donde se ha recogido el texto. 4. Cuento aportado (indicando la numeración). 5. Sólo en caso de que sea distinto del de recogida, municipio de procedencia del texto (lugar donde lo escuchó, que suele coincidir con el de nacimiento). Todos los textos fueron recogidos entre 1984 y 2004.

ƒ Ana (sin datos de apellidos). 1960. Algeciras. Nº 76. Gaucín. ƒ Ana Álvarez. 1938. San Pedro de Alcántara. Nº 15. Estepona. ƒ Isabel Benítez Aranega. 1922. Algeciras. Nº 8, 9, 10, 16, 37, 39. ƒ Catalina Caballero Ayala. 1930. Jimena de la Frontera. Nº 55. ƒ Isabel Camacho Sánchez. 1966. Algeciras. Nº 17. ƒ Manuela Candón. 1935. Medina Sidonia. Nº 14. ƒ Francisco Castro Salvatierra. 1927. Tahivilla (Tarifa). Nº 44, 66. Los Barrios. ƒ Manuela Díaz. h. 1925. San Roque. Nº 78.

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ƒ María Dolores Flores. 1950. Algeciras. Nº 18. Algatocín. ƒ Laly Fuentes. 1928. Zahara. Nº 36. Plasencia. ƒ María Gallardo. 1940. Los Barrios. Nº 84. Algeciras. ƒ Lorenzo García Domínguez. 1926. Jimena de la Frontera. Nº 48, 51. Algeciras. ƒ José Garrido Trujillo. 1920. Algeciras. Nº 11. ƒ Luis González. 1955. La Ahumada (Tarifa). Nº 64, 65. ƒ Antonia González Navarro. 1914. Algeciras. Nº 3, 12, 20, 21, 23, 35, 43. Jimena de la Frontera. ƒ Rosa González Ruiz. 1933. Algeciras. Nº 2. Zahara de los Atunes (Barbate). ƒ Silvia Grimaldi Pecino. 1988. Palmones (Los Barrios). Nº 79. Los Barrios. ƒ Antonio Gutiérrez García. 1960. Algeciras. Nº 81. Jimena de la Frontera. ƒ Cristina Harillo Muñoz. 1970. Algeciras. Nº 28. Canillas de Aceituno. ƒ José María Herrera Otero. 1918. Algeciras. Nº 82. ƒ Candelaria Ibáñez Atanasio. 1930. La Ahumada (Tarifa). Nº 52, 59, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 76, 86, 87. ƒ Sebastiana Lobillo. h. 1930. San Roque. Nº 78 ƒ Juan López. h. 1930. Guadiaro (San Roque). Nº 60. ƒ Catalina López Mena. 1916. La Línea de la Concepción. Nº 19. Casares. ƒ Juan Macías. h. 1962. Cortijo La Granja (Los Barrios). Nº 62. Los Barrios. ƒ Tomás Márquez Esteban. 1932. Algeciras. Nº 47. Tarifa. ƒ Ana Catalina Mateo Becerra. 1932. Paterna de Rivera. Nº 33. ƒ Francisca Mena Guerrero. 1926. Casares. Nº 26. ƒ Ignacio Morales Trujillo. 1930. Betijuelo (Tarifa). Nº 54, 67, 68, 77. ƒ Isabel Núñez. 1965. Algeciras. Nº 42.

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ƒ Ernesto Pacheco. 1924. La Línea de la Concepción. Nº 75. ƒ Ana Pérez Navarro. 1930. Jimena de la Frontera. Nº 49. ƒ Alfonso Pérez Sánchez. 1923. Jimena de la Frontera. Nº 56, 58. ƒ Carmen Pozo. 1970. Algeciras. Nº 38. ƒ Juan Quero González. 1917. Facinas (Tarifa). Nº 47, 77. ƒ Manuel Roldán. 1913. Algeciras. Nº 34. El Gastor. ƒ Pedro Sánchez. 1950. Algeciras. Nº 63. Alcalá de los Gazules. ƒ José Sánchez Molina. 1956. Algeciras. Nº 50, 53, 57. Jimena de la Frontera. ƒ José Sánchez Sánchez. 1926. Algeciras. Nº 45. Tarifa. ƒ Federico Sánchez Tundidor. 1956. San Pablo de Buceite (Jimena). Nº 61. Marchenilla (Jimena). ƒ Zohra Slafti. 1965. Algeciras. Nº 32. Marruecos. ƒ María José Toledo Corrales. 1968. Algeciras. Nº 13. ƒ Pilar... 1915. Los Barrios. Nº 4, 5, 37. ƒ Dolores Villatoro Centella. 1937. Algeciras. Nº 31. Castro del Río. ƒ Otros (datos incompletos): nº 6, 7, 22, 24, 25 (señora de San Roque, 1913), 27 (señora de Tarifa), 30, 40, 41 (señora de La Línea, 1950), 46 (señora de Algeciras, h. 1940), 77 (Antonio, guarda de la Huerta Esquivel), 80 (procedente de Ronda).

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ÍNDICE DE RECOPILADORES Hemos contado con las aportaciones de las siguientes personas:

ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ ƒ

Ana Mª Boyero: nº 15.* María Isabel Candón: nº 14.* Juana Mª Cebada: nº 33.* Mª Luz Díaz: nº 1. Rufina García: nº 7.* Domingo Mariscal: nº 4, 5 y 28. Tomasa Martínez: nº 41.* Manuel Ragel: nº 6.* Mª Luisa Ramírez: nº 19 y 40.* Rosa Viñas: nº 25.* Ana María Martínez y Juan Ignacio Pérez: resto de los textos.

* Recogidos en el transcurso de cursos-talleres que impartimos en los Centros de Profesorado de Campo de Gibraltar, Marbella-Coín y Jerez de la Frontera entre 1994 y 2002.

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BIBLIOGRAFÍA (Selección) ▪Aarne, Anti y Thompson, Stith. THE TYPES OF THE FOLK-TALE (A CLASSIFICATION AND BIBLIOGRAPHY). Academia Scientiarum Fennica. Helsinki, 1964. Catálogo en el que se clasifican por tipos y motivos los cuentos de tradición oral universales. Imprescindible para la realización de estudios comparativos. ▪Agúndez García, José Luis. CUENTOS POPULARES SEVILLANOS EN LA TRADICIÓN ORAL Y EN LA LITERATURA (2 vol.). Coedición de la Diputación de Sevilla y la Fundación Machado. Sevilla, 1999. De los 303 cuentos que forman esta obra, una treintena son de contenidos mágicos. A destacar los comentarios que, sobre argumentos, catalogación, temas y versiones, acompañan a los textos. ▪Camarena, Julio y Chevalier, Maxime. CATÁLOGO TIPOLÓGICO DEL CUENTO FOLKLÓRICO ESPAÑOL (CUENTOS MARAVILLOSOS). Editorial Gredos. Madrid, 1995. Obra en la que se tipifican los cuentos de encantamiento españoles conocidos hasta la fecha, de acuerdo con el índice de Aarne-Thompson. ▪Camarena, Julio y Chevalier, Maxime. CATÁLOGO TIPOLÓGICO DEL CUENTO FOLKLÓRICO ESPAÑOL (CUENTOS RELIGIOSOS). Centro de Estudios Cervantinos. Alcalá de Henares, 2003. Cuentos

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populares de carácter religioso catalogados según AarneThompson. ▪Emberley, Enrique. “Aproximación a la fauna mítica del Campo de Gibraltar” en SEÑAS DE IDENTIDAD DEL CAMPO DE GIBRALTAR, Centro de Profesorado del Campo de Gibraltar. Algeciras, 2002. Apuntes sobre diecisiete animales fabulosos que pueblan la imaginación de la población rural de esta comarca. ▪Espinosa, Aurelio M. (hijo). CUENTOS POPULARES DE CASTILLA Y LEÓN. Servicio de publicaciones del CSIC. Madrid, 1996 (volumen I) y 1988 (volumen II). Es en el segundo volumen donde podemos encontrar más relatos de la categoría elegida para nuestro libro. ▪Espinosa, Aurelio M. (padre). CUENTOS POPULARES ESPAÑOLES. . Servicio de publicaciones del CSIC. Madrid, 1946. Tres volúmenes que incluyen el trabajo de campo realizado por este profesor americano alrededor de 1920. El primer volumen corresponde a los textos y los otros dos a notas comparativas. ▪García Surrallés, Carmen (coord.). ERA POSIVÉ... CUENTOS TRADICIONALES GADITANOS. Edición de la Universidad de Cádiz. Cádiz, 1992. En esta obra se pueden encontrar un total de 115 cuentos de distintas categorías recogidos en toda la provincia. ▪Gil Grimau, Rodolfo y Ibn Azzuz, Mohammed. QUE POR LA ROSA ROJA CORRIÓ MI SANGRE (ESTUDIO Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ORAL EN MARRUECOS). Ediciones de la Torre. Madrid, 1988. 143 cuentos y cuentecillos no clasificados que nos pueden servir para comprobar el diverso tratamiento de un mismo esquema a uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar. ▪Larrea Palacín, Arcadio de. CUENTOS GADITANOS I Servicio de publicaciones del CSIC. Madrid, 1959. En este libro se publican cuarenta de los más de ciento

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ochenta cuentos que, según el propio Larrea, recogió en distintas localidades de la provincia de Cádiz como Chiclana, Jerez y Vejer hacia 1950. ▪Pérez, Juan Ignacio. “Los cuentos de tradición oral en el Campo de Gibraltar”. Revista ALMORAIMA, nº 16, pp. 105-115. Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar, 1996. Un primer acercamiento a la colección de cuentos que hemos recogido en esta comarca. ▪Pérez, Juan Ignacio y Martínez, Ana María. DEBAJO DEL PUENTE (ADIVINANZAS TRADICIONALES RECOGIDAS EN EL CAMPO DE GIBRALTAR.) Asociación Lit.Oral. Algeciras, 2002. Incluye un capítulo con cuarenta y un cuentos con acertijos en los que podemos encontrar motivos de relatos maravillosos. ▪Pérez, Juan Ignacio y Martínez, Ana María. CIEN CUENTOS POPULARES ANDALUCES. Asociación Lit.Oral. Algeciras, 2003. Algunos de los textos incluidos en este libro de cuentos costumbristas son versiones de cuentos maravillosos adaptados a la vida cotidiana. ▪Propp, Vladimir. MORFOLOGÍA DEL CUENTO. LAS TRANSFORMACIONES DE LOS CUENTOS MARAVILLOSOS. Editorial Fundamentos. Madrid, 1977. Se analiza la composición interna de los cuentos maravillosos rusos y se define la estructura de funciones presente en los cuentos universales. ▪Rodríguez Almodóvar, Antonio. CUENTOS AL AMOR DE LA LUMBRE (2 vol.). Editorial Anaya. Madrid, 1983. En esta obra podemos encontrar sesenta cuentos maravillosos españoles, algunos de ellos reconstruidos de acuerdo con el esquema de Propp (lo que denomina “arquetipo”). Actualmente agotado, ha sido reeditado en formato de bolsillo por Alianza Editorial (1999). ▪Rodríguez Almodóvar, Antonio. LOS CUENTOS MARAVILLOSOS ESPAÑOLES. Editorial Crítica. Barcelona, 1982. Veintidós cuentos maravillosos de

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diferentes recopiladores que pretenden mostrar los arquetipos básicos de la narrativa folklórica hispánica. ▪Ruiz Fernández, Mª Jesús. LA TRADICIÓN ORAL DEL CAMPO DE GIBRALTAR. Edición de la Diputación de Cádiz. Cádiz, 1995. Incluye un capítulo dedicado a los cuentos en el que podemos encontrar 35 textos de diversos tipos. ▪Sánchez Pérez, José Augusto. CIEN CUENTOS POPULARES ESPAÑOLES. José J. de Olañeta Editor. Palma de Mallorca, 1994. Cuentos y cuentecillos de muy distinto signo y ordenados por su extensión integran este volumen que vio la luz por primera vez en 1942. ▪Sandubete, Juan José. CUENTOS DE LA TRADICIÓN ORAL RECOGIDOS EN LA PROVINCIA DE CÁDIZ. Escuela Universitaria “Josefina Pascual”. Cádiz, 1981. Edición no venal compuesta por 32 cuentos incluidos también en la colección de García Surrallés. ▪Topper, Uwe. CUENTOS POPULARES DE LOS BEREBERES. Ediciones Miraguano. Madrid, 1993. Libro con 55 textos donde destacan leyendas, cuentos de animales y relatos de personajes sobrenaturales.

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ESTE ES UN LIBRO INACABADO Seguramente, el lector estará pensando que otros muchos textos podrían haberse incluido en este libro. Claro que sí. Algunos los hemos dejado para un próximo volumen, pero otros no nos los llegaron a contar. Por eso, con objeto de completar el repertorio de la zona, animamos a los lectores a realizar un pequeño esfuerzo memorístico o un sencillo trabajo de campo en su entorno más cercano y a ponerse en contacto con la Asociación LitOral, donde clasificaremos sus textos y les daremos difusión en próximas ediciones. No olvide recoger datos referentes a la persona informante (nombre y apellidos, lugar y fecha de nacimiento...), así como aportar sus propios datos personales para incluirle como colaborador de la obra.

Asociación LitOral www.weblitoral.com [email protected]

LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO recogidos junto al Estrecho de Gibraltar

En un cruce de caminos como el Estrecho de Gibraltar, azotado por tantos vientos y circunstancias, no es de extrañar que echaran raíces, desde los tiempos más remotos, los textos orales que han servido a la humanidad para entender lo inexplicable. Relatos unidos a la necesidad de comunicación y a la fascinación de la palabra, que integran mitos, leyendas y personajes sobrenaturales en la vida cotidiana del lugar. Textos que la gente mayor poseía en los repliegues más íntimos de su memoria y que ha habido que recuperar. Desde 1984, Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez recorren los pueblos, ciudades y cortijos de la zona del Estrecho de Gibraltar escuchando a sus moradores y recopilando todo tipo de textos orales. El material recogido, sorprendentemente rico, se asoma ahora a través de esta colección de pequeños libros para que investigadores, vecinos y curiosos puedan conocerlo, disfrutarlo y, por qué

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