Literatura y testimonio Las cenizas del cóndor de F. Butazzoni

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República V Jornadas de Historia Política - Montevideo, 8, 9 y 10 de julio de 2015 Área temática 8: R

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Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República V Jornadas de Historia Política - Montevideo, 8, 9 y 10 de julio de 2015 Área temática 8: REPRESENTACIONES ESTÉTICAS Y DICTADURAS DE SEGURIDAD NACIONAL (1964-1990)

Literatura y testimonio Las cenizas del cóndor de F. Butazzoni Silvia Sabaj

Resumen Este trabajo es un acercamiento a la última novela de Fernando Butazzoni: Las cenizas del cóndor 1 . La obra se inscribe plenamente en los parámetros de la convocatoria ya que tiene como eje un hecho real de violencia política ocurrido en 1974 consumado por el trabajo conjunto de los terrorismos de estado de lo que fue el “Plan Cóndor”. En la frontera de la ficción, la investigación, el reportaje y la crónica, la novela transita por los espacios geográficos de Argentina, Chile y Uruguay durante las Dictaduras de la Seguridad Nacional: Pinochet y sus secuaces apenas derrocado el gobierno de Salvador Allende, el ascenso político de López Rega y la sangrienta “Triple A”, los “trabajos especiales” del SID y el OCOA, con todo lo que ello implica de violencia política, violaciones a los derechos humanos, experiencia carcelaria, asesinatos, robos de bebés, desapariciones, terrorismo de estado. Además del específico carácter estético de la obra a analizar, me interesa trabajar su valor como novela testimonial y, sobre todo, su aporte en la construcción de la memoria colectiva. Transcurridos treinta años del fin de las llamadas “Dictaduras de la Seguridad Nacional”, cuando en Uruguay sigue siendo lento el camino hacia la verdad, una novela que se edita en 2014, y tiene tres ediciones en un año, sin duda es un aporte fundamental para evitar el olvido, para que las nuevas generaciones conozcan estos hechos que ocurrieron en nuestros países de Latinoamérica, apenas una o dos generaciones atrás.

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Montevideo, Planeta, 2014. Novela ganadora del Premio Bartolo mé Hidalgo 2014.

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Marco teórico Harshaw 2 elabora el concepto de “campo de referencia” diciendo que a los campos exteriores de un texto pertenecen: el mundo real en el tiempo y en el espacio, la historia, una teoría filosófica, concepciones ideológicas, los conceptos de la naturaleza humana, otros textos. Y también los nombres de las calles, lugares, hechos y fechas históricas, figuras históricas reales, etc. El Campo de Referencia Externo, como lo llama Harshaw está compuesto de los elementos que forman el mundo real. El Campo de Referencia Interno viene construido paralelamente al Externo e incorpora elementos que provienen de este, como personajes históricos, referentes geográficos, etc. Así aparecen en el texto enunciados que Harshaw denomina de “doble dimensión”, es decir, de referencia simultánea en ambos mundos. Esto es lo que ocurre en la novela de Butazzoni donde aparecen personajes reales y escenarios bien conocidos, y hechos que han sido ampliamente documentados. Esta doble dimensión otorga a la obra literaria un carácter de documento de época. No voy a entrar en la discusión teórica del concepto de testimonio, o si puede considerarse como verdad una novela testimonial. Recordemos que en 1970, la junta editorial de Casa de las Américas instaura el testimonio como categoría de premiación y lo legitima a nivel latinoamericano. Hoy existe ya una larga tradición de literatura testimonial en nuestro país. Rosario Caticha dice que los historiadores reconocen el valor del testimonio como fuente para la historia, porque permite el acceso a zonas de la realidad histórica que han permanecido en penumbra. Aporta y enriquece la investigación con una mirada y enfoque diferente. Para el historiador, comprender el universo de significados contenidos en un testimonio que trascienden la individualidad del informante, le permite sumergirse en contextos culturales y procesos sociohistóricos, que es el objetivo último de la historia. La memoria individual, selectiva y parcial es material necesario para la comprensión de la realidad pasada 3 .

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Harshaw, Ben jamin, “Ficcionalidad y campos de referencia”, en A. Garrido Do mínguez (co mp.), Teorías de la ficción literaria, Arco libros, Madrid, 1997. 3 R. Cat icha. “El testimonio en la construcción del relato del período” en Memoria, dictadura y derechos humanos. Dirección de Derechos Humanos del M EC-Consejo Central de AEBU, Montevideo, 2009.

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A su vez, Achugar 4 plantea que el testimonio contemporáneo parte de los hechos y documentos censurados y termina siendo asimilado por sus lectores solidarios como una historia verdadera (pág. 62). Precisamente, el carácter de 'historia otra' o de 'historia alternativa' que tiene el testimonio solo parece posible cuando los 'silenciados' o 'excluidos' de la historia oficial intentan acceder a la memoria (pág. 66). En la novela de Butazzoni la figura del narrador (que e n este caso es investigador y periodista además de narrador) legitima a esa otra voz marginada, esa “voz del Otro” excluida de la historia oficial y que pertenece a la subalternidad, siguiendo el concepto que plantea Achugar. Butazzoni recoge no solo los testimonios de los involucrados, investiga, consulta fuentes, cumple con todas las pautas que Margaret Randall 5 describe como las que debe tener un testimonio: —El conocimiento del tema a tratar; —La sensibilidad humana; —El respeto hacia el informante y su vida; —La persistencia; —La disciplina y la organización en el trabajo; —El oficio de escribir (pág.38).

Pero ha debido hacerlo como compromiso de vida, como responsabilidad social, desde un lugar y desde unos sentimientos donde la experiencia persona l se transforma en relato compartido. En el informe de la Investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo de estado se lee que la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas plantea en el artículo 2 de la Ley Nº16.724, promulgada el 13.11.1995, lo siguiente: El no reconocimiento u ocultamiento de esas acciones criminales del Estado dificulta o hace ineficaz la interposición de denuncias penales y las investigaciones judiciales correspondientes o impide apelar, por parte de las víctimas, a los “recursos legales” y “garantías procesales” correspondientes. El correr del tiempo diluye aún más las posibilidades de determinar la autoría intelectual y material de los delitos así como las posibilidades reales de aparición con vida de las personas desaparecidas. En los países del Cono Sur de A mérica Lat ina estas limitaciones o impedimentos trascendieron el tiempo de las dictaduras para inscribirse posteriormente en el diseño institucional de las democracias recuperadas, a partir de los años ochenta, tras la aprobación de las leyes de

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Hugo Achugar. “Historias paralelas/historias ejemplares: La historia y la vo z del otro” en Beverley, J. y H. Achugar, La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa , Revista Abrapalabra, Universidad Rafael Landívar, Guatemala, 2002. 5 Margaret Randall, “¿Qué es y cómo se hace un testimonio?” en Beverley, J y H. Achugar, op.cit.

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“obediencia debida”, “punto final” y de “caducidad de la pretensión punitiva del Estado”, esta última ratificada med iante plebiscito popular en el caso de Uruguay (pág. 767).

Es por este motivo que novelas como las de Butazzoni se hacen necesarias para la construcción de la memoria. Primo Levi (citado por Caticha) decía que la tarea del escritor que da testimonio es hacer algo imposible: que un resto de las palabras de los que ya no pueden hablar encuentre un espacio, un ámbito de audición, una representación en el propio presente. Que no hay memoria, que no hay presente, que no hay futuro, en la medida en que estas voces olvidadas no logren atravesar el silencio de la doble derrota (la de los cuerpos y la del olvido, como plantea Benjamin).

El testimonio de Aurora Sánchez, la protagonista de la novela, funciona así como “metonimia textual”, en el sentido que le da Beverley (pág.19), ya que se equipara su historia de vida individual con la historia que nos tocó vivir en América Latina en las décadas del setenta y el ochenta. A los efectos de la construcción metonímica de una época no importa cuánto hay de verdad y cuánto de ficción. Obviamente que el lector tiene que asumir el pacto de lectura del que hablaba Lejeune. Y, como plantea Randall, “algunas veces, la "ficción" puede conformar una verdad más viva y real que lo que llamamos "la verdad". El testimonio es también esto: la posibilidad de reconstruir la verdad (pág. 39). El propio Butazzoni dice que incluso tuvo que modificar los hechos reales: Me contaron cosas y en ese momento yo era el periodista que recibía la noticia. No respeto exactamente los parámet ros con los que se debe escribir un reportaje, o una crónica, o una investigación sobre determinados hechos, es más, hay episodios a los que les falta mucha información a propósito, porque tal como sucedieron generaban un grado de horror tan despiadado que sonaban casi inverosímiles . Debí atemperar el detalle de algunas situaciones porque me parecía que contribuía a dar una truculencia que no quería. Reiv indico que es novela, pese a que todos los hechos y personajes son reales 6 .

No es la primera vez que Butazzoni realiza una novela testimonial, ya en 1986 había publicado El tigre y la nieve (novela que tiene más de diez ediciones) donde también trabaja la relación entre víctimas y victimarios. Allí se relata la historia de la uruguaya 6

Citado por Alicia Torres en “Imaginar la realidad, un gesto narrativo”, Brecha, 9 de octubre de 2014.

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Julia Flores sometida a la tortura en el centro de reclusión de La Perla en Córdoba y luego exiliada en Suecia. De esta manera, un periodista que investiga y que es a la vez novelista recrea desde la literatura una vida real y brinda información sobre una realidad social que es desconocida para mucha gente. Ese es el valor de testimonio que tienen estas novelas. En conclusión no importa cuánto hay de “verdad” o de “ficción”, lo que realmente importa es el valor de la novela para divulgar un fragmento de nuestra historia reciente que existió y que aún deja sus secuelas. De ahí la importancia del título que simbólicamente nos remite a las secuelas que aún permanecen en nuestras sociedades. Las cenizas de lo que fue el Plan Cóndor no terminan de disiparse y siguen marcando, aun hoy, a las víctimas. Como apunta Chevalier, “la ceniza obtiene su simbolismo del hecho de ser residuo de la combustión, lo que queda después de la extinción del fuego. Por esta razón significa la muerte y la penitencia (…) En nuestra cultura judeocristiana, además de la penitencia, la ceniza simboliza el sufrimiento y el dolor ”7 . Cuarenta años después nuestra sociedad tiene heridas que no pueden cerrarse. Y las víctimas directas, los que lo sufrieron en carne propia, padres e hijos de esa generación, siguen cargando una marca de dolor y penitencia de la que no son responsables. Por eso llama la atención la impunidad o la deshonestidad intelectual con que el presidente del Centro Militar, el coronel retirado Guillermo Cedrez, el 18 de mayo de 2015 en el editorial de la revista El Soldado difundido en todos los medios de prensa, considera que no hay pruebas de la existencia del Plan Cóndor. Por este plan, varios militares uruguayos enfrentan juicios en Argentina, Chile e Italia 8 .

La novela En el relato se alternan varios hilos narrativos. Son cinco grandes líneas que se van cruzando y ensamblando como piezas de un rompecabezas. La primera línea arranca en el año 2000 cuando un joven se contacta con el narrador para entregarle un casete de audio con el testimonio de su padre grabado antes de suicidarse en 1990. Su padre fue un militar de los Servicios de Inteligencia uruguaya que pidió la baja en 1977. El joven, que sabe que es adoptado, sospecha ser hijo de desaparecidos. 7 8

J. Chevalier y A. Gheerbrant, Diccionario de los símbolos, Herder, Barcelona, 1995, pág. 270-271. Tomado de www.teledoce.co m

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Esta primera línea es la de la investigación y la de la construcción de la novela que va creciendo a medida que avanza la lectura. Hay una clara identificación del narradorperiodista que lleva a cabo la investigación con el autor. Aunque no aparezca el nombre de Butazzoni, desde la primera persona el yo narrador se asume como sí mismo. Así aparece como personaje su esposa, con su nombre real, Lucy, o Alfonso que es su compañero de trabajo. En el año 2000 Butazzoni dirigía el programa En vivo y en directo junto a Alfonso Lessa en Radio Sarandí. Incluso se relata en capítulos posteriores el despido que sufrieron de la radio en diciemb re del 2000, su trabajo luego como jefe de prensa del Sindicato Médico del Uruguay y el estrecho vínculo de amistad que desarrollará con el entonces presidente del SMU, Barrett Díaz Pose. Así la novela cobra la fuerza de un testimonio autorreferencial que se va construyendo a los ojos del lector. Como el narrador de Crónica de una muerte anunciada, Butazzoni entiende que debe asumir el compromiso de la reconstrucción de lo que pasó, recoger y ensamblar los fragmentos de ese espejo roto de la memoria. Por eso Juan Carlos lo busca, porque leyó El tigre y la nieve, y él también necesita reconstruir su verdad. Nosotros en Uruguay, peleábamos por encontrar un montón de huesos, -dice el narrador- y en aquel mo mento de la historia parecía que estábamos dispuesto s a remover cielo y tierra para hallar de una vez ese consuelo mínimo, esa dignidad. Había personas, grupos, organizaciones y hasta países que narraban una verdad insoportable sobre los tiempos del terror. Sin embargo, esas narraciones eran fragmentos, pedacitos de una historia que resultaba a primera vista imposible de reconstruir en su totalidad (pág. 56).

Un segundo hilo narrativo es la historia de Katia Liejman, una joven rusa, espía del KGB enviada en misión a Buenos Aires en 1974. Junto a la historia de Katia, se verá el trasfondo internacional de la Guerra Fría, donde América Latina era un escenario en disputa. La Unión Soviética estaba interesada en mantener relaciones comerciales, mientras fuerzas militares de tinte fascista habían alcanzado amplio poder en algunos países de la región y recibían gran colaboración de la CIA. Butazzoni se detiene en ese trasfondo político del contexto mundial y también regional. Otro hilo de secuencias es el que se ubica en el Chile posterior al golpe contra el gobierno de Salvador Allende. Allí aparece Pinochet y el director de la clandestina y recién creada Dirección de Inteligencia Nacional (la DINA), el Mamo Contreras, y su red de conspiraciones. Aparecen los contactos con los italianos Borghese y Stéfano 6

Delle Chiaie pertenecientes a la red secreta anticomunista Gladio. En esa línea se describe detalladamente a lo largo de varios episodios el relato del plan y asesinato del general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires llevado a cabo por el matrimonio del norteamericano Michael Townley de la CIA y la chilena Mariana Callejas que trabaja para la DINA. Estas líneas que funcionan como trasfondo y que corren paralelas no son arbitrarias ni quedan al azar, porque resultarán determinantes en los acontecimientos que involucran a los protagonistas de la novela. En Chile, también en 1974, se inicia la historia de Natalia, una uruguaya que está refugiada en la casa de unos socialistas chilenos. Tiene apenas veinte años: Llegó a Chile en marzo del 73 -dice el narrador- luego de pasar dos meses oculta en casa de unos tíos en Trinidad, en Uruguay. Se escondió en lo de sus parientes por precaución, por lo que creía que podía suceder. Militante estudiantil, ella quería ser maestra y hacer la revolución (…) en 1971 colaboraba con el MLN. Cuando ocurrió el desastre de abril de 1972, con cientos de tupamaros capturados, algunos muertos y una estampida más bien generalizada, nadie la delató, así que nunca libraron contra ella una orden de captura. De todas formas, sus compañeros le fabrica ron una cédula falsa para que pudiera viajar fuera del país, pues ni siquiera tenía la edad suficiente para hacerlo sola (pág. 39).

Esta primera aproximación al personaje muestra el absurdo infernal en el que entraron cientos y cientos de jóvenes movidos por un espíritu idealista. Natalia viaja a Chile, se enamora de un chileno: “Fueron días de amores y música: ella con las canciones de Daniel Viglietti, él con la mágicas tonadas de Violeta Parra, los dos con las mismas consignas y sueños”. Pronto se da cuenta de que el Chile posterior al golpe de Estado es una gran trampa donde “las palabras uruguayo y guerrillero eran sinónimas”. Como se constata en la Investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo de estado, “de setiembre a diciembre de 1973 hubo una oleada represiva contra uruguayos militantes del MLN y cientos de exiliados latinoamericanos residentes en Chile, inmediatamente después del golpe que derrocó al presidente Allende. Son siete los uruguayos desaparecidos en Chile constatado por la Comisión para la Paz” (pág. 769). Las redes del Cóndor empiezan a desplegarse e inciden en la historia de Natalia. Una información proporcionada por los italianos, sobre un pasaporte para una tupamara en Chile, despierta la soberbia pinochetista que quiere demostrar el funcionamiento de la 7

recién creada DINA. Así absurdamente se despliega un ataque con la mayor violencia para apresar una “célula subversiva” en un refugio ilegal del Partido Socialista. Las escenas son de película policial: la llegada de las camionetas, los agentes con metralletas y fusiles, las ráfagas que se cruzan, los resistentes abriendo fuego, la huida de las mujeres por los fondos agachadas entre pastizales y gallineros, las sirenas de los patrulleros. Natalia escapa de la redada y la masacre y mientras corre desesperada se da cuenta que está embarazada. Entonces en medio del policial, el relato se carga de poesía para recordarnos que estamos frente a buena literatura: Esa epifanía la percibe como una especie de tela que cae sobre sus ojos y la cubre por completo. No ve nada pero puede oír todo lo que ocurre alrededor. (…) Dos palabras y el mundo es otra cosa: está embarazada (…) [Natalia] está dispuesta a correr hasta el fin de mundo con tal de no morir. Piensa en el Che y en la entrañable transparencia, en Allende y en La Moneda bajo las bombas, en los heroicos que no fueron, en los que nunca conoció, en Camilo To rres y en la canción de Viglietti; piensa que donde cayó Camilo nació una cruz, pero que eso no la ayudará a salvarse ahora, a escapar del tiroteo ya mis mo, a no ser otro muerto más en un panteón que nadie visitará, otro montón de huesos con canciones, piensa, otra entrañable transparencia, otra nada llena de poesías y leyendas. Piensa en el n iño que no será, ru eda que te rueda hacia la vida nueva, piensa y corre para no morir (pág. 73,74).

Los recursos del thriller siguen atrapando al lector que asiste estremecido a la salida de Natalia de Chile luego del escape de la masacre, al cruzamiento de miradas con el soldado que hace control de identidad en el ómnibus que la llevará al norte, a la desesperante secuencia del cruce de los Andes. Tenacidad, solidaridad y algún “milagrito”, como dice la protagonista, harán que Natalia llegue a la frontera. Pero allí se termina. En un último intento desesperado corre para escapar y asume su identidad uruguaya con la esperanza de que le den asilo político y evitar que la entreguen a los carabineros chilenos. Natalia vuelve a ser Aurora Sánchez, pero su ingenuidad desconoce el terror del cóndor, ya no habrá milagros. El verdadero infierno empieza con su detención en San Juan y la prisión en Buenos Aires. La novela, que tiene 750 páginas, está dividida en seis largos capítulos agrupados en dos partes. Como plantea Alicia Torres 9 : “para organizar el relato, Butazzoni recurre a 9

Artículo citado en Brecha.

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técnicas de selección, fragmentación y montaje que otorgan estatus literario a un período histórico y al trabajo con la memoria”. Dentro de los capítulos las distintas historias se van alternando sin un orden determinado, apenas separadas por un símbolo (una especie de guión largo). El narrador va fragmentando las historias en un juego de prolepsis y ensambles que, a la manera de las grandes novelas de Vargas Llosa, conforma un gran puzle que se revela a los ojos del lector. Predominan los capítulos dedicados a Manuel Docampo, sin duda el personaje más complejo de la novela. Este aparece en el capítulo dos, es un capitán de artillería del ejército uruguayo que tiene treinta y un años en 1974. Es el padre del joven del comienzo de la novela, el que se suicida en 1990, y quien deja más de cincuenta libretas escritas que luego serán consultadas por el narrador- investigador. El retrato del personaje lo muestra como un ser parco, poco sociable, al que no le gustan las reuniones de camaradería ni las juergas que organizan sus compañeros, por lo que ha quedado relegado en esa carrera loca de militares y civiles afanados por “puestos, prebendas y negocios diversos” después del golpe de junio del 73. Sin embargo es eficiente en su trabajo, se ha destacado por una capacidad extraordinaria para el planeamiento táctico y ha sido un buen jefe de dotación de morteros. Por eso lo destinaron al área de logística. Fue eficiente también cuando tuvo que dirigir patrullas o interrogar y no dudó en torturar cuando “era necesario”. Pero siempre quedaba un resquicio de duda, [dice el narrador] una mínima sombra de sospecha que él mismo semb raba entre sus jefes sin proponérselo, con un silencio que aparentaba ser casi despectivo o, quizá, condenatorio. No fue, por tanto, un oficial demasiado brillante en la lucha contra la guerrilla, n i un impetuoso propagador de las nuevas ideas (pág.140).

Por estas características de hombre sin grandes pasiones y “pulcro hasta la exageración” es que el capitán Docampo es elegido para realizar una tarea de correo secreto a Buenos Aires. Es reclutado por Manuel Cordero quien, bajo la cobertura formal de la Escuela de Armas y Servicios, cumple funciones para la OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas) aparato creado por las FFAA en 1971 responsable de muchos operativos clandestinos llevados a cabo por el Estado dentro y fuera del territorio uruguayo. Butazzoni se detiene para explicar claramente quién es Cordero: Por cierto que el propio Manuel Cordero será uno de los protagonistas de mayor relieve en esos operativos, que comien zan a realizarse justo a principios de 1974. Con el nombre clave “303”, el

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oficial del arma de artillería Manuel Cordero Piacentini se dedicará según numerosos testimonios a secuestrar niños y a la tortura de cientos de personas, participará de forma directa en asesinatos y violaciones, y hasta organizará muchos traslados ilegales de presos políticos entre Buenos Aires y Montevideo. Todavía no ha cumplido los treinta y cinco años [estamos en 1974] y ya su legajo secreto da cuenta de por lo menos cuatro ejecuciones y siete secuestros (pág.143).

Cordero aparecerá varias veces de manera fugaz espiando las acciones del propio Docampo en Buenos Aires. La misión ha sido encomendada por el jefe de policía Víctor Castiglioni que necesita a alguien de confianza para que “de forma extraoficial” sirva de correo reservado con los servicios de la Policía Federal Argentina. En la novela, igual que Cordero, Castiglioni aparece con su nombre verdadero. También aparece con su nombre propio el subjefe de la Policía argentina, Alberto Villar. Hay así una difusión testimonial, fundamentada en las fuentes citadas por el autor, del trabajo conjunto de militares uruguayos y argentinos. Hay capítulos de la novela que pueden leerse como un libro de historia reciente. Así, por ejemplo, da cuenta de los inicios del Plan Cóndor, en la reunión que, en febrero de 1974 en Buenos Aires, tienen: delegados de inteligencia de Uruguay, Ch ile, Paraguay, Bolivia y Argentina para tomar algunas iniciativas. (…) todos se consideran expertos combatientes contra el comunismo. Y todos tienen conexiones y amistades entre el personal local de la CIA y, en algunos casos, vinculaciones con el Co mando Sur del Ejército norteamericano. (…) En el primer encuentro de coordinación se establece un compro miso de colaboración formal entre todos los participantes. Queda firme la necesidad de coordinar las tareas de inteligencia en los países de la región y el intercamb io de la información y del personal necesario (pág.144).

En esa reunión Uruguay está representado por Víctor Castiglioni. El comisario Villar, designado como subjefe de policía por Perón, quien le otorga vía libre para operar, “consiente en que agentes de los servicios chilenos, paraguayos, bolivianos y uruguayos operen en todo el territorio de la República Argentina”. Villar junto al ministro López Rega es uno de los organizadores de la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Su figura jugará un papel relevante en la vida de los protagonistas. En el epílogo de su libro al que nombra “Después de las cenizas”, Butazzoni declara: “Este libro es una novela, sí, pero los canallas que habitan sus páginas son canallas de la vida real y es importante nombrarlos para no olvidar”. Es en este mismo sentido que yo quiero insistir en el valor de esta novela para la construcción de la 10

memoria colectiva. En ese epílogo Butazzoni nombra a todos y cada uno de los canallas uruguayos y extranjeros que aparecen en su novela, explica quiénes son y el destino que tuvieron. También nombra a los que estuvieron al mando de operaciones clandestinas. A los que ejercieron el poder y fueron juzgados y encarcelados e, incluso, dice las penas que recibieron. Cita las principales fuentes de información que consultó que son “los documentos oficiales elaborados por gobiernos, sistemas de justicia o instituciones de varios países”. Esto da a su novela el carácter de testimonio según el marco teórico visto antes. Butazzoni va más allá de planteos maniqueístas y refuta la llamada “teoría de los dos demonios”: La cruda verdad era que, tanto en la Argentina como en esos “otros países” a los que hace referencia el prólogo de Sábato [en el info rme Nunca más], el propio Estado andaba a los tiros desde hacía décadas, dedicado a sembrar el terror y la muerte entre los ciudadanos comunes med iante los métodos más tradicionales: las dictaduras militares, la guerra, las acciones encubiertas, la expropiación y ocupación de tierras, los fraudes banca rios, el saqueo de las riquezas y la negación dolosa de los derechos humanos básicos. (…) La “teoría de lo s dos demonios” era en realidad una construcción destinada a mirar con ojos estrábicos el pasado y la conducta de Estados y gobiernos en muchos países. A los divulgadores de esa tesis la Guerra Fría les calzaba como un guante y era el pretexto ideal. Pero a mí se me hacía evidente que la vida de Aurora Sánchez era parte de una historia más vasta en la que todos los caminos se cruzaban por obra de un único demonio (págs. 263-264).

Desde el punto de vista literario se observan dos planos temporales separados por casi treinta años: el hilo narrativo va y viene desde 1974 (año de los acontecimientos fundamentales de la novela) al 2000 y 2001 años en que el narrador empieza su investigación y entrevista varias veces a Aurora Sánchez, la mamá del joven, viuda de Docampo. El juego de los diversos narradores ubica claramente al lector en los distintos tiempos. Uno, en primera persona, es el que aparece en todo el proceso de la investigación que lleva a cabo el periodista que está escribiendo su novela. Otro, un narrador externo, en tercera persona, nos lleva a la década del setenta y nos ubica en Buenos Aires, en Montevideo, en Santiago o en Moscú a medida que va urdiendo los diferentes hilos de la trama. Como comenta Susel Gutiérrez en su reseña de la Revista Casa de la Américas:

La frag mentación co mo recurso permite focalizar la atención en los trepidantes dramas colaterales que integran el drama mayor. Y Butazzoni se erige co mo maestro en el arte de la

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continuidad de las historias, donde acciones sucesivas aparentemente desligadas en diferentes lugares y mo mentos repercuten unas en las otras. Ensarta los acontecimientos de mane ra que todo resulta un engranaje perfecto en el cual ninguna acción o gesto queda al azar, sino que todo se entrelaza en una relación de acción- reacción donde la vida de unos es afectada para bien o para mal por las decisiones de otros, acaso desconocedores de su papel, mientras el destino trenza sus lazos invisibles. Toda acción tiene una consecuencia para nosotros y los demás, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, de manera que episodios aparentemente triviales pueden tener un efecto decisivo en los otros. El mejor ejemp lo de estas secuencias es la planeación y ejecución del asesinato del general chileno Carlos Prats –uno de los últimos leales al gobierno de Salvador Allende– en lo que constituyó el primer magn icid io del Plan Cóndor y que resulta determinante para el oportuno desenlace de los acontecimientos que involucran a los protagonistas de la novela 10 .

Las líneas temáticas empiezan a cruzarse cuando el uruguayo Docampo, estando en misión secreta en Buenos Aires se cruza con María Eugenia Romero, nombre falso de la espía Katia Liejman. Él nunca sabrá que ella es espía del KGB, pero ella sí recibirá la información del trabajo de Docampo y la orden de cortar toda relación con él. Los trabajos de Docampo corren paralelos a las acciones de la OCOA en territorio argentino. Castiglioni “necesita un inocente, alguien a quien no se le ocurra hacer un negocio sin consultarlo. No puede pensar en los que ya trabajan en Buenos Aires porque son “incontrolables”, dice el narrador (pág. 147). Por eso Docampo es perfecto para su plan y para probarlo le va dando distintos trabajos. La prueba de fuego será cuando recibe la orden de interrogar y luego “desaparecer” a una prisionera uruguaya que está en un calabozo de la “Coordina”, la Dirección de Coordinación de la Policía Federal en Argentina. Lo que vive es indescriptible. El narrador describe la situación en la que se encuentra Aurora antes de la llegada de Docampo: Para Aurora, las torturas físicas han cesado: ya no la golpean ni le aplican picana ni la vio lan con palos y botellas. Eso ya fue. Lo único que queda es el hambre. Y el o lor. Y cuando se va el olor llegan los gritos, y cuando se apagan los gritos vuelve el olor. Su panza ha crecido en el ú ltimo mes más rápido que durante los tres meses anteriores y resalta la extrema delgadez de la embarazada. (…) Pese a que sus manos aún están heridas e infectadas, la prisionera se acaricia la clavícula, sigue con el húmero, luego se toca las costillas y percibe el relieve co mbado de cada 10

Susel Gutiérrez Torres, “Tras las cenizas, el cóndor”, Revista Casa de las Américas Nº 276, La Habana,

julio-septiemb re 2014.

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una. Las cuenta y se desanima, pues comprende que en ese estado de desnutrición y abandono no podrá afrontar la maternidad. (…) co mprende que su destino ya está decidido y que no habrá marcha atrás ni escape posible: “la están engordando” -dice un guardia- quiere decir que la preservarán para que dé a luz y así poder arrebatarle a su hijo y después matarla . Esa agua que cae ahora sobre su cuerpo es parte de un ritual de sacrificio preparado por sus carceleros. Si todavía no le han robado a su bebé es porque no pueden sacárselo del vientre a la fuerza, que si no ya lo hubieran hecho. Entonces se mira las manos y descubre que durante la tortura le han arrancado las uñas (págs. 298-301).

El cuerpo de Aurora es ese “espacio del suplicio” del que hablara Foucault. Los procedimientos de la tortura son vistos por el psicoanalista Daniel Gil como “una nueva expresión de la barbarie, o del ejercicio por parte del torturador, de una práctica gradual, progresiva, científicamente planificada del desmontaje de todo el mecanismo de la identificación primaria que intenta hacer llegar al torturado al punto de angustias extremas, de destrucción del yo y su mundo simbólico”11 . En algún momento en que no sabe si sueña o delira, Aurora escucha las voces de cuatro o cinco hombres discut iendo si vender o regalar su bebé: Ese padre frustrado es de la Federal y está dispuesto a pagar buena plata si la cosa es rápida, (…) estas hijas de puta siempre t ienen chicos robustos y sanitos, (…) si tenemos clientes y tenemos mercadería no veo por qué vamos a regalar lo que podemos vender (…) ¿Cuánto le falta? No se apuren, que los uruguayos se la van a llevar. Qué se la van a llevar si ni siquiera saben quién es. No les interesa. Esta piba no es nadie. Un perejil, algo así. Yo lo que sé, es que no dijo nada y le dimos como en bolsa. (…) ¿Qué edad tiene? Veinte. ¿Veinte? Veinte añitos y soltera. No te dije: putas desde chiquitas (págs. 302-303).

Resistir, sobrevivir por lo menos hasta el parto, para que su hijo pueda vivir, es el único objetivo que tiene Aurora. La narración de la llegada de Docampo al calabozo se rela ta desde una doble perspectiva. Primero desde la mirada de Aurora, que se enrosca como un bicho en el piso para evitar cualquier castigo, e intenta concentrarse en los zapatos negros: “Zapatos y no botas, se dice. Policía y no militar. Hombre y no mujer. Viva, no muerta”. La perspectiva de Docampo se espesa en la visión de ese cuerpo, un esqueleto cubierto de andrajos que lo marcará para siempre:

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Citado por Sylvia Lago en El cuerpo como espacio político. Literatura uruguaya insurrecta , Montevideo, FHUCE, UdelaR, 2002, pág. 13.

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Entonces los ojos de esa muerta viviente se enfocan en él. Sus miradas se cruzan y por un mo mento a Manuel Docampo se le aflo jan las piernas. No es miedo ni asco lo que siente , sino vergüenza: la detenida tiene una panza enorme que resalta aún más la flacura de su cuerpo. El rostro muestra la piel pegada a los huesos y unos ojos que brillan en el fondo de dos cavidades profundas. (…) Una mirada que enseña algo que él no había visto nunca: un tipo de determinación que no conoce ya límites, que se asemeja a una lu z sobrenatural. El cap itán percibe que esa luz lo atraviesa. La mu jer murmu ra algo. Él no puede entender lo que dice, así que se inclina un poco (…) Recibe el aliento fétido de la mujer, que respira con dificultad. A simp le vista puede apreciar que le faltan varios dientes. (…) -Todavía no me mate – dice, pero no es una súplica (págs. 350-352).

El cuerpo aparece como espacio político, donde el que ejerce el poder deja sus marcas, y es el símbolo de lo humano llevado a planos de una degradación que lleva a la ruptura de la subjetividad identitaria. Pero ligado a valores éticos, se convierte también en emblema de dignidad, como señala Sylvia Lago 12 . Es lo mismo que narra Carlos Liscano en El furgón de los locos: El torturado se sostiene porque el cuerpo tiene una capacidad de resistencia infinita. (…) Pero antes, mucho más fuerte y necesario que la capacidad del cuerpo para el dolor, hay algo que hace que el torturado se sostenga. No es la ideología, ni las ideas, ni es igual ni lo mismo para todos. El torturado se aferra a algo que está más allá de lo racional, de lo formulable. Lo sostiene la dignidad 13 . Y eso es lo que sostiene a Aurora. Su cuerpo flagelado es el emblema de su resistencia. El cuerpo humano emerge en este discurso literario al desnudo, expuesto, exhibiendo las marcas, las cicatrices imborrables que sobre él, como en un patético mapa del horror, se han ido grabando a fuego y miedo 14 . Aurora se salva, pero cargará para siempre en su cuerpo las marcas del horror, como se ve en la descripción que el narrador hace de ella treinta años después cuando se encuentran por segunda vez: “Pese a que se mostraba despejada y enérgica, había en esa mujer un aire de tristeza que estaba depositado en su rostro como una cicatriz” (pág. 260). Por su parte, para Docampo la visión del cuerpo de Aurora lo marcará irremediablemente: “Pudo percibir con toda claridad, [dice el narrador] el crac de algo que se rompía en su interior y desacomodaba su alma para siempre ”. Acá se ve la riqueza y la complejidad del personaje que está construido en base a un referente real. 12

Lago, op. cit., pág. 15 C. Liscano, El furgón de los locos, Montevideo, Planeta, 2001, pág. 93. 14 Lago, op. cit., pág. 12. 13

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Docampo nunca dudó en obedecer las órdenes de sus superiores, en torturar, en disparar si era necesario. Pero la visión de Aurora lo enfrenta a la esencia de su condición humana y a la vergüenza y a la culpa. Por eso, en la contradicción y en el desgarro interior, no le quedará más remedio que salvarla para poder redimirse. En los calabozos de la “Coordina” había dos tipos de prisioneros: aquellos que serán presentados a la justicia y los que tienen su futuro “en suspenso”. El destino de esta “sospechosa, veinte años, embarazada, en suspenso” estaba marcado, como el de tantas mujeres que luego de dar a luz fueron asesinadas y hoy siguen desaparecidas y sus hijos aún continúan siendo buscados. Los episodios que se suceden van conformando una trama policial entre el suspenso y el desconcierto que dejan al lector atrapado: el intento de escape de Aurora durante el parto; Docampo que se la lleva en un estado de desnutrición total y semiinconsciente metida dentro de una valija, salvándola así de la muerte que él mismo debía ejecutar; Aurora recuperándose, oculta en el apartamento de María Eugenia, gracias al cuidado del militar y de la espía que no puede revelar su condición; todo el plan logístico que Docampo realizará para conseguir documentos falsos y sacar a Aurora de Buenos Aires y terminar alojándola en su casa en Montevideo, mientras él debe seguir trabajando en las entrañas mismas del monstruo; y, por fin, toda la pesquisa para encontrar al bebé robado y la ejecución de cada uno de los pasos del plan que llevan a cabo entre los tres para recuperarlo. La formación y el entrenamiento de María Eugenia como espía soviética serán fundamentales (aunque Docampo nunca se dé cuenta). Lejos de las historias planas de héroes y villanos que poblaron muchos rela tos sobre la dictadura, esta es tridimensional, profunda, entreverada y difícil de aprehender. Entre el blanco y el negro se abre un variado espectro de grises y, con ellos, personajes singulares, con matices y conflictos humanos, con deseos, sueños, secretos, odios y pequeñas miserias. En medio de ese panorama cobran vida unos protagonistas atípicos, únicos e incuestionablemente fuera de los márgenes: Manuel Docampo, el capitán uruguayo que desobedece sus órdenes y perdona la vida de la tupamara destinada a ser su víctima; María Eugenia Ro mero, la agente secreta del KGB que decide ayudarlo; y Aurora Sánchez, la mu jer que, contrario a toda lógica aparente, se casa con el milico que, aunque es su salvador, representa también a sus torturadores. Sobre la base de los testimonios de las personas en quienes se inspiran estos personajes, con retazos de la historia de Chile, Argentina, Uruguay y muchos otros testimonios aportados por la Co misión para la paz, se arma un ro mpecabezas que en poco menos de ochocientas p áginas resume una época salpicada por la barbarie, la muerte y el dolor. Lo hace en una narración donde cada evento, incluso

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aquellos que pudieran parecer pequeños o intrascendentes, es sometido a una revisión minuciosa, siempre con el objetivo de hurgar en el ayer para contar una verdad compuesta por muchas verdades15 .

Entretejidas con las acontecimientos, Butazzoni, el narrador-periodista “muestra las cartas” de su investigación, adelanta pistas de los hechos que luego son accionados, desnuda sus dudas y sus frustraciones, va trabajando con posibilidades que generan expectativa y ansiedad. Construye su novela a los ojos del lector. Las pistas que da, como la insistencia de Aurora al llamarlo “hijo” o su foto de joven tan parecida a Juan Carlos, nos revelan prontamente que el joven no es adoptado. Son elementos que muestran que los hechos en apariencia ciertos eran falsos, y que la realidad era intencionalmente distorsionada. El investigador se desconcierta y se cuestiona: “¿Por qué si Aurora Sánchez es la madre biológica de Juan Carlos Docampo lo hace pasar por su hijo adoptivo? ¿El excapitán suicidado era el padre biológico de su hijo adoptado?” (pág.198) Pero la historia de Aurora Sánchez nos increpa mucho más allá de esto. Allí, ante el vacío que se abría con estas preguntas sin sentido [dice el narrador] comprendí la dimensión que podía tener la historia de Juan Carlos como testimonio de una época. Los engaños, las mentiras y la opacidad de ese tiempo tan reciente que habíamos vivido desde diferentes lugares y situaciones -yo exiliado, mis co mpañeros presos, mis amigos aterrorizados se conjugaban en una trama que, detrás de sus vueltas y revueltas, enseñaba el dolor de miles de personas y la vergüenza de todo un país que, tantos años después de aque llos episodios, seguía viviendo con miedo. (…) Aunque ni siquiera nos hubiera rozado el terror de la dictadura, teníamos el miedo metido hasta los huesos. (…) Para sacudirme el miedo, o para sentirme menos manchado por tenerlo, decidí investigar otra vez los hechos de ese tiempo y contar a mi manera la historia de aquel muchacho y su madre. Fue entonces, y solo entonces, que me lancé a escribir una novela. Esta novela (198).

Como dice Sylvia Lago hay una parte de nuestra literatura que en los últimos años ha intentado no solo reflejar una época sino develar los ocultos o disimulados engranajes de ese “drama real de la sociedad”. Esto es lo que hace Butazzoni; el narrador se mete en la historia, toma partido, se arremanga y se sumerge en el horror de esa t errible realidad de los años de la dictadura uruguaya y del Plan Cóndor. Cuando se dice que aún no ha pasado el tiempo suficiente ni la distancia suficiente para poder objetivar esos 15

Gutiérrez Torres, op. cit., pág. 2.

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hechos, vemos que la novela asume una complejidad de temas que van de lo histórico hasta lo profundo de la condición humana y los resuelve bien. Y así como el sustrato real entra en la ficción, la novela de Butazzoni muestra que la ficción reconstruye testimonialmente la realidad y se convierte en marca de la memoria. Y esa huella de la memoria individual de Aurora Sánchez contribuye, como las tantas otras marcas obstinadas que van creciendo en nuestras ciudades, a tejer esa memoria colectiva que tenemos la obligación de legar a las generaciones más jóvenes.

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