LOPE DE AGUIRRE: LA IMAGEN DEL MITO Y EL MITO DE LA IMAGEN. Sor Elena Salazar Universidad de Oriente, Venezuela

ï LOPE DE AGUIRRE: LA IMAGEN DEL MITO Y EL MITO DE LA IMAGEN Sor Elena Salazar Universidad de Oriente, Venezuela La figura histórica de Lope de Agui

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ï LOPE DE AGUIRRE: LA IMAGEN DEL MITO Y EL MITO DE LA IMAGEN Sor Elena Salazar Universidad de Oriente, Venezuela

La figura histórica de Lope de Aguirre ha generado siempre grandes controversias, grandes discusiones a lo largo de cinco siglos. Este complejo personaje ha sido objeto de innumerables estudios en todo el mundo. La historia, la sociología, la política y la literatura frecuentemente le han dedicado muchas páginas e interpretaciones a su personalidad. Las primeras referencias históricas que surgen sobre Aguirre son las crónicas de indias. Una de las más difundidas es la de Francisco Vásquez, soldado que lo acompañó en la trágica expedición de El Dorado, allá por el año de 1560. A ella siguieron otras como las de Oviedo y Baños y fue figura también en poemas como La Araucana, de Alonso de Ercilla. En todas las obras la imagen de Aguirre es la de un cruel aventurero, un traidor y asesino que asoló las tierras americanas, que lo ligó a una leyenda negra, que permanece hasta hoy. Sin embargo, esta imagen que lo mantuvo marginado en la América hispánica encuentra en el discurso estético del siglo XX una nueva dimensión. Esta ponencia destacará, brevemente por supuesto, la imagen que la historia oficial dominante mantuvo sobre el conquistador español en todo el proceso colonial, hasta llegar a una consideración de su figura tanto en teatreros como novelistas, que permiten proyectarlo como un personaje de tendencias libertarias. Es así como revisaremos los textos venezolanos El Tirano Aguirre (1872),

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de Adolfo Briceño Picón; Lope de Aguirre. El peregrino, de Casto Fulgencio López (1947); Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad (1979), de Miguel Otero Silva, haciendo énfasis especial en Lope de Aguirre, traidor (1992), del español José Sanchis Sinisterra, una obra teatral que en buena medida configura los planteamientos libertarios del famoso personaje, presente en las obras citadas anteriormente, aunque cuestiona sus métodos y procedimientos, y que, sin duda, redimensiona el mito Aguirre, convirtiéndolo en una figura más cercana a la historia y la política. Para el análisis utilizaremos una metodología de amplio espectro, que nos acerque a su contexto histórico, donde las teorías intertextuales y semióticas serán de fundamental ayuda. La historia que presenta a Aguirre es un signo conmovedor y explicativo –a medias, claro– de parte de sus acciones. La carta que escribe a Felipe II muestra no su reivindicación –aunque muchos estudiosos así lo plantean–, sino una explicación, que rompe en gran medida el mito del tirano, y lo redimensiona, lo proyecta con nuevos bríos. Este soldado que vivió aproximadamente 48 años, y que perteneció a los pocos conquistadores del Viejo Mundo, cultos, leídos, cobra una fuerza esencial a través de la famosa carta innumerables veces citada. Recordemos que en la época de la denominada conquista del Nuevo Mundo, o encuentro de dos mundos, o dos culturas, España atraviesa una tremenda crisis económica. Un estado centralizado, los hábitos adquiridos en la Edad Media bajo una larguísima ocupación musulmana, una nobleza improductiva, un reino agotado por guerras y presiones internas, caracteriza una sociedad periclitada, en contraposición a los avances políticos, sociales, de toda Europa. En una nación imbuida de la idea de que tiene la misión divina de liberar al país de infieles, el clero y la nobleza adquirieron una gran importancia política y económica. Con los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, comienza una expansión que culmina con el denominado “encuentro de dos mundos” –como ya expresamos– en 1492. Aun así, los sentimientos medievales, intransigentes, cercaron al imperio. De ahí que la carta del aventurero vasco proyecta su figura y la hace trascender en un universo crítico que choca con las estructuras ideológicopolíticas de la España de Felipe II. Crítica dura a las instituciones de la Corona,

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al abandono por parte del monarca de sus soldados en esas lejanas tierras; es un documento interesante, histórico, de gran ironía, que fustiga a los ministros del rey, que declara la guerra a Felipe II llamándolo egoísta. Aguirre se considera una especie de cruzado religioso: “Dios te guarde, Rey excelente, muchos años (Jos 27)”; así termina la carta, según la crónica de Francisco Vázquez. Esta tremenda ironía es potenciada en la obra de algunos escritores con un carácter muy particular. Es verdad que la leyenda de Aguirre tiene un peso terrible; pero esa es una lectura, no la lectura del personaje. Lope es una figura cruel, atormentada, pero también un ser ambiguo, enigmático, rebelde. Conforma, y he aquí lo interesante, una individualidad en cierta medida renacentista, cuestionadora, lúcida en muchos momentos, valiente y osada, independiente y justa. No había razón alguna para que la España de Felipe II tuviera consideración para con un simple soldado de una de sus colonias. Octavio Paz decía que la Nueva España fue una construcción hecha para enfrentarse a la crítica, es decir, a la historia y a sus cambios. La filosofía que justificaba su existencia era una filosofía a la defensiva: guardiana de la fe de Roma, la neoescolástica era también la defensora de la Monarquía y del imperio (Paz 67).

En otras palabras, los sucesos de la Nueva España son la prolongación del Imperio, más en un momento donde la monarquía necesita una continuidad, una traslación y un control directo de su mundo. El particularismo criollo, el mundo dependiente/independiente vendría después, mas no en 1561. De ahí que no se podía tolerar que un aventurero desobedeciera la autoridad del monarca, ¿quién se habrá creído? No extraña, pues, que la figura de Lope, sus andanzas, en fin, su historia, se hunda en el mito por más de cuatrocientos años. Tanto Nueva España como el Imperio lo ocultaron, o mejor acordaron tácitamente la indiferencia, la tiniebla que lo mantuvo atado al mito, a la leyenda. Pero Aguirre no podía pasar desapercibido en el siglo XX. En el campo de la historia, tanto el positivismo como el marxismo del siglo XIX contribuyeron a consolidar una visión del mundo y del hombre diferente. “El ser determina la

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conciencia” (Marx y Engels 19). El materialismo histórico insufló nuevos criterios a la explicación del hombre en la sociedad. Los cambios en la concepción del mundo fueron radicales, absolutos en muchos casos. La ficción toma nuevos rumbos. El hombre se debe estructurar en sus dificultades, en sus contradictciones. Entonces, la figura de Lope de Aguirre rompe, en buena medida, el cordón que lo ata al mito, y busca un nuevo espacio histórico. Debe ser interpretado con las armas de la dialéctica. Aguirre será leyenda, pero también circunstancia humana, mito y presencia actual. Aun así el personaje arrastra su tiempo, su época, su imaginario social. Por ejemplo, El camino de El Dorado (1947), del venezolano Arturo Uslar Pietri, lo presenta en su visión tradicional: cruel, obseso, inhumano, sacado sin más del fondo del mito, inalterable en su pasado. Claro está, más humano, más creíble. Aguirre camina en la búsqueda de un Dorado que alivie sus grandes carencias. Es el peso de la leyenda negra. En El camino de El Dorado, Aguirre es lo que se dice, es lo obvio, la condena. Otro venezolano, Casto Fulgencio López, en Lope de Aguirre: el peregrino, primer caudillo de América (1947), le da un tratamiento distinto, justifica en buena parte sus acciones, su complejo peregrinar, siempre lo relaciona con el concepto de “tiempo”, por lo que nunca podemos olvidar la perspectiva histórica ni la influencia futura de cualquier acto presente. Favorece López al personaje, históricamente hablando. No es una comprensión de la historia y la realidad. Es una percepción del peregrinar de un hombre que, convertido en mito y leyenda, precisa de una dimensión más real, más contextualizada. Es necesario señalar que el siglo XVI fue un siglo de cambios, de acontecimientos históricos fundamentales, de las exploraciones finales en América y el de la consolidación y expansión de la Conquista, el siglo de la literatura de las crónicas. El siglo XX fue sobre todo el siglo del materialismo histórico –cuyos criterios, como sabemos, datan de finales del XIX–, del desarrollo de las ciencias sociales, el siglo de la modernidad, o de la modernización en América Latina y el Caribe. Fue el siglo que produjo la gran literatura sobre Lope en todos los generos.

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Nuestra pretensión de destacar los textos de los venezolanos Briceño, Uslar Pietri, López, Otero Silva y en especial el del español Sanchis Sinisterra tiene necesariamente que acercarnos a la historia, en especial a las crónicas que generan la referencia original de las andanzas de Aguirre. Resulta un tanto curioso el hecho de que siendo Lope un personaje español de gran atractivo para la ficción, que inspiraba curiosidad y admiración a la vez, haya sido un venezolano el primer escritor dramático que abriera la serie literaria sobre figura tan afamada. Adolfo Briceño Picón (1846-1929), un médico de provincia, de Mérida específicamente, fue el primero en el país, y al parecer en el resto del mundo, que inicia la escritura literaria teatral sobre el soldado español. La obra de Briceño Picón se titula El Tirano Aguirre, y en su portada de edición se leen los siguientes datos: “Drama nacional de grande espectáculo, en tres actos, representado por primera vez en el teatro de Mérida, el 30 de diciembre de 1872, y repetido el 6 de enero de 1873 con espléndida acogida.” (Briceño Picón 2). El Tirano Aguirre está confeccionado en tres actos: la conspiración, la prisión y el parricidio. Los tres actos con sus respectivas escenas darán cuenta de los diferentes intertextos del siglo XVI. El dramaturgo se sirve de un texto antiguo como referente para construir su propio discurso, diseñado a partir de las lecturas e investigación sobre algunos acontecimientos de aquella época. Briceño consultó, leyó y anotó muy bien muchos de los pasajes que dieron cuenta de la trágica expedición de El Dorado. En la reescritura de algunas de las escenas del texto, se advierte una creación contaminada por las lecturas del texto antiguo, por las lecturas de las crónicas. Por lo demás, estamos en presencia de un autor influenciado con los criterios románticos de la época (1872), a los que se ceñirá de manera total. Su obra es uno de los comienzos del denominado teatro histórico venezolano, cuestión por lo tanto meritoria y significativa; más aún cuando la ficción y la crítica sobre la figura de Aguirre se desarrollaron hasta bien entrado el siglo XX. En el nuevo texto, o en el hipertexto del dramaturgo, se da el caso de una reescritura a partir de la historia de un texto antiguo que registra la crónica de

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Indias, y muy particularmente la de Francisco Vázquez y la carta de desnaturalización de Lope de Aguirre dirigida al Felipe II, y de la que hemos hecho mención. El Tirano Aguirre es dependiente porque el texto se sostiene en una historia ya contada por alguien, en un momento y un lugar ya determinado. En la tercera parte de la obra y a través de la propia participación de Aguirre, el autor justifica sus acciones, sus crímenes, con una crítica feroz a las instituciones oficiales de Felipe II; cuestiona Aguirre el abandono oficial de la corona a sus súbditos en las lejanas tierras americanas –cuya referencia, ya destacamos, es la histórica carta ya mencionada–; condena a la iglesia como institución corrupta y desacreditada. Pudiésemos decir que, más que justificar al personaje, Briceño Picón lo comprende y lo redimensiona tempranamente en el siglo XIX. Es uno de sus grandes méritos. En 1979, Miguel Otero Silva, en Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad, concede a Aguirre un privilegio: le otorga la exclusividad de nombrarlo antecesor de la lucha por la independencia americana. Basado en el hecho real de la presencia de Bolívar, quien ordena difundir la carta de Aguirre al rey, Otero Silva, además de desmitificar a Lope, lo revela como un auténtico revolucionario; concibe incluso un hecho imaginario asombroso: coloca en boca de Aguirre una frase inmortal de Bolívar, que proyecta la figura del peregrino a una categoría más honorablemente universal: “si se opone la naturaleza a nuestros designios, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca (Otero Silva 313). Aguirre sentado a la diestra de la revolución de América. De esta manera, para Otero Silva, Lope de Aguirre es el profeta de la liberación del continente americano, a quien el novelista le rinde homenaje desde su infancia y adolescencia en Oñate, destacando sus numerosas expediciones al servicio del gran monarca, su rebelión y sus últimos días, traicionado por sus propios marañones. La lectura de la novela de Otero Silva nos presenta a un hombre que asumió una conciencia de su identidad histórica para integrarse a una realidad propia y nueva. En el caso de la obra teatral de Sanchis Sinisterra (1992), éste construye un Aguirre en ausencia, a diferencia de las obras anteriores, donde Aguirre toma

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acción en los acontecimientos relatados. A través de nueve monólogos, de discursos corales, de cartas fragmentadas, de la gente que lo acompañó en la trágica expedición de El Dorado, conocida también como de los Omaguas, Sanchis Sinisterra nos presenta un Aguirre verdaderamente innovador, desacralizador de mitos, posmoderno y reflexivo, que configura los planteamientos libertarios presentes en textos anteriores, pero también las grandes contradicciones y ambigüedades de este enigmático personaje. Las pocas intervenciones de Lope en los monólogos sólo se materializan mediante el recurso memorístico de algunos personajes, como Juana Torralva, quien en su relato incorpora muchas veces algunas palabras de Lope, las cuales son advertidas a través de las comillas: Pero ve y díselo, Juana Torralva, dile sensatamente lo que le importa y te oirás decir: “A callar y a tus cosas, metementodo, que yo sé muy bien lo que conviene a mí y a los míos.” Pues muy bien, sí señor, vuesa merced lo manda y es el amo, y Juana Torralva cierra el pico y no vuelve a decir esta boca es mía (Trilogía 188).

Cabe destacar que las “intervenciones” de Lope en algunos monólogos funcionan solamente como notas para reafirmar la historia que narran los personajes, y es en realidad sólo a partir de la transcripción de la carta como se logra la intervención directa y explícita de Lope en el texto. Es un Lope que está en el imaginario social el que construye Sanchis, que le da al texto un carácter muy singular, ya que precisamente el significado de Aguirre en la historia oficial es dado a través de las consideraciones histórico-cronísticas, que siempre le fueron adversas. Sanchis ofrece la perspectiva de dar voz a los participantes de la expedición, que son capaces de contextualizar un tiempo histórico, que nos acerca ficcionalmente a cierto principio de veracidad de la vida trágica de este complejo personaje. Su voz y su interpretación evidentemente contrastan con la del resto de los personajes y ese perspectivismo es el que le permite al lector/espectador generar

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su propia interpretación. En primera persona, oímos su versión de los hechos, en una voz que se reivindica a sí mismo. ¿Quién habla en el monólogo? ¿Aguirre? ¿El lector? ¿Y quién explica el sentido de sus actos? El lector/espectador posee así todos los elementos de juicio necesarios para establecer su interpretación de la obra, en todas sus dimensiones: argumental, histórica, estética e ideológica. A Aguirre se le da voz, pero se trata, como vemos, de una voz coral, fragmentada, hecha de enunciados y enunciaciones diversos. No se le concede la facultad del monólogo, del discurso personal. Curiosamente, gracias a la reproducción manipulada de la carta, se le asigna voz y “presencia”. Sin embargo, dada la naturaleza de la pieza que Sanchis construye a partir de la carta original, su evidente “presencia” escénica se consigue mediante su no menos evidente “ausencia” física y la debilitación de su palabra, su desintegración en el discurso múltiple y fragmentado del coro. En suma, la carta de Aguirre, fragmentada y estructurada por Sanchis a través de una amplia gama de procedimientos retóricos (elipsis, epífora, epímone, reduplicación, etc.), logra mostrar en el texto dramático la visión del propio Lope sobre los acontecimientos de Omagua y El Dorado, a diferencia de cómo aparece en las obras de Briceño Picón, de Uslar Pietri y de Otero Silva. A la vista de la imagen que Lope traza de sí mismo cabe preguntarse: ¿qué parte del texto epistolar eligió el autor y qué fue precisamente lo que suprimió para su estructuración? Podemos adelantar que, en el proceso de conversión de la carta de Lope en discurso teatral, el dramaturgo opera simultáneamente desde la fidelidad y la tergiversación, desde el respeto y la libertad tanto hacia el texto como hacia el espíritu de la carta original. El dramaturgo, de forma elíptica, selecciona los pasajes que favorecen al “hombre de bien”: refiere los años de servicio del soldado ante el rey Felipe II y las denuncias y consejos de Lope. En esto coincide con Otero Silva y Casto Fulgencio López. Con todo, tanto Sanchis como los demás escritores construyen una figura que proyecta una fuerte dosis de individualismo, como se resalta incluso en la

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organización interna que dan a sus obras. El autor de Valeria y los pájaros reelabora la carta de Aguirre –la “fragmenta” y la “estructura”– de un modo personal para adaptarla a las coordenadas estéticas de su obra y asemejarla formal y funcionalmente a los discursos corales. Para ello comienza con las palabras iniciales de la carta, pero a partir de ahí no respeta el orden original, saltando de un pasaje a otro, entremezclándolos, repitiendo expresiones y fórmulas que de ese modo quedan realzadas, y confiriéndole una estructura circular de la que carece el original. …la naturaleza del texto dramático y el modo de escritura teatral, la noción de “personaje” y su relación con las funciones escénicas del actor, el imperialismo de la “fábula” y la estructura de la trama, los conceptos de Unidad y Coherencia estéticas, el pretendido carácter discursivo de la representación, las fronteras entre narración oral e interpretación, la plasticidad del espacio espectacular, la teatralidad diferente del juego, del ritual, de las fiestas, de la juglaría… Toda una serie de cuestiones aparentemente “formales” pero que comprometen el lugar, el sentido y la función del hecho teatral en la cultura y en la historia (La escena 291).1

No maltrata Sanchis al personaje, no justifica sus crímenes, pero comprende sus circunstancias. Su Lope de Aguirre, traidor es una obra fundamental que, teatralmente hablando, hace trascender a Lope a una dimensión más contemporánea y que, como vimos, tiene su fundamento en la vida azarosa y política de Lope. Sin embargo, es indispensable comprender que ese personaje, que es ex1

También ver de José Sanchis Sinisterra, “El Teatro Fronterizo: planteamientos”. Pero la vocación experimental que se manifiesta en toda la producción dramática de Sanchis Sinisterra está ya apuntada ya en sus primeras tentativas y ensayos juveniles, los del período 1957-1967, como aprecia el propio autor: “La opción por una teatralidad desnuda, despojada, basada fundamentalmente en el actor y el texto, que esquiva en lo posible la figuratividad mimética, apela a la imaginación soberana, trata de conciliar emoción y reflexión y reclama del espectador una extremada actividad descodificadora… ya está expresada, defendida y, presumiblemente, aplicada, en mis escritos, notas, apuntes, manifiestos, programas, ensayos y entrevistas de aquella década.” (La escena 291).

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presión de la realidad, pero que simultáneamente la crea, no existe fuera de la obra o antes de la obra, sino precisamente solo en la obra. En este sentido, Lope de Aguirre vive una particularidad político-social a través de los diálogos que conforman el drama. Su contexto es una vía histórica y estética para la comprensión de la obra; de ahí que la figura de Lope tiene que convertirse obligatoriamente en circunstancia real, en crónica de Indias, en mito, en interpretación y actualidad. Aguirre escapa del texto y se bifurca en varios contextos: el político, el filosófico, el histórico y el literario. Y es que este hombre permaneció –aún permanece– hundido en la historia de la Nueva España, como un personaje terrible, cruel, maldito, simbolizando, además, la traición y mitificado bajo una sola perspectiva: su carácter sanguinario y el desprestigio de su nombre. Recordemos que los vencedores hacen la historia, y Aguirre era un perdedor. Comenzaba su leyenda negra. La figura de Lope de Aguirre continúa siendo enigmática, y así será siempre. La historia, su enseñanza, interpreta los hechos, no los cambia, están ahí, pasaron. Pero la ficción tiene la grata particularidad de permitir trastocar sucesos y establecer revanchas. Es una de sus misiones. Y para finalizar con las palabras luminosas y expectantes del venezolano Luis Britto García en relación con el imaginario social de este controversial personaje, diremos que: La tradición popular dice que su alma, convertida en fuego fatuo, pena eternamente el delito de rebeldía. Acaso una rebeldía más profunda que la simple sedición contra el poder real. La rebeldía de imaginar el reino de la libertad, la de partir en su busca y afrontarlo, para ser destruido o redimido (Brito García 8).

Obras citadas Briceño Picón, Adolfo. El tirano Aguirre. Drama nacional. Caracas, 1872.

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Britto García, Luis. El tirano Aguirre o La conquista de El Dorado. Caracas: cuaderno nº 6, Ediciones de la Dirección de Cultura de la Gobernación del Distrito Federal, 1976. Jos, Emiliano. La expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los “Marañones”, según los documentos del Archivo de Indias y varios documentos inéditos. Huesca: Talleres Gráficos Editorial V. Campo, 1927. Fulgencio López, Casto. Lope de Aguirre, el Peregrino, apellidado el Tirano, primer caudillo libertario de América. Historia de su vida hazañosa y cruel y de su muerte traidora. Caracas, 1947. Marx, Carlos y F. Engels. Obras Escogidas. Moscú: Editorial Progreso, 1974. Otero Silva, Miguel. Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad. Barcelona: Seix Barral, 1979. Paz Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Tercera ed., 15ª reimp. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2004. Sanchis Sinisterra, José.“El Teatro Fronterizo: planteamientos”. Primer Acto 186 (octubre-noviembre 1980): 96. ---. Trilogía americana [Naufragios de Álvar Núñez o La herida del otro. Lope de Aguirre, traidor. El retablo de Eldorado]. Ed. de Virtudes Serrano. Madrid: Cátedra, 1996. ---. La escena sin límites. Fragmentos de un discurso teatral. Ed. de Manuel Aznar Soler. Ciudad Real: Ñaque, 2002. Uslar Pietri, Arturo. El camino de El Dorado. Buenos Aires: Losada, 1977.

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