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Los Aztecas
Por Raul Braun, F.R.C. Costumbres - Cultura - Religión Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Hay una pregunta muy difícil de responder: ¿Cuál es el origen de los Aztecas? Lo más acertado sería asegurar, como origen preciso, la era de Teotihuacan, debido a que ese ciclo parece ser el verdadero comienzo de una civilización que, al pasar por diversas manos, (Toltecas y Toltecas-Chichimecas), se destacaba claramente en el Valle Central de México a la llegada de los españoles. Pero de allí hacia atrás (como en el caso de los Mayas y del pueblo de los Incas) tropezamos con el mismo misterio. Una pregunta que carece de respuesta es la siguiente: ¿De dónde vino el pueblo que construyó Teotihuacan? Sabemos que antes de ellos existía en esa zona un pueblo de pastores, de muy primitiva cultura, sin capacidad, por supuesto, para construir aquella maravilla. Las investigaciones que se han hecho respecto a ese pueblo (o esos pueblos) primitivo, permite afirmar que en ellos no existió evolución alguna, en su condición de simples pastores, a una etapa, periodo o ciclo en el que se empezara a iniciar y evolucionara gradualmente una civilización capaz de inculcar a esa gente, a través de las centurias, la habilidad arquitectónica de que hicieron gala los constructores de Teotihuacan. En principio, resulta poco menos que imposible el precisar el origen del pueblo azteca. Por otra parte, no discutiremos una débil afirmación: que el año 1168 de nuestra era es el que marca el comienzo de la constitución de los aztecas como nación, como imperio, heredado de la invasión a la zona ocupada por los Toltecas - Chichimecas (estos últimos "fusionados" con los primeros, después que aquellos fundaran el llamado "Primer Imperio Nahuatl") Hasta ese preciso momento podemos afirmar que el Imperio Azteca fue una herencia que se remonta desde la fundación de Teotihuacan, lugar ocupado, a su vez, por los Toltecas, en forma que hasta ahora se desconoce. Este "enredo" histórico puede aclararse en parte al dar nombre a cada eslabón de la cadena: 1) Ciclo que podríamos llamar de las culturas preclásicas, formadas por pueblos pastores, el primero de los cuales debe haber llegado al Valle de México unos 1500 años o más antes de Cristo. 2) Ciclo Teotihuacaneco, formado por la llegada de un pueblo a esa zona, proveniente de no se sabe dónde. 3) Ciclo de los Toltecas de Tula.
4) Ciclo Tolteca - Chichimeca. 5) Ocupación de esa zona por el grupo étnico denominado Azteca, en ese hipotético año 1168 A.C. (Algunos historiadores no dan ese año como el de ocurrencia de esos hechos, sino que afirman que se confunde, probablemente, con el año de la invención del famoso calendario que se usaba en esa región. Esta idea tampoco es precisa) Partiendo de los Aztecas, empecemos, entonces, a caminar hacia atrás, desde ese misterioso e impreciso año de 1168. No nos ocuparemos de la era Tolteca-Chichimeca pues esta se confunde mucho con los comienzos de la era Azteca. Los Toltecas- Al principio de la década de los 40, en este siglo, algunos estudiosos e investigadores llegaron a la conclusión de que los Toltecas, antecesores de los Aztecas en el Valle Central de México, fueron gentes que vinieron de Culiacán, alrededor de la novena centuria después de Cristo, es decir, unos doscientos años antes de la probable aparición de los Aztecas en misión de conquista de aquel lugar, que dominaron y ocuparon. De los Toltecas se dice que practicaban la ciencia de la arquitectura, que sabían mucho de agricultura, que poseían destacadas habilidades técnicas, especialmente carpintería y mecánica, y que tenían, como consecuencia, una cultura y civilización muy desarrolladas. Se les asigna la construcción de palacios, templos y edificios, se dice que formaban un muy bien organizado imperio y que disfrutaban de una vida ordenada social y económica, así como arraigadas creencias y costumbres religiosas. Muchos historiadores los describen como un "pueblo errante por las zonas de México", fundadores de ciudades, diestros en el arte de la alfarería, con buenos médicos y buenos astrólogos, con sacerdotes, astrónomos y reyes. Es a los Toltecas a quienes se asigna la fundación del llamado Imperio de Nahuatl. El Pueblo de Teotihuacan.- Yendo más atrás en el tiempo, nos topamos con el llamado "Pueblo de Teotihuacan", que habitara el valle de ese nombre y construyera, en una vasta área del mismo, monumentos, edificios y templos. Se afirma que los Toltecas o descendían de ese pueblo o lo conquistaron. Nos inclinamos a lo segundo, pero, ¿por qué cambiaron de nombre? En ese sector del Valle de Teotihuacan encontramos, entre otras construcciones, la llamada Pirámide del Sol, que hace aparecer muy pequeñas a las otras monumentales construcciones existentes en el lugar. En los adobes de esa pirámide dicen que se revelan aspectos de la cultura teotihuacana, pero no sus orígenes. Casi podría asegurarse que esa gente fue la iniciadora de la arquitectura monumental en esa zona de América. Al parecer dominaron el sector cuando éste estaba ocupado por ese pueblo
de pastores de que hemos hablado antes, ese pueblo también de origen ignorado que se supone llegó a esa zona 1500 años antes de Cristo. ¿De dónde vinieron, entonces, los fundadores de Teotihuacan? Lo que sí puede afirmarse es que no son descendientes de ese pueblo de pastores, porque a la llegada de aquellos cambió la fisonomía del lugar, por así decirlo, de un día para el otro: de región agrícola pobre a la maravillosa Teotihuacan. Hay quienes dan a conocer diversos orígenes. La historia exige realidades, y en este caso no pueden exhibirse. Nada hay de cierto respecto al origen de estos antecesores de los Aztecas, de quienes estos últimos heredaron, al parecer, una civilización que se había purificado en manos de los Toltecas. Los Aztecas, en consecuencia, nos ofrecen, en su origen, el mismo misterio Maya. El mismo misterio que envuelve el origen del pueblo de los Incas. La misma historia tres veces repetida en las tierras de nuestra América. En conocimiento de este panorama de conjeturas, volvamos nuevamente al periodo Tolteca-Chichimeca, que condujo a la formación de la civilización azteca. Dos centurias de caos, de fusión azteca-chichimeca-tolteca, podrían contarse entre los años 1100 a 1300 de nuestra era. En la centuria de 1100 a 1200, según se presume, "varias tribus llegadas al lugar iniciaron la gradual dominación de la zona", absorbieron con facilidad la cultura ya existente en el lugar y sentaron las bases del futuro Imperio de los Aztecas, del que nos ocuparemos seguidamente, destacando, en términos generales, los aspectos más importantes de sus costumbres, cultura y religión. Costumbres A los aztecas, llamados también los tenochcas de México, se les adjudica el mérito de haber sido la tribu que logró transformarse en poderoso estado, en ese estado que asombró a los españoles y nos asombra a nosotros, hombres del siglo XX. ¿Cuáles eran sus costumbres? Al respecto podríamos decir que muchos y variados elementos, parte de ellos desarrollados, evolucionados y puestos en práctica a medida que se fueron necesitando, unidos a otros agregados debido a influencias e infiltraciones extrañas, fueron las bases de las costumbres aztecas. Para atar cabos, sigamos la vida de un niño azteca, desde su nacimiento hasta la edad en que podía casarse; destaquemos los aspectos más descollantes de ese período y tendremos una visión relativamente cabal de las costumbres imperantes en esa raza de indoamérica.
Recién llegado al mundo, el niño era bañado y fajado por la partera que había atendido a la madre. Después de eso, cumpliendo dictados religiosos muy específicos, intervenía el sacerdote, llamado por los padres para que leyera en el Libro del Destino si ese día del nacimiento era o no afortunado. Los días que seguían eran de fiesta, de buena comida, de algazara y de ofrecimientos al llamado Dios del Fuego, divinidad que los aztecas heredaron de los constructores de Teotihuacan, los que, a su vez recibieran, según se sospecha, de los pueblos de pastores que habitaban el valle antes que ellos. Existía una marcada tendencia a orientar al niño hacia el futuro que debería corresponderle de acuerdo con su sexo: si varón, se le daban los juguetes de índole bélica y herramientas para que aprendiera a manejarlos, porque tendría que hacer uso de ellos más adelante: a sus manos podrían caer después las armas con que defendería el Imperio o los aperos agrícolas, utensilios o herramientas para cultivar la tierra, levantar edificios o tallar monumentos. Si niña, desde pequeña sus manecitas se adiestraban, por la vía del juego, con el uso de elementos que le servirían para aprender el arte de hilar y tejer, dos de las más importantes ocupaciones de la hacendosa mujer azteca. La educación comenzaba en edad muy temprana, poco después de cumplir los tres años, y siempre estaba orientada a la actividad que tendría que desarrollar en el futuro, ya fuera la carrera militar o las actividades civiles en general. El padre educaba al hijo y la madre a la hija. Ambos, por supuesto, eran enérgicos; primero la advertencia y para el recalcitrante el castigo corporal, a veces de una crueldad sin límites. Después de la educación familiar, el niño ingresaba a la escuela. Una de ellas impartía un aprendizaje general y la otra estaba dedicada a los estudios sacerdotales. El arte de la guerra, al parecer, se aprendía por medio de la práctica, que no faltaba en un pueblo guerrero como el azteca. Los veinte años era la edad en que podía casarse el varón; la niña se consideraba madura a los dieciséis. Antes de que se celebrara el matrimonio intervenía el sacerdote, pues era costumbre que este informara si sería o no venturoso el destino de los contrayentes. Ambas familias intercambiaban regalos y la novia, el día de la boda, era conducida a la puerta de la residencia de su esposo. Se pronunciaban discursos alusivos al acto, se bailaba, se comía y se bebía con exageración. Los aztecas toleraban la poligamia; se cree que esto era debido a que toda nación guerrera pierde muchos hombres en las batallas. El hombre podía abandonar a su esposa legítima si era estéril o faltaba al cumplimiento de sus deberes hogareños. A la
mujer se le exigía castidad cuando soltera y absoluta fidelidad a su esposo, cuando casada. Al hombre, por su parte, se le obligaba a respetar a la mujer de su prójimo. Al casarse, el hombre recibía un lote de tierra de la comunidad o de la heredad paterna si parte de esa tierra no estaba cultivada. La soltería imperaba entre los guerreros, con gran contento de parte de quienes estaban dedicados a la vida civil. Cabe decir que las familias aztecas actuaban siempre para beneficio de la colectividad, en vista de que cada miembro tenía la obligación legal de protegerla y preservarla. Pese a ser un pueblo esencialmente guerrero, el azteca no creó el problema que trae aparejado el prisionero de guerra, porque estos eran sacrificados en impresionantes ceremonias religiosas. No obstante esta costumbre, los prisioneros que demostraban habilidades aprovechables para beneficio de la colectividad, gozaban del privilegio de que se les perdonase la vida, porque no creaban problemas sino que ventajas. Un gran sentido práctico, sin duda alguna. Las felonías castigadas por la ley las pagaba el delincuente con su libertad. Estos castigos se aplicaban por infracciones de orden general, como traición, complicidad en hechos delictuosos, secuestros, robos sin devolución de lo hurtado, etc. La autoridad civil castigaba la delincuencia religiosa, como ser el robo a la autoridad sacerdotal, a los templos, la blasfemia, etc. Por su parte, la autoridad religiosa, que era la verdaderamente afectada, no proyectaba la amenaza de ningún castigo en el más allá, de lo que se infiere que eran más severas las leyes que hacían cumplir los hombres. Existía una especie de esclavitud voluntaria, aprovechada por los que padecían de hambre y por los indolentes. Este tipo de esclavitud y la impuesta por las autoridades permitía que el afectado siguiera manteniendo el control sobre su familia, sus propiedades y, lo que es más curioso, que tuviera sus propios esclavos. Perdía solamente sus derechos a ocupar oficina pública; era, en parte, la pérdida de lo que actualmente llamamos derechos civiles. Al ciudadano le estaba negado el derecho a pensar u opinar en asuntos del estado, a la posesión de fortuna y a la libertad de expresión como la interpretan los pueblos civilizados de hoy. La base de la alimentación del pueblo la constituían los productos de la tierra y algo de carne. Su dieta era abundante, sana y nutritiva, muy semejante a la del pueblo vecino que más tarde conquistara: los mayas de Yucatán, Guatemala y Honduras. Cultura
La agricultura era la base de la economía azteca y este hecho motivó el desarrollo de una gran habilidad para el cultivo y explotación de la tierra, con la consiguiente adquisición de conocimientos muy amplios. La tierra estaba dividida en comunidades familiares, perpetuadas a través de la herencia. La explotación agrícola intensiva, unida al constante aumento de población, parece haber sido la causa principal de la conquista de territorios adyacentes, llevada a cabo con la idea de que la tierra siguiera siendo la proveedora de los elementos indispensables para la subsistencia. Además, los aztecas cobraban tributos de los pueblos sojuzgados. Estos fueron los que se aliaron con los españoles para luchar en contra de un enemigo común. De estos hechos ha surgido la frase tan famosa de que "los indígenas de México ayudaron a los españoles a vencer a los aztecas . . . y de que los españoles de México ayudaron a los mexicanos a emanciparse de España". Al correr de los años se hizo presente en la vida azteca un marcado entusiasmo por la expresión artística, a través de la manufactura de telas muy vistosas y de variados y hermosos trabajos de alfarería. Esto trajo consigo el desarrollo de otro aspecto de la economía: el comercio, el intercambio y la industria organizada. El jade era el material que más apreciaba el azteca, y se destacó notablemente en su aprovechamiento. El oro, si bien no carecía de valor para ellos, no constituía un elemento apreciado en la forma en que lo aprecia el mundo de ahora. ¡Ni tampoco en la forma en que lo apreciaban los conquistadores españoles! Esa indiferencia hacia el oro, de parte del azteca, fue lo que más asombró y desesperó a Cortés y a su gente, ávidos por llenar las arcas de la corona de España . . . y las suyas propias. Los españoles encontraron que los nativos usaban el oro en muy limitadas cantidades y solo para la fabricación de ornamentos de significación religiosa. Lo mismo hacían con la plata, tan abundante en el país. Para la confección de telas utilizaban preferentemente el algodón y la necesidad de satisfacer la demanda de este producto originó un intensivo cultivo de numerosas variedades. Los aztecas no se especializaron mayormente en la domesticación de animales con destino a usar la carne como alimento; entre los pocos que cuidaban para esos fines cabe destacar varias razas de perros, cuya carne era muy apreciada. La artesanía, en general, ocupaba un lugar de mucha importancia en la cultura, y es de asombrarse ante la calidad y belleza de la manufactura de ciertos productos, especialmente si tomamos en cuenta la ínfima ayuda mecánica pues carecían de una gran variedad de herramientas.
Esta maestría se tradujo en los objetos de arte nativo que encontraron Cortés y sus hombres, y los que se han estado encontrando constantemente: jarrones de extraña belleza y diseño, maravillosos vasos de adorno, verdaderas obras de arte nativo, estatuillas y figurillas de extraordinaria calidad artística en cuanto a como demuestran la extraña condición estética de los artífices. En la decoración de las telas predominada el molde geométrico y una hermosísima combinación de colores. Donde la expresión artística encontró su más elocuente prueba fue en la escultura y en la arquitectura. La actividad, en este campo, fue incansable, y debido a ello nos legó verdaderas maravillas, especialmente en los templos y palacios. Los bajo relieves son característicos, inconfundibles, únicos, sin parangón, como asimismo lo es la significación religiosa y científica de muchas de sus admirables concepciones. Resulta innegable que el azteca heredó esa habilidad del pueblo de Teotihuacan, a través de los toltecas y chichimecas. Casi nos atrevemos a afirmarlo ante la similitud que se advierte en las sorprendentes construcciones en ruinas y aún en pie existentes en aquella ciudad legendaria. La religión jugó siempre un papel preponderante en el desenvolvimiento y desarrollo de este aspecto de la cultura azteca, agudizando la habilidad del arquitecto para concebir su obra y para inspirar al escultor para sus asombrosos bajo relieves y al artista para sus extraordinarias concepciones pictóricas. Obra destacada y famosa es el calendario azteca, tallado en piedra, que constituye la máxima expresión de la inmensidad que para el nativo era el universo. Investigadores afirman que ese calendario fue tallado en 1479, época en que el arte azteca llegó a su máxima expresión. No existen pruebas de que este pueblo (como otros de la antigüedad) haya tenido afanes literarios, como los Incas del Perú, por ejemplo. Las inscripciones en los monumentos no bastan para exhibir ni siquiera las bases de una literatura incipiente. Ello, empero, no quita que haya sido un pueblo de gran fantasía y mucha imaginación. Finalizaremos diciendo que la mayor parte de la actividad artística de los aztecas, que es la base fundamental de su cultura, estuvo relacionada con las exigencias impuestas por la religión. Religión Un libro completo (y de muchas páginas) bastaría apenas para mostrar la complicada estructura religiosa de ese pueblo admirable; múltiples eran sus dioses y misteriosas sus significaciones. Todo el complejo mecanismo religioso descansaba en el temor a las fuerzas naturales, ejecutoras de los designios divinos. Este concepto originó, probablemente, la evolución del arte, la cultura y quizás la propia organización social.
La religión de ese pueblo tuvo un gran significado filosófico, a la manera de la época, el que, posiblemente, ayudó mucho a la conformidad imperante. Como en otros pueblos, vemos en el azteca predominar al Sol como deidad. Varias etapas (por lo menos cinco) fueron las edades o ciclos por los cuales pasaron y predominaron otros tantos soles. Al sol le seguían, en importancia, otras deidades menores, no menos de veinte: el Dios de la Lluvia, la Diosa del Agua, el Dios de las Nubes, etc. Todos ellos, no obstante, estaban relacionados o con los fenómenos naturales o con los animales que vivían en el Valle Central de México. La "Serpiente Emplumada", Quetzalcoatl, se destaca nítidamente sobre la mayoría. Era, además, el Dios de la Civilización, y adquirió muchas formas al correr del tiempo. Dioses similares a Quetzalcoatl encontramos, por ejemplo, en las ruinas de Teotihuacan y Chichén-Itza, pero con nombres diferentes. El complicadísimo edificio religioso estaba exclusivamente en manos de los sacerdotes, de quienes dependía, en mucho, la devoción del pueblo, al que guiaban y "cuidaban". Tanto la teología como el ceremonial eran embrollados, tendiendo ambos al "cuidado y seguridad" del pueblo, para lo cual el sacerdote gozaba de un poder casi absoluto, con dominio mágico. El sacerdote, a quien temía el pueblo, inculcaba a este la forma en que debía creer en los dioses, cómo debía adorarles, cómo debía ayudar a la religión y ser sumiso a ella ya que se trataba de la única intermediaria entre lo divino y lo humano. Se sabe que las matemáticas y la astronomía eran parte muy importante de la actividad religiosa. Ambas ciencias eran privilegio del sacerdocio y las usaban para calcular, la primera, y para adentrarse en la "morada divina", la segunda. La división del tiempo tenía gran influencia en la religión, debido a la celebración periódica de ceremonias y rituales. Cada dios o diosa presidía cada uno de los veinte días que formaban cada uno de los dieciocho meses del calendario. Tenían nombres variados y curiosos: cocodrilo, viento, casa, lagarto, serpiente, cabeza de la muerte, ciervo, liebre, agua, perro, mono, pasto, caña, ocelote, águila, buitre, movimiento, pedernal, lluvia y flor. Los aztecas practicaban el sacrificio humano, con fines religiosos, costumbre que heredaron los mayas cuando fueron conquistados por aquellos. Los prisioneros de guerra eran, preferentemente, las víctimas. Estas espantosas ceremonias se llevaban a cabo bajo la dirección y estrecha vigilancia del sacerdocio, y los infelices eran arrojados en medio de enormes hogueras, entre tanto los asistentes al bárbaro ritual bailaban escalofriantes danzas. Los sacrificios humanos se efectuaban mensualmente, en fechas de dramática significación. Resulta curioso destacar que una religión cuya principal misión estaba destinada a "la preservación y cuidado de la existencia humana" trajera aparejada en su ritual la horrible práctica del sacrificio humano.
La pira no era el único medio de que se valían, pues en algunas oportunidades se practicaba la extracción del corazón, como parte culminante de un ritual escalofriante. Además de esta horrible práctica, el sacerdocio era el encargado de instruir a la juventud en los misterios de la escritura, en el conocimiento religioso, la astronomía y las matemáticas y el mantenimiento de la religión como poder intocable. Poco o casi nada se sabe del sentir religioso personal del azteca común. Es innegable que creía en los dioses, y prueba de ello nos la da la costumbre imperante de tener un altar en el hogar, erigido con la idea de que fuera el medio para establecer "comunicación con los dioses. En el hombre común no encontramos para nada el culto religioso que el egipcio tenía, por ejemplo, por la muerte. Al parecer, el azteca regia su vida espiritual sumisamente, con principios religiosos establecidos y regimentados; pero a la par de lo que ocurría con los mayas y con el pueblo de los Incas, la complejidad de la religión oficial, de la religión impuesta, debe haber conducido también a seleccionar deidades preferidas, a las que elevar oraciones en busca de ayuda en la diaria lucha por la subsistencia. A ese oculto rincón del corazón del azteca del pueblo no podía llegar la mirada vigilante del sacerdocio encargado de hacer cumplir una religión en la que la crueldad tuvo una parte tan preponderante.