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Elena Liverani / Ilide Carmignani
Elena Liverani / Ilide Carmignani Università di Trento / Università di Pisa
LOS CULTUREMAS EN LAS TRADUCCIONES LITERARIAS DEL ESPAÑOL AL ITALIANO1 Estrategias traductivas de las “palabras culturales” en perspectiva diacrónica. Notas en torno a las traducciones italianas de El otoño del patriarca y Del amor y otros demonios de G. García Márquez Si bien ya en los comienzos del siglo XIX, Humbolt reconoce el fuerte lazo entre lengua y cultura, y llega a definir la lengua como una actividad del ser humano, expresión de su pensamiento, durante mucho tiempo, tanto en la fase pre-traductológica como en las primeras décadas de la disciplina, prevalece una actitud conservadora que considera la traducción como fenómeno puramente lingüístico y concentra sus investigaciones en aspectos de orden microsintáctico y textual. Sólo a partir de los años ’70, gracias a las aportaciones de los traductólogos bíblicos, se empieza a destacar la importancia de los elementos extralingüísticos, proceso que culmina en el bien conocido Cultural Turn. En 1978, Toury declaraba: “Translation is a kind of activity which inevitably involves at least two languages and two cultural traditions” (Toury 2004: 207), y en 1992, Lefevere se atrevía a afirmar que dentro de todos los aspectos a tener en cuenta en la traducción, el elemento lingüístico quizás era el menos importante (Lefevere 1992)2. Desde entonces, la perspectiva sociocultural se impone como núcleo de las reflexiones traductológicas y se centra claramente en el hecho de que el traductor debe poseer no sólo una competencia bilingüe, sino también una visión bicultural, puesto que ha de ser mediador en un proceso dinámico de comunicación entre el autor del texto de partida y el lector del texto de llegada. El traductor tiene que ser capaz de identificar la presencia y el sentido de un determinado elemento cultural pero, sobre todo, tiene que saber encontrar las estrategias adecuadas para proyectarlo en otra cultura. La labor será tanto más ardua cuanto más lejanas sean las dos realidades. Afirman Hatim y Mason: “Translators mediate between cultures (including ideologies, moral systems and sociopolitical structures), seeking to overcome those incompatibilities which stand in the way of transfer of meaning. What has value as a sign in one cultural community may be devoid of significance in another and it’s the translator who is uniquely placed to identify the disparity and seek to resolve it” (Hatim / Mason 1990-93: 223).
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El objetivo del trabajo quiere ser, sencillamente, el de ofrecer algunas reflexiones que en otras ocasiones –más específicamente dedicadas a la traducción literaria– las dos autoras han intercambiado y que han surgido espontáneamente pensando, a la luz de las aportaciones teóricas, en su experiencia de traductoras en un mercado editorial, como el italiano, que en los últimos años ha publicado un gran número de títulos de literatura en lengua española. Con respecto a la comunicación presentada en el Congreso, esta versión escrita está dividida en dos partes: en la primera, redactada por Ilide Carmignani, se ofrece un marco teórico de referencia para la definición del concepto de “culturema” seguido por el análisis de dichos elementos en dos novelas de Gabriel García Márquez; en la segunda parte, a cargo de Elena Liverani, se seguirá reflexionando acerca de los problemas relativos a la traducción de los culturemas y se proporcionarán ejemplos sacados de recientes traducciones al italiano. 2 En realidad, la dicotomía entre la lengua, por un lado, y la cultura, por el otro, ha sido una distorsión provocada por el predominio, durante algunas décadas, de teorías lingüísticas de matriz formalista y generativista que tenían muy poco que ofrecer al traductor. Aproximadamente a partir de los años noventa, los estudios de semántica, tanto de planteamiento cognitivista como de planteamiento antropológico han puesto en evidencia la imposibilidad de separar lengua y cultura, sobre todo en el léxico. Véanse Wierzbicka 1992; Wierzbicka 1996; Wierzbicka 2003; Levinson / Wittenburg 2001; Levinson 1999; Duranti 2001; Schieffelin 2006.
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Los culturemas en las traducciones literarias del español al italiano
En los últimos años se ha echado mano de una terminología bastante variada para indicar los elementos característicos de una determinada cultura: Vlakhov y Florin los definen realia (1970), Veermer propone culturema (1983), término retomado recientemente por Hurtado Albir, mientras que Newmark utiliza la expresión cultural words (1988). Estas “palabras culturales” pertenecen a los campos más variados y pueden hacer referencia tanto a estructuras sociales como a creencias religiosas, a usos y costumbres, a objetos de la cultura material, a flora, fauna y geografía3. Muchos autores han descrito las posibles estrategias de traducción: la conservación con explicaciones en el metatexto o en el paratexto, la omisión, la definición por medio de paráfrasis, la sustitución con un término que no cubre el mismo campo conceptual pero que evoca la misma respuesta en el lector, etc.4. Para resumir, utilizando la síntesis de Katan, el traductor se mueve dentro de tres soluciones: la generalización, la supresión y la distorsión (Katan 1999). Lo que nos interesa destacar, aquí es que, dentro del abanico de las posibilidades que se le ofrecen al traductor, los criterios que determinan la elección de una u otra estrategia de traducción son muy distintos, pero siempre son subjetivos, variables en el tiempo y sometidos a la influencia de factores muy diferentes. Como han puesto en evidencia los Descriptive Translation Studies y en particular la llamada Manipulation School desde la década de 1980, el contexto cultural condiciona de manera muy fuerte el trabajo de mediación incluso desde un punto de vista extratextual: en el traductor influyen el tipo de relación que se establece entre las culturas implicadas, la tipología textual y la función que el texto desempeñará dentro del sistema en el cual se situará, la naturaleza del elemento cultural y su importancia en el texto de partida, el enfoque traductivo en boga en el momento, el escritor, el comitente, y en último lugar, aunque no por ello menos importante, el lector al que el texto traducido se dirige. La figura del lector efectivamente llega a ser central en la elección de las estrategias traductivas del cultural transfer; como escribe Newmark, en un extremo un público experto pide el término en la lengua de partida, mientras en el otro extremo un público de profanos necesita una explicación en la lengua de llegada, cuya precisión depende de los intereses del público. En el medio, un público culto no especializado puede necesitar una etiqueta traductiva (o sea una traducción provisional entre comillas) o un equivalente cultural (Newmark 1981)5. Otro elemento que hay que realzar es la influencia ejercida por el comitente, en nuestro caso la editorial, que de manera más o menos oficial, a través de normas codificadas o una sencilla revisión, apoyan o imponen determinadas estrategias traductivas en función de su público, estrategias que, por ejemplo, excluyen a menudo el uso de las notas, acusadas, no sin motivo, de interrumpir el flujo de la narración. La mayor o menor visibilidad de la cultura del texto de partida en el texto de llegada es rara vez reservada a la decisión del traductor, que difícilmente trabaja en una edición dirigida a una única tipología de lectores y, por lo general, se ve obligado a complacer no tanto al experto sino al profano, numéricamente mucho más fuerte, máxime dentro de la realidad editorial de Italia, país situado entre los últimos de Europa en consumo de libros.
3 Recogiendo las reflexiones de Nida, Newmark indica cinco campos de los cuales pueden derivar las palabras culturales: 1. ecología (flora, fauna, vientos, etc.); 2. cultura material (objetos, productos, artefactos); 3. cultura social (trabajo, ocio); 4. organizaciones, costumbres, actividades, procedimientos y conceptos (políticos, sociales, religiosos o artísticos); 6. hábitos y gestos (Newmark 1981). 4 Vlakhov y Florin proponen seis estrategias de traducción de los realia: transcripción, calco, formación de una palabra nueva, asimilación cultural, traducción aproximada y traducción descriptiva (Florin / Vlakhov 1970). 5 De hecho, según algunos estudiosos, la principal dificultad del traductor radica en enfocar a su lector ideal, inevitablemente diferente del lector del texto original, y decidir hasta qué punto es oportuno salvar el desfase: “The translator's first and major difficulty [...] is the construction of a new ideal reader who, even if he has the same academic, professional and intellectual level as the original reader, will have significantly different textual expectations and cultural knowledge” (Coulthard 1992: 12).
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A través de un reducido número de ejemplos, quisiera investigar sin pretensión de exhaustividad alguna cómo se articula la traducción italiana de las palabras culturales presentes en dos novelas de Gabriel García Márquez: El otoño del patriarca, traducido en 1975 para Feltrinelli por Enrico Cicogna, y Del amor y otros demonios, traducido en 1994 para Mondadori por Angelo Morino6. Me parece interesante trabajar con una perspectiva diacrónica sobre un corpus muy homogéneo, donde los factores que influyen en las estrategias de mediación son en gran medida compartidos y, por lo tanto, se hacen más evidentes las variables que determinan las mutaciones. En efecto, nos enfrentamos con dos textos de tipo narrativo que en el sistema de llegada desarrollan el mismo papel; las palabras culturales que se encuentran parecen similares y, dentro de la obra, cobran más o menos igual importancia; tanto el autor como su gran prestigio ante el traductor, el editor y el público italianos son los mismos. Los comitentes son distintos, pero Feltrinelli y Mondadori, en su condición de grandes editoriales, dirigidas al gran público, no parecen diferenciarse mucho por sus estrategias traductivas en un momento determinado, a partir de la compartida y constante exclusión de las notas, prácticamente ausentes en ambas traducciones. En cuanto a los traductores, creo que, dentro de las inevitables diferencias, se puede apreciar una notable continuidad; de hecho, la carrera de traductor editorial de Morino empezó bajo los auspicios de Cicogna, cuyo influjo se nota al comienzo, por ejemplo, en el uso de los sinónimos7. Las variables que han determinado las diferentes estrategias de traducción estarían, por lo tanto, circunscritas a las eventuales evoluciones del lector de llegada, a la relación entre los dos universos culturales y al enfoque traductivo en boga. Empiezo por un aspecto marginal y, sin embargo, llamativo y elocuente del cultural transfer, la mediación de los topónimos y los nombres de persona. Es notable como en el pasado se solía traducir ambos. En L’Autunno del patriarca Cicogna sigue la tradición y traduce los primeros –Plaza de Armas/Piazza d’Armi, San Jerónimo/San Geronimo, Conde/Conte– mientras que en el caso de los nombres de persona elige una suerte de compromiso y elimina la acentuación –Bendicion Alvarado, Jacinto Algarabia, Manuela Sanchez, Narciso Lopez, Ignacio Saenz, Lorenza Lopez, Dionisio Iguaran– con una sola excepción, José, probablemente considerado suficientemente familiar al oído del lector italiano, además de trunco, es decir con el acento en una posición acostumbrada para el lector de llegada. En cambio, Morino respeta con cuidado la grafía original tanto de los nombres de persona como de los topónimos, optando a veces por la forma española, aun cuando se conoce una versión italiana: feria de Portobelo (AD 16) / fiera di Portobelo (AI 16) y no de Portobello. Paso ahora al léxico del mundo vegetal latinoamericano que, según Newmark, pertenece al campo de la ecología. En L’Autunno del patriarca es evidente la estrategia naturalizadora: la malanga (OP 23), planta de la familia de las Aráceas, se convierte en un más familiar banano (AP 18), igual que los anturios (OP 64) se transforman en passiflore (AP 54). La ceiba (OP 189), que según Zingarelli entra en el uso italiano en 1557 y según De Mauro en 1875, se convierte en quercia (AP 195); el frailejón (OP 171), planta medicinal de flores amarillas, en achillea (AP 148); la ahuyama (OP 203), tipo de calabaza muy difundida en la zona tropical, en popone (AP 177) y la tarulla (OP 155), planta acuática con grandes hojas, parecida al mangle, en un sencillo prunaio (AP 134). En Dell’amore e di altri demoni, en cambio, el traductor parece confiar mucho en la enciclopedia del lector de llegada o al menos en su capacidad de inferir el sentido del elemento cultural: el manajú (AD 46) – 6
Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca, a partir de ahora“OP”; Gabriel García Márquez, L’autunno del patriarca, a partir de ahora “AP”; Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios, a partir de ahora “AD”; Gabriel García Márquez, Dell’amore e altri demoni, a partir de ahora “AI”. 7 Véase, por ejemplo, Il generale nel suo labirinto 1989.
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Garcinia morella, planta gutífera de tronco espinoso (Morínigo)– se queda en manajú (AI 46) y lo mismo ocurre con yarumo (AD 64) –Cecropia peltata– yarumo (AI 66), sin explicaciones en el metatexto ni en el paratexto y sin letra cursiva, a pesar de que los términos no han entrado en el uso italiano; sólo bordón de carreto (AD 24), donde carreto es la Aspidosperma dugandi, planta de madera dura (Richard), se convierte con una supresión/distorsión en bordone da pellegrino. El enfoque naturalizador de Cicogna vuelve a presentarse con relación a otros términos pertenecientes, según Newmark, al campo de la cultura material: guiso (O 76) por ejemplo, se transforma en ragù (A 65), a pesar de que Ambruzzi8 ofrece para el primer caso: “intingolo, stufato, fricassea”, y Zingarelli ofrece para el segundo: “condimento, spec. per pastasciutta, ottenuto facendo soffriggere, in un battuto di cipolla, sedano e carote, della carne di manzo gener. macinata, e poi cuocendo a fuoco lento e a lungo dopo aver aggiunto pomodoro”. Morino, en cambio, resuelve sintéticamente trapiche (AD 20) con frantoio (AI 20), confiando en la capacidad del lector italiano de inferir el nexo con la caña de azúcar y no con las aceitunas o los minerales, cuando podía optar por soluciones más didascálicas como zuccherificio, aptas para salvar el desfase informativo vinculado al distinto uso del molino en la cultura de partida. En cuanto a los juegos infantiles macuco y tarabilla (AD 21), se efectúa un préstamo (AI 21), de nuevo sin explicaciones en el metatexto ni en el paratexto y sin letra cursiva. Entre las palabras culturales con una mediación más difícil, Newmark pone los términos vinculados a ideas colectivas, políticas, religiosas o artísticas. En este campo, el enfoque de los traductores resulta más errátil. Véase el caso de macho, en El otoño del patriarca, traducido por Cicogna al pie de la letra por maschio –que viva el macho, gritó (OP 22) / evviva il maschio, gridò (AP 16)– sin algún intento de salvar el desfase producido por la falta de congruencia entre los campos conceptuales de las dos palabras: desde el punto de vista etimológico derivan ambas del latín masculus, sin embargo, macho se ha especializado para describir a hombres virilmente muy bien dotados y poseedores de fuerza y valor, gracias también a la contraposición con varón. Por lo tanto, la solución implica una pérdida semántica y, sobre todo, un sentido de extrañamiento al oído del lector italiano sin despertar en él, sino de manera parcial, la respuesta cognitiva y emotiva producida por el texto de partida en el lector original, mecanismo fundamental del enfoque funcional-naturalizador adoptado por Cicogna. El traductor francés de El otoño del patriarca, Claude Couffon, opta en cambio por un préstamo (García Márquez 1976: 18), solución que Cicogna rechaza pero que en los años siguientes se adoptará también en Italia, hasta que en 1981 macho entra en el uso (DevotoOli). Es diferente el caso de collares de santería (AD21) en Dell’amore e di altri demoni, traducido por collane stregonesche (AI 21), donde se elige, de manera inesperada en Morino, una solución naturalizadora, marcada, sin embargo, por un matiz despectivo ausente en el original. Cabe decir que en esa época el lexicógrafo español se inspiraba en los mismos valores etnocéntricos: bajo santería el DRAE, en su XXI edición (1992) de la misma época que la traducción, pone brujería, mientras que la XXII edición (2001) la define, de manera más objetiva, como un sistema de cultos sincréticos. Un préstamo anticiparía los tiempos, ya que al final santería ha entrado en el uso italiano (Devoto-Oli), pero no podemos pedir al traductor que prevea la suerte futura de un determinado término, a menudo vinculada a factores casuales y no a su importancia (Newmark 1992: 145). A través de estos pocos ejemplos he efectuado un breve examen de las diferentes estrategias de traducción adoptadas por Cicogna y Morino con relación a algunas palabras 8
No tenemos informaciones sobre los instrumentos lexicográficos usados por Cicogna; por aquella época, el único diccionario bilingüe disponible en las librerías era el Ambruzzi.
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culturales, evidenciando las pérdidas y las desviaciones que inevitablemente sufren en el proceso de mediación. Quisiera subrayar que mis reflexiones constituyen sólo un intento de identificar problemáticas, planteando más preguntas que respuestas sobre una investigación que debería profundizarse y sistematizarse tanto desde la perspectiva sincrónica como diacrónica9. Sin embargo, desde el punto de vista traductológico, se observa una clara inversión de enfoque, de más naturalizador a menos naturalizador, fenómeno que por la homogeneidad de los factores implicados se supone vinculado a una evolución del contexto sociocultural de llegada y de su lector y, en consecuencia, de los criterios traductológicos en boga. Resultan determinantes en esa evolución los profundos cambios sociales de las décadas de 1970 y 1980 pero, sobre todo, el llamado boom de la literatura latinoamericana: si hasta 1968, fecha de publicación de Cien años de soledad, el público italiano “considerava il continente latinoamericano poco più che uno spazio vuoto” (Tedeschi 2005: 136)10, con todas las dificultades que esto implica para quien tiene que mediar en una realidad desconocida, en poco tiempo, se duplica en el mercado el número de títulos traducidos (Tedeschi 2005: 156) y esto permite al lector italiano una mayor familiaridad con una cultura tan lejana, y al traductor, la adopción de criterios más respetuosos con la diversidad ajena. De hecho, siempre hay que recordar, que la traducción trabaja constantemente, no para la lengua y la cultura de partida, sino para la lengua y la cultura de llegada (Carmignani 2007) La traducción de las referencias culturales y la cooperación entre traductor, editor y autor Siguiendo la línea de reflexión que acabamos de bosquejar, nos parece oportuno llamar la atención sobre otros puntos cruciales que contribuyen a completar el marco concreto en el que el traductor tiene que actuar. En primer lugar, hay que recordar que en el mercado italiano, a pesar de que siga prevaleciendo la presencia de libros traducidos de literatura anglófona –fenómeno que ha permitido a algunos estudiosos suponer que se está forjando también una lengua italiana reflejo de estas traducciones (Cardinaletti / Garzone 2005)– la presencia de la literatura hispanófona es significativa, y esto presupone ya la existencia de un alto número de lectores con un buen grado de confianza y familiaridad con respecto a las culturas de las que los textos literarios son expresión. Si bien es verdad que en Italia lo hispánico, o mejor dicho, sobre todo lo hispanoamericano, ha ido dejando de ser considerado exótico, al mismo tiempo hay que destacar que el mayor conocimiento no implica necesariamente menor distancia, y por lo tanto la traducción de los elementos culturales sigue siendo una cuestión primordial en la labor de reformulación y reescritura. Nos parece importante recordar este “horizonte de espera” porque, como es bien sabido, resumiendo en pocas palabras conceptos clave y contribuciones fundamentales, la evolución de los estudios de traductología ha desplazado progresivamente su atención hacia el contexto de recepción, llamando al lector de la cultura meta a desempeñar un papel fundamental. Estas recientes aproximaciones teóricas11 no sólo han suplantado el interés meramente lingüístico hacia las traducciones, sino que han permitido su acceso, a todos los efectos, en la representación del sistema literario y las han convertido en textos clave para “establecer identidades y para facilitar (o dificultar) el entendimiento intercultural” (Carbonell i Cortés 2004: 1). Como se 9
Habría que incluir, por ejemplo los numerosos problemas vinculados a las variedades lingüísticas Carmignani 2007; Caravedo 1990. 10 Con respecto a la recepción italiana de la cultura y de la literatura hispanoamericana véase también Varanini 1998. 11 Los estudios de conjunto que analizan dicha trayectoria hasta llegar a las aportaciones de la escuela postcolonial y de la feminista son muchisímos. Por su pertinencia al ámbito que aquí nos ocupa remitimos a la interesante síntesis de Lucia Molina (2006), y a su tesis doctoral, fuente de dicho estudio, Análisis descriptivo de la traducción de los culturemas árabeespañol, disponible para la libre consulta en: .
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decía, la traducción, en cuanto fenómeno que abarca aspectos que contribuyen a la definición del mismo concepto de cultura, llega a ser un campo de estudio también de disciplinas próximas, como la antropología, la sociología y la filosofía, que amplían y problematizan un marco teórico donde los elementos culturales parecen cobrar una relevancia cada vez mayor y la presencia de lo Otro –implícito en las metáforas más conocidas sobre la traducción y en conceptos tales como “fidelidad”, “lealtad” y “manipulación”– impone reflexiones hasta de tipo ético en la labor traductiva12. Paralelamente a la integración de nuevas perspectivas y sugerencias en los modelos teóricos, hay que registrar también tanto la eclosión de taxonomías en los estudios interesados en clasificar las técnicas de traducción como cierta arbitrariedad en el empleo de algunas categorías13, si bien es cierto que resultan de gran ayuda para el traductor todas las puntuales investigaciones orientadas hacia la justificación crítica de los métodos de elección de equivalentes culturales. Partiendo de la síntesis que nos ofrece Amparo Hurtado Albir –según la cual son seis los elementos que determinan las elecciones traductivas de los culturemas, a saber: “1. El tipo de relación entre dos culturas. 2. El género textual en que se inserta. 3. La función del culturema en el TO. 4. La naturaleza del culturema. 5. Las características del destinatario. 6. La finalidad de la traducción” (Hurtado Albir 2001: 614-615)– nos damos cuenta del hecho de que la evaluación del parámetro 2, y a seguir del 5 y 6, en ocasiones, pueden llegar a ofrecer indicaciones muy claras para el traductor, como demuestra un campo de estudio en pleno desarrollo, el de la traducción de los textos turísticos, para los que parece incluso viable la elaboración de criterios objetivos en la evaluación del material traducido14. Pero hace falta recordar que, por lo que se refiere a la traducción literaria, posiblemente el campo se vuelve más escurridizo y la materia menos dispuesta a amoldarse en compartimentos estancos15. Eso no significa que se intente justificar apriorísticamente al traductor ni eximirlo de sus responsabilidades: si bien es cierto que no tiene que ser un profundo conocedor de la teoría de la traducción, es legítimo que se pretenda de él, a pesar de que trabaje de manera artesanal, una rotunda conciencia bilingüe y bicultural. Asimismo queremos añadir otro dato fundamental y es que en ocasiones tampoco las herramientas principales de las que se sirve un traductor, los diccionarios bilingües, resultan de gran ayuda en esta tarea. Como sugiere Sanmarco Bande, las dificultades que tienen que afrontar traductores y lexicógrafos en la búsqueda de equivalentes de contenidos y usos semejantes, son del todo parecidas, como también las técnicas utilizadas (préstamos, equivalentes explicativos, aproximados, definiciones, etc.) y las soluciones ofrecidas dependen mucho de la vocación enciclopédica 12
De sumo interés nos parecen los siguientes trabajos: Carbonell, Ovidi (2004): “La ética del traductor y la ética de la traductología”, en V.A., Etica y política de la traducción literaria. Málaga: Miguel Gómez, pp. 17-45, donde el autor se enfrenta críticamente a las teorías de Venuti y Marín Hernández (Venuti / Marín Hernández, David 2005). 13 Muy útil resulta el trabajo de Molina y Albir donde se analizan y definen, a partir de la distinción entre texto, contexto y proceso, métodos, estrategias y técnicas de traducción, de las que se propone una clasificación. Véase Molina / Hurtado Albir 2002. 14 Nos referimos a los muestreos llevados a cabo por Comitré Narváez 2005; Londero 2006; Calvi 2006a; Nobs 2006; Pérez 2003 y Palma 2006. 15 A veces, también en el campo literario, se encuentran géneros textuales cuya naturaleza puede orientar de manera eficaz al traductor. Me refiero, por ejemplo, a la experiencia de traducción del texto Trás-os-Montes de Julio Llamazares, que por ser un diario de viaje en Portugal está necesariamente lleno de referencias culturales. En este caso la traducción de los culturemas ha sido bastante fluida, como ya he tenido la oportunidad de comentar (Liverani 2001): ha sido suficiente imaginar que, como Julio Llamazares viaja con el Diario de Saramago, cualquier lector italiano podía aprovechar el libro como guía para un viaje real o virtual. Por lo tanto se han mantenido todas las palabras útiles para el conocimiento del lugar y de su cultura ya en lengua portuguesa en el original. Dado que en este texto Llamazares se propone como mediador cultural entre lo portugués y lo hispánico, en realidad mi tarea ha sido de alguna manera recorrer un itinerario inverso, o sea devolver a las palabras hispanizadas su naturaleza original portuguesa, restaurando, por ejemplo, formas ausentes en el texto, como Douro por Duero. Para volver a las seis variables apuntadas por Amparo Hurtado Albir, podría afirmar que en este caso como traductora me movía con cierta seguridad porque la finalidad del texto, su tipología y el destinatario estaban bien definidos. Pero la elección de las estrategias de traducción de los culturemas no siempre es tan lineal y clara.
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que el repertorio revela (Sanmarco Bande 2006)16. Y si no nos limitáramos a considerar los culturemas en su variante extralingüística y encaráramos también los problemas intralingüísticos y pragmáticos, por ejemplo la traducción de unidades fraseológicas, constataríamos que el traductor una vez más tiene que apelar a su conciencia porque los diccionarios deberían constituir un imprescindible punto de referencia y muchas veces no lo son17. Por último, nos interesa llamar la atención sobre un elemento que, a menudo, influye de manera determinante en la elección de las técnicas traductivas que se han de emplear y que raramente, por obvias razones, se tiene en cuenta en los análisis teóricos, y es el papel desarrollado por el autor mismo. En efecto, si muchas de las recientes corrientes teóricas en traductología han permitido evaluar la función de cada actor de este proceso comunicativo – valga el ejemplo de las elecciones metodológicas impuestas por las editoriales al traductor– hay elementos, como la voluntad del autor, que se resisten a este marco y que impiden ejercer una objetiva crítica de la traducción. De hecho, tal como hemos podido comprobar, en el caso concreto de la traducción de culturemas, su presencia determina soluciones traductivas a veces inesperadas y hasta nada homogéneas con respecto al método, a las estrategias y a las técnicas que el traductor elabora de acuerdo con el editor. En casos de este tipo, es evidente que las correspondencias establecidas por el traductor entre los elementos de los dos códigos interesados, tanto en el plano lingüístico, como en el semiótico, no tienen que ser analizadas de manera abstracta, sino bajo la luz de premisas que en muchos casos quien ejerce la crítica de la traducción desconoce por completo18. Quien traduce obras de autores aún vivos sabe que no se puede prescindir de ellos y que poder trabajar con su ayuda es un privilegio importante. Quien traduce muy a menudo se pregunta: ¿Si el autor conociera mi lengua, cómo traduciría este elemento? Y cuando nos dirigimos a él no nos esperamos reflexiones teóricas sino, más bien, sugerencias prácticas. Por 16
Por un lado, como ha subrayado con agudeza Maria Vittoria Calvi, actualmente apreciamos un mayor rigor en la redacción de los repertorios lexicográficos bilingües, pero a la vez la falta de atención por lo que atañe el tratamiento de los culturemas. Falta que todavía nos obliga a acudir a las voces enciclopédicas de un antiguo diccionario como es el Ambruzzi (Calvi 2006b). El problema concierne también a la lexicografía monolingüe de los dos sistemas respectivamente, ya que, con el paso del tiempo muchos calcos o préstamos crudos han sido integrados (véanse las muchas entradas castellanas registradas en las macroestructuras de los diccionarios italianos, como macho, siesta, etc.) autorizando finalmente al traductor a usar estas palabras sin tener que hacer glosas o acudir a elementos tipográficos. Pero la realidad es que a veces, incluso el traductor más concienzudo no tiene a su disposición instrumentos adecuados para documentarse y resolver sus dudas y en tales casos no le queda más remedio que decantarse por una opción entre las muchas posibles. 17 A este respecto véase la bibliografía citada en el apartado relativo en Elena Liverani, “El diccionario Tam”, en Textos Fundamentales (Félix San Vicente, ed.; en prensa). En ocasiones, en cambio, los repertorios lexicograficos proporcionan informaciones correctas y es el traductor quien no los consulta con la debida precisión porque no reconoce si un elemento realmente está marcado culturalmente o no. No son evidentemente expresiones como haber moros en la costa o poner pies en polvorosa las que plantean problemas de identificación; en estos casos el desafío es la búsqueda de la equivalencia. Pero si nos topamos con una comparación estereotipada como beber como un cosaco, el traductor tiene que saber –o buscar información– que esta unidad no está marcada y que por lo tanto debería ser traducida con “bere come una spugna” sin mantener en la lengua italiana el lexema ‘cosaco’, como en cambio ha ocurrido en tres traducciones que he podido leer recientemente: Restrepo 2005; Giménez Barrett 2001; Lindo 2001. 18 En perspectiva diacrónica Ilide Carmignani acaba de demostrarnos cómo en una traducción repercute el clima cultural del polisistema de recepción. A similares conclusiones llega Irina Bajini a la hora de analizar las traducciones de José María Arguedas (Yawar Fiesta – Festa di sangue) y Manuel Scorza (Redobles por Rancas – Rulli di tamburo per Rancas) que resienten del mismo fermento cultural italiano de los años 70 (Bajini 2003). La exigencia de ofrecer nuevas traducciones de textos que ya podemos definir clásicos en versiones menos marcadas en la línea del tiempo, para poner otro ejemplo, se reveló también en la decisión de la editorial Sperling & Kupfer de publicar una traducción revisada en 1994 de Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. He trabajado con Bajini en la revisión de la interesante traducción de Gabriella Lapasini de 1976, en la que incidía de manera notable la tendencia a la denuncia en sus vertientes políticas e ideológicas. Como botón de maestra, recuerdo que tuvimos que suprimir muchos de los adjetivos que sobrecargaban el texto. La impresión muy nítida fue la de que el sistema cultural italiano, a distancia de veinte años, ya no tenía la necesidad de tanto énfasis y que el contenido de por sí era ya suficientemente fuerte sin que fuera necesario el respaldo de recursos lingüísticos particulares. Nos quedó la duda, de todas formas, de que hubiera sido el mismo autor también el que atenuó tales matices del texto y esta circunstancia nos habla otra vez claramente del paso del tiempo en los textos y en sus traducciones.
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Los culturemas en las traducciones literarias del español al italiano
esta razón nos parece muy interesante, sobre todo por lo que respecta a la traducción de los culturemas, recordar el esclarecedor ensayo de Julio César Santoyo, quien nos habla del reto del trasvase cultural en la autotraducción, ese peculiar fenómeno protagonizado, por ejemplo, por autores latinoamericanos que vierten sus obras al inglés o de una lengua autonómica, el vasco, el gallego, el catalán, al castellano. Los ejemplos ofrecidos parecen sugerir que a la hora de afrontar un vacío cultural y lingüístico, los mismos escritores tienden claramente a la supresión o a la generalización en la búsqueda de lo no marcado; como teóricos, analistas o traductores muy a menudo reflexionamos sobre la traducción más acertada para la palabra tortilla, para luego tener que comprobar que tranquilamente el dramaturgo Fernando Arrabal sugiere a su mujer, encargada de la traducción al francés, elegir una comida típica francesa cualquiera19. En pocas palabras, el trabajo del traductor supone también un ejercicio de mediación con el editor20 y a veces con el autor mismo. Como ya hemos anticipado, nuestra experiencia sugiere que, con mucho pragmatismo, los autores a menudo indican la supresión o la generalización como técnica traductiva por lo que se refiere a los culturemas que más dificultades plantean a la hora de traducir. He tenido el privilegio de revisar con Dante Liano, conocido hispanista al que no dudaría en definir bilingüe, la traducción italiana de su hermosa obra Il mistero di San Andrés, una novela que se desarrolla en Guatemala y que presenta un evidente enfrentamiento de dos culturas, la de los mayas y la de los ladinos, descendientes de los conquistadores (Liano 1998). Ha sido una experiencia interesantísima porque, si hubiera trabajado sola, nunca me hubiera atrevido a eliminar y a modificar algunas de las muchas referencias culturales de las que la novela está repleta. Un episodio muy parecido me ha ocurrido hace poco, durante la traducción de Inés del alma mía de Isabel Allende. En un pasaje se mencionaba un cerro al que se le bautizaba “cerro de santa Lucía” en honor a la mártir cuyo día se celebraba. Pero pocas páginas antes se aclaraba que los episodios tenían lugar en febrero; decidí someter la duda a la autora, recordándole que para los italianos la fiesta de Santa Lucía, que se celebra el día 13 de diciembre, es un acontecimiento que reviste gran importancia. La sugerencia de Isabel Allende fue la de eliminar el fragmento que en cambio quedó igual en la versión española publicada después de nuestro intercambio. La novela que acabo de mencionar presenta muchos casos interesantes: en efecto, además de situarse en un horizonte geográfico lejano, imponía un desajuste temporal muy significativo, porque narra los hechos de la conquista de Chile, en el siglo XVI, y además en el texto se asiste a un continuo enfrentamiento cultural entre los indígenas, depositarios de las culturas en lengua quechua y mapuche –que desborda el concepto de cultura lindando con el de civilización. En este caso, las elecciones, claro está, sujetas a opiniones distintas, han sido el fruto de una meditada y profunda reflexión mía, consultada con la editorial, que salvo en pocos casos concretos, ha alentado mi deseo de preservar todos los términos marcados culturalmente, a sabiendas de que el texto que iba a salir presuponía un esfuerzo mayor de 19
A veces el mecanismo de trasladación cultural llega a sus extremos por voluntad del mismo autor, como ocurre en Non è successo niente de Antonio Skármeta: Lucho, adolescente chileno se mueve en la ciudad de Milán después de haber obligado a la traductora, otra vez Irina Bajini, a documentarse a propósito de los futbolistas de la época y de los políticos de aquel entonces. 20 A veces no es tan fácil atribuir la paternidad de algunas soluciones traductivas. Por poner un ejemplo concreto me refiero a la traducción italiana de Nessuna noticia di Gurb de Eduardo Mendoza (Mendoza 1992), donde desaparecen muchos fragmentos con específicas referencias a la situación cultural de la Barcelona de los años 90. Gurb, por ejemplo, nos dice: “Parecemos Ciencia y Caridad II” (Gurb 1999: 101), aludiendo a una obra de Picasso que también el lector italiano podría perfectamente conocer; o sitúa la acción “en una terraza de la Castellana con Mario Conde” (Gurb 1999: 132) que podría haberse traducido añadiendo un génerico “finanziere”. Pero no está tan claro si estas espunciones han sido planeadas por el traductor, Gianni Guadalupi, o si en cambio ha sido la redacción de Feltrinelli la que ha eliminado pasajes considerados poco decodificables por el público italiano.
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Elena Liverani / Ilide Carmignani
decodificación por parte del lector, pero de ese modo procuraba preservar su autenticidad cultural, a expensas de las generalizaciones que contribuyen a la soltura y fluidez, en definitiva a la aceptabilidad, para acudir a la terminología acuñada por Toury. De hecho, abandonando una visión según la cual “las fronteras de las culturas son las nacionales” y centrándonos en lo lingüístico del proceso traductivo, hemos decidido proponer al público italiano las mismas “extrañezas” con las que topaban los lectores hispanófonos del siglo XXI (Marín Hernández 2005: 79). Puntos de dificultad altamente previsibles han sido los que se referían, por ejemplo, a los realia geográficos, como la fauna y la flora, y obviamente a la mezcla lingüística entre los tres idiomas, por ejemplo en la traducción de todas las estructuras con fuerte presencia del gerundio, típicas de la lengua quechua. Para terminar, me limito simplemente a citar dos casos que ejemplifican las dificultades que se presentan cuando hay que traducir un léxico marcado por evidentes restricciones diacrónicas que se refiere a realia políticos y sociales. El íncipit del libro reza: “Soy Inés Suárez, vecina de la leal ciudad de Santiago de Nueva Extremadura, en el Reino de Chile, en el año l580 de Nuestro Señor”. La palabra vecina no tiene una clara correspondencia en la lengua italiana, cuyas equivalencias no tienen la misma connotación burocrática desempeñada por vecina en este contexto. Por esta razón, hemos descartado las hipótesis “abitante” y “cittadina” –que remitía a un concepto más propio del siglo XVIII – y hemos optado por “suddita”. Un problema parecido surgió con el cargo de Adelantado: los repertorios lexicográficos bilingües e incluso los monolingües sugerían la equivalencia “giudice supremo” totalmente inadecuada, no sólo porque podía llegar a sobreponerse con el de Gobernador, sino porque en el caso concreto de la Conquista el Adelantado anticipaba el ejercicio del poder de la Corona en los territorios que todavía no estaban legalmente sometidos, razón por la que hemos preferido mantener el lexema español también en italiano, con una explicación en el texto21 –como se puede leer en la nota, en la que aparece otro culturema, yanaconas, resuelto de la misma manera– puesto que la sensación de extrañamiento seguramente la iba a experimentar también el lector de lengua castellana que desconocía probablemente tal acepción histórica. En cambio, la editorial ha decidido simplificar la tarea de lectura a los italianos eligiendo transformar Las Indias, por mí traducidas “le Indie”, con el equivalente “le Americhe”, elección que yo no compartía dado el valor histórico cultural de la palabra, pero que Isabel Allende aceptó sin ningún problema, confirmando lo que se decía antes a propósito de las tendencias de los autores en la traducción de los culturemas. Para concluir recordamos otra vez que la elección de un método por parte del traductor no siempre se refleja matemáticamente en todas las técnicas elegidas, razón por la que las soluciones no deberían nunca ser analizadas aisladamente sino en el marco de la economía del libro, dado que muchas veces tales equivalencias son el resultado de mediaciones o reflexiones compartidas con el editor y el autor y, aunque puedan parecer poco justificables, en la mayoría de los casos son el resultado de una combinación de muchas instancias y criterios.
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“L’impero incaico si rivelò troppo piccolo per contenere entrambi. Pizarro, diventato Marchese Governatore e Cavaliere dell’Ordine di Santiago, rimase in Perù, insieme ai suoi terribili fratelli, mentre Almagro, con un esercito di cinquecento spagnoli, diecimila indios ausiliari, chiamati yanaconas e il titolo di adelantado, conquistador autorizzato dalla Corona, nel 1535 si diresse in Cile, la regione ancora inesplorata, il cui nome in lingua aymara significa “dove finisce la terra”. Per finanziare il viaggio aveva sborsato di tasca propria più di quanto l’inca Atahualpa avesse pagato per il proprio riscatto” (Allende 2006: 72).
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Los culturemas en las traducciones literarias del español al italiano
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Los culturemas en las traducciones literarias del español al italiano
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