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LOS PROCESOS PARTICIPATIVOS: algunas preguntas que orientan y definen sus límites y potencialidades
Es habitual que en los sistemas democráticos actuales los ciudadanos y ciudadanas queden relegados a un rol pasivo en la vida política, limitándose (en el mejor de los casos) a votar una serie de representantes en quienes delegan las decisiones que afectan a su entorno. Esta escasa implicación hace que se sientan cada vez más lejos de la vida política y de las instituciones. Comienzan a darse, al mismo tiempo, una serie de procesos que facilitan, potencian y demandan la instauración de otro tipo de dinámicas: técnicos y políticos que conocen cada vez más y mejor el ámbito local en el que desarrollan su actividad, y ciudadanos cada vez mejor preparados e informados que buscan una oportunidad para sentirse corresponsables de la vida pública. En los últimos años se han puesto en marcha innumerables iniciativas de participación, tanto desde ámbitos institucionales como asociativos o ciudadanos. En muchas de estas iniciativas, la participación se limita a proporcionar información al ciudadano (Oficina de atención ciudadana, Web institucional, revistas, propaganda…). En otros casos, se avanza un paso más, incorporando mecanismos consultivos más o menos innovadores que permiten recoger la opinión de los ciudadanos sobre diferentes temáticas (encuestas, web interactiva, referéndums…). Un tercer tipo de experiencias apuestan por una participación activa, incorporando mecanismos ya sea deliberativos (jurados ciudadanos, encuestas deliberativas,…) o implicativos (Planes comunitarios, Presupuestos Participativos,…). Estos mecanismos pueden utilizarse de manera única, o combinarse como diferentes instancias de un proceso más amplio y continuado en el tiempo. Cada uno tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y su utilización depende de la situación contextual en la que pretenda ser utilizado y de los objetivos que se persigan. A su vez, en cada una de estas experiencias, subyacen diferentes concepciones de participación que toman cuerpo en el tipo de proceso que se pone en marcha. Desde nuestro punto de vista, cualquier proceso de participación activa debe afrontar una serie de desafíos que se pueden traducir en tres grandes preguntas‐guía:
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CÓMO se inicia el proceso
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QUIÉNES participan
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PARA QUÉ se realiza un proceso participativo
La forma en que se vayan respondiendo y conjugando estas tres grandes preguntas‐guía dará como resultado un proceso con unas características propias y específicas. Más allá de las antígona procesos participativos | Lucrecia Olivari
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condiciones contextuales, que determinarán en gran parte las respuestas posibles, se pueden realizar una serie de consideraciones que sirvan de orientación a la hora de definir los límites y potencialidades de un proceso participativo. ¿CÓMO se inicia el proceso? No resulta sencillo incorporar espacios y dinámicas participativas en sociedades con poca experiencia en este sentido, con instituciones con ámbitos de toma de decisiones sectorializados y alejados de la vida cotidiana, en las que suelen prevalecer valores que promueven más la competencia y el individualismo que un trabajo común y un bienestar colectivo. La motivación de la gente para incorporarse a un proceso de este tipo, el querer participar, constituye una pieza fundamental sin la cual es imposible implementar un proceso participativo. Sin embargo, no es suficiente con el querer participar; un proceso participativo no puede descansar en la voluntad de algunas personas y/o entidades (aunque es un elemento que puede facilitar el proceso). No se trata tampoco de “convencer” a la gente de las bondades de la participación, ni de “convencer” a la gente de que tiene problemas: La clave reside en partir de un “dolor”, de un problema sentido por la gente. Muchas veces son los técnicos o los políticos quienes, de manera unilaterial, deciden poner en marcha mecanismos de participación para abordar una temática que, desde su punto de vista, constituye un “problema” a resolver en la comunidad, el barrio o el territorio. Pero ¿qué sentido tiene convocar a participar a la gente para resolver un problema que no es sentido como tal? ¿Cuál es el para qué de este tipo de procesos? La participación, desde nuestro punto de vista, debe impregnar a los procesos desde sus inicios, lo que implica que la propia gente participe en la definición del problema. De otra forma estaremos ante procesos impuestos y/o promovidos desde otras instancias y actores, en los que la gente es llamada a trabajar sobre temas/problemas que en realidad no coinciden con su preocupación actual. ¿QUIÉNES participan en el proceso? Una vez definido y acotado el tema/problema sobre el que los diferentes actores (políticos, técnicos y ciudadanía) quieren trabajar participadamente, será necesario generar diferentes espacios y mecanismos para construir, tomar decisiones y gestionarlas, respetando los niveles en que cada uno pueda y decida participar. No todos los actores implicados en una problemática tienen la misma disponibilidad de tiempo, las mismas inquietudes ni el mismo perfil. En cada espacio y mecanismo que diseñemos debemos tener en cuenta estos diferentes perfiles, asegurándonos que todo aquel que QUIERA participar en el proceso PUEDA hacerlo. Esto implica desde tener en cuenta las actividades cotidianas de los participantes y las antígona procesos participativos | Lucrecia Olivari
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participantes a quienes va destinado un taller (por ejemplo) a la hora de definir día, hora y lugar de realización, hasta la necesidad de que sean los técnicos y técnicas que llevan el proceso quienes se acerquen a los sitios en los que tienen lugar las actividades cotidianas de la gente. La participación ha de contar con el soporte político, social y técnico, y con los medios suficientes para garantizar la información, deliberación y expresión libre de los participantes. Por otra parte, un proceso debe estar siempre abierto a que se siga incorporando más gente. La participación debe ser lo más amplia y representativa posible del conjunto de la población. No podemos pretender que en el inicio de un proceso estén presentes todos los implicados, pero sí debemos asegurarnos de que se vayan “sumando” cada vez más voces. Es bastante habitual que a las primeras convocatorias asistan quienes están más habituados a participar en procesos de este tipo y están de acuerdo, además, en el planteamiento que estamos haciendo (nuestros “afines”). Sin embargo, es necesario diseñar una serie de estrategias que nos permitan ir sumando también a los “diferentes” (quienes plantean otras formas de abordar la temática) y a los “in‐diferentes” (quienes no consideran que tienen algo para aportar). La clave de un proceso participativo suele estar en nuestra capacidad de sumar a los indiferentes, la posibilidad de hacerlos copartícipes de ese problema común utilizando mecanismos alternativos que nos permitan implicarlos en el proceso. Por lo general, los procesos participativos se limitan a trabajar con los afines y con los diferentes, en algunos casos logran al menos tener en cuenta la posición de los opuestos, pero casi nunca llegan a los indiferentes, siendo que constituyen la gran mayoría y el mayor desafío.
¿PARA QUÉ se realiza un proceso participativo?
Como ya comentábamos, no es tarea fácil romper con las dinámicas habituales que se suelen utilizar en los espacios de toma de decisiones. Sin embargo, el mayor reto no reside en abrir y sostener unos mecanismos que propicien la participación activa en torno a una temática determinada, sino en lograr que estas “nuevas formas de hacer” vayan impregnando las actividades cotidianas de la gente. El proceso debe incorporar, por tanto, estrategias formativas, que ayuden a comprender y transformar el mundo, dejando instalada en el territorio “otra forma de hacer”. El componente formativo de un proceso participativo estará orientado no sólo a provocar cambios en las organizaciones, sino que, si hablamos de un aprendizaje para una ciudadanía activa y responsable, la participación ha de atravesar en todos los sentidos la vida cotidiana de las personas. No debemos perder de vista que, si bien un proyecto tiene una fecha de inicio y una fecha de finalización, el proceso continúa. El equipo técnico que lleva el proceso debe ir preparando de manera paulatina, pero desde el inicio, su retirada, garantizando que queden en el territorio instaladas unas dinámicas y unas estructuras que puedan seguir “tirando” del proceso, más allá del equipo técnico inicial y de la finalización del proyecto. Para esto resulta esencial trasmitir a la gente una serie de herramientas que les permitan ir asumiendo las funciones reservadas en un inicio al equipo técnico.
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El papel de las metodologías participativas Desde nuestro punto de vista, el tipo de metodologías que se utilicen constituye uno de los elementos clave que condicionará el tipo de proceso y el tipo de participación que se plantee. Detallamos a continuación algunas de las características fundamentales de las metodologías que consideramos pueden servir de “guía” en este tipo de procesos:
→ CONSTRUIR CONOCIMIENTO PARA LA ACCIÓN A lo largo de todo el proceso se trata de ir construyendo conocimiento colectivo que no sólo permita comprender sino, por sobre todo, transformar el contexto sobre el que estamos trabajando. Esta condición debe servir en todo momento como marco de referencia a la hora de definir estrategias, ya que no es lo mismo un proceso que pretenda sólo “conocer” cómo se vive una determinada problemática en un lugar (para lo que sería suficiente realizar un diagnóstico participativo) que “conocer” una realidad para luego “transformarla”. Los diagnósticos participativos pasan a ser entonces, el paso previo necesario para poder plantear las propuestas de acción, el marco que nos permitirá abordar el Plan de Acción teniendo en cuenta las limitaciones y potencialidades del contexto en el que estamos trabajando. La participación debe cubrir por tanto cuestiones políticas relevantes sobre las cuales los ciudadanos y ciudadanas han de poder influir. Ha de significar influencia real de los ciudadanos y ciudadanas sobre las decisiones públicas y ha de favorecer una cultura política participativa en ciudadanía, políticos y técnicos. Nuestras primeras acciones a la hora de poner en marcha procesos participativos, deben ir encaminadas a impulsar un espacio de negociación entre los principales actores presentes en el territorio, a fin de asegurar un respaldo institucional y una implicación en el mismo de la mayor cantidad posibles de entidades.
→ CREAR UN ESPACIO PÚBLICO PARA ENCONTRAR SOLUCIONES ENTRE TODOS Si bien partimos y trabajamos desde y en las redes cotidianas de la gente, el objetivo es crear un espacio público en el que los problemas dejen de verse como problemas individuales, para convertirse en un problema social. No partimos de un espacio público ya constituido sino que tenemos que generarlo: crear un espacio público para ver los problemas desde un punto de vista público, que implique a toda la ciudadanía. Esto es lo que nos puede garantizar las visiones plurales y diferentes del problema, que todo quien esté allí parta de sus redes, y que se piensen las soluciones que afectan a todos los implicados e implicadas. En el momento en que las personas son capaces de visibilizar sus relaciones, ya no existen “casos” a resolver, sino “situaciones” a cambiar, y las soluciones no serán a “su caso” sino que deberán ser necesariamente soluciones conjuntas.
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Lo que vamos a intentar cambiar, por tanto, no son las personas, sino el tipo de relaciones que se dan entre ellas: cambiar las situaciones de desigualdad de poder para que la gente pueda elegir.
→ DE TRABAJAR PARA LA GENTE A TRABAJAR CON LA GENTE En los apartados anteriores hemos hecho referencia a una cuestión ética: el para qué de los procesos participativos que orientará el cómo de las metodologías que utilicemos. Hemos hecho alusión, además, a los cambios que supone la puesta en marcha de procesos de este tipo en los estilos y las formas de hacer de la ciudadanía. Como técnicos y técnicas también debemos cuestionar nuestro para qué, nuestro papel e implicación en el proceso. Nos vamos a acercar a una realidad ajena para hacer una intervención. Con nuestra sola presencia vamos a modificar esa realidad, y la realidad nos va a modificar a nosotros. Todos y todas vamos a estar implicados, pero desde distintos puntos de vista. Si partimos del paradigma de que tenemos que ir a ayudar a la gente porque nosotros sabemos (lo que les pasa, lo que tienen que hacer para estar mejor), no saldremos de un modelo asistencialista que seguirá reproduciendo unas relaciones de poder (quien sabe‐quien no sabe). Tampoco se trata de “asimilarnos” a la gente que vive allí, porque no sólo estaremos apropiándonos de un saber que no tenemos, sino que estaremos desaprovechando la riqueza de la diferencia que implica una mirada desde otro lugar. ¿Cuál es entonces el papel del técnico? Así como hay alguien que aporta los medios (quien financia), unas redes que aportan las vivencias (quienes tiene el problema), el técnico será el responsable de aportar unas metodologías que permitan, en ese contexto específico, crear un espacio público para encontrar soluciones entre todos a los problemas que también entre todos se han definido, en un proceso en el que el conocimiento se vaya construyendo colectivamente, y dejando instaladas en el territorio “otras formas de hacer” que permitan que la gente sea protagonista de su propia vida y diseñe el futuro de sus realidades y contextos.
Podemos definir la participación como un proceso de implicación mediante el cual los diferentes actores plantean los problemas y soluciones, con metodologías y herramientas que fomentan la creación de espacios de reflexión y diálogo colectivos, encaminados a la construcción de conocimiento común. Este abordaje tiene en cuenta el escenario específico donde tiene lugar el proceso y las alternativas, en un contexto determinado política, social y económicamente, con el objeto de mejorarlo. Barcelona, julio de 2008 Lucrecia Olivari ANTIGONA Procesos Participativos www.antigona.org.es antígona procesos participativos | Lucrecia Olivari