Madrid-Lunes 12 de Septiembre de 1910, CASO DE JUSTICIA Den Alfonso de Orleans

tifo Madrid-Lunes 12 de Septiembre de 1910, DIÁLOGOS DEACTUALIDAD DESTERRADOS rmn Clodomiro estaba furioso. Llevaba en taStaolSn número de A B C, y

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Madrid-Lunes 12 de Septiembre de 1910, DIÁLOGOS DEACTUALIDAD

DESTERRADOS rmn Clodomiro estaba furioso. Llevaba en taStaolSn número de A B C, y lo alzaba í!nhre SU cabeza con ademán escandalizado. Hablaba-sólo, y al verle de tal guisa, comendí que algún extraordinario suceso nahiale sacado de-su habitual ecuanimidad. /Qué le pasaba á D. Clodomiro, al ciudadano pacmco, al burgués intachable, al kombre de la vida tranquila y. monótona? pero él mismo me lo dijo'apenas me apercibió marchando á su encuentro. Fuese hacia mí como una centella, cogióme de las solapas de U americana, y me dijo con voz trémula y balbuciente: ' ";, —Estoy indignadísimo, amigo mío. -r-jPor qu¿? . . —Porque acabo de tener conocimiento de una gran infamia. -^¿Y quiénes son las víctimas de ella? • -^Veinte mil perros. Retrocedí, y atravesó mi mente, fugaz como-un relámpago, la idea de que D. Clodomiro no estaba en su juicio. Pero él, adivinando lo que pensaba, abrió el periódico y me enseñó un grabado muy interesante. —¿Comprende usted ahora—me dijo mientra3'yo-lo'contt#nplaba—por qué estoy indignado; .y hablo solo en plena vía pública? —Hombre...—repuse- con vacilación, — yo creó que usted' exagera. Este grabado representa á- los perros de Constantinopia, expulsados, de ia población por los Jóvenes Turcos yconljnados en la- isla- de Oxia, en el mar de Mármara. Y todos los viajeros que han visitado la bella, aunque sucísima metrópoli de Turquía, convienen en que no se podía andar pprsus calles sin riesgo de hipotecar las-panMrrülaSi •.. —¿V qué ?—contestóme iracundo D. Clodomiro.—i "No hay derecho para desterrar á veinte mil perros á una isla desierta y dejarles que se mueran en ella de hambre y sed! Todo loiquc nace-debe vivir hasta que le llegue.su!última1 hora. Y, además, ¿quién le ha dicho á usted que no eran los perros, sino los musulmanes, griegos, occidentales y armenios de la - famosa población, los que estorbaban en las calles>de ésta? -?j Pero D. Clodomiro! —¿Se.asombra usted de cuanto le digo? Hace mal. Un-pariente mío visitó Constantinopia el año pasado. Y observó que los uniera :que; parecían allí.estar en su casa eran ios Krros. Tenían todos un aire maligno é inserte queíles- hacía simpáticos, á las almas ingenuas. Miraban il transeúnte con desdén y despreciaban, su? pantorrillás, considerándolas sin duda indignas del honor de una dentellada. Y.gravemente hacían guardia en las puertas de los bazares y de los palacios, aguardando: el tributo debido á su nobleza. Eran veinte mil, según se ha visto ahora. Tenían sus: guaridas en' los alrededores de la ciudad y á ellas se recogían cuando lo epnsideraban oportuno. ¡ Y he aquí que unos cuantos tiranos despreciables les han arrancado á su vida tranquila y decente, á sus callespredilectas, á sus barrios preferidos, para confinarles en un islote, donde mueren tras Ñrbara agonía, mientras todo ríe á su alrededor, el cielo, las agrias, las orillas lejanas, y'(pasan los buques indiferentes á su desespefacivn horrenda! .—Cálmese usted, D. Clodomiro. Esa cótóra,le ,honra mucho, sin duda, porque demuestra que su alma compadece la desgra« í í pero no debe exaltarse por un motivo M¿ fútil.. Sjrtf Fútil, dice!—saltó hecho un basilisco.— iCree una futilidad veinte mil asesinatos! ¡ Sí! 'Usted es, como casi todos los hombres, de «feas humanitarias, enemigo de la arbitrariedad,, declamador de teorías donde se proclama el respeto á la vida'. Pero su humanitarismo se detiene ante sus semejantes y no desciende á las bestias, esas hermanas menor «5. como dijo el místico. Después de haber** indignado ante la noticia de un atropello, « come tranquilamente un bisté ó un muslo jlc poHo. Y tal vez se regocija leyendo las juanas de Roosevelt en África, sus cacerías * leones y elefantes, sus viles asesinatos de seres bellos y fuertes, que vivían en la brava 11 fi^ ^ e bosques vírgenes, realizando fi

*j n de su existencia y matando solamente cuando el hambre les aguijoneaba... "~j*ombre, D. Clodomiro, creo que está usted divagando. Los Jóvenes Turcos han «•Pulsado á los perros de Constantinopia P°r(iue eran un peligro para la salud pública. . *p Falso! Qonstantinopla es una de las ciui s más sucias del mundo, y no á causa de *j Perros, sino á pesar de ellos. Bellísima cuando se la contempla desde la cubierta de no H ^ ro aenst e s d e d c s e m b a r c a r e n *' Cuer,i ¿f.® * horrible una vez se penetra en • cédale» de sus infectas callejuelas. El pa'^ento,d todo lleno de baches, udonde se coagU3 d e tas últimas tón " v «as, es la dc os es r a sv* * P ' c*ccidentales. No hay acej-» los montones de desperdicios intercepBicn c s* >aso y ¿espiden hedores insoportables. .verdad que hay un Istambulcodhesi, ür, | a s ^ p s t r a d o encardado de la limpieza de p c r o t a m o i é n lo e s tierno *3ue n i c n I o s

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