MAQROLL Y BOLÍVAR: EL DESESPERANZADO BALANCE MUTISIANO DE LA GESTA DE INDEPENDENCIA AMERICANA 1

ï MAQROLL Y BOLÍVAR: EL DESESPERANZADO BALANCE MUTISIANO DE LA GESTA DE INDEPENDENCIA AMERICANA 1 Mario Barrero Fajardo Universidad de los Andes, C

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ï MAQROLL Y BOLÍVAR: EL DESESPERANZADO BALANCE MUTISIANO DE LA GESTA DE INDEPENDENCIA AMERICANA

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Mario Barrero Fajardo Universidad de los Andes, Colombia Yo nunca he reconocido la Independencia ni las gestas de independencia, que no son más que una cadena ignominiosa de traiciones de oficiales del ejército español, radicados en las Indias, indigestados de lecturas de segunda mano de Juan Jacobo Rousseau, que creyeron inventar la república y la democracia, con resultados tan catastróficos como los que conocemos: una secuencia interminable de guerras civiles, de sangre, de bestialidad y de violencia; y de una total falta de materia espiritual, que nos define. Nosotros, gracias a esos oficiales traidores, Bolívar, San Martín y todos los otros cuyas estatuas pueblan nuestras capitales, cortamos el cordón que nos unía con mil años de historia, una de las historias más grandes del occidente europeo, la historia de España, y recibimos, en cambio, como herencia, un racionalismo y un jacobismo trasnochados. Álvaro Mutis: “Soy gibelino, monárquico y legitimista” (1981) (Entrevista con Juan Gustavo Cobo Borda)

A la reiterada declaración de ser “monárquico, gibelino y legitimista” (Cobo Borda, 252), brindada por Álvaro Mutis (1923) durante las últimas décadas y que se ha convertido en su provocadora carta de presentación en el medio literario iberoamericano, el escritor colombiano ha sumado en ciertas ocasiones la de considerarse “como un medieval perdido en este siglo” (Fresneda 40), que no sólo refleja el extrañamiento vital e ideológico que ha experimentado de cara 1

La presente ponencia se desprende de la tesis doctoral “La obra poética de Álvaro Mutis: entre imperativos y vacilaciones. Génesis y desarrollo de un universo literario” que, bajo la dirección de la profesora Carmen Ruiz Barrionuevo, defendí en abril de 2009 en la Universidad de Salamanca; y se inscribe en el marco de la investigación “El desarrollo de la heteronimia poética en la poesía moderna hispanoamericana” que desde 2009 adelanto en el Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia).

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al momento histórico en el que ha concebido su obra poética y narrativa, sino que, además, constituye una sutil variación de lo que en su día dijera en un precario inglés su criatura literaria –Maqroll el Gaviero– al ser interrogado por la policía de Vancouver: “Yo soy un chuan extraviado en el siglo XX” (Mutis, Amirbar 443). Esta declaración, que en principio podría considerarse como una críptica boutade mediante la cual el sui géneris marino buscaba evadir el cerco de las autoridades canadienses, pone en evidencia el proyecto ético-estético mutisiano de concebir su quehacer escritural como un entramado desde el cual realiza un balance crítico de los pilares de la sociedad actual. Un ejemplo de ello es el manifiesto “Contra la muerte del espíritu” que en el año 2002 suscribiera con el editor y escritor español Javier Ruiz Portella. Para los firmantes de la proclama, “la profunda pérdida de sentido que conmueve a la sociedad contemporánea”, surge como consecuencia de la alienación del sujeto moderno al convertirse en un agente económico cuyo único fin es alcanzar y preservar el estatus de un comprador modélico en el marco de la sociedad de consumo imperante. Lo anterior a su vez conduce a este “hombre fisiológico” a una pérdida de sus señas de identidad particulares, convirtiéndolo en un ser anónimo en el seno de la homogénea masa de consumidores que se expande de manera incontrolable en el marco de la llamada sociedad globalizada. Contrario a otros manifiestos, el presente no ofrece una alternativa para salir de la encrucijada señalada, más allá de enfatizar que “más angustioso que la propia muerte del espíritu, es el hecho de que, salvo algunas voces aisladas, dicha muerte parece dejar a nuestros contemporáneos sumidos en la más completa de las indiferencias”2.

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El manifiesto suscrito por Mutis y Ruiz Portella fue difundido, bajo el título “Contra la muerte del espíritu (Manifiesto)”, el 19 de junio de 2002 en la versión digital del suplemento literario español El Cultural. Al 8 de mayo de 2010, el número de suscritos al mismo asciende a 5287, entre los que destacaban novelistas, ensayistas, poetas, sociólogos, dramaturgos, historiadores, entre otros, en principio representantes de diversas tendencias ideológicas. Para apreciar una relación completa de los firmantes acudir a la página: (8 mayo 2010)

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Dicha indiferencia es la que Mutis ha intentado enfrentar mediante una serie de fugas literarias hacia disímiles espacios geográficos y momentos históricos pretéritos, no con la intención de borrar de su obra todo referente al mundo contemporáneo, sino de matizar y acentuar la crítica a éste al contrastarlo, de forma metafórica, con los universos geográficos e históricos evocados. En el caso de las fugas espaciales, más allá del continuo trasegar de Maqroll el Gaviero por los más variopintos puertos del Caribe, el Mediterráneo y el Mar del Norte, la más relevante es la emprendida hacia la denominada “tierra caliente”, aquel referente geográfico colombiano asociado a la infancia del autor que, a partir de la mediación de la palabra poética, se ha transformado en un “paisaje significativo”3 de su propuesta literaria, en una especie de “paraíso perdido” al que de tarde en tarde, el Gaviero y sus compañeros de ruta regresan durante breves pero intensas temporadas4. En cuanto a las fugas temporales, estas han consistido en remontar el curso de la historia de Occidente y detenerse en ciertos pasajes que para el escritor colombiano constituyen significativos cruces de camino que evidencian el siempre contingente desarrollo de todo proceso histórico y permiten establecer un significativo y problemático referente de cara al tiempo presente desde el cual da forma a su quehacer escritural. Para el crítico Pierre Lepape, más allá del anacronismo que subyace en identificarse en el tránsito entre los siglos XX y XXI 3

“… es precisamente la mirada humana la que convierte cierto espacio en paisaje, consiguiendo que por medio del arte una porción de tierra adquiera calidad de signo de cultura, no aceptando lo natural en su estado bruto sino convirtiéndolo también en cultural; y ello hasta tal punto que se nos hace difícil no considerar muchos paisajes como entornos nuestros, reales o inminentes, aunque no estemos en ellos, o bien simbólicamente como vías de reconocimiento de nuestra situación en el mundo” (Guillén 98). 4 La siguiente es una de las tantas declaraciones en que Mutis ha brindado sobre el vínculo indisoluble entre su quehacer escritural y la hacienda cafetera de los abuelos maternos, ubicada en la llamada “tierra caliente” colombiana, donde pasó parte de su infancia y adolescencia: “Escribo para no olvidar ciertos rincones de las fincas de café y azúcar de Tolima, en Colombia, donde pasé la mayor parte de mi infancia y lo mejor de mi adolescencia. Para preservar ciertos lugares de la gran casa con sus techos olientes a roble. Para que no se borre el recuerdo del gesto inquieto y tierno de las recogedoras de café con las que intenté mis primeras caricias de hombre y mis primeros y torpes ejercicios eróticos de adolescente. Para que sigan fluyendo las aguas del Coello y del Cocora, y su ruido me siga arrullando en la noche hasta mi última hora” (Mutis, “¿Por qué escribo?, 11).

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como un chuan por parte de Maqroll o de reivindicar el modelo de la monarquía absoluta por parte de Mutis, anidan en el gesto un visceral rechazo al medio que se habita, pero también un doloroso reconocimiento a la incapacidad para modificar la situación: la filiación de Maqroll con los chuanes genera una carga moral que radica en la impotencia para actuar sobre la realidad del presente. Los revolucionarios de todas las especies intentan eludir el insoluble dilema del fin y de los medios para alcanzarlo, de la pureza del ideal que sólo se puede alcanzar mediante medios impuros. Manos sucias y manos cercenadas. Maqroll escapa a esta maldición de la conciencia y de la acción al asumirse como vencido de antemano, desde hace dos siglos… De la misma manera, declararse monárquico hoy en día, no es una apuesta por la restauración de un orden que desapareció, ni tampoco cultivar la nostalgia por una época que habría sido más feliz o más bella, sino simplemente sublevarse, de lleno, de manera solitaria, contra aquellos que no se sublevan y que piensan que actúan de manera acorde con las corrientes dominantes. (Lepape 89)

En su aproximación al devenir histórico, Mutis toma distancia frente a la manera en que las corrientes historiográficas del siglo XX, independiente de sus matices ideológicos, concibieron la manera de abordar su objeto de estudio. Frente a la propuesta de estudiar la historia como un conjunto de procesos colectivos inscritos en periodos de mediana o larga duración5, el padre de Maqroll reivindica el modelo decimonónico de centrar la atención en determinados actores que, en función de sus convicciones y actuaciones particulares, condicionaron el acontecer histórico de sus respectivas sociedades:

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A este propósito véase lo expuesto por Fernand Braudel en sus libros Escritos sobre historia o La historia y las ciencias sociales, entre otros.

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No me interesa la historia como proceso de desarrollo de una determinada cultura, o las etapas que ha cumplido ese proceso. Me interesa el destino de los hombres, ese momento en que confluyen el destino de los hombres y lo que se llama el curso de la historia, que no sabemos muy bien lo que es, pero podemos imaginar como el río en creciente que avanza sin plan ninguno en pleno desorden (García Aguilar 45).

Este foco de interés conduce a su vez a Mutis a “leer” los procesos históricos desde su verosimilitud discursiva y no en función de su mayor o menor fidelidad a una realidad histórica verificable: “A mí me interesa muy poco saber cuál es el proceso de los fenómenos económicos, todos esos elementos que forman lo que llaman historia. La historia que a mí me fascina es una ficción con vidas reales. Nunca sabremos exactamente cómo fueron, siempre guardarán sorpresas” (García Aguilar 47). La anterior declaración de principios ha sido corroborada por los estudiosos de su obra, en especial por aquellos que han centrado su atención en sus relatos o poemas “históricos”, como es el caso de Ana Díaz Tamargo en su pormenorizada aproximación al corpus mutisiano: “No hay en estos relatos un tratamiento riguroso de los hechos históricos ni de esas “figuras que vivimos como fraternas presencias inefables”, sino una utilización selectiva al servicio de la visión del mundo del autor y de su personal valoración del pasado, que a él le sirve de contrapunto al presente” (Díaz Tamargo 310). Por ello, la recreación adelantada por Mutis de los últimos días del “libertador” Simón Bolívar –uno de los ejemplos emblemáticos de sus fugas literarias hacia el pasado–, antes que constituir una minuciosa y fiel reconstrucción de los hechos, irrumpe como una propuesta que, desde los posibles de una creación estética, se propone, a partir de la ficcionalización de las supuestas vicisitudes existenciales de uno de sus protagonistas, una valoración crítica del legado histórico de la gesta de independencia. Aunque no deja de llamar la atención que dicha apuesta ficcional mutisiana no puede obviar los discursos históricos existentes sobre Bolívar:

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Se empeñan los bolivarianos oficiales de los cinco países a los que Bolívar independizó de España, en crear y mantener una imagen por completo falsa y convencional del apasionado caraqueño: Un héroe de hojalata y cartón, sabio en sus decisiones, profético en todas sus palabras, vencedor en todas las batallas, incansable en el lecho, conocedor de los más recónditos secretos de la política y no sé cuántas cosas más (Mutis, “El otro Bolívar” 71)

En esa medida, el proyecto mutisiano puede considerarse como un contrapunto directo a estas versiones oficiales. Busca entretejer en un mismo telar tanto al político y militar derrotado que huye por el río Magdalena para no sucumbir definitivamente ante las intrigas políticas de sus enconados enemigos capitalinos, como al agotado y contradictorio ser humano que, a pesar de su minada condición física, conserva hasta último momento la ilusión de abandonar su lecho de enfermo en San Pedro Alejandrino y abordar el barco que lo conducirá de nuevo a Europa, para desde allí vislumbrar un devenir para la América recién emancipada, diferente al de las interminables luchas fratricidas que por entonces ya disgregaban su territorio. La atracción de Mutis por el transcurso vital de Bolívar se concreta en la publicación de “El último rostro” (1978), aparente fragmento de una obra narrateva más extensa, que se inscribe en el conjunto de producciones literarias hispanoamericanas que durante las últimas décadas han buscado desmitificar los imaginarios asociados a los diferentes héroes patrios6. No solo dotándolos de características comunes a la mayoría de mortales, sino principalmente ofreciendo una visión no homogénea ni unívoca de sus existencias, como bien lo ha señalado la estudiosa Alicia Chibán:

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“El ultimo rostro” es en principio un “fragmento” de un texto más amplio, tal como lo señala el propio autor: “Yo había escrito una novela de cerca de 300 páginas, sobre los últimos días de Simón Bolívar. Cuando la terminé, me di cuenta que faltaba todavía un trabajo de documentación muy riguroso y que me iba a exigir realmente… varios años de verificar una serie de datos y, como no es esa precisamente una de mis virtudes (la capacidad de concentrarme y de investigar)…, resolví quemar la novela y dejar únicamente un fragmento en donde sentía que está “mi” Simón Bolívar” (Shimose, 117).

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Es innegable que se han reiterado las promesas de “bajarlos del bronce”, humanizándolos, y que a ello han concurrido las más variadas retóricas, pero hay que reconocer que, en última instancia y teniendo en cuenta las producciones literarias más logradas, el resultado ha sido no la degradación sino la complejización de esos héroes tan fuertemente entronizados en los panteones nacionales y en los imaginarios colectivos (Chibán 153).

Frente a esta valoración global del susodicho tipo de propuestas literarias, debe hacerse hincapié que aunque las obras en cuestión respondan en mayor o menor medida al modelo señalado, cada una se inscribe en las peculiaridades del universo literario del cual son hijas, y el caso del relato mutisiano no es la excepción7. Desde el epígrafe que acompaña al escrito –“El ultimo rostro es el rostro con el que te recibe la muerte”, citado de un manuscrito anónimo del siglo XI hallado en la Biblioteca del Monasterio del Monte Athos– se torna evidente que “El último rostro” está inscrito en aquella vertiente de la obra mutisiana –ya sean relatos o poemarios– que funda su supuesta veracidad a partir de la evocación de enigmáticos referentes que remiten a distantes y exóticos ámbitos culturales respecto a la materia del texto en cuestión, pero que una vez se indaga por su origen se com-

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En el conjunto de la numerosa y heterogénea producción literaria colombiana que gira en torno de la figura de Simón Bolívar y en relación con la propuesta narrativa consignada en “El último rostro”, debe hacerse especial mención a las siguientes obras: El general en su laberinto (1989), de Gabriel García Márquez, que, más allá de su condición de deudora del proyecto mutisiano tal cual lo evidencian la dedicatoria y epílogo, ofrece un logrado equilibrio entre el rigor histórico y las licencias narrativas a propósito de la recreación de la agonía política y física del Libertador; la también novela La ceniza del libertador (1987), de Fernando Cruz Kronfly, recreación metafórica en la que las dolencias corporales del agotado caudillo y su permanente deseo de vomitar durante la remontada del río Magdalena en busca de las aguas esperanzadoras del Atlántico se convierten en un reflejo del agotamiento de su proyecto político más que de su condición física; y por último, la obra de carácter biográfico Bolívar, de San Jacinto a Santa Marta. Juventud y muerte del Libertador (1988), de Germán Arciniegas, en la que, a mitad de camino entre la crónica histórica y la ficción literaria, se establece un lúcido paralelo entre el inicial viaje de Bolívar a Europa y su último intento por rehacer el mismo recorrido ahora signado por su derrota política.

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prueba su carácter apócrifo, como bien lo ha reconocido el propio autor8. En el caso específico del relato sobre el último viaje del Libertador ello se convierte en un sutil guiño a propósito de la difusa frontera entre “hechos históricos” y “hechos novelados” en que se ubicará la materia consignada en el escrito. Otro rasgo distintivo de la narrativa mutisiana presente en “El último rostro” es la referencia al azar que condujo al narrador omnisciente del texto a hallar el diario del coronel polaco Miecislaw Napierski, antiguo militar a órdenes de Bonaparte y que coincidirá en Santa Marta con un Bolívar moribundo9; documento del cual el señalado narrador transcribirá justamente aquellos fragmentos que dan cuenta de la “ceremonia de clausura” de los proyectos existencial y político del hasta hace poco entronizado en los altares de la independencia. Este reconocimiento por parte del narrador del origen de su labor sugiere el carácter contingente del manuscrito que transcribirá, lo que a su vez refuerza la ambigüedad suscitada por el epígrafe antes mencionado respecto a la veracidad del “material textual” en que se funda el ejercicio escritural en cuestión10. 8

“La Reseña de los hospitales de ultramar tiene un origen muy curioso. Escribí primero los epígrafes y me parecieron tan buenos y me gustaron tanto que resolví escribir el libro un poco inspirado y basado en los tres epígrafes. Por cierto, un crítico norteamericano que ha trabajado en mi obra, Nicholas Hill, casi se vuelve loco buscando esos epígrafes en la Biblioteca de Nueva York y en la del Congreso. Vino a hablar aquí conmigo cuando sacó su ensayo y sus traducciones y me dijo: “oiga, yo he buscado estos libros por todas partes, estoy desesperado”. Claro que nunca los iba a encontrar… Ese libro [Los emisarios] nació en esta forma: al igual que en la “Memoria de los hospitales de ultramar”, hice el epígrafe de ese poeta sufí y dije: “Este epígrafe es buenísimo; hay que hacer un libro para acompañarlo, no se puede quedar así” [y] Hay un falso epígrafe mío… en un cuento que se llama “El último rostro”; “El último rostro es el último rostro con el que te recibe la muerte”(De un manuscrito anónimo de la Biblioteca del Monasterio de Monte Athos, siglo XI. Puedes irlo a buscar como el pobre de Nick Hill). Es el relato sobre Bolívar” (Sefami 125, 129, 139). 9 “Por un azar llegaron a nuestras manos los papeles del coronel Napierski y al hojearlos en busca de ciertos detalles sobre la batalla de Bailén, que allí se narra, nuestra vista cayó sobre una palabra y una fecha: Santa Marta, diciembre de 1830. Iniciada su lectura, el interés sobre la derrota de Bailén se esfumó bien pronto a medida que nos internábamos en los apretados renglones de letra amplia y clara del coronel de coraceros. Los folios no estaban ordenados y hubo que buscar entre los ocho tomos de legajos aquellos que, por el color de la tinta y ciertos nombres y fechas, indicaban pertenecer a una misma época” (Mutis, “El último rostro” 101-102). 10 “Por razones que se verán más adelante, se transcriben únicamente las páginas del Diario que hacen referencia a ciertos hechos relacionados con un hombre [Bolívar] y las circunstancias de su muerte, se omiten todos los comentarios y relatos de Napierski ajenos a este episodio de la historia de Colombia que diluyen y, a menudo, confunden el desarrollo del dramático fin de una

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El parentesco de esta recreación de las últimas semanas de la vida de Bolívar con el universo literario mutisiano no se limita a la permanente duda respecto al origen de sus textos dentro del espectro de la ficción, también atañe a la óptica desde la cual se recrean los hechos. El Bolívar de Mutis se inscribe dentro del paradigma de la desesperanza que el escritor ha moldeado durante más de medio siglo en sus poemarios, relatos, novelas y conferencias11, y del cual Maqroll el Gaviero es el representante más visible. El Bolívar mutisiano hará gala de una lucidez a la que accede luego de un tormentoso periplo existencial. Y a pesar de que por momentos intente embarcarse en todo tipo de empresas descabelladas, la aludida lucidez le recordará la inutilidad de querer fundar cualquier proyecto que vaya más allá de los deslumbrantes pero limitados instantes de realización personal que suelen brindar los sentidos cuando no se pretende proyectarlos más allá de un “aquí” y un “ahora”. Un ejemplo de la lucidez que acompaña al Bolívar mutisiano puede apreciarse en la explicación que le brinda al joven coronel polaco sobre las causas del inevitable callejón sin salida al que han entrado las por entonces recién independizadas naciones americanas: Aquí se frustra toda empresa humana –comentó–. El desorden vertiginoso del paisaje, los ríos inmensos, el caos de los elementos, la vastedad de las selvas, el clima implacable, trabajan la voluntad y minan las razones profundas, esenciales, para vivir… Esas razones nos impulsan todavía, pero en el camino nos perdemos en la hueca retórica y en la sanguinaria violencia que todo lo arrasa. Queda una conciencia de lo que debimos hacer y no hicimos y que vida. / Napierski escribió esta parte de su Diario en español, idioma que dominaba por haberlo aprendido en su estada en España durante la ocupación de los ejércitos napoleónicos” (Mutis, “El último rostro” 102). 11 En 1965, en la Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México, impartió la conferencia titulada “La desesperanza”, en la que a partir del estudio de un variopinto conjunto de obras literarias del siglo XX estableció cinco características que definirían al sujeto desesperanzado: la lucidez, la casi total imposibilidad de comunicar a los otros lo que dicha lucidez le permite entrever, la constante soledad en que habita, el pleno reconocimiento de su condición de mortal y el no albergar esperanza alguna, que no se limite a la breve y efímera satisfacción que le pueden brindar en un “aquí” y un “ahora” la exaltación de los sentidos.

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sigue trabajando allá adentro, haciéndonos inconformes, astutos, frustrados, ruidosos, inconstantes (Mutis, “El último rostro”, 107).

A dicha lucidez se suma la tormentosa relación típica del desesperanzado con los otros, con ese conglomerado de voces enemigas y amigas que siguen sus pasos, celebran sus derrotas o triunfos, pero en el cual sólo unos pocos alcanzan la categoría de “semejante”. Aquella figura con la que el desesperanzado se siente plenamente identificado en la medida que el vínculo que se establece entre los dos no está mediado por los maniqueos juicios con que se suele valorar al otro, sino por la plena aceptación de su forma de ser12. En el caso del Bolívar mutisiano, dicha categoría de semejante sólo es alcanzada por Antonio José de Sucre, el joven militar venezolano que no sólo había sido el gestor de resonantes triunfos de la campaña libertadora13, sino también quien en su momento fue considerado por el Libertador como su lógico heredero político. Un legado que Sucre no disfrutará dado un formalismo jurídico –no tener la edad mínima requerida– que le impedirá asumir la presidencia de la Gran Colombia, pero sobre todo porque será asesinado en las montañas de Berruecos, zona ubicada al sur-occidente del territorio colombiano, el 4 de junio de 1830. Para ese entonces, Bolívar ya se hallaba en San Pedro Alejandrino y la siguiente será, según lo consignado en el diario de Napierski, su reacción ante la infausta noticia: El capitán [Vicente Arrázola] dudó un instante, se arrepintió y sacando una carta del portafolio con el escudo de Colombia que traía bajo el brazo, se la

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Una de las obras aludidas en la conferencia “La desesperanza” es La condición humana de André Malraux, en la que justamente se halla una contundente definición de lo que en el marco vital del desesperanzado se considera que es un “semejante”: “Los hombres no son mis semejantes; son los que me ven y me juzgan; mis semejantes son aquellos que me aman y no me miran; los que me aman contra todo; los que me aman contra la decadencia, contra la bajeza, contra la traición; a mí, y no lo que yo haya hecho o haga; quienes me amen tanto como yo me amo a mí mismo; hasta el suicidio, incluso” (Malraux 42). 13 No en vano será recordado como el gran mariscal de Ayacucho en virtud del triunfo de sus tropas sobre el ejército español y cuya consecuencia sería la concreción de la independencia del Alto Perú.

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alcanzó al Libertador. Este rasgó el sobre y comenzó a leer unos breves renglones que se veían escritos apresuradamente. En este momento entró en punta de pie el general Montilla quien se acercó con los ojos irritados y el rostro pálido. Un gemido de bestia herida partió del catre de campaña sobrecogiéndonos a todos. Bolívar saltó del lecho como un felino y tomando por las solapas al [general Montilla] le gritó con voz terrible: –¡Miserables! ¿Quiénes fueron los miserables que hicieron esto? ¿Quiénes? ¡Dígamelo, se lo ordeno, Arrázola! –y sacudía al oficial con una fuerza inusitada–. ¿¡Quién pudo cometer tan estúpido crimen!? … Al abandonar la habitación me pareció ver que sus hombros [los del Libertador] bajaban y subían al impulso de un llanto secreto y desolado (111).

A pesar de la mediación narrativa presente en el testimonio del coronel polaco recién extraviado en tierras americanas y, por ende, ajeno a las intrigas político-militares de la moribunda Gran Colombia, la cita anterior refleja cómo más allá de la condena a la cruenta acción realizada en las sureñas montañas colombianas, el gemido inicial y el posterior llanto silencioso de Bolívar denotan no sólo el dolor por la muerte del otro, sino también la dolorosa toma de conciencia por parte del caraqueño de su inminente muerte: Es como si la muerte viniera a anunciarme con este golpe [el asesinato de Sucre] su propósito. Un primer golpe de guadaña para probar el filo de la hoja. Le hubiera usted conocido, Napierski… ¡Qué poco han valido todos los años de batallar, ordenar, sufrir, gobernar, construir, para terminar acosados por los mismos imbéciles de siempre, los astutos políticos con alma de peluquero y trucos de notario que saben matar y seguir sonriendo y adulando! Nadie ha entendido aquí nada. La muerte se llevó a los mejores, todo queda en manos de los más listos, los más sinuosos que ahora derrochan la herencia con tanto dolor y tanta muerte (113).

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Este reconocimiento rilkeano de la muerte propia, obviamente en un sentido metafórico, que conduce al Bolívar de “El último rostro” a adelantar ese irónico y doloroso balance de la gesta de independencia, se torna a su vez en un lúcido y desesperanzador presagio del devenir de la sociedad aludida, en el que justamente subyace el malestar y la inconformidad de Mutis respecto a la época en la que ha vivido y que es heredera directa de la recreada en el relato, como tantas veces lo ha expresado más allá de su obra literaria: Si miramos la historia [de la gesta bolivariana] vemos que no se consiguió absolutamente nada. Ni la libertad de estos países, en el sentido estricto de la palabra. Lo que cambió fue el estar sujeto a un imperio bastante laxo –a los españoles– para entrar en la órbita americana. Después la Gran Colombia –el gran proyecto– también fracasó. Este comenzar y nunca terminar es la historia de nuestro país (Mallet 82).

A la luz del anterior esbozo del carácter desesperanzado del Bolívar presente en “El último rostro”, se confirma cómo las figuras históricas que Mutis recupera en su obra, de una u otra manera, siempre pasan por el filtro de su parentesco con Maqroll, quien a pesar de su identificación con los chuanes del finales del siglo XVIII no podrá ocultar su “horizonte de posibles” propio de un hijo del siglo XX. Lo cual corrobora que las fugas literarias mutisianas hacia el pasado no buscan eludir el mundo contemporáneo desde el cual son concebidas, sino que se transforman en manifestaciones estéticas que al tiempo que reconstruyen con mayor o menor rigor determinados episodios pretéritos, mantienen su mirada crítica sobre el presente. Así como Maqroll el Gaviero le permite a Mutis apartarse de las corrientes ideológicas que se han impuesto en la sociedad contemporánea; Bolívar el Libertador, en cuanto una proyección hacia el pasado del emblemático marinero, le brinda la ocasión de desmarcarse de los relatos “oficiales” que exaltan la época de la independencia hispanoamericana y ofrecer un balance desesperanzado de su supuesto legado benéfico. Todo ello inscrito en el marco del escepticismo respecto a la capacidad de la palabra de dar cuenta de

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los diversos avatares del ser humano que ha caracterizado su ya prolongada trayectoria escritural. Obras citadas Alonso, Dámaso. Ensayos sobre poesía española. Buenos Aires: Revista de Occidente Argentina, 1946 [1944 en España]. Arciniegas, Germán. Bolívar, de San Jacinto a Santa Marta. Juventud y muerte del Libertador. Bogotá: Planeta, 1988. Braudel, Fernand. Escritos sobre historia. Angelina Martín del Campo, trad. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1991. ---. La historia y las ciencias sociales. Josefina Gómez Mendoza, trad. México D.F.: Alianza, 1994. Cobo Borda, Juan Gustavo. “Soy monárquico, gibelino y legitimista”. Tras las rutas de Maqroll el Gaviero, 1981-1988, Santiago Mutis Durán, ed. Cali: Proartes, Gobernación del Valle y revista literaria Gradiva, 1988. 251-258. Cruz Kronfly, Fernando. La ceniza del Libertador. Bogotá: Planeta, 1987. Chibán, Alicia. “Bolívar el Gaviero: acerca de El último rostro de Álvaro Mutis”. Anthropos 202 (2004): 153-162. Díaz Tamargo, Ana. El universo narrativo de Mutis-Maqroll. Tesis doctoral. Universidad Nacional de Educación a Distancia: Madrid, 1998. Fresneda, Carlos: “Álvaro Mutis. ‘Mis libros no son lo que los lectores españoles quieren en estos momentos’”. La Revista 90 (1997): 36-42. García Aguilar, Eduardo. Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Álvaro Mutis. Bogotá: Tercer Mundo, 1993. García Márquez, Gabriel. El general en su laberinto. Bogotá: La Oveja Negra, 1989. Guillén, Claudio. “El hombre invisible: literatura y paisaje”. Múltiples moradas. Ensayo de literatura comparada. Barcelona: Tusquets, 1998. 98-176. Lepape, Pierre. “Victoires d’outre-tombe”. Transversales 1 (1999) : 86-90.

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Mallet, Brian J. “La nieve del Almirante: una charla con Álvaro Mutis”. Tras las rutas de Maqroll el Gaviero, 1988-1993, Santiago Mutis Durán, ed. Bogotá. Colcultura, 1993. 80-84. Malraux, André. La condición humana. César A. Comet, trad. Buenos Aires: Sudamericana, 1998. Mutis, Álvaro. Amirbar. Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. Madrid: Siruela, 1997. 389-494. ---. “El otro Bolívar”. Desde el solar. Santiago Mutis Durán, comp. Bogotá: Ministerio de Cultura y Universidad Nacional de Colombia, 2002. 71-73. ---. “El último rostro”. Obra Literaria. Prosas. Santiago Mutis Durán, ed. Bogotá: Procultura, 1985. 101-118. ---. “La desesperanza”. Obra Literaria. Prosas, Santiago Mutis Durán, ed. Bogotá: Procultura, 1985. 189-203. ---. “¿Por qué escribo?”. Caminos y encuentros de Maqroll el Gaviero. Javier Ruiz Portella, ed. Barcelona: Ediciones Áltera, 2001. 11-12. Mutis, Álvaro y Ruiz Portella, Javier. Contra la muerte del espíritu. Web. Sefamí, Jacobo. “Maqroll, la vigilancia del orden: entrevista con Álvaro Mutis”. Tras las rutas de Maqroll el Gaviero, 1988-1993, Santiago Mutis Durán, ed. Bogotá. Colcultura, 1993. 117-160. Shimose, Pedro, ed. Álvaro Mutis. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica e Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1993.

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