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RECURSOS ESCUELA SABÁTICA Comentarios de la Lección II Trimestre de 2011
Vestidos de gracia Vestiduras figuradas en la Biblia Lección 12 18 de Junio de 2011
Más imágenes de vestiduras Gilberto G. Theiss
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“Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva” (Marcos 5:28). El tema de las vestiduras en las lecciones de este trimestre parece ser repetitivo y algo aburrido en una lectura superficial. Claro, si lo analizamos desde un punto de vista meramente humano, es un hecho que no percibiremos la profunda dimensión de un significado y simbolismo tan profundo. Dios pretende, a través de hechos simples, darnos revelaciones de las verdades más sublimes y grandiosas. Por medio del simbolismo de las vestiduras en la Biblia, Dios pretende grabar en nuestra mente la comprensión de que, definitivamente, no podemos hacer nada por nosotros mismos. Dependemos completamente de la maravillosa gracia concedida en la Cruz del Calvario. Esa gracia salvífica y transformadora es toda para nosotros y por nosotros. La falta de comprensión de esta verdad dará como resultado la incomprensión de cualquiera de las otras verdades. Nada le costó más caro a Dios que el sacrificio hecho a favor de los seres humanos indignos. Pero, si hubiera sido necesario ofrecerse nuevamente a favor nuestro, Dios lo haría sin dudar. El amor de Dios, lejos de ser un mero sentimiento, va más allá de nuestra más profunda comprensión. Es un amor tan profundamente admirable, que supera nuestra capacidad de entendimiento. La dimensión de la grandeza de este principio existente en Dios es tan enorme que ni siquiera la eternidad será suficiente para comprenderla en su totalidad. Lectura adicional “El Hijo de Dios vino a este mundo revestido de humanidad y de origen humilde, como un siervo. Y cuando llegó la hora de que derramara su vida sobre la cruz, su amor se reveló al continuar su misión, aun ‘sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir’. No solamente sabía que iba a morir, sino que era consciente de la humillación, la verGilberto G. Theiss, oriundo del estado de Paraná, en Brasil, es miembro de la Iglesia Adventista desde el año 1996. Durante varios años fue colportor e Instructor Bíblico en la ciudad de Guaxupé, en el estado de Minas Gerais, y ahora es coordinador del curso básico de actualización teológica para líderes de la iglesia en www.altoclamor.com, además de autor de varios libros. Recursos Escuela Sabática © 1
güenza, el sufrimiento y el cruel trato que debía soportar. Voluntariamente se ofreció para sufrir la muerte ignominiosa de la cruz, y entregó su alma como ofrenda por el pecado. Tanto el Padre como el Hijo tenían en su mente la salvación del mundo; ambos compartían el mismo amor, y ese amor lo constreñía. Ese amor divino, inconmensurable e inexpresable, se manifestó. La mente humana no es capaz de captarlo plenamente, pero debemos hacer todo esfuerzo posible para poder compartir ese amor redentor con los demás. La eternidad —toda la eternidad— irá mostrando ese amor y nosotros seremos capaces de comprender lo que no podemos comprender ahora” (The Bible Echo, 25 de noviembre, 1895).
“¿Quién ha tocado mis vestidos?” Marcos 5:24-34; Lucas 8:43-48 Esta historia presenta lecciones importantes para todos. La mujer del relato que estuvo enferma durante doce años, había sido desahuciada y castigada por la teología de la época. Su enfermedad era considerada algo repugnante. Tuvo que esconderse en aldeas fuera de la ciudad, pues de ser descubierta dentro de la ciudad, podía ser apedreada. Debió apartarse durante muchos años, sin amigos, parientes y –según los rabinos de la época– sin Dios. Pareciera que algunas cosas nunca han cambiado. En nuestro tiempo ¿cuántas personas son castigadas día tras día con declaraciones y enseñanzas desviadas del modo en cómo Dios juzga las cosas y los actos? Hay quienes, con suma facilidad, están listos para juzgar y lejos de la compasión. No estoy con esto haciendo una apología del error o del pecado, pero, creo que la mejor manera de salvar a las personas en sus errores y pecados no es tirándoles más culpa, sino demostrando mayor compasión, amor y cuidado por ellas. Y además, hay muchos que son maltratados y condenados por errores que nunca han cometido. Este es el caso exacto en la historia de esta mujer. Lo más trágico en este relato es que ella debió retirarse a las aldeas marginales; no obstante, se arriesgó a entrar en la ciudad para encontrar al tan mentado Jesús de Nazaret. En rigor de verdad, esa mujer, por la fe supo que había algo diferente en Jesús, y por esa razón, fue a su encuentro. Arriesgó su propia vida para, como mínimo, tocar las vestiduras del gran Maestro. El Espíritu Santo tocó profundamente en el corazón de aquella mujer y ella percibió lo que muchos no habían querido notar. Aún cuando Jesús estaba apretujado y empujado por la multitud que lo rodeaba, pudo percibir el poder de la fe sólo en el simple toque de aquella alma sufriente. Lecturas adicionales “El bendito Redentor podía distinguir el toque de fe del contacto casual de una multitud desprevenida. Conocía las circunstancias del caso y la fe y confianza depositada en él; por lo tanto no dejaría pasar la oportunidad de dirigirle palabras de ánimo que serían una fuente de gozo para ella” (Folleto: Redemption: Or the Miracles of Christ, the Mighty One, p. 95). “Mirando a la mujer, Cristo insistió en saber quién le había tocado. Viendo que no podía ocultarse, la mujer se adelantó temblando, y se postró a sus pies. Con lágrimas de gratitud, le dijo, en presencia de todo el pueblo, por qué había tocado su vestido y cómo había quedado sana en el acto. Temía que al tocar su manto hubiera cometido un acto de presunción; pero ninguna palabra de censura salió de los labios de Cristo. Sólo dijo paRecursos Escuela Sabática ©
labras de aprobación, procedentes de un corazón amoroso, lleno de simpatía por el infortunio humano. Con dulzura le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz’ (versículo 48.) ¡Cuán alentadoras le resultaron esas palabras! El temor de que hubiera cometido algún agravio ya no amargaría su gozo”. “La turba de curiosos que se apiñaban alrededor de Jesús no recibió fuerza vital alguna. Pero la enferma que lo tocó con fe, quedó curada. Así también en las cosas espirituales, el contacto casual difiere del contacto de la fe. La mera creencia en Cristo como Salvador del mundo no imparte sanidad al alma. La fe salvadora no es un simple asentimiento a la verdad del Evangelio. La verdadera fe es la que recibe a Cristo como un Salvador personal. Dios dio a su Hijo unigénito, para que yo, mediante la fe en él, ‘no perezca, mas tenga vida eterna’ (Juan 3:16, V. M.) Al acudir a Cristo, conforme a su palabra, he de creer que recibo su gracia salvadora. La vida que ahora vivo, la debo vivir ‘en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí’ (Gálatas 2:20)” (El ministerio de curación, p. 40). “La mujer enferma creyó que Jesús podía sanarla, y cuanto más enfocaba su mente en eso, tanto más certeza tenía de que aun tocando su manto podía ser librada de su enfermedad. Como respuesta a esa fe tan firme, la virtud del poder divino la alcanzó. Esta es una lección de ánimo para el alma que está enferma de pecado, porque de la misma manera en que Jesús trata con las enfermedades del cuerpo, así trata también con el alma arrepentida que lo busca. El toque de fe traerá el perdón que llena al alma con gratitud y gozo” (Folleto: Redemption: Or the Miracles of Christ, the Mighty One, p. 97).
“Se quitó su manto” Mateo 20:20-28; Juan 13:1-16 La humildad y la abnegación son las claves más sublimes de la fe cristiana. Estas dos palabras son tan importantes que, si Lucifer no las hubiera perdido jamás se habría rebelado y el pecado sería inexistente. Aún hoy, en medio de tanto egoísmo y orgullo, hay una clara demostración, a través de Cristo, que la humildad y la abnegación aún son esenciales y fundamentales para la vida. Las plagas del orgullo y el egoísmo son unas de las características presentes en el carácter de Satanás y todo aquél que vive bajo sus efectos necesita un serio encuentro con el Redentor y su Gracia. Los discípulos fueron alcanzados por esa plaga mortal. La lucha por la supremacía y por el primer lugar es una consecuencia inevitable en el corazón de los que están corrompidos por el orgullo y el egoísmo. Jesús, siendo Dios, se humilló al vestirse de la humanidad. Para Él, rebajarse a la esfera angelical ya habría sido ultrajante; imagina entonces descender hasta la esfera del polvo de la tierra… ¡Qué lección aprendieron los discípulos en aquél día y qué humillación tuvieron que soportar al actuar como niños caprichosos y rebeldes ante el Rey del Universo! Sin embargo, tenemos que tener en mente que ¡los discípulos modernos somos nosotros! Podemos estar actuando de una manera tan infantil ante Dios como aquellos discípulos. Es posible que seamos tan soberbios como lo fueron aquellos pobres hombres. Lo peor de todo es que a veces somos cegados por nuestra falsa humildad a punto tal de cometer atrocidades en nombre de Dios y la fe. El orgullo es tan trágico que nos hace creer que somos humildes cuando en realidad no lo somos. Jesús, además de vestirse de humanidad, aún necesitó dar lecciones más evidentes acerca del rol de la humildad en la vida de los que pretenden poseer el carácter de Dios en sus vidas. En aquél tiempo, lavar los pies de otra persona era una tarea reservada a los siervos y los Recursos Escuela Sabática ©
esclavos y, en este caso, Jesús estaba mostrando claramente que Él (Dios) estaba allí para servirlos. Esto fue una dolorosa advertencia y humillación para ellos. Lectura adicional “El Salvador esperó un tiempo para ver si el corazón de sus discípulos experimentaba un cambio. Entonces, Aquel a quien amaban, se levantó, se quitó su manto, se ciñó con una toalla y puso agua en un lebrillo. Fue entonces que los discípulos se asombraron y avergonzaron. Cristo no les podría haber dado un reproche más fuerte que éste; pero en su corazón sentía tristeza por sus discípulos porque sabía que al verlo morir tendrían suficiente disciplina y reproche. Aunque estaba bajo una pesada carga, su amor por sus discípulos no había cambiado. Sabía que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, y así como los había amado, los amó hasta el fin. Ese amor era divino y permanente. Sabía que sus caprichos y sentimientos celosos ya estaban lastimando sus propias almas...” “En el mismo acto de ceñirse la toalla para lavar los pies de los discípulos, Jesús estaba tratando de limpiarlos de su orgullo, celos y disensiones. Con tal espíritu de división y amargura ninguno de ellos estaba en condiciones de ser aceptable a la vista de Dios. El transformar sus corazones y limpiarlos de toda contaminación, era mucho más importante que limpiar con agua sus polvorientos pies. Jesús deseaba impartirles todavía muchas lecciones, pero no podía hacerlo mientras no fueran humildes y afectuosos. La disensión siempre resulta en odio. Pero Jesús, con su acto de lavarles los pies, había lavado también sus corazones. Se produjo un cambio de sentimientos; los corazones se unieron en afecto los unos con los otros; se tornaron mansos, humildes y amables, dispuestos a conceder a los demás el lugar más elevado. Ahora sí estaban preparados para participar de la última cena, porque sus sentimientos, tanto para su Maestro como entre ellos, eran de afecto profundo, fragante y pleno” (Review and Herald, 5 de julio, 1898).
“Ni rasgará sus vestidos” Levítico 21:10; Mateo 26:59-68; Marcos 15:38; Hebreos 8:1 Caifás, al rasgarse las vestiduras estaba trayendo condenación sobre sí mismo y sobre todo el sistema sacerdotal. Además de representar el fin de ese sistema, estaba inaugurando la llegada del nuevo sistema: el de Cristo, el cual había sido prefigurado desde hacía tanto tiempo. Las vestiduras de Caifás necesitaban ser sustituidas por una vestidura mayor y más sublime. Las vestiduras de Caifás no podían traer redención, tal como cualquier otra ropa. Sólo Jesús, con sus vestiduras sacerdotales, es quien verdaderamente tendría el poder para salvar. ¡Qué experiencia terrible tuvieron que experimentar Caifás y sus compañeros! ¡Cuánto lamentos brotarán de estos hombres cuando, en el momento de la resurrección, percibirán que han estado delante del real significado de todo el simbolismo practicado en el santuario por ellos! Qué terrible amargura tendrán al descubrir que el Autor del universo y de la vida humana fue maltratado, arrestado y muerto por sus propias manos. Con seguridad habría sido mejor no haber existido jamás que tener una experiencia tan horrible como esa… Recursos Escuela Sabática ©
Por lo menos una actitud correcta tuvo, y fue la de rasgarse las vestiduras, ya que estaban a punto de perder todo su significado. Jesús, el verdadero Sumo Sacerdote vestiría las vestiduras más sublimes de la intercesión celestial. Lecturas adicionales “En el monte se le dio a conocer a Moisés el modelo de los mantos sacerdotales. Se le especificó cada prenda que debía llevar el sumo sacerdote y la forma en que debía ser hecha. Esa vestidura estaba consagrada a un propósito solemnísimo. Esa vestidura representaba el carácter de la gran realidad [antitipo], Jesucristo. Los mantos cubrían al sacerdote con gloria y belleza, y hacían destacar la dignidad de su oficio. Cuando el sumo sacerdote se vestía con ellos, se presentaba como un representante de Israel, que mostraba con su atavío la gloria que Israel debería revelar al mundo como el pueblo escogido de Dios. Nada que no fuera la perfección en vestidura y comportamiento, en espíritu y en palabra, sería aceptable para Dios. Él es santo, y su gloria y perfección debían representarse en el servicio terrenal. Nada que no fuera la perfección podía representar adecuadamente el carácter sagrado del servicio celestial. El hombre limitado podía rasgar su propio corazón mostrando un espíritu contrito y humilde, pero no debía rasgar los mantos sacerdotales”. “El sacerdocio se había pervertido de tal manera, que cuando Cristo declaró que era el Hijo de Dios, Caifás con fingido horror rasgó su manto y acusó de blasfemia al Santo de Israel”. “Muchos que afirman hoy que son cristianos están en peligro de rasgar sus vestiduras haciendo una demostración de arrepentimiento, aun cuando su corazón no se ha enternecido ni subyugado. Por eso hay tantos que continúan fracasando en la vida cristiana. Se manifiesta un aparente dolor por el mal, pero su arrepentimiento no es aquel del cual uno no necesita arrepentirse” (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1079, 1080). “Por haber rasgado así su vestidura, con un fingido celo, el sumo sacerdote podría haber sido procesado ante el sanedrín. Había hecho precisamente lo que el Señor había ordenado que no se hiciera. Estaba bajo la condenación de Dios, pero pronunció sentencia contra Cristo como blasfemo. Hizo todas sus acciones en relación con Cristo como un juez sacerdotal, como un sumo sacerdote en el ejercicio de sus funciones; pero no lo era por designación de Dios. El manto sacerdotal que rasgó para impresionar al pueblo con su horror por el pecado de blasfemia, cubría un corazón lleno de impiedad. Actuaba inspirado por Satanás. Bajo una suntuosa vestidura sacerdotal estaba cumpliendo la obra del enemigo de Dios. Esto ha sido hecho vez tras vez por sacerdotes y gobernantes”. “La vestidura rasgada puso fin al sacerdocio de Caifás. Con su propia acción se descalificó para el oficio sacerdotal. Después de la condenación de Cristo no pudo actuar sin mostrar la ira más irrazonable. Lo castigaba su conciencia torturada, pero no sentía ese dolor que induce al arrepentimiento”. “La religión de los que crucificaron a Cristo era un fingimiento. Las vestiduras sacerdotales, que deberían haber sido santas, cubrían corazones que estaban llenos de corrupción, malignidad y crímenes. Interpretaban que la piedad era una fuente de ganancias. Los sacerdotes no eran nombrados por Dios sino por un gobierno incrédulo. El cargo del sacerdocio era comprado y vendido como bienes comerciales. Caifás obtuvo el cargo de ese modo. No era un sacerdote nombrado por Dios según el orden de Melquisedec. Se Recursos Escuela Sabática ©
dejó comprar y vender para obrar iniquidad. Nunca supo lo que era ser obediente a Dios. Tenía apariencia de piedad, y eso le daba poder para oprimir” (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1080).
Vestiduras de burla Lucas 23:10, 11; Marcos 15:17-20 ¡Cuánta humillación alguien puede ser capaz de soportar cuando ama verdaderamente! Dios soportó la tiranía, la persecución, el odio y la humillación de aquellos a quienes había creado. Soportó, hasta su último aliento de vida, toda la injusticia y la maldad para traer el beneficio de la salvación y bendición eternas. Sus vestiduras eran motivo de burla, pero mal sabían ellos que las vestiduras manchadas y arruinadas que estaban sobre él eran las vestiduras de cada ser humano que estaba siendo llevado a la cruz y a la muerte. Estas vestiduras pueden ser un símbolo de las vestiduras humanas que Cristo aceptó llevar sobre sus hombros golpeados. Cuánta insensibilidad hay en el corazón humano… Incluso en nuestros días la ceguera humana ha provocado que las personas actúen con extrema insensibilidad ante la historia y el sacrificio de Cristo. Burlas y chistes se hacen en nombre de Dios y las historias bíblicas y hay personas que hay soltado carcajadas en diversos escenarios ante las cosas más sagradas. Nosotros mismos debiéramos tener mucho cuidado de no caer en esta trampa, la de transformar la Palabra de Dios en historias cómicas. La Palabra de Dios, la historia de Jesús y las narraciones bíblicas fueron reales y revelan la seriedad del conflicto entre el bien y el mal que se está librando por nosotros o contra nosotros. Mientras algunos que se burlaron de sus vestiduras, hubo otros que las observaron con horror y espanto. Hoy, del mismo modo, mientras algunos se burlan de Cristo y sus verdades, otros, por temor y amor, se entregan sin reservas. Lectura adicional “Los perseguidores de Cristo habían procurado medir su carácter por el propio; le habían representado tan vil como ellos mismos. Pero detrás de todas las apariencias del momento, se insinuó otra escena, una escena que ellos contemplarán un día en toda su gloria. Hubo algunos que temblaron en presencia de Cristo. Mientras la ruda muchedumbre se inclinaba irrisoriamente delante de él, algunos de los que se adelantaban con este propósito retrocedieron, mudos de temor. Herodes se sintió convencido. Los últimos rayos de la luz misericordiosa resplandecían sobre su corazón endurecido por el pecado. Comprendió que éste no era un hombre común; porque la Divinidad había fulgurado a través de la humanidad. En el mismo momento en que Cristo estaba rodeado de burladores, adúlteros y homicidas, Herodes sintió que estaba contemplando a un Dios sobre su trono” (El Deseado de todas las gentes, p. 679).
“Repartieron entre sí mis vestidos” Juan 19:23, 24; Mateo 27:35 Entre todos los relatos de la Biblia, éste, sin duda, es el más significativo. El centro del conflicto entre el bien y el mal estaba llegando a su apogeo. La cruz fue el punto culminante de toda la historia de la redención. Aún cuando la finalización del conflicto sea algo significativamente especial, no obstante, nada podría ser más tremendo que la cruz del Calvario. Recursos Escuela Sabática ©
En la cruz Jesús pudo contemplar muchos hechos y acontecimientos. Sus ojos pudieron ver el sufrimiento, la injusticia y la mirada aprensiva de los que estaban presentes. Posiblemente también haya fijado su vista en los soldados que se estaban repartiendo sus vestiduras. Tal vez pudo redoblar sus fuerzas al ver esa escena, que había sido profetizada. Luego sus sufrimientos terminarían y, con ello, la esperanza de vida eterna para los que depositaran en Él sus pobres vidas. ¡Qué escena debió haber sido esta! De un lado, Satanás y su comitiva; del otro, el Padre y sus huestes celestiales. Jesús no pudo contemplar a ninguno de las dos facciones, pero más allá de esto, estaba allí el tablero montada y la jugada maestra para el jaque mate que Dios estaba esgrimiendo. Satanás intentó vencerlo por la fuerza, pero Dios triunfó a través del amor y la bondad. Satanás se sintió victorioso al ver a su Rival agonizando en la Cruz. Pero no tardó en darse cuenta de que su grito de victoria se convertiría en un grito desesperante de una competa derrota. Lectura adicional “En los sufrimientos de Cristo en la cruz, se cumplía la profecía. Siglos antes de la crucifixión, el Salvador había predicho el trato que iba a recibir. Dijo: ‘Porque perros me han rodeado, hame cercado cuadrilla de malignos: horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; ellos miran, considéranme. Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes’. La profecía concerniente a sus vestiduras fue cumplida sin consejo ni intervención de los amigos o los enemigos del Crucificado. Su ropa había sido dada a los soldados que le habían puesto en la cruz. Cristo oyó las disputas de los hombres mientras se repartían las ropas entre sí. Su túnica era tejida sin costura y dijeron: "No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, de quién será" (El Deseado de todas las gentes, p. 695).
Gilberto G. Theiss Traducción: Rolando D. Chuquimia RECURSOS ESCUELA SABÁTICA ©
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