ME HE DESPERTADO SIN SABER 2 SI CONTINÚO SOÑANDO. Ana Himes - De la razón y la sinrazón -

PORTADA ME HE DESPERTADO SIN SABER SI CONTINÚO SOÑANDO 2 No estoy muy segura de estar dentro de estos cientosesentaycinco centímetros de extensió

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PORTADA

ME HE DESPERTADO SIN SABER SI CONTINÚO SOÑANDO

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No estoy muy segura de estar dentro de estos cientosesentaycinco centímetros de extensión vertical. No estoy muy segura de que estas piernas y estos brazos me pertenezcan. Tampoco siento como míos esos pies que asoman por el borde de las sábanas y que hacen sentirme fuera de contexto. Nunca me gustaron mis tobillos. A veces me imagino a Hansel y Gretel devorándolos lentamente… No me importa.Estoy rara. Extranjera de mi cuerpo e intrusa de mi cerebro. Siento que los halos que se cuelan caprichosamente por la persiana quieren estamparse contra mis párpados. Lo sentía, lo sabía y lo han logrado. ¡Cataplaf! ¡Maldita sea! No pienso abrirlos. Que se estampen y que luchen. Que se fagoticen si quieren… No me importa. Hago un pequeño escorzo y me retuerzo entre los escasos resquicios que quedan de lucidez.

Ana Himes

- De la razón y la sinrazón -

Si es que algún día la hubo. No alcanzo a recordar qué he soñado. No tengo ni idea de qué he estado haciendo esta noche pero sé que ha sido breve. Muy breve. Masas grises sobrevolando mi cuento y una bandada de picazas en busca de algo que llevarse a la boca. Montañas, más grises aún, que se aventuran a alzarse como cohetes esperando que el contacto con el exuberante cielo les haga brotar remansos, meandros y praderas. Una mano que lanza cantos y guijarros sobre las nada turbias aguas. Cantos y guijarros que imprimen su huella en la superficie y que, como todo estrepitoso estallido, provocan surcos menores que desaparecen tras unos minutos. Nunca pasa demasiado tiempo, pero sin embargo tampoco nunca me he detenido y he esperado hasta cerciorarme que no queda ni un solo surco, hasta ver que, literalmente, las aguas volvían a su cauce. No me siento culpable. Tampoco recuerdo mucho más. Quizá una sombra… Quizá la tuya. Alguien estaba allí en calidad de espectador. Alguien que, a pesar de ello, también pretendía estamparse contra mis párpados. Energías en el aire. Expresiones dóciles y una alfombra turca invitándome a subir. De nuevo esa mano. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco dedos; sí, era ella. Mis neuronas piden refuerzos y mis pies siguen asomando por las sábanas.

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MAL QUE NOS PESE

SÍNDROME DE DIENTES FANTASMAS

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5 Seguiremos existiendo mal que nos pese. Kilos y kilos de peso de existencia. Kilos y kilos de peso por pesar. Viajes 2000, estación futura y tiempo muerto. Viajes 3000, estación antojo y lengua fuera. Viajes 3400, estación mutante y cielos abiertos. Viajes 2000, de nuevo a la tierra. Las manchas de la piel se quedan en el aire, no se atreven a impregnarse nuevamente en esa dermis oxidada de falta de caricias y de heridas mal curadas. Las pecas deciden hacerles compañía. Pecamanch. Comunión armónica de vivencias rasgadas que se niegan a ubicarse en ese mismo cuerpo, en esa misma sangre. Pigmentación de zinc y carbono. Pero los animales no quieren entrar en el Arca. Noé está muerto y en su testamento sólo pidió un deseo: no reencarnarse. A mí me parece bien, me parece correcto como diría Cristina. Si no quieren entrar que no entren pero en el pasillo hacen un flaco favor a sus otras compañeras, a esas otras anodinas manchas que no sé si son manchas por ausencia de pigmentación o por exceso de la misma pero que han optado por cobijarse bajo el abrazo de la limpia piel. Estaciones de paso que pesan por no pasar. Paradas innecesarias y estúpidas. Puertas que se abren sin haber pulsado el botón verde. Paisajes embriagadores tras el cristal No sé cuál es mi parada ni qué centímetro epitelial escoger. No sé porqué me expreso en esta última frase de este pequeño relato que no pretendía autobiografiar mis pupilas.

Cuerpos transparentes que dejan entrever almas opacas Párpados a media altura que ocultan pupilas contraídas Dedos encojidos que engañan a muñecas rotas Inquietantes pasos que podrían ser zancadas Torsos encorbados que florecen sobre vértebras desencajadas Síndrome de sonrisas olvidadas. Síndrome de dientes fantasmas

PARIENTES LEJANOS

ANOCHE PASÉ FRÍO

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7 He dejado pasar el vagón. Demasiada gente corriendo y pretendiendo enlatarse en un mismo habitáculo. Creo haber sentido abulia y miedo. Sí, un poco. Mejor me quedo en este intento de banco, en esta barandilla de metal que a pesar de carecer de ergonometría alguna, me resulta más o menos cómoda. Creo que es el contexto, las ganas de quedarme aquí y renegar del mugriento andén las que han promovido la respiración profunda que acabo de tener. Inspiro y espiro sucesivas veces sin perder de vista todo aquello que mi campo binocular alcanza. Ha pasado otro tren. El 16 creo que era. Joder, ¡cuánta gente! Patas y más patas de bípedos que por momentos he llegado a confundir con las del perro guía de la invidente que ahora mismo tengo a mi derecha. ¿Saben lo que ponía en el lomo del can? “no me toquen, estoy trabajando”. Yo no, creo que no, aunque mis obligaciones me hacen dudar de ello. Me encantan los números primos. Son tan genuinos… En el siguiente vagón me subo. ¿Será él?



Como empieza ese fragmento de no recuerdo qué: anoche pasé frío.

Mi ventana estaba cerrada y mi cuerpo gélido reposaba sobre la alfombra. Las ventanas a cal y canto. ¿Por qué tengo frío? Me permití el lujo de clausurar las entradas y salidas de oxígeno proveniente del espacio exterior. Si habría de oxidarme sería con mi propia combustión. Así lo siento. Nadie me ha mandado meterme en este berenjenal amarillento. Tan sólo yo. Tan sólo yo he de pudrirme entonces. Es más, creo que ni siquiera tengo derecho a expulsar esas partículas de putrefacción a ningún ser circundante. Sin embargo no me pudro. Inexplicablemente la única planta que sigue viva aquí dentro me cede generosamente su oxígeno y mis pulmones lo aceptan con simétrica generosidad. No me pudro. No por el momento. Me vino bien el vaso de agua. Alimento vivo, vida alimentada. Aún no me atrevo a abrir la ventana pero decido hacer una colada. El olor del suavizante resucita mis sentidos y mi ánimo.

REFRANERO

TIRA MILLAS

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9 El que avisa no es traidor dice el refrán castellano. No estoy de acuerdo. No lo estoy y explico porqué. Si yo, sujeto A, te digo a ti, sujeto B, “oye, mira, que te voy a sacar tu ojo derecho de la órbita”. Y voy y lo hago. Meto mis dedos en la cuenca de tu ojo y, al tiempo que aprieto con ahínco mis uñas en él, agarro fuerte y tiro hacia mí. Muy fuerte. Los bastones flotan en el aire y mi mano y tu rostro quedan ensangrentados. ¡Ah, se siente! Avisado estabas sujeto B. ¿Traidor yo? ¿de qué? Mira que te avisé. Te advertí que esto podía suceder así que ni se te ocurra derramar una lágrima. Bueno, tampoco sé si podrías. Ya no sé si podrías… Quizás si pusieras mucho-mucho empeño porque la rabia, el asco y el odio que estás sintiendo hacia mí se expulsaran a través de tus ojos, quizás entonces tu desarrollado cerebro haría que del sangrante ojo que porto en mi mano saliesen unas cuantas lágrimas. Colirio y sangre. Y coño, deja de mirarme así. ¡¡Los piratas me dan grima y tú ahora eres un puto pirata!!. Te lo advertí: te sacaría el ojo derecho. Las traiciones pasan desapercibidas por el alma y mi alma aún no ha llorado. Tampoco ha sangrado. ¿Entiendes ahora por qué no estoy de acuerdo? Cada cual es reo y rehén de sus actos.

No pido peras al olmo. Soy consciente de los umbrales de la realidad, la imaginación y el empirismo. Además, creo que mis peticiones no comulgan con fantasías. Quizás hace uno o dos meses podría dudar de esta afirmación pero hoy, siete de Diciembre, merezco sentir la gratificación de haber apartado toda utopía de mi materia gris y del alejado órgano visceral que por el momento no se cansa de bombardear sangre. Merezco dejar de pensar. Merezco que mis neuronas y conexiones se reseteen. Resetear he dicho, efectivamente, no resucitar. Confío en ellas y en las no pocas alegrías que me han dado hace tanto y tan poco tiempo. ¿Qué input será el que logre excitarlas? Probaré con unos guisantes crudos. Doble satisfacción entonces. Hasta hace poco todo parecía ambiguo, todo parecía estar en un segundo o tercer plano. A mis huesos y músculos también los incluyo aquí. Ya no. Ahora no hay anfibología que valga. Te doy las gracias. Qué tendrá el asfalto y las grandes y medianas avenidas. Creo que si me quedara coja podría morir de inanición, ahogamiento y tara de levitación. Los pies en la tierra y tira millas. Mis disculpas.

EXTRAÑO PERO CIERTO

TE NECESITABA

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11 Sus vidas ya se habían cruzado en alguna otra ocasión pero aquel día las costuras de sus vaqueros no se atrevieron a saludarse. Podría haber sido mucho más fácil pero sus ropas así lo decidieron. Nada que reclamar.

Cada día enriquecerme con tus palabras. Hacerlo también con tus silencios. Mis labios ceden la voz a mis ojos. Hay cosas que aún no saben cómo expresar.

Tuvo que morirse Laura y enfermar gravemente su tío Gonzalo para que sus cuerpos y sus rostros volvieran a encontrarse.

Cada día esperar tu llegada a casa como el que espera a su patrono sin necesidad de que éste lo sea. Nerviosa por contemplar tu rostro y por abrazar tu pecho. Buenas noches cariño, he venido para quedarme. Lapiceros de colores por el suelo y una placentera y profunda respiración de fondo.

En el fondo él lo prefería así. Decía que los tanatorios están repletos de bombas de éxtasis sentimental. Es extraño; parece haber más sentimiento en los tanatorios que en las clínicas de maternidad. Inversiones sensitivas. Hipérbaton cultural.

Debemos protegernos. Hay demasiada gente mala ahí fuera. Debemos querernos. Hay excesivos sucedáneos de ternura ahí fuera. Poco a poco las paredes van impregnádose de lo que nunca antes sintieron: orgullo de pertenencia. Ésta es mi casa -se dicen- mientras las esquinas sonríen. Su blanca y pulcra palidez por momentos se torna cálida. ¿Acaso las paredes no pueden sonrojarse? Esos mismos tabiques les han prometido callar. A nadie contarán cuán bonitos son sus días y sus noches. No lo harán porque a nadie más interesa. ¿Por qué será que siempre lo supe? Forjando valores que no pueden quedarse entre ese cuerpo y este cuerpo. Deshechos de odio, hechos de amor. Quiero volver a creer en príncipes y princesas, en sapos y en bellas durmientes. Quiero volver a pensar, aunque sea ingenuamente, que el lobo nunca derribó la casa del tercer cerdito. Sólo era un cuento... Quiero volver a creer en dos manos ajadas y entrelazadas. Las mismas manos. Gracias por bombardear mis glóbulos rojos y oxiginar mis pulmones. Necesitaba tu llegada.

MARSUPIALES Y BURBUJAS

PALABRAS MÁS. PALABRAS MENOS

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13 Los márgenes del río estaban turbios. Lo intuía. El agua no cesaba de cambiar de rumbo ni de escupir pequeñas burbujas que explotaban al mismo tiempo que afloraban a la superficie. Creía que era la falta de oxígeno subacuátivo lo que provocaba esos estallidos casi constantes. Sin embargo, algo le hizo dudar de ello. Ultrasonidos, burbujas más pequeñas y concéntricas y, sobretodo, demasiada quietud. No le gustaba la excesiva tranquilidad. La perdurabilidad de la calma le hacía sospechar de la misma. Ciclotómico: después de la tormenta llega la calma, por lo tanto, después de la calma, no queda otra. Uno, a lo sumo dos minutos, malgastó en este pensamiento. Sus órganos reaccionaron simultáneamente y, como si de un cangrejo mutado a saltamontes se tratara, retrocedió los metros justos para que el marsupial dragoniano no le atrapase entre las pezuñas de sus pies. El agua ya no era agua. Era barro y moco. Y ella ya no era ella. Era su mitad. ¿La derecha o la izquierda? Palpó su cuerpo. Izquierda... ¡Vaya! ¿Y la derecha? ¡¡Pero si estaba ahí, junto al nenúfar!! La recogió, la adhirió a su otra mitad al tiempo que cerró los ojos con ahínco y, una vez reconstituida y constituida, se acercó a la orilla y aulló dos veces, ni una más. El marsupial no tiene la culpa, se dijo. Sabía que había sido su propio pánico el que había paralizado y segmentado su cuerpo. Al rato, comenzó a sentir una extraña necesidad de hacer el pino entre las charcas y la hierba. Apoyando las manos y los pies giró y giró como una maltrecha rueda de carro. Casualidades o no, ningún obstáculo se interpuso en el infantil camino que trazaba con cada voltereta. Rotando lateralmente sobre su eje vertebral alcanzó la casa de su tío. Y allí se quedó, con quien era su padrino, hasta que de nuevo llegaron las uvas y el invierno.

Hace días que no echo azúcar en el yogurt Frente a frente con la amargura He dejado de aclararme en la ducha con agua caliente De bruces con los gélidos recobecos de la vida Ya no coloreo mis spaguetis con tomate Las cosas, mejor sin bisoñé Tiré a la basura mi última goma de borrar Tomar conciencia de cada acto Sigo teniendo ojo avizor. Sigo sientiendo aprensión Pero no puedo evitar sonreir. Las cosas irán bien

CONVERSACIONES EN UNA SALA DE ESPERA

14 (Intervenciones parafraseadas de un grupo de señoras antes de entrar a la consulta médica) - ¡Ay hija! No le he querido dar dos besos porque como está acatarrada pues... - Ya. Yo vine a ver a mi hija - Claro, claro. Siéntese, anda, siéntese - ¿Sabe una cosa? Que he venido a ver a mi hija - Ya, ya... - ¿María Alonso? - Yo - Pase detrás de la señora. - ¡Ay, se llama como la chica de la Sole! - ¿Quién? - Esa chica, ¿la ve?, esa. Se llama María Alonso - Oooooy, ooooy, igualito - He oído mi nombre - No, no era su consulta. Espere aquí hasta que la llamen - Eloisa - ¿Se llama Eloisa? - Sí - ¿Sabe lo que ha hecho? - Le ha llevado las dos tijeras a Pilar. Las suyas y las mías. Pero, no se las pienso pagar - ¿Yo? - Mujer... - No sé... - Pero no se las voy a pagar - Ay, las tijeras, las tijeras... Yo tengo un par en casa: uno para la Grego-ria, mi vecina, y otra para mí. - ¿Y eso? ¿Para su vecina? - Sí hija, es que como tiene alzheimer pues a veces no las encuentra y el otro día me dio un juego su hija, para cuando viene Gregoria a casa a pedírmelas - Mucho cuidado - La cantidad de cosas tienen que pasar... - Ella todo el día está cosiendo - Sí. Hace unas cosas bonitas de verdad - ¿Y qué hace? - Unas cosas muy bonitas: bolsitos, chaquetas... - Es que a mí me gusta coser - Esa suerte que tiene. Déjala

- Es que yo en la habitación sola, ahí mirando las musarañas no puedo estar ni diez minutos - ¿Y eso por qué? - Pues yo no sé porqué hija, pero no puedo - Adios, a mí ya me toca - Hasta luego. ¡Adios, adios! - ¿Tiene una bolsita para meter todo esto? - Ay, yo sí - ¿Sí? - Espere... Yo es que siempre llevo bolsas por si acaso - Pues bien hace - Si es que aunque sea una pequeñita, siempre viene bien - ¿Y qué le ha dicho el médico? - Que tengo que volver - ¿De veras? - ¡Si llevo de médicos toda la semana! - Es que hija, ya no somos unas muchachitas - Todo mal - Pues que cambie para mejor - ¿El qué? - Nada, nada... - Siempre a mejor, ya, pero es que yo tuve que venir el martes y ya ves, aquí estamos otra vez - Ay, no no. Yo ya hoy me he lavado la cabeza - Claro, como debe ser - Y ahora aquí, esperando - Es que según dicen, ella ha durado tanto porque... - ¿Por qué? - Pues porque la han tenido entre algodones - Ya, pero otros más jóvenes no pueden - Pero si ella podía pues mira qué bien - Lo principal es la salud - Sí, la salud, hasta que no nos falte... - La salud y el trabajo - Sí hija, pero primero la salud - Sí, es verdad. Porque mira el marido de Rosi, tantos años en la empresa y resulta que cierra y ahora, ¡adios trabajo! - Si es que nunca se sabe, por eso la salud es lo primero - Pues a mí lo de coser es que... Mira, esta camisa me la he hecho yo - ¿Usted? - Sí, una misma. Mire que bien me han quedado las costuras. Y los ojales, mire... - ¡Madre mía, qué bonito! Yo no sé. Ni idea - Pues es que lo que uno no puede hacer es hacerlo mal porque un disfraz es un

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disfraz y una camisa es una camisa - Claro, claro - Si es que hija, hay problemas en todas partes. Y la vida no es color de rosa - Yo me pongo un dodotis - Sí, claro - Uno o dos, porque a veces se me escapa un poco y, por si acaso... Ayer o no sé cuando, pues no nos lavaron - ¿Eloisa de la Vega? - Yo, yo - ¡Mira qué bien! Una que ya entra... - ¡Hala, adios! - ¿A quién llaman? ¿A Elisa? - No, a Eloisa de la Vega - Ah, vale, disculpen - Después voy yo - Sí, ya te queda menos. Paciencia...

SIENTO, LUEGO EXISTO 17 Tengo una vida mía, la PENSADA. Y otra vida algo más ajena, la VIVIDA. Dos transcurrires simultáneos que ni siquiera por momentos se vuelven tangenciales.Quisiera controlarlas del mismo modo pero me cuesta mucho esfuerzo. Mucho. Puede parecer extraño pero me resulta más real la primera. La vida pensada es procesada por mi cerebro y pasa de algún modo, por mi consciente, ocupando un tiempo infinitamente mayor en mi persona. La vida vivida se me escapa entre yema y yema. Es demasiado cortoplacista. Aristipo decía que las impresiones son el único dato seguro. Dosmilcuatrocientostreinta años desde entonces y, efectivamente, creo que sólo podemos estar seguros de nuestras sensaciones. Siéntete. Déjate sentir

WHEN I WAS...

ESPECTROS OPACOS DE SÍ MISMO

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19 De pequeñita no quería crecer. Tampoco quería dejar de ir al parque y hacer casitas con cáscaras de castañas a las mariquitas. Eludía dejar de construir montículos de arena que jamás llegaron a simular castillos. Me hubiera gustado seguir haciéndome la dormida para que mi padre me cogiese en brazos y me colocase estratégicamente entre su pecho y su hombro. Hubiese regalado mi colección de cromos del Mundial de Estados Unidos si alguien me hubiera prometido que hoy podría continuar disfrutando de esas meriendas vespertinas, con mi vaso de leche y las galletas “tostada” mientras veía a Chema el Panadero. Quizás incluso hubiera derramado unas pocas menos lágrimas de cocodrilo si pudiese continuar disfrutando de esos domingos de gominolas, paseos y juegos con la goma elástica. Reminiscencias melancólicas de una dulce infancia sin cesiones.

A veces dudaba de si su sombra era un decente compañero. Es cierto que en no pocas ocasiones se había sentido protegido por ella pero en otras creía estar solo, prácticamente solo. Le daba pena que anocheciese. Sabía que durante esas horas de nocturnidad, silencio y confusión aquella parte de sí lo abandonaba. En la penumbra de su calle, sin luz alguna que alumbrara los adoquines y que diese de comer a su espectro, se sentía desprotegido. El alimento de su sombra era también su aliento. Caminaba con sigilo pero sin miedo hasta alcanzar el portal. También a oscuras, tanteaba la cerradura y avanzaba sin reparo hasta el final de la planta baja. El entresuelo tercera era una buena combinación alfanumérica para vivir. Silencio y estima por la reflexión lumínica.

UNA GALLINA COMIENDO GARBANZOS EN LA M-40

SOMOS LUZ

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21 A doscientos metros a la derecha, salida de emergencia A trescientos metros a la izquierda, acceso a la M-40 Pause. Dificil decisión Primer plato: garbanzos, paella o puré de calabacín Segundo plato: sopa de letras, acróstico o sopa de caracol Postre: lo sentimos pero se nos han acabado los postres. Tendrán que venir otro día a probarlos ¿Para beber?-No bebemos, somos agnósticos. Gallinita-gallinita, ¿qué se te ha perdido? Una aguja y un dedal. Pero hombre gallinita, no debieras haberte molestado. Los botones de la camisa me los cose mi prima. Toma: tu aguja y tu dedal. Y ahora media vuelta y regresa al corral, que los huevos esperan tu abrupta llegada.

Por si acaso mañana el sol decide apagar su prematuro despertador y también por si acaso la luna opta por cobijarse en su cómoda penumbra; por si acaso, hoy irá a los aledaños. Su cestita de mimbre y una linterna de treinta voltios, pasos de caracol y vista de lechuza durante varios cienes de kilómetros. No cuenta con demasiada experiencia pero sus sentidos descriminan perfectamente y no malgastan grados energéticos en desacertar la captura de sus presas. Presiente, se acerca, lo atrapa con la mirada, se agacha, palpa y a la cesta. Decidió que con siete era suficiente así que cuando hubo recolectado la séptima volvió colocando delicadamente las suelas sobre sus mismos pasos. Aquel regreso fue muy largo, tanto que las luciérnagas aprendieron, como su amo, a soñar despiertas.

CALAMBRES PASADOS POR AGUA

ASÍ NO TE QUIERO

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23 Era temprano para comenzar el día pero su cuerpo empezó a sentir ligeros calambres cada vez que las sábanas lo rozaban. Estas pequeñas pero incómodas descargas morían siempre en el dedo índice de la mano derecha. Dio igual que Gloria se destapara hasta que las sábanas cubrieron solamente las pantorrillas. En el momento en que ese tela de uno con ochente y dibujos de tortugas y ardillas rozaba cualquier parte de su tronco y sus exremidades, la yema del dedo se le contraía repentinamente. ¡Joder! ¿Por qué? Pero si eran sólo las siete y cuarenta... Me apetece quedarme otro poco... Quién o qué querrá que me levante ya, porque esto... esto debe querer decir algo seguro. Va, diez minutos más y si los calambres continúan me levanto. Pufff, ¿ni un mísero minuto? ¡¿ni uno mala pécora?! Bueno, pues nada, como tú quiras... ¡¡Arriba y buenos días!! Lo primero que hizo fue meterse en la ducha. Según estaban cayendo los primeros decilitros sobre su cabeza, se giró 180 grados, apagó el grifo y, apoyando sus apenas mojados pies sobre la alfombra con forma de queso, se miró al espejo. Observó su cuerpo y su rostro como si fuese la primera vez en mucho tiempo, como si unos terceros ojos la contemplaran. ¡Que sí, que estoy despierta, feliz y hambrienta! Sonrió y volvió a la ducha. Ahora, bastante más relajada tras ese autodescubrimiento con grito incorporado, dejó que el agua abriese sus poros y que las voces de Pilar Arzak primero y Virginia Diaz después deleitasen sus oídos a través de la radio acuática de Coca-cola que tenía colgada en una de las esquinas. 8:10. Paz y placer bajo el agua.

Sé que desde hace unos días el sol ha hecho presencia en la meseta y parece que lo ha hecho para quedarse. A corto o medio plazo, pero para quedarse. El caso es que hace una semana o quizás un poco más (durante ese periodo de lluvias intermitentes e inagotables) vi la primera lombriz del año. ¡Sí, la vi!. Ahí, junto a la arena propiedad de un anciano árbol. Estaba acurrucada, contraída, como si algo o alguien la hubiese asustado. Pero ni siquiera esa actitud de indefensión y orfandad superó a la que llevo sintiendo desde que tengo uso de razón: asco. No puedo evitarlo; las lombrices me dan verdadero asco. Continúo experimentando la misma sensación que recorría mi cuerpo hasta traspasar la dermis y trasformarse en una literal y exagerada carne de gallina cuando, camino del colegio, me topaba con ese reptil con el mismo color de piel que yo adquiría en verano. ¡Buuuuag! Si ya solas, en mitad del asfalto, me disgustan sobremanera, cuando salían en comandita mi repudia se multiplicaba proporcionalmente al número de lombrices de esa mancomunidad. Jamás llegué a acostumbrarme a su presencia. Algo similar me pasa con las babosas. Qué feas y gordas son las condenadas. Haciendo fricción con el suelo y depositando sus desperdicios de sudor y lágrimas en forma de baba… Está claro que algo de animadversión deben provocar en la sociedad general cuando su propio nombre es utilizado como adjetivo llevando implícito siempre un matiz peyorativo. Y yo me digo: a aquel primer loco (o aventurero, vale) que se le ocurrió darle un tiento a un caracol, seguro que antes optó por hacerlo con una babosa ¿no? Más magro tiene así que… Pero mmm…muy buena no debía estar cuando las personas optan por la ardua tarea de hurgar con palillos y tenedores entre la cáscara del caracol. Bueno, el caso es que pocos días después de presenciar la escena de la lombriz, vi en la tele un reportaje sobre una de esas ferias que aglutinan a gente variopinta. Se trataba de una feria-certamen de gatos. Una competición nacional donde un jurado especializado en la materia (ja de ja) votaba al mejor felino. Entre todos esos mamíferos preparados para la ocasión durante semanas y meses, apareció un gato nudista. Era uno de esos sphynx. Exhibía con orgullo su pellejo y se paseaba con gracia delante del tribunal. Los realizadores de la cadena fueron hábiles (o quizás todo lo contrario) y permitieron que el plano de esa escena dejase espacio para ver la cara de los niños intercalados entre el público. De nuevo asco, o cuanto menos, muecas de desagrado.

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A modo de díptico proyecté la imagen de la lombriz y la del gato juntos, ambos a flor de piel y pellejo. Acto seguido me vino la imagen de un mandril, y la de un ratón depilado y la de…No pude evitar preguntarme algo: ¿El pelo humaniza las cosas? ¿Acaso nos sensibiliza ver un cúmulo de filamentos capilares? (independientemente de que estemos acostumbrado a ello o no y de que cumpla una función térmica)

RESUCITAR LOS SENTIDOS 25 Sin miedo a dejar de sentir, me acerco a la orilla del mar. ¿Y si mis extremidades se hubieran cansado de tener sensaciones? Poco a poco y despacio como el niño que está aprendiendo a andar. Cautela -me digo-. Cautela. Cada paso algo más cerca de la arena y la sal. Mis pies se funden gradualmente entre la cada vez más blanda tierra. Uno, doss, treees, cuaaaatro... La espuma invade mis pies y añicos de piedras se cuelan entre dedo y dedo. Estoy dentro; primero el tibial, después las rodillas, los muslos... Una maraña de pulgas que hacen caso omiso a la gravedad y al alcance infinito ésta, se apoderan de las plantas de mis zócalos provocando dolorosas cosquillas. Cubierta ya completamente por el agua no me queda sino sonreir: tengo cosquillas en los dedos y mis yemas comienzan a arrugarse. Genial, los remates de mi cuerpo continúan desprendiendo señales.

IN THE AIR

INPUTS FORZOSOS

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27 Sacó su juguete de pompas y desde la esquina de la plaza Alcántara comenzó a soplar por el agujerito redondo. Le costó encontrar la apertura de la boca correcta y la potencia de espiración más apropiada pero todo esfuerzo merecía la pena. El rostro iluminado y la sonrisa como si de una calcomonía se tratara hablaban por sí solos. Una de las pompas, no la más grande pero sí la más valiente, se alzó entre las copas de los escasos árboles urbanos, sorteando cautamente pájaros y palomas. Sin embargo, estaba demasiado inmiscuida en su pasatiempo como para darse cuenta... La burbuja de agua y jabón explotó con la discreción de los globos cuando se deshinchan por sí solos. Pausada y progresivamente. Cómplice del silencio y en el preciso momento de su volatización, ocurrió lo insólito: un halo de glicerina se desgranó entre las nubes provocando el despedazamiento de éstas. Como si de mercurio se tratara, los algodonosos seres se desfragmentaron hasta empedrar literalmente el cielo. Simetría vertical paisajística y oxígeno pulverulento.

Caras inundadas de sobresalto a derecha e izquierda de la butaca. Sienes hinchadas como medusas y miradas lejanas. Ese era el escanario en el que hubo de permanecer durante veinticuatro minutos. Le pareció que pasara una eternidad y media desde que puso el pie en la alfombra granate... Las luces puntuales alumbraban con tiento las suelas del cuerpo desplomado. No había visto excesivas películas policíacas pero por la posición de sus miembros hubiese jurado que se trataba de un asesinato con arma blanca y a sangre fría. Bueno, por sus referencias fílmicas y por el charco de sangre que regaba la zona cero. Estaba aterrado y con los tendones tan compactados que parecían cecina, pero le era imposible no mirar. No tardó demasiado en formarse un grupo de “curiosos de primera línea” a escasos tres metros del hombre que seguía sin dar muestras de vida. ¡Cuánto pavor y cuánto morbo entre los presentes! Una mujer salió de entre la gente gritando como alma en pena: “Paso, por favor, paso”. Apartó a cuentos impedían su camino y casi a punto de hiperventilar miró impávida la escena. Paralizada de la impresión no fue capaz de pronunciar ni una sola palabra. Las lágrimas gruesas y limpias que salieron de sus ojos decían mucho más. El rostro de aquella mujer era el rostro de la compunción y del sufrimiento más visceral. Era imposible no sentir pena al verla... podría perfectamente haber pasado por un personaje de La lista de Schindler. Como si alguien hubiera colocado un ambientador de cebolla, la sala se impregnó de ojos llorosos, y en medio de un sobrecogedor silencio, la mujer dirigió su mirada a los allí presentes y, en un tono sereno y con cierta sorna les dijo: “La función se ha terminado señores. Espero que los nueve euros de la entrada hayan removido sus sentidos”. ELEMENTO VACÍO No puedo evitarlo. Quiero compartir con vosotros la escena que he visto esta mañana cuando salía de casa. A escasos cien metros hay un colegio de educación primaria. Suele coincidir mi camino al metro con la entrada de los pequeños a clase y la verdad es que me alegra su presencia; me gusta ver sus caritas de despreocupación y de placidez descontrolada. Pues bien, entre esa especie de boyscouts escolares he visto lo siguiente: Una madre de unos treinta y cinco años, mirando al frente, dando la mano a su

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hija, de unos cuatro, e igualmente con la mirada pegada en el horizonte. Cada una llevaba un reproductor de música contectado, taponando por completo sus trompas de eustaquio. Ni una sola palabra han cruzado en el tiempo que yo las he observado. Cinco dedos y una palma era lo único que unía su presencia en esos segundos prolongados. Me ha parecido patético, la verdad. O quizás más que patético me ha parecido triste. ¿Cómo una madre y una niña no tienen nada de que hablar? ¿Cómo una madre no quiere compartir con su cría las pequeñas anécdotas del colegio y las palabras que pronuncia con su aún lengua de trapo?. En mi opinión pocas cosas hay más bonitas que escuchar hablar a un niño de cuatro o cinco años y ser testigo de sus ocurrencias, su naturalidad y sus comentarios cargados de ingenuidad e inocencia infinita. Me fui (y sigo) sin entender ese autismo socializado y esa actitud de una madre áspera e insensible.

POR COMPASIÓN 29 No puedo evitarlo. Quiero compartir con vosotros la escena que he visto esta mañana cuando salía de casa. A escasos cien metros hay un colegio de educación primaria. Suele coincidir mi camino al metro con la entrada de los pequeños a clase y la verdad es que me alegra su presencia; me gusta ver sus caritas de despreocupación y de placidez descontrolada. Pues bien, entre esa especie de boyscouts escolares he visto lo siguiente: Una madre de unos treinta y cinco años, mirando al frente, dando la mano a su hija, de unos cuatro, e igualmente con la mirada pegada en el horizonte. Cada una llevaba un reproductor de música contectado, taponando por completo sus trompas de eustaquio. Ni una sola palabra han cruzado en el tiempo que yo las he observado. Cinco dedos y una palma era lo único que unía su presencia en esos segundos prolongados. Me ha parecido patético, la verdad. O quizás más que patético me ha parecido triste. ¿Cómo una madre y una niña no tienen nada de que hablar? ¿Cómo una madre no quiere compartir con su cría las pequeñas anécdotas del colegio y las palabras que pronuncia con su aún lengua de trapo?. En mi opinión pocas cosas hay más bonitas que escuchar hablar a un niño de cuatro o cinco años y ser testigo de sus ocurrencias, su naturalidad y sus comentarios cargados de ingenuidad e inocencia infinita. Me fui (y sigo) sin entender ese autismo socializado y esa actitud de una madre áspera e insensible.

ENCUENTROS ENTRE ADOQUINES

30 Disculpe, ¿la calle Poca pena? / ¿Poca pena? Ni idea, es la primera vez que la oigo / Perdone caballero, ¿sabe dónde está la calle Poca pena? / Mmm, me suena pero no sé decirte / Joder, pues sí que estamos buenos. Ni cristo sabe dónde está la dichosa calle / Señora perdone, ¿para ir hacia la calle Poca pena? / Está cerca de la calle del Rocío, ¿verdad? / No sé, no lo sé / Sí, yo creo que sí. Mira, es por allí. ¿Ves ese kiosko que está en la esquina? Pues en esa transversal te metes a la izquierda. En esa misma acera verás una tienda de fruta que pone los puestos en la acera, excelente la fruta eh hijo? Excelente. Bueno, pues cuando te cruces con la calle Tres olivos, ahí giras a la derecha y esa es la calle Poca pena / Vale, gracias señora / ¿Te ha quedado claro, no? / Sí, sí, creo que sí / ¿Cómo que creo que sí? / Que sí, que sí / No sé si creerte… va, te acompaño, que no tengo prisa. Y así ya aprovecho y compro unos kiwis y unas cerezas en la frutería / No hace falta señora, de verdad / Que ya sé que no hace falta pero es que así voy a la frutería, ya te he dicho… / Bueno, como quiera / Pues hala, vamos!. ¿Y qué vas hijo, a alguna entrevista de trabajo? / No, voy a recoger a mi loro Pigmeo Micropsitta / A mira tú por dónde… qué pasa que has estado fuera y se lo has dejado a algún familiar para que te lo cuide? / No, qué va. Se perdió hace tres semanas. Se escapó un día que a mi madre se le olvidó cerrar la puerta de la jaula / Vaya faena. Menudo susto te habrás metido, no? / Pues sí, la verdad es que sí pero bueno, por suerte los carteles que pusimos por todo Madrid han surtido efecto / Los carteles y la buena voluntad de la gente, que no se te olvide… Oye, y ya por curiosidad, tu loro es de esos que habla? / Puf, un montón, no calla / Y qué dice, qué gracioso, es que me parece increíble que esos bichos hablen… / Pues sabe unos cuantos poemas de Miguel Hernández, canta el himno del Rayo y lo más curioso es que imita perfectamente el sonido de los móviles de todos los de la familia / ¿De verdad? / Sí, el de mi padre, el de mi madre, el de mi hermana y el mío. Nos volvemos locos cuando lo hace / No me extraña, menudo pájaro jeje. Pues me alegro de que hayáis encontrado el loro ese porque quieras que no se les coge cariño supongo, no? / Sí, mucho, la verdad / Nada, ahora a cuidarlo bien y a darle sándwiches de nocilla, que he oído que va muy bien para los pájaros / ¿Nocilla? / Sí, nocilla, pero de la negra, de la de toda la vida eh? No de esa blanquecina que parece manteca de cerdo / No sé… / Que sí, tú hazme caso a mí; nocilla y corteza de pomelo, ya verás qué plumas más hermosas se le ponen / Es la primera vez que lo oigo pero bueno, si usted lo dice… / En fin, yo voy a ir a entrar a la frutería a por unos kiwis para mí y para mi marido, que yo no sé qué le pasa últimamente pero le cuesta un mundo ir al baño, no hay manera. ¿Tú qué tal vas, hijo, bien? / Hombre señora, no creo que le importe / Ay, esta juventud, qué pudorosa es madre mía. Luego ahí están, cada día con unos y con otros, como animales en celo pero después les preguntan que qué tal van al baño y se mueren de la vergüenza! Ay… / Bueno señora, yo voy a ir adelantán-

dome, que ya llego tarde / Vale, como quieras. Que te vaya bien la entrevista muchacho / Que no voy a ninguna entrevista, ya se lo dije / Eso es lo que tú te crees, ya veremos…

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SOPA DE LETRAS

REENCUENTROS JUGANDO AL ESCONDITE INGLÉS

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33 Cada vez que tus palabras se crucen con mis colmillos cada vez que tus nudillos se unan a mi entrecortada respiración cada vez que el chicle se quede sin sabor pensaré que el dado tiene siete caras Si entre página y página de esta tragicomedia transformada en días pares e impares encuentrras un “volver al capítulo 3”, no preguntes porqués ni esperes pareceres, hazlo y ya está Si la cuchara se desploma mientras comes sopa de letras, no recojas la cuchara e intenta reanimar a las vocales y consonantes que ahora se quedaron sin patas Si se te olvidó sacar la horquilla de la lavadora y las sábanas se tiñeron de óxido, puede ser una buena ocasión para preparar una jornada campestre -Pañales de bronce y ventrículos inmunes-

Era día de ir a comer a casa de la tía Montse así que tocaba ponerse sí o sí la bendita ropa de los domingos. Anda que... y que siga llamándose ropa de los domingos... Pues no, no le apetecía plantarse esos pantalones con la raya del planchado haciendo las veces de mediana en cada pernera. Estaba cansado de esa columna dorsal en forma de pliegue. - Mamá, ¿dónde está mi pantalón vaquero gris oscuro? - ¿Para qué? - ¿Cómo que para qué? ¡Que dónde! Rebeca se levantó del sofá y fue a la habitación de Diego. - ¿Qué quieres? a ver... - El pantalón gris. ¿Dónde lo has puesto? - Ay Diego leches, no digas chorradas, ¿cómo que dónde lo he puesto? pero si hace siglos que no te lo veo - Pues por eso precisamente, me apetece ponérmelo hoy, ¿qué pasa? - Mira a ver en el canapé. Debe estar en alguna de las cajas Diego buscó y rebuscó debajo del colchón, sacando sin piedad cuanta ropa veía. Sin piedad y sin criterio - ¡Mamá, yo aquí no veo nada! -gritaba mientras iba poco a poco haciendo sin darse cuenta una segunda alfombra con los nikis, jerseys y pantalones que sus dedos atrapaban. - ¿Seguro que están aquí, maja? - Pero qué pasa, ¿que al final voy a tener que ir yo o qué? Los zapatos de Rebeca sonaron firmes y sólidos por el pasillo. - ¿Qué pasa, que no lo encuentras, no? - ¡Es que no está! Rebeca miró en un par de sitios y a la tercera, sin que hubiese pasado un minito, extrajo el pantalón gris - Toma, ya lo tienes. No está, no está... - Vale, gracias -Tschhhh, ni se te ocurra marcharte sin recoger esa maraña de ropa, que nos conocemos. Diego se fue a su cuarto, se puso la camisa negra de manga corta y se probó los míticos vaqueros. Aún con cierta incredibilidad comprobó qe le valían perfectamente, incluso le quedaban algo mejor ahora que había engordado un poco y se le marcaba más el culito. Se miró nuevamente al espejo. Rotación a la derecha, rotación a la izquierda... Metió sus manos en los bolsillos traseros y... ¡Bualá! ¡Sorpresa! Un billete de 5.000 pesetas. 5.000 pesetas. Apenas recordaba ese color marron y verdoso y la cara de Cristobal Colón plantada en el medio

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- ¡¡Mamá, cinco mil pesetas!! ¡He encontrado un billete de cinco mil pesetas! - Mira qué bien, una pequeña aportación a esos 300.000 millones de pesetas que todavía guardamos los españoles en cajones y bolsillos. Manda narices, ni que nos sobrase el dinero, 300.000 millones, ¡se dice pronto!

ODA A LA IMPROVISACIÓN (PART I) 35 - He dicho que te calles / Y yo he dicho que no digas - Date en el alma y aprenderás - Antes de hombre fui sueño. Dejadme descansar - Cleo era feliz, siempre lo fue - No me interesa dejar de ser. No quiero tu ayuda que me absorbe. Ya no te quiero - Pasaron los días, pasaron los meses. Ya lo sabía, nunca volvió - Intentó de nuevo atravesar el muro pero su tronco se quedó adherido a los ladrillos. Nunca más pudo separarse. Su corazón sigue latiendo junto al bordillo - No digas que no sabes, di que no quieres pensar - Yo haré del hombre que no existe una mujer mil veces más bella que él - No llores más Luna, ya te queda menos / Pero yo no quiero / Lo sé. La gente no te valora ni justiprecia. Si no quieres no salgas, aunque quizás algunos mueran por no ver tu luz / Mas mi luz ya ha muerto - La hormiga dejó de pensar. Contó hasta doce y en apóstol se transformó - ¡¡Imbécil!! ¿Cuántas veces más has de equivocarte? - Exprime tu vista hasta que un líquido naranja asome por tus ojos - Todo, absolutamente todo, es digno de interpretarse como bello - Come y calla

ODA A LA IMPROVISACIÓN (PART II)

ALQUITRANES Y CORBATAS

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37 - Mi pequeño maestro se ha dormido. Me duele. Ya no quiero aprender - ¿Crees ser feliz? ¡Perfecto! Es el mejor modo para serlo - El júbilo viene y deviene con la jubilación - No te escondas, sé dónde encontrarte / ¿Ah, sí, dónde? / En la silla, sentado - Ante las desgastadas y rotas ruedas de un viaje imaginario, le dije: ¿Me ayudas a abrir el mar? - Si fuésemos capaces de habitar en un relámpago hallaríamos la esencia de lo eterno - Tu pasado ya no es ni siquiera eso. Sólo son recuerdos. Aprende de ellos y olvídalos - A veces sucede que mirando el sol, anochece. Mis luces se ocultan y mi propio recuerdo palidece - ¿Quieres reencarnarte? / Sí, en ti. Eres increíble - A tragos. Cómete la vida a tragos / ¿Y si nos la bebemos? / Pues mejor, pero… ¡de un sorbno! / ¿No nos ahogaremos? / Nuestra sangre nos resucitará. Bebe y no digas nada más - El erizo trepó por las sábanas y se metió en el pijama de Todd. Su dermis se llenó de alfileres y el grito dejó sin olfato a la comunidad - Cas cas cassss pita! - Volaba la cigüeña en busca de su palo. Pena que fuese un árbol entero… Llamó al gusano, su amigo del alma, y extrajeron la verde corteza

Detrás de aquel traje con botones dorados y solapas anchas no había más que polillas. Se empeñaba en mantener su cuerpo erguido, como si se hubiera tragado la espada del mismísimo Cid Campeador, pero en la soledad de su cuarto y de su espacio el cuerpo iba doblándosele cual oruga. Hacía dos días que había cumplido los cuarenta y siete y se autoengañaba pensando, o más bien diciendo, que ese número primo le sentaba estupendamente, pero sabía que no era cierto. Su cuerpo envejecía demasiado deprisa y hacía mucho que no necesitaba utilizar secador. Se sentó en la cama, aún deshecha, y mientras se quitaba los impolutos zapatos pensaba: ¿Y si me hubiese casado con Carlota, cómo sería ahora mi vida? ¿Y si me opero y me hago una liposucción de tripa y un implante de pelo? ¿Y si me voy a Nueva Zelanda y doy un giro radical a mi vida? ¿Y si me compro un perro?, siempre quise tener uno... ¿Y si robo un banco? El sonido del teléfono interrumpió repentinamente sus elucubraciones. Era la segunda vez en esa semana que aquella mujer llamaba. “¿Diego?” “Sí, soy yo, ¿quién eres?” “¿Eres Diego entonces?. Eh, eh....” Volvió a pasar lo mismo. Tras unos instantes de oxígeno contenido la chica colgó el teléfono. Cuando Diego llegó nuevamente a su cuarto sintió cómo un sudor húmedo le recorría todo el cuerpo. Esa voz... esa voz era intrínsecamente parte de él. Era como si los ecos de su propio nombre reverberasen en su caja torácica pronunciado por la misma voz femenina que se había manifestado vergonzosamente al teléfono. Aquella noche Diego soñó con jirafas y caracoles, con praderas enlatadas en un mar de cristal. Aún era temprano cuando alguien llamó al telefonillo. “¿Si, quién es?” “Correos, traigo un paquete, ¿es usted Diego Urrutia de la Nuez?” “Sí, le abro”. Nervioso como si hubiese sufrido una regresión a cualquier 6 de Enero infantil, abrió el paquete en el mismo pasillo. ¿Una máquina de afeitar? No había remitente ni datos que hiciesen sospechar quién era el generoso individuo. Extrajo la máquina del embalaje y cuando estaba a punto de tirar el cartón restante se percató de que había un papel pre-relleno que decía: “Warranty. Enhorabuena por haber adquirido este producto. Garantía de calidad: 2 años Garantía de usabilidad: 18 meses

Garantía de desarrollo narcisista: 9 meses”

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“Garantía de qué?” -escupió Diego en voz alta-. “Desarrollo narcisista” -leyó de nuevo-. Al final de todo, justo en el borde inferior y casi a sangre, ponía: .rojem ohcum sàratse, olep le etatròC Hubo de colocar el papel en el espejo para descodificar el texto y allí, frente a frente consigo mismo leyó: Córtate el pelo, estarás mucho mejor. Ummm… Bueno, vale, de acuerdo... ¿por qué no? Dicho y hecho: la cabeza de Diego se deshizo de queratina y raíces y puntas mal cuidadas. Raro, sí, pero sólo de momento. Lo que estaba era guapo. “Joder, si lo llego a saber, me hubiese rapado hace años, me da un toque...” Sintió la necesidad de meterse nuevamente en la ducha y utilizar ese utensilio de madera con forma de brazo pinochiano que aún no había estrenado. “¡Habrá que salir a la calle! Habrá que salir y experimentar qué se siente con el roce del viento en los cuatro puntos cardinales de la desnuda cabeza”. Salió de casa y bajó por las escaleras dando pequeños brincos en el último escalón de cada planta. Cuando llegó al rellano una chica, vestida con tonos marfil y blanco roto, le miró fijamente. En aquella mirada había cierto aire de nostalgia y emoción contenida. Tras esos temblorosos labios se escondían unas ganas infinitas de decir algo. “¿Diego?”. “Sí, soy yo...”. La chica se acercó unos metros. Los justos para descifrar su figura en los ojos de Diego al tiempo que sentía cómo su corazón luchaba por no salírsele del pecho. “Soy Carmina, tu hija”. Le miró fijamente en busca de una respuesta, pero Diego sólo acertó a destilar una densa lágrima de sus ojos verde oliva...

MASCOTAS Y OTRAS HUMANIZACIONES 39 Le importaba un carajo lo que dijesen. Tenía demasiados años a la espalda como para no haber aprendido a obviar cualquier comentario ajeno con ánimos dolientes. Al que no le guste que no mire, repetía una y otra vez. Lo cierto es que cuando salía a pasear a Boolan muy pocas personas se atrevían a atravesar la barrera de la sorpresa 1º y del miedo después; cuando le preguntaban que si mordía, Lisbon decía eso de “Pues hombre, todo depende de lo mucho o poco que le toques la moral. Como a ti o como a mí, vamos”. Había quienes, aún así, decidían aventurarse e intentar hacerse amigo del animal. En el fondo, Boolan era un mimoso de cuidado y disfrutaba restregandose ante cualquier mano tendida que rozase su áspero lomo. Su caracter, inadvertido a simple vista y casi contrario a su adn, había sido modificado, como ocurre en tantos y tantos casos, por los estímulos y la educación ambiental. El caso de Boolan era aún más exagerado y su sociabilidad había alcanzado los límites del manierismo amoroso. Era incapaz de dormirse sin recibir un “buenas noches” de su amo, al igual que renegaba de masticar trozos de carne más grandes de cinco centímetros. “Pero venga Boo, con esa mandíbula estupenda que tienes podrías comerte una vaca entera y me rechazas este cachito?” Nadie lo sabía, ni siquiera el propio Lisbon, pero a las 00:00 de cada jueves, Boolan quedaba en el lago con Ketty, un cisne gris perla mucho más joven que él. Les daba vergüenza decir que eran novios pero lo cierto es que las caricias que se regalaban y las muchas horas que pasaban en silencio eran obvios indicios del idilio entre ambos. Les encantaba ponerse junto al nogal central, rodeados de fotosíntesis y tupidas copas que les hacía creer estar en una cabaña. Aún les quedaban muchos amaneceres por contemplar. No había prisa de nada. Al otro lado de la pradera, Lisbon se esforzaba en aullentar las moscas que se posaban, una y otra vez, en su engangrenada pierna. Al que no le guste que no mire.

EL ÚLTIMO CIGARRO

LA VIDA TAMBIÉN SE BEBE

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41 Sin sentido y con cordura decidió comerse la patata cruda y escupir poco a poco el almidón Sin prejuicios y con paciencia preparó la bañera con agua tibia, pulpa de pomelo y almidón amarillento Sin nadie, pero acompañado del patito de goma tarareó la nana de la cigüeña rebozado en espuma con olor a aloe vera Cuando salió del baño, y aún desnudo, se fumó un ducados frente a la ventana, disfrutando y gozando con cada lenta calada Había decidido dejar ese vicio de una vez por todas. “El último cigarro” -se dijo- al tiempo que apagaba la colilla en uno de sus pezones. El último.

Las sábanas plegadas y amontonadas a los pies de la cama hacían pensar que había tenido una noche con no poca actividad. Sus ojos, aún legañosos y apáticos, se adhirieron en la distancia al cristal de la ventana mientras se desperezaba en la cama. La persiana a media altura le permitía contemplar la escena: había comenzado a llover y las gotas de agua iban poco a poco acumulándose en el cristal, adosándose entre ellas, hermanándose y conformando grupos heterogéneos que le recordaban a los vídeos de formación de plaquetas que veía en casa de su tía. Diminutas gotas en busca de sus parientes que corren para unirse a otra colectividad. Recordó el día que se le rompió el termómetro de pequeño. ¡Qué escena tan mágica! Decenas y decenas de gotas de mercurio nadando sobre los azulejos de la cocina. Él hubiese querido que esas gotas color acero hubieran permanecido allí para siempre, pero su madre pronto vino con dos cartones y un “Hala, venga, muévete que te dé el aire”. Unos cuantos años más tarde aquel espectáculo de gotas de agua huyendo despavoridas, o bien ansiosas por hacer una piña con sus compañeras, le produjo la misma sensación de calma y tranquilidad que le hacía sentir tan bien. Era como si el tiempo se detuviera y el segundero sólo avanzase con cada sutil movimiento de gota. Deseó con todas sus fuerzas congelar ese momento. Sacó la cámara y fotografió aquellos cristales aguados y cada vez más opacos. No era suficiente, necesitaba algo más físico, más material, que le hiciese revivir la escena con algún otro sentido no tan manío. Como si le hubiesen clavado un alfiler en el culo, movió su trasero y fue corriendo a la cocina para coger aquella taza azul marino que a pesar de estar remendada con superglú tras numerosas caídas, seguía teniendo tanto cariño... Abrió la ventana de su cuarto y la colocó sobre la repisa. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Sólo siete segundos y 25 centilitros de vida llenaron la taza. Todavía con la tormenta de fondo como banda sonora, se vistió con la misma ropa del día anterior y bajó a la farmacia. “Un cuentagotas”. “3 euros con 45”. Subió de nuevo a casa y colocó el cuentagotas en la taza azul marino. Desde aquel 8 de Noviembre cada día, justo antes de dormirse, bebía una gota y dejaba que se disolviese en la boca durante sus intensos sueños. La vida le sabía bien.

DÍA INTERNACIONAL DE LA GOLONDRINA

EL TENEDOR DE LA DISCORDIA

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43 Cuando ya no queden golondrinas, lloraremos apenados por el negro cantar de dos alas infatigables. Inconscientemente silvaremos cada mañana, intentando contaminar el aire con sonidos jaraneros. ¿Por qué sin embargo las palomas no pían? es como si rumiasen con su propia respiración, emitiendo esos sonidos guturales tan genuinos, pero nada, ni un pío-pío. Las palomas (tan odiadas como queridas) se parecen más a nosotros de lo que pensamos, a esta raza homíneda y bípeda con igual capacidad de evolución que de destrucción. Las palomas mensajeras, de la paz u ocupas de tejados y baldosas, ven igual que nosotros sólo que además pueden ver ¡en ultravioleta! Me gustaría incrustar un pequeño caleidoscopio en sus pupilas, de esos con figuras geométricas y estrellas de colores intensos y contemplar qué hacen mientras vuelan y qué no hacen mientras pasean con garbo por las plazas mayores. Me apasiona observar estas cosas. Es como cuando metía peta zeta en la boca a mi gata. Un poco sólo, lo juro... (espero que mi hermana no se enfade cuando lea esto). No sé, quizás mi vocación hubiese sido la investigación pero eso nunca lo sabré... De momento me quedo con mis fantasías y ese repicar de las golondrinas. No quiero acercarme a un árbol buscando la sombra y sentir cómo un pájaro muerto (de frío, de calor o de pena) cae sobre mi hombro. No quiero... A partir de hoy declaro el 5 de Agosto como día Internacional de la Golondrina.

- ¿Pero tío, por qué llevas casi cinco días enfadado y amargado por eso? - Pues porque “eso” no es ninguna tontería. Quizás a ti no te importe o quizás yo le esté dando demasiada importancia pero a día de hoy, me preocupa el hecho de que nos eliminen el tenedor de la cubertería. Hala, así sin más ya no podremos enterrar el tenedor en nuestros platos cocinados. Pero si es que, además de que es funcional 100%, ¿no me digas que no queda bonito ahí junto al plato, de manera simétrica al cuchillo? - Pues sí, sí queda mono pero eso de que la prohibición ha sido así sin más, no es cierto. Han censurado el tenedor por su paralelismo representativo con el tridente de Lucifer, porque, como sabes (aunque ahora pretendas hacerte pasar por el “no enterado”), parte de esa simbología diabólica y de su mala energía aún perdura en el tenedor como cubierto. ¿Por qué te crees si no que los niños ahora salen mucho más revoltosos y perversos? pues porque comen mucho menos potaje y utilizan más el tenedor que la cuchara. La cuchara es mucho más noble, ¡dónde va a parar! - Que no, que ni con esas estoy de acuerdo con la supresión. ¿Qué menos que hacer antes un referéndum o unas votaciones nacionales? No, mejor imponer y nosotros a mandar, si es que... - Qué drástico que eres madre mía... El Gobierno lo ha hecho, además de por lo que te acabo de explicar, porque así se gastará mucha menos agua al fregar, en concreto un tercio menos. ¿Eso también es una chorrada? - Pues sí, o más que chorrada, es una justificación a posteriori. Coño, pues entonces que obliguen a los tíos a utilizar slips en vez de boxers y a las chicas a usar tangas en vez de bragas, que en la lavadora caben muchos más y por lo tanto también se gastaría menos agua... - Puf, esta discusión no lleva a ningún lado. A partir del próximo mes comerás con cuchara y con cuchillo ¡y punto!

ESPACIO TIEMPO TODO NADA

EL CHABACANISMO ILUSTRADO

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45 Salgo de la hoguera llena de estrellas fugaces que me susurran deseos alcanzables y anhelos color salmón Camino a casa un erizo se empeña en acompañarme y me obliga a andar muy despacio, tanto que mi tiempo está a punto de detenerse Puedo ver cómo el panadero saca la fruta de su furgoneta, cómo el carnicero, aún despistado, se deja caer un cubo con cemento, cómo el cura barre las arrinconadas hojas secas Mi pause temporal decide decir adios a la abscisa espacio y mi yo se evapora del presente Todo y nada convergen en la acera, a escasos tres metros del kiosko repleto de vacuas noticias y fotomontajes Todo y nada que huele a óxido marino que provocan la caída de gotas de lluvia ácida Aún tengo chispas de la hoguera entre mis yemas todavía puedo crepitar

¿Qué pasa tío, te vienes o no, coño? Es que no sé... Puf ahora dice que no sabe, será desgraciado... pues mira, te vienes y punto, que total sólo va a ser una noche; vamos, lo pruebas y ya está. Si otro día te gusta pues ya irás por tú cuenta pero hoy te vienes con nosotros. ¿Se tarda mucho? ¿Y cuánto es mucho para ti, pollito? Además, sea el tiempo que sea un buen polvo es un premio que hace que merezca la pena y punto. ¿Y si voy allí y después no...? ¿Y después te rajas y no quieres entrar? Sí, eso. Pues te quedas en la calle jodido de frío, así que tú mismo. De un tiempo a esta parte tengo la impresión de que sólo se hacen respetar los barriobajeros y los de la lengua sin lavar con lejía. Tengo la sensación de que aquellos principios éticos y comportamentales que pretendieron inculcarnos se han quedado rancios; es como si ya no entrasen o no cupiesen en la cada vez más desalmada comuna. Me lacera lo justo como para sentirme ofendida ante algunos comportamientos primitivos pero no lo suficiente como para anhelar o pretender un cambio a corto plazo. “Oye perdona si te ha molestado o te has sentido ofendido” “Oye tío, no me jodas, a ver si ahora te vas a chinar por eso” ¿Y entre medias? Pues entre medias quizás una simple generación de exceso de todo y ausencia de fuerzas para nada. Actitudes indoloras. A veces creo que no hay excusas ni justificaciones sino razones hundidas, en distintos grados, en este mar de alzamientos de egos constantes. Orgullo de pertenecia no, orgullo de ausencia. Orgullo de sí mismo. Yo mí me conmigo. Creo que se está perdiendo la convergencia en pro de la conducta tangencial, pequeños puntos de toque o contacto sin mayor implicación, sin mayor convivencia que el simple roce.Vidas individuales sin intención de sinergia con ninguna otra, o, en tal caso, con muy pocas. ¿Recordáis los esloganes de dos conocidas marcas de cuidado o cosméticos: Hago lo que quiero con mi pelo y Porque yo lo valgo. Pues algo de eso... Hago lo que quiero porque yo lo valgo. Y si para hacer eso que quiero algún malnacido se pone en mi camino, lo echo y fuera! Demasiados niños tocados (en todos los sentidos) en manos de los más fuertes de la clase. El débil, el tímido, el actor secundario e incluso el romántico parece que no sólo están démodé; el débil, el tímido, el actor secundario y el romántico

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son carne de venganza y desahogo adrenalítico de los que imponen la ley del más fuerte. Y cuantas más vulgaridades y gestos de grandeza tengan, mejor. Al final va a resultar que el Cuento de la Caperucita Roja es de lo más generacional´00. ¿Cuántas abuelitas más habrá en bocas y tripas de lobos groseros sedientos de egocentrismo y complejo de epicentro?

RECUERDOS INVERTIDOS 47 Entró de puntillas y casi conteniendo la respiración para evitar cualquier mínimo ruido. No estaba segura de que en aquella casa hubiese alguien a esa hora pero su madre siempre le había dicho eso de “más vale prevenir que lamentar” así que si hacía falta contener la respiración, Morgana la contendría. Tras recorrer tres de las estancias, se paró en seco y tragó los dos centímetros cúbicos de saliva que tenía acumulados en su garganta. Al tiempo, una sonrisa giocondiana forzó el estiramiento de sus comisuras, las pupilas se dilataron y su hasta ahora pausada respiración se aceleró como un muñeco de cuerda. Estaba en la habitación de una de las niñas. Cuando juntó con la vista las letras de madera que coronaban la cama supo que su nombre era Daniela. Morgana no era de mucho fisgar así que fue directa hacia su presa y cogió sin reparo el paquete de tizas de colores que había junto a la pizarra. ¡Estaba prácticamente entero!. Probablemente era uno de los últimos paquetes de tizas que quedaban en el planeta Tierra y ¡estaba lleno! Eso sí que era suerte y no encontrar un trébol de cuatro hojas... Volteó la caja y dejó que asomasen las tizas por la ranurita: naranja, amarillo, celeste, morado... ¿y el verde? ¡Puf! Del verde sólo quedaba media tiza y precisamente era su color preferido desde que era niña. En fin... Morgana, aún nerviosa, metió aquella caja dentro de su bolso y regresó sobre sus propios pasos. Se había nublado el sol y el viento zarandeaba con delicadeza las hojas que aún sobrevivían en las lacónicas copas de los árboles. Recorría las calles a un paso ligero pero con cierta cautela, y sobre todo, con cien ojos puestos en cada individuo que paseaba su cuerpo a menos de veinte metros, observando y prediciendo las intenciones y profesiones de cada alma anónima. Morgana no dudaba en cambiarse de acera si intuía qe la figura que se aproximaba era un policía vestido de paisano. Pero claro, tanta distracción ajena le hizo desorientarse hasta tal punto que cuando quiso darse cuenta no fue capaz de discernir dónde estaba exactamente. ¡Mierda! Se había perdido y no recordana ninguna referencia de dónde había aparcado su Renault 21 ¿Derecha? ¿Izquierda? Los inputs visuales no paraban de bombardearla y la pupila empezó a movérsele como si padeciese nistagmo. Estuvo a punto de caerse desplomada del mareo que le dio así que optó por meterse en un bar a tomar un Vichy Catalán; la entró a degüello y no tardó ni tres minutos en beberse su botellín. Justo cuando se iba, el camarero le dijo: “Schhh, chiquilla, que no te he puesto

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la tapa” “Da igual, si ya me voy” “Que no hombre que no... cómo te vas a ir sin tomarte unos cacahuetes o unas patatas aunque sea?” “Que da igual, de verdad caballero, es que me tengo que ir” “Bueno, pues toma, anda, coge esta bolsa de cortezas y te la comes por el camino”. Morgana cogió las cortezas y antes de meterlas en su bolso, palpó el interior... sí, la caja de tizas seguía ahí, en el departamento mediano. Necesitaba ir cuanto antes a casa, necesitaba encontrar su coche como fuera. De repente, a modo de iluminación, Morgana recordó una imagen: la del letrero de la calle. Le había llamado la atención que el cartel estuviese duplicado y que uno de ellos fuese en color, recordaba que había una cara... un rostro de alguien que le era familiar... ¡Fofó! ¡Sí, era la calle del payaso Fofó! Entró de nuevo al bar y le preguntó al camarero. “¡Uy, eso está lo menos a 8 minutos caminando, eh guapa...”. Le indicó la ruta y a los 5 minutos y 30 segundos, Morgana estaba apuntando con el mando a su Renault negro. ¡Puf, por fin! Como si de un bunker en pleno bombardeo se tratase, se metió en el coche e hizo uso del cierre centralizado. Volvió a conectar su gps y una vez que llegó a casa, sintió la oscura necesidad de quedarse en el garage. Se sentía cómoda, libiana y protegida entre esa tapicería gris con lunares teja. De acuerdo, sí, su marido estaba en casa probablemente esperándola pero Morgana había decidido que aquella noche la iba a pasar en el garage. Una sucesión de recuerdos familiares y estudiantiles golpeaban con nostalgia su cabeza mientras las alas del águila de los recuerdos rozaban sutilmente su memoria a largo plazo; hasta que, entre fotograma y fotograma, se coló la imagen de las tizas de colores. Las rescató de su bolso y allí, en el coche, cómplice de sí misma y con Tom Waits de fondo, ingirió una a una y siguiendo los colores del arcoiris, cada vieja tiza. Morgana, sumergida en el envenenado yeso que ahora recorría sus venas, siguió recordando momentos pasados y escenas rosadas, hasta que fueron los propios recuerdos quienes se vieron obligados a recordarla a ella. -RIP-

TESTIGO OCULTO 49 Yo no vi nada, lo juro ¿Está usted segura? Sí, lo estoy Pero sin embargo, sí que estuvo en la escena del incidente, ¿no es así? Así es, efectivamente -respondí mucho más tranquila de lo que yo pensaba-. Y entonces, ¿Puede explicarnos qué vio exactamente? Por supuesto señoría, aunque ya le he dicho antes que no vi demasiado. Yo me dirigía a la panedería a por mi baguette pero justo cuando iba a entrar, vi a alguien que salió corriendo del establecimiento con una bolsa de basura azúl en la mano, pero opaca, así que no pude apreciar qué llevaba dentro. Cuando por fin entré, me encontré a Bárbara, la panadera, tendida en el suelo y en pleno ataque epiléptico. ¿Eso fue lo único que vio? Sí, lo único porque luego ya llegaron la ambulancia y el coche patrulla. ¿Y podría decirnos, si es capaz de recordar, cómo era físicamente el individuo que salió de la panadería? Pues no podría señoría, no podría... Mediano, eso sí, un metro setenta y pico calculo yo pero nada más. ¿Vio si tenía la piel oscura o si tenía alguna cicatriz llamativa? ¿Se refiere a si era negro? No, no lo era, y no percibí ninguna cicatriz en su cara. Me dio y me hubiese dado igual jurar sobre la Biblia, sobre la Constitución o sobre la mismísima “Trilogía de Nueva York”. Nada hubiese evitado mis mentiras, porque, efectivamente no sólo vi salir al chico sino que presencié desde la puerta la secuencia completa de los hechos. Vi cómo puso la navaja en el cuello de Bárbara, cómo la obligó bruscamente a abrir la caja. Vi cómo metía el dinero en la bolsa, vi cómo tras el último empujón que le propició a la pobre, Bárbara cayó redonda al suelo, al tiempo que empezó a mover sus extremidades y a expulsar borbotones de sólida saliva por la boca. Pero también vi cómo el chico me miró al salir y, sorprendido por mi presencia, me dijo: “Lo siento”. Vi su cicatriz en la barbilla, esa cicatriz que se hizo con el mueble del salón, vi sus ojos azules, como los de su padre, y su pelo recién cortado... Vi sus zapatillas Converse de cuadros y sus huesudas pero mimosas manos. Lo vi, era mi hijo y ahora no puedo sino mentir

OFF

MENOS QUE EL AIRE Y MÁS QUE SU VOZ

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51 Ignorancia voluntaria... ...eso es lo que nos dará coletazos de felicidad Hay veces que es mejor no saber No saber para no pensar No pensar para no malgastar No malgastar para seguir teniendo. Energía, ganas o neuronas, pero para seguir teniendo No siempre el conocimiento da la felicidad y no siempre es malo no saber Saber que no sabemos, porque no queremos, da mucha tranquilidad y nunca es demasiada Hay muchos tontos felices y sabios incapaces de serlo. Como a la memoria selectiva, el conocimiento: escogido. Hoy no quiere saber, hoy no quiere pensar. Relax

Viene y va sin rumbo. Come y escupe sin sentido mientras sus plaquetas cada vez se sienten más inútiles ante tanto moho pegado a las paredes de su organismo. Quizás podría pasear un poco más o gatear un poco menos. Quizás debiera dejar de comer alcachofas o no echarse tanta pimienta en la leche. A su cuerpo no le está haciendo nada bien. Lleva semanas con una voz áspera y seca que le está perforando la amígdala derecha. Le duele un poco, o un mucho, pero piensa que las pastillas del doctor Andrew le salvarán de esta estirpación natural y out quirófano. Yo no estoy segura... los poros de su garganta parecen más bien un colador. Aún está a tiempo pero el tiempo comienza ¡ya! Decisiones y voluntades propias y ajenas

SOCIEDAD ATRIBUTADA

PARADOJAS EVOLUTIVAS

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53 Sociedad del bienestar mal o bien entendido Sociedad del derroche Sociedad de la inconsciencia involuntaria Sociedad del cortoplacismo hedonista Sociedad de las huchas rotas Sociedad de la introspección y el anonimato Sociedad desempatizada Sociedad de tramposos adinerados de jugadores acordonados por las muñecas Sociedad de marionetas Sociedad de Halloween diario de pánico y calabazas Sociedad de hombres grises Sociedad de tinieblas y pasadizos subterráneos Sociedad de guantes perdidos Sociedad de alquiler de orejas a ajenos y cercanos Sociedad de frío siberiano y calor desértico Sociedad agazapada, sociedad madriguera Sociedad caracol Sociedad anciana Sociedad sin lágrimas de rezos y esperanzas fragmentadas Sociedad de delirio y cordura descarriada Sociedad matemática y cuadriculada Sociedad de mestizaje voluntario y obligado Sociedad sin sociedades Sociedad de uvas y limones caídos Sociedad de dardos y palabras Sociedad de zapatos sin suela y cordones con descargas eléctricas ...para no caminar demasiado lejos Sociedad de noticias inventadas Sociedad de raíces arrancadas Sociedad lanzadera Sociedad clonada Sociedad acostumbrada Sociedad, entre tú y yo: como tú y yo.

En medio de un silencio sordo, espeso e intencionado, vi cómo la araña cayó desplomada haciendo pequeños surcos en el cargado aire, zozobrando como los chavales un sábado noche. Los centímetros que la acercaban al temido suelo eran inversamente proporcionales a los que la separaban de su hogar, SUYO con mayúsculas, sin hipoteca pero hecho con el sudor de su cuerpo entero. Traicioneros metros que la distanciaban igualmente de su criatura de escasos cuatro meses. Nunca he sido muy amiga de los arácnidos, más bien todo lo contrario, pero en aquel momento, contemplando esa triste escena, no pude evitarlo. Cogí la silla del salón, arranqué una hoja de mi libreta y me alcé cual heroina para evitar aquella dolorosa separación generacional. Mamá araña, nerviosa y desconcertada, se esforzaba por echar marcha atrás pero la fuerza de la gravedad era demasiado poderosa. Sin embargo ahí estaba yo, para ayudar a ese octópodo negro. Subida en la silla y descalza estiré el codo derecho y acerqué el folio hacia la desamparada madre. Conseguí que se apoyara en el papel y de puntillas estiré el antebrazo todo lo que pude, recordando y simulando aquellas escenas del Inspector Gachet. Con mi extremidad estirada al máximo hice un último esfuerzo como el que haces de pequeño cuando tu globo de helio acaba de escapársete; y al final logré alzar el folio hasta la esquinita del cuarto. Madre e hijo se juntaron de nuevo, madre e hijo se abrazaron. Hijo y Madre naturaleza... Un pitido ensordecedor salió en aquel momento del salón. Bajé de la silla deprisa, demasiado deprisa y a punto estuve de estamparme en el suelo de manera simétrica a como lo estaba la araña en el techo. Fui al salón. La tele escupía una grotesca imagen: la del primer plano de una chica joven, muy joven, pariendo. La escena se había quedado congelada y se podía contemplar con toda clase de detalles el momento del alumbramiento. De fondo se oyó un “No, esta imagen no es, por favor Roberto, qué coño haces!” Salió, ahora sí, el presentador, con su corbata de rigor y su pecho a punto de salísele de la encorsetada camisa. Disculpen, son cosas del directo. Ahora sí, pasamos a la sección de sucesos. Otra muerte violenta más, ya son 129 en lo que va de año. En esta ocasión, un padre ha matado a su mujer y a su hijo y después se ha entregado a la policía. Ha ocurrido en la localidad Pan y Agua de Córdoba. Cera en los oídos y agotamiento de las trompas de eustaquio.

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En aquel momento sentí un horrible escalofrío. Hacía dos minutos escasos, había vivido cómo una madre luchaba contra viento y marea, contra sí misma y contra la gravedad para no separarse de su hijo. Animales, Instinto, Natural... y ahora contemplaba cómo la vida, la educación o yo qué sé qué eran capaces de generar sentimientos tan fuertes como el odio descendiente. Paradojas de la vida, vida parodiada. Hipo e hipersensibilación...

SI PUDIÉSEMOS HABITAR EN UN RELÁMPAGO 55 Si pudiésemos habitar en un relámpago, simplemente posarnos en su interior durante un breve lapso de tiempo, creo que a muchos se nos quitarían las ganas e incluso las ansias de quejarnos, de compadecernos de nosotros mismos un día sí y otro también. La potencia de lo desconocido la grandeza de lo infinito un viaje imprevisible atiborrado de vayvenes magentas y luces momentáneamente cegadoras que llenarían mi cerebro de oxígeno que llenarían tu cerebro de agua oxigenada. Coge ticket y pide turno.

SUYO, MÍO, NUESTRO

56 Diana había adquirido el irreflexivo y placentero hábito de comprarse un tanga nuevo el último viernes de cada mes. Solía ir a woman secret y allí, con o sin criterio, cogía uno de los que hay en la percha de probadores, uno de esos que alguien deposita por ahí con previa pero fracasada intención de compra. Lisos, rojos, negros, más anchos, con puntilla, de licra, de algodón, de lunares, estampados... Le daba prácticamente igual. Demasiados tangas en su cajón y una dilatada tradición habían hecho que apenas supiese cuáles le gustaban más que otros; incluso a veces pensaba que mejor así, mejor saciar ese impulso mensual de fashionvictivismo sin demasiado juicio... Eran las seis de la tarde y Diana había salido ya de trabajar. Era viernes 27 y había que comprar... Se fue al centro y entró en el establecimiento recorriendo la tienda, como siempre, pasito a pasito. Pero aquel vigesimoséptimo día, estando en uno de los rincones de la tienda, de repente notó cómo una mano rolliza y pequeña agarraba la suya. Se giró y vio a un niño de unos dos años y medio alzando la vista con rostro melancólico y ojos vidriosos. Un niño bien vestido (incluso con un toque de colonia de Nenuco colocado a última hora en su flequillito), un niño que, moviendo el labio inferior delatando sus inminentes ganas de llorar, tragó saliva y susurró con lengua de trapo: Mi mamá me ha dicho que tú me cuidarás y que contigo seré más feliz. El vídrio acartonado de los ojos del pequeño se mudaron, como por arte de magia, a la córnea de Diana. Se agachó a su misma altura y le preguntó que quién era su madre, que dónde estaba su padre y sobre todo, que cómo se llamaba. De todas esas preguntas el niño sólo acertó a balbucear un entrecortado Rooooberrrrto...

(CONTINUARÁ)

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