Mercantilismo, ciencia y viajeros ingleses en Canarias durante la época estuardiana

CONGRESO INTERNACIONAL CANARIAS Y EL ATLÁNTICO, 1580-1648. Mercantilismo, ciencia y viajeros ingleses en Canarias durante la época estuardiana. NICO

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CONGRESO INTERNACIONAL CANARIAS Y EL ATLÁNTICO, 1580-1648.

Mercantilismo, ciencia y viajeros ingleses en Canarias durante la época estuardiana.

NICOLÁS GONZÁLEZ LEMUS

A partir del reinado del primer Estuardo, el rey de Escocia Jacobo IV y de Inglaterra con el nombre de Jacobo I, las tempestuosas relaciones de España con Inglaterra se disiparon. Jacobo no albergaba sentimientos de animosidad contra España como Isabel I y la paz llegó en 1604 con el Tratado de Londres.Una política de paz que se proyectará a lo largo de la mayor parte de la dinastía de los Estuardos, a pesar de las contradicciones y ciertos escollos diplomáticas. España conseguía así despejar el Atlántico de un poderoso enemigo. Las buenas relaciones impidieron conflictos armados entre las dos naciones, excepto la guerra de 1656-59 bajo el período republicano de Cromwell, consecuencia de la cual la escuadra de Robert Blake atacó el puerto de Santa Cruz de Tenerife en 1657.1 El monarca inglés suprimió el corso y proclamó que los piratas serían perseguidos y ajusticiados. Fue el caso del corsario Walter Raleigh que no quiso obedecer a su monarca y se transformó en pirata, pagando su rebeldía con su vida. En efecto, Walter Raleigh, que visitó Canarias durante su última expedición de 1617-1618 a la Guayana y obtuvo en Gran Canaria como en La Gomera todo lo que deseara de los respectivos gobernadores al estar España e Inglaterra en paz, pero tuvo serios enfrentamientos con los naturales de Lanzarote –los ingleses perdieron dos hombres-, es detenido a su regreso a Inglaterra y encerrado en la Torre de Londres hasta que el 29 de octubre de 1618 fue ahorcado. Con su vida se extinguió la época de los perros de mar.2 Sin embargo, a pesar de este ejemplo, la exclusión de comerciantes extranjeros en el gran mercado sudamericano llevó a los monarcas ingleses a seguir haciendo la vista gorda a la lucha de los bucaneros ingleses en la América meridional y central. No obstante, la guerra con los neerlandeses siguió siendo el más grave problema de la política exterior, teniendo España que enfrentarse a la ofensiva holandesa contra las colonias americanas. Pero, en líneas generales, la piratería clandestina inglesa, en ocasiones la francesa y la guerra con Holanda no dejaron que el comercio español en las Antillas estuviera a salvo de las hostilidades. La auténtica piratería que merodeaba por las proximidades de las aguas canarias en el siglo XVII era la de la Berbería. Era con ella cuando los canarios se ponían en guardia, pues solían asaltar a los barcos de la zona para robarles. Cuenta en su Diario de abordo Edward Barlow, un navegante inglés al cual nos referiremos más adelante, un episodio singular protagonizado por los isleños cuando él estuvo por primera vez en las Islas, allá a principios del año 1668.3 Se encontraba él en Garachico cuando a un navío inglés se le rompió la cuerda de su ancla y fue arrastrado por la 1

Rumeu de Armas, A. Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques navales. 5 vols. Gobierno de Canarias, 1991. v.iii . Págs., 133-206. 2 Lucena Salmoral, Manuel. Piratas, bucaneros, filisteos y corsarios en América. Mapfre. Madrid, 1992. Pág., 128 3 Edward Barlow’s Journal. (1659 to 1703). Trnascribed from the original manuscript by Basil Lubbock. 2 vols. Hurts and Blackett. London, 1812. vol., i., 139. (Existe traducción de una parte de Diario por José A. Delgado, La Orotava, 1993). 1

corriente hacia alta mar, con tan mala suerte que fue divisado por un navío de guerra berberisco de Salé. Cuando íban a ser atacados, los ocupantes lograron escapar de las garras de los piratas, huyendo en barca hacia la orilla de tierras canarias. Una vez se íban acercando a las costas, los naturales comenzaron a disparar convencidos de que “eran moros que habían venido a la costa para robar”.4 El fuego cesó cuando se dieron cuenta de que sus ocupantes no eran piratas de la Berbería sino ingleses.5 En el incidente murió uno de sus ocupantes. Consecuentemente, ante la paz inglesa y los nuevos perfiles de la piratería, Canarias se vio libre de la visita de los más distinguidos feroces ingleses de la mar, como había sido común en la época isabelina, incluso de otras potencias atlánticas de entonces, como la holandesa, cuyo almirante Pieter van der Does, al mando de una flota de 73 navíos –a la cual se uniría otro en La Coruña- y 8.000 hombres, emprendió un viaje contra las costas de España el 25 de mayo al 10 de septiembre de 1599, durante el cual protagonizó el dramático episodio de la ocupación de Las Palmas de Gran Canaria en junio y de San Sebastián de La Gomera en julio.6 Solamente William Dampier visitó Canarias, pero su visita fue muy diferente a la que realizara Walter Raleigh, aunque en la época en que Dampier estuvo por las Islas, había comenzado la agonía de la piratería. William Dampier fue el viajero más notable que visitó las Islas en el setecientos. El explorador inglés comenzó sus aventuras como filibustero y como tal en compañía de bucaneros saqueó entre 1680 y 1691 las costas del Imperio español en América. Pero a pesar de su naturaleza pirática, William Dampier fue uno de los más grandes exploradores del siglo XVII, además de un gran observador y naturalista. Sus observaciones en El viaje alrededor del mundo (1697) provocaron un enorme impacto en la sociedad del momento, considerándose por tal razón un precursor de los viajes científicos del siglo XVIII.7 Visitó Tenerife en enero de 1698. Recorrió la isla por la vertiente norte. William Dampier fue uno de los mejores cronistas de la sociedad canaria del momento. Además, William Dampier va a provocar un inusitado interés por el Teide. A lo largo del siglo XVII se creyó firmemente en que el Teide era la montaña más alta del globo. Sin embargo, cuando Dampier contempla los territorios montañosos de Santa Marta en Colombia y las cordilleras de Chile y Perú opina que sus montañas son más altas que el Pico de Tenerife.8 Cuestiona así lo que se había creído desde siglos. Las visitas a la isla en el siglo XVIII para resolver la duda planteada por Dampier no se hicieron esperar. Es pues con la dinastía stuardiana cuando las relaciones entre Canarias e Inglaterra vivirán su edad de oro en el Antiguo Régimen. Unas relaciones deseadas por los ingleses desde el mismo momento en que las Islas aún estaban siendo conquistadas. En efecto, tan pronto como los viajes de los portugueses a la costa oeste africana comenzaron a dar beneficios comerciales, los ingleses siguieron sus pasos para intentar compartir el mercado, llevando sus manufacturas y regresar con especias. Portugal descubrió la Costa de Guinea alrededor de 1471 y diez años más tarde los ingleses intentaron llegar allí. En el año 1481, John Tintan y William Fabian, comerciantes residentes en Andalucía, prepararon una flota hacia la Costa de Guinea, auspiciados por el duque de Medina Sidonia.9 Como la Corona de Castilla fue excluida de la ruta del Este por decisión papal a favor de Portugal, los españoles intentaron emplear a esos ingleses en la navegación para eludir esta obligación.10 El proyectado viaje nunca se realizó, ya que la Corona portuguesa envió dos embajadores a visitar al rey de Inglaterra para que le mostraran el edicto papal donde se especificaba la exclusividad de Portugal sobre la soberanía y la navegación en la Costa de Guinea. En aras de evitar el deterioro de las buenas relaciones entre las coronas, pidieron al rey inglés que prohibiera a sus súbditos que realizara tal expedición, petición a la que accedió Eduardo IV El intento quedó 4

Ibídem., pp., 143. Ibídem. 6 Rumeu de Armas, A. Op. Cit. v.ii. 2ª p. Págs., 795-920. 5 7 8

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Bradley, Peter T. Navegantes británicos. Mapfre. Madrid, 1992. Pág.,277. Dampier, William. A New Voyage Round the World. Arg. Press. London, 1927. Págs., 38,72.

Kerr, Robert. A general History and Collection of Voyages. London, 1811.v. vii. Pág., 213. Rumeu de Armas, A. Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques navales. 5 vols. Gobierno de Canarias, 1991. v.i . Pág., 269. 10 Kerr, Robert. Op. Cit. . Pág., 213. 2

frustado. Años después, las buenas relaciones entre España e Inglaterra favoreció la firma del Tratado de Medina del Campo en 1489, donde se permitía a los ingleses el derecho de comerciar en todos los dominios españoles, incluida las Canarias, en tanto que lo dirigieran, como los mismos españoles, a través de Sevilla y las regulaciones que imponía la Casa de Contratación creada en 1504.11 Esto familiarizó nuestros puertos con algunos mercaderes.12 La actividad mercantil se vio favorecida a partir de 1508, momento en que se autorizó a los mercaderes a comprar en Canarias y llevar a las Indias todo tipo de productos no prohibidos por la Corona, aunque al amparo de la permisibilidad practicaron el contrabando. A partir de entonces comienza la presencia inglesa en las Islas. Los comerciantes ingleses frecuentan Canarias. Cargaban sus barcos con paquetes de ropa de varias clases y de diferentes colores, bramantes, jabones y otras mercancías para venderlas en las costa de la Berbería y en los puertos isleños.13 A su vez, regresaban con azúcar, pieles de cabrito y orchilla (usado mucho en el pasado como tinte). Ese fue el intercambio que hicieron en Santa Cruz de Tenerife en el año 1526 Thomas Midnal y William Ballard, mercaderes de Bristol que residían en Sanlúcar y que comerciaban con las Indias 14 En ocasiones, algunos de los mercaderes que traficaban con las Islas se establecían por períodos de varios años no sólo para vender las manufacturas a los naturales isleños, sino también para atender el suministro a los barcos de sus compatriotas. Robert Thomson, un mercader inglés de Andover que se dedicaba a comerciar con las Indias y México se estableció en La Laguna por 18 meses, entre 1556 y 1558, para suministrar los productos agrarios canarios a sus compatriotas, bien para venderlos en las Indias y la costa occidental de África, o bien para llevarlos a Inglaterra. Fundamentalmente consistía en azúcar, orchilla, piel de cabrito, sangre de drago y vino, sobre todo el vino de La Palma, que en el siglos XVI gozaba de buena fama entre los comerciantes ingleses.15 En el siglo XVII serían también los vinos de Tenerife. Los ingleses también venían a las Islas por las ventajas que ofrecía Canarias en el comercio con las Indias, dado el régimen privilegiado que gozó el Archipiélago. Otras razones fueron las facilidades en adquirir en las Islas la plata acuñada en las Indias -ya que las leyes españolas dificultaban su salida-; la posibilidad de suministrarse productos exóticos americanos, etc.16 Desde muy temprano fueron también acreedores de muchos labradores y cosecheros, que por razones de liquidez, les proporcionaron dinero en metálico o géneros a cambio del preciado caldo del malvasía. Aunque la faceta comercial sea quizá la más importante de esta presencia inglesa por sus consecuencias económicas, por otra parte la más estudiada, es de destacar como los escritos de algunos de ellos lo elevan a la altura de los grandes viajeros. Podíamos traer a la palestra a muchos. Tomemos uno de referencia. John Chilton, mercader inglés avecindado en España.17 John Chilton se pasó 17 años viajando a México y las Islas del Caribe realizando la actividad comercial que le era propia de su prefesión. Sin embargo, las descripciones de las gentes, las minas, las costumbres, las regulaciones comerciales, la política del gobierno español en el área y otras cosas de interés histórico y etnográfico que registró John Chilton con su puño y letra, fueron las más valiosas que jamás un inglés de la época isabelina había hecho.18 Pronto el Archipiélago se convierte en un centro de aguada y avituallamiento. El hecho de que Canarias se transformara en un centro de abastecimiento de víveres y otros productos locales además 11

Davis, Ralph. La Europa atlántica, desde los descubrimientos hasta la industralización. Siglo XXI. España, 1976. Pág., 84. 12 Morales Lezcano, V. Relaciones mercantiles entre Inglaterra y los Archipiélagos del Atlántico Ibérico (1503-1783). Instituto de Estudios Canarios. La Laguna, 1970. Pág., 53. 13 Kerr, Robert. A general History and Collection of Voyages. London, 1811.v. vii. Pág., 213. 14 Ibídem. 15 Hawkins, Richard. Viajes hacia los mares del Sur. 1593.London, 1705. 16 Bethencourt Massieu, A. «Canarias e Inglaterra. El comercio de los vinos (1650-1800). A.E.A. nº 2. Las Palmas de Gran Canaria, 1956. 17 Rumeu de Armas, A. Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques navales. 5 vols. Gobierno de Cacarias, 1991. v.i . Pág., 295. 18 Beazley, Raymond. Voyages and travels, mainly during 16Th and 17th centuries. Archibald C. London, 1903. Pág., xxi. 3

de escala, supuso que las Islas recibieran las visitas de importantes expediciones, desde la primera travesía a la India realizada por una flota inglesa en 1591 al mando de George Raymond y James Lancaster, hasta las travesías atlánticas hacia Oriente y Occidente de las mayores compañías monopolistas que se formaron en el siglo XVII (la English West India Co., la English East India Co., la Dutch East India Co., la Dutch West India Co., la French East India Co., etc.). En la escala que hizo en las Islas (Gran Canaria) la English East India Company durante su cuarta expedición a Oriente en abril de 1608, comandada por Alexander Sharpey, tomó provisiones que consistía en vino, agua, naranjas, limones, pomelos, además de mermelada de membrillo, almendras garrapiñadas, y pan blanco con matalahúva, que en las Islas se les llamaba pan de monja. 19 Es evidente que el pan, las almendras y la mermeladas pertenecían a la repostería elaborada en los conventos de monjas, pues los postres azucarados fue una de las características de la dieta culinaria de los conventos femeninos, como lo señaló George Glas cuando se refirió al incendio del convento de las catalinas de La Orotava de 1760.20 La mermelada fue vendida a 12 peniques el medio quilo y las almendras a 3 chelines el barril. También solían comprar para sus travesías, melones, pomelos, higos, almendras, naranjas, limones, dátiles, miel, cera, etc. Pero el suministro de vino fue el más importante producto de venta para el exterior, con cuyo comercio las Canarias del siglo XVII vivió un esplendor económico. Aunque en una de las ocasiones la English East India Company compró Canary Sack, los navíos hacia Oriente solían suministrase de Verdona o Vino verde. Era fuerte, más áspero y más ácido que el Canary wine, el cual no se importaba demasiado para Europa, sino se enviaba para Las Antillas. En la medida en que se conservaba mejor en los países calientes y era más barato, era muy frecuente que los viajeros o navegantes los compraran para llevar a bordo durante sus travesías.21 Este tipo de vino era producido en el este de la isla de Tenerife y se exportaba desde el muelle de Santa Cruz. Los otros dos vinos que se producían en las Islas eran el Malvasía y el Canary wine [Canary sack]. Se cosechaban fundamentalmente en el oeste de la isla. Estos dos tipos de vinos se exportaban para Europa, fundamentalmente para Gran Bretaña, desde el Puerto de la Cruz, «el puerto más importante de la isla y donde residía una pequeña colonia inglesa y el consulado de Inglaterra». El Malvasía y el Canary Sack eran considerados como los de mejor calidad. Las islas de mayor producción eran Tenerife, Gran Canaria, La Palma y en menor medida La Gomera. Las principales zonas de viñedos en Tenerife eran Buenavista, la comarca de Daute, La Orotava, Tegueste y especialmente San Juan de la Rambla, que era donde se producía el mejor vino de la isla. Abundan las citas sobre la calidad de los vinos canarios, de los cuales los de Tenerife –según William Dampier- eran los mejores del mundo. En Gran Canaria era espacialmente destacado los viñedos de Telde. La Palma producía otro excelente vino. Los mejores viñedos se encontraban en las Breñas. Tenía un gran comercio y se exportaba para todo el mundo, pero fundamentalmente a Las Antillas. Por estos tipos de vinos venían las naves expresamente de Londres, Amsterdam u otros puertos a nuestras radas para cargarlos y volver a sus puntos de origen. Además de nuestros caldos también comproban toda una serie de productos locales con destino a sus países. A Inglaterra, nuestro mejor cliente, se llevaban azúcar, hasta que los ingleses no comenzaron con la producción en Jamaica,22 sangre de drago y bastante orchilla, muy abundante en La Gomera, El Hierro y Fuerteventura. A su vez, traían gran cantidad de manufacturas y mercancías con gran demanda en las Islas. Estas eran fundamentalmente ropa de lino, paños finos negros y grises, cintas estrechas para la costura, espadas, pistolas, cuchillos, peines, relojes y capas de caballeros.23 En el siglo XVII el comerciante, el navegante y el viajero se superponen en una tipología dificil de separar y consecuentemente difícil de diferenciar. Los comerciantes eran a la vez los viajeros e incluso navegantes. Como correctamente señala Thomas Mun, incansable defensor de las ideas 19

Kerr, Robert. Op. Cit., v. viii. Pág., 314. Glas, George. Descripción de las islas Canarias, 1764. I.E.C. La Laguna, 1976. Pág., 167 21 Dampier, William. A voyage to New-Holland. James Knapton. London, 1703. Pág., 46. 22 Astley, Thomas. Collection of voyages and travels. T. Astley. London. MDCCXLV. Pág., 537. 23 Ibídem. 20

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mercantilistas del siglo XVII, el comerciante debía de llegar a ser, por sus viajes frecuentes por mar, competente en el arte de la navegación.24 La experiencia de la mar los había convertido en hombres capaces de dirigir los navíos a las Indias. Por tal razón, las nuevas compañías monopolistas precisamente utilizan a los más afamados y expertos viajeros y hombres de mar para que se hicieran cargo de las flotas hacia los puntos de mercado. Para su primer viaje a Oriente, 1601, la English East India Company eligió como comandante de una flota de cinco navíos al capitán James Lancaster, un marinero que capitaneó el Edward Bonaventure contra la Gran Armada en el Canal y dirigió, como hemos indicado, la primera travesía a la India realizada por una flota inglesa en 1591. Eligió también al capitán John Davis, que había estado en la India como piloto en barcos holandeses. Es decir, auténticos expertos del mundo de la navegación. Llegaron a Gran Canaria el 5 de mayo de 1601. Permanecieron en Maspalomas, donde tomaron agua, hasta el día 7. Pero, por sus singulares, elijamos como prototipo de hombre de mar del siglo XVII a Edward Barlow. Edward Barlow nació en Prestwick, un pueblo cerca de Manchester, el 6 de marzo de 1642. A los 15 años se siente atraído por el mar -sus hombres y navegantes- y parte hacia Londres, con la ilusión de enrolarse en la aventura marina. A través de su tío logró entrar a formar parte de la tripulación del navío Nazeby, por lo cual su tío pagó £80. El 3 de mayo de 1660 Carlos II fue proclamado rey de Inglaterra y el Nazeby fue enviado a Holanda a traer al rey. Aún estaba Carlos II en altamar rumbo a Inglaterra, cuando decidió darle un nuevo nombre al barco, el Royal Charles. Después de esta primera experiencia marinera, el próximo barco donde el joven Barlow presta sus servicios fue en el Augustine. El barco donde navegaba el marinero fue enviado a la Berbería bajo el mando de Lord Montague a combatir la piratería en el área que operaba en Argel, Tunez, Trípoli, Salé y otros. Todos puntos de acciones de piratas que con anterioridad Cromwell había enviado a Robert Blake a combatirlos, justo dos años antes de su intervención en Santa Cruz de Tenerife. El espacio mediterráneo y las costas norteafricanas estaban infectadas de piratas berberiscos y mercenarios franceses, italianos, españoles, etc.25 Entre las operaciones bélicas contra los puertos de refugio piráticos fue bastante dura la batalla que se desarrolló en Argel entre las fuerzas inglesas, por un lado, y las argelinas apoyadas por piratas refugiados, por otro. El bloque decretado por la flota inglesa a Argel en 1662 supuso la firma de un tratado con los gobernantes argelinos donde se comprometían estos últimos a no atacar más a los barcos comerciantes ingleses en el Mediterráneo. Carlos II logra así vencer la piratería que entorpecía la plena libertad de navegación de los comerciantes ingleses en este enclave geográfico. Inglaterra se había convertido en el país manufacturero e industrial mayor del mundo y por lo tanto había que garantizar los mercados de ultramar. La cooperación entre el soberano y la burguesía comercial se había estrechado. No obstante, la actitud real tuvo otros derroteros en el otro lado del Atlántico, pues mientras combatió la piratería berberisca, la exclusión de comerciantes extranjeros en el gran mercado sudamericano le llevó a seguir haciendo la vista gorda a la lucha de los bucaneros ingleses en la América meridional y central, como lo había hecho Jacobo I. Después de estas experiencias, Edward Barlow navega en el primer barco que realiza un viaje comercial bajo licencia a Brasil, el Queen Catherine. Recordemos que el matrimonio de Carlos II con Catalina de Braganza dio la libertad a los barcos ingleses de comerciar en los países y zonas de dominio portugués entre los que se encontraba Brasil. Con su viaje a Brasil y a las costas portuguesas, Edward Barlow comenzó a dominar la ruta atlántica, casi reservada a los grandes mercaderes. Sin embargo, cuando aún se encontraba en el país sudamericano, Barlow es llamado para participar en la guerra entre Inglaterra y Holanda desatada en 1665. Fueron años de largos y continuos viajes de un hombre que enrolado al principio como simple marinero, llegó a convertirse en un auténtico maestre. Se perfila así Edward Barlow como un hombre de mar que acompaña a aquellos mercaderes que intervienen en el lucrativo comercio de los vinos de Tenerife, a la vez que su graduación mercante le permitía a él mismo participar en el negocio de los vinos isleños.. 24 25

Mun, Thomas. La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior. FCE. México, 1954. Pág., 56. Vila Vilar, Enriqueta. Los Corzo y los Mañara. Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla. 1991. Pág., 32. 5

En efecto, después de esta faceta de naviero, por otro lado, indispensable de todo comerciante, en las primeras semanas de 1668 el marinero inglés y un mercader londinés se embarcan para Canarias en el Real Friendship, justo dos años después de que Carlos II aplicara las barreras aduaneras a la entrada de vinos isleños a favor de los portugueses, sus nuevos socios.26 A pesar de esta medida, el comercio con los caldos del Canary Sack y el Malvasía de Tenerife daba magníficas ganancias, pues los mismos continuaron siendo demandados por las clases altas de Inglaterra. Anclaron en el Puerto de La Orotava (actual Puerto de la Cruz). En el mismo fondeadero se encontraban tres o cuatro navíos que también habían partido de Londres al mismo tiempo que ellos, pero que habían llegado antes. En el Puerto de la Cruz fueron desembarcadas las mercancías en lanchas, las cuales regresaban al navío llenas de vino. Aquí solamente adquirieron la mitad de la carga, dirigiéndose luego a Garachico para comprar más vino. Barlow no era el principal marchante, de hecho había sido contratado como maestre, sin embargo traía consigo en el Real Friendship duelas y aros para los toneles, telas de lino y lana, aceite, mantequillas, quesos y velas,27 mercancías todas ellas que se vendían muy bien en las Islas. Viajó por segunda vez a Canarias en el navío de nombre Mayflower en el año 1676. En esta ocasión traía a bordo maíz, bastante barato en Inglaterra pero muy escaso en las Islas dada la crisis cerealística que estaban padeciendo las mismas. No estuvo tanto tiempo como la primera vez que visitó Tenerife -lo que no significa que la travesía fuera corta, pues le llevó cuatro meses y diez días en realizarla-. En esta ocasión el Mayflower transportó 360 pipas de vino. El precio osciló entre tres y cuatro chelines el galón (4,5 litros).28 Barlow en su Diario no menciona que haya comprado vino en su primer viaje, cosa que sí hizo en este segundo. Compró tres cascos de trescientos litros cada uno a tres chelines el galón. El mal estado de uno de los cascos le hizo perder alrededor de unos 150 litros en alta mar. Estos precios eran considerados por los viajeros y comerciantes excesivamente bajos, reflejo de su estrepitosa caída, como consecuencia de la política de Carlos II aplicada a nuestros caldos. No obstante, el precio de venta del vino en destino aumentaba su valor por el alto impuesto de importación que se aplicaba en Inglaterra. Los vinos en el momento de ser introducidos en el mercado inglés tenían que pagar, según el viajero Dellon, 17 ryals. El ryal valía 15 chelines, lo que suponía 255 chelines por pipa.29 Es decir, 2,40 chelines por galón, una tasa de importación casi el doble. Unos excesivos impuestos aduaneros que contribuyeron a disminuir la presencia de nuestros caldos en el mercado británico. Su experiencia como navegante hace que lo contrate la English East India Company para participar en un convoy hacia Oriente en 1692. Llevaba el convoy una carga, entre mercancías y dinero, por valor de £150.000. Éste fue el último viaje de Edward Barlow a las Islas. Llegó a Gran Canaria el 15 de abril y permaneció en la isla 14 días. Sin embargo esta vez solamente vino a cargar agua fresca y suministrarse de víveres. Realizaría muchos más viajes con la compañía oriental inglesa. Las compañías monopolistas de ultramar solían contratar a expertos marineros para que dirigieran sus expediciones comerciales. A la vez, una de las mayores aspiraciones de un navegante del setecientos era entrar a trabajar en alguna de las compañías monopolistas, pues sus sueldos eran muy elevados, incluso mayores que en la Narvy. Como simple marinero se ganaba 31 chelines al mes, que para aquella época era bastante dinero. Cuando Edward Barlow fue contratado por la English East India Company ganaba £5. 10 chelines al mes como principal piloto.30 Teniendo en cuenta que un viaje a Oriente podía tardar unos dos años, era bastante dinero para la época, además, como otros miembros de la tripulación, cargaba mercancías inglesas por su cuenta para venderlas, o compraba productos para importar a Inglaterra, como hizo durante sus viajes a las Islas. Todo ello suponía unos 26

Proclamations, II. Chronological Series, Charles II (1660-1685) by the King. A proclamation prohibiring the importation of all wines of the growth of the Canary Islands...1666. 27 Edward Barlow’s Journal. (1659 to 1703). Trnascribed from the original manuscript by Basil Lubbock. 2 vols. Hurts and Blackett. London, 1812. vol., i., 139. 28 Ibídem, v.i., pp., 283. 29 Astley, Thomas. Collection of voyages and travels. T. Astley. London. MDCCXLV. Pág., 543. 30 Course, A. G. A seventeenth-century Mariner. F. Muller. London, 1956. Pág., 149. 6

ingresos extras considerables. Estaba lejos de lo que se embolsaba un comandante por viaje (£3.000). Pero Barlow pudo ahorrar bastante dinero en los viajes de la English East India Company que le permitió retirarse a los sesenta años de edad con una buena posición económica.31 Ésta es a grandes rasgos la experiencia de un protagonista directo que fue navegante y viajero, a la vez que realizó el comercio. Esta simbiosis de navegante-viajero-mercader se dio en la mayoría de los comerciantes del setecientos. Hombres de la mar y del comercio como Edward Barlow fueron abundantes en la sociedad inglesa del siglo XVII. Desempeñaron un papel preponderante en el comercio con las Islas, pero al mismo tiempo, por sus conocimientos que tenían de la mar, se les hizo valorar en una sociedad en que la riqueza a través del comercio era incluso una cuestión de patriotismo.32 Aunque Edward Barlow y los comerciantes que compraron vino en el Puerto de la Cruz y Garachico lo hicieron directamente a los cosecheros isleños, en las Islas estaban residiendo agentes y factores de algunas compañías comerciales de Inglaterra que se encargaban de las operaciones de compra/venta de los vinos, además de colocar las manufacturas inglesas importadas. Pues bien, una de las preocupaciones de algunos de ellos, como de ciertos comerciantes o viajeros en suelo canario durante el siglo XVII, fue la naturaleza del suelo isleño, objeto de enorme interés científico, especialmente Tenerife por su montaña, el Teide. El mercantilismo también comportaba una demanda considerable de materias primas. Su necesidad en Inglaterra supuso por lo tanto una firme apuesta por el conocimiento de la naturaleza como una parte integrante de la formación de la riqueza nacional y del ritmo de crecimiento del mercado capitalista. El espíritu emprendedor y explorador del pueblo inglés van a facilitar el hecho de que sean los ingleses los que desempeñaran la tarea. Contribuye a ello también la familiaridad de las Islas entre los viajeros y residentes de Albión. Así pues, algunos hombres, cuyo cometido era el encargarse de las actividades comerciales en suelo isleño, desarrollaron una actividad aventurera y pseudocientífica sobre un escenario hasta entonces de escaso interés para los naturales canarios. Comienza con ellos, pues, la historia científica de las Islas. Mientras el desarrollo de las artes y las ciencias quedaron rezagados en los países ibéricos, en otras partes, sobre todo en los países nórdicos y especialmente en Inglaterra, se adoptaron unas políticas de potenciación de la industria, se estimuló el comercio, se dio la bienvenida a los extranjeros expulsados de los territorios católicos y se desarrolló enseguida una tradición científica. Se insiste en el saber basado no tanto en la contemplación como en la acción, y cuyo criterio residió en la utilidad de la naturaleza terrenal y no en la verdad metafísica.33 Las compañías mercantiles y los comerciantes ingleses estaban estrechamente conectadas con la investigación de la naturaleza, pues desde el primer momento comprendieron que los problemas de la navegación y el desarrollo de la agricultura dependían del avance de las ciencias. Paradigma de esta conexión fue el caso de Thomas Gresham, un rico comerciante de una Compañía de mercería londinense que fundó una institución educativa y científica, The Gresham College, en cuyo seno había miembros de compañías comerciales, como eran Henry Briggs, Edmund Gunter y Henry Gellibrand, catedráticos y del cuerpo docente de astronomía, a la vez miembros de la Virginia Company. 34 Interés que no sólo ocupó las mentes de los comerciantes sino también de la Corona. Desde el primer momento de su reinado, Carlos II estaba interesado en la formación de las sociedades científicas y en el fomento de la investigación como soportes de la expansión comercial. En Inglaterra fueron fundadas bajo sus auspicios la Royal Society y la Royal Observatory en Greenwich de Londres, entre otras razones por el enorme interés que tenía el monarca en el desarrollo de la navegación como motor de desarrollo del mercado de ultramar. Así pues, si bien los viajes realizados por los ingleses desde el siglo XVI y XVII a Canarias estaban fundamentalmente marcados por los intercambios comerciales, paralelo a este cometido estaba el interés en descubrir materias primas, sobre todo, nuevas plantas que cultivar, minerales y 31

Ibídem, pps., 238-39. Mun, Thomas. Op. Cit. Pág., 17. 33 Terenti, Alberto. La formación del mundo moderno. Crítica. Barcelona, 1985. Pág.,375. 34 Mason, Stephen F. La revolución científica de los siglos XVI y XVII. Alianza. Madrid, 1985. Pág., 162. 32

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demás productos naturales susceptibles de utilización económica. La influencia en el mundo europeo de la exploración de nuevas tierras y sobre todo los relatos de los viajeros en sus viajes y exploraciones ayudaron a despertar una curiosidad científica lejos de lo puramente especulativa.35 Por esas razones, allá donde llegaban, los viajeros ingleses, como el resto de los navegantes de otras naciones, recogían todas las plantas descubiertas y las transportaban a Inglaterra para su observación. Lo mismo sucedía con los minerales. Respondía a las nuevas actitudes culturales, intelectuales y psicológicas surgidas a raíz de los descubrimientos. La Naturaleza y, en particular, la Tierra reclaman ser investigadas. Sin negar la importancia que tuvieron las ciencias físicas y la astronomía –las cuales vieron grandes avances por necesidades comerciales y de navegación- hubo un gran interés práctico en los minerales útiles. Por consiguiente, además del interés por la flora, la exploración geográfica y los litorales de los continentes, el descubrimiento de los minerales útiles para la agricultura como para la industria se convirtieron en una necesidad apremiante. Por tal razón, desde muy temprano, el acercamiento científico del Archipiélago ocupó un gran interés, pues la presencia de agentes, armadores y factors de las compañías inglesas que operaban por estas latitudes lo favorecieron. Es en este contexto histórico cuando comienza a forjarse la historia natural de las Islas Canarias. La curiosidad científica que se despierta desde finales del siglo XVI y XVII abarca el estudio de la naturaleza terrestre y muy especialmente se impone el estudio de la génesis de los volcanes. Según la mentalidad de la época, la tierra y las montañas son aspectos de la naturaleza a estudiar, pues en ellas se encuentran los elementos y minerales que marcan el ritmo del progreso. En sus interiores se encierran los tesoros que el hombre estaba llamado a descubrir. Y fue precisamente el Teide, el Pico de Tenerife, como se le conocía en siglos pasados, la primera de las montañas volcánicas que llamó la atención, pues había sido el signo de distinción y a la vez de orientación entre los navegantes en sus rutas atlánticas. John Barbot, un agente general de la Royal Company of Africa destacó cuando estuvo en Tenerife en el mes de octubre de 1681 que la isla era “famosa por su alta montaña, conocida como Pico de Tenerife, de forma de terrón de azúcar, cuya prodigiosa altura es visible desde 45 leguas marinas [150 kilómetros]”. Había nacido, pues, entre los viajeros y navegantes una tradición sobre el Pico de Tenerife, cuya apreciación se insertó rápidamente entre los fenómenos naturales cargados de simbolismo y admiración. Pero curiosamente no serían los habitantes naturales de las Islas, es decir, los propios canarios los que emprenderían el acercamiento a su naturaleza, sino serían precisamente los ingleses los llamados a realizarlo. El Teide causaba pánico y horror a los naturales isleños. Los castellanos asumieron la concepción guanche de la montaña, para quienes el Teide era un lugar de horror, morada del dios-malo Guayota (opuesto al dios-bueno Achaman) identificado así con los infiernos y el dios de los muertos. Las palabras de Gregorio Leti, un biógrafo de Felipe II, son muy elocuentes al respecto. Leti dijo del Teide: «Hay en Tenerife una montaña tan inconmensurablemente alta, que es imposible treparla sin grandes dificultades. Desde entonces se cree que es la montaña más alta del mundo. De todas maneras, se dice que desde su base hasta lo alto se encuentran las moradas de unas gentes, absolutamente salvajes y crueles, más parecidos a bestias salvajes que a personas razonables». Una imagen tenebrosa que provocaba pánico y que perduró entre los naturales bastante tiempo. Consecuentemente, hasta bien entrado el siglo XVIII se vivió de espaldas al Teide. George Glas apuntó en 1761 que salvo los «extranjeros y algunos pobres de la isla que se ganaban la vida recogiendo azufre» los naturales de Tenerife se interesaban muy poco por el Teide. Precisamente a los viajeros y mercaderes ingleses residentes les debemos las primeras incursiones exploratorias. Ellos desafiaron a los naturales isleños que habían vivido temerosos de la montaña de Tenerife, sin aventurarse a escalar sus laderas ni subir hasta su cima. El primero de esos extranjeros que ascendió hasta el cráter del Teide fue el jesuita inglés George Stevens. Thomas Nichols, factor de los comerciantes de Londres Thomas Loke, Anthony Hickman y Edward Castelin,36 a la vez asociados en una compañía que operaba en la costa oeste africana bajo el 35 36

Taton, René. Historia General de las ciencias. Destino. Barcelona, 1972. V.ii. Pág., 124. Cioranescu , Alejandro. Thomas Nichols, mercader de azúcar, hispanista y hereje. I.E.C. La Laguna. 1963. Pág., 16. 8

nombre de “Comercio de Guinea”, habla del Teide pero no hay prueba de que haya subido la montaña. La imagen del Teide de Nichols, «una montaña que a menudo suelta cenizas y que su base está totalmente llena de piedra pómez» es una imagen muy familiar a la que nos trasmite toda una serie de viajeros de la época. Sin embargo, por su testimonio escrito, el jesuita inglés Thomas Stevens sí ascendió entre el mes de abril y mayo de 1579. George Stevens, considerado como el primer inglés que alcanzó el continente de la India y el Cabo de Buena Esperanza, en su ruta hacia Goa (la India) a bordo de una flota portuguesa, aprovecha la estadía de su barco frente las costas del Puerto de la Cruz para subir hasta el cráter del Teide. «Que gran placer tuvimos en lo alto de la montaña de la isla de Tenerife» -fue su exclamación-. Stevens desafiaba así a los humanos que desde milenios, han vivido temerosos de las montañas, sin aventurarse a escalar sus laderas ni subir hasta sus cimas. Sin duda no fue el primer inglés que habla del Teide, pero fue el primero que ascendió la montaña de Tenerife. Pero no todas las excursiones tendrían un carácter tan lúdico como la de Stevens. A lo largo del siglo XVI se creía que en el Teide se encontraban minas de cobre, incluso oro. El fundidor de las campanas de La Orotava le comentó al médico y al comerciante inglés residente en el pueblo que de la tierra de Las Cañadas que él había transportado extrajo tanto oro que pudo hacer dos hermosos anillos. 37 Y un portugués le había contado que después de estar en las Indias Occidentales él creía firmemente que en el Teide había minas de oro y plata tan ricas como la de las Indias. Afirmación refutada al médico inglés por un amigo del lusitano, el cual al parecer había extraído dos cucharadas de plata de la tierra del Teide.38 Sin embargo, ningún viajero pudo refutar la existencia de tales minerales. Todo lo contrario de lo que ocurre con el azufre y, por añadidura, el nitro. En efecto, desde muy pronto, los viajeros mencionaban la existencia en el Teide de ambos elementos. El azufre y el nitro estaban relacionados con la teoría de la combustión y la pólvora. El azufre se combinaba con el carbón para hacer la pólvora, ya conocida por los chinos y que empezó a usarse en Europa desde el siglo XIII y condujo al desarrollo de las armas de fuego. Se creía que los truenos y los rayos se relacionaban con la explosión y el fogonazo de la pólvora, cuyos ingredientes activos eran el azufre y el nitro. De tal manera que el azufre servía como pólvora para las armas de fuego. El azufre se encontraba en Canarias fundamentalmente en Lanzarote, La Palma y Tenerife como consecuencia de sus respectivos suelos volcánicos. Se transportaba para la Península, aunque solamente subían los campesinos a recoger el del Teide, como indicó Glas. Como señala Viera y Clavijo, el Teide era rico en azufres que se encuentran incrustados en grandes cantidades en sus calderas y grietas. “Cuantos viajeros y curiosos suben a aquella altura, admiran y celebran con razón la variedad de sus colores, porque hay azufre blanquecino, azul, verde, violeta, amarillo y lo hay virgen, cristalizado, transparente, polvoriento y en filetes”.39 Pero no serán los naturales isleños los que emprendan su ascensión, sino los ingleses. Hay tres relatos de tempranas excursiones al Teide donde se mencionan los minerales que se encuentran en su cima. Los de Edmund Scory, los de los mercaderes Philips Ward, John Webber, John Cowling, Thomas Bridges y George Cove, y los de Edens. Según Edmond Scory, el lado sur de la montaña era una auténtica colada de azufre que bajaba hasta su falda, donde luego se mezclaba con el azufre que se encontraba en el lugar. Un contemporáneo de Edmund Scory, Thomas Herbert, uno de los mayores viajeros ingleses del setecientos y cuya estancia en Tenerife 1624 supuso un gran reconocimiento para las Islas, pues sus viajes a Asia y África fueron rápidamente difundidos y elogiados en Inglaterra, habla en los mismos términos. 40 No obstante, la referencia más importante para la historia natural de las Islas en el siglo XVII es la que se encuentra en la expedición de los ingleses Philips Ward, John Webber, John Cowling, 37

Sprat, Thomas. “The History of the a relation of the Pico Teneriffe, Received from some considerable merchants and men worthy of credit, who went to the top of it” en History of the Royal Society. Jackson I. Cope and Harold W. Jones. 1667. Pág., 206. (Existe traducción de Víctor Morales Lezcano en la Revista de Historia, 149-152 de los años 1965-66). 38 Ibídem. 39 Viera y Clavijo, J. Diccionario de Historia Natural. Santa Cruz de Tenerife, 1942. Pág., 100. 40 Herbert, Thomas. Some years Travels into divers parts of Asia and Afrique. London, 1634. N. A. I. B. Pág., 404. 9

Thomas Bridges y George Cove. La fecha no está nada clara. Según el Register I, pp. 36 de la nota 200 de la History of the Royal Society41, el ascenso se produjo en agosto de 1646. Wölfel lo sitúa en 1650. Charles Edwardes señala que tal excursión se realizó en tiempos de Carlos II.42 En la medida en que el relato fue incluido en la History of the Royal Society de 1667, la misma tuvo que realizarse en el primer lustro de los sesenta. Al parecer, tales cabelleros obtuvieron un permiso especial de la embajada de España en Londres para realizar experimentos en el Teide. Declararon que sus propósitos eran cruzar los mares para medir el peso del aire en la cima del Pico. El representante español en la corte de San Jame creyó que bromeaban cuando le comunicaron sus intenciones, aunque más desconcertado quedó cuando descubrió que el rey Carlos II era precisamente uno de los promotores de la Royal Society, bajo cuyos auspicios se estaba preparando la expedición. Independientemente de la fecha, sus testimonios son de gran interés, pues nos encontramos entre los primeros viajeros comerciantes que hablan de la gran cantidad de piedras sueltas azuladas que se encuentran en el cráter, además de poseer un herrumbre amarillo que era típico del cobre y el vitriolo. Era el azufre, conocido con el nombre de nitrón, la base del ácido sulfúrico, considerado como el ácido universal («universal» en el sentido de ser el principal ácido presente en todas las sustancias que manifestaban propiedades ácidas).43 Azufre, nitro y vitriolo van a aparecer como los elementos químicos que marcarían el interés por el Teide. La excursión al Teide de estos comerciantes mereció la atención de Thomas Robert Sprat, quién la incorporó en su historia de la Royal Society de Londres. Fue la primera historia de la Royal Society, publicada en 1667, justo cinco años después de la fundación de la sociedad por Orden Real de Carlos II. En ella, Thomas R. Sprat detalla los acontecimientos y las causas que llevaron a fundar la institución científica y escribió que “el noble e inquisitivo genio de nuestros comerciantes ha contribuido mucho al progreso de las ciencias y al establecimiento de la Royal Society.” De esa manera Canarias, y más concretamente el Teide, entra en los anales de la más prestigiosa sociedad científica de la época, exactamente seis años después de su fundación. Así pues, es en el siglo XVII cuando se tiene conocimientos de las riquezas mineralógicas del Teide. A partir de esos momentos el Teide pasa a ser motivo de interés por parte de la sociedad y de toda Europa, pues la Royal Society constituyó hasta finales de siglo un punto obligado de referencia para la ciencia natural del Viejo Continente.44 La prohibición de importación de vinos isleños a Inglaterra decretada por Carlos II en 1666, la hostilidad inglesa contra España en las últimas décadas del siglo XVII, las guerras internas de la Inglaterra de Jacobo II y la misma Guerra de Sucesión española debilitaron las comunicaciones entre las Islas con Inglaterra y consecuentemente redujeron considerablemente el número de comerciantes y viajeros a las Islas. Algún que otro comerciante o autoridad inglesa local, efectúa ocasionalmente excursiones. Por ejemplo, a John Crosse, comerciante escocés establecido en el Puerto de la Cruz a finales del siglo XVII y posteriormente cónsul de Su Majestad, le debemos algunas ascensiones, pues solía acompañar a cuantos viajeros deseaban subir. Por otro lado, en líneas generales, a pesar del desarrollo de las ciencias de la naturaleza en la Inglaterra del setecientos, estas primeras exposiciones no originarían unas acotaciones fenomenológicas claras. En lo sucesivo, el estudio del Teide adquirió cada vez mayor importancia, pero no pudo prosperar, aparte de las razones ya expuestas, porque en el siglo XVII el campo de investigación que recibió una mayor atención por su utilidad fue el estudio de la brújula, el magnetismo,45y en general la astronomía, pues eran los campos de conocimiento que más demandaban su desarrollo por su gran utilidad para la navegación. Aunque el estudio del azufre, el vitriolo, el nitro, el agua y otros 41

Morales Lezcano, Víctor. Op. Cit. Pág., 93. Edwardes, Charles. Rides and Studies in the Canary Islands. Fisher Unwin. London, 1887. Pág., 242. 43 Brock, William H. Historia de la química. Alianza. Madrid, 1998. Pág., 111. 44 Rei, Darío. La revolución científica. Ciencia y sociedad en Europa entre los siglos XV y XVII. Icaria. Barcelona, 1978. Pág., 157. 45 Merton, Robert K. Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII. Alianza. Madrid, 1984. Pág., 200. 42

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elementos químicos ocuparon el interés de la Royal Society los problemas técnicos referentes a la navegación ocuparon por mucho tiempo la ciencia inglesa. Hubo una ciencia muy cultivada en el setecientos que sin embargo sí incidiría directamente sobre Canarias. Nos referimos a la cartografía. Junto a la holandesa –de la cual destacaría Maneson Mallet, que en 1683 representa la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, señalando las fortificaciones, iglesias, casas y el barranco de Guiniguada dividiendo la ciudad en dos- la inglesa destacó en el siglo XVII. En el más importante trabajo cartográfico del siglo sobre África realizado por John Ogilby aparecen las Islas. John Ogilby fue nombrado cosmógrafo de la Casa Real por Carlos II en 1666, con la tarea de levantar un mapa de todos los caminos del reino. El volumen resultante fue Britannia. En su cartografía de África (1670), un minucioso grabado cartográfico del continente, donde incluye ilustraciones de muchas vistas, mapas descriptivos de las regiones, planos de los pueblos y puertos, y, además, aparecen las Islas de Malta, Madagascar y las Canarias. O la cartografía de Robert Morden, librero, editor y cartógrafo, que además de cartografiar Londres, en 1680 hace una cartografía de las Islas, donde representa al Teide de una manera exagerada como característica sobresaliente de Tenerife y un árbol verde en el centro de El Hierro, clara alusión al árbol Garoé que distinguía a la más occidental de las Islas Canarias. Un colaborador suyo en su producción del globo terrestre de 1683, William Berry, pinta también en el año 1680 un espléndido mapa de África, donde recoge minuciosamente las Islas. Así pues, las excursiones al Teide en el último cuarto del siglo fueron interrumpidas, aunque no es equivocado decir que los comentarios a los productos naturales del Teide supondrían una referencia obligatoria de cuantos intereses comerciales y científicos se proyectaron a la hora de localizar materias primas en ultramar. Estos viajeros en las Islas se convirtieron en los primeros voceros y depositaron las semillas de los conocimientos que más tarde se realizarían en tierras isleñas. Además, estas primeras “expediciones” constituyen un hito importante en la geografía del Teide. Es curioso como unos viajes, en principio lúdicos, contribuyeron decisivamente a despertar el interés por el conocimiento de la geografía isleña, a conocer la riqueza geológica de una montaña que estaba llamada a ser analizada. Pero repito, no era el momento aún de su estudio y no estaría maduro para tal menester hasta el siglo XVIII. En efecto, el estudio sistemático se va a abordar en la siguiente centuria. El fin de la Guerra de Sucesión y los posteriores acuerdos en Utrech permitieron un clima de paz favorable en Europa. Por su parte, la ausencia de hostilidades entre Gran Bretaña y la España de Felipe V, además de la política de apertura a los extranjeros del nuevo monarca español favorecieron la fluidez en las comunicaciones. Es en este contexto histórico cuando el viaje alcanza una nueva dimensión. La Royal Society orienta de nuevo la atención al Teide y se interesa cada vez más por las excursiones y los minerales que se encuentran en la montaña de Tenerife. Respondiendo a ese interés se presta mucha atención a la excursión que hizo J. Edens en 1715. J. Edens no era miembro de la sociedad científica londinense -nunca lo fue-, pero su relato fue publicado en el diario de sus Actas Philosophical Transactions. Edens partió de Inglaterra a principios de agosto de 1715. Desembarcó en el Puerto de la Cruz y el 15 de agosto emprende la ascensión del Teide, acompañado de cuatro ingleses y un holandés.46 Edens es el primer viajero que da una detallada descripción del cráter del Teide (describe su forma, da las medidas de su profundidad y diámetro, etc.). Décadas después, ahora con claras implicaciones analíticas en esta primera fase de la Royal Society, los acontecimientos experimentaron un gran avance con los hermanos Heberden. Thomas Heberden, médico y naturalista miembro de la Royal Society de Londres había nacido en 1703. Llegó a Las Palmas de Gran Canaria en la década de los años treinta del siglo XVIII y estuvo preso en las cárceles de la Inquisición. 47 Solicitó reducirse, lo cual terminó en una reprensión, pues de lo 46

Phil. Trans. Vol. 29 (1714-1716). Pág., 317. Viera y Clavijo, J. Historia General de las Islas Canarias. Goya. Santa Cruz, 1967. Pág., 230. 47

Fajardo Spínola, F. Reducciones de protestantes al catolicismo en Canarias durante el siglo XVIII: 1700-1812. Santa Cruz de

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contrario, «hubiera sido, como mínimo, expulsado de las Islas».48 En 1741 se traslada desde Gran Canaria a Tenerife, permaneciendo siete años en La Orotava. Cuando Thomas Heberden abandonó Tenerife, se trasladó a Madeira y permaneció años en la isla portuguesa ejerciendo la medicina hasta su muerte en 1769.49 Allí se encontró con Joseph Bank durante el primer viaje de James Cook en el Endeavour, el 30 de junio de 1768. Cuando residió en Tenerife hizo varias excursiones al Teide durante las cuales recogió los minerales que tanto habían llamado la atención, piedras de azufre y arcilla roja cubierta de sal, y las envía a su hermano, el prestigioso médico de Londres William Hederden, que usó por primera vez el término médico angina de pecho en 1772. El azufre, de forma pulverizada ya era utilizado en este siglo también en la agricultura. Pero era la base del ácido sulfúrico, que según se ha dicho, la revolución industrial inglesa dependió tanto de los descubrimientos mecánicos como químicos y el ácido sulfúrico desempeñó un papel de particular importancia en su historia.50 ¿Pero las sales? ¿Qué propiedades químicas tenían?. En Canarias existía gran reserva de plantas barrilleras que crecían de manera espontánea en zonas costeras o salinosas y de las cuales se sacaba la barrilla. La barrilla tenía un alto contenido de sales alcalinas, base del jabón, además de tener otros usos industriales. La comercialización de la barrilla adquiere mayor protagonismo en el siglo XVIII, pero Inglaterra la compraba y conocía desde el siglo XVII. Como es bien sabido, la barrilla era la planta calí, de la cual se extraía una piedra salina que se llamaba el alcalí vegetal, muy utilizado para el jabón, los cristales, tinte y otras aplicaciones químicas, de ahí su gran importancia en el comercio de las Islas. Las sales que se encontraban en el Teide eran alcalinas, pero se desconocían sus elementos químicos. William, que no era químico, con el objeto de dilucidar los componentes químicos de las piedras que le había enviado su hermano desde Tenerife, se las entrega a un amigo, Henry Cavendish, un prestigioso químico de entonces. Los experimentos de Cavendish, junto con las piedras, los presenta William Heberden a la sociedad londinense.51 Comunica a los miembros de la Royal Society que, según su hermano, la sal se encontraba en los bordes del cráter y que en las Islas se le llamaba salitrón, que no es otra cosa que el salitre. En las Islas se vendía para su exportación a 5 peniques la libra. Según Heberden, era la base del natrón o el nitrato (carbonato sódico), que se encontraba en abundancia en Las Cañadas, y que algunas veces se llamaba alcalí, la sosa de hoy en día. Tanto el natrón como el alcalí se usaban para hacer jabones y cristales. Se creía que el natrón solamente se encontraba en Egipto, donde era utilizado para conseguir la preservación de los cadáveres en el proceso de momificación. El natrón se encontraba en Tenerife en estado puro. Le llamó la atención que se encontrara en Las Cañadas, pues al estar su origen en las sales marinas, no se explicaban como se conservaba a tal altitud, soportando las inclemencias del tiempo.52 La barrilla, que no era otra cosa que el alcalí vegetal, tiene una afinidad mayor a los ácidos del vitriolo, nitro y la sal marina que el alcalí fósil o mineral, del cual se extraía también el natrón. Por lo tanto, la barrilla contenía más impurezas que el natrón, cuyas propiedades químicas lo hacían más ventajoso. Los ingleses descrubrieron -después de identificar y analizar los elementos químicos, sobre los cuales no nos detendremos, pues responden más al campo de la química que al de la Historia- que la sal de la barrilla producía las mismas propiedades, pero al no estar libre de otras sales disminuía su pureza. Por su parte, con una solución fuerte de natrón se podía hacer antorchas, que tiene la propiedad de quemarse pero no chispea,53 y era muy usada por los canarios para alumbrarse. Esta fue la génesis del descubrimiento del azufre y del carbonato sódico en el Teide de la mano de los viajeros y comerciantes ingleses del setecientos y los hermanos Thomas y William Heberden. Tenerife. 1977. Pág., 136. 48

Ibídem. Royal Society. List of Fellows. T. 4. Pág., 1743. 50 Butterfield, Herbert. Los orígenes de la ciencia moderna. Taurus. Madrid, 1982. Pág., 202 51 Phil. Trans. Vol. 55 (1765). Pág., 57. 52 Ibídem. 53 Ibídem, pp., 60. 49

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Este acercamiento a los minerales isleños respondía al interés para su explotación comercial dada la importancia del azufre, el ácido sulfúrico y el carbonato sódico y alcalí del natrón, más puro que la barrilla. Una explotación económica, sobre todo del azufre, que se daría a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y sobre todo en la centuria siguiente, pero que por razones obvias su tratamiento queda lejos de esta exposición. Se podría concluir por lo que aquí se ha expuesto, que estamos justo en el momento histórico del comienzo del interés científico de la naturaleza de Canarias. Es precisamente en el siglo XVII cuando la paz con Inglaterra permitió el arribaje a nuestros puertos de un gran número de viajeros y comerciantes, constituyendo de esa manera, como señala Antonio Bethencourt Massieu, nuestro siglo de oro de la economía canaria, además de permitir que poco a poco aflore las riquezas mineralógicas insulares, perdiendo así el silencio que ocupó en la conciencia olvidada de los naturales por largo tiempo.

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