METÁFORAS ENTRE LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN Eduardo Andres Agosta Scarel 1, O. Carm

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METÁFORAS ENTRE LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN Eduardo Andres Agosta Scarel1, O. Carm. 1. INTRODUCCIÓN Me he preguntado una y mil veces qué podría ofrecer a mis hermanos en este homenaje que llena de orgullo a toda la Familia Carmelita. No soy un especialista en temas de espiritualidad carmelitana, ni de la historia o la teología misma. Las ciencias humanas y las del espíritu las he ido recogiendo en mi camino hacia el monte Carmelo - ¡y cuánto resta aún por caminar! - de oración y servicio. Mi debilidad académica, ya lo irán notando, son las ciencias fácticas – las “duras” como dicen por estas latitudes- cuyo discurso argumentativo de los hechos es racionalmente fuerte, al estilo lógico-matemático, pero que, de todas maneras, no deja de ofrecer al creyente – científico o no- la posibilidad de la contemplatio asombrosa de la creación. Es por eso que me animé a escribir esta breve colaboración. Por un lado, deseando agasajar y acompañar a mis hermanos, los padres fray Balbino Velasco y fray Pablo María Garrido, quienes han enriquecido con su trabajo y ciencia al Carmelo, la Iglesia y la Humanidad. Por el otro, para compartir mi experiencia como joven científico, creyente, para tal vez afirmar junto a muchos otros que es posible encontrar rastros de la presencia de Dios en su gran obra de la naturaleza, por medio de las complejas leyes o ecuaciones mediante las cuales los científicos osan hablar y describir la realidad. Experiencia científica del mundo que con frecuencia queda vedada a muchas hermanas y hermanos al encontrarse incomprensiblemente oculta por el lenguaje abstruso de las matemáticas avanzadas. Por cierto, al menos desde la década de 1960 el interés teológico por el conocimiento científico se ha ido incrementando notablemente hacia una reflexión cada vez más imbuida del pensar científico; primeramente en espacios protestantes y paulatinamente entre los intelectuales católicos. A este nuevo pensar teológico podríamos llamarlo teología científica, entendiendo ésta como aquella teología que intenta asumir los resultados científicos como principios heurísticos a partir de los cuales re-expresar los contenidos teológicos fundamentales de la revelación a cerca de la creación, el hombre y Dios. Sin embargo, pensar una teología enriquecida por el aporte de la ciencia no es tarea sencilla. Los resultados pueden llegar a ser difusos, si no confusos en muchas situaciones. He leído alguna vez que el juego dialógico entre ciencia y teología implica tener conciencia cierta de este riesgo inherente al mismo intento de construir el puente entre ambos saberes. Con todo, estoy persuadido de que el diálogo es posible siendo el espacio común la realidad en sí misma sobre la cual tanto la ciencia como la teología tienen algo significativo para decir al hombre. Un diálogo que necesariamente implica autonomía e independencia del uno al otro para que la reflexión conjunta pueda desenvolverse en la legítima libertad de búsqueda. De los grandes temas desarrollados por la ciencia en los últimos cien años con un fuerte impacto epistemológico en las ciencias humanas – en la filosofía, y desde ahí, en la teología, sociología historiografía y otras -, la teoría del caos de los sistemas dinámicos merece, a mi juicio, un 1

Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Física Aplicada, Atmósfera. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Trabaja en Cambio Climático y en Climatología Dinámica en grupos de investigación de la Universidad de Buenos Aires y la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires. 1

valor relevante. El caos desde su aparición entre los resultados científicos ha reclamado la atención del público por una razón básica: es una teoría que intenta dar explicaciones al fascinante límite que se impone entre el orden y el desorden de los sistemas físicos naturales y, porqué no, de la vida misma de las personas. Al mismo tiempo, la presencia del caos como señal perennemente presente entre los fenómenos sigue siendo fuente de desconcierto y reflexión para los científicos en sus cotidianas investigaciones. Por ello, me animo a compartir con el lector algunas aproximaciones al conocimiento de la teoría del caos para, desde allí, poder ofrecer algunas intuiciones a cerca del horizonte epistemológico vislumbrado y, como creyente, proponer un potencial puente de diálogo entre la ciencia y la religión. Este diálogo, claro está, es meramente un ensayo inacabado en su primera pretensión que, no obstante, espera servir para el inicio de ulteriores conversaciones que aproximen al enigmático misterio de lo real. 2. LA CIENCIA HABLA CON METÁFORAS: UNA EPISTEMOLOGÍA DEL CAOS Si en este preciso momento fuésemos a un laboratorio de alguna prestigiosa universidad y preguntáramos a algún científico o científica qué piensa de la ciencia misma, tal vez nos sorprenderíamos de la respuesta, y tras unas cuantas entrevistas constataríamos rápidamente que es alto el grado de predominio de un realismo crítico en estos ambientes. Si, además, les preguntásemos a los hombres y mujeres que hacen ciencia cuál es su opinión acerca de qué es el conocimiento científico, si no todos, al menos una gran proporción estaría de acuerdo con la propuesta de I. G. Barbour: modelos y teorías… (que) selectivamente representan aspectos particulares del mundo para propósitos específicos2. Es decir, para el científico posmoderno, las teorías científicas se expresan y desarrollan sistemáticamente a través de metáforas y modelos a cerca de los fenómenos de la naturaleza. Así, el conocimiento científico no sería más que uno o varios conjuntos de teorías y modelos que nos ayudan a comprender una porción de la realidad según los problemas a resolver. Ahora bien, la misma praxis de la mayoría de los científicos es la que los ha conducido forzosamente a esta conclusión. Mucha agua ha corrido bajo el puente de la experimentación y ya no parece quedar lugar para un positivismo optimista, casi ingenuo, a la manera en que todavía se expresaba bajo el último bastión del Círculo de Viena. Y en este aspecto, el caos prevaleciente entre las leyes de la ciencia jugó y juega todavía hoy un rol distinguido para la apertura cognoscitiva más allá del propio método científico. Durante el siglo XX grandes temblores epistemológicos sacudieron el terreno de la hegemonía de la ciencia. Por un lado, la teoría de la relatividad eliminaba a partir de 1916 la ilusión newtoniana del espacio y el tiempo absolutos y la teoría cuántica hacía añicos en torno a 1925 el sueño eisteiniano de procesos de medición controlables. Por el otro, la teoría del caos comenzaba a pertrecharse en la década de 1920 como una provocadora amenaza a la fantasía laplaciana de la predecibilidad determinística a largo plazo. En estrecha unión con la física cuántica, el caos tanto de los sistemas dinámicos clásicos como de los cuánticos merece la consideración de ser generadora de 2

Cf. I.G. Barbour (1990), Religion in an Age of Science, San Francisco, p. 43. 2

una epistemología emergente ya que atañe al saber científico y su relación con la realidad intramundana. El alcance de los resultados de la teoría del caos afecta y cuestiona el conocimiento científico, en cuanto actualización de la realidad al intelecto en virtud del método científico. En este sentido, el caos reinante por doquier parece habilitar otras racionalidades cognitivas de lo real diferentes a la restringida racionalidad matemática, apoyo esencial del conocimiento científico. Y, ¡oh, primera paradoja!, ella también como teoría científica es una metáfora de lo que podemos llegar a saber. La tesis que propongo en este apartado es que la teoría del caos es prueba de que las proposiciones que componen el discurso científico surgen atravesadas por una limitación específica al proceso de medición y posterior falsación y/o verificación de las mismas que es el propio dato observacional. Es decir, el caos determinista descubre un espacio gnoseológico plausible que abre una nueva mirada a la realidad desde el ámbito científico en tanto se asuma una emergente epistemología que podría llamarse de frontera. Epistemología de frontera porque delimita, marca un valor, aunque no preciso, de la significancia de las proposiciones que componen el discurso científico sobre la naturaleza - e incluso de la realidad en cuanto tal - , compuesto por las leyes físicas que se expresan en el lenguaje lógico-matemático. Sobre este espacio fronterizo del discurso, el saber humano ya no queda reducido a aquél que entra en el canon del método científico solamente3, si no que es constituido desde esa frontera rayana (epistemológica) que ofrece otras diferentes experiencias cognitivas que dan cuenta efectiva de la realidad en cuanto experimentada. En tal sentido, no hallamos ante una metáfora epistemológica, entendiendo por metáfora a aquella analogía abierta-cerrada cuyo significado no puede reducirse a un conjunto de proposiciones literales4. La metáfora es capaz de lo irresoluble en el plano de lo estrictamente racional. Desde los inicios de la ciencia moderna en el siglo XVI hasta el Círculo vienés, en pleno siglo XX, el discurso científico pretendía haber dado por tierra a otros lenguajes de carácter étnico ambiguos debido a su poli-semántica. El dato observado y cuantificado numéricamente junto a la sintaxis lógico-simbólica de la matemática parecía construir proposiciones unívocas y estandarizadas de la realidad física sin las perturbaciones, tan indeseadas, generadas por la intersubjetividad. Se creía firmemente que lo medido era una cuantificación5 fidedigna de la realidad, una muestra absoluta de lo real, más o menos un error siempre acotado. No obstante, aconteció que el caos puso en el banquillo de la sospecha la validez de considerar la realidad tetra-dimensional – tres coordenadas para el espacio y una para el tiempo- como un espacio continuo, es decir sin agujeros, y cuantificable, por tanto, con la teoría matemática de los números reales/complejos.

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Cabe recordar que el método científico tiene su fortaleza en la observación, la experimentación y expresión matemática (teorías) de las relaciones lógicas encontradas entre diversos parámetros físicos – variables o términos de la proposición- medidos durante la experimentación/observación. 4 Cf. I.G. Barbour (1974), Myths, Models, and Paradigms: A comparative study in Science and Religion. New York, p. 12-14 5 La cuantificación tal vez sea el mayor logro de la ciencia (episteme) moderna: con ella se alcanzaba la univocidad entre el dato percibido y la realidad. Era la hegemonía de la objetividad. 3

Sin profundizar demasiado los aspectos teóricos de la teoría del caos, presentaré rápidamente algunos puntos relevantes de la misma para el tema en cuestión6. Cuando se habla de caos, imágenes de confusión, desorden e irracionalidad son evocadas casi instantáneamente en la mente del lector. En parte, la teoría del caos algo tiene que ver con estos conceptos. En su definición semántica, el caos no es otra cosa que falta de orden allí donde se espera que lo halla y la total ausencia de forma y/o arreglo sistemático. En su aspecto físico, el caos se muestra observable en aquellos procesos que no son al azar pero parecen azarosos, estando presente desde escalas microfísicas a astronómicas, colándose a través de nuestra vida cotidiana. En pocas palabras, el caos habla de ausencia de determinismo. Las nociones caóticas de la teoría surgen del estudio de sistemas físicos (fenómenos) no lineales, es decir, aquellos sistemas cuyas ecuaciones matemáticas, que describen la física del fenómeno, presentan términos o variables que interactúan y se afectan entre sí de un modo no proporcional. Cualquier propiedad física del fenómeno, que varíe levemente a lo largo de un proceso, puede estar acompañada de variaciones enormes de otras propiedades en un instante dado, afectando – a veces inestabilizando - la dinámica interna del fenómeno físico. Esta no-linealidad de las ecuaciones que rigen determinísticamente el sistema es generadora de comportamientos periódicos, cuasi-periódicos o azarosos en sentido estricto. Por lo tanto, dos estados7 inicialmente muy próximos entre sí divergirán en un tiempo finito alcanzando estados finales totalmente diferentes el uno del otro que parecen tomados al azar. En general, la no-linealidad del sistema físico inicialmente determinístico - en el sentido de que el estado anterior de un fenómeno determina el estado posterior - produce impredecibilidad (o bien, impredictabilidad) en el comportamiento del fenómeno y hace que sean altamente sensibles a las condiciones iniciales de observación. En un tiempo se pensaba que la sensibilidad a las condiciones iniciales descansaba, ya sea, en el método resolutivo de las ecuaciones del sistema físico, que puede ser estrictamente analítico o también numérico, o bien, en el proceso de medición debido a la sensibilidad y resolución de los instrumentos utilizados. No obstante, los estudios teórico-matemáticos con la ayuda de los ordenadores a partir de los setenta y ochenta muestran que esta propiedad parece que se asienta en el propio modo de acceder a la naturaleza. Los efectos no lineales, responsables en primera línea del caos, surgen de la irracionalidad de la naturaleza en el sentido matemático. La matemática enseña que entre dos números racionales aquellos que pueden expresarse como cociente de dos números enteros - existe infinitos números irracionales a fin de que la recta numérica sea densa y completa. Los irracionales son cuantificaciones numéricas expresables matemáticamente pero inoperables en la praxis. Siempre se aproxima tanto en la observación como en la resolución analítico/numérica por el decimal racional más próximo. En consecuencia, hay una imposibilidad de expresar, de cuantificar ciertas situaciones o estados de un fenómeno físico, tanto en la observación como en la resolución determinística, 6

En otro artículo pormenorizo el desarrollo de la teoría del caos en un lenguaje accesible, cf. Un principio anterior al caos, Proyecto 40 (2001), Buenos Ares, 133-145. 7 El estado de un sistema puede entenderse como el conjunto de las variables medidas experimentalmente que explican su condición de fenómeno en un dado tiempo. 4

porque siempre hay algo de irracionalidad presente en ellos que el lenguaje formal de la lógica no contempla durante la operación pragmática, tanto durante la captación del fenómeno (observación) como en la predicción (resolución analítica de las ecuaciones). Es decir, las condiciones iniciales solo representan el estado restringidamente racional-matemático del fenómeno físico. Al mismo tiempo, el método de resolución analítico/numérico de las ecuaciones hace juego de cintura en el límite de las discontinuidades funcionales o puntos críticos sobre el dominio de los números complejos (espacio continuo) generando una impredecibilidad determinística a partir de las ecuaciones. Por ende, las leyes físicas y las consecuentes teorías son deducidas o inferidas a partir de lo racional de la observación y representan bien estas situaciones, quedando un sesgo de irracionalidad matemática en la naturaleza como base generadora del caos de los fenómenos físicos8. Desde el punto de vista físico, este sesgo puede traducirse como transferencias difusivo-turbulentas de energía, debido a interacciones no lineales, desde una escala espacio-temporal menor a otra mayor y viceversa - en proporciones irracionales, no modeladas por las ecuaciones (leyes)9. De este modo, algo se escapa del dominio de la ley física que en la realidad esta ahí y hace que el comportamiento de un fenómeno sea intrínsecamente caótico en un marco determinístico clásico. Bajo este aspecto, la teoría del caos hace evidente los límites subyacentes en cualquier ley científica (proposición) referida a los fenómenos naturales. Estas proposiciones o leyes físicas sólo representan bien lo observado, a la medida del hecho, que es puramente racional exacto. Esta limitación es inevitable aunque se emplee la sintaxis lógico-simbólica. Es decir, el límite se impone no desde la expresión lógica de la ley y la matemática empleada sino desde el proceso de captación del fenómeno (medición) hasta el de corroboración o falsación que se apoya sobre el valor de lo medido. Asimismo, el lenguaje matemático del continuo, que es empleado en la construcción de las teorías, apenas es adecuado para ajustar a la realidad natural. En resumen, el científico de la modernidad entendía dogmáticamente que sus variables eran absolutamente continuas y que era posible la total objetivación del fenómeno a través de la cuantificación del dato. Sin embargo, la imposibilidad pragmática de operar con irracionales y la resolución analítica de las interacciones no-lineales de las variables (ecuaciones matemáticas), que muestra la existencia de numerosas discontinuidades, coartan el dogma y es por estas zonas de discontinuidad sobre el dominio matemático complejo donde el caos analíticamente se introduciría. En el universo fáctico, el caos está presente en cada punto del espacio-tiempo. Lo más próximo que formalmente puede llegarse a este caos intrínseco es a través de las consideraciones estocásticas brownianas de los movimientos azarosos de las partículas clásicas que progresan en cascada desde un régimen difusivo a otro turbulento. En el mundo subatómico aún no es muy claro cómo es la interrelación de la dinámica del caos con los cuantos. Pero se sabe que la sensibilidad dinámica 8

Este sesgo de irracionalidad matemática presente en la naturaleza es el modo en que percibimos el caos, puesto que la manera convencional (o metafórica) de capturar lo real es por medio de la racionalidad matemática. Esto no significa que estrictamente la naturaleza contenga valores irracionales, podría no tenerlos y ciertamente los fundamentos de la misma podrían ser de otra categoría (particular, discreto). 9 Las transferencias difusivo-turbulentas de energía, aunque alcanza con considerarlas clásicamente en este argumento, parecen estar asociadas a fluctuaciones cuánticas. De ahí que surge el interrogante de cómo plantear una descripción discreta de la realidad, y no meramente continua, que de cuenta de la composición particularizada de la naturaleza material. 5

extrema del caos es del orden de magnitud de la incertidumbre de Heisenberg. Por ello, algunos se animan a decir que el caos determinista es la manifestación en el mundo macroatómico de la interpretación probabilística a las que están sujetas los fenómenos donde entran en juego las partículas elementales. Es de esperar, no obstante, que la síntesis entre ambas teorías de luces a estos primeros esbozos epistemológicos. De lo anterior, el hecho claro de la impredecibilidad, la aproximación observacional y la interpretación siempre probabilística de los fenómenos debido al caos no implica necesariamente renunciar a la búsqueda de leyes y teorías que expliquen científicamente la realidad. En cambio, el caos señala que la ciencia debe reconocer la existencia de una perplejidad mental insoslayable frente al mundo que la limita. El caos como metáfora epistemológica es indicativa de que las teorías científicas son siempre parciales, revisables, imprecisas, metafóricas aunque proveedoras de un efectivo conocimiento referencial de la realidad. Esta referencia efectiva al mundo la pone de manifiesto la constancia estadística de los grandes números. El enunciado estadístico revela que hay un cierto grado de certidumbre en la predicción determinística de los grandes rasgos del comportamiento de los fenómenos observables, el cual ha posibilitado la aplicación y el progreso tecnológico. Es por esto que la perplejidad mental frente a la realidad evidenciada por el caos no puede ser solo producto de la limitada racionalidad humana, sino que debe haber algo diferente y novedoso ahí afuera, que subyace a la realidad, a la naturaleza y al mundo, y que al mismo tiempo es posible atisbarlo tan solo aproximadamente. El caos ha mostrado que existe un punto, una frontera, ante la cual la ciencia y su método claudican y esa frontera es la misma realidad de la naturaleza que solo es asequible a través de metáforas, tal vez por presentar ésta una característica esencial autotrascendente. Justamente el caos, por un lado, y la posibilidad de cierta predecibilidad, por el otro, manifiestan ambos la existencia de alguna co-relación entre la racionalidad humana y el mundo natural. Ambos, el intelecto humano y el comportamiento en grandes rasgos de los fenómenos parcialmente armonizan dando lugar a la conmensurabilidad del universo que otorga al sujeto la certera sensación de referencia. Es esta armonía intuida en el quehacer científico el que ha llevado a muchos científicos a la pregunta sobre la posibilidad de la existencia de principio último de inteligibilidad que trasciende la realidad y que subyace al sujeto y las cosas, como abarcándolas y confiriéndoles mutua coherencia. Principio que implícitamente se acepta en la praxis científica llenando de sentido la perplejidad de la mente humana. 3. METÁFORA EXTENDIDA DEL CAOS Según algunos autores estructuralistas, el conocimiento directo, inmediato, de la realidad –que será la base para ulteriores especulaciones - se consigue siempre que la multiplicidad de las percepciones particulares, o medidas, provenientes de eventos singulares y concretos observados (fenómenos), se sintetiza inferencialmente en unidades lingüísticas elementales denominados términos o conceptos, símbolos del lenguaje, y que se organiza en proposiciones universales, ya sea,

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del lenguaje étnico o científico10. De este modo, el concepto o símbolo aparece como la unidad elemental cognoscitiva que posibilita algún tipo de racionalidad cognitiva. Siguiendo esta línea, y extendiendo la metáfora de la teoría del caos de los sistemas dinámicos, la misma podría estar probando que el concepto, es decir, el símbolo del lenguaje o el término dentro de una ley física, que es inferido desde la percepción o medición tan sólo capta ciertos aspectos de la realidad y deja otros no perceptibles en la observación, como por ejemplo, las transferencias difusivas de energía presentes en casi todos los procesos. Asimismo, si se piensa desde la realidad de un universo dinámico en términos relativísticos, el concepto, en cierta manera, delimita un momento de la marea fluyente de su evolución. De esta manera, el caos podría estar evidenciando desde el ámbito científico la inagotabilidad de la naturaleza entendida en su más amplia significación (physis). Al descubrir que las leyes científicas y, si me permiten, por generalización, las explicaciones racionales de cualquier otro lenguaje sobre la realidad, tan sólo son aproximaciones a ella, habilitando otros canales de conocimiento posibles para el ser humano. Canales como fuentes genuinas de aprehensión de lo real, tales como la intuición, la estética o la ética quizás. Canales que ciertamente están abiertos también en el momento de la creatividad científica. Esta generalización no deja de ser metafórica y podría encontrar en el psicoanálisis lacaniano un relativo sustento. Según algunos lingüistas psicoanalíticos, en el mismo concepto hay una componente del discurso subjetivo totalmente desconocido por el sujeto y que estructura lo que se llama el inconsciente. Esto es, el concepto puede pensarse como el símbolo (signo) compuesto de significado y significante. El significante es externo y comunicable en el orden simbólico establecido (lenguaje), mientras que el significado es interno, profundo y desconocido en su totalidad por el sujeto11. Por tanto, en el inconsciente se halla una frontera, un límite entre lo que se conoce, lo cual es formalizado en el discurso consciente, y lo desconocido por el sujeto, de la propia realidad intrasubjetiva en interacción con el mundo intersubjetivo. Entonces, podría pensarse metafóricamente que el caos en la naturaleza es la evidencia de algún inconsciente natural y que los comportamientos caóticos de los fenómenos físicos reales no son más que neurosis dinámicas que subyacen a la racionalidad de la ley física (el discurso científico) y que emergen en el orden establecido, perturbándolo. La paradoja de esta metáfora del caos es el hecho de que parafrasea al mismo sujeto lacaniano que es quien interpreta y vivencia un caos ad intra, en su propia vida, y ad extra, en la experiencia y experimentación con la naturaleza. Frente a esta inagotabilidad de la realidad – entendida ad intra y ad extra del sujeto en su más amplia significación, es decir, en cuanto concierne las esferas de mundaneidad y subjetividad- el conocimiento científico como tal se manifiesta incapaz de cubrir la totalidad de la semántica de la realidad porque la semiótica de base es la univocidad del lenguaje lógico-formal que no favorece la transversalidad semántica y, lo que es más grave aún, la cuantificación – base del método científicoes imposible en fenómenos tan humanos como el amor, por ejemplo. De este modo, otros tipos de 10

Cf. Teorías del lenguaje neoempiristas como las de B. Russell, Principa Mathematica (1903, 1910) u otros autores como L. Wittgenstein, R. Carnap, H. Feigl y G. Major. 11 Cf. M. Fancioni (1983), Psicoanálisis, lingüística y epistemología en J. Lacan, Barcelona

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discursos, expresados por lenguajes más plásticos como la metonimia (el chiste) y la metáfora – la analogía teológica, la expresión artística, además de los modelos físico-matemáticos - pueden liberar capas desconocidas de la misma. De este modo, es posible la emergencia de racionalidades cognitivas distintas de la episteme moderna, restringidamente matemática, y con auténtica validez cognoscitiva a la hora de aprehender ulteriormente la realidad. De todo lo dicho, si el caos a algo nos hace renunciar es a la pretensión de la absolutización cuasi-dogmática de un solo aspecto de la realidad, como ser el racional matemático. Es el riesgo de la monoracionalidad que se ha extendido arbitrariamente en el proceso cultural moderno, imponiéndose muchas veces como única forma de pensamiento para acabar constituyendo una cosmovisión demasiado rígida y empobrecida. Al mismo tiempo invita a tener una actitud epistemológica abierta, fronteriza, donde lo conocido se vincula con lo desconocido de una manera inexplicable pero real, estimulando a seguir buscando más allá del límite sin temor a tener que cambiar muchas veces el horizonte de referencia. 4. UNA METÁFORA-PUENTE El caos puesto de manifiesto en los procesos cuidadosamente observados y bajo el regulado cuidado de las ecuaciones dinámicas nos ha ampliado el conocimiento científico al reconocer en él la necesidad inexcusable del recurso a las metáforas. La particularidad de la metáfora es la posibilidad de hacer referencia a aspectos parciales de la realidad sin compromiso de ser consistente y coherente en todas sus partes con la porción de realidad que representa análogamente. A mi escaso entender, la apertura a la dimensión metafórica como lenguaje inexcusable para hablar de la realidad es un paso importante de progreso en la ciencia en cuanto que ella se sabe a sí misma que co-opera junto a otras modalidades de acceso cognitivo al mundo con igual estatuto epistemológico, sin desmedro de otros. En este sentido no caben dudas que la teología emplea metáforas para desarrollar reflexivamente los contenidos cognoscitivos de sus fuentes. De hecho la misma revelación es una gran metáfora que relata la relación amorosa entre Dios y el hombre a lo largo de diversos períodos de historia. El recurso a la metáfora puede ser el puente de conexión entre el conocimiento científico y el teológico. La metáfora refiere efectivamente a la realidad del cosmos y del hombre, sin agotarlos. Al mismo tiempo, las metáforas son incomparables porque los conceptos empleados no son unívocos a la realidad analogada y la transversalidad semántica varía de metáfora en metáfora. Esto es incluso válido para las metáforas científicas: con frecuencia modelos válidos en un conjunto teórico presentan conceptos similares que expresan realidades distintas en otro conjunto teórico12. Sin embargo, creo justamente que el recurso a las metáforas posibilita la conexión entre el discurso científico y el teológico. Tal vez sea posible hallar alguna metáfora-puente que vincule la experiencia del universo científico con la del religioso, puesto que ambos universos se dan en el mismo sujeto. Y puede ser que la metáfora del caos sea un potencial puente de comunión.

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Por ejemplo, el concepto de masa en la física newtoniana es distinto al correspondiente a la relatividad general. 8

En la sección previa hemos visto que a pesar del reinado del caos, la certidumbre en algún grado es posible durante la predicción determinística de los grandes rasgos del comportamiento de fenómenos observables. Es decir, la racionalidad de las leyes científicas describe grosso modo el comportamiento macro de la dinámica del fenómeno y permite cierto dominio o conmensurabilidad de lo real que habilita, entre otros, la aplicación tecnológica. Este hecho, en la opinión de muchos científicos, manifiesta una co-relación entre la racionalidad humana y la realidad en sí que abre a la pregunta de cómo es posible inteligir la realidad del modo en que la mente humana lo hace. Esta co-relación ciertamente parece sustentarse en un fundamento trascendente a la naturaleza y a la propia mente, otorgando consistencia al pensamiento. Es la percepción intuitiva de un logos subyacente a las cosas y que no necesariamente tendría que ser así. Es decir, la armonía que se establece intuitivamente en el acto de pensar es indicativa de la existencia de un principio ultra-físico de inteligibilidad que trasciende a las cosas y a la mente humana pero las engloba, al punto de ser sustento de alguna posible consistencia y coherencia entre ellos. Este principio de inteligibilidad o logos, a su vez, otorga sentido al acto de intelección porque disuelve la perplejidad de la mente humana frente a la aproximación observacional e interpretación siempre probabilística de lo real al darle un cierto nivel de referencia efectiva aunque no absoluta13. Siguiendo la anterior metáfora del caos que introducía al inconsciente natural, y nuevamente extendiendo la experiencia por analogía, el principio de inteligibilidad podría ser considerado como una conciencia natural que, de alguna manera, es captada por la mente del hombre. La experiencia de asombro ante lo enigmático de lo real, que pro-voca al hombre a indagar el universo, es manifestación subjetiva de captación de la conciencia natural (logos) justo ahí en la frontera de lo inconciente, de aquello que se escapa. Y eso produce asombro en la actividad científica. Esta experiencia de asombro es enriquecida por la armonía inteligida que denota coherencia entre lo pensado y lo real. Cuando el científico encuentra belleza en sus ecuaciones matemáticas (discurso conciente del lenguaje científico) le sobreviene una contemplatio asombrosa debido a la coherencia y consistencia de lo descubierto, porque sabe que podría no ser así necesariamente. A veces el científico experimenta esta contemplatio como un caer en la cuenta, una advertencia de la posibilidad de un algo distinto que lo ha habita todo. De ahí que un científico de la talla de Albert Einstein declare que la experiencia más bella y profunda que puede tener el hombre es el sentido de lo misterioso14. Aunque la experiencia de asombro no está en contradicción con la experimentación científica por ser subjetiva, la misma puede ser desiderativamente suprimida de la conciencia en un acto libre de determinación. Aceptar o rechazar el esta advertencia asombrosa frente al misterio de la realidad penetra en el plano ético de la opción. La integridad de esta opción parece tener base en la personal experiencia vivida que es evocada en lo profundo de la conciencia, en el inconciente; ese lugar fronterizo que ya no presenta otra referencia más que el de la confianza. Este caer en la cuenta es

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Una posibilidad distinta al planteo de este fundamento trascendente sería pensar que lo inteligible de lo real es una construcción de la misma mente humana. En tal caso, la acción humana sobre lo real a partir de la cognición seria una ilusión y creo que este no es el estatuto que le cabe al progreso tecnológico alcanzado y al evidente impacto generado por el mismo, tanto positivo como negativo, en el espacio vital de nuestro planeta. 14 Citado por A. Fernández Rañada, Los científicos y Dios, Oviedo 1994, 203. 9

similar una resonancia ontológica, que comprime y expande al mismo tiempo la totalidad del ser del hombre. Tal vez allí, por un instante, la mente y el cuerpo irracionalmente acceden a una dimensión de espacio-tiempo jamás advertida. Por eso la experiencia se constituye en una advertencia asombrosa de la intimidad de lo real. La máxima expresión conciente de este asombro es el descubrir que el universo tal como se ofrece a la observación y tal como se comprende desde las metáforas científicas, hace referencia al hombre. Las teorías científicas de la cosmología y de la biología nos muestran que el universo opera como si hubiera un plan extremadamente ingenioso. La conciencia natural captada es agudamente sorprendente. No obstante, aunque las leyes basten para explicar desde el origen del universo hasta los dinamismos físicos de su evolución naturalmente, estas metáforas no alcanzan para explicar al hombre y su ciencia y al mismo tiempo, apuntan a ellos. Algunos científicos sostienen que si el hombre y su ciencia responden a un plan, entonces sí el universo tendría una finalidad que necesariamente incluye al hombre15. Luego, si aquella resonancia ontológica - que pierde sus rastros en lo profundo de la conciencia, pero que resuena cada vez que nos topamos con la enigmática realidad en la que estamos inmersos - fuese la señal que ha disparado y recorrido el devenir del cosmos hasta dar con nosotros y que nos pro-voca hacia un más allá todavía no alcanzado a través del entendimiento, entonces la teoría del caos extendida nos estaría proveyendo de un puente metafórico que está dando cuenta de la intensidad de la experiencia humana entre el entendimiento y la fe. Al mismo tiempo, si esta resonancia es lo que denominamos Dios, el que se ha revelado en la historia del hombre y se ha hecho experiencia en la vida de numerosos creyentes, difícilmente pueda contestarse sólo bajo consideraciones científicas. En todo caso, la común experiencia entre el científico y el místico – aquél que hace inmediata experiencia de Dios- podría ser un atisbo de posibilidad. En este sentido, un maestro de la mística cristiana, Juan de la Cruz, nos enuncia que la esencia de la vida creyente es este acto de vivir en profunda advertencia de Dios como quien abre los ojos (L 3,33), ese darse cuenta que él lo habita todo y está en todo. No sé si comparar la experiencia del científico con la del creyente es del todo correcto, pero ciertamente, se asemejan mucho. Considero que solo desde aquél espacio fronterizo donde desaparecen las referencias efectivas de nuestras afirmaciones racionales es posible la fusión de la intensa experiencia del asombro, la investigación y la iniciativa de un Dios que sale al encuentro del hombre. Y aunque esto último no sea muy ortodoxo, creo que vale como metáfora.

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Cf. Paul Davies (1985), Super-fuerza. Barcelona, 257-258. 10

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