Mi libro de cuentos. 1º Concurso nacional de cuento infantil Idenna 2012

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Mi libro de cuentos 1º Concurso nacional de cuento infantil Idenna 2012

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Mi libro de cuentos 1º Concurso Nacional de Cuento Infantil Idenna 2012 Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (Idenna) Av. Francisco de Miranda, Torre Mene Grande, piso 2, Los Palos Grandes, Caracas Rif: G-20001823-2 Presidenta: Litbell Díaz Aché Gerente General: Zuleyma Carolina Ponce Gerente de Relaciones Institucionales: Freddy López Ilustración y Diseño Gráfico: Jhoana Pérez Edición y corrección: Antonio Marcano Belisario Correo electrónico: [email protected] Web: www.idena.gob.ve Twitter: @trompoyperinola Depósito legal: If91420128003038 Caracas, Venezuela 2012

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Índice Presentación

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B74 Situación 22

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¡Y ahora sapo!

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La ballena de Joaquin Mi primer dia

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Presentación

En un principio las historias eran conocidas a través de la oralidad. Alguien era testigo de algún acontecimiento y sentía la necesidad de contárselo a otros. Con el tiempo surgieron diferentes maneras de contar, hasta que las palabras encontraron en la escritura una forma maravillosa de permanecer. Apareció el libro, magia del verbo cada vez más accesible a muchos. Desde entonces es posible entrar en un universo de narraciones extraordinarias que enriquecen el espíritu y estimulan nuestra manera de soñar el mundo. En el Idenna pensamos y trabajamos constantemente para que los derechos de niños, niñas y adolescentes sean respetados. Y uno de esos derechos es justamente garantizar el derecho a la recreación. Por eso, entre mayo y junio de este año convocamos públicamente al 1° Concurso Nacional de Cuento Infantil Idenna 2012, y luego de la lectura de 343 cuentos participantes, el Jurado -constituido por Maité Dautant, Mireya Tabuas y Luiz Carlos Neves- anunció el veredicto que presenta como ganadores los siguientes cuentos: 1° Premio a B74 Situació 22, de Isabella Saturno, por su humor, originalidad, inteligente manejo de la brevedad, así como por el tratamiento contemporáneo de una historia cotidiana protagonizada por niños. 2° Premio a La ballena de Joaquín, de Carolina Lozada, por la frescura de la trama y una escritura sencilla que da voz y argumentos a un personaje infantil y a un adulto. 3° Premio a ¡Y ahora sapo!, de José Gregorio González Márquez, por la recreación sensible y respetuosa del mundo escolar de los niños. Además se otorga una Mención especial a Mi primer día, de Ayarí de la C. Esperamos que te gusten las historias contenidas en este libro, que podrás compartir con tu familia, amigas y amigos que habitan en esta patria grande sin fronteras y en pleno crecimiento en amor.

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B 74 Situación 22 Isabella Saturno

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A mí me gustan los extraterrestres. Antes me gustaban los dinosaurios pero cuando me enteré que ya no existían, me molesté. Los extraterrestres sí que existen. Tienen platillos voladores y armas que destruirían todo: la escuela, la casa de Andrés y hasta el Parque Miranda.

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Manuela dice que se puede comunicar con ellos y un día me mostró su teleradioespacial. También me preguntó si quería ser su novio y yo le dije que sí. No sé muy bien qué significa, pero la novia de mi papá siempre juega conmigo y eso está bien.

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Hoy es el cumpleaños de Manuela y le compramos una muñeca astronauta. No puedo dejar de pensar en el teleradioespacial y en todo lo que podré preguntarle a los extraterrestres: ¿tienen barba? ¿Los mosquitos los pican? ¿Cómo caben en un platillo? Es raro que la fiesta sea de exploradores y no de trasbordadores espaciales. La torta de cumpleaños es de la selva y no del espacio. También es raro que Manuela me agarre la mano o me persiga por todas partes. No estoy muy seguro de qué le pasa y yo solo quiero contarle a Andrés sobre el teleradioespacial de Manuela. Seguro él también quiere comunicarse con los extraterrestres. 10

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Al fin Manuela decidió llevarme a su cuarto para usar el teleradioespacial. Me acaba de decir que por ser su cumpleaños la comunicación con los extraterrestres será mucho más fácil. Ya lo encendimos y estoy tratando de sintonizarlo. ¡Sí! A lo lejos se escuchan unas voces: B74 situación 22, 22. Tienen que ser ellos, casi salto de la emoción y pierdo la sintonía. Manuela les dice que somos de la Tierra y que vivimos en Caracas. Caracas, repito yo. Ellos parecen no entendernos mucho porque repiten B74, B74. Tenemos que aprender con urgencia su idioma. Mi papá me viene a buscar pronto y tengo que decirles que quiero conocerlos.

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De repente escuchamos un grito y Manuela tuvo miedo de que estuviesen dándole a la piñata sin nosotros. Me obligó a salir de su cuarto y perdimos por completo la comunicación con los extraterrestres. La piñata está intacta pero no hay nadie en la fiesta, todos están afuera. Salimos a la calle y vimos a la mamá de Andrés bastante brava, como una fiera. Llamaba a los policías porque su carro no estaba. Intenté decirle que había perdido la comunicación con los extraterrestres por su culpa pero no me prestó mucha atención.

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Pegué la oreja tan fuerte como pude al teleradioespacial buscando alguna señal, nada se escuchaba. Ya casi me había rendido cuando desde el carro de un policía escuché: B74 situación 22. Y entonces comprendí que solo los policías podían comunicarse con los extraterrestres. No puedo esperar para decirle a mi papá lo que quiero ser cuando sea grande.

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La ballena de Joaquin Carolina Lozada

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Cuando Joaquín encontró un pez atrapado entre las rocas a la orilla de la playa, le dijo a María Celeste, su mamá, que había encontrado una ballena anclada. María Celeste corrió a ver el hallazgo y se encontró con una pequeña, indefensa y grisácea sardina.

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—No, Joaquín, esto es una sardina, no una ballena. —Mamá, te digo que es una ballena. —Hijo, las ballenas son gigantes y éste es un pez muy pequeño. —Es una ballena pequeña, mamá, pero crecerá, ya lo verás.

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María Celeste, que conocía la imaginación grande, gorda y cabezona de su hijo, sabía que era difícil convencerlo de lo contrario, así que optó por seguirle la corriente y le propuso ayudar a la ballena a volver a casa. Joaquín, en respuesta, le propuso otra idea: —Mamá, yo tengo una mejor idea. Llevemos la ballena a nuestra casa. —Pero, Joaquín, los peces viven en el agua, ¿cómo tendremos la ballena en nuestra casa? —En mi bañera, mamá. Joaquín creía que esa sardina podría crecer dentro de su bañera. Él le mantendría la ducha abierta para que no le hiciera falta el mar.

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María Celeste no estaba de acuerdo con sacar al pez de su hábitat y condenarlo a vivir lejos de los suyos, lejos del mar; así que con paciencia le explicaba a su hijo las razones por las cuales debía liberar al pececito que ya había metido dentro de su balde de juguete.

—Mi querido Joaquín, el mar es su hogar. Allá abajo tiene a su familia y tal vez a su amor, porque las sardinas también tienen derecho a enamorarse. Debemos dejar a esta sardina tan bonita en su casa de agua. En la naturaleza, todo tiene su puesto, por esta razón no debemos sacar las cosas de su sitio. Las flores lucen mejor en el campo que dentro de un florero, y los pájaros son más vistosos y felices si vuelan por los aires que encerrados dentro de una jaula. 22

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A pesar de las palabras de su madre, Joaquín no se convencía del todo de dejar de llevarse a su nueva amiga a casa. Y con cara de reproche le refutaba: “no es una sardina, es una ballena, pero pequeña, ya crecerá”.

María Celeste aprovechó el posible tamaño de la ballena en la imaginación de su hijo y le advirtió: —Esta ballena crecerá mucho, ¿cierto? —Mucho, se hará gigante. —Será más grande que nuestra casa, ¿verdad? —Sí, mamá, será gigante. —Entonces ya no cabrá en nuestra casa, que es tan pequeña. Y entonces, ¿dónde viviremos? 24

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Joaquín se quedó callado y pensativo mientras la sardinita daba vueltas en el balde. El niño se imaginaba a la ballena viviendo en su bañera y creciendo, creciendo mucho. Un metro, dos metros, tres metros, sopotocientos metros y muchos kilos. Ya no cabría en su bañera, seguramente, y su cola tan grande y larga rompería la puerta de su cuarto, que queda justo al lado del baño. Y lo haría en la noche, porque la gente crece en las noches, y supone él que los animales también. Lo sabe porque él no se ve crecer, pero su ropa le va quedando pequeña. Su mamá le ha explicado que los niños crecen en las noches, mientras duermen. —Es cierto, mamá, la ballena reventaría nuestra casa y nos quedaríamos flotando sobre el chorro de agua de la ballena. 26

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Convencido de la imposibilidad de tener a ese pez como huésped, Joaquín se agachó, lo miró, le dijo unas palabras de despedida y luego echó su sardina-ballena al mar.

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Si, seguramente esa ballena se hará muy grande noche tras noche, y un día lo despertará su cabeza metida dentro del cuarto. Y también romperá las otras paredes y el techo y las ventanas. Y el chorro de agua que las ballenas botan desde sus lomos saldrá por la chimenea y su casa será una casa muy extraña, con una chimenea echando agua en vez de humo.

Ya estaba cayendo la tarde. María Celeste propuso regresar a casa y el niño aceptó luego de un último chapuzón. De vuelta, caminaban por la playa, dejando las últimas huellas de ese día marcadas en la arena. Joaquín iba callado mientras el sol se ponía poco a poco y la sardina se reunía con los suyos. 29

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De pronto, Joaquín se detuvo, puso su mano en el mentón como quien tiene una gran idea y preguntó: Mamá, ¿y si tenemos un elefante? Afuera, en el patio.

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¡Y ahora sapo! José Gregorio González Márquez

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Si Mariela lo hubiese sabido, no asiste a la escuela ese día. Aunque amaba a los animales le tenía miedo a los sapos. Bastaba que alguien se atravesara en su camino para que se desmayara. Como tenía una semana sin asistir a clases, pues se encontraba enferma, no se enteró de que el profesor Lobo había pedido que lleváramos un sapo para hacer un experimento.

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El día anterior Endier y yo recorrimos algunas charcas y montes buscando el batracio. Era época de verano, por lo que las pozas de agua se encontraban secas. Nos cansamos de caminar y nada. ¿Qué vamos a hacer?, me preguntaba Endier. Creíamos que era fácil conseguir un sapo, pero resulta que andan escondidos o han emigrado a otros pantanos. Así estuvimos un buen rato.

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Por fin detrás de una hojarasca vimos un pequeño sapo durmiendo. Con sumo cuidado nos acercamos y lo atrapamos; lo echamos dentro de un envase plástico y nos encaminamos a casa contentos. No teníamos idea de cuál era el experimento que haríamos con el croador. Suponíamos que sólo sería para observar sus características y clasificarlo de acuerdo con su alimentación o su modo de vida.

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Cuando llegamos a la escuela todos estaban pendientes de nosotros. Sabían que llevábamos el sapo y por lo tanto, antes de entrar a clase jugaríamos con él. Aunque no eran animales extraños, pues estábamos cansados de verlos, llevar uno a la escuela resultaba interesante; más para Carlos Augusto, que le encantaba asustar a las niñas con cuanto animalito encontraba, y se empeñó en verlo de primero. 37

Endier sacó el sapo del envase y lo puso sobre su escritorio, y para sorpresa de todos se volvió como loco y empezó a saltar por encima de las mesas. Imagínense el susto de las niñas y el griterío de nosotros persiguiendo al saltarín. Como no se dejaba agarrar y el desorden aumentaba, Zuly salió del salón en busca del profesor.

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Mariela entró en ese momento y podrán suponer la cara que puso cuando vio al sapo salta que salta. La primera impresión fue de terror y quiso salir corriendo.

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Pero Carlos Augusto, la agarró para acercarla al sapo. Mariela comenzó a gritar. Trataba de soltarse del abrazo a que la sometía Carlos Augusto.

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El salón era un completo desorden. Los gritos amenazaban con convertir el aula en un tumulto. En ese momento me acerqué a ellos e intenté ayudarla. Le pedí a Carlos Augusto que la dejara tranquila. Casi nos peleamos, pues, por si no lo sabían, ella me encantaba.

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Estábamos forcejeando cuando entró el profesor. Podrán imaginarse cómo quedamos. Se nos avecinaba una avalancha de regaños.

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La actitud del profesor Lobo era severa. De un instante a otro el salón quedó en un silencio absoluto. No es posible que en mi ausencia se porten mal, nos dijo. Si siguen así, me veré obligado a llamar a sus padres y representantes. No se escuchaba ni un respiro en el ambiente. El desorden se había atenuado. A partir de allí la calma volvió al salón de clases.

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Después de un rato, el profesor decidió comenzar la clase. Nos indicó que pusiéramos el sapo sobre el escritorio. Seguidamente sacó de su gaveta un bisturí, unos guantes y un frasco con éter.

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Todos nos quedamos sorprendidos. El maestro nos dijo que dormiría al sapo y le abriría la barriga para que conociéramos cómo era por dentro. También le cortaría un pedazo de piel para ponerla bajo el microscopio y que viéramos cómo era su contextura.

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Mariela no pudo reprimir un grito. Casi se pone a llorar. ¿Y ahora qué pasa contigo?, le preguntó. Profesor -contestó Mariela-, no es posible que matemos al sapo; no tenemos derecho a torturarlo. Es un animalito que no hace daño a nadie. —Pues, pensé que no te gustaban los sapos. Con la algarabía que formaron antes de llegar supuse que no les importaría lo que le pasara. Además, debo cumplir con el objetivo que me piden en los programas.

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—Pero, profesor, me parece injusto lo que vamos hacer. El sapo no nos hace daño. Por algo lo creó Dios. La naturaleza no se equivoca cuando da vida a un ser. Nosotros estamos obligados a cuidar y defender el entorno ambiental, porque si matamos a los animales se altera el equilibrio ecológico. Usted mismo lo ha dicho aquí. También nos explicó que el sapo es un animal útil a la humanidad.

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—Sí, hija, pero si sacrificamos uno no se perderá mucho. —Eso es lo que usted cree, profesor. Cada ser cuenta para que no se altere la naturaleza. No olvidemos que ella nos provee de vida, de agua, de oxígeno.

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Mientras esto ocurría, yo permanecía embelesado escuchando a Mariela. Me gustaba mucho la manera cómo hablaba, cómo defendía al sapo, cómo miraba al profesor y los gestos de su cara cuando expresó su sentimiento humanitario, a pesar de que los sapos no le gustaban.

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—Está bien -dijo el profesor-, no le haremos daño. Nos limitaremos a observarlo y luego Endier y Sebastián lo devolverán al sitio donde lo consiguieron. —¡Qué bien!, -dijo Mariela.

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Cuando salimos de clase, Mariela se acercó a mí. Sólo atiné a decirle que me había gustado cómo se expresaba. Ella me pidió que no maltratara al sapo y que lo devolviera al lugar donde lo habíamos encontrado. Claro está, le prometí que así lo haría. Carlos Augusto, que venía detrás, comenzó a burlarse. Le dijo a Mariela que besara al sapo, pues quizás era un príncipe encantado que esperaba de ella un beso para salir del hechizo.

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Como respuesta, ella me besó en la mejilla y se alejó apresuradamente. Entonces medité y me dije: ¡Y ahora sapo, qué bueno! desde entonces pienso mucho en ella.

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Mi primer dia Ayarí de la C.

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Hoy será mi primer día en la escuela primaria. Nadie lo sabe, pero desde que abrí los ojos estoy algo preocupado porque mi corazón no ha dejado de hacer, pum, pum, pum.

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Cuando la luz del sol iluminó mi habitación, mamá vino a despertarme como siempre, con un beso, pero yo estaba despierto por aquel pum, pum, pum, tal vez a causa de que había llegado el día.

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Apenas me levanté de la cama mi mamá quiso ayudarme, pero rápidamente comprendió que no era necesario, al fin y al cabo yo había crecido. Justo hacía tres días que había cumplido seis años, por lo que ya no hacía falta que me ayudaran a bañarme, y mucho menos a vestirme. Ella lo sabía. Las mamás siempre son así de listas. No sé cómo lo hacen, pero siempre se dan cuenta de todo. Mientras ella salía a terminar de arreglarse y a preparar el desayuno yo me quedé solo en mi habitación.

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Después de arreglar mi cama como me ha enseñado mi papá, entré al baño e intenté no dejarlo desordenado como me ha enseñado mi mamá. A pesar de que mi baño no es muy grande algunas veces no lo dejo tan ordenado como debería, pero cada vez lo estoy haciendo mejor. Los niños debemos cuidar nuestras cosas, y aunque las mamás y los papás siempre vienen a supervisar lo que hacemos, siempre es bonito que los hijos ayudemos.

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Me había bañado y puesto mi uniforme nuevo. Iba a anudarme las trenzas de mis zapatos, cuando escuché los pasos de mi papá acercándose hasta a mí. Él ya estaba listo para ir a su trabajo. Me dio los buenos días y eso que él llama un abrazo de papá. Un abrazo de papá es algo así como estrecharte contra su pecho con mucha fuerza. Lo más curioso es que esa fuerza nunca llega a hacerte daño. Desde que cumplí los seis años, creo que debo poner cara de que no me gustan los abrazos de papá, porque se supone que estoy mayor para eso, y es lo que intento hacer. Pero la verdad, la verdad verdadera, como dice mi primo Samuel, es que me gustan mucho los abrazos de papá. —Así que hoy es el gran día, Diego. 60

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¡Diego! Ese es mi nombre, el mismo nombre de papá y el mismo nombre de mi abuelo. No soy irrespetuoso, y mucho menos mal educado, pero no le respondí porque estaba seguro de lo que papá diría. En mi mente recordé la frase que mi papá me había estado repitiendo desde que me habían inscrito en la escuela primaria: “Solo hay una cosa mejor que ser niño, Diego, y esa es la escuela”. Y como si fuera la primera vez que lo decía, mi papá mencionó aquella frase una vez más. —Solo hay una cosa mejor que ser niño, Diego, y esa es la escuela. ¿Nervioso? —Claro que no, papá. —Muy bien, pero si lo estuvieras no tiene nada de malo ponerse nervioso ante algo nuevo. —Lo sé, pero no lo estoy, papá. —Está bien, Diego, está bien.

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A pesar de que papá sabía que yo había aprendido a amarrarme las trenzas de los zapatos, desde hacía mucho tiempo quiso hacerlo por mí. Yo se lo permití, los papás son así, siempre quieren demostrar que son los papás, sobre todo en los momentos en los que los hijos nos hacemos mayores. Después que papá me amarró las trenzas de los zapatos fuimos a la cocina a desayunar junto a mamá.

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Él le dijo que estaba muy bonita con ese vestido color violeta. Ella le dio las gracias y le arregló la corbata. Mi papá solo usa corbata cuando tiene un día importante, porque al igual que yo, en su trabajo usa uniforme, pero hoy es uno de esos días especiales, y esta vez se ha puesto la corbata por mí.

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De todas mis horas de comida, la hora que más me gusta es la del desayuno. La merienda y la cena no están mal. No sé por qué, per a la hora del desayuno todos sonreímos mucho. Mis papás me contaron que antes de que yo naciera, ellos eran personas que vivían cada uno por su camino. Eso lo que significa es que vivían solos, muy solos. Pero cuando se encontraron se gustaron tanto, tanto, que pensaron que era una tontería seguir separados si los dos estaban tan contentos el uno con el otro, por lo que decidieron venirse a vivir juntos a nuestra casita. Durante un tiempo a mis papás les gustó vivir solo los dos, y a pesar de que siempre estaban alegres, me contaron que cuando decidieron tenerme, al verme por primera vez prometieron que nunca renunciarían a sonreír, porque era una forma de agradecer que yo había llegado a sus vidas tal y como ellos habían deseado, lleno de mucha salud. Y es verdad, yo apenas me enfermo. Algunas veces me resfrío, tengo tos y fiebre.

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Dicen que es común en los niños, pero tengo mis dos ojos, mis dos brazos, mis dos manos, mis dos piernas. Y no es que quiera presumir, pero cuando me enseñan algo, lo aprendo de forma inmediata. Mis papás, dicen que soy su gran regalo y que lo único que desean para mí es que sea un hombre bueno. Aún no sé exactamente lo que significa ser un hombre bueno, porque a pesar de tener seis años yo solo soy un niño, pero según mi abuelo, el otro Diego, ser un hombre bueno es no hacer llorar a los demás. Ojalá y yo no haga llorar a nadie cuando sea un hombre. Cuando le dije a mi papá que no estaba nervios no le mentí, porque yo ya he estado en el colegio, lo he estado desde los tres años. Pero tal vez sí esté un poquito nervioso, porque no se puede comparar el preescolar con la escuela primaria. Y hoy será mi primer día en la escuela primaria. 68

Mientras vamos camino a la escuela siento que mi corazón de nuevo hace pum, pum, pum. ¡Basta! tengo que concentrarme. Calma, Diego, llevas tu uniforme, tus zapatos están limpios, no olvidaste peinarte ¿Y mi mochila?¿Dónde está mi mochila? ¿Dónde? ¡Ah, aquí está! ¿Y mi lonchera? ¿Dónde está mi lonchera? ¿Dónde? ¡Ah, aquí está!.

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Bien, aquí estamos los tres, ante este edificio tan grande al que llaman Escuela Primaria. Estoy en el medio de mis papás, como cuando me leen un cuento, o como cuando vemos televisión, o cuando en los domingos me voy a su habitación y me meto en su cama. Pero ahora es diferente, me tienen tomado de la mano. La escuela desde afuera no se ve mal, está pintada de azul, azul oscuro y azul claro.

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Hay muchos colores que me sé, pero mi favorito es el azul. Hay grandes árboles que parecen proteger a la escuela, y para llegar hasta ella hay que andar por unos escalones muy anchos. Aún no avanzamos. Los tres seguimos ahí, de pie. Han colocado globos de colores y un gran cartel con letras que no se me hacen desconocidas, porque me he aprendido el abecedario. Le pregunto a mamá qué dice en ese cartel y ella me contesta “Bienvenidos”. Papá dice que está seguro de que pronto podré leer todos los carteles que vea, y los tres nos reímos. Pero no sé por qué de pronto hacemos silencio y siento que tenemos ganas de llorar.

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Hay muchos niños y padres. Hay tantas voces a nuestro alrededor, pero yo solo escucho, pum, pum, pum. Intento calmarme porque no quiero que mis papás escuchen el pum de mi corazón. Esto debe ser una de las cosas que tiene el hacerse mayor: proteger a quienes te quieren. “Es la hora”, le dice mamá a papá y casi al instante se escucha el sonido de un timbre, que hace que sienta con más fuerzas sus manos sobre las mías. Alguien tiene que ser valiente, suelto mis pequeñas manos de ambos de la forma más rápida que puedo. Mamá me besa y me pregunta si quiere que me acompañen hasta adentro. Le indico que no con mi cabeza, y ella vuelve a besarme. Papá me abraza, y después me mira diciendo: —Aunque no lo recuerdes, Diego, este será uno de los días más importantes de toda tu vida.

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No sé cómo lo hice, pero sin mirar atrás, uno a uno, fui dando los pasos que me llevarían a mi primer día de escuela. Y cuando llegué a la puerta de entrada, en donde me esperaba una linda maestra, aquel estruendoso pum, pum, pum de mi corazón ya había desaparecido y solo se escuchó la hermosa voz de mi maestra diciendo: —Bienvenido, Diego, a la escuela primaria.

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