MIGUEL ÁNGEL PÉREZ PIRELA DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL CIUDADANO

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL CIUDADANO MIGUEL ÁNGEL PÉREZ PIRELA EN LA CONMEMORACIÓN DE LOS 230 AÑOS DEL NATALICIO DE NUESTRO PADRE LIBERTADO
Author:  Natalia Rivero Rey

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DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL CIUDADANO

MIGUEL ÁNGEL PÉREZ PIRELA EN LA CONMEMORACIÓN DE LOS 230 AÑOS DEL NATALICIO DE NUESTRO PADRE LIBERTADOR, SIMÓN BOLÍVAR, DE LOS 190 AÑOS DE LA BATALLA NAVAL DEL LAGO DE MARACAIBO Y DÍA DE LA ARMADA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

TEATRO BARALT, MARACAIBO-ESTADO ZULIA – SESIÓN ESPECIAL, 24 DE JULIO DE 2013

Ciudadano Francisco Javier Arias Cárdenas, Gobernador del estado Zulia, distinguida esposa e hijos; integrantes de la Junta Directiva y demás Diputados de la Asamblea Nacional, especialmente Diosdado Cabello y Darío Vivas. Mi abrazo y mi agradecimiento por esta oportunidad. Ciudadano Manuel Galindo Ballesteros, Procurador General de la República; ciudadana Presidenta, Vicepresidente y demás integrantes del Consejo Legislativo del estado Zulia; ciudadanos alcaldes y alcaldesas de los diferentes municipios de este, mi estado Zulia. Autoridades civiles y militares del estado Zulia. Directoras y Directores del Gabinete Ejecutivo del estado Zulia; ciudadanos Presidentes y Directores de los diferentes institutos autónomos de empresas regionales y estadales; ciudadanos integrantes de la Dirección Nacional y Regional del Partido Socialista Unido de Venezuela, nuestro PSUV; ciudadanos integrantes del Gran Polo Patriótico, garantía de victoria; ciudadanos representantes de los consejos comunales y voceros del Poder Popular, fundamento y esencia de esta Revolución; pueblo del estado Zulia, pueblo bolivariano de Venezuela; señoras y señores; señores invitados especiales: Se leyó una parte de mi currículo académico y profesional, pero quisiera también hablarles de la parte más importante de mi vida, para que ustedes puedan entender el relieve y la trascendencia de este Discurso de Orden. Soy un niño nacido en esta “Maracaibo mía”, como dijera Udón. Nací en el Hospital Chiquinquirá, aquí, a pocas cuadras. La Chinita, justo al lado en su Basílica, me dio la bienvenida. Pasé toda mi infancia siendo niño cantor del Zulia, ahí en la Catedral los 24 de diciembre, misas de gallo, tedeum, semanas santas, etcétera, etcétera. Mi padre, que era un obrero explotado durante toda la vida por los gobernadores del estado Zulia durante la Cuarta República, hizo que me la mantuviera yo ahí, en la Gobernación, saltando de escritorio en escritorio y de barrio en barrio.

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La Casa de la Capitulación fue otro de mis nidos y de mis cunas. Ahí también estuvimos y pasamos muchas horas de nuestra infancia.

Imagínense ustedes lo que es para mí hablar aquí en el Teatro Baralt, delante de la excelentísima Asamblea Nacional; delante de todos estos diputados y todas estas diputadas. Definitivamente, en Revolución los sueños se hacen realidad.

Y, sin menospreciar al norte, ningún anfiteatro de la Sofom de París, de la Sapiencia, Harvard o Cambridge, podría darme el orgullo, el reconocimiento y la profunda alegría que siento en este momento al hablar en este teatro, mi teatro, nuestro Teatro Baralt.

Me adelanto al discurso y felicito a nuestra Armada, a quien van dedicadas estas palabras. A la Armada y a su Lago; a Pinto: Gracias por todo lo que hasta ahora nos ha dado. Muchísimas gracias.

Por un hermoso azar de la historia, dos inmensos acontecimientos ocurrieron en una misma fecha: el 24 de julio de 1783 veía la luz el mismo hombre que unas cuatro décadas después haría nacer a toda una Patria grande. Mas tarde, en 1823, ese mismo día las tropas republicanas libraban una batalla naval decisiva para rematar la emancipación primera de Venezuela, que le permitió a aquel hombre, a Bolívar, en su cumpleaños número 40, seguir cabalgando hacia la emancipación, también definitiva, de Ecuador y Perú y concretar la creación de su hija predilecta, “su amor desenfrenado de libertad”: Bolivia.

Hoy, 24 de julio de 2013 nos une, pues, el natalicio del Libertador, la Batalla Naval de Maracaibo y, por supuesto, nos une a todos nosotros aquel que hizo renacer de las cenizas del olvido esa historia patria mancillada: nos une Hugo Rafael Chávez Frías.

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Pero, ¿cómo comenzar este discurso solemne sin antes congratular a los hijos e hijas de quienes, a pocos metros de este recinto, libraron una batalla única y definitiva en medio del chapoteo del Lago de Coquivacoa? Felicidades de parte de todo el pueblo maracaibero a la Armada Nacional Bolivariana, componente cuyo primer estandarte –así nos lo recordó Hugo Chávez– fue enarbolado en 1806, en una expedición armada comandada por aquel caraqueño universal que se llamó Sebastián Francisco de Miranda. Hemos venido hoy a celebrar el Lago, porque nosotros los venezolanos somos hijos de esta agua, nido de libertades y seno de nuestra independencia. Si en la conquista el nombre alucinante de piccola Venezia (pequeña Venecia), hoy Venezuela, nació precisamente de los poblados palafíticos de origen precolombino que estaban asentados en sus costas, y que el navegante italiano Américo Vespucio pensó que se trataba de una isla, muy parecida a aquella ciudad italiana; la autonomía de nuestra Patria también se cristalizó entre sus riberas. Una de las primeras descripciones de un poblado indígena asentado en el Lago fue hecha por el propio Vespucio. Esta contenía un significado trascendental para nosotros, y está transcrita en una carta que Vespucio envió desde Sevilla a Florencia el 18 de julio de 1500, a Lorenzo de Pier Francesco de Medici. Reza así la misiva: “Desde esta tierra y desde esta isla fuimos a otra vecina de aquella a 10 leguas y encontramos una grandísima población que tenía sus casas construidas en el mar como en Venezia, con mucho arte, y maravillados de tal cosa acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casas quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron cómo cortaban las espadas y se conformaron con dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas las casas con finísimo algodón y las vigas eran también de brasil, y les quitamos mucho algodón y brasil, volviendo luego a nuestros navíos.

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Habéis de saber que en todas partes donde saltamos a tierra, encontramos siempre gran cantidad de algodón y los campos llenos de plantas de él, tanto que en esos lugares se podría cargar cuantas carabelas y navíos hay en el mundo con algodón y brasil”. El saqueo había comenzado.

¿Cuántas veces no escuchamos al Comandante Chávez decir que miráramos hacia el horizonte nórdico de nuestra Patria? Somos agua. Tenemos una costa que abarca más de 3.700 kilómetros, que se extienden a lo largo del Mar Caribe y del Océano Atlántico y en la que todavía se descubren destellos de esos tiempos pasados que nos hablan de nuestra venezolanidad: la mar nos habla a los venezolanos en cada oleaje.

Esa mar de donde vino lo mejor y lo peor de lo que somos. Bendita y maldita mar, como dijo el poeta chileno Pablo Neruda, de la lengua castellana, por donde incluso, antes de todo lo conocido venido del norte, transitaron nuestros indios caribes desde las aguas del Río de La Plata, allá en el extremo sur del mundo, hasta las costas del norte de México y la Florida.

Desde siempre fuimos gente de mar, que se alimentó física y espiritualmente de esos oleajes que nos trajeron europeos perdidos, enfermedades venéreas, genocidios y africanos tristes y amarrados.

Tenemos la dicha, la inmensa dicha, de ser hijos del Caribe. Esa vorágine de génesis y culturas que nos creó una identidad única y a la vez maravillosa. Somos caribeños gracias a ese misterio silencioso que, acaso por obra del destino, nos hizo ser la puerta náutica de todo un subcontinente, diría alguno, de todo un continente.

Así que antes de hablar de una las pocas y última campaña naval de la Independencia que selló lo logrado en Carabobo, apenas dos años atrás, antes

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incluso de estremecernos con el heroico estruendo de esos cañones, apartando imperios de la faz de la patria y haciendo nacer la República; antes de referirme al General (o Almirante, según la historiografía tradicional) José Prudencio Padilla, héroe cuyo bautismo de fuego fue la Batalla de Trafalgar en 1805 donde, por cierto, fue hecho prisionero por los ingleses; quiero, venezolanas y venezolanos, hablarles del Lago, de mi Lago, de nuestro Lago de Coquivacoa.

Ese Lago que es principio y fin de lo que fuimos, somos y, sobre todo, más que todo, de lo que hemos de ser como Patria, patria lacustre, patria marítima, patria acuífera de la que poco se conoce y tanto nos queda por aprender.

Lago de “historia bonita” –recuerdan ustedes como lo cantó Alí Primera–, de sentido profundo; Lago de sentido pretérito; Lago de sentido originario: haciendo de lo autóctono escenario de batallas, proveedor de peces y petróleo. Herradura que recoge todas las luces (las de la aurora y las de la noche), Lago que constituye el espejo de agua más extenso de América del Sur, con una superficie que alcanza casi los 13 mil kilómetros cuadrados.

Ese monumento natural de identidad superba, “en el buche de los grandes buitres de metal” (así lo escribió Eduardo Galeano) constituido por 9 islas y rudos chozos primitivos (palafitos) formados por el empantanamiento de la tierras de ribera y por la necesidad de nuestros indígenas de estar a salvo de ataques por tierra.

Lago, lago de aguas dulces y al mismo tiempo salobres, porque se abraza con el Caribe, todo, a cada instante. Transbordo milenario de productos inimaginables venidos de los más alocados mercados de la Tierra; lago alimentado por más de 50 ríos y 200 afluentes, que se comunica por un canal con la Bahía del Tablazo y el Golfo de Venezuela.

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Mía, Maracaibo mía Somos, pues, compañeros y compañeras, lago; somos lago en esta mía, Maracaibo mía, como lo dijera nuestro poeta Udón. Compleja, sí, compleja esta tierra de gracia, besada a cada instante con labios de costa y tocadas con caricias de gotas. Mía, Maracaibo mía, puente histórico entre Venezuela y la Nueva Granada que, al fin y al cabo, son la misma nación: la Gan Colombia soñada por Bolívar. Mía, Maracaibo mía, asiento de indígenas wayúu, resistente a milenios y en convivencia con la contemporánea urbe. Mía, Maracaibo mía, último rincón occidental de la patria al que llegó en 1499 Alonso de Ojeda y luego fue encomendado por la Corona de “atajar al descubrir de los ingleses”, por aquellas costas que descubristeis. Mía, Maracaibo mía, separada y unida por un lago de cristal y uno de los puentes de hormigón armado más grande del mundo y el mayor monumento de luces de América Latina. Mía, Maracaibo mía, conocida por piratas y corsarios renacentistas –como los llamó Luis Britto García– que no se cansaron, una y otra vez, de saquear la ciudad del sol amada, pero también de esconder dorados tesoros que todavía brillan tempranito en la mañana por aquí y por allá en esta mía, Maracaibo mía. Maracaibo, ciudad petrolera, transculturizada, maltratada, pisoteada y vejada por intereses nórdicos, donde el béisbol vino para distraer aburridos y explotados obreros petroleros. No en vano el Comandante Chávez denunció, en más de una ocasión, que aquí mismo, en la Costa Oriental del Lago, llegó a cuantificarse una reserva superior a los 60 mil millones de barriles de crudo, tanto en zonas sublacustres como en tierra firme. Riqueza toda saqueada con inclemencia en tiempo récord.

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Con estas mismas palabras lo explicó el Comandante durante aquel mes de julio de 2012, en plena campaña por su reelección: “Después de la Segunda Guerra Mundial se vino una avalancha de empresas yanqui sobre el Zulia como una invasión de vampiros que empezó a perforar, contaminar y a llevarse petróleo y más petróleo”. Y agregó que al fondo del Lago –si ustedes observan bien– van a ver un plato de espaguetis, pues está lleno de unos 20 mil kilómetros de tuberías, instaladas primero y abandonadas después por las empresas transnacionales.

Chávez también nos dijo: “Contaminaron el Lago y se llevaron tanto petróleo que se hundió la Costa Oriental en 8 metros, y más, incluso, en algunas partes. Ahora nos toca a nosotros construir nuevas ciudades para desplazar poblaciones enteras, porque eso está en peligro de seguir hundiéndose”.

Mía, Maracaibo mía. Ciudad luz, no por los inspirados y luministas franceses Rousseau, Montesquieu o Voltaire, sino porque aquí se encendió el primer bombillo que, claro está, jamás habría de iluminar las mentes desaforadas de los maracaiberos como lo hace cada día nuestro relámpago del Catatumbo.

Mía, Maracaibo mía, como también escribió Udón: “Cuna de mis padres y de mis abuelos, cuna de mi ida, para siempre ida, cuna de mi prole, y en donde mi vida se abrió como un cáliz al sol de tus cielos”.

Mía, Maracaibo mía, descrita en sus bambucos, gaitas y contradanzas, como ciudad taciturna que desprende el aroma de su alcano, que despierta y se estremece. Terruño de pasión indiana, de bruma, de sonido pueblero que mi corazón expande, y melodías añejas que deleitan y emparrandan a quienes las escuchan.

Maracaibo de muchachera bulliciosa y musas que van sonriendo entre la noche bullanguera, de barriadas que conviven entre cultura y tertulia.

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Mía, Maracaibo mía, donde doncellas de color canela y cabelleras oscuras y sedosas lavaban sus vestidos de flores a orillas del reservorio de agua dulce más grande de este hemisferio; donde, como dice “El monumental” Ricardo Aguirre en su gaita:

“Lavando una viejecita a orilla de nuestro lago, ella tuvo un gran hallazgo, pues, encontró una tablita.

Terminada la faena, a su casa la llevó, la tinajita lavó, pa’ salvarla de la arena”.

Fin de la cita.

Ese mar divino nos trajo la divinidad, y bien es sabido que en Maracaibo es posible que alguien no crea en Dios, pero no existe quien no crea en su madre la Chinita; nuestra reina morena, arrojada a nosotros por el Caribe, ofrendada a nosotros por el marullo.

Ese viento lacustre, el marullo, que nos refresca la vida después de un día de inclemente sol: Maracaibo, donde hay que arrugar la cara y entrecerrar los ojos para mirar lo que apenas está a medio metro de distancia. De ahí el dicho, distinguidos visitantes, el calorón en esta ciudad es tan fuerte que “a Maracaibo la venden de día y la compran de noche”.

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Regionalismo

No quiero con estas palabras –que realzan el gentilicio y la geografía de nuestro lar– menospreciar o avasallar lo que está más allá de nuestro Lago. No, me rehúso a siquiera creer que alguien se sienta zuliano sin primero sentirse profundamente hijo de la tierra de Bolívar.

¿Se puede acaso pensar en Urdaneta sin imaginarlo con Bolívar, a quien Chávez describió como ese “relámpago que no termina”, como el Catatumbo que resplandece sin cesar? No lo digo desde el laberinto de una ingenuidad política, no, pues en esta ciudad y en este estado cientos han querido secuestrar la identidad zuliana para hacerse del poder y mantenerse en él. Basta de esa dictadura malintencionada y rastrera de políticos prófugos y sus secuaces que nos hicieron creer que éramos más zulianos si nos oponíamos a la patria toda. No caigamos en tentaciones, los cantos de ballena ya son parte del oscuro pasado de esta región.

Si algo nos ha enseñado la historia patria es que una independencia descuidada es como una luz titilante que va y viene según los designios de potencias foráneas y la terquedad de emancipaciones y luchas populares: seamos sinceros, en Venezuela no ha habido una única Independencia; este pueblo ha tenido que bregar por su libertad en medio de gerundios, pasos agigantados, derrotas anunciadas y retrasos históricos imperdonables.

Podríamos, entonces, hablar de una Independencia primera, que a los pocos años se perdió. Por eso Carabobo y la Naval del Lago son batallas vivas, nuestras grandes victorias pendientes. No son mis palabras sino de Hugo Chávez.

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Bolívar es Bolívar, porque fue General Rafael Urdaneta en el occidente, Mariscal Antonio José de Sucre en el oriente, General José Antonio Páez en los llanos y General Manuel Piar en el sur, por nombrar apenas cuatro de nuestros soldados fundadores.

Entendámoslo por fin, somos unión. He aquí el secreto de nuestras victorias centenarias. Allí donde la desunión o la traición nos ha sorprendido aletargados, hemos sacrificado libertades e independencias ya adquiridas con sangre, sudor y lágrimas. Dejemos el sectarismo y la división a nuestros adversarios políticos históricos, nosotros tenemos que ser unión.

Acompáñenme, los invito a volver, antes que todo, a aquella tarde triunfal de Carabobo en 1821, porque ahí comenzó. Entonces Bolívar, con su modélica maniobra, quebró la potencia militar del ejército español, logró que se dispersara la caballería realista y que varias unidades de infantería se entregaran casi enteras, mientras otras procuraban huir.

Pero aquella tarde no bastó. La topografía del suelo y la eficaz acción de los Dragones y Guías ayudaron al Batallón de Valencey a escapar de la derrota de Carabobo.

Cito textualmente: “Presentarse en la sabana en formación de combate sirvió de punto de reunión y muralla, gracias a lo cual no pudo el Libertador realizar el objetivo máximo de su brillante maniobra: copar completamente el ejército español”.

Jinetes dispersos y el Valencey llegaron como pudieron en huida hacia Puerto Cabello; sobrevivieron, pues, algunos focos imperiales y todo indicaba que vendrían años de nuevos enfrentamientos. Desde Mitare hasta Maracaibo se extendía todavía la insurrección realista.

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Morales y La Torre, los dos grandes perdedores de la Batalla de Carabobo, se replegaron, pero seguían controlando Coro, Puerto Cabello y tenían, en ese entonces, cierta incidencia sobre Maracaibo. Coro, desde el inicio de la lucha independentista, fue una provincia profundamente realista. Su situación la convirtió en el nuevo teatro de operaciones y adquirió para el mando real una importancia extraordinaria, pues le ofrecía la manera efectiva de reanudar movimientos militares y tomar la ofensiva.

Puerto Cabello era otra fortaleza importante en manos de las tropas españolas expedicionarias; estas circunstancias fueron propicias para que, luego de Carabobo, los realistas se fuesen replegando, progresivamente, hacia la zona del Lago de Maracaibo.

He aquí, amigos y amigas, la importancia de la Batalla Naval del Lago, que habría de realizarse solamente dos años después de Carabobo.

La derrota realista en la Batalla del Lago comenzó –escúcheseme bien esto– en el desacuerdo de los dos jefes españoles más importantes del momento que tenía Maracaibo: Francisco Tomás Morales y Ángel Laborde. Comenzó mucho antes, incluso, del sonido ensordecedor de los cañones.

De hecho, ir de una Carabobo perdida a la plaza de Maracaibo como futuro escenario bélico decisivo no fue una elección fácil para los realistas. Laborde creía que era mejor para las banderas reales buscar por Barlovento la vía de Caracas y con ella la posibilidad de una batalla que destruyera las fuerzas patrióticas del Departamento. Morales más bien estaba ganado a la idea de pasar a Maracaibo, así dijo, “transportándose allá, donde no hubiese pólvora”. Así mismo lo dejó registrado Morales.

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En su hoja de servicio el Mariscal español planteaba: “Caer sobre Maracaibo, único país que restaba por su localidad, intacto de la guerra, y en que podía esperar el resultado de sus comisionados (...) y único, así mismo, por donde podía operarse contra Colombia con menores auxilios y mayores ventajas de resultados”. Además de sellar una victoria en esas costas que le traería seguramente mayores créditos y dividendos de la Corona. No era casual que la Laborde utilizara la palabra “alhaja”, para referirse a Maracaibo, algo precioso.

Así que antes de operar en Barlovento, como lo quería Laborde (Jefe de la marina de corso, con amplia experiencia por cierto en el ataque de frente) y buscar el combate en la capital, prefirió el español Morales la dirección de occidente, pensó, que ganaría en Maracaibo. Ya desde ese tiempo se subestimaba a esta, una plaza fundamental. Ya, desde ese tiempo, los realistas, los imperialistas, subestimaban al pueblo maracaibero.

Así que antes de operar en Barlovento se vinieron aquí, a Maracaibo. Las noticias amenazadoras se conocieron por estas tierras maracaiberas los primeros días de septiembre de 1822. A su llegada Morales atacó con todo vigor al Almirante patriota Lino de Clemente, quien antes había movido un pequeño destacamento de 100 hombres y 12 unidades navales de distinto porte para proteger la entrada del Castillo de San Carlos.

Morales alcanzaba posesión cada vez más peligrosa de Maracaibo, al punto que el español se da el lujo de trasladarse hacia Mérida, justo 6 meses antes del enfrentamiento naval. Desde ahí este español se refirió a los bolivarianos como “esos 4 zambos que tienen en Colombia”. El imperio prepotente históricamente nos ha subestimado.

En medio de un optimismo enfermizo, Morales creyó que con su paso por los Andes había despertado el entusiasmo de los pueblos en favor de la causa real

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pero, salvo unos cuantos partidarios, no pudo convencer e insurreccionar a los más valiosos. Por su parte, el marino Laborde no apoyaba la idea de batallar contra los patriotas, pero no tuvo más opción que obedecer la orden de Morales, Capitán General de Venezuela. La decisión de este último colocó a Maracaibo como la capital posible de la independencia venezolana.

En misiva dirigida a Morales en 1823, Laborde expresa: “Debo hablar a su Excelencia con claridad. Yo no veo modo que esta guerra se pueda sostener, ni es posible que unos hombres abandonados a la suerte por más de 2 años –cualquier parecido con la realidad es simplemente casual– tengan resistencia para sufrir más tiempo: bastante se ha sufrido, pero se sufrirá con esperanza, que le digo que ya no tenemos, y que sin duda, desmayaríamos al cabo de tanto padecimiento. Tal vez nuestra suerte sería menos desgraciada si los continuos clamores de esta Superintendencia hubieses sido oídos (…) El resultado, Excelentísimo señor, ha sido la pérdida del ejército por falta de recursos, pues bien –dice el español a Morales–es justa su capitulación”. Es sorprendente, pero estos se estaban comunicando los españoles a través de misivas en medio del fragor de la batalla.

Así que en pleno combate, mientras Laborde y Morales se peleaban a través de comunicaciones que iban y venían del Lago a tierra firme, echándose las culpas el uno al otro por los errores cometidos, la concentrada escuadra republicana, bolivariana, avanzaba unida hacia una victoria inminente que nos daría la tan anhelada libertad.

Dos horas de batalla

Desde su cuartel, el 15 de enero de 1823, investido con la autoridad de Jefe del Ejército de Operaciones, Mariano Montilla había declarado el bloqueo de Maracaibo que iba desde el Cabo San Román hasta Chivacoa. Manrique contaba con suficientes fuerzas para cooperar por tierra.

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En mayo llegó a la Punta de los Estanques el bergantín Independiente, comandado por el Capitán de Navío Renato Beluche, quien dio la mala noticia de la pérdida en combate de las dos corbetas, Carabobo y María Francisca, con la fragata Constitución y la corbeta Ceres, ambas españolas.

Nuestro Padilla decidió forzar la barra de Maracaibo y ocupar la Laguna de Maracaibo. Hasta el 24 de julio, este protagonizó minúsculos y parciales combates contra la flota realista. El 16 de junio, sabiendo que Morales andaba por el Río Socuy, Padilla y Manrique atacaron la plaza, y después de casi un día entero de peleas lograron penetrar en ellas y apresar a varios soldados y oficiales realistas. Las últimas horas previas a la batalla, el militar patriota amanecía arengando a las tropas y dando las últimas instrucciones.

También en tierra firme, en una ciudad ya convulsionada, se intuía, de antemano, la inminente derrota española. La atrevida y valerosa Ana María Campos, en una de aquellas reuniones clandestinas que ella misma organizaba, expresó con valentía femenina: “Morales si no capitula, monda.” En otras palabras: “Si no capitula, muere”. Tamaño atrevimiento llegó a los oídos de un Morales enfurecido y cobarde que tuvo la fantasía pensar que una mujer de la patria se tragaría sus palabras, después de un interrogatorio y posterior tortura. Ella seguía afanada diciendo lo mismo, en cada azote de su verdugo, cuyo nombre era Valentín Aguirre, este le preguntaba a la mujer si quería disculparse y la noble doncella insistía retando a la muerte: “Si no capitula, monda”; “si no capitula, monda”; “si no capitula, monda.”

¡Amárrenla, encarcélenla, sométanla, humíllenla!

Pero ya nada podía detener el combate final en la mar, las cartas estaban echadas.

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La escuadra republicana está fondeada frente a los Puertos de Altagracia. Tiene 88 piezas, 872 hombres de dotación en 3 bergantines, 7 goletas y una fuerza sutil con 13 piezas de diferentes calibres y 327 hombres. La de Morales está también lista con sus 87 piezas, 820 hombres de tropa embarcados y 497 marineros, 3 bergantines, 12 goletas y 16 embarcaciones menores. El ambiente está enrarecido, comienza el abordaje, se escuchan los primeros cañones, las fuerzas grancolombianas, nuestras fuerzas avanzan a pesar de los disparos, se acercan irremediablemente a las banderas imperiales, la rabia por tanta esclavitud se funde de pronto con amor patrio, Maracaibo es casi nuestra.

De por entre las casas humildes sale el pueblo a continuar la batalla en tierra firme. Fuerzas navales y pueblo negro e indio se funden en un solo puño.

¡Rápido! Cierren la salida hacia el Caribe para que las fuerzas marítimas enemigas no se fuguen. Ya el viento de la victoria bolivariana nos está refrescando el rostro. Después de 2 horas de recio combate han caído 8 oficiales y 36 individuos de tripulación de los nuestros. Resultaron heridos 165. Las bajas imperiales son muchas más, tenemos prisioneros a 69 oficiales y 368 soldados y marineros. El Lago, el Lago está teñido de rojo patria. El Lago de Coquivacoa ya es nuestro.

El Almirante Laborde rompe el cerco y logra vilmente escapar. Despavorido va a parar a costas puertorriqueñas. Maracaibo ahora es republicana. El inmenso júbilo se apodera de sus calles.

Vaya, qué reciente es esto, las gotas de agua dulce de nuestro Lago de Coquivacoa están regando los campos de Carabobo.

Las fuerzas españolas estarían destinadas a abandonar la patria. Con la victoria queda abierto el camino de las negociaciones con Morales, Capitán

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General de Venezuela, recordemos. Estas concluyen el 3 de agosto siguiente cuando se ve obligado a capitular ante Manrique y Padilla y entregar el resto de los buques españoles y a desocupar los territorios que estaban bajo su control: la Plaza de Maracaibo, el Castillo de San Carlos y la Fortaleza San Felipe en Puerto Cabello, último reducto realista.

El día 5 evacuó el territorio definitivamente, primero Morales marchó a Cuba, luego a España.

Para algunos analistas de nuestra historia militar y política, si no hubiese sido por la Batalla Naval, posiblemente Simón Bolívar hubiese tenido que retornar a Venezuela. Si el resultado de aquella jornada hubiera sido otro, el imperio español hubiera podido seguir consolidándose aquí en Maracaibo, en el Lago y, por supuesto, en Puerto Cabello. Este 24 de julio de 2013 podemos decretar, sin temor alguno y con la frente en alto, que los imperialistas que volvieron a secuestrar nuestra ciudad de Maracaibo están a punto de recibir otra derrota que será definitiva para el avance de los bolivarianos en todo el territorio nacional. ¡Carajo!

Chávez historia

Acaso otros pueblos, en otras latitudes, podrían honrar, recordar y admirar las batallas pasadas como quien mira una estatua. No es el caso del pueblo venezolano, sumergido desde hace por lo menos 200 años en la búsqueda empeñada de una libertad, soberanía e independencia que, más de una vez, se nos ha diluido por entre los dedos.

No he querido yo, no lo he querido, de verdad, no he querido yo venir a este recinto, compañeras y compañeros, a revivir batallas pasadas como quien mira un viejo álbum familiar, con esa pasiva nostalgia. Tampoco ha sido mi intención llenar

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un espacio protocolar con bellas y fantasmales palabras que se las terminaría llevando el viento fresco de nuestro Lago.

Les he venido a hablar, les he hablado yo, desde una sinceridad histórica y política agridulce, pues este es el primer natalicio del Libertador y conmemoración de la Batalla Naval del Lago, después de la muerte física de nuestro Comandante Chávez.

He tenido que revisar la historia para venir a conversar con ustedes hoy aquí. En otras palabras, he tenido que pasearme con y por el mismísimo Hugo Chávez: el gran resucitador de la historia venezolana.

Gracias al Comandante Chávez el siglo XXI no sorprendió a Venezuela escuchando los ronquidos de una historia adormentada por los amarillos de siempre. El Comandante Chávez, que tanta, pero tanta, pero tanta falta hace hoy en esta Maracaibo mía, nos hizo escuchar el galope de los caballos en Carabobo. Chávez nos hizo escuchar, también, el ruido terco de las velas en la Batalla del Lago. Pero, sobre todo y más que todo, Chávez nos hizo volver a apreciar, en todo su esplendor y magnitud única, la voz enternecedora y a la vez fulminante del Padre Bolívar.

A un pueblo como el venezolano nada, pero nada, se le ha concedido gratuitamente. Cada una de nuestras libertades nos la hemos ganado al calor de batallas interminables, muchas de ellas vivas aún después de siglos. Cada instante de soberanía, cada milímetro de independencia, este pueblo lo ha batallado.

La muerte física temprana de Chávez es una baja, un golpe bajo, una bajeza del destino en medio de la batalla. Pero no me resigno, venezolanas y venezolanos, zulianas y zulianos, a pensar que somos presa irremediable del

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destino. Decía Maquiavelo que la fortuna, la suerte, es una mujer que debemos seducir con nuestras acciones.

¡Vaya, qué maravillosa suerte! ¡Qué magnífica fortuna hemos tenido los venezolanos y las venezolanas de haber sido dirigidos en las batallas, en las batallas, por un Simón Bolívar y por un Hugo Rafael Chávez Frías!

Nos queda, pues, a nosotros, hijos de la más grande de las fortunas, seguir seduciéndola cotidianamente. ¿Y cómo se seduce la fortuna? Esto no lo dijo Maquiavelo, esto lo dijo Chávez: “La fortuna, la suerte, se seducen a punta de lucha, batalla y victoria.”

En una muy triste pero a la vez inspiradora tertulia de más de cuatro horas que tuve con el Comandante Fidel Castro después de la partida física de nuestro Chávez, el héroe del Cuartel Moncada y de Playa Girón me aconsejó, sin más, una cosa, la traigo aquí para todos ustedes en sesión de nuestra excelentísima Asamblea Nacional. Me dijo mirándome a los ojos el Comandante Fidel Castro: “No despilfarren a Chávez, no despilfarren a Chávez.” ¡Por Dios, no despilfarremos a nuestro Chávez!

Venezolanas y venezolanos que me escucháis, zarpemos pues con nuestros navíos de dignidad. Como en 1823, el viento ahora en Maracaibo está a nuestro favor, abramos velas hacia la buena mar, dirijámonos hacia las costas occidentales maracaiberas secuestradas vilmente por los imperialistas y no permitamos que la fuerza de una superpotencia pueda contra la voluntad metafísica de un pueblo empeñado en ser libre por sobre todas las cosas.

Muchísimas gracias.

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