MILLENNIUM: FEAR AND RELIGION. MILENIO: MIEDO Y RELIGIÓN. MILLÉNNAIRE: PEUR ET RELIGION

MILLENNIUM: FEAR AND RELIGION. MILENIO: MIEDO Y RELIGIÓN. MILLÉNNAIRE: PEUR ET RELIGION. La vivencia de la muerte del hombre medieval: entre la preca

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SOCIOLOGIA DE LA RELIGION
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MILLENNIUM: FEAR AND RELIGION. MILENIO: MIEDO Y RELIGIÓN. MILLÉNNAIRE: PEUR ET RELIGION.

La vivencia de la muerte del hombre medieval: entre la precariedad de lo corporal y la durabilidad de lo espiritual Jaume Aurell (Universidad de Navarra)

El hombre medieval acostumbraba a percibir la realidad a través de lo sensible, que se manifestaba principalmente en una arraigada cultura de gestos, de símbolos, de imágenes visuales. El ejercicio de la abstracción filosófica y de las demás ciencias quedaba relegada a los centros culturales de las élites eclesiásticas. El pueblo adquiría una de este modo una profunda vivencia de las realidades sensibles, de lo tangible, de lo simbólico. En este contexto de dominio de lo iconográfico y de lo gestual, lo que quedaba más profundamente grabado en la conciencia del hombre medieval eran no tanto las ideas (1) abstractas como las manifestaciones del lenguaje del cuerpo. El lenguaje de los gestos, tan arraigado en la cultura medieval, podía manifestarse principalmente de dos modos bien diversos: privadamente o socialmente. El gesto privado se caracterizaba habitualmente por la postura que acompañaba la demostración de dependencia o servitud: es la actitud física de los orantes, que se arrodillaban para mostrar su indigencia y servilismo ante Dios, uniendo sus manos como manifestación de sumisión, tal como también habían hecho durante siglos los siervos al manifestar la sujeción a su señor feudal. El gesto social, por contraste, se experimentaba a través de las celebraciones religiosas (liturgia de la iglesia), las procesiones públicas con motivo de una fiesta, las abigarradas procesiones mortuorias o el folklore en las fiestas populares. La piedad personal, el pacto feudo-vasallático, la liturgia de la Iglesia y el folklore popular son, en efecto, cuatro de las principales notas específicas de la cultura del hombre medieval, regidas por unas precisas manifestaciones exteriores: un hombre arrodillado, la unión de manos del vasallo con su señor, la parsimoniosa procesión eucarística o los alegres desfiles de la fiesta del patrón de un pueblo. Todo ello eran gestos con un significado bien preciso para el hombre medieval, con una simbología cargada de significado, con una trascendencia que iba mucho más allá de una concreta postura de las manos o de una determinada posición dentro de una procesión. En este mundo dominado por las imágenes y los gestos, las circunstancias que rodeaban el traspaso del hombre medieval al otro mundo eran extraordinariamente sentidas y experimentadas, de modo que se puede llegar a hablar que el hombre medieval tenía una especial y paradójica vivencia de la muerte, con una liturgia bien precisa. El testamento: "hacer memoria del pasado, ordenar lo presente y prever lo venidero" La época que Johan Huizinga definió con brillantez el otoño de la edad media y que Jacques Le Goff rebautizó como flamboyant, se caracteriza, entre otras cosas, por una (2) mayor concienciación de la realidad de la muerte.

En este contexto, el hombre bajomedieval adquiere una mayor vivencia de la muerte. Todos los acontecimientos que rodean el momento del traspaso adquieren entonces una significación y una

simbología que va mucho más allá del monótono y rutinario cumplimiento de unos ritos establecidos o recibidos por la tradición. Es probable que este fenómeno haya sido acrecentado por las lacerantes epidemias que asolaron Europa a mediados del siglo XIV, así como el aumento de la crueldad de las guerras y el aumento de las aglomeraciones urbanas, que favoreció una mayor percepción de los fenómenos más morbosos de la experimentación de la enfermedad y la muerte.(3) Otros han puesto más énfasis en el desarraigo que supone para la gente del campo su llegada masiva a la ciudad en los siglos bajomedievales. Este desarraigo actuaría como catalizador de la necesidad de acrecentar la solidaridad con sus antepasados, que se manifestaría principalmente en la abigarrada liturgia que rodea todo lo relacionado con la muerte en este periodo, tal como demuestran con exuberancia los testamentos. En todo caso, es indudable que la arraigada conciencia escatológica del hombre medieval, una de cuyas manifestaciones más significativas es la profunda convicción de la existencia de la vida eterna, está fundamentada en su cercanía vital con lo sobrenatural. Por tanto, más allá de estas motivaciones que podríamos denominar coyunturales, el hombre y la mujer medievales reciben, en los siglos XIV y XV, unas tradiciones bien establecidas sobre la vivencia de la muerte. Pero lo que quizás más llama la atención de estas tradiciones es que son tremendamente dinámicas, recibiendo el continuo influjo de las innovaciones, lo que les da un dinamismo que es fácilmente perceptible en la documentación. La fuerza con que la idea de la muerte se arraiga en el hombre de este periodo, aunque no es exclusiva de esta época, difícilmente tiene parangón: nunca como a finales del siglo XIV y durante todo el siglo XV la imagen de la muerte ha sido tan explicitada, a través de múltiples manifestaciones que van desde las expresiones más íntimas y privadas (la redacción del testamento y la disposición espiritual al bien morir) a las más populares y folklóricas (la minuciosidad con que se preparan las procesiones mortuorias y la escenificación de la danza de la muerte)(4), así como el reflejo de estas realidades en el arte de la época.(5) La cercanía y la experimentación de la muerte excitan algunos de los valores latentes en la siempre sensible sociedad bajomedieval: la consideración del más allá desde una perspectiva apocalíptica, la conciencia de la fugacidad de la vida, la vanidad de la gloria humana o el incremento de la conciencia cronológica de la existencia corporal, en contraposición de la sempiterna vida sobrenatural. Todas las consideraciones anteriores cobran toda su fuerza al considerar la trascendencia que para el hombre medieval tiene la redacción y disposición del testamento, envuelto también en una liturgia bien precisa y meticulosa.(6) El testamento se convierte, para la mentalidad del hombre bajomedieval, en un auténtico pasaporte para la vida eterna,(7) aunque es bien consciente de que ese documento tiene que ir acompañado de las buenas obras y completado por los correspondientes sufragios. Con todo, es evidente que para el historiador de las mentalidades y de la espiritualidad es una excelente oportunidad disponer de una fuente de estas características.

Los testamentos constituyen sin duda un instrumento privilegiado para el estudio del comportamiento espiritual y religioso del hombre medieval. En el momento de redactar el testamento, independientemente de la cercanía o lejanía objetiva del momento de la muerte, el testador adquiere una viva conciencia de su traspaso. Lo jugoso de esta documentación no viene determinado por la mayor o menor cercanía cronológica de la hora de la muerte como por su expresiva carga subjetiva, sino simplemente de la mayor vivencia que el testador adquiere de su traspaso al redactar su última voluntad.(8) La redacción de la última voluntad estaba rodeada de un notable simbolismo en la última edad media, pudiéndose hablar de una auténtica liturgia del testamento. En muchos de los testamentos se hace constar la causa próxima que ha decidido al interesado hacer efectiva su última voluntad: la inminencia de un viaje comercial, el advenimiento de una enfermedad o, simplemente, la conciencia de la terrible justicia divina. En este sentido, son bien conocidos los temores del hombre medieval por la posibilidad de una muerte súbita, que le haga enfrentarse al juicio divino sin las debidas disposiciones. Algunos testamentos de la Barcelona bajomedieval son bien elocuentes de la necesidad de la vigilancia, ante la precariedad de la salud humana, lo que exige una vigilancia especial. El mercader barcelonés Bartomeu Trillo lo expresa de un modo sintético y explícito, con un cierto regusto oriental por su forma proverbial: qui hodie sanus est, continuo se debet expectare infirmum.(9) Y, como consecuencia de la fragilidad del cuerpo, el alma debe estar en continua vigilia, conociendo lo incierto del momento de la muerte. Así es como lo expresa otro ciudadano barcelonés, Pere Savila, en su testamento: In Dei nomine, licet incerta mortis ora semper debeat in prudentis anima esse suspecta, corporis cum iminente langore ipsius plus naturaliter forimidatur eventus...(10) Hay otro motivo de incertidumbre, que hace que el hombre medieval no pueda confiarse, ni mostrarse negligente: las consecuencias de morir intestado, aunque no consta jurídicamente su punición, son temidas. El mercader barcelonés Pere Salelles es quien quizás explica mejor la necesidad del testamento en su propio documento, que -traducido del original catalán- suena más o menos así: "por este motivo, cualquiera que esté en su sano juicio y en recta razón, debe sabiamente proveer y disponer de sus bienes, de tal manera que después de su muerte no permanezcan ni puedan ser encontrados sin orden, ya que el Soberano Juez y Dios Eternal pedirá un recto regimen y administración de esos bienes, y se le deberá dar leal y debida cuenta y clara y verdadera razón".(11) Las motivaciones de la redacción del testamento asumen -según nos transmite este valioso documento- el plano natural y el sobrenatural, como la mayoría de las realidades que se reflejan en los testamentos bajomedievales: la transmisión de los bienes temporales, por un lado, y la conciencia de la necesidad de presentarse libre de acusaciones ante el juicio divino. Además, como indica en su testamento Arnau de Senyecs, es necesario no retrasar excesivamente el momento de la redacción del testamento porque éste tiene que redactarse en plenas condiciones psíquicas y morales. Su argumentación es bien precisa y contundente, apelando no sólo a la incerteza del momento de la muerte sino también a lo contingente de la razón humana, que tantas veces puede verse turbada por la enfermedad corporal: "atendiendo a que no hay cosa

más cierta que la muerte, ni menos cierta que la hora de la muerte, y queriendo disponer de mis bienes temporales mientras estoy sano en mi persona y mientras la razón rige en el pensamiento; porque la razón muchas veces es turbada por la enfermedad, no sólo por los bienes temporales sino que también llega a olvidarse a sí misma. Y, por tanto, ahora que me encuentro con buena salud, con sano juicio y con buena memoria, hago y ordeno mi testamento".(12) Partiendo de estas expresivas consideraciones, es fácil adivinar la tensión y la carga emocional del momento de la redacción del testamento, que contrasta con la de otros documentos notariales. En los inventarios post mortem, por ejemplo, los escribas y notarios van repasando meticulosamente los objetos de la casa del difunto, analizando habitación por habitación.(13) El resultado es una información objetiva, sin lugar a la emotividad, el dramatismo circunstancial u otros factores que puedan distorsionar la rigurosidad que estas noticias tienen para el historiador.(14) Las circunstancias que rodean al testamento son bien diferentes, lo que genera también una atmósfera de mayor emotividad.(15) En todo testamento, hay cláusulas que dan una valiosa información objetiva (la parroquia del testador, la procedencia de sus padres, el lugar de la defunción, el tiempo que transcurre entre la redacción del testamento y la muerte) que permite al historiador un estudio contextual. Pero el historiador de las mentalidades sabe encontrar a través de algunos datos aparentemente anodinos que aparecen en los testamentos (como por ejemplo las rígidas fórmulas notariales, los comentarios marginales, la jerarquía de las donaciones) abundantes noticias referentes a la espiritualidad y la vivencia de la muerte en el hombre de aquel periodo. El testamento se constituyó, desde los primeros siglos medievales, en un auténtico seguro de vida eterna para el testador, siempre y cuando fuera acompañado de las buenas obras y de un verdadero arrepentimiento, que las mismas disposiciones del documento debían acreditar. Era como un pacto, una póliza de seguros que se establecía entre la Iglesia y el testador, la cual cubría el ámbito natural y el sobrenatural. De hecho, en los testamentos bajomedievales se establece desde el principio una dicotomía bien característica entre las donaciones terrenas (pago de deudas pendientes, establecimiento de donaciones a los familiares, recompensas a los amigos, retribución a los colegas profesionales) y las espirituales (limosnas de todo tipo, donaciones a las parroquias, solicitud de oraciones y, por fin, el abigarrado mundo del establecimiento y pago de los sufragios que el testador establece para entrar en la vida eterna con la mayor premura posible). De este modo, lo que en un principio ejercía simplemente la función de la transmisión de los bienes del difunto a sus herederos, se había ido convirtiendo con el tiempo en un auténtico paso previo para la preparación de la vida eterna, rodeado de una precisa liturgia y de unos procedimientos notariales bien específicos.(16) No sería ajeno a esta evolución el aumento progresivo del horror del hombre medieval a morir intestado, lo que podría acarrear consecuencias funestas para su alma. Como consecuencia de todo lo anterior, a finales de la edad media se produce una elocuente democratización del testamento, que pasa a ser una práctica masivamente utilizada.(17) El momento i el memento de la muerte: entre la angustia y la esperanza

La evidencia y la proximidad de la muerte ejercen de catalizadores y excitadores de la espiritualidad del hombre medieval. Una de las frases que aparecen con más asiduidad en los testamentos es aquella atribuida a San Agustín: "Nada más cierto que la muerte, ni menos cierto que la hora de la muerte".(18) El sentido de lo sobrenatural, de lo trascendente, tan arraigado en la sociedad medieval, recupera aquí todo su significado, toda su expresividad, toda su fuerza, toda su carga emocional. Por otra parte, la proximidad de la muerte en la mentalidad del hombre medieval, no tiene porqué manifestarse explícitamente en la percepción de su inminencia temporal. De hecho, una buena parte de los testamentos bajomedievales que han llegado hasta nosotros están redactados por personas sanas, lo que implica que la conciencia de la muerte no está directamente relacionada con un estado de salud precario.(19) En efecto, lo que se desprende de los testamentos bajomedievales no es tanto el efecto de la proximidad temporal de la muerte como la misma conciencia que tiene de ella. La mayoría de los ciudadanos barceloneses bajomedievales redactan su testamento sans de cos i d'esperit ("sanos en el cuerpo y en el alma"), lo que no les hace perder una viva conciencia de la fugacidad de la vida. Indudablemente, los que redactan su testamento egritudine detenctus ("gravemente enfermos")(20) están marcados por una carga emotiva mucho más profunda. Pero esta circunstancia no se percibe al comparar la redacción de unos y otros testamentos, que no suelen variar según el estado de salud sino por otros factores mucho más heterogéneos. De este modo, independientemente de las motivaciones concretas que llevan al hombre bajomedieval a disponer de su última voluntad (que van desde el contagio de una grave enfermedad hasta la inminencia de un largo viaje comercial por las riberas mediterráneas),(21) los testamentos tienen una indudable connotación escatológica, que facilita enormemente la labor del historiador de las mentalidades. Al fin y al cabo, si el testamento era un pasaporte para la vida eterna, tenía una suficiente entidad como para que se le otorgara a su redacción una trascendencia que iba mucho más allá del hecho concreto de un precario estado de salud. No es ajeno a esta realidad la percepción de que las introducciones más jugosas y expresivas de los testamentos suelan hallarse en aquellos que testan estando sanos. Es de suponer que estas expresivas invocaciones, redactadas por hombres en plenitud de fortaleza física, sus motivaciones vendrían determinadas por el hecho de la necesidad de justificar la redacción del testamento con unas palabras introductoras, apelando a la fugacidad de la vida y a la seguridad de la vida eterna. En cambio, aquellos que lo hicieran estando gravemente enfermos no se verían en la necesidad de justificar su redacción, por la misma evidencia de los hechos. Quizás sea más sencillo entender esta idea con la transcripción de una de estas introducciones tan jugosas a las que me vengo refiriendo. Aunque la traducción deviene menos expresiva y vigorosa que el original, suena de este modo: "En nombre del muy alto y soberano Creador Nuestro Señor Jesucristo y de la muy excelente y pura Virgen Nuestra Señora Santa Maria, madre suya, y a salvación de mi alma en remisión de mis pecados, amén. Y como todo lo compuesto según lo natural, por la misma naturaleza, tiende a disolverse, y como el cuerpo del hombre está compuesto por cuatro elementos que al mismo tiempo se contraponen a sí mismos, pues es

necesario que el cuerpo del hombre se disuelva naturalmente, por todos estos motivos toda criatura racional debe pensar en tres cosas, a saber: hacer memoria del pasado, ordenar lo presente y prever lo venidero. En efecto, como todos, según dice el Apóstol, estaremos delante del juicio divino para recibir según lo que hayamos obrado, cada fiel cristiano tiene que identificarse con las obras celestiales para salud de su alma, ya que no hay cosa más cierta que la muerte, ni más incierta que la hora de aquella, y, por amor de todo lo reseñado, jo, Valentín Sapera, ciudadano de Barcelona, ... por la gracia de Dios, sano y alegre de cuerpo y de pensamiento, en pleno y bueno juicio y sana e íntegra memoria, hago y ordeno mi propio testamento, escrito de mi propia mano..."(22) Bastaría el atento comentario y la oportuna divulgación de este tipo de documentos para desmentir muchos de los tópicos aún extendidos sobre la pretendida pobreza de matices del mundo medieval. En este caso, este mercader barcelonés de principios del siglo XV expresa de su propia mano, con todo rigor filosófico -y con no escaso talento poético- un cosmovisión que podrían firmar gran parte de sus contemporáneos, aunque quizás no expresarla de este modo. Al mismo tiempo, con un trazo deductivo magistral, enumera los tres pilares que sintetizan el estado de ánimo de todo hombre a la hora de redactar su última voluntad: haver memòria del pessat, ordonar en lo pressent e a provehir en lo sdevenidor ("hacer memoria del pasado, ordenar lo presente y prever lo venidero"). Pasado, presente y futuro, en un orden cronológico y escatológico perfectamente definido, se halla presentes de un modo conjunto en la mentalidad de este ciudadano barcelonés a la hora de redactar su última voluntad. Ante esos expresivos testimonios, cabe concluir que es en los preámbulos de los testamentos donde quizás se muestra de modo más explícito el temor a la muerte y la conciencia de su proximidad que los ciudadanos bajomedievales tienen. Allí, el testador suele explayarse, manifestando en algunas ocasiones el estado de ánimo con el que afronta -de un modo inminente o no- la muerte natural. En estas cláusulas es donde se refleja con más hondura la conciencia de la profunda pequeñez del hombre medieval ante la magnitud de lo sobrenatural o la idea de la fugacidad de la vida, que se nos va como el agua del río entre las manos cuando corremos pretendemos retenerla demasiado tiempo. En fin, el hombre medieval percibe con toda claridad el contraste del tiempo caduco del paso del hombre sobre la tierra con el interminable transcurrir del tiempo

eterno.

La fragilidad de lo caduco y la seguridad de lo perdurable Hace ya bastantes años, Jacques Le Goff contrapuso, de modo brillante y expresivo, el tiempo del mercader al tiempo de la Iglesia.(23) El historiador francés se refería al progresivo cambio de mentalidad que se estaba obrando en el universo urbano bajomedieval, con la progresiva sustitución del tiempo tradicional (caracterizado por una cadencia rítmica bien marcada y una notable dependencia respecto a la luz natural y a las condiciones climáticas y estacionales) por un nuevo tiempo instaurado por el ambiente comercial que se estaba imponiendo de modo generalizado en todas las ciudades en los últimos siglos medievales.

A esta dicotomía tan sugerente, la atenta lectura de los testamentos de los ciudadanos bajomedievales sugieren otra posible distinción que va haciéndose cada vez más explícita en la medida que avanza la edad media: la dicotomía entre tiempo caduco y tiempo perdurable. En efecto, la primera idea que transmiten con toda claridad los testamentos bajomedievales es la idea de la fugacidad de la vida terrena, en contraposición de la vida eterna. El formulario con que los ciudadanos de la Barcelona bajomedieval expresan este contraste adquiere tintes entre dramáticos y poéticos, aunque siempre bien enraizados en una arraigada confianza en la providencia divina y un profundo conocimiento de las Escrituras. Un conocimiento que, todo hay que decirlo, se basaba en la lectura asidua que de ellas hacían los barceloneses de finales de la edad media. En este sentido, es bien significativo que muchos de ellos suelan tener un ejemplar de la Biblia en su mesa de noche, en contraste con la ubicación de los libros profesionales o de entretenimiento, que solían guardar en el escritorio o en una caja ad hoc.(24) En cualquier caso, las imágenes que los barceloneses utilizan para describir la fugacidad de la vida terrestre son bien expresivas. Algunos comparan la duración de la vida terrena con el florcicmiento y la caducidad de una flor de primavera: attendens et experimento cognoscens, sicut et scriptum est, quod omnis caro fenum et omnis gloria eius tamquam flors agri.(25) Otros acuden a la imagen de la sombra, que pasa con tanta celeridad como tiempo dura el humo en evaporarse: "considerando que la vida presente pasa como una sombra, que mientras es vista más larga es como vapor o humo que poco dura".(26) La fugacidad de la vida viene expresada en términos de escasa duración temporal (como se marchita la flor del campo o como tarda en evaporarse el humo) pero también por la profunda conciencia de la muerte del hombre bajomedieval, como una manifestación de algo que está inserido e impreso en la naturaleza humana: attendens quod nullus in carne positus mortem potest evadere corporalem et... quodque natura humana est mortis lex obligata(27): la humillación de la muerte está ya inscrita en la ley natural, y el hombre tiene que ser consciente de esta realidad si quiere orientar correctamente su existencia. Otros barceloneses de este periodo prefieren describir la idea de la fugacidad de la vida de un modo más filosófico, con un razocinio que adquiere tintes de elevada escolástica. Así, el mercader Bernat Vidal inicia su testamento a mediados del siglo XIV con la siguiente premisa: Attendens quod illa que habent visibilem essenciam tendunt visibliter ad non esse...(28) También se mueven en el ámbito filosófico las palabras del ciudadano Guillem de Pere, cuyas expresiones adquieren un sesgo escatológico: este mercader barcelonés tenía muy claras algunas ideas respecto a la naturaleza corporal y espiritual del hombre: la corruptibilidad material del cuerpo (a disoldra per natura), la dicotomía y las peculiares contradicciones cuerpo-alma (anotadas en la bellíssima expresión qui ensemps contrariegen) y la existencia del juicio inexorable después de la muerte corporal (per rebre segons que fet haurem).(29) Las imágenes y metáforas se multiplican entre los testamentos bajomedievales. Se habla de lo transitorio y lábil de las realidades creadas (Attendens quod omnia que in presenti vita miserabili adquiruntur labilia et transitoria sunt)(30) y del evidente contraste entre las realidades materiales y

las espirituales, que son durabilia sine fine.(31) En este contexto, no es extraño que algún ciudadano exprese con toda su crudeza la radical contraposición entre las realidades materiales (miserables y transitorias, evanescentes como una sombra) y las espirituales (cuya duración no tiene fin).(32) ¿Quién no podría encontrar, tras estas contraposiciones, un resello y una clara reminiscencia de los planteamientos dualistas del platonismo? Quizás algún día los filósofos puedan decir algunas palabras sobre esto. Por otra parte, otra de las realidades que los testamentos procuran realzar es que las realidades visibles tienen una tendencia natural al no-ser, mientras que las sobrenaturales o invisibles tienen el carácter de la no-caducidad:...attendens quod illa quae sunt visibilem essenciam tendent visibilia ad non esse, et quod nullus in carne positus mortem potest evadere corporalem.(33) Como consecuencia de todos estos pensamientos, de todas estas profundas reflexiones, el hombre de este periodo se preocupa (timeo, utilizan los testamentos) por su muerte corporal, no tanto por su muerte espiritual, tal como especifican de modo explícito los testamentos en su distinción muerte corporal-muerte espiritual (detentus egritudine de qua timeo mori morte corporali).(34) La finalidad natural de la carne es la muerte, la descomposición y, por lo tanto, existe una realidad perfectamente asumida -y no por eso menos temida-, que es la muerte corporal, utilizando la misma expresión de la documentación. Pero, como consecuencia de la dualidad cuerpo-alma que hay en todo hombre, este debe preocuparse en primer lugar por la salud del alma, más que por la salud corporal. Y este es uno de los fines del testamento: asegurar el pasaporte para la vida eterna del alma inmortal, a través de una oportuna imbricación entre la conversión de las obras pasadas, la correcta ordenación de las presentes y la oportuna previsión de las venideras. Conclusiones En no pocas ocasiones se ha hablado de la rigidez y la repetitividad de las fórmulas notariales, que ahogarían con su monótona cadencia toda posible interpretación histórica a través del estudio de los testamentos. Una atenta mirada a los testamentos de la Barcelona de finales de la edad media que hemos utilizado como fuente documental para estas reflexiones, desmiente de modo categórico esta afirmación. El historiador de las mentalidades se encuentra con unos documentos llenos de fuerza y de expresividad, aprovechando las abundantes grietas abiertas por entre las tradicionales fórmulas notariales. Ciertamente, esta expresividad viene favorecida por la expansión de las lenguas romances (en este caso, el catalán) y su implantación como lengua jurídica, asimilable al latín en algunos casos. En este sentido, el contraste entre la documentación redactada en lengua latina y la redactada en lengua catalana son bien elocuentes, en lo que se refiere a su expresividad. Pero lo que es indudable es que la misma heterogeneidad de los testamentos legitima al historiador poder sacar diversas conclusiones respecto a la mentalidad del hombre bajomedieval en lo que se refiere a su vivencia de la muerte propia y ajena. Los testamentos dejan de ser una mera formalidad jurídica en orden a solemnizar la transmisión de los bienes materiales del difunto para entrar en el universo de la justificación de la actuación de toda un vida. El momento de la muerte se acerca -de modo real y explícito en el caso de los

enfermos o de modo figurado e implícito en el caso de los sanos- y hay que hacer balance de las buenas y las malas obras. Ahí radica precisamente el interés de esta tipología documental: en su misma funcionalidad, que a finales de la edad media se desborda en una expresividad, una sensibilidad y un barroquismo desconocidos hasta ese momento. Los testamentos reflejan también una sociedad que está plenamente persuadida del contraste entre un frágil mundo corporal y un incorruptible mundo espiritual. La sociedad medieval, en su dimensión popular, sabía poco de matizaciones. Dante, con su viaje por el más allá, ideó un maravilloso edificio que refleja de modo preciso el ánimo del hombre medieval, donde se conciliaba con toda naturalidad la corruptibilidad de la vida natural y la eternidad de la vida sobrenatural. La documentación es, en este sentido, inequívoca. Los ciudadanos barceloneses de este periodo son plenamente conscientes de la precariedad de su vida corporal, expresión utilizada frecuentemente por ellos mismos. Pero, al mismo tiempo, están plenamente persuadidos de que, si obran con una prudencia evangélica, alcanzarán de la divinidad el premio de la vida eterna. La confianza en la misericordia divina no es capaz de atenuar, sin embargo, un profundo temor ante el imprevisible pero indudable advenimiento de la muerte. Todos los testamentos están dominados por una atmósfera de angustia o, quizás mejor, de una temerosa prudencia. Es necesario dejarlo todo atado y bien atado para llegar al juicio divino con las suficientes garantías: esta es el verdadero sentido del testamento medieval y el modo como el historiador debe interpretarlo si quiere llegar a una verdadera hermeneútica de la vivencia de la muerte en el hombre de ese periodo. La vivencia de la muerte en el hombre bajomedieval es una expresión que esconde una aparente paradoja. Pero es precisamente esta aparente contradicción (vivir la realidad de la muerte) la que da sentido al perceptible aumento de la emotividad y la expresividad con que es experimentado el momento del traspaso al más allá. Y es que la profunda vivencia de la muerte en el hombre bajomedieval remite automáticamente a la vivencia de los espiritual, de lo trascendente, que son valores plenamente insertos en la cultura de aquel periodo.

NOTAS 1. Hemos expuesto algunas de estas ideas en J. Aurell, "La imagen del mercader medieval", Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, XLVI (1997-1998), pp. 23-44. 2. Remito al interesante prefacio de J. Le Goff para la no menos sugerente monografía de J. Chiffoleau, La comptabilité de l'au-delà. Les hommes, la mort et la religion dans la région d'Avignon à la fin du moyen age (vers 1320-vers 1480) Roma, 1980. 3. La conciencia de la crisis del hombre bajomedieval, un tema clásico en la historiografía dedicada a este periodo, esta bien aplicada a la problemática de la conciencia de la muerte en J. Chiffoleau, La comptabilité..., p. 101 i ss: las pestes, las epidemias, las guerras y las crisis son

factores que marcan decisivamente las conciencias y, por tanto, la forma de enfocar el tema de la muerte. 4. H. Saugniex, Les danses macabres de France et d'Espagne, Paris, 1972 i E. Dubruck, The theme of Death in French poetry, Londres-París, 1964. Per l'ars moriendi, vid. A. Tenenti, "Ars Moriendi." Quelques notes sur le problème de la mort à la fin du XVe siècle", Annales, E.S.C., 1951, pp. 433446. 5. E. Male, L'art religieux de la fin du Moyen Age en France. Etude sur l'iconographie du Moyen Age et sur ses sources d'inspiration, París, 1908. Ver también el estudio iconológico de la segunda parte de la monografía de J. Aurell y A. Puigarnau, La cultura del mercader en la Barcelona del siglo XV, Barcelona, 1998. 6.

En este sentido es como se ha hablado de la función social del testamento y su

ceremonialización, tan característica y específica de los últimos siglos medievales. (J. Chiffoleau, La comptabilité..., p. 32-35). 7. Según la conocida y afortunada expresión utilitzada por J. Le Goff ("passeport pour l'au-delà"): La civilisation de l'Occident médiéval, París, 1967, p. 240. 8. El estudio del testamento como fuente histórica ha sido realizado en los últimos decenios por la historiografía francesa más emparentada con la tercera generación de los Annales, bien entroncada con la corriente de la historia de las mentalidades: M. Vovelle, Piété et déchristianisation en Provence au XVIIIè siècle. Les attitudes devant la mort d'après les clauses des testaments, París, 1973, P. Chaunu, La mort à Paris, XVIe, XVIIe, XVIIIe siècles, Paris, 1978, P. Ariès, Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Age à nos jours, París, 1975 i L'homme devant la mort, París, 1977. 9. Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona (en adelante, AHPB), Joan Ferrer (major), Secundus liber testamentorum, 1432-1451, f. 9v. 10. AHPB, Joan Frach (major), Primus liber testamentorum, 1409-1430, f. 85r. 11. E per ço cascú de sana pensa, mentre la rahó regonex aquella, deu saviament provehir e disposar de los béns en tal manera que aprés sa mort no romanguen ne pusquen ésser inordonadament atrobats perquè del regiment e administració de aquells puxa al Sobiran Jutge e Déu eternal, com demanat ne ferà, retre leyal e degut compte e clara vertadera rahó (AHPB, Francesc Barau, Primus liber ultimarum voluntatum, 1416-1433, f. 44r). 12. Atenent que alguna cosa no és pus certa que la mort, ne res menys cert que la hora de la mort, e volent dels béns temporals ordonar de mentre son sa, en ma persona e la rahó reig la pensa, la qual moltes veus és entrant per la malaltia torbada, que no tan solament los béns temporals, ans encara oblida hom si mateix, per tal en ma bona sanitat e en mon bon sen e bona memòria fas e ordon mon testament (AHPB, Ramon Morell, Secundus capibrevium testamentorum, 1359-1362, f. 13v).

13. Una interesante ilustración de este proceso en G. Duby (ed.), Historia de la vida privada, Madrid, 1988, t. II, p. 462, que reproduce un Libro de Horas de París, del siglo XV, en el que aparece un notario elaborando un inventario: el notario está escribiendo, mientras que sus ayudantes abren los cofres y van disponiendo los objetos encima de una mesa. 14. Nos hemos referido a estos aspectos metodológicos en J. Aurell, "Els inventaris post mortem i la cultura dels mercaders medievals", Mediaevalia, 11 (1994), pp. 107-121. 15. M. García Fernández, "Actitudes ante la muerte, religiosidad y mentalidad en la España moderna. Revisión historiogràfica". Hispania, L (1990), pp. 1073-1090 y M. Vovelle, "Minutes notariales et histoire des cultures et des mentalités", La Documentación Notarial y la historia (Actas del II Coloquio de Metodología Histórica Aplicada, Universidad de Santiago de Compostela), Salamanca, 1984, vol. II, pp. 9-26 (especialmente, el subapartado "Le testament, révélateur des attitudes devant la mort", pp. 10-17). 16. P. Ariès, La muerte en Occidente, Barcelona, 1982, p. 73. 17. La expresión es de J. Chiffoleau, que hablar de una démocratisation de la practique testamentaire, a finales del siglo XIII e inicios del XIV (La comptabilité..., p. 60 i p. 76). 18. Por recoger un ejemplo entre muchos, esta expresión la utiliza el barcelonés Arnau de Senyecs quien inicia su testamento: Atenent que alguna cosa no és pus certa que la mort, ne res menys cert que la hora de la mort (AHPB, Ramon Morell, Secundus capibrevium testamentorum, 1359-1362, f. 13v). 19. J.R. Julià, "Las actitudes mentales de los barceloneses del primer tercio del siglo XIV", Anuario de Estudios Medievales, 20 (1990), pp. 15-51, apartado "Causas que mueven a testar", pp. 18-21. 20.

R. García Cárcel, "La muerte en la Barcelona del Antiguo Régimen (Aproximación

metodológica)", La documentación notarial..., p. 120. 21. En efecto, una causa muy característica de la redacción de los testamentos entre los barceloneses de la baja edad media es el acometimiento de un viaje comercial por mar, tal como hizo Ramon Sabater, quien redacta su última voluntad volens trafficare ad parte Alexandrie (AHPB, Berenguer Ermengol, Manual de testaments, 1385-1405, f. 51r). 22. En nom del molt alt e sobiran Creador Nostre Senyor Jhesu Christ, e de la molt ecel.lent e pura Verge Nostre Dona Santa Maria, mare sua sia, e a salvació de ma ànima e en remissió de mos pecats, amén. E com to ço qui es compost a natura, per aquella se haja a dissolre, e com lo cos de l'hom sia compost de quatre alements qui ensemps contrariegen, donchs de necessitat se cové que lo cos de l'hom se haja a dissolre per natura e per tant cascuna crehatura rahonable deu cogitar en tres coses, e és a saber: haver memòria del pessat, ordonar en lo pressent e a provehir en lo sdevenidor, com tots, segons que diu lo Apostol starem devant lo divinal juyci per reebre segons que fet haurem, donchs cascun fel crestià se deu apperellar a les obres salestials a salut

de sa ànima, com no sia neguna cosa pus certa que la mort e pus incerta que la hora de aquella, e per amor de açò jo, Valentí Çapera, mercader ciutadà de Barchinona..., per la gràcia de Déu sa e alegra de cos e de pensa, en mon bo e ple seny e sana e entegra memòria, fas o ordon mon testament, scrit de ma pròpia mà (AHPB, Joan Reniu, Manual de testaments, 1421-1431, f. 5r). 23. J. Le Goff, "Au moyen age: temps de l'Église et temps du marchand", Annales, ESC (1960), pp. 417-433. 24. Hemos documentado esta realidad en el capítulo referente a la cultura literaria de los mercaderes barcelonese en J. Aurell, Els mercaders catalans al Quatre-Cents. Mutació de valors i procés d'aristocratització a Barcelona, Lérida, 1996. 25. Es el caso del mercader barcelonés Lluís de Parets (AHPB, Bernat Nadal, Llibre de testaments, 1385-1397, f. 135v). La imagen utilizada por este ciudadano barcelonés recuerda las palabras de la Escritura recogidas en una de las epístolas de San Pedro: quia omnis caro ut fenum et omnis gloria eius tamquam flos feni; exaruit fenum, et flos decidit; verbum autem Domini manet in aeternum ("Toda carne es como el heno, y toda su gloria dura como la flor de heno; se seca el heno y la flor se marchita; la palabra de Dios, en cambio, dura por siempre": I Pet. 1, 24-25). 26. Considerant que la vida present traspassa com a hombra, e dementra que hés vista pus larga és axí com a vapor o fum qui poch dura... (AHPB, Antoni Vilanova, Liber testamentorum, 14571469, f. 7v). 27. AHPB, Pere Ullastrell, Manual de testaments, 1382-1387, f. 59r. 28. AHCB (Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona), Arxiu Notarial, III,1, testamento del 1.IV.1365. 29. AHPB, Joan Reniu, Manual de testaments, 1420-1439, f. 141r. 30. AHPB, Jaume de Carrera, Primus liber testamentorum, 1397-1403, f. 22r. 31. AHPB, Jaume de Carrera, Primus liber testamentorum, 1397-1403, f. 22r. 32. ...quoniam ea que in presenti vita miserabili possidentur transitoria sunt et labilia vel ut umbra ea vero que in celesti gloria sperantur fieri eterna erunt et durabilia sine fine (AHPB, Jaume Just, Llibre de testaments, 1372-1403, f. 13r). 33. AHPB, Simó Carner, Primus liber testamentorum, 1409-1446, f. 140v. 34. AHPB, Guillem Jordà (major), Primus liber testamentorum, 1426-1455, f. 18v.

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