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MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE, SALGAMOS AL ENCUENTRO
P. Guillermo Carmona para trabajar el lema de año 2016
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El buen samaritano: anda y haz tu lo mismo.
Oración inicial
ORACIÓN DE INICIO PARA CADA DÍA Papa Francisco
Señor Jesucristo, Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del Cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
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Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
1. Texto bíblico: Lucas 10, 29-37
Hacemos una lectura pausada y tranquila. Si es necesario, leemos el texto dos veces para internalizarlo en nuestra vida: “… El doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: ‘¿Y quién es mi prójimo?’. Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: ‘Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’ ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?’. ‘El que tuvo compasión de él’, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: ‘Ve, y procede tú de la misma manera’” Después de la lectura dejamos un pequeño espacio para la reflexión
personal del texto escuchado o leído. Me pregunto: V ¿Qué mensaje trae el texto? V ¿Cómo lo interpreto?
V ¿Qué me dice a mí personalmente? 2
2. Reflexión
Meditamos esta parábola de Jesús, a la luz de la consigna de este año: “Misericordiosos como el Padre, salgamos al encuentro”. Toda la humanidad y quizás también nuestra patria, es como ese hombre caído entre Jerusalén y Jericó, asaltado y herido por el enemigo; dejado casi muerto. Hay razones suficientes para pensar en esta realidad, tanto a nivel individual como social. ¿Qué realidades asocian la patria a este hombre? ¿Podemos arriesgar algunos paralelos? La venida de Jesús -este enorme signo de la misericordia del Padre- es la expresión de un Dios que tiene compasión del hombre y de la historia. En la pantalla de la televisión y en los diarios se reúnen los múltiples rostros del mundo, los que están enfermos y lastimados, los que fueron asaltados y asaltantes, los que murieron o están en las cárceles. Hay pecadores y justos que cayeron en el camino de la vida. A todos ellos la Mater quiere curar en sus Santuarios, echarle el aceite y el vino y acercarlos a Jesús, misericordia viva de Dios. La parábola nos ilustra lo que es el amor en serio: las mil formas de servir y entregarse a los hermanos. El samaritano no tenía ninguna razón lógica para cuidar del hombre herido. Los samaritanos eran visto como inferiores en cuanto al origen racial, a la creencia religiosa y la política; en consecuencia, se sentían siempre malinterpretados y perseguidos. Por todo esto, el judío era un extraño y un enemigo, y probablemente nunca habría actuado de la misma manera con él. Al igual que el amor del buen samaritano, el amor de Jesús está siempre más allá de toda lógica. Él nos indica que debemos romper las esclusas de la división, ya que Él vino para todos, judíos y samaritanos, buenos y malos. Como el samaritano, Jesús eligió el amor y fue más allá a lo “políticamente correcto”. Podemos imaginarnos que la compasión del samaritano arruinó sus esquemas y tiempos planificados. No sólo se detuvo a ayudar colocándole aceite y vino en las heridas, sino también se preocupó de que sobreviva; por eso lo llevó al albergue, al sanatorio de entonces y no tuvo miedo de comprometerse, de 3
meterse en líos y “problemas”. Fue más allá: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. El amor no tiene reloj ni tiempos. Va más allá a los justo y necesario: es generoso y magnánimo por naturaleza. De lo contrario no es amor. La parábola tiene además un valor agregado: el samaritano sabía que el hombre que estaba medio muerto no era capaz de expresar su agradecimiento ni de devolver la ayuda que había recibido. Es un amor desinteresado: cuando llegue el momento de su recuperación, el samaritano que lo ayudó, se habría ya marchado hacía tiempo… En el día a día encontraremos muchas personas que precisan del aceite y del vino, del amor y la ternura. Queremos ayudarlas a seguir caminando, a llegar al altar o al Santuario, tener la experiencia del corazón de Cristo que con su costado traspasado y su sonrisa les devuelve la salud. Sólo la misericordia del Padre redime tanto a aquellos que siguieron sus pasos sin detenerse, como también al hombre que cayó en el camino; nos imaginamos que le regalará también al Samaritano -a vos y a mí- la fortaleza para seguir amando, sin dilación ni egoísmos.
3. Texto del Padre Fundador. De: “La mirada misericordiosa del Padre, p. 191-193. Ahora trataré de explicarles algunos pasajes de “La santificación de la vida diaria”, para motivarlas a repasar y elaborar personalmente esos pensamientos. Por ejemplo, las páginas 294, 295 y 296. En ellas se habla de los grados del amor. En la tercera parte de “La santificación de la vida diaria”, con “amor” se alude siempre al amor al prójimo, pero un amor al prójimo que mana del amor de Dios y es entrega al otro en forma de servicio. Todo lo que soy y tengo lo regalo a mi prójimo, a mis hermanos y hermanas. No importa tanto que yo esté sano, lo primero es que los demás lo estén. Tampoco me preocupa tener un lugar cómodo donde dormir. He aquí la servicialidad como actitud o, si quieren, como promesa. Para alcanzar este alto grado de amor fraterno he de comenzar desde abajo, ascender desde abajo. Haz primero tus obras de amor fraterno. ¿Cuáles? Las obras de amor interior al prójimo o al hermano. Para explicarlo mejor tomo como punto de partida las siguientes palabras de san Pablo:
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“Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.“ (Col 3,12). ¿Qué quiere el Apóstol que hagamos? Que seamos benevolentes unos con otros, que nos amemos de corazón. Algo muy hermoso. Que seamos hondamente compasivos y misericordiosos unos con otros. El filósofo Blas Pascal decía, no sin razón, que el núcleo de la personalidad reside en el corazón. (...). Quien tenga nuestro corazón tendrá por lo tanto toda nuestra persona. Porque en nuestro corazón, y no exclusivamente en nuestra mente, resuena toda nuestra personalidad. ¿Qué nos pide el Apóstol? Que seamos hondamente compasivos unos con otros, vale decir, que cultivemos una profunda benevolencia. Y en cuanto a los actos de amor fraterno leemos lo siguiente en “La santificación de la vida diaria”': “Quien quiera alcanzar ese alto grado ha de esforzarse primero por realizar actos de amor ordinarios, interiores y exteriores. A los actos interiores pertenecen una honda valoración del prójimo, precisamente porque él es imagen y semejanza natural y sobrenatural de Dios y es amado por Dios; y, además, alegrar- se del prójimo y ser benévolo para con él.” Estas reflexiones únicamente desean motivarnos a ocuparnos más de este tema del amor al prójimo que comienza con una íntima valoración, alegría y benevolencia para con él. Esos son los actos de amor al prójimo a los que se refiere el Apóstol cuando dice: “Revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia." (Col 3, 12). De:J Kentenich, Conferencia para Hermanas de María de Schoenstatt, Schoenstatt, 15 de marzo de 1940 El santo de la vida diaria ama al prójimo por amor a Dios y a Cristo. En efecto, por amor a Dios prodiga su amor al prójimo por dos razones. En primer lugar porque en su prójimo se reflejan las perfecciones de Dios y, por lo tanto, es imagen y semejanza de Dios. Las cualidades nobles y nobilísimas no lo atraen tan- to por sí mismas como por ser imagen y reflejo más perfectos de Dios. Pero ama también a su prójimo porque Dios lo quie- re y porque así Dios es glorificado.
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Cristo desempeña un gran papel en la vida del santo de la vida diaria y, por lo tanto, lo desempeña igualmente en el amor que él brinda a su prójimo. El santo de la vida diaria tiene presentes aquellas palabras de Jesús: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40). “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo" (Mt 18,5). En suma, se nutre de estas grandes verdades de que somos hijos de Dios y miembros de Cristo. Por eso se alegra de servir a Cristo en su prójimo. Querría de todo corazón “lavarle continuamente los pies” a Cristo en su prójimo realizando los servicios más humildes. Más allá de que realice obras de misericordia espirituales o corporales, más allá de que se lo engañe en ese servicio, él sirve con alegría a Jesús en los pobres y necesitados. Siente particular predilección por los pobres forzosos. Con melancolía observa que en muchas partes se hacen sacrificios heroicos para acabar con la pobreza por razones puramente naturales. Esa realidad ahonda en él la convicción de que el destino de la Iglesia y de la sociedad cristiana depende en gran medi- da del cultivo del ideal cristiano de pobreza. Sabe ciertamente que mantienen perpetua vigencia aquellas palabras del Señor: “Siempre tendrán pobres con ustedes”, pero la conducta de los demás lo avergüenza. El santo de la vida diaria considera que la pobreza involuntaria es un gran peligro para la salvación y, por eso, la combate procurando que haya trabajo y jornal. Pero a la vez, se esfuerza, si pertenece a la vida consagrada, por ser fiel al ideal de pobreza que ha prometido cultivar, aun a costa de grandes sacrificios y asumiendo circunstancias que para él puedan significar una total inseguridad económica. Por esta vía procura refutar la crítica de quienes designan la pobreza de los religiosos como “una forma refinada de riqueza, esto es, estar libres de cosas materiales pero a la vez protegidos de toda necesidad e incomodidad.” Mediante su pobreza voluntaria ayuda, tanto al que posee como también al pobre forzoso, a comprender el escaso valor de todos los bienes materiales. El santo de la vida diaria, laico, sacerdote o religioso, procura que los pobres vuelvan a ser valorados y tratados como los grandes tesoros y joyas de la Iglesia. En ellos ama y sirve a Cristo. ¿No habrá quizás siempre pobres entre nosotros justamente para que demostremos la autenticidad de nuestro amor a Cristo? En la Iglesia primitiva los pobres vivían de la mesa del Señor, del altar. Las ofrendas se depositaban sobre el altar, que representaba a 6
Cristo. Por lo tanto eran entregadas a Cristo y de Cristo la recibían los pobres. De ese modo se ponía fuertemente en primer plano el aspecto del servicio personal a los necesitados. El santo de la vida diaria no solo da de lo que le sobra, sino también haciendo duros sacrificios personales. Lo que tiene lo considera propiedad de Cristo que él se esfuerza en compartir sinceramente con los miembros de Cristo. De: J Kentenich. Conferencias sobre La santificación de la vida diaria en los años treinta. En: M. A. Nailis, La santificación de la vida diaria, Herder, Barcelona, 1985, p. 244.
4. Preguntas para la reflexión 1. ¿Cuál es mi actitud frente a los necesitados? 2. ¿Pones condiciones en cuanto a quien ayudas y a quien no?
3. ¿Qué pasaría si aquellos a quienes quieres ayudar no tienen posibilidad de pagarte o incluso ni siquiera agradecerte? 4. ¿Qué le habría pasado a este hombre si no hubiera recibido la ayuda del buen samaritano?
5. ¿Qué podemos hacer nosotros, en concreto para ayudar a alguien que está
lastimado por la vida?
5. Compromiso sugerido • •
Visitar a algún enfermo. Llamar por teléfono a alguien que sabemos que está triste o está pasando un momento difícil en su vida.
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