Motorista C.E.R.O. Cristian Rodriguez Jimenez

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Motorista C.E.R.O. Cristian Rodriguez Jimenez

Capítulo 1 El humo de la motocicleta ascendía frente al enorme almacén abandonado, o así se creía, con su jinete aún montado. Sacaba un cajetín de cigarrillos mientras repasaba su plan una y otra vez en voz baja para sí mismo sin quitarle ojo a las ventanas del enorme establecimiento. La luz de la cerilla era la segunda luz de aquel callejón junto a una farola perdida, la única cual bombilla aun funcionaba tras el apagón que destruyó a todas sus hermanas, alumbrando un barril usado por los vagabundos que merodeaban para calentarse por las noches. Aunque el invierno estaba algo pasado todavía hacía frio en las noches que cada vez eran más y más largas, hasta ésta noche. Pasaron tres meses de búsqueda pero al fin supo donde encontrar al mayor criminal que parió este barrio de mala muerte, muchos han muerto ya por su culpa y muchos siguen haciéndolo pero pronto todo acabará. Apagando la cerilla con su enorme bota de acero y cuero dejó su sector a oscuras, avanzó unos pasos mientras la motocicleta se apagaba y al llegar a la cera contigua, dio una calada y su rostro se iluminó de forma tétrica. Dos adictos tirados frente a él lo vieron, uno ocultó su rostro bajo una vieja y quejumbrosa gorra de gasolinera y el otro se levantó como pudo y se largó calle arriba tropezando con las demás farolas y los cubos de basura. Una enorme puerta metálica cubierta de moho y óxido pintada de color azúl apagado era la única entrada viable al establecimiento, las ventanas aún siendo grandes y estar abiertas estaban demasiado altas para alcanzarlas, pero eso no hizo más que facilitarle las cosas. Con una mano empujó la pequeña puerta que había en el interior de la más grande y cedió entre quejosos chirridos. Una vez dentro cerró la puerta de forma delicada pero aún así sonó estrepitosamente. -“Si aún no saben que estoy aquí, es por que no tengo nada que hacer ya.” Recolocó su cigarrillo entre sus fríos labios y avanzó por la enorme nave hasta unas escaleras que subían en varios tramos. Todo el lugar estaba lleno de cintas donde se empaquetaban todo tipo de mercancías, al menos se hacia. Los últimos acontecimientos en los cuales nuestro hombre era el principal participante, hicieron que muchas fábricas clandestinas como ésta tornaran su labor de producción a escondites. En la segunda planta había una pequeña plataforma donde se almacenan aún algunas cajas, destrozadas la mayoría, y una pequeña habitación usada como despacho.   Las paredes del despacho estaban formadas por grandes cristaleras y una puerta de madera vieja, uno de los cristales estaba roto por una esquina y

la puerta estaba abierta. El cristal y el pomo estaban cubiertos de sangre, un rastro conducía desde un poco antes de la puerta que goteaba por las ranuras de la plataforma, hasta la mesa del despacho. Entró lentamente, disfrutando el momento, le dio otra calada a su cigarro y miró por encima del mostrador sacando su .44. Un hombre vestido con ropajes caros aunque cubiertos de barro y sangre que emanaba de la herida de su hombro, presionaba la zona como si se aferrase a la vida encorvado mirando hacia los helados ojos blanquecinos de su verdugo. El motorista metió una bala en la recamara de su revolver haciendo caso omiso a los quejidos del magnate, cerró el tambor y lo hizo girar. -Sabes perfectamente que esto no beneficiará a nadie… eh espera no digas eso. -Ahora… tus probabilidades de sobrevivir son...- La voz pesada y afilada del motorista sonaba como el eco de un frio viento en lo más profundo de una cueva. -¡He dicho que no lo digas! - … CERO. Con el sonido de un fuerte balazo que resonó en toda la calle a modo de despedida, el motorista se sentó sobre su moto y se alejó al ritmo que el sonido de unas sirenas invadían el lugar. Al mismo tiempo que la colilla descansaba en la acera el magnate corrompido yacía sobre un charco de sangre con un enorme agujero en su frente y al igual que la luz del cigarro su vida se consumió esa noche.

Capítulo 2 Un pequeño y viejo televisor iluminaba la habitación del motel sintonizando en directo con el canal de noticias. -Las autoridades han confirmado que el cuerpo encontrado en la vieja fábrica de carrocerías pertenecía a Gabriel Montalvo nuestro antiguo alcalde y dueño de la marca de vehículos Montalvo. Según informes de la policía la muerte se debe a causas naturales... La puerta se abrió y cerró durante la noticia. Tras servirse una copa de su whisky favorito se sentó con los pies sobre la cama y respondía a la presentadora, como si importase, sin que ésta hubiese acabado de hablar. -Causas naturales, pues claro, es natural que si una bala abre tu cráneo acabes muriendo. - rechistaba el motero. -... un infarto provocado por el estrés que el famoso terrorista conocido como Cero está causando a las grandes potencias que mantienen viva nuestra amada ciudad. El mando puesto en el aire apagó el televisor para luego caer sobre el colchón. El vaso inacabado terminó junto a la botella y Cero cambiaba la bala de su revolver mientras sus ojos se posaban en el grafo repleto de fotos de la pared: ahora iluminada por la escasa luz de un neón rosa junto a su ventana. En él se encontraban las cuatro grandes figuras que representaban la ciudad. Marco Petrionni el abastecedor de alcohol y tabaco, don de la familia mafiosa más poderosa de la ciudad. Carlo Girofante el suministrador de armamento y esclavos. Luciana De Salva la actual alcaldesa de la ciudad, controladora y dueña del mercado negro de arte y animales exóticos. Y Gabriel Montalvo magnate del petróleo y distribuidor de vehículos de todas las gamas, tachado con un rotulador. Encima se encontraban otras dos figuras. Los antiguos compañeros de trabajo de Cero cuando aun era un ciudadano corriente. De uno de ellos solo conocía su voz, el supervisor solo hablaba con él mediante una radio vieja de onda corta. Y el otro era su propio hermano. Entraron a trabajar al mismo tiempo cuando acabaron sus respectivas carreras. Especializado en ingeniería genética su hermano entró como parte del mismo equipo de investigación que él. Ahora controla los

negocios desde su asiento de alto ejecutivo del crimen organizado. Y por último queda su líder, un enigma. Por mucho que preguntase nadie tenía ni idea de quién manejaba toda la red de corrupción. Quedaba tan arriba de toda ésta mierda que ni siquiera se ensuciaba las botas. Pero no había prisa. Cero cogió las llaves de la mesilla y se puso la gabardina del ropero. Todo lo que tenía que hacer era cortar las cabezas una a una o si no se irían multiplicando. Bajó hasta la calle dejando un billete sobre el mostrador de recepción al salir y se marchó en un cadillac negro. Les derrotaría poco a poco hasta acabar con todos.

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