Mujeres en la Universidad. Un proyecto pionero en 1914

Mujeres en la Universidad. Un proyecto pionero en 1914 Consuelo Flecha García Universidad de Sevilla La pregunta lanzada al aire por María Zambrano

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Mujeres en la Universidad. Un proyecto pionero en 1914

Consuelo Flecha García Universidad de Sevilla

La pregunta lanzada al aire por María Zambrano en 1928 desde una columna que bajo el título «Mujeres» mantenía en el periódico El Liberal, resulta muy pertinente para el tema que nos ocupa en esta tarde: «¿Será ya la hora de que la mujer de por sí organice y defienda su trabajo y, con él, su ética y su felicidad?». Para formularla eligió palabras cargadas de significado y de repercusiones en la vida de la población femenina, cuando estaban comprobando la dificultad de materializar los cambios reclamados por ellas, a pesar del paulatino desaparecer de barreras que los habían impedido hasta hacía poco. De ahí el señalar que era llegada la hora, el hablar de la conveniencia de organizarse y de defender el trabajo que querían desempeñar, de la ética que este asunto encerraba y de la felicidad que les proporcionaría. Una selección precisa de expectativas, de derechos y de estilos de vida de la entonces joven licenciada en Filosofía y Letras, sección Filosofía, de la Universidad de Madrid. Porque desde hacía varias décadas se había abierto en la historia de España un periodo de toma de conciencia de lo que correspondía a cada hombre, y en algunos cuestiones también a cada mujer. Años de un despertar de la cultura española considerado sorprendente por quienes la han investigado. Pero años, igualmente, de preocupaciones vinculadas a la inestabilidad política, al insuficiente desarrollo económico, a la necesidad de innovación pedagógica y reformas educativas, al enfrentamiento entre ideologías y entre prácticas -de manera especial entre enfoques laicos y católicos-, y de una visible concurrencia de alternativas con la intención de aportar soluciones concretas a todas esas circunstancias; un elenco de problemas que no nos resulta lejano. Periodo en el que estaban emergiendo grupos sociales que buscaban espacios propios, entre ellos las mujeres, sobre todo las de las clases medias. Este es el contexto en que hay que situar el origen del centenario que nos reúne esta tarde, dentro de los proyectos impulsados por Pedro Poveda Castroverde, pedagogo que escuchó una de las demandas relevantes desde finales del siglo XIX, tanto en España como en otros países: la del papel que correspondía asumir a la población femenina cuando era ya incoherente seguir manteniendo fuera del ejercicio de los derechos de ciudadanía, los políticos y los sociales, al cincuenta por ciento, a las mujeres. De ahí que afrontara el proyecto de apoyar un camino para ellas integrando las dimensiones: intelectual, profesional, creyente y social. 1

Contribuye con el desarrollo de iniciativas que favorecieran el acceso femenino a la enseñanza superior y universitaria, así como al ejercicio de profesiones que requerían esa mayor cualificación, las que en aquellas fechas empezaban a tener la posibilidad de asumir. Y lo hace realidad en un momento en el que las condiciones que acompañaban la vida de las mujeres, pueden ser difíciles de entender desde las oportunidades en las que vivimos y nos desenvolvemos hoy en nuestro propio entorno; pero sabiendo que no en todo el mundo, donde las mujeres como nosotras representamos una minoría. Tomo de Ángeles Galino una afirmación sobre Poveda -¡tiene tantas en sus análisis certeros!- que hizo en 1965: “no le pasó desapercibida la profunda conmoción social de su época. Y en ella, como una consecuencia y también como un agente de fermentación, el nuevo ‘status’ todavía incierto, de la mujer”. Por eso estamos celebrando ahora los cien años de uno de aquellos proyectos, el que nació en esta ciudad, en Madrid. Pero para hablar de mujeres universitarias conviene partir de que la instrucción escolarizada había sido uno de los asuntos en el que haber nacido mujer, significaba soportar dudas familiares, sospechas de la sociedad y específicos requisitos legales para poder estudiar; todo eso que denunciaron algunas mujeres con mayor conciencia de lo que les estaba sucediendo, expresando su desacuerdo en la prensa, en conferencias, en otras intervenciones públicas, e incluso planteando directamente interpelaciones a los Gobiernos. Con inteligencia y valentía convirtieron el tema de su educación en objeto de debate y de movilización de respuestas. Ante la polémica difícil de acallar sobre las incertidumbres que suscitaba: la dedicación femenina de tiempo y de energías a unos aprendizajes de nivel superior; el derecho y la conveniencia de cursar las mismas carreras que los hombres; o el ejercer la profesión para la que esos estudios capacitaban, la Residencia de la que este Colegio Mayor es heredero, significó creer en la urgencia de un tipo de formación académica y de un ejercicio profesional que desplazara la retórica al uso acerca de la división sexual de roles y de espacios. Era una nueva acción que se añadía a las Academias-Internado para alumnas de magisterio estrenadas en 1911, tres años antes, donde encontraban lugar para residir, clases que reforzaran sus aprendizajes, asesoría pedagógica y científica a las ya tituladas que preparaban oposiciones a escuelas públicas, o estímulo a la vocación docente y a la creatividad didáctica de las que ya ejercían en las aulas. La apertura de este tipo de actividad para chicas en numerosas ciudades españolas, y en Chile e Italia, hasta 1936, en el marco de lo que se conoció primero como “Obra de las Academias Teresianas”, era un servicio a ese objetivo de no limitación de las oportunidades educativas, ya que el ser mujeres hacía más problemático vivir fuera de las familias. Por una parte, en 1909 se había creado en Madrid la Escuela Superior del Magisterio, y por otra, dos disposiciones legales de 1910 habían regulado el derecho de las mujeres a matricularse como alumna oficial en la universidad, y a optar a las plazas que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes convocaba a oposición. Lo que hacía previsible el 2

aumento de matriculadas y la necesidad de alojamiento para las que se desplazaran de provincias. La Residencia de Estudiantes masculina creada en 1910, había pasado en cuatro años, de 15 a 150 alumnos. Su existencia había dado, sin duda, facilidades. Con más motivo a las chicas dentro de la mentalidad de la época, aunque fuesen en principio un número menor. Cuando en 1914 se inaugura la Residencia Teresiana, las alumnas oficiales de la Universidad de Madrid eran 19, 40 las de la Escuela Superior del Magisterio y muy pocas en la Escuela de Bellas Artes o en el Conservatorio Superior de Música. Se abre en la calle Goya nº 46, 4º en el mes de marzo de 1914 para “señoritas estudiantes” -según la expresión utilizada en algunos de los folletos de difusión- que se desplazaban a la capital con el objetivo de estudiar en todos esos centros, o de preparar oposiciones a diferentes cuerpos de la administración del Estado y necesitaban, igualmente, un lugar donde alojarse que reuniera condiciones idóneas. Era la primera que se abría con esta finalidad en España. En el artículo que la periodista y catedrática María Dolores de Asís publicó en el periódico YA en marzo de 1964 con motivo del cincuentenario, se refería a esta Residencia de la calle Goya, como “un hito importante de la historia de la mujer en España”, como un “programa inédito ofrecido a la mujer”. Podía parecer prematura, pero su existencia facilitaría el crecimiento del pequeño grupo que optaba por ese entonces no trillado camino, ya que suponía un elemento fundamental para la decisión de muchas familias. En el escenario de oportunidades era éste un asunto no menor, puesto que el hecho de ser chicas añadía riesgos a la distancia familiar -se tenían menos cautelas con los chicos-. Disponer de un lugar que les ofreciera garantías a las familias, que se adaptara a los horarios y normas de funcionamiento de los centros oficiales en los que se matriculaban, y cuyo coste fuera asequible, eran claves a la hora de pensar en estos estudios. Las características de esta y otras Residencias Teresianas, abiertas antes y después, explican la excelente acogida en cada ciudad, las peticiones de apertura en más localidades, y la influencia que iban teniendo en las familias, con el consiguiente aumento del número de alumnas. Se decía que la Institución Teresiana venía “a resolver, con sus internados para señoritas estudiantes, el terrible problema que a tantas madres se presenta cuando llega el momento de que sus hijas tengan que salir de casa para cursar estudios en otras poblaciones”. Líneas en las que el énfasis en la preocupación materna de quién escribiera esta reseña, desvela el modo de asignar la responsabilidad en el cuidado de las hijas, obviando la implicación paterna. Para estudiantes de Magisterio y de Bachillerato llegaron a casi veinte ciudades. Y las previsiones se fueron confirmando de tal forma que en una carta de 1921 Poveda reconocía lo siguiente: “En las provincias donde hemos establecido Internados... puede hacerse una estadística de cinco años antes de estar nosotros, a cinco años después de tal fecha, y se nota un movimiento en la cultura de la mujer extraordinario. Tanto es así que en algunos sitios se nos censura por exceso de educación intelectual”. Dos afirmaciones que desvelan, la 3

rápida reacción de las jóvenes y sus familias para aprovechar los medios que hacían viable el que estudiaran -era la falta de servicios educativos, más incluso que la mentalidad o la falta de interés, la que frenaba esas decisiones-; y las críticas a las profesoras que las dirigían por alentar la “educación intelectual” de las jóvenes. Se trataba de un proyecto de carácter colectivo que experimentó una rápida expansión en pocos años; una asociación laical católica de mujeres, que incentivó y contribuyó a transformaciones significativas de la condición personal y social femenina desde una característica identificadora, entonces minoritaria: el estímulo individual y el apoyo con recursos para favorecer en las jóvenes: una educación superior, desde el punto de vista académico e intelectual; una dimensión ética, desde los valores del humanismo cristiano; una proyección profesional, desde el compromiso de trabajo por una sociedad donde la justicia garantizara posibilidades de igualdad. Desarrollo de capacidades y de actitudes que harían posible la participación posterior y el liderazgo en la sociedad a través de distintas responsabilidades laborales; las que en el primer tercio del siglo XX estaban abriéndose paulatinamente a las clases medias femeninas. El objetivo germinal de estos proyectos había sido el apoyo a alumnas que se preparaban para el magisterio primario. Enseguida, como una pionera extensión de esa actividad, el impulso al acceso de un mayor número de mujeres a otros niveles de enseñanza. Precisamente con esta finalidad específica se abrió la Residencia madrileña, dirigida por Mariana Ruiz Vallecillo a la que se describió como “una cultísima alumna del segundo año de la Escuela Superior” del Magisterio que, recomendada por Giner de los Ríos -ambos eran de Ronda y de familias amigas-, vivía en el Instituto Internacional, un centro femenino de enseñanza primaria y secundaria dirigido por mujeres norteamericanas que le aportó una experiencia cultural muy útil para la responsabilidad que empezaba a asumir. Sería directora hasta 1917 en que se incorpora como Profesora Numeraria a la Escuela Normal de Maestras de Jaén. El alquiler del primer domicilio fue de 30 pesetas mensuales. El coste para las alumnas de 3 pesetas diarias. Algo más de un mes dándose a conocer, y el 11 de mayo llegaba la primera alumna para preparar el ingreso en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio. Venía de Málaga y se llamaba Victoria Kent; no conseguiría aprobar el ingreso, pero sabemos que posteriormente estudió Derecho alojada en la residencia de Señoritas dirigida por María de Maeztu, lo que junto a su valiosa personalidad, hicieron de ella una mujer importante y protagonista en la historia de España. El número de solicitudes para el curso 1914-1915 aconsejó buscar un piso más amplio. Y se encuentra en la Cuesta de Santo Domingo, 20, pral. Pero continúa el crecimiento de alumnas, lo que obliga a continuos traslados a espacios más amplios, siempre cerca de los centros donde iban a estudiar. En 1915-1916 estarán en la calle Sagasta, 18. En 1916-1917 en Goya, 6 pral. Y cuando llega el mes de enero la directora escribe: “Todas las plazas cubiertas. ¡Si pudiéramos ampliar el local!”. Y lo hacen alquilando otro piso en la calle Ayala que 4

funcionó como anexo para responder a más solicitudes. La prensa destacaba la validez de lo que se estaba haciendo. En septiembre de 1916 se publica: “He aquí una institución que responde plenamente a las necesidades de la mujer moderna y facilita la evolución de su cultura y de su ennoblecimiento espiritual”. Y en enero de 1917: “Ofrece a las señoritas estudiantes que no tienen en la corte a sus familias una casa donde vivir, en un ambiente de cooperación cultural, que sea estímulo para sus trabajos individuales”. En el mismo edificio de Goya nº 6 vivía la familia José Ortega Munilla, con su hijo José Ortega y Gasset y la hija Rafaela, que realizará tareas de apoyo a la residencia. Les ofrecen también la posibilidad de utilizar los libros de su biblioteca que necesiten para preparar las asignaturas. Al año siguiente le toca a la nueva directora, a Victoria Montiel que asume el cargo para un solo curso, un nuevo traslado. Un piso en Serrano 16, 1º, donde van a permanecer tres cursos; les parecería increíble tal estabilidad. La casa cuenta con más espacio para habitaciones, para clases, salón de estudios, biblioteca, oratorio. Y se informa de que el diseño y el mobiliario “han sido hechos atendiendo a las exigencias pedagógicas modernas”. Carmen Cuesta del Muro, la tercera directora, elaboró un Informe en 1919 en el que, además de reflejar que las alumnas se han quejado de la comida, se reitera en lo ya conocido: “El número de internas ha superado a los cálculos más lisonjeros, y mayor aún hubiera sido de contar con un local todavía más amplio”. Es urgente por ello asentarse en un edificio de varias plantas. Se instalarán en la calle de la Alameda 7. Coincidiendo con este traslado, la vicedirectora de la Residencia Mercedes Doral, afirma en una revista que “es una institución feminista, que viene actuando en España desde hace unos años, y que puede probar lo perfecto de su organización con los argumentos más irrebatibles: con los resultados prácticos que ha obtenido; con las aspiraciones que convirtió en realidades” Al fin más tiempo de estabilidad en un mismo edificio, aunque el crecimiento hace que en 1931 haya un segundo grupo de estudiantes en Cuesta de Santo Domingo 3; y que en 1934 un tercer grupo se instale en la calle Mendizábal, 15. Por los Reglamentos internos vamos sabiendo qué ofrece, y qué se pide, a las residentes. Se les facilita un ambiente de estímulo cultural y de estudio como primera característica. Y debió ser así, pues se hace referencia continua al éxito en los estudios de las alumnas: “considerable el número de sobresalientes y MH” dicen en 1930. Eran mujeres que se aventuraban a un itinerario de cultura e intelectual que les pedía un equilibrio difícil, pero que aprovechaban al máximo. Otra característica subrayada era la de un estilo familiar que recuerda el de sus propios hogares. Y se destaca que convivían con profesoras tituladas, pues éstas eran aún minoría en la sociedad. Sorprende el planteamiento de algunas de las normas si tenemos en cuenta el clima de control y de dependencia del que las mujeres vivían rodeadas. Aquí no había hora fija apara 5

levantarse; los horarios marcados eran solo los requeridos por las actividades comunes. Podían estudiar en los dormitorios. Les estaba permitido agruparse a las más afines lo mismo en el comedor como en la sala de estudio. La correspondencia se les entregaba cerrada. Todos los actos de piedad eran optativos, menos el rosario. Respecto a las salidas y visitas hay una curiosa evolución en cuatro años. El Reglamento de 1916 incluye que se acompañará a las alumnas en las salidas y visitas. En el de 1917 que no se les acompaña en las visitas; que los domingos van al teatro y la tarde era libre para salir solas. Y en el de 1919, añaden una precisión, que en el asunto de salidas y visitas serán los padres quienes señalen lo que crean más conveniente para sus hijas. Las condiciones económicas, sólo para cubrir lo necesario del estilo sencillo en el que se quería educar. En 1916 la mensualidad era de 90 pesetas. En 1917, 100. En 1919, 110. A partir de 1922 y hasta 1930, 150 pesetas. Desde los primeros años recibían clases de idiomas. Para el francés disponían de un profesor nativo. Para el inglés, al filólogo y escritor Arturo Cuyás, autor de un diccionario Inglés-Español y Español-Inglés de reconocido prestigio, pues lo publicó en 1909 y ha seguido teniendo nuevas ediciones hasta el año 2000; seguro que muchas lo hemos utilizado. Tenían formado un Coro de alumnas. Acudían a distintas bibliotecas para consultas y estudio; pero la biblioteca del centro ocupaba un lugar importante en el interés de la residencia. Sus fondos fueron aumentando curso tras curso buscando recursos para adquirir libros, además de los regalos y donaciones. Las mismas alumnas contribuían también para la adquisición de nuevos libros. En 1921-1922 el número de ejemplares aconsejó una catalogación y, a la hora de elegir la persona para dirigir este trabajo, queriendo la mayor calidad técnica se decidieron por Ángela García Rives; una doctora en Filosofía y Letras que desde 1913 en que ganó la oposición, era la única mujer bibliotecaria en España –en ese 1921 se le unieron otras cuatro mujeres-. Con destino en la Biblioteca Nacional, garantizaba la mayor excelencia en la catalogación. Sobre la vida cultural de la residencia, el Boletín de la Institución Teresiana, antecedente de la revista Crítica que ha celebrado en 2013 su centenario, informa periódicamente de la vida y actividades de la Residencia; también la prensa de Madrid anuncia o se hace eco de ello. Asisten a Conferencias en el Museo Pedagógico, en el Ateneo de Madrid, en la Academia de Jurisprudencia, en la Universidad, y a los ciclos organizados en la misma Residencia. Hacen excursiones culturales y científicas a Toledo, a Aranjuez, al Escorial, a Ávila, a los montes de la Moncloa, etc. Como no era fácil viajar a otras provincias y países, hay que suplir ese beneficioso conocimiento de otra forma; y lo hacen mediante proyecciones de imágenes sobre Italia, Grecia, Egipto, distintos Museos de Europa, y preparando las mismas estudiantes conferencias sobre las diferentes regiones de España, para exponer ante sus compañeras. Visitan los Museos, especialmente el Prado, el Arqueológico, el de Historia Natural, las exposiciones conmemorativas que se inauguran. Y realizan visitas a Fábricas y a Escuelas. 6

Semanalmente celebraban veladas literarias y musicales. Celebraban tertulias con personalidades del momento: el Presidente del Tribunal de Cuentas, distintos Senadores y Diputados, profesores y profesoras de la Escuela Superior del Magisterio y de la universidad, ingenieros, escritores, escritoras, teólogos, sociólogas e historiadoras. Asistían a Conciertos, a la Ópera, al Teatro. Organizaban representaciones teatrales, Certámenes literarios, fiestas de disfraces, etc. Las temáticas que conciernen a las mujeres recibieron una atención especial: El voto femenino, La acción social de la mujer, La mujer y el problema social, Los sindicatos femeninos, El centenario de Concepción Arenal, etc. Se les ofrecían tanto celebraciones litúrgicas como actividades de promoción con grupos que no disponían de recursos ni de oportunidades, participando en unas y en otras. La implicación periódica en zonas de Madrid desatendidas y deterioradas, despertaban su sensibilidad hacia esas situaciones y la voluntad individual de compromiso en favor de una sociedad más justa y, en consecuencia, más humana. Estas jóvenes pertenecían al grupo emergente de mujeres que sabía la necesidad de estudio que demandaba el futuro profesional al que aspiraban; procedían de familias que habían optado por dar carrera a sus hijas, cuando esto suponía encaminarlas hacia oportunidades que reinterpretaban las tareas del destino asignado. Y en la residencia vivían en un ambiente que acogía rasgos de la modernidad sin renunciar a la dimensión trascendente de lo humano, que hacía posible la autonomía personal junto con el servicio a otras personas. Un humanismo que se engrandecía con la ciencia y también con la fe; es decir, sin separar cultivo intelectual, preparación profesional, dimensión creyente y compromiso social; demostrando la virtualidad humanizadora y transformadora de cada una de esas dimensiones. Se les hablaba de una educación que no hipotecara ninguna capacidad ni ningún objetivo legítimo. En 1930 Poveda les comentó las dimensiones básicas que entendía importantes, con estas afirmaciones: “Debéis profesar como uno de los puntos principales de vuestro programa el amor a la ciencia, la necesidad de la ciencia, para ser mañana útiles a la sociedad en el ejercicio de vuestras carreras. Si sois mujeres de fe, estimaréis como deber primordial el cumplimiento de vuestras obligaciones, y una de ellas es el estudio, el trabajo, […] que si os da acceso a puestos sociales de importancia y honor, os obliga a adquirir el bagaje científico necesario, para desempeñarlos dignamente y para no engañar a la sociedad”. Palabras en el mismo año en que un catedrático de un Instituto madrileño de Segunda Enseñanza, se sintió llamado a recordar a las mujeres, a los gobernantes y a toda la sociedad, el peligro que encerraba el estudio de las mujeres, y la responsabilidad de hacérselo saber: Por ello es un deber de conciencia revelar a la mujer las consecuencias que han de tener los estudios excesivos y continuados para la especie, esto es, para sus hijos. Y ese ha de ser también el punto de vista del Estado y de la sociedad”. 7

La preocupación era la “muchedumbre femenina [estudiante] que preocupa ya al profesorado por la competencia que supone en las profesiones y también por el nuevo tono que trae a las alumnas”. Quizás recordaba el protagonismo femenino en las revueltas contra la dictadura primorriverista y el cómo algunas universitarias opinaban en la prensa madrileña, lo que no le debía de resultar muy grato. Una prueba de lo que se captaba en el ambiente de la Residencia nos lo proporciona la reflexión de una alumna, planteada en el discurso que pronuncia en el mismo 1930 actuando como Secretaria de la Asociación de Estudiantes Católicas de Madrid: “¿Por qué ha de restarse la mitad de las inteligencias, precisamente las que pueden poner mayor dulzura y más paz en la lucha, al combate con que la humanidad trata de conseguir sus destinos?” Llama la atención los términos que utiliza para lanzarla al auditorio. Empieza formulando “por qué ha de restarse”, es decir, por qué se priva a la sociedad de algo que podía contribuir a su mejora. El subrayado lo pone esta universitaria no únicamente en el hecho de reivindicar la necesaria presencia femenina, sino en la injusticia que suponía desaprovechar capacidades humanas valiosas. Hablaba de: “la mitad de las inteligencias”, no de la otra mitad de la población, o de todas las mujeres, o de las mujeres que tienen esta u otra característica. Toma la parte por el todo y elige la capacidad cognitiva, esa que todavía costaba aceptar como generalizada en ellas. Utiliza un lenguaje que incluye, no que segrega, por eso es “la humanidad”, no sólo los hombres, la que combate por lo que quiere conseguir. Se distanciaba de la dicotomía en la asignación de capacidades y de funciones a uno y a otro sexo, mientras una parte de la sociedad seguía manteniendo reservas a esa incorporación de “la mitad de las inteligencias”. Cuando la Institución Teresiana abre en 1931 la segunda Residencia en Madrid dirigida por Julia Ochoa Vicente, en una carta fechada el 29 y 30 de septiembre –días que coinciden con la discusión en las Cortes del artículo del proyecto de Constitución sobre el reconocimiento a las mujeres del derecho al voto, con evidente repercusión y eco en la prensa, momento de especial ebullición política y femenina-, queda clara la finalidad de este nuevo centro: “Nos proponemos que esta residencia para universitarias sea una verdadera casa de formación, precisamente de jóvenes que han de ser mañana directoras de obras, profesoras de centros superiores y siempre personas que se destaquen por su ciencia y virtud. No es fácil medir ni apreciar la trascendencia de la labor que habéis de hacer en esta casa; porque los destinos de la mujer culta y su influencia en la sociedad moderna son ahora mismo algo tan grande como impreciso.” Estaban allí para dedicar unos años al estudio, no como entretenimiento, ni como periodo de espera mientras llegaba el momento del matrimonio; tampoco como modo de conseguir un adorno, sino aprovechándolos para crecer, intelectual y éticamente, de cara a una trayectoria personal de especial responsabilidad y prestigio. Tenían una Asociación de Antiguas Alumnas, y entre sus finalidades encontramos la Bolsa de trabajo que se ocupaba de gestionar. No siempre era posible dedicarse 8

exclusivamente a preparar las oposiciones, y compartirlo con algún trabajo era una buena solución. La atención a universitarias se realizó también desde 1929 en la llamada “Casa de la estudiante” (con el signo de cambios de domicilio: Carrera de San Jerónimo, después Amor de Dios 4 y en 1935 Mayor 70). Tenían Biblioteca, un lugar silencioso y confortable donde estudiar, clases para preparar temas y aprender idiomas, un laboratorio, y orientación en los estudios. En 1931 crearon la Asociación Liga Femenina de Orientación y Cultura que tenía el domicilio de su Casa social en Carmen 38. De nuevo Salones de estudio, Biblioteca, Clases de repaso y preparación de exámenes, Laboratorio de física y química, ciclos de conferencias, bolsa de trabajo o secretariado de colocaciones, un programa de excursiones científicas, y de deportes en un campo de la Ciudad Lineal. Fue una experiencia que se extendería a otras ciudades cabeza del distrito universitario de 1918 a 1935: Barcelona, Oviedo, Santiago de Compostela, Valencia, Valladolid, Zaragoza, Sevilla, Salamanca y Granada; en casi todas las capitales de provincia que tenían Universidad, además de en Santiago de Chile y en Roma, “dentro de esta política fundadora de los sectores católicos progresistas; una obra constituida por señoritas con títulos profesionales de Doctoras o Licenciadas, Profesoras Normales, Inspectoras, o Maestras Superiores que, por vocación se consagran a formar a la juventud estudiosa femenina”, como ha señalado la historiadora Rosa María Capel. Por la modernidad a la hora de entender el lugar de las nuevas generaciones de mujeres en la sociedad, y por ese nivel de preparación académica de las profesoras que actuaban en las residencias y demás centros teresianos, añade Capel que esta asociación “acabó convirtiéndose en la obra más completa y arraigada de cuantas iniciativas renovadoras adoptaron los sectores católicos en el campo educativo.” Ese paréntesis indeseado que es siempre una guerra, no consiguió interrumpir la trayectoria. La Residencia reabre sus puertas en 1939 en la calle San Mateo 7, y cuando la normativa permite la creación de Colegios Mayores solicita esta transformación, consiguiéndola en 1945. Pocos años después se inauguraba un edificio de nueva planta para el ya Colegio Mayor Padre Poveda, el mismo que hoy nos acoge. “El mundo intelectual es el mundo del porvenir” escucharon con frecuencia aquellas estudiantes del primer tercio de siglo en la Residencia Teresiana. Las que hoy viven en este Colegio Mayor pueden comprobar la verdad de esa afirmación. Lo cual no significa que dejen de necesitarse nuevas inteligencias jóvenes con dedicación y con audacia, pues el mundo intelectual es el que nos orienta hacia el mundo del porvenir. ¡Feliz Centenario Colegio Mayor Padre Poveda! Madrid, miércoles 23 de abril de 2014

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