Narcocorridos, una expresión musical en Sinaloa

Narcocorridos, una expresión musical en Sinaloa. César Jesús Burgos Dávila. Departamento de Psicología Social, Facultad de Psicología, Universidad Aut

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Narcocorridos, una expresión musical en Sinaloa. César Jesús Burgos Dávila. Departamento de Psicología Social, Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Barcelona, Edifici B, 08193 Bellaterra – Barcelona (España). Estudiante de Doctorado en Psicología Social. Becario CONACyT; Doctores Jóvenes UAS. E-mail: [email protected]

“A mi me gustan los corridos, por que son los hechos reales de nuestro pueblo. Sí, a mi también me gustan, por que en ellos se canta la pura verdad. Pos ponlos pues. Órale ahí van…” Los tigres del norte. “… suena la banda en mi rancho. Cada vez que se me antoja.” Los tucanes de Tijuana.

Imaginar una sociedad sin música resulta difícil y tal vez aburrido. Todas las sociedades han sabido organizar sus actividades en torno a la música (Hormigos, 2008). La música ha servido como una forma de expresión cultural de los pueblos y de las personas. A través de ella no sólo se expresa la creatividad y la afectividad, sino también muchos de los rasgos propios de una cultura y su evolución histórica. Un género musical que ha acompañado a México durante su historia es el de los corridos. El corrido como tradición musical, es una de las más antiguas del folklore mexicano. Ha sido reconocida por narrar hazañas guerreras y combates, de personas que, aparentemente, han hecho historia por y para el pueblo. Así mediante este género musical se recrean mitos, leyendas y eventos significativos, que se propagan de pueblo en pueblo. Durante muchos años el corrido

sirvió

como

un

medio

de

comunicación

en

una

sociedad

mayoritariamente analfabeta. Su potencial narrativo tenía la función de dar cuenta de los sucesos del día a día. Con el paso de los años, el corrido mexicano tradicional ha sufrido cambios, hasta dar paso a un subgénero musical denominado “narcocorridos”. Este género aparece como producto de la industria musical en la década de los cincuenta con el grupo Los Alegres de Terán, quienes en sus composiciones relatan las primeras hazañas de

traficantes en la frontera de México con Texas (Montoya, L. 2009). Para Valenzuela (2002), el éxito de la narcomúsica se presenta a mediados de los años setentas; específicamente, al ser interpretados por un conjunto norteño llamado: Los Tigres del Norte, originarios del estado de Sinaloa. A partir de ahí, los narcocorridos se difundieron exitosamente en todo México. Incluso, lograron propagarse a otros países como Estados Unidos y Colombia. Ningún otro género ha sido tan utilizado para narrar hechos violentos como la narcomúsica. De hecho, lo propio de esos corridos es contar historias de narcotraficantes, contrabandos, mafias, en los que se canta sobre el negocio de las drogas (Simonett, 2004; Astorga, 1995). México, es un país donde el narcotráfico es un problema social de emergencia nacional. Desde Baja California Norte hasta Quintana Roo, no hay un espacio libre de tensión por la violencia del narcotráfico. El narcotráfico ha invadido la cotidianidad de las personas, se encuentra presente en las calles, escuelas, universidades, cuerpos de seguridad pública, política, el campo, la industria y como ya se ha adelantado, también en la música. Dentro de la república mexicana, el estado de Sinaloa, ha sido considerado una de las entidades de mayor producción y tráfico de droga del país; de ahí que sea, también, donde el narcocorrido se ha manifestado con más fuerza, teniendo mayor arraigo en la población (Mondaca, A. 2002). La capital del estado, Culiacán, representa un entorno impregnado por el narcotráfico, diferentes acciones relacionadas con el tráfico de drogas, se han vuelto parte de la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad (Moreno, D. 2009). Los nombres de los traficantes más buscados en la historia de México, todos han crecido en Culiacán. Sus nombres, en la ciudad infunden mucho respeto (Sistiaga, 2008). Sus trayectorias, se encuentran descritas con alegría y buen ritmo en los narcocorridos. El presente capítulo se encuentra dividido en tres apartados. En una primera parte describo algunos de los antecedentes socio-históricos del narcocorrido, dando cuenta de elementos políticos y sociales que favorecieron el desarrollo y éxito del corrido de narcotráfico como expresión músical en Sinaloa. Posteriormente, retomo algunas de las investigaciones más relevantes realizadas en el campo de la narcomúsica. Con la intención de mostrar un breve estado del arte, rescato las conclusiones y discusiones que se

encuentran presentes en el tema. Para concluir, dedico un apartado al tema de la censura del narcocorrido en Sinaloa, allí describo cómo se ha venido aplicando con diferentes finalidades políticas. Del corrido tradicional al narcocorrido. La música no tiene significados universales. Cada sociedad le otorga sentidos propios a partir de una historia específica y un contexto concreto (Flores, 2008). Así que para poder ubicar los narcocorridos, presentaré un mapa con sus antecedentes musicales y el contexto histórico en el que se han venido desarrollando. La narcomúsica, es heredera de los tradicionales corridos mexicanos, que derivan del romance castellano y mantienen tanto su forma como su carácter narrativo (Mendoza en Valenzuela, 2002). Así, cuenta hazañas de guerra y combates, creando entonces una historia por y para el pueblo. Por lo que tiene de lírico, el corrido mexicano tradicional también deriva de la copla y el cantar, así como de la jácara, que es un romance alegre en cual generalmente se contaban hechos de la vida airada y engloba igualmente relatos sentimentales propios para ser cantados, principalmente amorosos, sentando las bases de la lírica popular sustentada en coplas aisladas o en la interpretación de series. Autores como Ángel M. Garibay, Armando de María y Campos y Mario Colín, cuestionan el origen hispano del corrido y plantean que sus expresiones prístinas se encuentran entre los pueblos indios, específicamente, en la poesía náhuatl, es decir, desde mucho antes de la llegada de los españoles. Por su parte, Serrano propone que el corrido es un producto netamente mestizo (Valenzuela, 2002). Durante el período de la Revolución mexicana, el corrido adquirió fuerza y presencia social. A partir de 1910 apareció una enorme cantidad de composiciones, tantas, como hechos que en su momento fueron dignos de narrarse. A través del corrido la gente reivindicaba sus luchas sociales, relacionadas con las tierras y el trabajo en el campo. La interpretación de corridos se convirtió en un medio de entretenimiento, su contenido, al ser cantado, cumplía la función de ser portador de noticias. A través de las letras se hacían saber las hazañas, hechos heroicos, gestas épicas, logros y derrotas del movimiento revolucionario y demás acontecimientos relevantes. Con el

canto se fortalecía el sentido de identidad y pertenencia a un grupo social y militar. Se agradecía y reconocía a aquellos caudillos que luchaban por y para el pueblo (Tinajero, R; Hernández, M, 2004). Al finalizar la revolución, los corridos se convirtieron en testimonio y medio de preservación de la historia de acontecimientos ocurridos durante el período revolucionario. En los albores del siglo XX, la mayor parte de la sociedad mexicana era analfabeta, así que la comunicación oral y directa tenía un peso central. Al inicio de los años treinta, el corrido servía para dar cuenta de la situación nacional, era como un registro, como un diario popular, funcionaban como el vehículo para dar a conocer a un público más amplio una versión particular y tal vez diferente de la historia. En México, el corrido ha sido un medio empleado frecuentemente para difundir los múltiples aspectos de la vida social que no tenían cabida en los discursos oficiales (Astorga, 1997). Durante la década de los años setenta, varios elementos posibilitaron la metamorfosis del corrido (Valenzuela, 2002). Hubo una fuerte disminución de analfabetismo, acompañada de un proceso de urbanización en el que la población fue dejando el campo y se veía obligada a adoptar nuevos estilos de vida. Los jóvenes de esa época comenzaron a identificarse con el rock o las baladas, distanciándose poco a poco del corrido, que perdía entonces presencia social, pero sin llegar a desaparecer del todo. En los años setenta, los corridos no relataban la lucha por las tierras, ni hazañas revolucionarias, los temas recurrentes eran y seguirán siendo, la violencia, el narcotráfico y la sobrevaloración del contrabando. La música popular norteña se encuentra con un nuevo personaje: el narcotraficante. Sin embargo, el corrido de narcotráfico retoma antiguos temas como el desafío, la legalidad y la traición. De allí que las nuevas letras se adaptan al antiguo corrido, encontrando rápidamente vínculos entre los traficantes contemporáneos y los héroes revolucionarios del pasado. Cabe decir que los símbolos que representaban al héroe nacional no son los mismos: la figura indomable pero benévola del personaje tradicional se transforma en el héroe narco (Olmos, 2005). En los narcocorridos la violencia se aborda directamente como el único valor para lograr la riqueza material, mientras que en los corridos tradicionales, los valientes recurren a la violencia en defensa de su honor, de sus derechos y de los de su comunidad. La retórica de los narcocorridos apunta implícita o explícitamente a la apología de la

violencia como medio de enriquecimiento rápido a través del narcotráfico (Lambert y Jiménez 2004). Los relatos de los narcocorridos florecen en la clandestinidad como versos deshilvanados que revelan la insolencia de los narcotraficantes ante el gobierno y la sociedad. Las narraciones se oyen entre el pueblo y en ocasiones el pueblo lo asume como un elogio a los únicos hombres de valor que conoce o de quienes ha oído hablar (Sinagawa, 2002). Como ya he mencionado, los corridos de traficantes retomaron fuerza a mediados de los setenta, primeramente en la frontera norte de México, zona de contrabando por excelencia, y luego se difundieron a otros países productores de droga y adoptaron tradiciones musicales de esas regiones como acompañamiento, por ejemplo, el joropo en Colombia (Astorga, 1997). En esa misma década se empiezan a registrar oficialmente en la Sociedad de Autores y

Compositores

de

México

los

primeros

corridos

de

traficantes,

y

posteriormente fueron grabados por compañías disqueras y difundidos a través de diversos medios de comunicación (Astorga, 1997). La composición, interpretación, distribución masiva del género y tal vez su éxito, coinciden con la realidad que se vivía en aquellos años en el estado de Sinaloa. A mediados de los años setenta,

la actividad del narcotráfico en

Sinaloa era incontrolable. Ese período es considerado como uno de los más violentos que se ha registrado hasta ahora en la historia del estado (Mondaca, A. 2004). Ante una lucha contra el narcotráfico, el gobierno de México emprendió una campaña denominada Operación Cóndor. La lucha fue más allá del decomiso, quema de drogas y arrestos a presuntos involucrados con el narcotráfico. Durante las redadas, se realizaron allanamientos a las propiedades de personas que habitaban la sierra de Sinaloa. Las autoridades sometían a los campesinos con abusos y maltratos que llegaban a la tortura física o mental, al arresto y muerte de personas inocentes (Montoya, L.; Rodríguez,

R.;

Fernández,

J.,

2009).

Además,

se

desencadenaron

enfrentamientos entre narcotraficantes y elementos del ejército mexicano, y posteriormente, luchas entre las mismas bandas de narcotráfico. La situación terrorífica que se vivía en la sierra de Sinaloa obligó a los pobladores a emigrar a la ciudad evitando así ser masacrados. Su traslado a la capital generó desempleo, más violencia y el aumento de la drogadicción en Culiacán.

Durante estos años fueron decenas de narcocorridos los que circularon. En ellos se narraba la violencia que se vivía y la represión militar implementada por la Operación Cóndor (Montoya, L.; Rodríguez, R.; Fernández, J., 2009). En sus inicios, los

corridos de traficantes sólo se escuchaban en fiestas

privadas o en cantinas y se consideraba que eran usados mayoritariamente por personas relacionadas con el narcotráfico (Astorga, 1995). Sin embargo, en la actualidad han ganado la aceptación de otros sectores sociales. Es posible escucharlos en la calle, en mercados, discotecas o centros de baile, a las afueras de planteles educativos, casas y fiestas de particulares no relacionados con la vida ilícita (Astorga, 1995; Simonett, 2004). Según Astorga (1997), los compositores de corridos pusieron en palabras el universo simbólico de los traficantes. En ellos queda representada la mayor parte de los agentes sociales que conforman el tráfico de drogas. Incluso existe una divergencia entre el discurso oficial presentado en los medios de comunicación sobre los traficantes y el discurso construido en los narcocorridos (Astorga, 1997). En los primeros, los traficantes son malos porque actúan fuera de la ley, comercian con mercancías estigmatizadas y además utilizan la violencia armada para lograr sus fines. En los corridos, en cambio, son buenos precisamente por las mismas razones, pues son esos los atributos necesarios para tener éxito en el campo que nacieron o escogieron. Estado del arte sobre narcocorridos Uno de los pioneros en el estudio de este campo, y a quien he nombrado antes, es el sociólogo Luis Astorga (1995). Este autor reconoce que los narcotraficantes se acompañan de objetos y música que constituyen su forma de vida y representan su filosofía de existencia. Astorga se interesa por el narcocorrido como documento sociológico y mitológico. Lo utiliza como una vía indirecta para explorar el código ético y la mitología del narcotraficante. Reconoce que utiliza este recurso ante la imposibilidad de aplicar encuestas entre los propios traficantes. Para Astorga, los narcocorridos pueden ser percibidos como una vía alterna de lo que la discusión pública reprime; es decir, como ejemplo de una mayor visibilidad de lo que no se permite o no se

tolera: como producciones simbólicas que actúan a la manera de catarsis colectiva. El narcocorrido también es visto como una expresión pública indirecta de la cosmovisión de los grandes agentes sociales que pueblan el universo que narran; como expresión del despertar de una autoconciencia. Astorga destaca que algunos narcocorridos “inmortalizan” a los personajes y los convierten en mitos para la sociedad. Aparecen como individuos que trascienden su condición humana, son figuras-tótem que tienen la capacidad de transmitir sus poderes a través de la apropiación simbólica que se hace de ellos. Para los iniciados en el medio, un corrido de traficantes puede ser objeto de culto, puede ser parte de su identidad social. Valenzuela (2002), en su texto Jefe de Jefes. Corridos y narcocultura en México, realiza una selección del semanario Zeta de Baja California donde da prioridad a publicaciones de corridos que se refieren a eventos significativos durante los últimos nueve años en el contexto regional o nacional. Allí concluye que el crecimiento de la población consumidora de drogas y la conformación de poderosas mafias dedicadas al narcotráfico se han convertido en temas importantes del corrido. Los narcocorridos definen a la droga y sus implicaciones, tanto el consumo personal como la formación de uno de los negocios más grandes del mundo. También reconoce que en los mismos narcocorridos se advierte de los riesgos que se corren en las actividades relacionadas con el nacotráfico: muerte, prisión, asesinatos o abandono de seres queridos. De hecho, Astorga (1995) afirma que existe una contraparte de la apología de los narcotraficantes en la cual se ensalzan las hazañas de policías y militares. Para Valenzuela (2002), los narcocorridos ofrecen una rica información sobre el narcomundo y las múltiples articulaciones que desde éste se construyen con otros ámbitos de la sociedad. Los narcorridos participan en la elaboración de crónicas sociales, ofreciendo diversas perspectivas que muchas veces presentan posiciones críticas a las versiones oficiales. En ellos se da cuenta de las complicidades entre narcotraficantes y diversas figuras de orden, se registran los sobornos y actos fallidos mediante los cuales se pretende comprar a los miembros policíacos. Según Valenzuela, en los narcocorridos transitan elementos simbólicos que denotan el éxito y la capacidad de consumo de los

narcotraficantes: dinero, propiedades, autos lujosos, aviones y una gran cantidad de elementos que resultan inasequibles para cualquier otro ciudadano. En los narcocorridos se reproducen elementos patriarcales y sexistas, aparece la mujer como un objeto que sirve para presumir y coleccionarse. Así, pues, es la mujer un trofeo, un ornamento, y junto con el dinero conforma un binomio inseparable. Aunque estos narcocorridos son los que predominan en el mercado, también existe una minoría en las que las mujeres no poseen rasgos peyorativos. Poseen la misma capacidad de dañar, matar y realizar actos infames igual que los hombres. El regionalismo juega también un papel importante. Se exalta el lugar de origen o los lugares donde se han realizado importantes negociaciones relacionadas con el narcotráfico. Aunado al reconocimiento de lugares también se mencionan relaciones entrañables como familia, amistad y paisanaje. Se reconocen las características de su gente, la cual se define por atributos positivos como el respeto, la valentía y la belleza (Astorga, L., 1995; Simonett, H., 2004; Valenzuela, M., 2002). Los productores de narcocorridos recurren a códigos y aficiones de la cultura popular, se recrea un lenguaje metafórico o “narcolenguaje”, en ocasiones solo entendible para unos pocos, a pesar de ser cada vez más conocido debido a la influencia de los medios masivos más allá de toda prohibición. Un ejemplo de ello sería lo que Astorga (1995) llama metáforas zoológicas que aluden a las cualidades de los traficantes. En el bestiario del tráfico de drogas desfilan gallos finos, leones, leones de la sierra, tigres y hasta peces a los que se les atribuye valentía, astucia, fiereza, valor, hombría, justicia, fama, bravura, sinceridad y respeto. Por su parte, Lara (2003) adopta el método etnográfico para distinguir el origen, la conceptualización y la función de los narcocorridos, con la finalidad de mostrar la manera en que éstos son representados en el imaginario colectivo de quienes disfrutan, componen e interpretan ese tipo de música. Lara, al igual que otros investigadores, se centra en las letras de la narcomúsica para identificar y analizar categorías como el hombre, la mujer y el soplón. Concluye que son formadores y reforzadores de ideologías e imaginarios colectivos. Además, menciona que la función principal de los compositores es reflejar una

realidad actual. Así, los oyentes tratan de encontrar en este tipo de música claves que de un modo u otro lleven a un mejor entendimiento de su vida diaria. Según Lara, también cumplen con la función de autorepresentación debido a los estereotipos que aparecen en el contenido. Simonett (2004) identifica dos tipos de narcocorridos: el corrido comercial y el no comercial, “privado” o por encargo. El primero se graba en discos compactos y está al alcance del público masivo. Han dejado de ser la expresión artística de un pueblo para convertirse en un mercado de millones de dólares con enormes ganancias por las que compiten marcas internacionales. El segundo no está destinado al consumo masivo. Se hace más bien por encargo de un individuo que encuentra placer en tener su propio corrido y se pueden escuchar en eventos especiales, o en fiestas privadas, obteniendo un carácter de exclusividad y una difusión limitada. Sin embargo, actualmente, existen corridos por encargo que sí son difundidos y se encuentran al alcance del público, en ellos se hace alusión a los protagonistas de la historia a través de apodos o claves, tratando de cuidar así la identidad del personaje en cuestión. Para Simonett (2004) Sinaloa y su gente se retratan en su folklore, un folklore que refleja una mentalidad colectiva. Sus canciones ilustran el carácter de la sociedad que las produce y las consume. Son canciones escritas por hombres y para hombres. Sus letras van acompañadas de mensajes que enaltecen el negocio de las drogas y perpetúan lo peor de la ideología patriarcal. Señala Simonett, que aun cuando el estilo de vida que se narra en los narcocorridos es un hecho cotidiano para muchos habitantes de las diferentes ciudades y regiones de México, no pueden ser ya considerados como “baladas folklóricas” en las cuales “el hombre común” expresa sus sentimientos y puntos de vista con respecto a su realidad. Una Tesis divergente a la afirmación que hace Simonett, es la propuesta de Mondaca (2002), quien en su estudio del rol femenino de los narcocorridos, destaca que en las composiciones no sólo los hombres tienen lugar. Reconoce que es un espacio dominado por hombres, pero las mujeres también han ganado terreno y no precisamente como compañía, lujo o adorno, como aparecían en la mayoría de las canciones. El papel femenino en el narcocorrido se ha modificado. Ya no se muestra la

imagen abnegada, sin presencia, invisible, sino a una mujer activa y protagonista en el mundo ilegal. Se describe la imagen de una mujer heroína, caracterizada por inteligente, bella, valiente, leal, traidora, cruel y violenta en virtud de la naturaleza propia del narcotráfico y sus consecuencias (Mondaca, A. 2002). En la actualidad, la “narcomúsica” se ha hecho muy popular entre un auditorio de habla hispana, predominantemente joven, de ambos lados de la frontera México-Estados Unidos. La narcomúsica comercial es un negocio en crecimiento, en especial en Estados Unidos. Sobek (1990 en Simonett, 2004) reconoce que con el crecimiento de la industrialización y de la urbanización, las grabaciones que se transmiten por la radio han sido un importante factor para mantener vivas estas tradiciones musicales, no solo en México sino también en grandes centros urbanos de los Estados Unidos como Los Ángeles, Detroit y Chicago. Así, el narcocorrido ha logrado romper con los límites sociales regionales, nacionales y genéricos. La popularidad actual del corrido indica que la industria musical ha logrado generar un producto que le habla a un público muy heterogéneo. Helena Simonett (2000), menciona que en el sur de California, durante los años noventa, los ritmos que usualmente acompañan al narcocorrido, como: la música de banda, música norteña y tecnobanda, tuvieron un profundo impacto en el desarrollo y la expresión de la imagen cultural de cientos de miles de jóvenes mexicanos, México-americanos y otros latinos por igual. Los jóvenes en Estados Unidos comenzaron a apropiarse de los nuevos ritmos musicales. Los ritmos de la música de banda, conquistaron las ondas sonoras de Los Ángeles, California. Los clubes nocturnos proliferaron, los jóvenes comenzaron a bailar “la música sinaloense”. Junto con la música llegó un estilo particular de vestir: pantalones vaqueros, botas y sombrero y comenzaron a usar una serie de accesorios que destacaban su herencia mexicana. El mensaje era claro: El ser mexicano es algo para sentirse orgulloso. La música de banda se convirtió en una fuente de orgullo e identidad, los jóvenes con ascendencia mexicana comenzaron a prestar más interés

por

su

legado

intrínsecamente tradicional.

patrio,

considerando

su

música

como

algo

En síntesis, los investigadores interesados en la temática de los narcocorridos han rescatado el poder del lenguaje en esta expresión artística, delimitando su análisis a las letras de las canciones para concluir que los narcocorridos son canciones que reflejan una realidad que se vive en México, la realidad del narcotráfico, que utiliza un vehículo artístico para narrar hechos violentos donde se enaltece, sobrevalora, elogia y mitifica la figura y forma de vida del narcotraficante, el contrabando, el negocio de las drogas. Para los autores, los oyentes de este tipo de música, tratan de encontrar en ella más claves que de un modo u otro lleven a un mejor entendimiento de su vida diaria. Afirman los autores, que los corridos cumplen la función de formar y reforzar ideologías e imaginarios colectivos, sirven como autorepresentación con todos los estereotipos que aparecen en el contenido, actúan como producciones simbólicas a la manera de catarsis colectiva. Me gustaría reiterar, que las letras de los corridos han sido el único material de análisis para explicar la relevancia de la narcomúsica en la sociedad.

Censura a narcocorridos en el estado de Sinaloa. …-Estamos realizando un especial sobre los corridos, ¿qué opinión tiene respecto a que los están prohibiendo en la radio?. -Mire compa, los estarán prohibiendo en la radio. Pero en mi troca. Nunca… Los Tucanes de Tijuana

Para Astorga los narcocorridos han sido y siguen siendo sublimación y mitificación de una forma de vida, pero también un objeto de censura ya que pueden ser vistos como aberración ética y estética, como degradación moral y artística y por lo tanto censurables. En una investigación hemerográfica sobre la censura del narcocorrido, Astorga (2005), afirma que los primeros intentos

por censurarlos tuvieron lugar en el estado de Sinaloa en el año 1987, para la protección ética de niños y jóvenes. En ese año se desarrolló una campaña contra la violencia, el pistolerismo y el narcotráfico. A finales de los años ochenta y principio de los noventa, el negocio del tráfico de drogas adquirió visibilidad, era imposible que la sociedad no se diera cuenta de las relaciones indisolubles entre corporaciones policíacas y los traficantes. Durante ese tiempo, los grupos dedicados al negocio de las drogas, fueron bautizados como “cárteles”, en referencia al máximo nivel de organización y los convenios establecidos con las autoridades, para facilitar la producción, distribución y venta de la droga (Astorga, L., 1996). Ante la ola de violencia que se vivía en ese tiempo, se intentó combatir el problema del narcotráfico

mediante la

cultura (Mondaca, A. 2004). El gobierno presentó su programa estatal de justicia y seguridad pública. Tenía puestas sus esperanzas en el Festival Cultural Sinaloa, el cual significaba un proceso de transformación en este campo. Además, se solicitó el cambio de programación en las estaciones de radio, suprimiendo la transmisión de narcocorridos, debido a la exaltación de la violencia que se promovía en la narcomúsica (Montoya, L.; Fernández, J., 2009). La censura parcial en espacios radiofónicos y televisivos promovida por los gobernantes parecía apoyarse en una lógica del tipo salud-enfermedad: el cuerpo social corre el riesgo de ser contaminado por ese tipo de corridos, de ahí la necesidad de esa especie de medida profiláctica. La ausencia de apoyo científico a una presunta relación de causa-efecto no impidió que en nombre de la ley se privilegiara la censura a los corridos de traficantes. Para los legisladores, la radio y la televisión constituyen una actividad de interés público, por lo tanto, el Estado deberá protegerlas y vigilarlas para el debido cumplimiento de su función social. Según los legisladores, el contenido de los “narcocorridos” viola el artículo 63 de la Ley Federal de Radio y Televisión, que a la letra dice: Quedan prohibidas todas las transmisiones que causen la corrupción del lenguaje y las contrarias a las buenas costumbres, ya sea mediante expresiones maliciosas, imágenes procaces, fases y escenas de doble sentido, apología de la violencia o del crimen; se prohíbe, también todo

aquello que sea denigrante u ofensivo para el culto cívico de los héroes y para las creencias religiosas, o discriminatorio de las razas; queda así mismo prohibido el empleo de recursos de baja comicidad y sonidos ofensivos. Asimismo, transgrede la fracción I del Artículo 64 que establece que no se podrán transmitir: “noticias, mensajes o propaganda de cualquier clase, que sean contrarios a la seguridad del Estado o el orden público”. Dos años después de que se establece la política de censura sobre los narcocorridos en el estado de Sinaloa, Los Tigres del Norte, promovieron la venta su disco Corridos Prohibidos, el segundo más vendido en la historia de música de acordeón y bajo sexto. El primero, es Jefe de Jefes. También de Los Tigres del Norte. Los historiadores Montoya, L. y Fernández, J. (2009), mencionan que en ambas grabaciones, se narran temas de drogas y narcotraficantes. Se abordan con un sentido crítico político, en el que se denuncian y describen actos de corrupción por parte del gobierno de México y alianzas o pactos con el ejército mexicano.

Para los autores, la crítica y

denuncia social obligó a las autoridades a reprimir la expresión de un discurso crítico y alternativo al oficial, promovido por los medios de comunicación. Las publicaciones sobre la censura parcial o prohibición total de la narcomúsica, aparecen nuevamente en los primeros meses del año 2009, sobre todo en la prensa de circulación nacional de México. Según informan los medios, senadores del país retoman la iniciativa para solicitar la prohibición de los narcocorridos, se exigen sanciones como el encarcelamiento para cantantes o personas que fabriquen, difundan, compongan o patrocinen la narcomúsica o material similar. La preocupación ya no es la misma de veinte años atrás. Afirman los autores que ahora existe una “narcocultura” que se recrea haciendo culto a toda la simbología y comportamiento asociado con el narcotráfico. Esta narcocultura, continúan los autores, se arraiga y propaga cada vez más en una juventud que camina sin rumbo, y con riesgos de convertirse en delincuentes a sueldo por las tentaciones que despierta escuchar narcocorridos. Las autoridades han detectado la manifestación de la

“narcocultura” en los jóvenes, ya que ellos emplean un “narcolenguaje”, que aprenden e imitan de los narcocorridos. Además, presentan malas conductas y difunden los narcocorridos haciendo uso de tecnologías, como celulares

y

computadoras, en los que transportan la música dentro de los planteles educativos. Ante esta manifestación y propagación de la “narcocultura”, las autoridades han diseñado programas de formación en valores que permiten detectar la problemática social en la juventud, para hacer frente al incremento de la violencia y el narcotráfico. Algunas de las estrategias han sido erradicar los narcocorridos de los medios de comunicación, castigar la apología del delito y desprestigiar la “narcocultura” (Zepeda, 2009; Espinoza, 2009; García, 2009; Dueñas, 2009; Fregoso, 2009,). Conclusiones En nuestra vida cotidiana nos encontramos rodeados de música, ella juega un cierto papel en nuestras vidas, constantemente interactuamos con ella, forma parte de nuestro mundo social (Finnegan, R. 2002). El corrido de narcotráfico ha sido catalogado como una arista de lo que algunos autores han denominado “narcomundo”. Para algunos investigadores, es posible explorar la realidad del narcotráfico a partir del contenido de las canciones. Sus intérpretes, los músicos de conjuntos norteños y bandas sinaloenses, han sido nombrados y estigmatizados como los promotores de una cultura, que desde la academia ha sido denominada “narcocultura”. La letra de sus canciones ha despertado la preocupación de las autoridades. Al principio, era necesario ocultar una realidad que vivía el país y se tenía que controlar el discurso contenido en los narcocorridos. Ahora, la censura se basa en la lógica de la prevención. Como mencioné antes, el género musical forma parte de la “narcocultura” (Astorga 1995, Simmonet, 2004; Valenzuela, 2002), y se tiene el temor que los jóvenes, a partir de la escucha, despierten el interés por formar parte de ella. insertándose a las actividades del narcotráfico. Así, el narcocorrido, a pesar de ser frecuentemente escuchado en diferentes espacios, es catalogado como una expresión musical de alto riesgo para la sociedad. Algunos investigadores, con el apoyo de teorías psicológicas, sociológicas y antropológicas, han descrito el narcocorrido como una expresión musical en la que se hace apología al narcotráfico. Sostienen que las letras son una

representación de la sociedad, en las que se refuerzan ideologías, estereotipos, identidades e imaginarios colectivos. En estos estudios, los usuarios de los narcocorridos, los contextos en los que aparece, y los soportes que dan presencia al género musical, no han sido tomados en cuenta. A partir de la letra, han interpretado la sociedad, olvidándose de ella misma. Referencias bibliográficas Astorga, L. (1995) Mitología del “narcotraficante” en México. México, D.F: UNAM Astorga, L. (1996) El siglo de las drogas. México, D.F.:Espasa. Astorga, L. (1997) Los corridos de traficantes de drogas en México y Colombia. Metting of the Latin American Studies Association, Guadalajara, México 1997. Astorga (2005)

Notas críticas corridos de traficantes y censura. Región y

sociedad,

32.

Disponible

en

http://www.colson.edu.mx/Region_y_Sociedad/revista/32/5notaastorga.pdf

Dueñas, R. (2009, 3 febrero) El milagro de los panes y los peces. L@Red. Recuperado

marzo

15,

2009

disponible

en

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