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Neurociencia Aplicada a la Educación Mtra. Graciela Vidal Pineda ¿Será necesario conocer el funcionamiento de un aparato antes de utilizarlo? ¿Influye acaso en el servicio que pueda brindarnos? ¿Qué utilidad tendrá para un docente el estudio de los procesos que aborda la neurociencia? Aunque el cerebro humano no se asemeja a un aparato (a pesar de los símiles que nos empeñamos en asignarles), es un hecho que en este caso, podemos optimizar su servicio si nos damos a la tarea de profundizar en su funcionamiento. De la misma manera la neurociencia cognitiva permite a los docentes mejorar los procesos de aprendizaje. Al mirarnos al espejo no entramos en la conciencia del maravilloso universo oculto detrás de su complejo estuche óseo y dérmico, en nuestro centro de operaciones de un kilo doscientos gramos encargado de recibir, acomodar, archivar y procesar muchos millones de estímulos diarios.
Tampoco es
frecuente que admiremos este mundo en otros, por ejemplo al mirar a nuestros estudiantes, peor aún, en ocasiones insinuamos que lo que sucede dentro de sus cabezas no está a la altura del aprendizaje esperado. Y con o sin conciencia, nuestros cerebros siguen dando la batalla diaria. Si consideramos el movimiento de las personas en una ciudad, nos encontramos ante un ir y venir constante, entradas y salidas continuas, saludos, pláticas, despedidas, inicios, tráfico, ventas y un sinfín de actividades. Sin embargo muy pocas son las que aparecen en los noticieros, de hecho casi ninguna. Lo mismo sucede con nuestro cerebro. A cada momento estamos recibiendo estímulos en las entradas cognitivas de nuestro cuerpo, llamadas sentidos. Podríamos pensar que todos los estímulos que recibimos a cada instante están siendo procesados por nuestro cerebro de forma inmediata, pero no es así, éste sólo se encarga de procesar lo que necesitamos para poder resolver problemas.
Lo anterior nos lleva a una necesaria reflexión en el
ámbito docente: la sobreexposición a estímulos cognitivos no es directamente proporcional a un mayor o mejor aprendizaje. Lo anterior resulta evidente al recordar que en ocasiones como estudiantes realizamos una gran cantidad de ejercicios al respecto de un procedimiento o somos enfrentados a una
información enorme y no por ello aprendemos más o mejor. En contraste al resolver problemas con el uso de cierto contenido, aprendemos de forma inmediata. Entonces, ¿qué papel juegan los procesos cognitivos en el aprendizaje? Si concebimos como cognición el procesamiento de la información para la consecuente resolución de problemas y entendemos que muy poca de la información que recibimos es procesada, ya que la mayor parte de nuestro tiempo lo vivimos en funciones “automáticas” (que no suceden en el consciente), los docentes debemos darle un peso trascendente a la forma en la que aprenden nuestros estudiantes y lo que sucede dentro de sus cerebros. (Eagleman, 2011) El trayecto del aprendizaje inicia en los llamados procesos cognitivos inferiores y va orientándose hacia los superiores donde se evidencian sus resultados. Todo inicia con la entrada de los estímulos a través de la sensación que nos permite recibir lo que el mundo está transmitiendo.
Es allí donde inicia la
magia, ya que ni siquiera este proceso es igual para todas las personas. Existen infinidad de detalles que nos confirman tal individualidad, uno de ellos se refiere a la cantidad de sensoreceptores presentes en cada uno, lo cual implica en sí una diferencia en la posibilidad de sensaciones que ingresarán y se almacenarán en todo nuestro cuerpo. Aunada a esta situación encontramos la percepción que separa aún más a los seres humanos en su aprendizaje ya que las experiencias previas y nuestra propia individualidad van determinando la forma en la que nuestro cerebro interpreta cierto estímulo. Ni siquiera los colores los podemos percibir de la misma manera, mucho menos información más elaborada. Sería literalmente imposible intentar conocer lo que está determinando el proceso de la percepción en cada uno de nuestros estudiantes, por lo cual es conveniente asumir la interpretación individual, lo que nos lleva a no dar nada por hecho en el aula. Cada uno contamos además con atención y concentración diferentes y limitadas. Estos dos procesos van modificándose en la medida en la que crecemos y maduramos física e intelectualmente. Nuestro cerebro cuenta con un diseño que permite que la atención esté centrada en una sola cosa, persona
o situación, a pesar de que creamos que no es así. Si miras fijamente a un punto en línea recta desde tus ojos en la pared e intentas mencionar los colores que tienen los objetos a tus lados, seguramente te será complicado si los conoces y será prácticamente imposible si los desconoces. Mientras el individuo crece, su abanico de atención se va ampliando, tanto como un minuto por año de edad durante la infancia y con un incremento extremo en la adolescencia y adultez.
Como docentes debemos orientar la atención de
nuestros estudiantes al núcleo del contenido, a los procedimientos esenciales y a las actitudes y valores que es necesario vivan. Cuando ampliamos nuestra atención sobre un asunto en particular, el proceso que lleva a cabo nuestro cerebro le denominamos concentración. Podemos comprenderlo entonces como parte de la atención o como una consecuencia de ésta. Cuando hablamos de educación, apostamos por la concentración del estudiante, sin embargo valdría la pena conocer que ciertos aprendizajes requieren de una baja concentración y una automatización muy avanzada o simplemente aprendizaje pre programado. Además de los procesos que nos permiten recibir, interpretar y centrarnos en ciertos estímulos, nuestra impresionante red de millones de mecanismos especializados busca el espacio para guardar y la forma de organizar la información, así como los procedimientos de recuperación posteriores. El proceso de la memoria es complejo y cada docente debe promover ya sea a memoria de procedimiento (motora), la memoria implícita y explícita, así como los estímulos acumulados más allá del propio sistema nervioso. Los procesos cognitivos superiores evidencian entonces todo lo que ha sucedido desde la transmisión del estímulo hasta su almacenamiento en nuestro cerebro.
El lenguaje y el pensamiento nos permiten resolver los
problemas a los que nos enfrentamos, tomando como base la información procesada. Nos ubican también en diferentes niveles ya sea en pensamiento automático, reflexivo o crítico y nos llevan por diversas formas de resolución de situaciones conforme con el tipo de pensamiento manejado, todo ello traducido por el lenguaje. Es una responsabilidad docente el debido fomento de estos procesos cognitivos superiores en el nivel y tipo adecuados a la situación. Esta forma individual de enfrentar el mundo la hemos denominado inteligencia, sí, definitivamente una forma individual y única que destrona la idea de la
igualdad en el procesamiento de la información. Es entonces la inteligencia un proceso único, que el docente debe promover en cada estudiante, lo cual implica un amplio conocimiento del otro, así como compromiso para involucrarse más allá de los conceptos didácticos tradicionales. Los seres humanos somos tan diversos en lo referente a nuestra forma de aprender que la neurociencia cognitiva nos ayuda a comprender que cada uno tenemos un estilo de aprendizaje diferente (visual, auditivo, kinestésico) y respondemos a los estímulos de forma especial. Pero también somos poseedores de inteligencias múltiples (Gardner, 1983), ya sea lógico – matemática, visual – espacial, musical, lingüística, corporal – kinestésica, naturalista, interpersonal o intrapersonal y, por supuesto, sus combinaciones. Somos personas que pasamos por procesos diferentes para aprender. Pareciera ya que estamos ante una complejidad enorme al analizar los procesos cognitivos y sus resultados individuales.
Sin embargo habrá que
considerar también la influencia del entorno, desde aspectos ambientales, la alimentación, las horas de sueño, hasta los hábitos, el estado de salud, así como la estructura familiar y social. (Vincent, 2007) Estas realidades se manifiestan como la maravilla de nuestro cerebro, pero para los docentes implican la complejidad del apoyo a los estudiantes. En definitiva alivia la carga el hecho de que cada uno debe ser responsable de su propio aprendizaje, pero el docente es responsable de facilitarlo a través de: Identificación
de
las
características
individuales
(diagnóstico
psicopedagógico). Ejercitación mental y movimiento como parte del proceso de enseñanza – aprendizaje. (Ratey, 2002) Diseño e implementación de estrategias de enseñanza y aprendizaje que atiendan la diversidad. Los docentes tenemos como tarea el desarrollo de las competencias del estudiante, labor que nos debe llevar a fortalecer nuestra formación en los procesos por medio de los cuales el cerebro logra procesar y usar la información que requiere la resolución de problemas, ese es nuestro compromiso. herramienta.
La neurociencia cognitiva es sin lugar a dudas una gran
BIBLIOGRAFÍA Eagleman, D. (2011). Incógnito, Las Vidas Secretas del Cerebro. Barcelona, España: Anagrama. Gardner, H. (1983). Frame of Mind. Nueva York, EUA: Dewey. Ratey, J. J. (2002). El Cerebro: Manual de Instrucciones. Barcelona, España: Grupo Editorial Random House Mondadori S.L. Vincent, J.-D. (2007). Viaje Extraordinario al Centro del Cerebro. Nueva York, Estados Unidos: Anagrama.