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No sirvo para estudiar… me aburre Pilar y Juan son un matrimonio bien avenido. Tienen 2 hijas: Ana, de 12 años, y Luisa, que tiene 11. Juan es un hombre hecho a sí mismo que, de la nada y con mucho esfuerzo, ha levantado una pequeña empresa del sector textil. Pilar le ayuda en la gestión administrativa y es la que más se encarga de las niñas. Él también procura estar pendiente de ellas, sobre todo ahora que se da cuenta de que Pilar comienza a estar algo desbordada y que las niñas necesitan más firmeza y atención. Ana es la más conflictiva y la que más les preocupa, ya que se encuentra en una edad crítica. El reciente cambio de amistades que ha tenido este curso está afectando considerablemente su rendimiento escolar.
—Ana, ¿te han dado ya las notas? —le dice Pilar. —Sí, mamá, no son muy buenas… pero bueno —contesta esta con pasotismo. —¿Que no son muy buenas? ¡Has traído 4 suspensos! ¿Cómo es posible? ¿Qué te está pasando? Antes sacabas notables y sobresalientes y ahora no llegas ni al 5. ¡Te quedas castigada sin salir, me parece que tienes que reflexionar!… y estudiar todo el tiempo que puedas, para recuperar todos los suspensos. —¡Sí, hombre!... ¡he quedado el sábado con mis amigas! —¡Tú no saldrás ni el sábado ni…! En medio de la bronca, llega Juan a casa…
—¡Papá! ¿Podré salir el sábado un rato con mis amigas? —¡Te he dicho que no! —dice Pilar —Cariño, mira sus notas... 4 suspensos, y encima quiere salir a divertirse con sus amigas. Estudiar es lo que tiene que hacer. —Ana, ¡vete a tu cuarto! Más tarde ya hablaremos de esto. Tenemos que tener una charla larga — contesta Juan con tono cansado y preocupado.
—¡¡Os odio!! —chilla Ana. Por la noche, antes de acostarse, el matrimonio mantiene una conversación sobre Ana.
—Juan, estoy muy preocupada por Ana. Desde que ha cambiado de amigas todo está yendo a peor. Antes era responsable, ordenada y estudiosa. Ahora se ha vuelto irresponsable; contesta y replica a todo lo que le dices, no estudia y se pasa el día pendiente de las amigas. Es una niña muy influenciable y ha ido a juntarse con niñas que no le hacen ningún bien. Quizás deberíamos ir a hablar con su tutora para que nos cuente cómo la ve en clase y con sus nuevas amigas y, si la situación no es conveniente, pedimos cambiarla de clase... —Me parece buena idea, mañana llamaré al colegio para pedir tutoría con urgencia. En dos días Teresa, la profesora de Ana, les hace un hueco y los atiende en tutoría.
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—Entiendo vuestra preocupación —les dice Teresa—. En clase desconecta y se distrae con mucha facilidad y, aunque hasta ahora no tenía problemas de disciplina, últimamente empieza a estar algo contestataria. Le cuesta concentrarse y, con frecuencia, a pesar de haber estudiado, equivoca las respuestas en los exámenes. Hasta ahora teníamos la suerte de que todavía se dejaba aconsejar, pero ahora no acepta recomendaciones. Sería bueno que hablarais con ella de sus nuevas amigas, no son una buena influencia. Por otro lado, es un manojo de nervios, no puede estarse quieta ni un minuto. Eso sí, es bastante ordenada y muy generosa. Juan interrumpe para decirle a Teresa que han pensado ponerle un profesor particular para que le exija y le obligue a trabajar más. Teresa les explica que ha hablado con Ana antes de la tutoría. Que es consciente de sus malas notas y que olvida todo lo estudiado cuando llegan los exámenes. Que sus amigas le dicen que no sirve para estudiar y que se da cuenta de que no le gusta estudiar y no quiere hacerlo. Aunque piensa que lo peor es que sus padres la riñen por sus malas notas y la castigan sin salir. Teresa prosigue, reproduciéndoles el siguiente comentario de su hija: —«¡Me han amenazado con ponerme un profesor!», me explicó Ana muy indignada. La encontré
muy comunicativa y simpática. Me parece que tiene problemas de concentración, que no sabe estudiar, y he quedado con ella en hacer un plan de trabajo. Creo que mi propuesta le ha interesado y le ha hecho ver que, si se esfuerza, sí servirá para estudiar. Le he hecho ver que su problema es más un tema de técnicas de estudio que de capacidad. Ya en el coche Juan y Pilar comentan la tutoría que han tenido con Teresa.
—Se la ve interesada, parece que ha captado bien el problema de Ana —dice Pilar. —Cariño, el problema es que no hemos sabido exigir a Ana —replica Juan—. Siempre hemos pensado que su educación en la «libertad» quedaría por encima de los ambientes y de los amigos. Siempre habíamos pensado que los hijos deben elegir por ellos mismos lo que quieren ser. Imponer ideas o conductas era un ataque a su libertad. ¡Y ya ves!, ahora Ana está desconcertada. Entretanto, Ana, en casa, está pensando que Teresa, su profesora, igual tiene razón.
«No sé estudiar. Si me ayudaran sería más fácil. De pequeña tenía buenas notas y hacía lo que quería con papá y mamá.». Mientras se recrea en esos pensamientos le suena el «bip» de la Blackberry. ¡Es Isabel, su mejor amiga de antes!:
«Qué pena que no nos veamos tanto. Era como mi hermana. Pero no encajaba en el grupo actual. Sus padres no le dejan hacer nada y ella se resigna y lo acepta. Pero hablábamos mucho y me ayudaba siempre. Voy a cogérselo y decirle que venga a casa esta tarde.». Al ir a la cocina a prepararse un poco de merienda, mientras espera que llegue su amiga Isabel, pasa por delante de la habitación de Luisa, su hermana, que está conectada a una red social.
—Enana, ¿saben papá y mamá que ya estás enganchada a las redes sociales? Me voy a chivar. —No, no se lo digas… Antes éramos «amigas», ¿por qué has cambiado ahora tanto?
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Influencia del ambiente y la adquisición de hábitos de estudio Sobre el desarrollo de sus atractivas relaciones sociales A lo largo del período de la preadolescencia se generan con cierta frecuencia, por las cosas más tontas, sentimientos de disgusto o poco placenteros, e incluso, en alguna ocasión, dolorosos. Esos sentimientos, que los sufrimos todos y a lo largo de toda nuestra vida, son mucho más notables y fastidiosos en esta edad. Ir abandonando costumbres, cuidados y atenciones propias de niños, desligarse de la seguridad con la que se cubre a los más pequeños e ir desasiéndose de lo que, hasta el momento, le ha sido a uno cercano y familiar, provoca en el niño-preadolescente incertidumbres y desasosiegos. Al mismo tiempo, la imperiosa necesidad que les aparece de poner en claro qué clase de persona son, y en dónde están sus singularidades, les lleva a preguntarse: ¿En qué me distingo de los demás? Y la dificultad que rápidamente se les presenta es que, queriendo ser diferentes, temen ser diferentes. Uno de los grandes problemas que se le plantean al preadolescente es que siente interiormente una fuerza que tiende a separarle de sus padres y, al mismo tiempo, otra que le empuja hacia ellos, y en ese conflicto se rebela o se pone a la defensiva, para poder encontrar mientras tanto alguna buena solución. Desde el primer momento debemos ser conscientes de que estos sentimientos contrarios provocan conductas incoherentes, cambiantes y, generalmente, desorganizadas. A veces pensaremos satisfechos: «¡qué mayor se está haciendo!» y, transcurridos unos minutos, nos arrepentimos de haber pensado así, porque nos parece que es todo lo contrario. Durante esta etapa se hace especialmente importante la presencia de la figura paterna, que, junto a los cuidados y afectos maternales, aporta simplicidad y racionalidad para poder manejar mejor esa incontrolable inestabilidad afectiva que les envuelve (carácter irritable, susceptibilidad, cambios de humor, afán de contradicción, extravagancias, etc.). El mundo de sus relaciones, el clima de comunicación, son cuestiones que deben ser cuidadas. Su conflicto interior puede encerrarle en sí mismo; en especial cuando tiene que relacionarse con los adultos. A partir de ahora será necesario dar razones, enseñar valores y establecer criterios que ayuden a asumir normas de conducta. Se tratará de hablar mucho con ellos para evitar rebeldías que solo conducen al enfrentamiento, y quizá posteriormente al distanciamiento. Y habrá que evitar ambientes crispados que pueden conducir a tomar mal muchas decisiones y, por tanto, a tener que soportar una reacción de «rebote» que, aunque lógica, será muy desagradable. «La convivencia requiere el desarrollo de actitudes positivas hacia los demás que no proceden de un convencionalismo, sino de una necesidad y de un derecho de la persona». («Tus hijos adolescentes», Gerardo Castillo, Col. Hacer Familia nº 35). Siempre, después de un enfado, después de una inevitable reacción de rebeldía, hay que hablar, hay que ayudar a razonar, a comprender, y hay que escuchar.
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¿Cuáles son aquellas actitudes, aquellos valores que favorecen la convivencia? Podemos hablar de: Sinceridad-Comprensión-Respeto-Generosidad-Paciencia-Lealtad. Quizá podríamos seguir encontrando más, pero no se trata tanto de elaborar una lista exhaustiva como de procurar su conocimiento y su vivencia. Deben saber decir qué significa cada una de ellas y en qué situaciones prácticas se están viviendo o se están omitiendo. Recordemos que el valor que el preadolescente vive con mayor intensidad es el del compañerismo. Es la edad del grupo por excelencia. Es una de las estrategias más comunes para hacer frente a las tensiones y a las incógnitas de la vida personal, social y escolar, para llenar el vacío que deja el debilitamiento de los lazos familiares y para mejorar la confusa percepción que tienen de sí mismos. Una causa frecuente de sufrimiento preadolescente es el no tener bien delimitado el grupo al que se pertenece. Que los demás le acepten a uno y el poder mantener un rango dentro del grupo son cosas importantísimas para él y para su propia seguridad. Veamos algunas ideas para darles que les pueden servir de orientación y ayudarles a vivir unas buenas relaciones interpersonales: Ayudar a distinguir entre: amistad, compañerismo, simpatía y amor. Es distinto lo que esperamos y
lo que damos en cada uno de los casos. Enfocar las relaciones personales bajo la necesidad de un comportamiento ético recíproco que se deberá ir concretando en las diversas situaciones. Cualquier acción o planteamiento deberá estar
gobernado por el respeto. Orientar (= hablar/escuchar) ante posibles problemas de la amistad grupal (gregarismo excesivo, conducta agresiva, acciones de sumisión, actitudes muy dominantes, etc.). Puede ser adecuado hablar
de situaciones de la clase sin buscar culpables, pero analizando situaciones y causas. Orientar (=hablar/escuchar) ante posibles defectos o desviaciones de la amistad (amistades particulares, idealizaciones, acoso escolar como receptor o como emisor, etc.). Puede ser adecuado
ver qué se aporta a aquella amistad, y en qué le enriquece. Estimular y favorecer actividades que impliquen colaboración y actitudes de responsabilidad personal: encargos, ayudar a otras personas (de casa, del colegio…), cuidado del propio material y del propio entorno, participar en acciones de voluntariado, etc. Hay que conseguir un clima de confianza en el que la sinceridad sea el tono imperante, en el que quede desterrada la doblez y la mentira. Hay que saber disculpar y olvidar los tropiezos una vez corregidos. También podemos plantearnos cuestiones de tipo práctico, que les ayudarán en sus relaciones sociales: Dedicarles tiempo de un modo habitual. Ayudarles a desarrollar algunas cualidades personales. Mostrar ejemplos de verdadera amistad, ejemplos de actitud cívica y de buena vecindad. Crear situaciones para convivir más intensamente, o aprovechar las existentes.
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Trato asiduo en un clima de cariño y buen humor. El sentido del humor ayuda a desdramatizar. Respetar, y decírselo, su intimidad y su modo de ser propio. Escuchar atentamente y comentar sus puntos de vista. Permitirles, en la medida de lo posible, que tomen muchas decisiones personales. La confianza se basa en la verdad, en la ausencia de engaño. Resulta pues muy conveniente que, en la relación mutua con nuestros preadolescentes, exista una gran sinceridad. Eso les ayudará a vivirla también entre ellos. La sinceridad se aprende a temprana edad, se adquiere conciencia de la mentira y de la verdad antes de iniciar la enseñanza primaria. En la preadolescencia pueden ser muchos los motivos para mentir (evitar una reprimenda, no reconocer un fracaso, querer echar la culpa a otro, querer conseguir permisos como los demás, justificar unas malas notas, etc.), pero, por encima de todos ellos, el preadolescente reconocerá siempre la sinceridad como algo superior. Y, por nuestra parte, debe ser superior el contento que nos produzca una respuesta sincera que el disgusto por la mala acción descubierta. Ellos han de notar que nos importa más la sinceridad. Y no importa dejarse engañar alguna vez, pues eso será más constructivo que humillarlos, que demostrarles que no tenemos confianza con ellos.
Los modelos de comportamiento: influencias y repercusiones Es muy importante no olvidar lo influenciables que son los preadolescentes. Debido a la inconsistencia de sus percepciones personales, a la incertidumbre en su identidad personal, al deseo-temor de ser distinto, todavía es muy tierno y duda de sí mismo. Necesita no verse solo y, para ello, se une de forma poco razonable a sus iguales. «Recordemos que la ropa, el pelo, la música, la imagen, la apariencia y, sobre todo, el ser aceptado, son las grandes preocupaciones de nuestros hijos.» (Comprendiendo a tu hijo…, Margot Waddell, Paidós). ¿Conocemos cuál es el móvil de sus acciones? ¿A quién admira? Muchos siguen un modelo de comportamiento explícito (visten y opinan como un cantante, un artista, un deportista, etc.), otros siguen modelos poco aconsejables que se encuentran implícitos en su conducta y que ellos no saben reconocer. E incluso puede ser tal la influencia de ese modelo que llegan a asumir los problemas o dificultades que eso les crea, antes que rechazarlo como tal. Hemos de procurar conocer, y que ellos conozcan, qué admiran de sus modelos humanos. ¿Son rasgos buenos para su formación y su desarrollo, o, por el contrario, le dificultan la adopción de actitudes y comportamientos nobles, positivos, coherentes? En ello puede jugar un papel muy importante el grupo al que pertenezca, dado que le resultará muy duro enfrentarse a él, llevarle la contraria a alguno o algunos y ponerse en evidencia. Deben aprender a conservar su identidad. La sociedad en que vivimos, evidentemente, influye y aporta criterios de «normalidad» a procesos o situaciones que están de moda, pero que no son adecuados a nuestras formas de pensar. Frente a esta realidad se impone una campaña de personalización: hay que desarrollar el sentido crítico, el criterio personal, tenemos que enseñarles a darse cuenta de lo que hay detrás de esas cosas.
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Debemos recalcar como idea importante de esta etapa que, dado su incipiente despegue social, no tienen todavía la fuerza personal necesaria, las convicciones suficientes o la seguridad suficiente como para ser capaces de hacer frente a ciertas situaciones que les supongan verse distintos de sus compañeros o amigos. Los modelos de comportamiento de los adultos más próximos son de un valor decisivo. ¿Les enseñamos a vivir aceptándonos como somos, o quizá les mostramos un permanente descontento? ¿En qué entorno nos movemos?, ¿qué modelos de opinión y de acción hay a nuestro alrededor? ¿Tenemos opinión personal para saber dar razones de lo que apoyamos o de lo que censuramos? ¿Sabemos vivir el respeto y la tolerancia, el estar abierto a aprender de los demás, sin confundirlo con una falta de firmeza en nuestros criterios? Existe la influencia de ideologías de diversa índole con mensajes opuestos a la dignidad de la persona humana. Y existe el predominio de la dimensión placentera y utilitaria de la vida sobre la dimensión ética. Aquí también cabe preguntarnos algunas cosas, como: ¿En base a qué tomamos nuestras decisiones? (compras diversas, opciones profesionales, distribución de nuestros tiempos, planteamiento de las vacaciones…) ¿Cómo enfocamos nuestro tiempo de ocio y el de nuestros hijos? ¿Se da en nuestras vidas una pérdida de vida de familia, a la que se sustituye por actividades extraescolares? ¿Buscamos estar más presentes en el hogar para evitar el exceso de tiempo de soledad en casa, especialmente a partir del período preadolescente?
La adquisición de hábitos intelectuales Dentro del mundo preadolescente y unido a las muchas dificultades que encuentran en el terreno de las relaciones sociales, aparece el hecho de que, por su desarrollo intelectual, en esta etapa de su vida, etapa de las operaciones formales según Piaget, están obligados a generarse hábitos de estudio y de desarrollo intelectual. Estos hábitos son fundamentales para sacar adelante las pequeñas complejidades que conllevan los currículos escolares a los que se van a tener que enfrentar. De la gran cantidad de estudiantes que existen, hay realmente pocos que sepan estudiar bien. Se suele decir que ésta es una cuestión que, o preocupa mucho, o no preocupa nada. Algunos quizá ni siquiera se la han planteado. Si los padres tuvieran que responder a la pregunta «¿Cómo estudia su hijo?» es probable que casi todas las respuestas fueran vagas e imprecisas: «me parece que está bastante tiempo con los codos en la mesa», «pues no sé cómo, pero aprueba», «de eso se ocupa su madre», «se encierra en su habitación y no veo lo que hace»... Estudiar es una actividad intelectual, y para aprender conocimientos hay que saber estudiar. Como no se nace sabiendo, hay que aprender a estudiar. Eso resulta esforzado y fatigoso, y requiere tiempo. Así pues, para aprender a estudiar habrá que desarrollar una serie de capacidades que serán la base del esfuerzo intelectual, y que, con el tiempo, se consolidarán como virtudes. Podemos hablar de: orden, paciencia, tesón, perseverancia, fortaleza, responsabilidad, etc. Pero hay algo que no podemos olvidar, y es que, como se trata de una actividad intelectual y no todos hemos sido dotados de las mismas capacidades intelectuales, para algunos el estudio requiere mucho más esfuerzo que para otros. Generalizar en este campo es arriesgado, pues son muchas y diversas las causas por las que se producen dificultades en el aprendizaje.
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Como aquí no nos es posible entrar en esta materia, nos limitaremos a dar unas ideas a los padres de hijos preadolescentes, a fin de que puedan ayudar a sus hijos a mejorar y a triunfar, sacando adelante, en la medida de sus posibilidades, los estudios que estén cursando. Podemos enumerar aquí algunas de las situaciones con las que nos podemos encontrar en relación con el interés o la falta de atención de nuestros hijos en los estudios: Las faltas aparentes de interés son un signo de alarma: ¡algo no va bien! ¡Habrá que averiguar! Con gran frecuencia atribuimos los fallos en los estudios a una falta de atención. Podrían ser muchas las causas, pero, como principio general, hay que decir que sólo se percibe y se entiende conscientemente aquello a lo que se atiende. La capacidad de atención es algo que debe figurar entre los más elementales hábitos de trabajo, y se educa también en otros aspectos de nuestras vidas. La concentración es la capacidad de fijar voluntariamente la atención en una cosa, en un aspecto determinado, etc. A un nivel espontáneo nos fijamos en lo que nos interesa, en lo que nos impacta, pero podemos no prestar atención a cosas más fundamentales. Así, vemos la diferencia entre oír y escuchar, o entre ver y mirar. De este modo, un chico puede no haberse enterado de nada de lo dicho en clase (no escuchaba), o de nada de lo leído en una lección (la lee mecánicamente, pero no la comprende). Una característica importante de la atención es que es selectiva: ante varios estímulos, inhibe o minimiza unos para centrarse en otros. ¿Qué selecciona cada persona y en base a qué lo selecciona? Esta es una cuestión clave para conocer los problemas de atención, ya que hay que saber filtrar lo que en aquel momento no conviene (aunque quizá interese mucho), para evitar distraernos. La atención es fácil cuando hay curiosidad y cuando hay cambio; del mismo modo, la atención se duerme y desaparece bajo el efecto de la costumbre y la rutina. ¿Qué causas son las que influyen en la distracción y, por tanto, en la pérdida de concentración? Veamos qué nos dice Carlos Ros Amador, en su obra «Los estudios y el desarrollo intelectual» (Hacer Familia nº 17). Podemos encontrar causas externas y causas internas. «Las primeras se refieren al medio ambiental del estudiante y a su situación corporal:
Ruidos (incluso música).
Movimientos.
Mala iluminación.
Frío o calor.
Fatiga corporal.
Malestar corporal.
Sueño.
Desorden en las cosas; no tener a mano los instrumentos necesarios para el estudio.
Desorden en el tiempo. Estudiar a cualquier hora, cualquier cosa o en períodos muy variables.
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En resumen, todo lo que haga perder continuidad en la actividad o acorte los períodos normales de concentración». En cuanto a causas internas, «el estado afectivo en general y las emociones y sentimientos en particular pueden ser importantes dificultades para la concentración. Las dificultades debidas a estas causas son de mucha mayor gravedad que las otras, y mucho más difíciles de resolver, ya que la eliminación de las interferencias solo es posible a través del dominio de la voluntad». También en la misma obra se nos habla de tres etapas de eficacia bien distinta: «Existe un período de adaptación, un período de máximo rendimiento y un período de pérdida de eficacia por fatiga o distracción. Cada vez que se produce una interrupción de la atención se vuelve al punto 0, aunque el tiempo de adaptación se acorte si la interrupción no ha sido larga». Son frecuentes e importantes los problemas por falta de comprensión lectora. Si falta el conocimiento del vocabulario y la comprensión de la frase, no se pueden hacer resúmenes, cuadros sinópticos, mapas conceptuales, etc. Hay que trabajar la riqueza de vocabulario, los sinónimos y antónimos, la buena construcción gramatical (conjugación de los verbos, correcta, utilización precisa y adecuada de partículas, etc.). Otra dificultad, no más grave, pero sí más desmoralizante para el hijo, es el caso del estudiante de inteligencia verbal normal, que tiene interés en estudiar y que pasa muchas horas delante de los libros pero que no consigue el menor lucimiento. Trabajan mucho pero no de un modo eficaz. Se ve claro cuando se les compara con los chicos de una capacidad intelectual semejante que, aplicando un esfuerzo igual o quizás menor, obtienen resultados más brillantes. ¿Qué diferencia hay entre unos y otros? La diferencia estriba en que estos últimos tienen un método de estudio. Cuando surgen problemas en este sentido a menudo falla la organización: no se utiliza bien el tiempo, no se sabe resumir bien, no se sabe anticipar y prevenir el trabajo de manera suficiente, etc. Volvamos a escuchar a Carlos Ros en «Los estudios y el desarrollo intelectual»:
«Sin comprensión del significado de lo estudiado es imposible un trabajo intelectual. Una palabra que no es significativa sólo se puede aprender memorizándola de forma mecánica. No hay pensamiento sin lenguaje». Para el hijo preadolescente, estudiar es un arduo trabajo, y de cómo lo realice depende en gran parte su futuro profesional.
¿Qué podemos hacer los padres? Muchos padres están deseosos de ayudar a sus hijos, pero consideran que no pueden hacerlo por su desconocimiento de las materias que estudian, o porque no disponen del tiempo necesario. Pero su principal ayuda debe consistir en enseñarles a desarrollar capacidades y cualidades personales. No se puede decir que se le esté ayudando correctamente al hijo por el simple hecho de obligarle a estudiar o a que nos recite una lección. Si él no ve eso como ayuda, será más bien negativo y le restará ánimos. Lo mismo que las comparaciones con hermanos o amigos. Todo lo que sean actitudes rígidas no servirá para dar motivaciones válidas.
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Tampoco resultará positiva la postura de buscar por sistema un profesor particular. Será recomendable en situaciones concretas y puntuales en las que el hijo es consciente de su necesidad, pero, si no, puede servir de excusa para desconectar en las clases y no ocuparse en realizar su trabajo. La primera arma con la que realmente cuentan los padres es la observación. Hay que analizar cómo estudian y conocer los defectos del hijo al estudiar. Es importante revisar el ambiente material que rodea a los hijos en su estudio; tipo de habitación, mesa, luz, espacio para el material de trabajo, temperatura, etc. Superadas las dificultades materiales y vistas las limitaciones del hijo, será preciso proponer unas metas sucesivas y mantener una actitud de disponibilidad, —y de aprecio!— a los esfuerzos del hijo, aunque no se den resultados inmediatos. Para que los padres puedan hacerse cargo de la situación concreta del chico, tienen que considerar también cuál es su estado de ánimo al enfrentarse al estudio. Veamos diferentes posibilidades: ¿Le falta voluntad y constancia para seguir los planes establecidos? ¿Se encuentra desbordado, no sabe por dónde empezar y por lo tanto no empieza? ¿Se siente inferior a sus hermanos más brillantes que él? ¿Se le ha comparado a veces? ¿Está convencido de que no es capaz de superar la situación dado que se siente abrumado y la ve como insuperable? ¿No encuentra una motivación capaz de ilusionarle y hacerle ver su esfuerzo como algo positivo? Sea cual sea su estado es fundamental conocerlo para ver por dónde tiene que empezar nuestra actuación. Y, en cualquier caso, hay que plantearse un seguimiento muy próximo y muy constante, hacerle adquirir pequeños compromisos y plantearle metas o propósitos accesibles a corto plazo. Es muy recomendable hacer que participe él en la búsqueda de soluciones. Debemos recordar que, por la edad en la que se encuentran, es posible que estén más perezosos, más dispersos, más susceptibles y más rebeldes. Por esa razón nuestra actuación debe ser delicada, oportuna y positiva, a fin de evitar quemarnos innecesariamente, perdiendo prestigio y autoridad. Es importante contar con el aprovechamiento de las clases. Podemos pedirles que nos enseñen sus apuntes como fruto de nuestro interés por aquella materia, y también como manera concreta de ayudarles en su proceso de mejora: orden, presentación y contenido son aspectos que han de estar bien llevados. También puede ser interesante pedirles un pequeño resumen de cada una de las clases que han tenido durante el día, dado que fomenta su capacidad de atención y desarrolla una interesante visión sintética. Un posible y sencillo método de estudio puede ser: 1- Lectura rápida del conjunto para adquirir sentido de globalidad. Leer de esta forma requiere una rapidez acorde con la comprensión del contenido. Existen sistemas que pueden ayudar a mejorar la velocidad lectora. 2- Lectura atenta y reflexiva de la primera pregunta o apartado, teniendo a mano los libros de consulta que se puedan necesitar (diccionario, libro de ampliación, etc.).
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3- Subrayar con un lápiz rojo lo más importante, las ideas centrales. Así el esfuerzo se hace una sola vez y el repaso es más sencillo. 4- Hacer un esquema de lo subrayado que ayude a sintetizar y a fijar las ideas. A esto se le llama una cadena mental. 5- Reconstruir el esquema en la mente tantas veces como sea preciso para aprenderlo; y hacer el esfuerzo de memorizar. 6- Pasar a la pregunta siguiente y seguir el mismo proceso. 7- Repasar las preguntas y apartados en distinto orden, con el fin de comprobar si realmente se han aprendido.
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