NO TE BAJES DE LA CRUZ! Subir al encuentro del Dios de Jesús crucificado. Sal Terrae 92 (2004)

¡NO TE BAJES DE LA CRUZ! Subir al encuentro del Dios de Jesús crucificado Sal Terrae 92 (2004) 219-229. Enrique Sanz Giménez-Rico, SJ. Director de Sal

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¡NO TE BAJES DE LA CRUZ! Subir al encuentro del Dios de Jesús crucificado Sal Terrae 92 (2004) 219-229. Enrique Sanz Giménez-Rico, SJ. Director de Sal Terrae. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).

Voy a intentar querer lo que Tú quieres / y hacer Tu voluntad contra la mía / Quiero dejarTe ser lo que Tú eres / ¡Único, Otro, Nuevo cada día!1 Pero uno que vivía tan cerca de Dios, de su reino y de su gracia, y también predicaba de esta manera, y que vinculaba la decisión de fe a su persona no podía entender su entrega a la muerte maldita en la cruz meramente como un infortunio, como un mal entendido humano o como una última prueba, sino que tuvo que experimentarla como abandono por parte precisamente del Dios al que él se había atrevido a llamar “mi Padre”2. Un título y dos citas abren este artículo; son los ejes sobre los que se soporta el mismo, su referencia fundamental. El recorrido que se propone a continuación tiene un punto de partida y, sobre todo, un objetivo fundamental. Qué hacen y qué dicen los que pasan delante de Jesús crucificado es la referencia de la que se parte. Qué les contesta a éstos Jesús, o, mejor dicho –así se va a subrayar en seguida- qué no les contesta Jesús y qué relación guarda ello con la última estrofa del poema anteriormente citado de Pedro Casaldáliga, tiene mucho que ver con el interés y objetivo fundamental de éste y de los demás artículos de este número de Sal Terrae: que los personajes de los relatos de la Pasión nos ayuden a aproximarnos al Misterio Pascual, nos acerquen a Jesús crucificado, quien, colgado en la cruz, descubre que su Padre es no sólo un Dios mayor, sino también un Dios menor. BLASFEMABAN Y MOVÍAN LA CABEZA DELANTE DEL CRUCIFICADO El apartado que ahora comienza y los que siguen a continuación tienen especialmente en cuenta el relato de la pasión del evangelio de Mateo. Así dice Mt 27,39-40: “Los que pasaban por allí blasfemaban contra él moviendo la cabeza y diciendo: «Tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz»”. Dos elementos conviene destacar de las dos primeras acciones de la cita que se acaba de realizar. En primer lugar, el uso del verbo blasfemar, que significa bien difamar o vituperar bien pronunciar palabras irreverentes contra Dios. En el texto griego se utiliza en tiempo imperfecto; ello subraya de modo especial la duración de una acción que se realiza. En segundo lugar, el gesto de mover la cabeza, que está asociado en el Antiguo Testamento al comportamiento del malvado delante del justo sufriente (Sal 22,7-8), un

1

P. CASALDÁLIGA, El tiempo y la espera. Poemas inéditos, Santander 1986, 74. J. MOLTMANN, El Dios crucificado. La cruz de Cristo como base y crítica de toda teología cristiana, Verdad e Imagen 41, Salamanca 1975, 210. 2

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comportamiento caracterizado por la burla y la mofa contra éste último3. Considerados en conjunto los dos elementos mencionados, se puede afirmar que los que pasan delante de Jesús desprecian de manera continuada, con palabras y con gestos, a Jesús crucificado. Importante es igualmente la tercera acción que ellos realizan; importante, porque lo que le dicen a Jesús recoge elementos tan propios de la vida y la actuación de Jesús como ser Hijo de Dios o destruir el templo y reedificarlo en tres días. En relación con el título Hijo de Dios puede señalarse que el Nuevo Testamento tiene en cuenta la relación lingüística y de contenido entre hijo y siervo, que aparece en el Antiguo Testamento. Por eso entiende a Jesús –así se puede desprender de numerosos textos de los Sinópticos, de Juan y de las cartas paulinas (por ejemplo, Flp 2,6-11)como el Hijo obediente a Dios y unido con Él, como el Hijo que es igualmente siervo en cuanto que realiza la misión recibida y en cuanto que está dispuesto a sufrir la muerte en cruz. El título expresa entonces la gran vinculación que hay entre Jesús y Dios. Al mismo tiempo, Hijo de Dios se refiere a la libre adopción por parte de Jesús de lo que hay de débil y oneroso en la condición humana4. En definitiva, el título unifica a la vez una palabra sobre Dios, una palabra sobre Jesús y una palabra sobre el hombre5. ¿Qué decir sobre la mención de la destrucción y reedificación del Templo por parte de Jesús (Mt 27,40)? Ella recuerda al juicio de Jesús ante el Sanedrín, el proceso judío de Jesús (Mt 26,57-68). En dicho proceso, además de la pregunta que le dirige el Sumo Sacerdote sobre su filiación divina (te conjuro por Dios vivo; dinos si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios), dos testigos declaran que Jesús ha afirmado que puede derribar el templo y reedificarlo en tres días. Con ello Mateo quiere subrayar dos aspectos que caracterizan a Jesús: su poder ilimitado; la suprema cercanía de Jesús con los planes del Dios poderoso, que va a instaurar su Reino6. Los que pasan delante de Jesús afirman pues el poder de Jesús y su cercanía con Dios, con sus planes y su voluntad. Ahora bien, junto a estas afirmaciones de los que pasan delante de la cruz de Jesús, junto a estas grandes verdades sobre el Crucificado, hay que subrayar también las dos peticiones que éstos realizan a Jesús; ambas aparecen igualmente en Mt 27,39-40; ambas están formuladas por medio de dos imperativos: “(Jesús), sálvate a ti mismo” / “(Jesús), baja de la cruz”. Se trata sin duda de dos peticiones heterodoxas. Llamativo y curioso es que, sin embargo, hacen referencia a dos grandes verdades de la vida de Jesús, el Crucificado, del evangelio de Mateo. Para comprender mejor la primera de ellas hay que recordar el relato de la infancia del citado evangelista; en concreto, Mt 1,21, donde se afirma que Jesús, el recién nacido, va a salvar a su pueblo de los pecados. De interés es la referencia salvar de los pecados; subraya que la venida de Jesús va a hacer posible que la relación de Dios con su pueblo, rota y destruida por el pecado, quede restablecida. De interés es igualmente la referencia al verbo salvar. La vocación principal de Jesús es, según dicho evangelio, salvar a su pueblo. Al comienzo de su evangelio Mateo señala entonces no que Jesús va a salvarse a sí mismo sino que va a salvar a su pueblo. Jesús va a realizar la salvación de su pueblo mediante gestos de curación (Mt 8,1-17; 9,21-22; 14,36) y, sobre todo, en su muerte y 3

R.E. BROWN, The Death of the Messiah I-II. From Gethsemane to the Grave: A Commentary on the Passion Narratives in the Four Gospels, The Anchor Bible Reference Library, New York 1998, 987-989; W.D. DAVIES and D.C. ALLISON JR, The Gospel according to Saint Matthew III. Commentary on Matthew XIX-XXVIII, ICC, Edinburgh 1997, 618. 4 J. SOBRINO, La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Colección teología latinoamericana 24, San Salvador 1999, 328-336. 5 J. I. GONZÁLEZ FAUS, La humanidad nueva. Ensayo de Cristología, Presencia Teológica 16, Santander 19847, 336-339. 6 R.E. BROWN, The Death of the Messiah I-II, 435-436, 987-988.

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resurrección7. De modo que la primera de las peticiones de los que pasan delante del Crucificado es desacertada y absurda. Lo interesante de ella es, sin embargo, que está precedida por la afirmación de una gran verdad sobre Jesús (su poder para destruir el templo y reedificarlo en tres días). Esto mismo puede decirse respecto a la segunda petición indicada (¡bájate de la cruz!); ella está precedida por la afirmación “si eres hijo de Dios”, que debe entenderse más bien como “puesto que eres hijo de Dios”. Lo que se le pide a Jesús es que demuestre la cercanía que existe entre Dios y él bajándose de la cruz. A nosotros nos parece, sin embargo, que lo que hace palpable dicha cercanía es precisamente lo contrario: permanecer en la cruz. De ahí que, a diferencia de la citada petición, nosotros, que queremos acercarnos a conocer al Dios de Jesús pasando igualmente delante del Crucificado, le decimos: ¡no te bajes de la cruz! En resumen, los dos versículos de Mateo a los que nos estamos refiriendo ofrecen elementos particularmente destacados de la relación de Jesús con Dios. Los que pasan delante del Crucificado se mofan de él y lo desprecian continuamente. Igualmente recuerdan que éste es el siervo de Dios, con quien se encuentra estrechamente vinculado; recuerdan también su poder, su capacidad para asumir lo débil de la condición humana y su capacidad salvífica8. EL SILENCIO DE JESÚS Y EL GRITO DE JESÚS EN LA CRUZ Los que pasaban delante de Jesús crucificado han sido hasta este momento los protagonistas principales de estas páginas. De ellos se ha destacado lo que hacen y, sobre todo, lo que dicen y a quién lo dicen. A partir de ahora, se propone un cambio importante y se invita al lector –ése es el objetivo de este número de Sal Terrae- a centrar su interés en Jesús crucificado, a mirar y a contemplar al Hijo de Dios clavado en la cruz, que destruye y reedifica el templo en tres días. Un cambio que, sin embargo, tiene su soporte igualmente en los elementos que se han tenido en cuenta en el apartado anterior; por eso, la pista que se va a seguir es ésta: considerar qué hace Jesús en la cruz, y de modo especial qué dice y a quién lo dice. Dicha consideración permite observar una serie de particularidades que guardan relación con los bellos textos de Pedro Casaldáliga y Jürgen Moltmann anteriormente citados. El silencio de Jesús en la cruz: éste es el primer elemento nuclear que pretende desarrollar este apartado. Jesús crucificado es despreciado continuamente por los que pasan delante de él. Un desprecio que incluye igualmente las peticiones formuladas a Jesús: que baje de la cruz y que se salve a sí mismo. Un silencio sepulcral caracteriza la respuesta de Jesús a los que lo desprecian. Al escuchar las palabras que le dirigen los que pasan delante de él, Jesús no pronuncia ninguna palabra, Jesús no responde a las burlas y los desprecios de aquéllos, Jesús permanece en silencio. Dicha acción –permanecer en silencio no equivale a no hacer nada- mantiene en atención y en vilo al lector. En primer lugar, porque éste percibe el contraste entre el hablar de los que pasan delante del Crucificado y el no hablar de Jesús. Una referencia J. MILLER, Les citations d’accomplissement dans l’Évangile de Matthieu. Quand Dieu se rend présent en toute humanité, AnBib 140, Roma 1999, 26-27. 8 Esta estrecha relación entre Jesús y Dios aparecería igualmente indicada por el verbo blasfemar, si se toma éste en uno de los sentidos anteriormente indicados: pronunciar palabras irreverentes contra Dios. Quizás sin darse cuenta, los que pasan delante del Crucificado identifican a éste con Dios. 7

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más amplia sobre este primer aspecto, sobre este contraste, se realiza posteriormente, cuando se menciona el grito de Jesús crucificado (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). En segundo lugar, porque el lector del relato de la pasión de Mateo conoce bien este Evangelio, y recuerda inmediatamente dos importantes pasajes del mismo, que guardan relación con el encuentro entre los que se burlan del Hijo de Dios y Jesús crucificado: las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11); el proceso de Jesús ante el Sanedrín. Señala González Faus que los evangelistas han situado las tentaciones antes mismo del comienzo de la vida pública de Jesús... para así vincularlas al Bautismo y... hacer de la unidad Bautismo-Tentaciones la clave musical en que debe ser leída la vida de Jesús que sigue a continuación9. En el bautismo de Jesús se proclama su filiación (Mt 3,17: “Y una voz del cielo decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”). Una filiación que se concibe como dignidad y como servicio (la voz del cielo cita el primer Canto del Siervo, Is 42,1, y subraya de ese modo que Jesús es siervo). Las tentaciones están referidas a Jesús en cuanto hijo y en cuanto siervo elegido. Son tentaciones relativas a la filiación y a la elección de Jesús; tentaciones que plantean un interrogante sobre ambas y, de manera especial, sobre la relación íntima de Jesús con Dios. Por eso, el pasaje nos muestra algo sobre ésta y, por tanto, algo sobre Dios mismo, al menos en su ser «para nosotros»10. Por eso, y porque el pasaje se refiere a la relación de Jesús con Dios y también con su reino, las tentaciones versan sobre lo más hondo de Jesús, su actitud última ante Dios11. Las dos primeras tentaciones son el trasfondo de las afirmaciones que dirigen a Jesús crucificado los que se burlan de él. En la primera de ellas, el diablo le pone a prueba y comprueba si utiliza o no su condición de hijo de Dios para vivir una vida más light, para vivir una vida que no sea dura, para vivir una vida saltándose su condición humana. Se trata de la tentación que tiene Jesús de vivir la vida por y para sí, sin contar con Dios y con lo que él quiere. En un segundo momento, el diablo tienta la capacidad de Jesús de mantener sus lazos y su vinculación con su Padre en el ejercicio de la misión que le ha sido encomendada. Con una particularidad: el tentador provoca a Jesús, y le incita a que sea Hijo y Siervo, realizando su misión de manera espectacular y victoriosa (cosechando triunfos y éxito) y no de manera anónima y oculta. Las dos tentaciones guardan relación entre sí: ambas piden la intervención de Dios; ambas subrayan que dicha intervención puede posibilitar a Jesús alterar su condición humana en beneficio propio y alterar su modo de entregarse a la misión recibida, para que el pueblo lo acepte sin ningún tipo de reticencia. Las dos respuestas de Jesús al tentador están tomadas del libro del Deuteronomio: en concreto, de Dt 6,16 (no tentaréis a Yahveh, vuestro Dios) y Dt 8,3 (te ha humillado y te ha hecho padecer hambre; luego te ha alimentado con maná... a fin de hacerte conocer que no sólo de pan vive el hombre sino... de todo lo que sale de la boca de Yahveh). Teniendo en cuenta el sentido de dichos textos, la respuesta de Jesús en Mt 4,1-7 incluye los siguientes aspectos: 9

J. I. GONZÁLEZ FAUS, La humanidad nueva, 169-178. Las líneas que siguen a continuación recogen diversos aspectos desarrollados en dichas páginas. Puede verse igualmente J. SOBRINO, Jesucristo liberador. Lectura histórico teológica de Jesús de Nazaret, Colección teología latinoamericana 17, San Salvador 1991, 256-259. 10 J. I. GONZÁLEZ FAUS, La humanidad nueva, 171. 11 J. SOBRINO, Jesucristo liberador, 256.

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tentar a Dios equivale a dudar de su poder para asistir en su necesidad sea a su pueblo sea a Jesús; vivir en el desierto sólo de la palabra que sale de la boca de Dios significa que en un lugar o en una situación de muerte, en una situación de esterilidad y de impotencia, sólo es Dios el que concede la vida de manera sorprendente (el maná), sólo la escucha y la dependencia de Dios dan la vida.

De manera que Jesús responde al diablo, afirmando el poder del Dios que asiste en la necesidad. Igualmente, señalando que la dependencia de un Dios que es capaz de dar la vida en situaciones de máxima carencia y mayor muerte es el único hilo que no se rompe ni siquiera en las citadas situaciones. El proceso de Jesús ante el Sanedrín. Según Mt 26,57-68, a Jesús se le pide que responda si puede destruir el santuario y reedificarlo en tres días; igualmente, que responda si es el Mesías y el Hijo de Dios. Se hace sólo una breve referencia a este último aspecto, ya que en el anterior apartado se ha hecho mención del primero. La doble respuesta de Jesús en Mt 26,64 subraya estos elementos12: -

por un lado, el tú lo has dicho significa que es verdad lo que el Sumo Sacerdote afirma (que Jesús es Mesías, que Jesús es Hijo de Dios); por otro, el paso de la anterior afirmación de Jesús a la segunda que realiza (desde ahora podréis ver al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso) indica de manera irónica el poder de Jesús que juzga.

Ahora bien, mientras que en el relato de las tentaciones y en el proceso ante el Sanedrín Jesús ofrece una respuesta al tentador y al Sumo Sacerdote, a los que pasan delante de Jesús crucificado, diablos y tentadores también ellos, Jesús no les responde ninguna palabra. Cuando le tientan para que llame a Dios con el fin de que lo salve y le baje de la cruz, el silencio es la palabra que pronuncia Jesús en alta voz. Un silencio que, sin embargo, contrasta con la palabra que pronuncia Jesús (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?); no dirigida a los que se burlan de él, sino a Dios, su Padre, a ese Dios poderoso que da vida incluso en situaciones de muerte y desesperación. Una palabra caracterizada por diversos elementos de interés13: -

-

el primero de ellos es que Jesús pronuncia un grito desesperado de ayuda; el segundo es que Jesús, que ha dado la cara por él, implora fidelidad a su Padre14; el tercero es que Jesús, por el hecho de no llamar a Dios Padre y de llamarlo Dios mío, se sitúa en el ámbito del resto de los mortales. Con ello manifiesta su padecimiento extremo, profundamente humano, porque Aquél a quien llama Dios mío permanece en un profundo silencio; el cuarto es el uso que hace Mateo del Salmo 22 (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). El evangelista, que conoce dicho Salmo, y, por tanto, conoce su final (positivo), utiliza solamente el comienzo del mismo, que refleja la situación trágica del que grita desesperadamente a Dios. Con ello quiere

12

R.E. BROWN, The Death of the Messiah I, 491-492. R.E. BROWN, The Death of the Messiah II, 1044-1051. 14 J. MOLTMANN, El Dios crucificado, 214. 13

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precisamente subrayar el que la entrega por entero de Jesús llega a tocar la dureza de la vida mortal. En resumen, silencio de Dios como respuesta al grito de Jesús en la cruz, silencio de Dios a un Jesús que atraviesa y padece toda la dureza y dificultad de su vida mortal: éstos son los ejes que sostienen la cruz de Jesús, el Crucificado. MIRAR Y CONTEMPLAR AL QUE NO SE BAJA DE LA CRUZ Lo señalado en los apartados anteriores, y de manera especial en el último de ellos, precisa de una ulterior reflexión. Es la que se realiza en este apartado, que recoge numerosas indicaciones hasta ahora realizadas. El pasaje de las tentaciones de Jesús ha puesto de relieve el enfrentamiento entre dos modos de concebir a Dios: el del diablo y el de Jesús. Entre ambos se establece un diálogo, un intercambio de palabras. A la palabra del tentador le sigue la de Jesús, que revela quién y cómo es el Dios que le acompaña durante su vida, una vida no ausente de dificultades y tentaciones. En cambio, dicho diálogo y dicho intercambio de palabras están ausentes en el momento en que Jesús se encuentra clavado en la cruz, en el momento en que los que se burlan de él, que también conciben a Dios Padre de manera distinta a como lo concibe Jesús, pasan delante de él y tratan de dialogar con él. Cuando Jesús está en la cruz lo único que hace es gritar fuertemente a Dios, su Padre, y buscarle; no, sin embargo, al Dios que se le ha revelado en vida, sino al que se le manifiesta ahora que está en el umbral de la muerte (el Dios menor). Jon Sobrino señala que, en la cruz, Dios se revela como Dios menor. En primer lugar, porque Dios no se muestra interpelando, sino en silencio; en segundo lugar, porque la cruz ni revela a un Dios poderoso y triunfante ni a un Dios con pasado, presente y futuro, pues la cruz es el radical fracaso de todo pasado y presente, y la cerrazón de todo futuro. Por eso, desde la cruz de Jesús debe repensarse la trascendencia de Dios, no sólo desde lo positivo, sino también desde lo negativo15. Es precisamente la formulación anterior el trasfondo del último aspecto que se quiere desarrollar en este artículo. En la cruz –recordemos la cita inicial de J. Moltmann-, Jesús no experimenta a Dios como su padre, tal y como lo había experimentado durante el resto de su vida. Tampoco se relaciona con Dios como lo había hecho hasta entonces. Clavado en la cruz, Jesús renuncia a relacionarse con Dios Padre poderoso; Jesús rompe con el Dios con quien tan vinculado y unido había estado, con el Dios poderoso que comienza a instaurar su Reino (su reinado) en favor de los pobres, pequeños y oprimidos, con el Dios siempre fiel, con el Dios que –recuérdese de modo particular la cita de las tentaciones de Dt 8,2-3- puede dar la vida incluso a aquél que se encuentra en una desesperada situación de impotencia y de esterilidad. De manera que Jesús crucificado, el Hijo de Dios, realiza en los momentos finales de su vida un nuevo éxodo. En el Gólgota Jesús sale del nivel en el que ha vivido toda su vida y entra en otro nivel, en otra dimensión, nueva y definitiva. En el Sitio de la Calavera – eso significa Gólgota- Jesús se religa, busca y pide ayuda a un Dios de quien siente profundamente su abandono, un Dios de quien no percibe su fidelidad, un Dios que no tiene ni poder ni futuro, un Dios que ni reina ni ofrece signos de su presencia y reinado a los pobres. En dicho lugar, Jesús conoce a un nuevo Dios: al Impotente, al Fracasado, 15

J. SOBRINO, Jesucristo liberador, 414-416.

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al Infiel, al sin pasado – sin presente – sin futuro. A ese Dios grita fuertemente Jesús, diciéndole aquello que tan bellamente expresa Pedro Casaldáliga: Tú eres ¡Único, Otro, Nuevo cada día! A Él exclama igualmente Quiero dejarTe ser lo que Tú eres. Un Dios que es para Jesús únicamente el Otro, el Tú, el Único, el Nuevo. A ese Dios, quien, por otra parte, da su sí a su hijo justo y fiel después de su muerte (la cortina del santuario se rasgó en dos... la tierra tembló: Mt 27,51), es precisamente a quien Jesús entrega su espíritu (Mt 27,50), es decir, el principio con el que ha cumplido sus acciones y con el que ha vivido su unión con los hombres y con Dios. Es precisamente en ese Dios – recuérdese la primera petición de los que se burlan de Jesús- en el que éste encuentra su salvación en la cruz A ese Jesús que sale de sí en el momento de su muerte y que entra en un nivel distinto en busca de Dios es al que querían ver y contemplar aquel grupo de cristianos de la ciudad de México, que conocí a finales del mes de septiembre pasado 16. Todos los domingos por la mañana se reunían para celebrar la eucaristía en un lugar inhumano e indecente: húmedo, viejo, feo, destartalado. Es probable que, por falta de la cultura más elemental, muchos de ellos ni sepan teología elemental ni hayan leído nunca el relato de la Pasión de Mateo ni tampoco el libro de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola (EE). Sin embargo, ellos, conscientes de su inhumana vida cotidiana y de sus carencias existenciales y vitales (sin presente ni futuro, sin poder, sin lo fundamental para vivir día tras día), sí fueron capaces de expresar su deseo de acercarse a contemplar al que se encuentra sufriendo, sin honor, sólo y abandonado por Dios (números 195-199 de EE). Ellos deseaban, mediante sus cantos y mediante otras formas muy activas de servicio y participación en la Eucaristía, entrar en comunión viva con el Jesús de la Pasión. Ellos, que habían tenido que bajar desde los altos y abandonados cerros del distrito en que nos encontrábamos, deseaban algo que ojalá se nos conceda también a todos nosotros: subir a estar con Jesús crucificado para encontrarnos con el Tú, el Otro, es decir, con el Dios del crucificado.

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Para comprender mejor qué es contemplar según Ignacio de Loyola, véanse estos excelentes artículos: J. A. GARCÍA, «Miramos... y contemplamos un rostro. Cómo orar en esta convulsa Navidad», Sal Terrae 89 (2001) 953-965; F.J. RUIZ PÉREZ, «Contemplar para ser. La propuesta ignaciana de acercarnos a la Vida ajena», Sal Terrae 91 (2003) 471-482.

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