NO TODA LA GENTE ERRANTE ANDA PERDIDA
Alexandra do Patrocinio
Título: No toda la gente errante anda perdida Autora: © Alexandra do Patrocinio Rod ISBN: 978–84–8454–734–1 Depósito legal: A–287–2009 Edita: Editorial Club Universitario. Telf.: 96 567 61 33 C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante) www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma. Telf.: 965 67 19 87 C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante) www.gamma.fm
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Este libro era mi sueño, hoy es una realidad gracias al hombre que más y mejor me amó, y al que debo todo lo que soy. Gracias Raúl siempre te querré, y siempre estarás en mi corazón. Espero que un día podamos contar estas historias a nuestros nietos. Eres el puerto seguro en los momentos de debilidad. Mamá, me diste la vida, no solo una vez, sino varias. Darte las gracias sería muy poco. Solo necesito decirte que te quiero, aunque sé que ya lo sabes. Gracias, Luis Miguel, Laura y Ana África, por formar parte de mí ser. A mis hermanos y hermanas, gracias por estar siempre a mi lado, aun equivocándome. Leandra Ariel, nunca estarás sola, recuérdalo. A los amigos que me acompañan siempre, incondicionalmente. Ya que los amigos son los que en las buenas acuden si son llamados, y en las malas… vienen solitos. El autentico amigo es el que sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo. Se necesita solo un minuto para que te fijes en alguien, una hora para que te guste, un día para quererlo, pero toda una vida para que lo puedas olvidar. Estos son solo algunos de mis amigos: Rakel Boronat, Álvaro Pombo, Miriam Bolaños, Jacob Suárez, Cristina Martínez Núñez, Pilar Ortiz Eiguezabal, Héctor Linares, Isabel Maria Reís, Antonio García, Elsa Martines, Pepe de Radio Galena, Jessica, mi peluquera, Ana, maestra del Colegio Benalúa, Vicente Borras Aznar, Dora Vidal, Elena Merino… perdonad si se me queda alguno en el tintero. A todos los profesionales de Neurocirugía del Hospital Universitario de Alicante: Dr. Javier Abarca, que espero no cambie nunca, ya que es la mejor persona que he conocido en los últimos tiempos; cuando el trato humano ha desaparecido entre médico y paciente, él ha mostrado que se puede ser un buen profesional y una excelente persona, que lo uno, no está reñido con lo otro. Le debo mucho, me ha hecho recuperar la confianza en el ser humano. Y en un trance muy doloroso de mi vida, he tenido su apoyo incondicional, siempre amable, accesible y preocupado 3
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por los sentimientos de la gente que le rodea. Dr. Sales, Pedro Hernández, José Luis, Pilar, Mati… en fin, a todos los que hicisteis que un hospital y una situación límite y muy dolorosa fuese más llevadera, por la delicadeza, comprensión y paciencia que me brindaron. David Pequeño, tienes un corazón enorme y me siento afortunada por tener tu amistad. A mi sobrino Luis Roberto, que se fue para siempre en agosto, dejando una enorme herida en el corazón de todos los que le queríamos. A los hermanos que ya no están: a mi querida y añorada hermana Bela, a mi adorado hermano Luis, aunque hayan cruzado el umbral que nos separa para siempre, seguiréis viviendo en mí, A mi padre, que me enseñó a amar África. A mí misma, por haber sobrevivido a mi vida.
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INTRODUCCIÓN Esto no es una novela. Todos los libros que escribí hasta ahora seguían las huellas de mis recuerdos. Desgraciadamente, esos recuerdos no eran precisamente felices y agradables. Por salud mental y también porque prometí a los que tienen la paciencia de leer lo que escribo que lo próximo que escribiera iba a ser divertido, escribí sobre temas que me hicieron la vida un poco menos dura, incluso divertida en muchos momentos. Hay historias reales, poesía, incluso cuentos, los que cuento a mis hijos. En África, hay mucha tradición de contar historias, fábulas; la educación de los padres hacia sus hijos suele ser así, no leyéndoles un cuento, sino contándoles historias llenas de moralejas y enseñanzas. Los cuentos tradicionales siempre me parecieron demasiado crueles para contarlos a los niños. Un ejemplo: “un cazador mata a la madre de Bambi” “el lobo que come a las cabritas y después la mamá lo pilla durmiendo, le corta la tripa, la llena de piedras y lo tira al río…” A mí me parece que esto es bastante violento, sin mencionar la cancioncita de cuna: “duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá…” ¿Qué pretenden? ¿Traumatizar al niño? En todos los países africanos, existe la figura del pensador, las estatuas difieren de unos países a otros, pero la idea es la misma, la de alguien sentado contemplando lo que ocurre a su alrededor en completo silencio y durante horas, lo que hacemos aquí pero mirando la televisión y sin pensar en nada. A lo que iba, quería sacudirme de los libros anteriores, sacar mi vena divertida y bucear en las cosas con las que disfruté, cosas que me hicieron feliz. Hay historias emotivas, pero bellas, que merecen la pena. Este es hasta ahora el único libro que disfruté escribiendo; invadieron mi mente cosas hermosas, lugares maravillosos, aromas de alegría. Por primera vez mi alma levantó el vuelo sin temor a que la atrapara un gavilán, solo por ello valió la pena. Por primera vez también tenía 5
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a mis hijos al lado leyendo lo que escribía sin tener que cambiar de pantalla y disimular, para que no notaran mi estado de animo, o decirles que era alergia, si me pillaban llorando. Raúl me ayudó mucho, me apoyó, es algo que le agradezco infinitamente. Leandra, aquí están las historias que tu mamá no te pudo contar. Solo espero que al igual que yo, lo disfrutéis vosotros; está escrito desde el cariño, desde la ilusión y con la convicción de que la vida te hará caer muchas veces, pero estás obligado a levantarte. No importa cuán cruel haya sido, siempre hay alguien que te tiende la mano y tú debes hacer lo mismo, porque la vida es demasiado corta para perderla recordando pesadillas. Como dijo Balzac: “un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano”, “vivir no solo es existir, sino existir y querer, saber, gozar y sufrir y no dormir sin soñar”. “Descansar es empezar a morir” (Marañon). En nuestra vida, muchas veces abrazamos cosas que creemos importantes. Alguna de ellas nos causa dolor, nos quema por dentro y por fuera, y aun así seguimos pensando que son importantes. Tememos abandonarlas y ese miedo nos coloca en una situación de sufrimiento y desesperación. Apretamos esas cosas contra nuestros corazones y terminamos derrotados por algo que tanto protegemos, creemos y defendemos. Y como dice Proverbios 15–13: “El corazón alegre hermosea el rostro”. La dicha de vivir es un galope de corazón sin brida por el desfiladero de la muerte, pero tú tienes el poder y la decisión de pararlo y cambiar de rumbo. La sonrisa de todo ser humano debería alegrarnos, ya que es una luz en la ventana del alma, que indica que el corazón está en casa, y así es como está mi corazón después de mucho peregrinar sin rumbo, “en casa”. Amar es vivir. El ejercicio de la libertad y la felicidad es complejo, solo podemos alcanzar vuelos altos si tenemos un hilo resistente que nos sujeta al suelo. Ese hilo, en mi caso, es mi familia. He tenido la suerte de tener nueve hermanos maravillosos, a una madre con mucho coraje, a Raúl, con una capacidad de entender y respetar siempre mis decisiones, aunque algunas no fueran acertadas, pero en la vida hay que cometer errores para crecer, no puedes vivir apoyándote en la experiencia de otros. Y mis hijos, aunque me sujetan al suelo, me permiten tener la cabeza en las nubes. Responsabilidad y sentido común: 6
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haciendo buen uso de estas herramientas, que dirigen y orientan nuestro vuelo, podemos tener la seguridad de que estamos haciendo buen uso de nuestra libertad como individuos. Y es necesario recordar siempre que nadie necesita tanto una sonrisa como aquel que no tiene ninguna que ofrecer, ya que la sonrisa es lo que más calienta un corazón, y más ilumina un rostro. Yo, simplemente, decidí ser feliz. Ocurra lo que ocurra, no voy a permitir que nadie jamás borre la sonrisa de mi cara; de hacerlo, le estaría dando ventaja para ganar sin siquiera haber peleado. Y eso no sería justo para mí, ni para los que me quieren. El calor de un corazón feliz y generoso puede a veces llevar a otras personas a actuar como queremos, o como es debido, incluso con satisfacción y espontaneidad. Es preciso sosegar el centro de nuestra existencia para descubrir el amor, la amistad y todas las cosas hermosas que nos rodean. El amor es lo que más deseamos tener, y más deseamos dar. Sin embargo, nadie se da cuenta de que, a cada momento que pasa, está siendo ofrecido y rechazado. El ser humano revela su alma cuando ama. Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que existen muchas más razones para reír. Solo así vencerás al mundo, y llegará un momento en que él te respetará y te dejará en paz. La vida es de aquellos que tienen el valor de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños, ya que, en muchos momentos de la vida, lo único que tenemos son los sueños. Los miedos son como las adiciones ocultas que anidan en el alma. No podemos escoger donde nacemos, pero sí donde queremos vivir, incluso algunas veces donde morir. Es curioso: cuanto más tiempo vivo en Occidente, más africana me siento, y cada día son más acusadas las diferencias entre el mundo donde nací y el mundo donde elegí vivir. Ya no se trata de la añoranza de la niñez, se trata de que me siento más ajena, más extraña en el mundo occidental. Todo lo que vivo aquí reafirma mi necesidad de volver, todo lo que vivo aquí, me aleja del mundo occidental y me acerca al mundo al que pertenezco, aunque hasta ahora creía que mi hogar era el mundo, y no me sentía ciudadana de ninguna parte, creía que podía escoger; estaba equivocada. La llamada de África se hace más audible, más urgente, más profunda, aunque África cobra un alto precio por vivir en ella. África te enseña a ser valiente, ahí no hay lugar para la cobardía. 7
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Y no es poco, la victoria es el arte de continuar donde los demás decidieron parar. Y como dijo alguien, si quieres que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta!
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“NOSOTROS, EL PUEBLO, CON EL OBJETIVO DE FORMAR UNA UNIÓN MÁS PERFECTA” Hace 221 años, en un edificio que aún existe, al otro lado de la calle, un grupo de hombres se reunió y, con estas simples palabras, inició la improbable experiencia de la democracia en América. Terratenientes y estudiosos, estadistas y patriotas que atravesaron el océano para escapar de la persecución y la tiranía, por fin, concretaron su Declaración de Independencia en una convención que duró toda la primavera de 1787. El documento que redactaron terminó siendo firmado, pero en último análisis era una obra inacabada, porque contenía la mácula de la esclavitud, el pecado original de la nación, y una cuestión que dividió a las colonias y causó un paréntesis en la convención, hasta que los fundadores optaron por permitir que el tráfico de esclavos continuase por al menos veinte años más, dejando cualquier solución definitiva a las futuras generaciones. Es evidente que la respuesta a la cuestión de la esclavitud ya estaba contenida en nuestra constitución; una constitución cuyo punto fuerte era la igualdad de los ciudadanos ante la ley, una constitución que prometía a su pueblo libertad, y justicia, y una unión que podría y debería ser aún perfeccionada, a lo largo del tiempo. Entretanto, las palabras de un pergamino no serían suficientes para liberar a los esclavos de sus cadenas, y ofrecer a hombres y mujeres de todos los colores y credos sus plenos derechos y obligaciones como ciudadanos de los Estados Unidos. Fueron necesarios norteamericanos de futuras generaciones, dispuestos a hacer su parte –mediante protestas y lucha en las calles y en los tribunales, por medio de una guerra civil y de la desobediencia civil, y siempre con gran riesgo– a fin de reducir la distancia entre aquello que nuestros ideales prometían y la realidad de su tiempo. Esta fue una de las tareas que nos propusimos al inicio de esta campaña: continuar la larga marcha de 9
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aquellos que vinieron antes que nosotros, una marcha en dirección a un país más justo, más igualitario, más compasivo y más próspero. Escogí disputar la presidencia en este momento histórico, porque creo profundamente que no podremos resolver los desafíos de nuestra era si no lo hacemos juntos; si no perfeccionamos nuestra unión al comprender que, aunque nuestras historias personales puedan diferir, tenemos esperanzas comunes, que, aunque nuestras apariencias no sean iguales, deseamos todos movernos en la misma dirección: –la de un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Esta creencia deriva de mi fe inamovible en la decencia y en la generosidad del pueblo de los Estados Unidos. Pero también procede de mi historia personal como americano. Soy hijo de un hombre negro de Kenia y de una mujer blanca de Kansas. Fui criado con la ayuda de un abuelo negro que sobrevivió a la Gran Depresión y combatió en el ejército de Patton durante la Segunda Guerra Mundial, y de una abuela blanca que trabajó en una línea de montaje de bombarderos, en Fort Leavenworth, mientras su marido servía en el extranjero. Frecuenté algunas de las mejores escuelas de los Estados Unidos y viví en una de las naciones más pobres del mundo. Estoy casado con una negra norteamericana que lleva sangre de esclavos y de propietarios de esclavos; un legado que transmitimos a nuestras dos amadas hijas. Tengo hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, primos y tíos de todas las razas y matices, repartidos por tres continentes y, por más que yo viva, jamás me olvidaré de que en ningún otro país del planeta mi historia sería posible. Se trata de una historia que no hace de mí el más convencional de los candidatos. Y hace que forme parte de mi composición genética la idea de que este país es más que la suma de sus partes, la idea de que, multiplicados, seamos uno solo. A lo largo del primer año de esta campaña, en contra de todas las previsiones, comprobamos cuánto necesitaba el pueblo de los Estados Unidos este mensaje de unidad. Huyendo de la tentación de ver mi candidatura exclusivamente bajo la lente de la raza, conquistamos victorias incontestables en estados en los que la población blanca es de las mayoritarias del país. En Carolina del Sur, donde 10
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la bandera confederada continúa siendo ondeada, construimos una poderosa coalición entre negros y blancos. Eso no implica decir que la raza no haya desempeñado un papel en esta campaña. En diversos momentos, escuché comentaristas que me definieron como demasiado negro o demasiado poco negro. Vimos a la tensión racial subir a la superficie durante la semana de las primarias de Carolina del Sur. La prensa viene removiendo e investigando a boca de urna en busca de los más recientes indicios de polarización racial, no solo en términos de negro y blanco sino de negro y marrón igualmente. Sin embargo, fue apenas en las dos últimas semanas cuando la discusión de la raza se tornó asunto especialmente divisivo en esta campaña. A un lado del espectro, oímos implicaciones que afirmaban que mi candidatura representaba de alguna forma un ejercicio de acción afirmativa; que se basaba solo en el deseo de los liberales de adquirir reconciliación racial a bajo precio. De otro, oímos a mi antiguo pastor, el reverendo Jeremiah Wright, empleando un lenguaje incendiario a fin de expresar opiniones que no solo podrían alargar la brecha entre las razas, sino también denigrar la grandeza y la bondad de nuestra nación, y que ofendían deliberadamente tanto a blancos como a negros. Ya condené de manera inequívoca las declaraciones del reverendo Wright, que causaron tamaña controversia. Para algunas personas, quedan cuestiones incómodas. Yo sabía que, ocasionalmente, criticaba él de manera feroz la política interna y externa de los Estados Unidos. Yo oí declaraciones que podrían ser consideradas controversias en las ocasiones en que asistí a su iglesia. ¿Estoy en fuerte desacuerdo con muchas de sus opiniones políticas? Desde luego. De la misma manera que sé que muchos de ustedes oirán opiniones de sus pastores, padres o rabinos, con las cuales no están de acuerdo. Pero las declaraciones que causaron la reciente tempestad no fueron simplemente controversias. No se trataba simplemente del esfuerzo de un líder religioso por protestar contra lo que ve como injusticia. En lugar de eso, expresaban una visión profundamente distorsionada del país; una visión que considera el racismo como endémico entre los blancos, y que atribuye más importancia a lo que hay de equivocado en los Estados Unidos que a todo aquello 11
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que sabemos que hay de cierto; una visión en la que los conflictos en Oriente Medio dependen íntegramente de las acciones de firmes aliados como Israel, en lugar de emanar de las ideologías perversas y odiosas del islamismo radical. En sí, los comentarios del reverendo Wright no solo eran equivocados, sino también separatistas, en un momento en que necesitamos de unidad y racialmente distorsionados, en un momento en el que necesitamos unirnos para enfrentar un conjunto de problemas monumentales –dos guerras, la amenaza terrorista, una economía en quiebra, una sanidad en crisis crónica y alteraciones climáticas potencialmente devastadoras–; problemas que no son negros, blancos, latinos o asiáticos, problemas que todos nosotros tenemos que afrontar. Dados mis orígenes, mi posición política y los valores e ideales que profeso, sin duda, habrá personas para quienes mis declaraciones de condena no serán suficientes. ¿Por qué me asocié al reverendo Wright inicialmente? Pueden preguntar. ¿Por qué no asistí a otra iglesia? Y confieso que, si todo lo que yo supiera sobre el reverendo Wright fuesen los fragmentos de vídeo que parecen ser exhibidos en continua repetición en la televisión y en el Youtube, o si su iglesia realmente pudiese ser descrita por las caricaturas ofrecidas por algunos comentaristas, yo sin duda reaccionaría más o menos como ellos. Pero la verdad es que eso no es todo lo que conozco sobre ese hombre. El hombre que conocí hace más de veinte años fue un hombre que me ayudó a conocer la fe cristiana, un hombre que siempre habló de nuestra obligación de amarnos los unos a los otros, de cuidar de los enfermos y ayudar a los pobres. Él es un hombre que sirvió a su país como marine, que estudió e impartió clases en algunas de las mejores universidades y seminarios norteamericanos y que, por más de 30 años, comandó una iglesia que sirve a la comunidad realizando el trabajo del Señor en nuestra tierra; ofreciendo guarida a los desabrigados, cuidando de los necesitados, proporcionando asilo, atendiendo a los detenidos, ayudando a las víctimas de sida. En mi primer libro, Dreams From My Father, describí la experiencia del primer culto al que asistí en aquella iglesia: “Las personas comenzaron a gritar, a levantarse de sus sillas, a aplaudir, a exclamar, como una poderosa ráfaga de 12
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viento que llevaba la voz del pastor a todos los rincones... Y entre aquellas notas una ¡La esperanza! Oí algo más; a los pies de aquella cruz, en miles de iglesias por toda la ciudad, imaginé las historias de las personas negras corrientes haciendo suyas las historias de David y Goliat, de Moisés y el Faraón, de los cristianos arrojados a los leones, del campo de huesos resecos de Ezequiel. Aquellas historias –de supervivencia, libertad y esperanza– se convirtieron en nuestra historia, mi historia; la sangre derramada era nuestra sangre, las lágrimas, nuestras lágrimas; hasta que aquella iglesia negra, en aquel día soleado, se asemejó al vehículo que conducía la historia de un pueblo a las nuevas generaciones y al resto del mundo. “Nuestros triunfos y sufrimientos se volvieron a la vez únicos y universales, negros y más que negros; al acabar el día, las historias y las canciones nos ofrecían maneras de retomar memorias sobre las cuales no teníamos que avergonzarnos... Memorias que todas las personas podían estudiar y abrazar, –y con las cuales podríamos comenzar a reconstruir”. Esa fue mi experiencia en la iglesia. Como otras iglesias predominantemente negras en todo el país, la Trinity incorpora a la comunidad negra en su totalidad: –el médico, la madre soltera, el estudiante modelo y el antiguo miembro de una banda. Como otras iglesias negras, los cultos de la Trinity están repletos de risa ruidosa y ocasionalmente de humor osado. Ofrecen danza, palmas, exclamaciones, gritos que pueden parecer chocantes a quien no las conozca. La iglesia ofrece de forma plena la gentileza y la crueldad, la feroz inteligencia y la ignorancia chocante, los tropiezos y los triunfos, el amor y, sí, la amargura y la parcialidad que componen la experiencia negra en los Estados Unidos. Y eso tal vez ayude a explicar mi relación con el reverendo Wright. Por más imperfecto que sea él como persona, para mí siempre fue parte de la familia. Él reforzó mi fe, celebró mi boda y bautizó a mis hijas. En ninguna de las conversaciones que mantuve con él, le oí pronunciarse sobre cualquier grupo étnico de manera despectiva, o tratar a los blancos con los que se relacionaba de otro modo que con respeto y cortesía. El reverendo abriga muchas de las contradicciones –sobre el bien y el mal– de la comunidad a la que sirvió de manera tan diligente por tantos años. 13
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No puedo renegar de él porque no puedo renegar de la comunidad negra. No puedo renegar por el mismo motivo por el que no puedo renegar de mi abuela blanca; –una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó por mí innumerables veces, una mujer que me ama más que a nada en el mundo pero que, en cierta ocasión, me confesó tener miedo de los hombres negros que se cruzaban en su camino en las calles, y que en más de una ocasión, pronunció estereotipos raciales o étnicos que me hicieron estremecer. Esas personas son parte de mí. Y son parte de los Estados Unidos, el país que amo. Habrá quien vea mis declaraciones como un intento de justificar o disculpar comentarios que son simplemente indisculpables. Puedo garantizarles que no es ese el caso. Supongo que lo más seguro, en términos políticos, sería dejar atrás ese episodio y simplemente esperar a que desaparezca. Podemos descartar al reverendo Wright como demagogo o extravagante, de la misma forma que descartamos a Geraldine Ferraro después de recientes declaraciones que revelaron una profunda parcialidad racial. Pero la cuestión de la raza no puede ser ignorada por este país en el momento que vivimos. En mi opinión, estaríamos cometiendo el mismo error que cometió el reverendo Wright en sus sermones ofensivos sobre los Estados Unidos; simplificar, estereotipar y amplificar lo negativo hasta el punto en que eso distorsione la realidad. El hecho es que los comentarios que se hicieron y las cuestiones que emergieron en las últimas semanas reflejan la complejidad de la situación racial en este país, que nosotros jamás deslindamos, –una parte de nuestra unión que nos queda aun por perfeccionar–, y si dejamos la cuestión sin solucionar ahora, si renunciamos a nuestros cantos, jamás podremos unirnos y resolver desafíos como la sanidad, la educación o la necesidad de encontrar buenos empleos para todos los norteamericanos. Comprender esa realidad requiere que recordemos como llegamos a este punto. Como William Faulkner escribió: ‘El pasado no está muerto y enterrado; en verdad, ni siquiera es pasado’. No necesitamos recitar aquí una historia de la injusticia racial en este país. Pero necesitamos recordar que muchas de las disparidades que existen hoy en la comunidad negra nos remiten directamente a las desigual14
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dades que generaciones anteriores sufrieron bajo el legado brutal de la esclavitud y de las leyes de segregación racial. Escuelas segregadas eran, y continúan siendo escuelas inferiores; el problema aún no está resuelto, 50 años después de la decisión del proceso Brown contra el Consejo de Educación –Que prohibió la discriminación racial en las escuelas norteamericanas, en 1954–. La educación inferior que ofrecían entonces, como ahora, ayuda a explicar el omnipresente diferencial de realizaciones entre los estudiantes blancos y negros. La discriminación legalizada –bajo la cual a los negros se les impedía, muchas veces mediante violencia como adquirir propiedades, o bajo la cual empresarios negros no conseguían préstamos, o propietarios negros de inmuebles no obtenían financiación de la Autoridad Federal de la Vivienda, o trabajadores negros eran excluidos de los sindicatos y de los departamentos de policía y bomberos– impidió que muchas familias negras acumularan patrimonio que pudieran legar a las futuras generaciones. La Historia nos ayuda a entender la disparidad de riqueza y renta entre blancos y negros, y las bolsas de pobreza que persisten en tantas comunidades urbanas y rurales. La falta de oportunidades económicas para los hombres negros, y la vergüenza y frustración que surgían ante la incapacidad de sustentar una familia, contribuyeron a la erosión de las familias negras; un problema que las políticas de asistencia social adoptadas por muchos años ayudaron a agravar. Y la falta de servicios básicos en muchos barrios urbanos negros –parques en los que los niños puedan jugar, patrullas de la policía, recogida regular de basuras, aplicación de los códigos de edificación– ayudaron a crear un ciclo de violencia, ruina y negligencia que continúan hiriéndonos. Esta es la realidad en la que el reverendo Wright y otros negros de su generación crecieron. Ellos llegaron a la mayoría de edad al final de los años cincuenta e inicio de los sesenta, un momento en que las leyes de segregación continuaban en vigor en el país y en que las oportunidades les eran negadas sistemáticamente. Lo que es notable no es que muchos de ellos hayan fracasado ante la discriminación, sino que tantos hombres y mujeres hayan superado las circunstancias adversas; que tantos de ellos hayan conseguido encontrar caminos que los sacasen de un 15
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callejón sin salida y abriesen nuevas posibilidades para personas como yo, que vinieron después de ellos; más aun, que muchos hayan luchado y conseguido conquistar su versión del sueño americano porque muchos otros no encontraron éxito –las personas que, de una manera o de otra, terminaron derrotadas por la discriminación–. Ese legado de derrota fue transmitido a futuras generaciones: los jóvenes, tanto hombres como cada vez más mujeres, que vemos parados en las esquinas o encerrados en las prisiones, sin esperanza o perspectiva de futuro. Incluso para los negros que conquistaron el éxito, cuestiones de raza y racismo continúan influyendo fundamentalmente en su visión del mundo. Para los hombres y mujeres de la generación del reverendo Wright, las memorias de la humillación, duda y miedo no se fueron, y lo mismo se puede decir sobre la rabia y la amargura de aquellos años. Esa rabia tal vez no sea expresada en público, ante los colegas de trabajo o amigos blancos. Pero encuentra expresión en las conversaciones de barbería o en torno a la mesa del comedor. Ocasionalmente, esa rabia es explotada por los políticos, que intentan obtener votos locales manipulando la cuestión racial, o como forma de compensar los defectos de esos líderes y, ocasionalmente, ella encuentra expresión en la iglesia en una mañana de domingo. El hecho de que tanta gente se sorprenda ante la rabia en la voz del reverendo Wright en sus sermones solo sirve para recordarnos el viejo dicho de que el momento más segregado de la vida nacional son las mañanas del domingo. Esa rabia no siempre es productiva; de hecho, muchas veces distrae la atención que debería ser dedicada a la solución de problemas reales; nos impide considerar de manera franca nuestra complicidad respecto a la condición en que vivimos e impide que la comunidad negra forme las alianzas que necesita para promover cambios reales. Pero la rabia es real, es poderosa y simplemente desear que no exista, condenarla sin comprender sus raíces, solo servirá para agrandar el foso de incomprensión que existe entre las razas. En verdad, rabia semejante existe en ciertos segmentos de la comunidad blanca. La mayor parte de los norte– americanos blancos de clase baja y media no sienten que su raza les haya proporcionado privilegios especiales. Su experiencia es la experiencia del inmigrante; en lo que 16
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les concierne, todo lo que obtuvieron fue construido por el esfuerzo propio; nada les fue dado. Ellos trabajaron con ahínco toda la vida, y muchas veces sus empleos terminaron exportados o sus pensiones fueron liquidadas en escándalos financieros después de una vida entera de trabajo duro. Ellos sienten ansiedad en cuanto a su futuro y sienten que sus sueños están pasando sin realizarse en una era de salarios estancados y competición global. La oportunidad que surge en otras tierras representa falta de oportunidad aquí –la realización de otros sueños ocurre a costa de los suyos–. Así, cuando ellos son obligados a enviar a sus hijos a una escuela al otro lado de la ciudad por motivo de integración racial, cuando descubren que un compañero de trabajo negro lleva ventaja en la selección para un buen puesto o que un estudiante negro tiene preferencia para una beca universitaria debido a injusticias que no fueron cometidas por ellos cuando son informados de que el miedo al crimen urbano representa una forma de prejuicio racial, acumulan resentimientos. Como la rabia en la comunidad negra, esos resentimientos ni siquiera son expresados en momentos de convivencia. Pero ayudan a dar forma al paisaje político del país, a lo largo de la última generación. La rabia en cuanto a la asistencia social es la acción afirmativa que ayudó a crear la llamada coalición Reagan. Los políticos, de forma rutinaria, explotan el miedo al crimen para fines electorales. Algunos presentadores de programas de entrevistas y columnistas conservadores construyeron sus carreras demoliendo falsas alegaciones de racismo, pero también descartando discusiones legítimas de injusticia y desigualdad racial, clasificándolas como banales correcciones políticas o ejemplos de racismo inverso. De la misma manera que la rabia negra muchas veces se probó contraproducente, esos resentimientos blancos distrajeron la atención de los verdaderos responsables de la presión que la clase media viene sufriendo: un gobierno y un sistema político dominados por grupos de presión e intereses particulares; políticas económicas creadas para favorecer a unos pocos en detrimento de muchos. Y, por eso, ignorar los resentimientos de los norteamericanos blancos, o clasificarlos como equivocados o racistas, también sirve para ampliar la división entre las razas y para bloquear el camino del entendimiento. 17
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Es este el punto en el que estamos ahora. Se trata de un punto muerto racial en el cual vivimos hace años. Al contrario de las alegaciones de algunos de mis críticos, blancos y negros, jamás fui ingenuo hasta el punto de creer que podíamos superar nuestras divisiones raciales en un único ciclo electoral o por medio de una única candidatura –especialmente una candidatura tan imperfecta como la mía. Pero aseveré mi firme convicción –enraizada en mi fe en Dios y en el pueblo de los Estados Unidos– de que trabajando juntos seremos capaces de curar algunas de nuestras viejas heridas raciales, y que de hecho no nos queda otra opción que continuar el camino de una unión más perfecta. Para la comunidad negra, ese camino significa aceptar los fardos del pasado sin que nos volvamos víctimas de él. Significa continuar insistiendo con plena justicia en todos los aspectos de la vida norteamericana. También significa combinar nuestras quejas específicas –la búsqueda de mejor sanidad, mejor educación, mejores empleos– con las aspiraciones más amplias de todos los norteamericanos –la mujer blanca que lucha para superar las restricciones al avance profesional femenino, el hombre blanco que perdió el empleo, el inmigrante que intenta alimentar a su familia–. Y eso significa aceptar plena responsabilidad por nuestras vidas, exigiendo más de nuestro país y pasando más tiempo con nuestros hijos; leyendo para ellos, enseñándoles que, aunque puedan encontrar desafíos y discriminación en sus vidas, jamás deben sucumbir a la desesperación o al cinismo. Deben creer siempre en que les será posible escribir su destino. Irónicamente, ese concepto fundamentalmente americano –y, sí, conservador– de ‘Ayúdate a ti mismo’ encontraba expresión frecuente en los sermones del reverendo Wright. Pero lo que mi antiguo pastor muchas veces no conseguía comprender era que iniciar un programa de autoayuda requiere, igualmente, la creencia en que la sociedad es capaz de cambiar. El error profundo de los sermones del reverendo Wright no es que él hubiera hablado del racismo en nuestra sociedad, sino que lo haya hecho como si nuestra sociedad fuera estática, como si ningún progreso hubiese sido realizado, como si este país –un país que permitió a un miembro de su congregación disputar el más alto de los 18
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cargos y crear una coalición de negros y blancos, latinos y asiáticos, ricos y pobres, jóvenes y viejos– estuviera aún encadenada a un pasado trágico. Pero aquello que sabemos –aquello de lo que damos testimonio– es que los Estados Unidos deben cambiar. Ese es el verdadero logro de nuestro país; lo que conseguimos realizar nos da esperanza –la audacia de la esperanza–; lo que podremos y deberemos realizar mañana. En la comunidad blanca, el camino para una unión más perfecta significa reconocer que los problemas de la comunidad negra no existen solo en la cabeza de los negros; que el legado de la discriminación –e incidentes actuales de discriminación, aunque menos evidentes que en el pasado– existen y precisan ser corregidos y no solo con palabras, sino mediante hechos –inversión en nuestras escuelas y comunidades, defensa de los derechos civiles y de juicios justos en los tribunales criminales, creación de oportunidades que permitan a la actual generación una ascensión imposible para generaciones pasadas–. Eso requiere que todos los norteamericanos comprendan que sus sueños no necesitan ser realizados a costa de sueños ajenos; que invertir en sanidad, bienestar y educación de niños blancos, negros y marrones en último término ayudará al país en su conjunto a prosperar. Aquello que necesitamos, por tanto, es nada más, y nada menos, que aquello que todas las grandes religiones del mundo piden: que hagamos a los otros aquello que nos gustaría que nos fuese hecho. La Biblia pide que protejamos a nuestros hermanos y hermanas. Debemos encontrar en los otros el interés que nos une y nuestras políticas deberían reflexionar sobre este hecho. Pues bien, tenemos una elección que hacer, en nuestro país: podemos aceptar una política que fomente la división, el conflicto y el cinismo; podemos tratar de la cuestión racial solo como espectáculo –como lo hicimos en el juicio de OJ–, o solo en momentos de tragedia –como lo hicimos después del Katrina, como munición para las noticias nocturnas–; podemos exhibir los vídeos del reverendo Wright en todos los canales, todos los días, y hablar sobre ellos hasta la elección, y hacer como que la única cuestión a ser debatida en el pleito sea la posibilidad de que yo esté de acuerdo o simpatice de alguna manera con las más ofensivas de sus palabras; podemos explotar un fallo de 19
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algún asesor de Hillary, o podemos especular si todos los hombres blancos votarán a McCain, sin importar cuáles son sus opiniones políticas. Podemos actuar así. Pero, en caso de que lo hagamos, les puedo afirmar que, en la próxima elección, estaremos hablando sobre otra distracción, y después otra, y otra más; y nada cambiará jamás. Esa es una opción. O podemos, en este momento, en esta elección, unirnos y exclamar: ‘¡Esta vez, no!’ Esta vez, queremos hablar sobre las escuelas decadentes que están robando el futuro de niños negros, blancos, asiáticos, hispanos e indígenas. Esta vez podemos tal vez, rechazar el cinismo que nos dice que esos niños son incapaces de aprender, que esos niños de apariencia diferente de la nuestra son problema de otra persona. Los niños de los Estados Unidos no son ‘esos niños’; son nuestros niños, y no permitiremos que queden atrás en la economía del siglo XXI. No esta vez. Esta vez queremos discutir sobre las colas repletas de blancos, negros e hispanos desprovistos de planes de sanidad de primeros auxilios; personas que no tienen la posibilidad de superar solas los intereses particulares de Washington, pero que podrían hacerlo estando unidos. Esta vez queremos hablar sobre las fábricas abandonadas que en el pasado ofrecían una vida decente a hombres y mujeres de todas las razas, y sobre las casas en venta que en el pasado pertenecieron a personas de todas las religiones, todas las regiones, todas las ocupaciones. Esta vez queremos hablar sobre el hecho de que el verdadero problema no es que alguien de apariencia diferente pueda tomar nuestro empleo, sino que la empresa para la que alguien trabaja pueda decidir trasladar ese empleo a otro país en busca de beneficios. Esta vez queremos hablar sobre hombres y mujeres de todos los colores y credos, que sirven unidos, y luchan unidos, y sangran unidos, bajo la misma orgullosa bandera. Queremos hablar sobre cómo traerlos a casa de una guerra que no debería haber sido autorizada, que jamás debería haber comenzado. Y queremos hablar sobre cómo debemos demostrar nuestro patriotismo, cuidando de ellos y de sus familias y proporcionándoles los beneficios que conquistaron. Yo no estaría disputando la presidencia en caso de no creer de corazón que es eso lo que la inmensa mayoría de 20
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los norteamericanos desea para el país. Nuestra unión tal vez jamás sea perfecta, pero generación tras generación demostraremos que siempre puede ser mejorada. Y hoy, siempre que me veo cínico o en duda en relación a esa posibilidad, aquello que me da más esperanza es la próxima generación; los jóvenes cuyas creencias y actitudes y disposición a los cambios ya hicieron historia en esta elección. Existe una historia en especial que me gustaría compartir con ustedes, hoy. Una historia que conté cuando tuve el gran honor de discursar en el aniversario del Dr. (Martin Luther) King en su iglesia, la Ebenezer Baptist, en Atlanta. Había una joven voluntaria blanca, Ashley Baia, de veintitrés años, que nos ayudó a organizar nuestra campaña en Florence, en Carolina del Sur. Ella viene trabajando para ayudar a organizar una comunidad formada mayoritariamente por negros, desde el inicio de la campaña, y un día participó en una mesa redonda en la que todo el mundo contó su historia y explicó los motivos de su presencia allí. Ashley contó que, cuando ella tenía nueve años, su madre enfermó de cáncer y, como tenía que perder días de trabajo, terminó despedida y perdió su seguro sanitario. La familia tuvo que pedir asistencia social, y fue entonces cuando Ashley decidió que tenía que hacer alguna cosa para ayudar a su madre. Ella sabía que la comida era uno de los mayores gastos de la casa, y por eso convenció a su madre de que la comida que ella prefería eran sándwiches de pan con mostaza y salsa inglesa. Porque era la comida más barata. Lo hizo durante un año, hasta que su madre mejoró, y contó a todo el mundo en la mesa redonda que el motivo para unirse a nuestra campaña era ayudar a los millones de niños del país que quieren y necesitan ayudar a los padres. Ashley, con certeza podría haber hecho una elección distinta. Alguien podría haberle dicho en algún momento que el motivo de los problemas de su madre eran los negros, que vivían de la asistencia social por ser demasiado perezosos para trabajar, o los hispanos, que llegan al país ilegalmente. Pero ella no lo ceyó. En lugar de eso, buscó aliados en su lucha contra la injusticia. Cuando Ashley terminó su historia, preguntó a los demás por qué se habían unido a la campaña. Cada uno 21
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tenía historias y razones propias. Muchos mencionaron una cuestión específica. Y, por fin, llegó el turno de un viejo negro que había asistido a todo aquello en silencio. Ashley preguntó por qué estaba allí. Y él no mencionó un motivo específico. No citó la sanidad o la economía, la educación o la guerra. No dijo que estaba allí por causa de Barack Obama. Simplemente, dijo a todos los presentes: ‘Estoy aquí por causa de Ashley’. En sí, aquel momento único de reconocimiento entre una joven blanca y un viejo negro no es suficiente. No es suficiente que ofrezcamos salud a los enfermos, trabajo a los desempleados o educación a los niños. Pero es así como debemos empezar. Así nuestra unión se hará más fuerte, y como tantas generaciones percibieron a lo largo de los 221 años desde que aquel grupo de patriotas firmó aquel documento en Filadelfia; así es como comienza la perfección. Traducción de Raúl Gómez
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DISCURSO PRONUNCIADO POR EL JEFE SEATTLE, QUE LE DA NOMBRE A LA CIUDAD DE SEATTLE. El presidente, en Washington, manda decir que desea comprarnos nuestra tierra. Pero, ¿cómo se puede comprar o vender el cielo o la tierra? La idea nos es extraña. Si no somos dueños del aire o del agua, ¿cómo podríais comprarla? Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja brillante de pino. Cada grano de arena. Cada niebla en los bosques oscuros. Cada arroyo. Cada insecto que zumba. Todos son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. Conocemos la savia que corre dentro de los árboles, como conocemos la sangre que recorre nuestras venas. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas. El oso, el ciervo, la gran águila son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, las hierbas del prado, el cuerpo caliente del caballo, y el hombre; todos pertenecen a la misma familia. El agua brillante que se mueve en los arroyos y ríos no es solo agua, sino la sangre de nuestros ancestros. Si os vendemos nuestra tierra, debéis recordar que es sagrada. Cada reflejo en el agua clara de los lagos habla de hechos y memorias en la vida de mi pueblo. El murmullo de las aguas es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos. Ellos sacian nuestra sed. Transportan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Así que debéis tener para con los ríos las cortesías que tendríais con un hermano. Si os vendemos nuestra tierra, recordad que el aire es precioso para nosotros. Que el aire comparte su espíritu con toda la vida que alimenta. El viento que le dio su primer aliento a nuestro abuelo también recibió su último suspiro. El viento también les da a nuestros hijos el espíritu de vida. Así que, si os vendemos nuestra tierra, debéis mantenerla apartada y sagrada, como un sitio donde el hombre puede ir a probar el viento, endulzado por las flores del prado. ¿Les enseñaréis a vuestros hijos lo que nosotros les hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre? 23
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Lo que le pasa a la tierra les pasa a los hijos de la tierra. Esto lo sabemos. La tierra no le pertenece al hombre. El hombre le pertenece a la tierra. Todas las cosas están relacionadas, como la sangre, que nos une a todos. El hombre no tejió la tela de la vida, es solo una hebra de ella. Lo que le haga a esa tela se lo hace a sí mismo. Una cosa sabemos: que nuestro Dios es también vuestro Dios. La tierra es preciosa para Él. Y dañar la tierra es expresar desprecio por su creador. Vuestro destino es un misterio para nosotros. ¿Qué pasará cuando todos los búfalos hayan sido matados? ¿Cuando los caballos salvajes hayan sido domados? ¿Qué pasará cuando los rincones secretos del bosque se carguen con el olor de muchos hombres y la visión de las colinas quede oculta por los hilos para hablar? ¿Dónde estará el matorral? No estará más. ¿Dónde estará el águila? No estará más. ¿Y qué significa decir adiós al caballo rápido y la cacería, sino el fin de la vida y el comienzo de la supervivencia? Cuando el último hombre rojo haya desaparecido con su pradera, y su recuerdo sea sólo la sombra de una nube pasando sobre la tierra, ¿seguirán aquí estas playas y bosques? ¿Quedará algo del espíritu de mi pueblo? Amamos esta tierra como un recién nacido que ama el latido del corazón de su madre. Así que, si os vendemos nuestra tierra, amadla como nosotros la hemos amado. Cuidadla como la hemos cuidado. Recordad esta tierra como es cuando la recibís. Preservad la tierra para todos los hijos, y amadla como Dios ama a todos. Como nosotros somos parte de la tierra, vosotros también lo sois. Esta tierra nos es preciosa, y es preciosa para vosotros también. Una cosa sabemos: que hay un solo Dios. Ningún hombre, sea rojo o blanco, puede apartarse. Somos hermanos, después de todo. Joseph Campbell.
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EL MIEDO CAUSADO POR LA INTELIGENCIA Cuando Winston Churchill, aún joven, terminó de pronunciar su primer discurso en la Cámara de los Comunes, preguntó a un viejo parlamentario, amigo de su padre, qué le había parecido su actuación. El anciano puso la mano en el hombro de Churchill y le dijo en tono paternal: “Joven, cometió un gran error. Fue demasiado brillante en este su primer discurso. ¡Eso es imperdonable! Debía haber empezado un poco más en la sombra. Debía haber titubeado un poco. Con la inteligencia que demostró hoy, debe haberse granjeado, como mínimo, unos treinta enemigos. “El talento asusta”. Esa era una de las mejores lecciones que un viejo sabio pudiera dar al pupilo que se iniciaba en una carrera difícil. Vale la pena recordar una famosa frase de Ruy Barbosa: “Hay tantos tontos mandando a hombres inteligentes que, a veces, pienso que la tontería es una ciencia”. La mayor parte de las personas encumbradas en posiciones políticas es mediocre y tiene un no disimulable miedo de la inteligencia. Tenemos que admitir, por otro lado, que, de un modo general, los mediocres son más obstinados en la conquista de posiciones importantes. Saben ocupar los espacios vacíos, dejados por los talentosos displicentes que no revelan el ansia de poder. Pero, hay que tener en consideración que esos mediocres, oportunistas y ambiciosos, tienen el hábito de defender bien las posiciones conquistadas; con verdaderas murallas de granito que los talentosos no consiguen atravesar. En todas las áreas encontramos esas fortalezas inexpugnables a los lúcidos. Dentro de este razonamiento, que podría ser una extensión del Elogio de la Locura, de Erasmo de Rótterdam, estamos obligados a admitir que una persona necesita fingir que es tonta si quiere vencer en la vida. 25
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Es pecado hacer sombra a alguien, incluso en una conversación social. Así como un grupo de señoras burguesas, bien casadas, boicotea, automáticamente, la entrada de una joven mujer bonita en su círculo (con miedo de perder a los maridos), también los encumbrados mediocres se cierran como ostras ante la simple aparición de un talentoso joven que los pueda amenazar. Ellos conocen bien sus limitaciones, saben cómo les cuesta desempeñar tareas que los más dotados realizan con total facilidad... En fin, en la medida en que admiran la facilidad con que los más lúcidos resuelven problemas, los mediocres los repudian para defenderse. Es una paradoja angustiosa. Infelizmente, tenemos que vivir con estas reglas absurdas que transforman la inteligencia en una especie de desventaja ante la vida. Qué sabio el viejo consejo de Nelson Rodrigues... “Fíngete idiota, y tendrás el cielo en la tierra”. El problema es que a los inteligentes les gusta brillar. Que Dios los proteja, entonces, de los mediocres...
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Hamilton Naki, un sudafricano negro de 78 años, murió. Esto no sería noticia, pero su historia es una de las más extraordinarias del siglo XX. The Economist la escribió. Naki era un gran cirujano, fue el encargado de extraer el corazón del cuerpo del donante; el corazón que fue transplantado al pecho de Louis Washkanky en diciembre de 1967 en la ciudad del Cabo, en África del Sur. Fue la primera intervención quirúrgica de transplante cardíaco en humanos con éxito. Un trabajo delicadísimo, pues hay que preservar el corazón del donante en óptimas condiciones, y actuar con diligencia. Naki era quizás el segundo hombre más importante del equipo que hizo este transplante, el primero de la historia que culminó con éxito, pero no podía aparecer como tal, porque era negro en el país del apartheid. El cirujano jefe del equipo, el blanco Chistian Barnard, fue una celebridad instantánea, pero Hamilton Naki no podía estar en la foto del grupo. Cuando apareció en una, por descuido, el hospital informó que era un celador. Naki usaba bata y máscara, pero jamás estudió medicina quirúrgica, había dejado los estudios a los 14 años, solo era un jardinero en la Facultad de Medicina de la Ciudad del Cabo, pero aprendía deprisa y era curioso. En la clínica quirúrgica de la Facultad de Medicina, donde los médicos practicaban las técnicas de transplante con perros y cerdos, Naki limpiaba las pocilgas, y aprendió cirugía asistiendo a las prácticas con animales. Se volvió un cirujano excepcional, hasta tal punto que Barnard lo fichó para su equipo. Quebrantando las leyes de Sudáfrica, Naki, negro y sin poder operar pacientes blancos, ni siquiera tocar su sangre, se convirtió en cirujano clandestino; el hospital hizo una excepción con él. Así se convirtió en cirujano clandestino. Era el mejor cirujano, daba clases a los estudiantes blancos, pero tenía el salario de técnico de laboratorio; lo máximo que podía pagar el hospital a un negro. 27
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Vivía en una barraca, sin luz eléctrica ni agua corriente, en un gueto de la periferia. Hamilton Naki enseñó cirugía durante cuarenta años, y se jubiló con una pensión de jardinero de doscientos setenta y cinco dólares al mes. Cuando terminó el apartheid le dieron una condecoración y un diploma de “Médico Honoris Causa”. Nunca reclamó por las injusticias que sufrió durante toda su vida.
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Hoy me he encontrado, leyendo la revista Quo, con la verdad sobre cuarenta y tres de las mentiras históricas, culturales y religiosas más repetidas de todos los tiempos. Tras una hora y pico de copiado (se hace pesado), os dejo con el artículo completo. No sé si todo lo que se dice aquí es verdad, pero a mí me han sorprendido varias de las mentiras que tenía por completamente ciertas, entre otras cosas, porque llevo escuchándolas desde pequeña; las tres carabelas de Colón, los tesoros de los piratas o el caso de Robin Hood, etc. 1. BIN LADEN no fue el primero en atacar a EE. UU. en su propio territorio nacional. Ese “mérito” le corresponde a Pancho Villa, quien en 1916 cruzó Río Grande y atacó la ciudad de Columbus, en Nuevo México, donde mató a siete personas. La invasión duró menos de diez horas. 2. LAS TRES CARABELAS DE COLÓN SOLO FUERON DOS. La Pinta y la Niña. Porque la tercera nave que participó en el descubrimiento de América era una nao, otro tipo de barco de mayor tamaño. Se llamaba María Galante, pero Colón la rebautizó como Santa María. 3. LAS BRUJAS DE SALEM NO FUERON QUEMADAS EN LA HOGUERA. Pero que nadie piense que las indultaron. En realidad fueron ahorcadas, que era la pena que las comunidades protestantes y calvinistas solían dictar para los casos de hechicería. 4. NAPOLEÓN NO ERA TAN BAJITO. De hecho, medía 1,68 cm., una estatura aceptable para su época, e incluso superaba por 4 cm. al duque de Wellington, su gran enemigo. 5. EN CASABLANCA, Bogart nunca pronuncia la frase: “Tócala otra vez, Sam”. En realidad, la frase exacta es: “Tócala, Sam. Toca”. (“As time goes by”), y la recita Ingrid Bergman. Para acabar de arruinar el mito, el actor que hacía de Sam (Dooley Wilson) solo cantaba, ya que no sabía tocar el piano. El acompañamiento se incorporó en el estudio. 6. LOS VIKINGOS NO LLEVABAN CASCOS CON CUERNOS. Fue una invención del pintor sueco Gustav Malstrom en las ilustraciones que realizó en 1820 para 29
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el poema épico “Frithiof´s Saga”. El propósito de estos cuernos irreales era retratar a los feroces guerreros del Norte como seres casi demoníacos. 7. LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS, realmente duró 116, de 1337 a 1453, año en que los reyes de Inglaterra y Francia (los países en conflicto) pusieron fin a las hostilidades. 8. EL ESTRANGULADOR DE BOSTON, Albert de Salvo, no estrangulaba a sus víctimas. Al menos, no a todas. Únicamente asesinó de ese modo a la primera; en cambio, a las otras doce las mató a golpes o puñaladas. 9. GEORGE WASHINGTON no fue el primer presidente de EE. UU. Al estallar la revolución americana en 1714, una comisión de notables eligió a Peyton Randolph, de manera provisional, para ese cargo. Tras su dimisión, ocho personas actuaron como presidentes en funciones hasta 1789, año en que por fin se aprobó la Constitución americana y se celebraron las primeras elecciones al cargo, en las que Washington fue finalmente elegido. 10. WALT DISNEY NO SABÍA DIBUJAR y nunca diseñó ninguno de sus famosos personajes. Durante muchos años se dijo que Mickey Mouse había sido creado por él, pero ahora sabemos que fue obra exclusiva del dibujante Ub Wickers, quien le dejó a Disney compartir la autoría para devolverle un favor. 11. LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE FUE EN NOVIEMBRE. Realmente (y según el actual calendario gregoriano), comenzó el 7 de Noviembre, cuando Lenin se sublevó en Petrogrado contra el gobierno de Kerensky. Lo que ocurre es que Rusia se regía aún por el llamado calendario juliano (obsoleto en el resto del mundo occidental desde el año 1582), según el cual, la fecha corresponde al 25 de octubre. 12. HERNÁN CORTÉS NUNCA QUEMÓ SUS NAVES. Según el relato de Bernal Díaz del Castillo, el cronista que acompaño a la expedición durante la conquista de México, lo que hizo fue embarrancarlas y barrenarlas, para abrir vías de agua. Además, Cortés dejó una intacta, para que fuera a Cuba a solicitar el envío de más víveres y tropas. 13. LOS HARLEM GLOBETROTTERS no eran de Harlem sino de Chicago, ciudad en la que se fundó el equipo en el año 1926, pero se pusieron ‘New York Globe30
Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas, no te preocupes de la finalidad de tu amor. Nervo
Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando. Tagore
A veces el silencio es la peor mentira. Victor Hugo
Es más facil quedar bien como amante que como marido, porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días. Balzac
La guerra apesta, porque morir apesta. No creo que nadie jamás en la historia haya tenido una razón lo suficientemente grande para mandar a nadie morir.
Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrentar la demasía, a templar la guía, a mitigar la ira... Séneca
Si me engañas una vez, la culpa es tuya, si me engañas dos veces la culpa es mía. Anexágoras