NOS ATREVEMOS A DECIR. Reverendísimo Señor Obispo Paul J. Bradley Obispo de Kalamazoo

Reverendísimo Señor Obispo Paul J. Bradley Obispo de Kalamazoo C ARTA PA S TO RA L PA R A L A D I Ó C E SI S DE K AL AM AZOO Una invitación para abri

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Reverendísimo Señor Obispo Paul J. Bradley Obispo de Kalamazoo C ARTA PA S TO RA L PA R A L A D I Ó C E SI S DE K AL AM AZOO

Una invitación para abrir con audacia la puerta a una vida plena en la fe

NOS ATREVEMOS A DECIR

NOS ATREVEMOS A DECIR Una invitación para abrir con audacia la puerta a una vida plena en la fe Carta Pastoral Para La Diócesis De Kalamazoo Diciembre del 2012

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POR EL REVERENDÍSIMO SEÑOR OBISPO PAUL J. BRADLEY OBISPO DE KALAMAZOO

“Aguardando la Feliz Esperanza”

DIÓCESIS DE KALAMAZOO Arte de la Portada: Catedral de San Agustín, Terry L. Hageman

TABLA DE CONTENIDO

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UNA FE AUDAZ Y ATREVIDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

II. SOMOS CREACIÓN DE DIOS — SOMOS FAMILIA DE DIOS.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 III. EL REGALO MAS PRECIOSO DE DIOS — SU HIJO; NUESTRA RESPUESTA — EL DON DE LA FE . . . . . . . . . . . 10 IV. LA FE CONDUCE A UNA VIDA AUDAZ EN EL CUERPO DE CRISTO, LA IGLESIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 V. LA FE CONSTRUYE LA COMUNIÓN Y CONDUCE A LA MISIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 VI. LO QUE LA FE NOS LLEVA A HACER — A ATREVERSE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 CREDO

La mejor noticia de todas, es que nuestro Dios amoroso quiere que seamos uno con El aquí en esta vida, y en la vida eterna. Todo lo que se necesita es que nos atrevamos a decir, “!Entra!”

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Querida Familia en la Fe, ¡Saludos en las Buenas Nuevas del amor eterno e incondicional de Dios para todas las personas! Escribo esta carta pastoral con un mensaje de alegría y de esperanza arraigada en el saludo del amor asombroso y libre de Dios para ti, para mí, para nosotros. Como padre espiritual de la familia en la fe, y como compañero en el camino de la vida, me acerco a través de esta carta a todas las mujeres y hombres en los nueve Condados del Suroeste de Michigan que considero miembros de la Familia de Dios, en la fe. Y en esta, una familia, saludo a los católicos activos y practicantes, a los católicos alejados y desconectados, a los hermanos cristianos, a los que creen en Dios, e incluso a los que actualmente, no profesan ninguna fe. Espero sinceramente que podrán leer esta carta con un corazón abierto y receptivo, y que permitirán que el amor de Dios nuestro Padre, a través del misterio salvífico de su Hijo, por el poder del Espíritu Santo, renueve y profundice su fe en Dios, y reavive su amor por Dios, así como por sus vecinos — sus compañeros peregrinos en el camino de la vida.

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NOS ATREVEMOS A DECIR I. UNA FE AUDAZ Y ATREVIDA

Para aquellos de nosotros que nos identificamos como cristianos — los que creen que Jesucristo es el Hijo de Dios que trajo la salvación al mundo por medio de su sufrimiento, muerte y resurrección — Nuestra fe es audaz, fuerte, centrada en la realidad — llena de esperanza y vivificante. No sólo creemos que el Dios de todo el universo — el Dios que creó todo el mundo y sostiene esa creación — nos ama incondicionalmente; creemos que Dios se hizo uno con nosotros en nuestra humanidad en el nacimiento de Su Hijo, Palabra hecha carne, y la manera como El vivió su existencia humana que es la misma que vivimos. La carta a los Hebreos lo expresa muy bien: “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4:15). Jesús nos enseñó que Dios no era un ser para ser temido, sino más bien una familia trinitaria de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y fue Jesús, Dios, nuestro hermano, quien nos enseñó a ser tan audaces y atrevidos como para llamar a Dios con uno de los nombres más íntimos y amorosos que conocemos como seres humanos. Cuando Jesús nos enseñó a orar, Él nos dijo que utilizáramos las mismas palabras que él utilizaba cuando hablaba con su Padre: “Abba”, que significa “padre”. En la completa sumisión a la voluntad de su Padre, con la muerte y la resurrección, Jesús reconcilió al mundo con el Padre de una vez por todas. Y al hacerlo, se nos ha dado la

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NOS ATREVEMOS A DECIR esperanza de pasar a la eternidad con Dios en el cielo cuando nuestro tiempo en este mundo haya terminado. Como seguidores de Cristo, compartimos los principios básicos de nuestra fe. Para aquellos de nosotros que somos católicos, nos atrevemos a creer que Jesús, el Hijo de Dios, permanece con nosotros a través del don más maravilloso de la Sagrada Eucaristía. También nos atrevemos a creer que a través de la Eucaristía, Jesús nos da Su Cuerpo y Su Sangre, Alma y Divinidad, para ser nuestro alimento y bebida espiritual. En cada Misa, justo antes de recibir la Sagrada Comunión, el sacerdote introduce la oración del “Padre Nuestro” con estas palabras: “Fieles a la recomendación del. Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir...” Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Esta es la fe de la cual les escribo, con la esperanza de que también se atrevan a creer — se atrevan a optar por seguir a Cristo y vivir su fe con convicción. He escrito a propósito esta carta pastoral durante el “Año de la Fe”, al cual nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI ha hecho un llamamiento a toda la Iglesia universal a observar del 11 de octubre de 2012 hasta la Solemnidad de Cristo Rey, el 24 de noviembre de 2013. En el anuncio de este año especial, el Papa emitió una carta apostólica titulada: La Puerta de la Fe (Porta Fidei). Las palabras de este título, se encuentran en Hechos de los Apóstoles (14:27) en referencia a los heroicos esfuerzos evangélicos misioneros de San Pablo, quien ayudó a abrir la puerta de la fe a la gente de todo el mundo. En su carta, el Santo Padre escribe: “El conocimiento de la fe abre una puerta a la plenitud del misterio salvífico revelado por Dios” (#18). La imagen de la puerta de la fe, está llena de significado. Una puerta puede abrirse o cerrarse. Una puerta puede invitar, una puerta puede excluir. Tenemos la libertad de elegir abrir, y de entrar por la 5

NOS ATREVEMOS A DECIR puerta, o dejar la puerta cerrada. La Luz del Mundo, es una pintura clásica de William Holman Hunt (1854), que muestra a Jesús llamando a la puerta. El artista creó la pintura, para ilustrar el v ersículo de la Escritura: “He aquí, que yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta (entonces) yo entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Lo que hace que esta pintura sea particularmente interesante es que el mango sólo se encuentra del lado de adentro de la puerta. En otras palabras, Jesús quiere entrar en nuestros corazones, pero la decisión de “abrir la puerta” a una relación con Él — la decisión de “abrir la puerta de la fe” — ¡es nuestra elección! Es con preocupación amorosa que les extiendo esta misma invitación a los que lean esta carta para abrir la puerta de la fe. Tal vez haya algunos que nunca han aceptado una invitación a la fe. Es posible que haya otras personas que han visto crecer su vida de fe de una manera tibia. Y tal vez haya algunos cuya fe es activa y fuerte, pero que podrían pasar a un nivel más profundo. Si nos detenemos a reflexionar sobre Quién está llamando a la puerta de nuestros corazones - el Dios de todo el universo, que nos ha dado el derecho de llamarlo a Él, nuestro Padre amoroso — Yo creo que también nosotros daríamos ese paso audaz para profesar: “Yo creo”. Por esta razón he titulado esta carta pastoral: Nos atrevemos a decir. Como personas de fe, debemos ser audaces e incluso valientes, sobre todo ahora que estamos viviendo en una época, cuando la fe y la creencia son cada vez menos populares y están bajo ataque. Algunos ven la fe y la religión como algo bueno pero como una tradición anticuada. Otros la ven como un tipo de práctica pintoresca o supersticiosa. Algunos piensan que es responsable ir a la iglesia los domingos, pero eso es todo hacia donde la fe debe ir. Sin embargo, nuestra fe católica proclama la Buena Nueva de que: el Dios de todo el universo es nuestro Padre amoroso que nos ama incondicional y eternamente; que Jesucristo está vivo y presente entre nosotros en la Verdad de la Palabra de Dios revelada y en 6

NOS ATREVEMOS A DECIR todos los sacramentos, sobre todo en la Sagrada Eucaristía, y que el Espíritu Santo de Dios mora en nosotros, los que estamos bautizados y que constantemente nos inspira y nos guía hacia el bien. Y la mejor noticia de todas es, que nuestro Dios amoroso quiere que seamos uno con Él en esta vida, y también en la vida por venir. Todo lo que se necesita es que nos atrevemos a decir: “¡Entra!”

II. SOMOS LA CREACIÓN DE DIOS — SOMOS FAMILIA DE DIOS Todos los seres humanos tenemos por naturaleza elementos básicos y esenciales en común. Buscamos el conocimiento y la verdad, y hemos aprendido que hay muchas maneras en que podemos alcanzar el conocimiento: por medio de la razón, la experiencia y la observación. Sin embargo, como seres humanos, estamos hechos de cuerpo y alma. Es a través de la razón y a través de la fe que podemos llegar a ser la persona entera que Dios nos ha destinado ser. La razón nos lleva a la conclusión de que la persona humana está en el pináculo de la existencia terrenal. También nos damos cuenta de todas las cualidades que nos distinguen del resto de la creación, como la capacidad de reír y de preocuparse, y la característica más singular, es la capacidad de elegir libremente entre el bien o el mal. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, a diferencia de otras criaturas, la persona humana esta “dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos” (#1730). El ser libres, hace a la persona humana única entre todas las criaturas terrenales. El Catecismo también dice: “La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por sí mismos, acciones deliberadas. “Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo” (#1731). Si la razón lleva a la conclusión de que el ser humano está en el pináculo de la existencia terrenal y creado por Dios, entonces la fe nos lleva a la conclusión de que Dios, el creador de todas las cosas, 7

NOS ATREVEMOS A DECIR nos hizo en un mero acto de amor para estar unidos en comunión unos con otros, y con El mismo. Como leemos en el libro del Génesis: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Génesis 1:26-27). También leemos: “El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). El “aliento de vida”, que Dios sopló en nuestros primeros padres, Adán y Eva, y en cada persona que ha vivido desde el comienzo de la historia humana, no sólo permite a nuestro cuerpos mortales humanos empezar a funcionar, sino que también infunde dentro de cada ser humano un alma que tiene un destino eterno. Todos nosotros, en algún momento nos hemos preguntado por qué estamos aquí, por qué estamos vivos, y cual es nuestro propósito. La razón, además de la fe, nos lleva a concluir que no estamos vivos por accidente. Cada uno de nosotros tiene un propósito para estar vivo. Es la fe la que nos ayuda a comprender que Dios nos hizo. Y Él nos creó para que pudiéramos llegar a conocerlo, amarlo, y aprender a vivir nuestras vidas de acuerdo a sus designios en este mundo, y luego, cuando nuestras vidas en este mundo lleguen a su fin, experimentemos la felicidad eterna, unidos con Él para siempre en el Cielo. Por supuesto, ya que Dios nos creó con el precioso don del libre albedrío, la elección final y más importante que vamos a hacer en nuestras vidas es si decidimos aceptar y responder al propósito de Dios para nosotros.

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En el centro mismo de nuestra naturaleza humana, nos encontramos con una tensión entre el deseo de vivir nuestras vidas

NOS ATREVEMOS A DECIR de acuerdo a los caminos de Dios y el deseo de vivir nuestras vidas según nuestras propias reglas. Esa tensión, es el resultado del pecado original que se produjo a partir de la voluntad distorsionada del primer hombre y la mujer de querer ser su máxima autoridad propia, en lugar de tener que rendir cuentas a Dios. Para aquellos de nosotros que hemos sido bautizados, sabemos que uno de los efectos de este sacramento es que somos purificados del pecado original; sin embargo, nunca estamos libres de los efectos del pecado original — incluyendo la tensión de toda la vida a la que nos enfrentamos cuando estamos tomando decisiones entre el bien y el mal, lo correcto e incorrecto, la virtud y el pecado. Aún más poderoso que la inclinación interna hacia el pecado es algo más profundo en nuestro espíritu humano, que constantemente nos recuerda que tenemos el “Aliento de Dios” dentro de nosotros — ¡la chispa de lo divino! En las hermosas palabras de nuestro patrono diocesano, San Agustín, uno de los más famosos maestros de la fe: “Tú nos has hecho para ti, oh Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones 1:1). Esa “inquietud” — esa cierta inquietud dentro de cada uno de nosotros, sólo puede ser satisfecha cuando decidimos unirnos a Dios, nuestro Creador, y descubrimos en nuestra relación con Él la paz que nuestros corazones anhelan. Mientras que Jesús nos ha dado el derecho de atrevernos a llamar a Dios “Padre”, El plan de salvación de Dios para todo el mundo es aún más audaz y atrevidamente sorprendente. El plan de Dios para restaurar la relación entre Él y Su creación humana, que había sido fracturada por el pecado, fue enviar a Su unigénito Hijo para que fuera Dios con nosotros en Cristo Jesús. En el Primer Concilio de Nicea y Primer Concilio de Constantinopla en el siglo IV, lo que creemos acerca del plan de salvación de Dios, fue autenticado, codificado y articulado como un credo, como una declaración de fe, que es compartida por todos los católicos y que hemos conocido como el Credo de Nicea. En estas palabras encontramos la esencia del Evangelio, ¡la Buena Nueva de Jesucristo! 9

NOS ATREVEMOS A DECIR

III. EL REGALO MÁS PRECIOSO DE DIOS — SU HIJO; NUESTRA RESPUESTA - EL DON DE LA FE Mis queridos peregrinos en el camino de la vida, nos atrevemos a decir que este credo es la “puerta”; y que Jesús llama a la puerta de nuestros corazones, de nuestras almas, y de nuestras vidas. La fe es un don de Dios — un regalo que Él extiende a todos. Y Él con paciencia y con amor nos espera para que giremos la manilla y abramos nuestros corazones a la fe y a Su Hijo. Hoy en día, quizás más que nunca, muchas personas se niegan a abrir esa puerta, o, a hacer cualquier lugar para Dios en sus vidas. Para algunos, la fe es irrazonable; para otros, la fe es irrelevante; para otros aún, la fe es secundaria a todas las demás actividades, intereses y preocupaciones del aquí-y-el ahora de sus vidas. Tal vez para aquellos que rechazan la fe o se niegan a abrir la puerta, puede haber algún malentendido de lo que es la fe. La fe no es un conjunto abstracto de reglas y regulaciones; la fe no es lo mismo que pertenecer a un club; a una fraternidad o hermandad; a un partido político o, a una organización. Pero, y ¿Qué es la fe?

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La Carta a los Hebreos ofrece una visión de gran alcance: “La fe es la realización de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Por lo tanto, la fe comienza con esperanza y la esperanza es el resultado de nuestra convicción de que Jesús ha vencido a los máximos enemigos de los seres humanos: el mal, el pecado y la muerte. Por todo lo que Jesús ha hecho, nosotros, podemos vivir con la esperanza, de que nuestras vidas tienen un propósito y un destino. A pesar de que aún no podemos ver lo que nos espera cuando nuestra vida en el mundo se termine, tenemos fe en la evidencia que Jesús nos ha dado, de que Él cumplirá la promesa que ha hecho a quien lo siga. La fe es la voluntad de aceptar la Buena Nueva del Evangelio de Jesucristo. En las palabras del Papa Benedicto XVI, la fe...”no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia” (#11, “La Puerta de la Fe”). La fe, entonces, es entrar en esa relación personal

NOS ATREVEMOS A DECIR con Cristo vivo a través de nuestra pertenencia a la Iglesia, en el Cuerpo de Cristo. La fe católica, ante todo, es una forma de vida basada en la creencia de que Jesucristo es el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Él nos ha dado una nueva manera de vivir nuestras vidas en este mundo hasta que Él venga otra vez.

IV. LA FE CONDUCE A UNA VIDA AUDAZ EN ELEL CUERPO DE CRISTO, LA IGLESIA

Esta nueva manera de vivir nuestras vidas como personas de fe en una relación sacramental, personal y vital con Jesús, es una forma de vida que es compartida con otros católicos y muchos cristianos. En el Credo de Nicea, nuestra profesión de fe comienza con una confesión personal individual: “Yo creo...” Pero cuando lo hacemos en unión con todos los que comparten esa misma creencia, nos damos cuenta de que nuestra fe es a la vez personal y comunitaria. Mientras que cada uno de nosotros hace la opción de “abrir la puerta de la fe”, el camino de la fe no es nunca un viaje de forma aislada, sino que por la naturaleza misma de la Buena Nueva de Jesús, por su sufrimiento, su muerte y resurrección, participamos de su victoria sobre el pecado y la muerte. Cada uno de nosotros es parte de un todo, cada uno de nosotros es un miembro del Cuerpo de Cristo. En el día de nuestro bautismo, comenzamos este viaje de fe con un destino claro de la unión eterna con Dios en el cielo. A medida que avanzamos por la vida en nuestro camino de fe, lo hacemos en unión con todos los hermanos en la fe, con los que nos unimos en el Cuerpo de Cristo a través de bautismo, e integralmente unidos a Cristo mismo, la cabeza del Cuerpo. Como escribió San Pablo: “Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo — judíos y griegos, 11

NOS ATREVEMOS A DECIR esclavos y hombres libres — y todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13). Unidos con todas las personas en la fe a través de la membrecía del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, somos apoyados y fortalecidos en el cumplimiento de nuestra vocación común: Crecer en la santidad de nuestras vidas a través de una conversión diaria (es decir, tratando cada día de cooperar con la gracia de Dios y alejarnos de la influencia del pecado) y una renovación continua y profunda de nuestra relación con Jesús. Jesús resumió nuestra vocación común durante una conversación que tuvo un día con un escriba, funcionario de la ley, que le preguntó cuál de todos los mandamientos de Dios era el más grande. Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39). Nuestra vocación común, es amar a Dios y amarnos unos a otros. Jesús, nuestro modelo, nos mostró cómo vivir, cómo tratar a los demás con respeto y dignidad, incluso a aquellos que nos hacen daño. Nos mostró cómo perdonar, cómo sanar y amar. Jesús vino a nuestro mundo para revelarnos que somos todos hijos del Padre, y que él, como Hijo del Padre, es nuestro Hermano — que El, es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6). Nosotros, los que somos bautizados en Cristo, también estamos comprometidos a vivir nuestras vidas según el ejemplo de Cristo. En el asombroso plan del amor de Dios para la familia humana, Jesús encontró una manera de continuar Su presencia aquí entre nosotros a través del establecimiento de Su Iglesia — lugar de encuentro para todos aquellos que lo siguen y camino para ser apoya12

NOS ATREVEMOS A DECIR dos y alentados a lo largo de nuestro camino de fe. Jesús sabía que cuando su misión en este mundo terminara, él confiaría la misión permanente de la salvación a Su Iglesia. Un día, mientras Jesús y sus apóstoles andaban por el camino, Jesús les preguntó: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que soy?” Los apóstoles comenzaron a informarle a Jesús diversas opiniones. Pero eso no era lo que Jesús quería saber; El necesitaba saber lo que ellos pensaban, y así Él preguntó: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” San Pedro habló con convicción audaz: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús eligió edificar su Iglesia sobre la fe y la convicción de los que fueron sus discípulos, bajo el liderazgo de San Pedro, y sus sucesores. “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mateo 16:15-19). La Iglesia es nuestra casa espiritual, el lugar de encuentro regular de los creyentes para que podamos seguir dando testimonio de la Buena Nueva de Jesús (evangelización) y para que sigamos construyendo el Reino de Dios aquí en este mundo (misión). Y así.... Es en y a través de la Iglesia que: Estamos en contacto con Cristo y entre cada uno. Es en y a través de la Iglesia que: Nos encontramos con el Señor vivo. Que tenemos el privilegio de celebrar la misa, escuchar la sagrada palabra de Dios, y sacramentalmente encontrarnos con Él en el don precioso de Su Cuerpo y de Su Sangre. Jesús prometió que Él siempre estará presente en la Eucaristía, cuando dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: 13

NOS ATREVEMOS A DECIR el que coma de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Juan 6:51). Como escribió el Beato Juan Pablo II recordándonos acerca de la Eucaristía como centro de nuestras vidas: “El Concilio Vaticano II ha proclamado que el Sacrificio Eucarístico es la fuente y cumbre de la vida cristiana. ‘Porque la Santísima Eucaristía contiene toda la riqueza espiritual de la Iglesia: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de vida. A través de su propia carne, ahora se hace viva y vivificante por el Espíritu Santo, Él le ofrece vida a los hombres.’ Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.” (Sobre la Eucaristía en su relación con el Iglesia, #1). Es en y a través de la Iglesia que: Somos fortalecidos y guiados por el Espíritu Santo de Dios a través del Sacramento de la Confirmación, para que podamos vivir una vida de continua conversión del pecado y renovar regularmente nuestros esfuerzos para seguir fielmente a Cristo a través del Sacramento de la Reconciliación, y para que encontremos la curación y consuelo en nuestra debilidad corporal o espiritual a través del sacramento de la Unción de los Enfermos. Es en y a través de la Iglesia que: Nos comprometemos en la vocación de nuestra vida, incluido el amor fecundo, total, fiel y libre en el Sacramento del Matrimonio, y en el ministerio ordenado comprometido mediante el sacramento del Orden Sagrado, así como el tremendo testimonio de vida de la Vida Consagrada Religiosa. Es en y a través de la Iglesia que: Estamos motivados para hacer obras de caridad para ayudar a los necesitados, y trabajar por la justicia en defensa de los oprimidos, de los débiles, de los marginados y de las víctimas de la sociedad.

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NOS ATREVEMOS A DECIR Y así... Es en y a través de esa Iglesia que: Nos atrevemos a decir que nos encontramos con Jesucristo, quien es “el Camino, la Verdad y la Vida” Como el Papa Benedicto XVI, explica: “Tenemos que tener la mirada fija en Jesucristo, ‘que inició y completa nuestra fe’ en El encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación” (La Puerta de la Fe #13).

V. LA FE CONSTRUYE LA COMUNIÓN Y CONDUCE A LA MISIÓN

Nuestro bautismo en Cristo nos da el don de la fe y comienza nuestra vida espiritual en Dios. La Fe se centra en la dimensión más importante de nuestra vida, nuestra relación con Dios y su plan para todas las personas de ser uno con El, tanto en este mundo y en la vida del mundo futuro. Y así, la fe constituye un sentido de comunión con Dios y con nuestros hermanos en la fe, a través de la Iglesia, al proclamar a Jesús como nuestro hermano y nuestro modelo — para ser el modelo para nuestras vidas. La misión de nuestra vida es vivir, actuar y amar como Jesús. A veces el término “practicar nuestra fe” se utiliza en referencia a ser activos en nuestra fe. Y queremos decir con más precisión que estamos cumpliendo con ciertas obligaciones, como ir a misa los domingos y fiestas de precepto. En lugar de “practicar nuestra fe”,

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NOS ATREVEMOS A DECIR quizá sería mejor usar el término “vivir nuestra fe” — en todo lo que hacemos; vivir como una persona que ama a Dios, que cree en Jesús, y que hace todo lo posible para vivir a imitación de Jesús, siguiendo sus enseñanzas comunicadas a través de la Iglesia. La fe significa ser fortalecidos y alimentados por la Eucaristía con el propósito de poner la fe en práctica. La fe conduce a las “buenas obras” que tienen como objetivo mejorar al mundo y construir el Reino de Dios. Santiago nos dice muy claramente: “Pero sed hacedores de la palabra, no tan solamente oidores... la fe por sí sola, si no tiene obras, está realmente muerta” (Santiago 1:22; 2:17). Uno de los ejemplos más concretos de la enseñanza de Jesús sobre este importante punto se encuentra en la parábola del juicio final, a veces conocida como la parábola de las ovejas y los cabritos (Mateo 25:31-46). Jesús relata que al final de los tiempos, Dios reunirá a las personas de todas las naciones y los separará en dos grupos: Las ovejas a Su derecha, y los cabritos a Su izquierda. Los de Su derecha serán invitados a heredar el reino eterno de la gloria que se había preparado para ellos desde el principio de los tiempos; los de Su izquierda serán despedidos y condenados por toda la eternidad. Según el texto, las ovejas a la derecha del Señor fueron recompensadas por haberse entregado en el servicio amoroso a los que estaban en necesidad: los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos, y los encarcelados. Los de la izquierda, las cabras, no hicieron ninguna de esas cosas. Cuando fue preguntado por la oveja de su derecha por qué estaban siendo recompensadas, Nuestro Señor dijo: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron (estos actos de caridad y de justicia) con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron por mí”. Y del mismo modo, a las “cabras” a Su izquierda, el Señor explicó que debido a que ellas no hicieron estos actos de caridad, de amor y de justicia, habían en efecto, ignorado o maltratado a Dios siendo condenadas por toda la eternidad. En este mensaje muy claro, llegamos a comprender que vivir 16

NOS ATREVEMOS A DECIR nuestra fe va más allá de simplemente cumplir con nuestra obligación dominical. Nuestra fe tiene que ser una parte integral de nuestra identidad. Cuando nos planteamos la pregunta “¿Quién soy yo?” deberíamos saber: “Soy un hijo de Dios, y he sido redimido por el amor sacrificial de Cristo, y yo soy uno en el Espíritu Santo con mis hermanas y hermanos en la familia, la Iglesia.” Por eso, cuando Jesús nos enseñó a orar, nos enseñó a llamar a Dios “Padre nuestro” y no “mi Padre”. Por lo tanto nuestra fe es mucho más grande que un diálogo entre “Dios y yo”; nuestras obligaciones se extienden más allá de ir a la misa los domingos y días de fiestas de guardar. Las obligaciones que surgen de nuestra fe tienen que ver con quienes somos y con las relaciones más profundas como miembros de una familia, y de quiénes somos en relación a aquellos con quien nos asociamos en la escuela y en el trabajo. También abarca nuestro papel como ciudadanos y de cómo elegimos y tomamos decisiones sobre el liderazgo de nuestro país. Las obligaciones de la Fe se extienden también a lo que somos como miembros de la familia humana, y cómo cuidamos de la creación de Dios, cómo protegemos el medio ambiente y salvaguardamos el mundo para las generaciones futuras. Por nuestra fe, nos damos cuenta de que tenemos obligaciones para cuidar de los pobres y de los necesitados; de trabajar por la justicia y por los derechos quebrantados. Estamos obligados a proteger el carácter sagrado del matrimonio, a respetar la vida humana en todas las etapas de su desarrollo y a trabajar en la defensa de la dignidad y de la santidad de la persona humana en todas las circunstancias. La fe en Jesucristo, nos obliga a aliviar el sufrimiento innecesario dondequiera que lo encontremos, y hacer todo lo posible para reconciliarnos con los demás en el círculo 17

NOS ATREVEMOS A DECIR de nuestras relaciones. En otras palabras, nuestra misión debe estar afiliada con la misión de Jesús como Él lo describe en Su primer discurso público en la sinagoga de Su ciudad natal: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por el que me consagró. Me envió a traer la Buena Nueva a los pobres. A anunciar a los cautivos su libertad y a devolver la luz a los ciegos; A despedir libres a los oprimidos y a proclamar el año de la gracia del Señor” (Lucas 4:18-19). A donde Jesús va y lo que hace, también nosotros por la fe deberíamos atrevernos a ir y hacer lo mismo.

VI. LO QUE LA FE NOS LLEVA A HACER — A ATREVERNOS Durante este Año de la fe, los exhorto a que sean atrevidos y renueven su vida de fe. Les insto a alcanzar la fe y la confianza, atreviéndose a llamar a Dios “Padre Nuestro”. En medio de una sociedad cada vez más secularizada, Jesús continúa frente a las “puertas” de nuestras vidas, tocando, y esperando que lo invitemos a entrar en nuestros corazones. Lo que es tan asombroso acerca del “Padre Nuestro” es que nunca hay un tiempo que sea demasiado tarde. Dios está siempre dispuesto a entrar en nuestras vidas cuando estamos listos para invitarlo a entrar por la puerta. Todo lo que necesitamos hacer es ser suficientemente atrevidos para abrir la puerta de la fe y entonces, el amor misericordioso y sorprendente de Dios entrará y hará su morada en nosotros para siempre. La elección es nuestra; pero yo les aseguro: Si eligen “abrir la puerta de la fe”, sus vidas se verán enriquecidas y transformadas. Mis queridas hermanas y hermanos, quisiera poner de relieve cuatro áreas particulares de nuestra experiencia humana en la que se puede abrir, y caminar a través de la “puerta de la fe” — ATREVERSE (en inglés DARE) ¿Qué significan estas letras DARE? 18

NOS ATREVEMOS A DECIR Iglesia Doméstica, Obras Apostólicas, Relación con Cristo, y Evangelización. Iglesia Doméstica — la Iglesia del hogar: Es común el uso de la frase “ir a la iglesia”, cuando en realidad, es más preciso decir que la “Iglesia se reúne” Jesús nos dijo: “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”(Mateo 18:20). Nuestra membresía en la Iglesia se experimenta en cuatro niveles diferentes: 1. Como miembros de la Iglesia católica universal con el Papa Benedicto XVI como nuestro pastor. 2. Como miembros de una diócesis — una agrupación geográfica de parroquias en una región. Aquí, en nuestra Diócesis todos los católicos en los nueve condados del suroeste de Michigan están unidos junto a mí como Obispo — el pastor de la Diócesis de Kalamazoo. 3. Como miembros de una parroquia en particular, pastoreada por el Párroco. 4. Como miembros de la Iglesia doméstica-la que experimentamos en cada momento — la Iglesia de nuestros hogares. Es en la Iglesia doméstica, en donde aprendemos y vivimos los principios de la fe, en la que se encarnan los valores del Evangelio, donde ponemos en práctica las virtudes de la paciencia, la tolerancia, el perdón, el amor y la compasión. Aunque podemos salir de nuestras casas para ir a la Iglesia parroquial para celebrar nuestra fe, es en nuestros hogares en donde vivimos nuestra fe. Ofrezco las siguientes sugerencias prácticas para profundizar y fortalecer la experiencia de vivir la fe en sus hogares. Oración: Dejen un tiempo libre para la oración, tal vez en los momentos de la comida: una oración de acción de gracias antes y después de las comidas. Una oración al levantarse por la mañana, para dar gracias a Dios por el nuevo día, y una oración antes de ir a 19

NOS ATREVEMOS A DECIR dormir, para pedir perdón a Dios por cualquier pecado o error y para pedir la bendición de Dios para un sueño reparador y tranquilo; estas, son prácticas diarias maravillosas individuales o familiares. Designen un tiempo para orar en familia durante las temporadas especiales, como por ejemplo rezando el rosario juntos algunas noches, o cuando la familia está viviendo un momento difícil. Recordatorios religiosos: Incorporar recordatorios visibles de nuestra identidad católica en nuestros hogares. Crucifijos o imágenes de devoción y obras de arte religioso en nuestros hogares nos ayudan a recordar el amor incondicional de Dios por nosotros. Las imágenes religiosas también nos recuerdan nuestro catolicismo y nos hacen sentir orgullosos de ser seguidores de Jesucristo. Estas imágenes y símbolos religiosos también pueden ser una manera sutil para nosotros para participar en la responsabilidad que tenemos como bautizados católicos de evangelizar y proclamar la Buena Nueva a todo el mundo. Conversación: Hable acerca de su fe. Entre todos los asuntos importantes del día a día, deberíamos arraigar nuestras discusiones cotidianas y conversaciones sobre nuestra fe en Dios. Deberíamos sentirnos libres y cómodos para discutir abiertamente de nuestras creencias con otros, con miembros de la familia e invitados. Debemos asegurarnos de que tenemos una Biblia en nuestras casas y que ocupa un lugar destacado de respeto, y que se puede utilizar fácilmente de manera personal o para la lectura y el compartir familiar. Trabajo Apostólico — sirviendo con amor: Las obras de caridad y los actos de justicia son esenciales para cada uno de nosotros como seguidores de Cristo. Una cita a menudo atribuida a San Francisco de Asís dice: “Predica el Evangelio y cuándo sea necesario usa palabras”. El servicio amoroso a los demás, es la expresión en obras de nuestra fe. A lo largo de nuestra Diócesis hay innumerables ejemplos de nuestras hermanas y hermanos alimentando al hambriento, vistiendo a los pobres, visitando a los presos, luchando por la justicia, y dando la bienvenida a los inmi20

NOS ATREVEMOS A DECIR grantes y a los recién llegados. Cualquiera que sea el acto de amor desde el más simple hasta el más heroico, cuando se hace por amor a Cristo, es un testimonio visible de Su gracia salvadora. Tal vez pueda encontrar la manera de dar de su tiempo en un proyecto comunitario local. Tal vez usted sepa de una necesidad especial que una familia tenga o que una persona de su comunidad local está experimentando, y usted puede ayudar a organizar un servicio o respuesta caritativa. La relación con Cristo — Relación con otros: Nuestra fe es una expresión de la relación profunda y personal que tenemos con Dios en la persona de Jesucristo. Tenemos que encontrar maneras de profundizar continuamente esa relación con Cristo a través del fortalecimiento de nuestras relaciones con los demás. Para crecer en nuestra fe, debemos conocer lo que creemos y por qué lo creemos. Debemos estar abiertos al estudio y al aprendizaje como un “estudiante de la fe”. Tal vez podamos dedicar un tiempo cada día a la lectura de la Palabra de Dios en la Biblia. Tal vez nos podemos familiarizar con el Catecismo de la Iglesia Católica, así como las otras versiones del Catecismo, como el Católico de los Estados Unidos para los Adultos, el Compendio del Catecismo, y el YouCat (Catecismo juvenil). Asegurándonos de celebrar la misa semanal dominical con devoción y atención, y tratando de asistir a la misa en la semana de vez en cuando, también son formas maravillosas de profundizar nuestra relación con Jesús presente para nosotros en la Sagrada Eucaristía. Además del estudio y el aprendizaje como manera de profundizar nuestra relación con Cristo, también debemos considerar pasar tiempo de calidad con nuestro Señor. Mientras oramos en nuestra casa, o mientras conducimos o caminamos son momentos maravillosos de mantenernos conectados con Dios; pasar tiempo de calidad con Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, es una forma excepcional para profundizar nuestra relación de amor con Jesús. Muchas parroquias en nuestra Diócesis mantienen horarios regulares de Adoración Eucarística. Cada vez que oramos ante el Santísimo Sacramento en el Sagrario, estamos en la presencia real y verdadera de Dios.

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NOS ATREVEMOS A DECIR Evangelización: Mientras que nuestra fe está enraizada en la relación personal con Jesús, y nos lleva a una relación común con todo el Cuerpo de Cristo en la Iglesia, la esencia de la fe es el ser testimoniada, anunciada y compartida con el mundo entero. Las palabras finales pronunciadas por Jesús Resucitado antes de ascender al cielo fueron: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). Tenemos la obligación de vivir nuestra fe en nuestras vidas, pero también tenemos la responsabilidad de compartir la fe con otros. Una vez más, Jesús nos dijo: “Ustedes son la luz del mundo... no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. De la misma manera, debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:14-16). El término técnico para lograrlo es la evangelización. Podríamos pensar que evangelizar está reservado para los sacerdotes, diáconos o líderes profesionales religiosos. Pero cada uno de nosotros, bautizados en Cristo y miembros del Cuerpo de Cristo, también participamos de la misión de “anunciar a Cristo” (1 Corintios 1:23). Lo que esto significa para la mayoría de nosotros es vivir nuestra fe abiertamente y con convicción. Al hacerlo, otros pueden notarlo y ser atraídos ellos mismos a considerar una vida de fe. Hay otras formas en las que podemos evangelizar. Podemos invitar a otros a unirse a nosotros cuando vamos a Misa; y podemos claramente compartir con los demás el por 22

NOS ATREVEMOS A DECIR qué la fe es importante para nosotros, y cómo la práctica de la fe nos trae alegría y paz. Durante este Año de la fe, los animo a “ATREVERSE” (DARE en inglés) con renovada convicción: a vivir su fe en su hogar, la “Iglesia Doméstica”, para realizar “Trabajos Apostólicos” en comunión con el Cuerpo de Cristo, ofreciendo el servicio amoroso de Cristo a los más necesitados; profundizar su “Relación” con Dios y Su Hijo a través de la comunicación en la oración, a través del estudio, a través de la participación en la gracia sacramental de la Sagrada Eucaristía, y por medio de la Presencia Sagrada de Nuestro Señor cuando oramos ante el Santísimo Sacramento, y “Evangelizar” viviendo y compartiendo con alegría la fe de cada día.

CONCLUSION

Mi querida familia en la fe, he compartido con ustedes mis pensamientos, esperanzas y sugerencias prácticas sobre los asuntos que son de verdadera y eterna importancia en la vida de cada uno. Se nos ha dado el don precioso de la vida humana por una razón. No estamos viviendo en este mundo por accidente; cada uno de nosotros es una parte importante y valiosa del plan de nuestro Padre. Dios llama a las puertas de nuestros corazones ofreciéndonos el regalo de la fe un regalo que nos ayuda a ver más allá del aquí y del ahora y a darnos cuenta de que tenemos un destino eterno. Ese don de la fe también nos da ojos para ver claramente lo que está aquí y ahora, y a ver la perspectiva de Dios de lo que es justo, bueno, verdadero y de consecuencias eternas. Cuando abrimos la puerta de la fe y acogemos a Dios en nuestras vidas, vemos que a medida que hacemos nuestro camino de fe a través de esta vida, nunca estamos solos, y que tenemos un claro enfoque en nuestro destino final, que esperamos y oramos, será con Dios para siempre en el cielo. 23

NOS ATREVEMOS A DECIR Durante este Año de la fe, rezo para que todos nosotros abramos la puerta y aceptemos la presencia de Dios con nosotros a lo largo de nuestro camino en la fe a través de nuestra participación activa en la Iglesia, para ser fortalecidos por los sacramentos, para ser alimentado a través de la Eucaristía, para ser guiados por las enseñanzas de la Iglesia, y para estar unidos con Jesús mismo en el Cuerpo de Cristo. Nuestro Dios amoroso, que nos creó a su imagen y semejanza, respeta nuestra libertad de caminar con Él, o separarnos de El. La elección es nuestra. Yo oro para que escuchen a Jesús y se atrevan a ver a Dios como Jesús lo ve: Como Abba — como Nuestro Padre. Oro para que ustedes se atrevan a aceptar la invitación de Jesús a seguirle a El, que es el camino, la verdad y la vida. Oro para que ustedes se atrevan a renovar y a profundizar su fe, y a vivir su fe con alegría y entusiasmo, porque creemos en la Buena Nueva que Jesús ha vencido al pecado y a la muerte y que ganó para nosotros la verdadera libertad de ser hijas e hijos de Dios. Abramos las puertas a Cristo, y hagamos nuestro camino de la vida en la fe, la esperanza y el amor todos los días de nuestras vidas. A través de la intercesión amorosa de nuestra querida Madre Santísima que dio a luz al Verbo hecho carne, y que por lo tanto, trajo esperanza al mundo; que sigamos acogiendo el don precioso de la fe, así como con confianza, nos atrevemos a llamar a Dios, Padre Nuestro. Fielmente suyo en Cristo,

Reverendísimo Señor Obispo Paul J. Bradley Obispo de Kalamazoo

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Dado el Primer Domingo de Adviento, 02 de diciembre del 2012, comienzo del nuevo año litúrgico de la gracia

8 CREDO DE NICEA Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, Por quien todo fue hecho; que por nosotros lo hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, Y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

DIÓCESIS DE KALAMAZOO Secretaria de Comunicación y Relaciones Publicas www.dioceseofkalamazoo.org

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