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Simulan. Feroces y obedientes Como lagartos de sol: Devoradores de insectos por una nueva piel. Los mimos enmascaran el rostro del bufón. El Maestro d

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LA NUEVA RESPUESTA DE LA LITERATURA COLOMBIANA POR UMBERTO VALVERDE Desde la consolidaci6n de Gabriel Garcia Mairquez con Cien anos de soledad hasta

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Simulan. Feroces y obedientes Como lagartos de sol: Devoradores de insectos por una nueva piel. Los mimos enmascaran el rostro del bufón. El Maestro de Escena anuncia un doble juicio en la Feria de Teocalli. Cuando Cae El Telón Han desaparecido las ventanas del castillo. Sólo queda la puerta de entrada. El miedo se apodera de los sitiados. No es fácil ser transparente. Los invasores avanzan sobre el tiempo. Los vasallos abandonan sus escudos. El caballero se pierde en la escalera. Los ancianos no esquivan el laberinto. Los niños ya no juegan a la guerra. Vivir es caminar sobre una espada. Miente el espejo del Mesías. Todos están presos en el equilibrio de la tristeza. El mar es un puente levadizo. Los cadáveres ya son gente seria.



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Epílogo Abandono la Corte Celestial: Salgo del coro desafino asumo el ostracismo. Salto la trampa de la escalera. Tiro los amuletos de la urgencia los enigmas y las agonías en la galería de los soñadores. Ya no es aquí ni ahora. Será después del vaticinio. Sin las torpezas disfrazadas de destino. Si un día al fin amanece.

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El pie en la raya Luis Felipe Rojas

“No siempre soy igual en lo que digo y escribo. Cambio, pero no cambio mucho” —Fernando Pessoa Sólo El Cambio Abolirá El Azar En la mudanza, tus despojos Arco de tensar la suerte de probarla en la calenda Allí algo sobrante -hez de tu querencia dable Las basurillas donde digo No donde árbol y marisma trenzan, halan Hombre cambiante, mutación probada Sitio en el despojo De Las Acciones Del Tribuno Que yo espere en la esquina a ver si mi suerte puede ser echada en la otra ola Que reserve mi asustadiza rebeldía para el jolgorio del que viene a mí. Que ya ha aprendido a hablar despacio y a pedir con parsimonia. Que yo aprenda también -el nuevo tiempo también es para mí. Es su manera y su mirar esquivo la nueva dictadura de la lengua el idioma inoculado



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Desafilar los dientes desde la trova hasta la náusea. Hablar. Hablar. Hablar. Memoria De Una Razzia Para Oscar Elías Biscet, hermano en la luz de todos Puede que la memoria de tu celda no sea la manera de tocar el evangelio redactado bajo noches de Habana fumigada por extraños. Trataré de sacar el azogue que te “brindan” y no te falsifiquen la memoria. Puede ser que tu manera de antiguo testamento parladera con Moisés y sub-agentes entrados En materia y fundadera no sea bien mirada con tu oficio de niñero. La ganancia es la memoria, Oscarito. La otra muerte está en el libraco sin abrir. La escapada está en la punta de los dedos. Se mueren tus captores, no te tienen. Tu lengua se seca en el barrote. Crimen De Repudio. Acto De Registro. Luz En El Recambio ¡Al establo! ¡Al establo! Blanquiolivos en camino fregar la marcha a los establos -de mañana o de nocheAl oscuro establo de mañana -¿y de hoy?Ahora a los establos (para blanquinegros del olivo) (palacetes para ellos) para negros/blancos en el olivo de ordenanza ya al establo van -¿siguiéndo-te?208

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Al establo. Al establo. Al establo. Las Fotos Que Pidieron De Mi Ser Pájaros al acecho de mi ser Del mejunje negro de mi cuerpo. Urgencia De probar la encomienda Donde soy otra carnada. En la piedra factorial están mis datos recurso negro, moneda provinciana son mis datos. Ya vendrán por ellos. Luz de magnesio para entrar en mí Abrojo el de mi cuerpo. Sinrazón el asalto a mi esqueleto. Maneras de adentrarse en mí. Carne que no soy. Savia negra que se pierde. Omnipotencia Si Dios viniera a mí si me dejaran asomarme a los griegos que cantaron lloraban decían mi nombre sólo sabe él por qué lloraban Si las aguas abiertas para mí los ventanales las ruidosas escaleras dieran a un sitio donde Dios si las empleadas los crucigramas, las batallas o los tesoros Si ustedes o yo… si Dios



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Por Tu Pequeña Libertad (Los Pájaros De Hichcock) Te detienen al sonar el timbre Te detiene el timbre ¿Suena a cantoral? ¿Cuándo te llaman? “Pedazo de otra voz” -dijiste cuando el timbre chilló en la madrugada Así esperas Sólo el timbre te detiene. ¿Y el cañón contra la carne? Lengua De Testamento Lo he buscado en Dios Y no aparece Los estanques borran con limo la huella de lo que fue mi casa. Esos no son mis amigos son sólo una contraseña para el aduanero Los estanques borran la memoria de lo que vivimos Mis amigos yacen en la grisura del cemento nacional Lo he buscado en Dios Con el cemento fresco todavía

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Eduardo Muñoz Ordoqui Sin título de la serie Destierros (hecho en Tucson, Arizona) 1996–1998 Fotografía lifochrome (Cibachrome) Edición 1 de 3 30 x 40 pulgadas



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Leyden Rodríguez Casanova Two Beige Tissue Boxes 2007 Plástico, pañuelos de papel 10-1/2 x 15 x 7 pulgadas Fotografía por cortesía de David Castillo Gallery

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Luis Gispert Please Don’t Let Me Be Misunderstood 1999 Madera, fieltro, componentes de sonido, grabación de sonido repetitiva Edición 1 de 3 39 x 29 x 27 pulgadas Foto: Steven Brooke. Cortesía: Museum of Contemporary Art, North Miami



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Gretel García Everything is Nothing in Your Eyes 2008 Plexiglás blanco 30 x 48 pulgadas

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Arturo Cuenca Homeless: Objective and Subjective Images 1993 Fotomontaje coloreado a mano 59 x 39 pulgadas



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Elizabeth Cerejido Today My Father Dropped His Body from the Absence Series 2002 Fotograma de video en DVD Edición 1 de 5

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Versos diversos Ricardo González Alfonso

Erogenia El amor fluye como la brisa si respiras te acaricio y a la inversa Ya lo viste: él nos viste y desviste y así abriga nuestra desnudez Sueño a besos sus gestos son nuestras gestas su rumbo nos calza y descalza sus huellas son nuestros pies No busquemos arcoíris en las noches nuestra flor es la primera primavera dijo Adán a Eva y amaneció desde entonces



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Posmorten “Polvo serán, más polvo enamorado” —Francisco Quevedo Osadas osamentas con la inquietud de los infieles y fieles difuntos irrumpen e interrumpen la quietud de la muerte Unas caderas féminas rítmicas -sensualidad resucitadaprovocan el deseo viril de huesos prófugos de sus huesas No es tan santo el camposanto cuando la luna más celestina que celestial excita exitosa la rutina del polvo La muerte es la equidad postrera no hay beldades sino verdades no hay edades ni siglos ni sigilos fronteras. Lujuria lírica lúcida lúdica

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Calaveras calaveras se besan pelvis y costillas se estremecen y se enternecen sin importar la vagina ni los senos ni el falo ausente Es la dialéctica de la pasión la unidad de los complementos el arco de la amada alianza de los amantes que nos aguarda tras la pícara Parca Carta Anónima A Cortázar (Hallada En Su Bolsillo) Muy escritor mío: Porque mil cataclismos en una esfera es siempre demasiado. Porque tu nombre es una constante en mis contingencias Porque al afeitarme sorprendo en el espejo tu nombre de fantasma cordial versifico esta anécdota de dislate El minutero retrocedió en mi cronómetro de cronopio sin dudas el vínculo principal entre ciertos desaciertos inciertos y posteriores

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Minuto a década desanduve siglos me enamoré a primera vista y fui correspondido con tanto fervor y hervor que al besarnos florecían las nubes llovían las mariposas y nadie sabía si era diluvio o arcoíris El cónyuge me retó a un desafío mortal en el próximo ocaso. Por si acaso opté por ser cauto casto y otros pretextos de los cuales me arrepiento Ahora te suplico que escribas para mí esa historia regrésame en el tiempo quiero conocerla soltera y solitaria o vencer en el duelo para que de nuevo florezcan las nubes lluevan mariposas y nadie sepa si es diluvio arcoíris o besos

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Oda Al Kitsch Ay amor en la poética contemporánea Kitsch es una inmigrante ilegal (sin visa en el diccionario) para clasificar y descalificar a los cisnes literarios las estrofas rosadas los corazones azules con sus diminutivos e interjecciones incluidos o sea para sepultar el gusto agónico pésimo trasnochado Pero en su nombre se ha sentenciado a olvido perpetuo a los versos más sentidos más llorados más sufridos Por temor a que los críticos acríticos acrílicos mortales o inmortales consideren a sus autores amantes y poetas



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Kitsch como si los bardos contemporáneos no sintiéramos lloráramos y sufriéramos hiperbólicamente con interjecciones incluidas alma adentro Yo no me pregunto si te amo de un modo cursi o no cursi simplemente te amo Y si fuera necesario cursar un cursillo de cursilerías con sus cisnes literarios con sus estrofas rosadas con sus corazones azules diminutivos e interjecciones incluidos lo haría feliz sin temor a los críticos o acríticos acrílicos mortales o inmortales Pues más allá de lo kitsch tu mirada amor torna bello cualquier verso

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Cercanía “Contigo en la distancia” —César Portillo de la Luz Siempre tardo siempre regreso soy un peregrino de pergamino: ando contigo a versos Amor Capital para Álida, otra vez La Habana es Una ciudad íntima Una ternura cómplice La confluencia De nuestras soledades Del ambiente y simiente De esta vívida Vivencia de amor La Habana es Una ciudad anecdótica La antología de nuestras dichas. Un barrio chino caribeño Con tus ojos solidarios Y un menú cantonés La Quinta Avenida Amaneciendo en tu sonrisa. Mi arribo a la desesperada A tu apartado apartamento Y universos interiores Como un ciclista náufrago en la lluvia Son lindas remembranzas de La Habana.



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Para otros La ciudad es un bazar. Una zona franca Poco franca. Para los mercaderes de glorias De glorietas Compra y venta de caricias Consuelos de alquiler Amores en subastas. Y para los furtivos Extraviados en sí mismos La vidriera donde ofertar Paseos De sol y brisa Polvos ilícitos Y rincones bellos Coloniales Fotogénicos A los turistas La Habana es Una ciudad idílica Una villa sensual Con un solazo solazar Y un mar de maravillas Que tornó en playa Nuestra desnudez. Y posee un malecón Como una platea circense: Carpa de estrellas Trapecio de media luna Y olas acróbatas Que saltarán sobre las sombras De nuestras ilusiones Más lúcidas Otra vez

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La Habana es Una ciudad híbrida Variopinta de razas Y de rezos Y su gente Busca el génesis De sus raíces y matices En Dios o en la nada Y muchos Con órgano o bongó Cantan Con la alegría de los arcángeles Bailan Con ánimo ancestral Callan Purificados por el éxtasis Y con la nada o con Dios Como a nosotros El amor los salva Para otros La Habana es una estampa La epidermis del folclor: Cupido de rumba Con una mulata La Habana es Una ciudad agónica Y nosotros la vemos Con las retinas limpias Y cotidianas Conocemos sus ruidos Y sus ruinas



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Su asfalto marchito Sus autos exhaustos Esos fósiles resucitados. Conocemos Su bahía herida Por barcos y rutinas Y el faro centinela De una ciudad en tinieblas. Mas ambos sabemos Que es el envés de un encanto Y además Comprendemos a su Cristo Que espera Siempre espera Como nosotros Un milagro humano La Habana es Una ciudad histórica Con la duplicidad Onomástica de sus calles Con sus tarjas apologéticas De pólvora o de luz Con sus monumentos ecuestres O no Y el del Apóstol Que pronuncia un discurso Silente. Nosotros lo escuchamos Con la esperanza y el fervor De los amantes Y la certeza De ser partícipes De la epopeya sin magia Que transforme Tanto silencio En voz

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La Habana es una ciudad con acrópolis de fastuosidad escultórica. Algunas con ángeles de mármol Todas Con lágrimas de grima Como las tuyas y las mías En aquellas jornadas De desamor. Los muertos Resucitarán sin prisa a lo eterno. Mas nuestro amor Se ha levantado y anda Con premura Y pureza angelical. Con la urgencia de lo tierno La Habana es Una ciudad mística. En la Plaza de la Catedral Se cruzan seres invisibles -invencibles por el tiempoCon hombres y mujeres tangibles. Y en la Plaza de Armas -o de almasEntre tú y yo Media un beso Intenso Etéreo Como suelen besar Sus transparencias Los buenos fantasmas.



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La Habana es Una ciudad artística Con museos como trofeos Con sus conciertos sinfónicos Y de gorriones Con fe en sus festivales Con telones y aplausos Y el dilema de Hamlet Como una duda adolescente. Y a la vez Una ciudad senil Con balcones coloniales Y coloquiales Con guardavecinos Y medio puntos Y recién llegados De otros siglos Y además La amorosa Giraldilla En nuestro rumbo. La Habana es Una ciudad poética. Una urbe metafórica Un florilegio habitado Por estrofas satíricas Románticas O patéticas Y a veces A versos siento Que la fundaron Pícaros y serafines Amantes y solitarios Jornaleros y poetas Para inventar Nuestra leyenda.

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La Habana es Una ciudad profética Que vaticina En la palma de tu alma Y de mi alma Un augurio de bienvenida Un adiós A tanto adiós La Habana es Una ciudad enigmática Un sueño seductor Donde convergen Lo pragmático Y lo mágico. La Habana es La capital De nuestro amor Diagnóstico (Con Tratamiento Incluido) Si usted se siente Como un pez Que recela del agua O como un ave Escéptico ante el vuelo (por si las alas). Si usted considera el espejo Un cómplice Complaciente Hasta que sospechó Por un indicio: Su imagen lo observaba sospechosamente insistente y se retiró sin volverse usted es un buen paranoico



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Mas no se preocupe: Es el más lógico De los ilógicos Crónicos Pues hay prójimos Y prójimos Por tanto le aconsejo Que desconfíe Confiadamente De los hoteles Con sus recepcionistas Sospechosamente bellas Con sus camareros Sospechosamente sonrientes Con sus cocineros Sospechosamente gastronómicos Con sus ascensoristas Sospechosamente ascendentes Y descendentes Pero recuerde Usted es El más lógico De los ilógicos Crónicos: Sea el huésped Feliz De un buen manicomio Aunque las enfermeras sean Sospechosamente seniles Y el siquiatra Sospechosamente paranoico

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Panacea Pobre hipocondríaco Que guarda solemne Una esperanza secreta: Que la Parca sea Su enfermedad nueva Gravísima Eterna Para tomarse En el infinito Todas las estrellas Currículum Del Iluso El optimista a ultranza Es un enfermo onírico. Espejismo en el desierto. Náufrago que no cree en el océano. Explora cerros de cirros. Corre entre un cúmulo de cúmulos Y se sienta sobre el arcoíris Sin notar la llovizna Vive con la certeza De que cada piedra es una flor La desilusión un mito Y la ilusión El aire limpio que respira Claro, tiene sus contratiempos Cuando ofrece a su amada Una roca caliza y áspera Y descubre que la desilusión No es mitológica Y se asfixia Con su cándida ilusión



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Pero un optimista a ultranza Nunca se rinde al infortunio Y entonces duerme Y sueña Que su realidad Fue una pesadilla transitoria Y despierta en su cielo Para explorar cerros de cirros Correr entre un cúmulo de cúmulos Y sentarse sobre el arcoíris Sin notar la llovizna Y así sucesivamente Hasta que muere Convencido Que nunca ha dormido Tan bien El Pesar De Los Pesares El buen pesimista Huele espinas No la flor Y se ahoga al pensar En una lágrima. Pase a quien le pase El pesimismo Es pésimo. El virus cómplice del suicida. La mezquina De la mesticia.

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Un buen pesimista Vive sin vivir Pues sospecha Que el porvenir Se ha ido Su puerta Abre la nada. Su lámpara Enciende las sombras. Su alma Anda Cabizbaja Ignora la sabiduría De los ancestros Quienes al tejer esperanzas Enseñaban: Nunca la noche Es más noche Que el instante antes De cantar El alba Fuga (De) Mente Sin sentir el sentido Del tiempo Y el destiempo Ha descubierto el equinoccio El esquivo esquizofrénico Quien no es sólo El globo y su cordel Sino el adulto infantil Que lo sostiene Frenético



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Ha descubierto el equinoccio Y prófugo Asciende a la deriva De espalda a todo clamor Ora a lo oscuro Para saltar con la cuerda De la media luna Ora a la luz Para besar el sol Sea Un Nostálgico Feliz Las nostalgias pueden adquirirse En cualquier estanquillo del alma Son más baratas que las armas Y no requieren licencias Se expenden siempre en pretérito Y están compuestas Por instantes infelices Filtrados Por una memoria Desmemoriada Y enriquecidos Con tres partes de añoranzas Deben consumirse Y asumirse En porciones pequeñas Pues una sobredosis Produce reacciones adversas Tan perversas Como palpitaciones agudas Con pálpitos de grima Los casos más graves Ocasionan El ocaso del ánimo Y del ánima. Pero es válido el riesgo Pues entretiene Y enternece 234

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Los ángeles también son adictos a las nostalgias Si rememoran tiempos bíblicos y proféticos Cuando aparecían visibles Alados Luminosos Con mensajes magníficos Del magnánimo cielo. Entonces emiten unos suspiros Que hacen que las estrellas más sensibles Caigan fugaces Visibles Luminosas Pero desaladas Pues las nostalgias -parodio al poetaNostalgias son Los humanos en cambio solemos rehabitar la infancia rehabilitándola de infamias o soñar con un amor adolescente y adolorido (colorido gracias a las torpezas diestras de la memoria como se ha dicho) Otras veces evocamos Voz adentro Un amor presente-ausente O sea Eficaz y distante Que engendra suspiros hondos Como pozos infinitos Mas en sentido inverso De la tierra al cielo Capaces también De derribar estrellas Para que luego pidamos Un deseo Con vocación de milagro

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Se insiste: El desuso De este producto sublime Origina Un aburrimiento de espanto. Su abuso Una decrepitud tristísima Pero desactive las alarmas Del alma. Todas las nostalgias Están dotadas De antídotos prodigiosos: Contra las afecciones benignas Basta con una sonrisa Basta. Contra las reacciones severas Se aconseja escribir O leer versos optimistas De esos que nos aseguran Un futuro benévolo Bendito Benéfico Y nos pueblan con ángeles Inmunizados Contra sustos y suspiros Nota importante: Las nostalgias Deben mantenerse Alejadas de los niños De otros cariños y afectos afines Y recuerde Recuerde siempre: No existen nostalgias Con fecha de vencimiento

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Nota Autobiográfica Nací en el año equidistante Del siglo pasado Durante la penúltima jornada De acuario Es cronopio cronopio -comentaría Cortázar-. El eco de una economía -diría un economista-. La antítesis perenne -añadiría Hegel-. Mas simplemente Soy mi semejanza Poseo el estado De gracia civil: La amo y me ama. Tengo hermanas migratorias Distantes Con la vocación de las hadas. Hijos hidalgos Con la ilusión de los ángeles. Y una amistad Vasta Para todas las edades Pervivo por vivir Vivo. O sea Gozo del pragmatismo De cultivar Huellas en la Tierra Con mi ideal en las estrellas



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Deseo añadir Que no tolero La tolerancia: La practico. Que desamo Al desamor Y que al odio Lo he oído Y como una nota Denota Brevedad Me falta por decir Todo lo demás Aventuras in Memoriam Durante mi infancia Navegué por el Mississippi En una balsa. Fumaba con Huck De la misma pipa Y Tom era Mi alter ego Fugitivo y cómplice Fui un corsario De colores varios -incluido el negroEn el Mar Caribe. Defendí Mompracem Cimitarra en mano Cris entre dientes En una batalla De papel y pólvora. Soñé con más de una Perla de Labuan Hasta que una tarde preadolescente Se hizo realidad mi beso Bajo un pino que murió Atormentado Por una tormenta tropical De esas que hunden Juncos y praos 238

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Caminé sobre la luna Primero que Armstrong. Viajé al centro de la Tierra Y recorrí el mundo En ochenta días mágicos. Embarqué en el Nautilius Y conocí los misterios solidarios De la Isla Misteriosa. Además Viví con Oliver Twist Desdicha A desdicha Y acompañé a Robinson Antes que Viernes Ahora -nueve lustros despuésDe nuevo despido mi infancia Como un mago de esos Que extraen de la chistera Chistes Sonrisas y nostalgias Mientras a latidos Vivo Mi aventura De verdad Agripna A los buenos insomnes. Como Regis Iglesias, por ejemplo Madre madrugada El desvelo es Un síndrome paradójico Paraíso o averno Hora del forajido y su felonía Del neonato y su llanto Del bohemio y su bohemia. Hora del poeta y su poema Del sabio y su certeza Del suicida y su quebranto



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Y es la hora En que mi insomnio Solidario me acompaña Entre la realidad Y la esperanza Para el resto Esos hombres diurnos Que tienen al sol Como única estrella Y reniegan de tu nombre Eres el tiempo Del contratiempo. La eternidad De lo adverso Madre madrugada Con el alba El alma de mi insomnio se duerme. Mas yo continúo Despierto siempre Opción Prójimo prisionero Sin sombras ni murallas Con calles y muchachas Que cautivas Cauto Tu cautiverio: No existe penal más penoso Que el pavor entre las sienes. Veneno que fluye Por el pretexto Del contexto El antídoto consiste

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En derribar las verjas Que vejan Tu mente. Ser la simiente Más fértil Que germine Como un verso Bello Y auténtico Prójimo prisionero Sin sombras ni murallas Con calles y muchachas Que cautivas Cauto Tu cautiverio: En éste Mi presente de rejas Prefiero asirme a ellas Y nunca Llevarlas por dentro Para que entre mis sienes Fluya Libre Todo el universo Buenos Aires Quizás por esta existencia Con vocación de tango Sorprenden mis buenos aires Revelo el secreto Vientos de bien Vientos De bienaventuranzas Se aventuran En mi aventura Tan desaventurada Por ahora



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Cede la celda Ante una sonrisa Pues la sombra Se asombra de la luz Y la luz la asola. La felicidad Es la fe En la entereza Del anhelo. Un diario de amor Que se abre Cuando sopla Silba Zumba Este viento de bien Que me enamora Oráculo VII Eres un paradigma. Pronto lo descubrirás. Naciste para la cruz Por tu magnetismo Enigmático Ese será tu estigma Si te atreves Tu sol germinará por el oeste. Tus estrellas serán diurnas. Tu mirada multiplicará Horizontes y relámpagos. Tu voz procreará ecos y tormentas Y trunco de dilema Tu lema será Ser Y ser

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Génesis de ti Te asfixiarán los pretéritos Y respirarás a la desesperada Un futuro perfecto e infinito. Mas deberás tener presente Tu presente: Serás la campanilla del leproso Antes que reclamen por ti las campanas Que pongan en pie De paz Tú última esperanza No lo dudes: El revés alcanzará tu rumbo. Sé valiente Cuando seas coronado En el ritual de espinas. Sé valiente Cuando los clavos atraviesen tus gestos Y a tu gente. Sé valiente Cuando la lanza retuerza la fe Férrea de tus sueños. Sé valiente Porque no podrás ni pedir Que aparten tu cáliz Naciste para la cruz No lo olvides ahora Ni en la hora de tu muerte. Eres un paradigma. Has de salvar tu historia De mitologías anónimas Pues resucitar entre los olvidos Podrá ser tu último O único milagro



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Pero no concluirá aún Tu senda apocalíptica: Tus lágrimas habrán de tentarte En una exigencia póstuma Para que convoques A esas nubes misteriosas Que engendraron el diluvio Mas deberás negarte Porque habrás de ser Y ser valiente. Eres un paradigma. Para Morirme Mejor Hoy me siento Descalzo de fe Y me urge Un testigo de lo eterno Los difuntos se saben la vida de memoria. Los vivos Conocemos a la Muerte Por retórica Necesito un testigo Preferiblemente sabio Que me explique Los necroacentos O sea Si el suicidio Es una finalidad esdrújula Si es llana La muerte natural Si nacer sin vida Es una estrategia Aguda

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Me urge Claro que me urge Un testigo Preferiblemente sabio Que me ilustre Sobre la poesía de la eutanasia Sobre el álgebra La historia de la Muerte Los sobrevivientes Dominamos la aritmética Existencial: Uno más una Es descendencia. Palabras Menos libertad Es igual a falacia. Poco entre muchos Es hambruna. Es inútil Multiplicar sueños Sin la magia De una verdad Las tablas de la vida Son fáciles. Lo difícil Es conjugar la muerte. Conocer su sintaxis Esa concordancia Irreverente Con número Género y persona



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Me urge Claro que me urge Un testigo Preferiblemente sabio: Discípulo de mi leyenda Sólo he confirmado que el amor vale la vida. Y la muerte qué dolor qué dolor qué pena Me urge Claro que me urge Un testigo de lo infinito. Preferiblemente Dios. Profecía Vengo de mi porvenir Y he llorado hombre adentro Mis próximas tristezas Y he reído hombre afuera Mis próximas alegrías Fundamentando la certeza De mis vaticinios En haber vislumbrado Todos mis versos Y estos barrotes En plena adolescencia Cuando ya disfrutaba -sin conocerloDel amor intenso Que hoy me acaricia Alma y cuerpo

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Profeta de mí Ya he guardado Un minuto de ternura Por mi vida: Seré sepultado Con un redoble de latidos Y mucho más Que la esperanza En mi espíritu



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El precio de estar vivos Marlon Faustino Guerra

Dircurso Del Visionario “El tiempo, ese blanco desierto ilimitado, amenaza a los hombres” —Luis Cernuda Por esos tiempos de ángeles y demonios Andaremos descalzos entre nubes Buscaremos el agua oculta entre los nimbos Que simulan visiones Calmaremos la sed, nostalgias, llantos Agolpados en noches de vigilias Soñaremos planetas imprevistos Cometas que embriagan cada luna Para esculpir las huellas y corregir fracasos. Por esos tiempos repletos de ilusiones Donde el alba silencia toda apuesta Habrá algún despertar para las almas Que repudian soñar bajo las sombras Seremos polvo a merced de un raro encuentro El éter donde afloren nuestros rezos Sin principio ni fin, pero con alas El espacio vital donde moramos Asidos al delirio por las constelaciones. Por esos tiempos desprovistos de estrellas Que duelen cuando el cielo se derrumba Sembraremos la fe en cada sosiego Donde aspira un arcángel a lo absurdo

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Pregunta Sin Respuesta “No existe el límite, más bien es nuestra adaptación a respirar cada día” —Juan Cabanas Quién puebla nuestros vicios Al andar y desandar caminos yermos Mientras pierdes la calma en cada sorbo Y los años anidan las cabezas Donde agrupas miserias como sombras. Cómo espanto esos vicios De máscaras, orgullos y sentencias Asombro fascinante y lujurioso Que disemina polvo en cada soplo Reflexiones Para Invocar Esperanzas “No sé muy bien cómo, pero sí pienso en los años que ya pasaron” —Robert L. Stevenson Podremos ser duelos apetecibles O montones de restos. La calma virginal del pensamiento Que escribe en cada oráculo: “Ten fe, que todo llega” Tal vez podremos ser Una potencia ilógica de verbos Recuerdos con excesos de adjetivos Plegarias que fusilan nuestro credo A quemarropa. Podremos ser guerreros vitalicios Melodías de un canto gregoriano Unísonas, eternas, prodigiosas. Podremos abstenernos de bromas memorables Para dictaminar el gran oficio De quien intenta ser bohemio Podremos degustar morir de celos Subsistir con las penas del exilio Sin prejuicios ni asombros. Hacer brotar las ganas repentinas De matar todo aquello Que nos ofrece un sitio en el infierno



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Novedades Del Eco “Señor, es necesario que me des con el pan nuestro, el sueño nuestro de cada día” —Dulce María Loynaz Cuando el hambre reclama a nuestro paso Hasta el alba remota se avergüenza De amilanar la voz que traga en seco Y cada oficio impugna con sus pruebas Los precios que aniquilan al más diestro Aquel que un día soñó vivir distinto Intentando tener lo necesario El dolor de acostarnos en ayunas Taponarnos el hueco del ombligo Gritando a viva voz que se nos fue Como el eco que busca algún antojo Entonces se desmienten los sepulcros El vientre se nos pega al espinazo Y la anemia se torna pantomima Junto a la adversidad que nos condena ¿es prudente buscar lo cotidiano Con listas de razones infinitas? Negar lo que hasta entonces fuera cierto… ¿Cómo intuir que el tiempo deja huellas Escritas con la sed de la memoria? Los perros ya no aúllan necedades Aprenden a ladrar en varias lenguas Y las calles presagian rebeliones. La cuota es exaltada por anhelos Que viven lo contrario en otros sitios Porque el ayuno ruge como fiera Cuando el hambre reclama a nuestro paso

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Recuento Infinitivo “Un ojalá basta. Quizá hasta sea excesivo” —Kavafis Sumarnos a los cambios es adiestrar apariencias Sobreponer el mundo a los vértigos, Fingir que habrá reformas en un bolsillo Mientras pasa una voz medio impuesta Y se aferra a los tímpanos y llora. Vemos pasar el tiempo, oramos por los muertos Que huyeron de furias y golpizas Y un rumor subterráneo nos niega la paciencia -por ser magos sin magiasEspantando las ansias de conocer el mundo Sin límites ni riesgos. Es temible esta espera Que envejece al destino con su vigilia a cuestas E indemniza el aliento con sudores marchitos… Vamos a despojar todos los vientres Sin tocarnos las ganas de indemnizar los siglos Porque la adversidad dormita a nuestra espalda Y suma a cada gesto el peso indescriptible De habitar como necios Prólogo De La Imperfección “Pienso que hay tantas alas en el mundo, y que al hombre no le tocó ninguna…” —Dulce María Loynaz Disimular que eres elegido Atacan tus juicios, estás paranoico Y tienes dos manos para tocar El alma de todos los ateos Que puedes flotar inadvertido Entre frases y teoremas de otros tiempos Tienes el sexo hecho pedazos Y las palabras duelen Pesan como plomo en labios de la gente Disimular que naces adulto Después que la niñez perdió su magia Es pedir imperfección a lo perfecto



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El Precio De Estar Vivos “Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta” —Rafael Alberti Qué viento nos remolca Si el destino respira con aires de tristeza Por el costo impagable de nuestra identidad Qué ideales hostigan Recorriendo las sombras Donde esconde su fe toda una multitud Qué silencio se rompe Cuando el amargo intento de escapar Se pierde entre las aguas Si ya no quedan alas para encontrar un rumbo Y las olas que bañan nuestras costas Son angustias y lágrimas Si tomar el lugar de los que ya no existen sentencia de por vida. Qué sed de libertad, de conocer el mundo más allá De los ojos O tener que pagar con la propia existencia ¡Qué precio, qué precio el de estar vivos! El Peregrinar De La Inmodestia “Yo sé que hay fuegos fatuos, que en la noche llevan al caminante a perecer” —Gustavo Adolfo Bécquer Se robaron los gestos en proclamas El día que la aurora fue de compras Guardaron la vergüenza tras crueles penitencias Y expandieron el odio sin arrepentimientos Para luego decir: “es un boicot de guiños, apuntes, palabras Signos en rostros corroídos Desventuras con ganas de existir Sin misiones ni cargos”.

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Vengan todos los pobres Los faltos de inocencia Vesánicos y fatuos Junten ganas y manos Anuden varios rezos Denle tiempo al destiempo Ejerciten señales con prudencia Absténganse de bromas al escuchar delirios Bajo estas dimensiones de miseria Aprendan que se vive con dos y tantas caras Que sangran por los trillos de las burlas Y duelen como insomnios Desde el vientre Revelación del mundo no has tenido Noche oscura del cuerpo, Y sólo por noticias, en tu oído El mundo fue naciendo Migue Hernández Estoy chorreando un verso entre dos coplas Y siento que late un corazón entre los poros Escandalosamente Abro la ventana zodiacal de un amuleto Oculto al dorso de la ausencia, Sin prever Que a la vuelta de su orilla Se pudren las tormentas. Tiemblo Bajo la levedad que enmohece estas ganas Retorcidas de alcanzar otros extremos Y anochecer Por los tragantes del habla Donde estertores de mi conciencia Duermen Estoy chorreando un verso enfermo, insípido Que grita, arremete y calla Bajo la tempestad de su cojera Donde únicamente sudan los milagros Que paren dos o tres Notas discordantes

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Incitación “La ausencia de mi nombre borrado de la manchada lista de las invitaciones, me excluye en el semicírculo” —José Lezama Lima Debemos “ser o estar” Donde el llanto es más leve Desnudarnos al viento bajo el polvo que emigra Nombrar las frustraciones cuando el mar esté en calma Sin lágrimas ni vicios A veces, precisamos de prudencia En noches cuando un niño implora a las estrellas. Hay momentos que el sol nos quema las vivencias Transformando su luz en ganas aberrantes De ser como la fiera que acecha, muerde y mata Presiente la nostalgia y murmura al oído: “No vuelvas a avistarme, nunca intentes huir Porque el calor fermenta con gases las entrañas”. Dejemos que la ausencia libere cada paso Que el mundo se edifique bajo la tempestad De su inocencia Y las manos se líen Y nuestro Dios responda Entonces estaremos o seremos la magia Que transfigure al viento y se devuelva leve Sacrificando al odio con los brazos abiertos Y devuelva la paz La Precariedad De La Memoria “Perdí el mundo de vista, y sus ruidos, ¡y su envidiosa y bárbara batalla!” —José Martí Bajo el resistero O en noches de luna Cantamos de memoria varias coplas Aplaudimos por instinto desvaríos Y rezamos. Tal vez pasen dos días Tres 254

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Quizás pasen mil años Y sigamos cantando Aplaudiendo sin fuerzas y rezando Con la esperanza de que un día Nos premien La Cruz De Los Embargos “A Dios pongo por testigo Que no me deje mentir No me hace falta salir Un metro fuera ‘ e la casa Pa’ ver lo que aquí nos pasa Y el dolor que es el vivir” —Violeta Parra Desde que existe el mundo soñamos ver a Dios Pagamos los caprichos con crueles penitencias Incógnitos Andamos entre siglos de retos Que acechan como estatuas Erráticos Topamos con el mal del embargo Que exprime nuestras ganas Pero Dios es tan viejo Que su pelo nos cubre cuando el frío nos hiela Pero Dios es tan sabio Que su voz nos enseña a desmentir las farsas Pero Dios es tan grande Que nos carga en sus brazos para evitar el cansancio Desde que existe el mundo hemos buscado a Dios Porque sólo Dios sabe Cuánto sufre el cristiano que pierde la razón



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Meditaciones “¡Qué explosión contenida! ¡Qué trueno sordo Rodándome en las venas, Estallando allá arriba Bajo mi sangre, en una Nocturna tempestad!” —Nicolás Guillén Hemos perdido el nombre tantas veces Que anónimos rodamos por el mundo Mendigamos el pan y algunos peces Ignotos sin aliento en lo profundo Hemos domesticado nuestras heces Entre moscas y ratas del submundo Bañamos la paciencia algunas veces Con virtudes y sueños de errabundo Cuando locos bribones nos hostigan Bajo la sombra eterna de estar cuerdos Dejaremos que necios nos obliguen A errar, aunque sepamos que son lerdos Pues vendrá la ocasión en que se olviden Hienas, buitres y otros malos recuerdos Reverencia Involuntaria A La Miseria “Diríase: para el ciego lejano ¿qué más dará la espuma, el polvo? Somos de tal manera, multitud silenciosa” —Roque Dalton Dónde ocultan los ruidos sus miserias Y se agolpan silentes mil orgasmos Como sueños cubiertos de marasmos Que resisten vivir entre penurias Cómo saber qué mundo sufre espasmos Que mutilan a diario con histerias Nos infectan las almas cual bacterias Con burlas, entre muecas y sarcasmos

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Todo comienzo marca una aventura Para alcanzar la meta repartida Cuando el diablo se viste de cordura Pero ajeno al amor en su guarida Miente y vuelve a cubrirse de locura Bajo sombra perenne mal habida El Huerto De Mi Madre “Pasa sobre mis párpados el cielo fácil, a dejarme los ojos vacíos de ciudad” —Mario Benedetti Era mi madre el viento que se viste Con empeños cetrinos y lejanos Andancio que perdura entre desganos Si recuerdas lo poco que tuviste Parió con voluntad mil gozos sanos Al gritarme al oído: “Oye, resiste Bebe el canto del eco, pero insiste Que podrán entenderte sólo humanos” Fue la estampa de luz que nos despierta Y en peligro socorre o pone alerta De la rabia que espía el albedrío Más se irrita mi madre casi toda Cuando suelen decir que el viento poda Todo el amor sembrado en torno mío



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Isla Francisco Conde

Primavera ¿Quién fue el primero en gritar? ¿Quién puso nombre a tus caderas? Y dijo ésta es la noche misterio de siempre ¿Quién amó? ¿Quién dio el primer beso? ¿Quién descendió sobre tu vientre todas las madrugadas? Dime ¿Quién, patria mía? Clon “Él es también un elegido de otras reproducciones de Dios en miniatura” —Yodú Ciudad, cuando tu cuerpo resucita búscame en los límites de la frontera Morir, nacer en canas Un simple gesto oscuro me hace recordar que naciste un día que en París nevaba Yo te vi Tu madre fue un puñado de mis moléculas Kamila “No despiertes, amor, hasta que no limpie mi sangre y otras flores crezcan en la pulida loza de tu jarra” —Chapú Para qué piernas, si tengo alas van los pies marcando mil mejillas mísera vida en rostros ensangrentados, cilantros chiles y distracción Para qué piernas, si está ebria mi columna déjame las cuerdas de guitarra, y el tequila incinera mi cuerpo mientras vaga para qué piernas, retratistas, si tengo alas 258

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Credenciales De Una Isla Iniciar el viaje de perderse en los párpados luz que no aleja a la bestia aventura de espuma y arena esperanza de saber qué cuerpo entrego al paso del viento nadie domestica sus ideales Podríamos buscar otro destino otra versión otra isla donde crezca el amor de mil maneras una oreja devora horizontes y las credenciales de esta isla reclaman nuevas vestiduras Enigma “Antes de irme he sentido pasar por mi mente un soplo de terror” —Ricardo León Partiré antes de la muerte para no escuchar gemidos de manos negras y blancas danza el polvo ruin por mi cuerpo mientras cabalgo el océano hundo el espejo donde las llamas clonan los andenes de ultratumba la tierra segada de panteones echó un grito, es el día olvidado de las fiestas No llores soy profeta del enigma y para cuando los dioses toquen el cuerno abre partido Fantasmas Del Destierro “Pero aún más fuerte cantó el fantasma. ¿Y ahora qué?” —Yeats Extraño aprendiz, no era más que un trazo sin fin vienes de la misma cruz, eres sólo un destronado que envía señales de humo a una nube de perros toma por asalto al vals ahora algunos se quedan y prestan sus novias He ido en la barca de los desnudos donde Cristo sirvió el pan en la cual todas las mañanas tragó un rostro y los abedules extraviaron después el reloj



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Cripta Si una noche, próximo a la muerte me ves cabalgar como una fiera al cementerio invita a los cuervos a abrir mi oquedad y si aún no despierto echa de mi cripta este mundo presuroso que aburre a los monarcas Y cuando salga golpeando las paredes un lagarto con alas despídeme de la patria allí, donde una araña hiló mi cráneo Isla Las mujeres son islas en otoño y nos expulsan de sus corvas en ellas, el hombre se vuelve pez de humo y mira su imagen al espejo aprendiz hoy nada puede salvarlo El hombre es delfín teatro vacío arpegio para la muerte náufrago que aborta y comercia en silencio Salutaciones A Mi Saxo Casa desierta armario y violines brota un fracaso de saxofones al Oriente mil cosas adormecen pálida niña despliega sus dos alas embriaga este aire que agoniza y nunca despierta vértigo sin fuerzas, pestilencia que roe mis licores Josefa cielo nebuloso preparándome uno de esos vinos de los que agrandan los sueños boquilla, jarro, tropel, lago de abismo amargo vibra tu cuerda, saxo sólo eres armonías de ataúd que te colaste en mis pupilas 260

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Melodía Improbable No hay nadie sólo el ajetrear constante la melodía improbable de las hojas el ruido la palabra dicha un perro bajo los laureles prendido al metal azul del cielo fumando de pronto este rectángulo de un golpe el aire envejece las puntas de mis cenizas y el paisaje se cierra en múltiples espejos miles de espejos más Carmen A mi abuela, que supo dejarme sus recuerdos para siempre Vieja, querida vieja los muertos charlan vuestros recuerdos beben tus antiguas corduras tú y yo somos pirámides en huesos monarcas de una isla desertores leales, que nada puede salvarnos Vieja, querida vieja un Dios verde ha fabricado las modas extirpa los telones oscuros de vuestra muralla las campanas saltan fuera de su espíritu y reparten alas que hablan un lenguaje desconocido Vieja, mi querida vieja la esperanza que ayer crujía por el regreso de un Dios vivo ha tropezado y hoy duerme junto a los segundos que cada noche devora mi esqueleto Pastos De Nadie “Más los ebrios felices tienen vencedor y el odio de la suerte más miserable es preso” —Baudelaire He segado con humo de pastos De nadie la mala sangre Pues soy quien ora en las mañanas para colmar tus aguas Mas no me arrepiento de esculpir la copa Estaré ebrio cuando mi muerte Y en las campanas, una sonrisa

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Palma Real Nada te iguala los prados reclaman la gravedad de tus locuras dueña eres de mis noches y algarabías perdido entre la maleza de tus senos he visto una isla asada en crenchas Señora, las antiguas moradas germinan los poetas tu corazón huye al compás de los esclavos y Herodes te sentencia palmera criolla a morir en nuestros campos en busca de otros colores donde no habiten el negro y el blanco Como Peces Detenidos En Champaña Y Vodka Sueltan los barcos sus amarras barcos que vuelan como mariposas barcos que nadie vio partir como peces detenidos en champaña y vodka meseras de senos redondos y cinturas extraviadas el invierno está cerca un pájaro sin alas se posa sobre mi cabeza después sigue nadie lo detiene nadie lo ha visto el sur es una bestia un hombre, una mujer esperan 15 A veces respiro mis ojos a la sombra de un cuerpo ajeno veo a las aves arrollar nubes vacías que enmudecen ante los precios que repiten mi verdad a los gestos ciegan los ojos al horizonte, extremados gastos moriremos sin desenfundar la lengua al borde de la fuente hay una mesa, cuatro sillas y un niño que devora las velas en navidad Soy quien proyecta la palabra, al otro lado del papel quien desborda sus ojos ante los precios que llora al suplicar mi niña un baño semejante al vecino 262

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Una mujer y mil abismos María del Carmen Pino

A mis hijos Laura y Enrique, para quienes sueño un futuro mejor A la memoria de mi madre: “Gracias por la fuerza y la luz” A mi hermano Diosdado González Marrero, que como yo persigue el noble propósito de la libertad de Cuba A mis hermanas Damas de Blanco, Yailín Fernández y Alejandrina García A Martha, que en la distancia confirma mi amistad incondicional A Dagoberto Valdés, mi hermano en Cristo, porque su ejemplo me hace crecer A Mary, por no fallar Al Dr. Oscar Elías Biscet, por su amor a la vida A los que escriben, porque escribir es noble y arriesgado oficio cuando saltamos los muros oficiales A los que somos víctimas de la intolerancia del gobierno, por negarnos a escribir bajo consignas A los que no comprometen su talento con ideologías Una Mujer Y Mil Abismos Hoy que el futuro me acorrala como una fiera otros construirán la suerte a retazos Consigo la armonía haciendo malabares en las sombras soy una mujer con un sólo sentido con una sola mano para escribir la rabia que no converge con el siglo



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Poema V El futuro nunca estuvo sentado a mi diestra mi padre, tan sólo una vela desafiando el viento y en las manos un poco de sal Sólo me sobran los peces que saltan a mis pies queriendo alcanzarme y todo un talento entre mamparas Sueños De Laura Junto a la cama de Laura duerme la tristeza y en un rincón su muñeca mutilada va despidiendo la infancia La miseria reposa sus andanzas con los zapatos que la acompañan cada día a la escuela Otros sueños dispersos viajan en balsas a pesar de la muñeca los zapatos la edad Otros Asuntos De mi madre: el café, la mañana, el carbón el canto que despedía su voz tras mi juego

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De mi madre: aquel vestido lila donde posaban mariposas de agua sus manos, el bote… ¡Qué sé yo! El salitre que despedían sus ojos desaparecía tal vez en el horno, tal vez en los sueños De mi madre: tantos años de blanco y luz posando en su cabeza anónima historia vista desde mis manos Mi Otra Soledad Mi otra soledad la marcaron los cuervos con el designio de sus vuelos pudo llamarse Marx, Lenin… Allanamiento Qué buscan en el colchón de Laura donde apaciblemente duerme su orina por qué el disco de Celia… mi carnet de identidad Habana A mi hermanas Yailín Fernández y Alejandrina García a la señora Laura Pollán a todas las que de blanco pueblan de luz La Habana, confirmando la inocencia La ciudad medita todo es silencio el blanco puebla alguien pisotea una paloma ellas simplemente marchan…

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Mujer Sin Futuro Sobre mis pasos vaga una sombra nítida como un fantasma llena de cascabeles mi cabeza guardando mis ojos y oídos tanto destierro me colmó los odios y poco a poco olvidé que existen puertas No sé quién soy a tientas busco dónde apostar la suerte nada tengo sólo sueños que me condenan al destierro y un montón de poemas que sólo yo leo, porque todos les temen Sabe Mi Hijo A Enriquito: sus manos Un remanso donde acaban mis rabias Mi hijo sabe que su sueño es temido porque en él desembocan los buitres que custodian su infancia Mi hijo sueña rosado, azul y justo en una puerta que esconde entre los dientes un árbol de navidad se vende su hambre con una moneda que no guarda mi bolsillo Él sabe que soy ambidiestra que no me rijo por días casuales y que en su sueño se oculta mi impotencia Poema VI Dame el sol que nunca tuve una luz para alumbrarme el sabor a rabia el silencio de los peces que sólo conocen la sal de las aguas

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Dame una mañana sin impaciencias sin trenes ni velas abandonadas a la suerte Dame un espejo para ver el futuro aléjame de maldiciones y proscritos Dame un poco de paz un retazo de tiempo sin abismo



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Glexis Novoa 76#29B06 Buena Vista 1993–94 Lápiz sobre tela 60 x 110 pulgadas



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Carlos Rodríguez Cárdenas Paisaje (tres casas, un avión, un helicóptero) 1998–99 Acrílico, lápiz sobre tela 67 x 107 pulgadas

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Alejandro Aguilera La Salvación 1993 Madera policromada, metal y tela 80 x 89-1/2 x 6 pulgadas

Detalle



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Mario Petrirena And any shadow he made 2005 Barro, fotografía, objetos hallados 22 x 8-1/2 x 3-1/2 pulgadas

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Fabián Peña Díaz Hallucinations (Collection #1) 2007–2010 Fragmentos de alas de cucaracha sobre cristal Dimensiones varias



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Alonso Mateo Instalación 2008 Pared—detalle de tres pañuelos, pieza construída por un sastre lana y seda–dimensiones varias; Detalle de las sillas—Madera, tapiz y pan de oro; Detalle de la pieza de la pared— Tejido de lana y pañuelo de seda

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Cuento

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El Motín Primer Lugar

Michel Perea Enríquez

El grito de mi madre espantó aquella imagen, en la que me veía quitándome las ropas bajo un chorro de agua libre de suciedades. Al volver de golpe a la realidad, no pude hacer otra cosa sino apresurarme, e ir al patio con un vaso de metal para sacar un poco de agua, la última que quedaba en el único tanque de la casa. “Me voy a volver loca”. Era esa la frase preferida de mi madre. Sin apartar el clásico “Quiero morirme”, o el envejecido y teatral “Dios mío, ayúdame”. Con cada segundo, minuto y hora, su escaso sentido del humor no tardaba en corromperse. Llegaba al extremo de tirarse de los pelos, mordiscar sus dedos y con un tono de voz irascible arrojar una innumerable sarta de improperios. Me acusaba de ser el culpable por no haber conseguido otro depósito. Diez días, diez maravillosos días en los que no entró ni una gota de agua a la cisterna del edificio, y a la vieja enclenque que permanecía como lechuga en cama, mi abuela, madre de mi madre, sangre de mi sangre, no podían contenérsele las mierditas pastosas, todo a consecuencia de un potaje de judías que cayó en su estómago como una bomba. Mamá no se cansaba de asearla, parecía lo de nunca acabar con semejante tarea. Limpiaba sin siquiera poder renovar el líquido ya turbio. En el jarro sumergía paños que alguna vez fueron adornos de cocina, trozos de sábanas, toallas, pedazos de mosquiteros ya inutilizables. Con vigor restregaba, era difícil librarse de esa tonalidad: amarillo pastel que se colaba entre las uñas y dejaba enormes manchones sobre cualquier tipo de tela. Exprimía con rapidez, y eso sólo ayudaba a esparcir los olores y a traer consigo a un millar de moscas que comenzaban a rondar por muslos, nalgas y todo cuanto les resultaba atrayente. Ya había realizado una inspección para comprobar que nos quedaba medio cubo de agua, destinada a aplacar la sed. Mientras mi madre se dedicaba a espantar moscas, en las escaleras se oía todo tipo de comentarios. Se hablaba de la posibilidad de que en dos o tres horas llegasen algunas pipas para llenar aquel hueco vacío. Era algo que no podía prolongarse por más tiempo, porque la situación empeoraba. Ya se escuchaban malas proposiciones, como la de atacar la cisterna del edificio de enfrente, donde, algunos estaban convencidos, debía haber agua almacenada.

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El ritmo de las mierditas se hizo más frecuente e irresistible. Si antes una ocurría cada treinta minutos, ahora no tardaban en llegar cada tres o cuatro y mucho más fétidas y abundantes. Era increíble que abuela no mostrara síntoma alguno de deshidratación. Mamá con un algodón le dejaba caer de vez en vez sobre los labios algunos hilillos de agua. Pasadas tres horas, sin nada de pipas, ya habíamos consumido toda el agua que nos quedaba. Necesitábamos buscar, nos hubiésemos conformado con unas cinco o seis jarras para mejorar el aspecto de aquellos trapos, y beber. Acudí a los vecinos con los que creía tener más confianza, esos a los que alguna vez les brindé ayuda sin mirar a los lados. Me agoté subiendo escaleras. Todos se negaron, y era de esperarse. Cómo se puede ser tan estúpido e inconsciente si en la mayoría de los treinta y cinco apartamentos conviven niños y mujeres. Todos estábamos secos, tanto que en la piel ya llevábamos un olor a muerte. Nadie en el edificio tenía por costumbre almacenar el agua, y los que lo hacían ahora no la brindaban por el temor de verse en una situación similar. Mi madre limpia. Lo hace sin esa agilidad que la caracteriza, ya no maldice, sólo llora o simula hacerlo, porque no alcanzo a ver como caen las lágrimas. Sus ojos también están secos, como esos paños que ya escasean y se van amontonando al pie de la cama. Más que paños o trapos, ahora, a simple vista, parecen bosta de caballos. “Hay que hacer algo pronto”, dijo mi madre pasándose una mano por la frente. No dudé en ir al closet para comenzar a rasgar camisas, pantalones y todo cuanto creí necesario para continuar limpiando. Esta vez se haría en seco, y era mucho más engorroso porque la piel no quedaba limpia del todo. Desde las escaleras volvieron las voces de los vecinos. Fui al balcón y desde allí, muy interesado, presencié a un grupo de mujeres y hombres que cargaban pequeños troncos de madera, pedazos de hierro, machetes sin filo, además de una enorme cantidad de cubos y jarros plásticos. Parecían decididos a asaltar la cisterna vecina. Según ellos, no sería difícil. A nadie le importaba nada, ni siquiera les interesaba saber que estaba mal hecho, porque los de enfrente supieron administrarse con el mecanismo de hacer funcionar el motor del agua sólo una hora diaria en las mañanas. Algo que nunca se puso en práctica en nuestro edificio, porque cosa igual jamás había sucedido. De lo que sí todos estaban conscientes era de que esa agua no nos pertenecía. No sé por qué sentí temor, y de una manera inconsciente me preocupé por lo que pudiese ocurrir con aquella cisterna que pertenecía a otro edificio, donde igualmente habían niños y personas que tal vez no merecían aquel trato. “Son todos unos hijos de puta”, gritó uno de los del grupo, impacientándose. Supe que algunos odiaban al gordo del tercero, otros sentían lo mismo por el del sexto, y más, muchos más, detestaban a la rubia del quinto piso porque tenía de todo en su casa. 278

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Asimismo, otros no soportaban a la del segundo por ser una estirada que no miraba ni saludaba a nadie, y sucedía igual con la manicura negra, que según se comentaba vino en coche desde Santiago de Cuba a adueñarse del agua de los de acá. La mayoría afirmaba querer darle una tunda al de la planta baja si intervenía. “A ese, por maricón”, y también por tener un jardín muy bonito, que todos los domingos era invadido por gente de su misma especie. Los veo a todos enfilar rumbo al otro edificio. Entro. Ya no me preocupa lo que pueda suceder con los de enfrente, si al final estamos tan jodidos sin agua y sin ayuda. Me duele ver como mi madre limpia a la vieja, tal parece que todas las comidas de los millones y millones de habitantes de la tierra han ido a buscar un sitio en su estómago, como si el gastado cuerpo ocupase la función de tripa universal, donde se vierten todos los desechos para ser digeridos con voraz diligencia. Ahora, casi ahora, las mierditas han pasado de los dos a cuatro minutos a una frecuencia inalterable de tres o cuatro mierditas por segundo. Puedo decir que ya no son tan mierditas, porque ahora la vieja, mi vieja, sangre de mi sangre, flota en el amarillo que comienza a correr por las patas de la cama. Al parecer mamá se ha tragado la lengua, que de tanta sequedad le pesa dentro de la boca. No sabe a dónde ir, a quién llamar ni qué hacer. Se cruza de brazos apartándose porque ya no resiste ese olor que da náuseas, y tampoco quiere embarrarse el único vestido que le queda. Esta es cosa rara, de brujería, porque la vieja, mi viejita, sangre de mi sangre, sólo nos mira de soslayo con sus ojos grandes, lo hace con una mueca en los labios que más que sonrisa parece una maldición. Ha de tener la carne tan entumecida que ni siquiera advierte que sus piernas y manos comienzan a hundirse. Su pelo se deja arrastrar mansamente partiéndose en cientos de hilachas por donde se desliza el amarrillo que va a parar a las losetas del piso, haciendo una zanja que se alarga y se alarga. Al parecer, abajo comienza la lucha. Fijo los ojos en la figura de mi madre. Está tan pálida, ahora sólo atina a treparse en un mueble alto, y sin decir palabra se cubre los ojos con las manos. Me entran deseos de llorar, pero no lo hago. Recuerdo y saboreo la frase de mi padre ya muerto, tantas veces repetida: “Las lágrimas son cosa de mujeres”. Prefiero ir a la cocina, coger un cuchillo y dos cubos para salir afuera a acabar con todos los que se interpongan, tener sólo seso y conciencia para lo que es mío y quiero. Intento poner el pie izquierdo al frente, luego el derecho, pero por más que me esfuerzo todo parece inútil y poco creíble. Las mierditas ya sobrepasan la altura de mis muslos, apenas logro entender lo que sucede, intento ir a donde está mi madre, y no sin esfuerzo llego a su lado. Tiene el maquillaje corrido porque no deja de estregarse los ojos para arrancarse alguna lágrima. “Qué coño es todo esto”. La cargo con cuidado de no embarrarle el vestido.

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Vertiginosamente, las mierditas ascendieron del nivel de los muslos al ombligo. Ahora caminar se hace más trabajoso, porque de la cintura hacia abajo todo pesa y resbala. Con la mirada busco a la vieja, mi vieja, sangre de mi sangre, y sólo encuentro un pedazo de rostro tan blanco que da la impresión de ser una máscara veneciana rodeada de moscas. Al fin salimos al balcón, necesitábamos aire fresco. Para mi sorpresa, afuera también todo comenzaba a inundarse con las mierditas que brotaban de todas partes y engullían lo que encontraban a su paso. Ya no hay aceras, ni parques, ni jardines, ni autos. Gracias a la providencia divina del señor Dios, las cisternas se han llenado hasta el tope. Los vecinos, tan amistosos, destruyen puertas y ventanas que son utilizadas para navegar en lo que ellos llaman “pequeñas embarcaciones”. Niños y muchachos se desnudan sin vergüenza para comenzar a divertirse dándose algunas zambullidas. Le digo a mi madre que mire, y cuando lo hace le señalo al horizonte que ha comenzado a formarse con las mierditas. Sin importar ya la blancura del vestido la dejo caer, y más atrás la sigo para tocar el fondo y luego regresar arriba. Es entonces cuando comprendo que nada es tan complicado, todos nos adaptamos a estar aquí. Al transcurrir un corto espacio de tiempo, ya nada parece tan inverosímil ni asqueroso, al contrario, tiene buen gusto, por momentos me sabe a compota, a jugo de frutas, y lo mejor es que se puede ir de un lado a otro sin temor de ningún tipo porque el cuerpo siempre se mantiene a flote. Las ya no tan mierditas son tan espesas que es casi imposible ir a parar a lo profundo. Mi madre se ha perdido, regreso abajo, no puedo abrir los párpados porque bien sé que arderá, sólo braceo y alargo los brazos para buscar. Cuando encuentro sus huesos la tomo por los hombros. Ya afuera nos miramos, por primera vez en mucho tiempo mi madre ríe a carcajadas, y eso me regocija. Le acaricio la cara, que le ha cambiado de tono. Ni siquiera parece su cara. Ya hay demasiada gente a nuestro alrededor y antes de que anochezca debemos buscar una tabla o puerta para dormir cómodos, porque ya sale el cansancio de los días, de los meses, de los años. A ella no parece importarle la palabra cansancio. Sólo se ríe, se ríe y con sus manos aparta las mierditas de mi cara para besar mis mejillas. Me viene a la mente el recuerdo de la vieja, mi vieja, sangre de mi sangre. Y feliz, tan feliz de estar aquí, vuelvo una vez más al fondo.

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La noche en que Jesús se confundió de Habana Wilmer Hidalgo Oliva

“Reliquias, reliquias, todo se sacraliza, y sin embargo, uno no debiera vivir de las postales o las banderas rígidas, ni vivir de las pos-guerra, el pos coito, o las posteridad” —G.G. Cardet Y ahora que han cesado los gritos de terror, los ayes y el tropel de imprecaciones cuando sentí caer el techo, las paredes, sólo llegan tus recuerdos a traerme una luz a esta oscuridad que casi palpo, que me inunda, y a la que nada más llega un ruidito distante, como si estuvieran cavando en mi cabeza. Mi boca está sellada, perdida entre aguas albañales, pedazos de ventanas, grillos, y su intento de pronunciar palabras como auxilio, socorro, se vuelcan hacia dentro y se mofan de mí, pues ni las oigo. Pensé que había caído junto al motor del agua, pero no. Esto que goteaba en mi barbilla no es agua, ni orina, sino sangre, porque ahora que se ha secado siento su hedor, y si las moscas hubieran quedado vivas estuvieran jodiéndome en la nariz. Las cucarachas son otra cosa. Tenía las manos llenas de grasa y seguro que la camisa blanca y el pantalón azul manchados, y ellas vendrán a banquetearse. Ya siento mis piernas. Pero vuelvo a vivir aquella noche en que no fue fácil acorralar el par de sueños que nacían en tus ojos, y mucho menos limar tu seriedad, lograr que en medio de una multitud tan distinta y distante del que habla, te fijaras en mí (el atrevido), el único capaz de piropear a lo cubano a la hija del Tal: viceministro, vice-guerrero, vice- burgués, vice-cabrón. ¡¿“Quién mierda es ese loco, quien lo invitó”?!, gritó a toda voz un cachorro de “hombre-nuevo-cowboy”, mientras tú sonreías, les decía idiotas, fósiles de conventos, polígamos enlatados con pirulí de oro, y yo (verde morado, sorprendido), seguí vejando con mis chistes de esquinas la guayabera yucateca que me prestó Tinito, el hijo de Mengano, el embajador. Pero que terco fui. Te continué asediando, disparándote al centro de los ojos y cuando opté por pasear los míos por tus pechos me sentí impulsado a embestir como un miura vulgar, ciego de celo, aunque como la cordura es una soquetería al cubo me quedé tranquilo.

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Y desde aquel momento, el árbol de Navidad (o arbolete, porque llegaba al techo sumando hacia lo alto tres brazos de los míos), fue tan agresivo para mí como la mata de Gua que crece en el patio de mi abuela, con todo y que sus bolas de colores, su algodón imitando la nieve, su Happy New Year en grandes letras de papel dorado, le hacían mil y un guiños al burro de Belén, a los pastores y al carpintero, al carnero y a María, y a un niñito, Jesús, que miraba asombrado aquella juventud engalanada que bullía entre risas, abrazos y apretones. Y ni hablar de aquella mesa surtida con mariscos, pavos, cerdos dulces y turrones bajados por los “hijos de papá” con tragos de Lagger Classes Royal, Dosmunder Hansa Beer, vino Alesio Rosado, o un whiskey Johnny Walker, antes de ir a bailar con una algarabía que acentuaban las manos varoniles sobre las tentadoras carnes de las chicas. “Diviértanse muchachos. Regresamos ahorita”, fue la orden de ataque y despelote lanzada por tus padres, y un aplauso vibró en las arañas de cristal que colgaban del techo, rebotó en las paredes y se unió a un rock estéril y asexual del ronco Bruce Springsteen, al que corearon e imitaron su pose del último video-clip visto esa tarde, y que trajo Caquita de su viaje a París en líos de trabajo. ¿Qué pensará? No tú, ni yo—te dije—, sino el niño Jesús al mirar esta casa que nada tiene de Jerusalén, ni de La Habana, y sí del New York visitado por Santa Claus de Rockefeller, los babunes, la Hilton y otros más si al abrir esa puerta y tomar cualquier Lada, Volkswagen, Mercedes, o no sé, de los que están ahí en el parqueo, se diera una vueltecita por mi barrio… o el del otro… o el de más allá. Pero hoy nada importa, sólo en el fondo de tus ojos me siento bien, y todo el Art Noveau, la vajilla de plata, las cortinas e inmensos ventanales no valen lo que una de tus uñas, ni el más mínimo roce de una de esas manos que posas en mis hombros como una mariposa, y me hacen presión a mí, al atrevido, al trozo de ignorante que nunca viajó en góndola, no pudo retratar la Torre Eiffel, ni pasear sus zapatos por las grandes alfombras del Museo del Prado, porque su pobre currículo vitae de hijo de obrero en Cuba sólo abarca del Toa hasta el Guamá. Los cuartos de ambos lados del pasillo están cerrados, y decides salir hacia el jardín por unos caminitos asfaltados que ya quisiera la acera de mi calle. Pero no vine aquí a comparar, te digo y te me acerco, ya cuando vas bordeando las orquídeas y unos perros más grandes que tío Paco vienen a retozar a tu falda, a mirarme rabiosos, pero al oír el timbre de tu voz (que ni la flauta de Pan igualaría), se adentraron ladrando en la casa-perrera que envidiaría Toño, el ingeniero, para vivir con Zaida y los cincos muchachos. La piscina es un ojo acusador, y se ve preocupada de que este jodedor bañado con Batey la perjudique, pero a mí no me importa si tú nadas delante, y tus brazadas suaves, y tus cabellos sueltos salpicando mi rostro, son el mejor bautizo para un pecador empedernido como yo. 282

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Me pides que te seque, y tu cuerpo, la tanga, ese contacto hacen que me zambulla buscando refrescar, pero tu olor está en cada gota de agua y se hace un bulto en mi trusa, al verte caminar con esos contoneos que hasta agua trago. Ahora recuerdo que al intentar tomarte entre mis brazos me di un fuerte golpe en la cabeza con la sombrillita, y el movimiento brusco por poco hace añicos al Felipe II y a su corte de Coca-cola. Y al Champaña, con ese complejo de pingüino tropical de hundirse en el hielo hasta el cuello, también lo hice temblar, dar cuatro tumbos y rodar vertiginosamente por el mármol de la mesa, hasta que nuestras manos a un tiempo lo cogieron, dispararon su corcho, y el líquido espumoso fue bañando tu piel y comencé a beberlo, a notar su sabor diferente en cada parte de tu cuerpo. “Los hijos de papá usamos anteojeras” me dijiste esa noche, cuando te conté de las goteras y los apuntalamientos, de los cientos de cuartos con baños colectivos, de los bajos salarios, las penurias, la falta de libertad y las pocas oportunidades que hay en Cuba. Pero volviste a repetir que “los hijos de papá usamos anteojeras”, que tú, o mejor dicho, que tu padre, se ganó estos privilegios con un arma en la mano, y aquí, en esta casa, sobre esta cama, después de compartir tu cuerpo bañado con Camay, oloroso a Chanel, sólo se habla de lo bueno de la vida, del qué se hará después, del trago que más rápido me lleve hasta tu sexo ardiente, y mientras tanto, mira, mira el álbum de postales y fotos. Entonces me obligaste a verte correr sobre la nieve en la Plaza Roja, arrojar una flor en las aguas del Sena, contemplar el Big-Ben tras la niebla de Londres, y al momento entendí tanta desidia, a ese rostro impasible que sólo se transforma cuando hace el amor, y es lo que te hago ahora, mientras gimes, te contorsionas, me halas el cabello y tus pezones danzan como peces que escapan de mis manos, cimbran como un zunzún frente a mis ojos locos, y tu húmeda concha se hunde, gira, bailotea y galopa sobre mi enhiesto falo, buscando una verdad, un sentimiento, una razón de ser que siempre acabara después de cada orgasmo. Creo que vi una luz. Pensando en nuestra noche (la noche en que Jesús se confundió de Habana), he perdido la noción del tiempo, como la de mis piernas, y hasta el ruido incesante que me golpeó el cerebro dejó de molestar. Al parecer, las cucarachas se murieron con las moscas, porque no han venido, o tal vez no las sentí. Sólo el cadáver de un ratón me hace compañía, y si lo sé es porque su peste es inconfundible. Quizás las ratas no tuvieron tiempo de escapar cuando el derrumbe, porque aunque allá en la urna de cristal donde tú vives no lo quieran creer, también existen los derrumbes. Lo cierto es que si no te importa, o no quieres enterarte, los de abajo también tenemos salvación. Y saldremos, ya casi puedo asegurarlo, pues se escuchan

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las voces, los picos y las palas removiendo la Isla para quitarnos de arriba los escombros. Y aunque sé que “los hijos de papá usan anteojeras”, te invito a que se abra una puerta, un pequeño resquicio, y te sientes con nosotros a la mesa, o busques otro lugar donde ensayar tu farsa.

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Nonato habla con los muertos Juan González Febles

No fue el primero en bajar de las lomas y, cuando lo hizo, bajó con reputación de milagroso. Le decían Nonato y tenía fama de brujo. Todos decían que era efectivo. Tanto para los asuntos de la vida como de la muerte. O los asuntos de la buena o la mala vida en que acostumbran a mandar los muertos. Procedía de un lugar montañoso de la zona oriental. Vivió algo alejado, al pie de la lomas, a pocos y largos kilómetros del pueblo Veguitas. Como era pichón lejano de haitianos, canarios y libaneses, practicaba una extraña forma de vudú con implantes espiritistas, cristianos y africanos. Pero si le preguntaban, siempre respondía que lo suyo venía de sus muertos. Éstos eran unos difuntos apátridas y ambiguos de orígenes y procedimientos diversos. Gente agradecida con mucha influencia lo acercó a La Habana. Nonato en su momento les hizo protecciones y resguardos para que vivieran y ganaran la guerra manigüera que le hicieron, en principio, al gobierno. Después, para la guerra larga, bárbara y sucia que libraron contra todos para quedar empoderados por siempre. Vivía alejado en el Cotorro. Esta es una localidad periférica habanera con toque rural, pero a fin de cuentas en la capital. Sus influyentes amistades consiguieron para él una villa semi-campestre a la que se accedía a través de unas decenas de metros de terraplén, cubiertos con fondos de botella. Allí se instaló con su familia y construyó una cerca de piedras para protegerse de las miradas y las visitas indiscretas. Su familia la componían tres hermanas a las que llamaba indistintamente “cuñadas”, a secas. La gente murmuraba que vivía con las tres. Era cierto. Sus muertos lo permitían. Esos se encontraban más allá de las leyes de los hombres y de los curas con sotana a los que odiaban. Nonato personalmente también los odiaba y los respetaba. Era una combinación ambivalente y equilibrada de odio, respeto y distancia… Los cuatreros irregulares a los que protegió, con el tiempo se convirtieron en generales de poder y leyenda. Eran varones de las armas, con batallas y glorias ganadas en guerras lejanas, libradas más allá del mar. Ninguno tenía escrúpulos de índole alguna para visitar a Nonato. No los tuvieron incluso cuando fueron ateos por definición, convivencia y distinción.



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Nonato y sus cuñadas tenían su historia. Las conoció mientras andaba por esas lomas en busca de asentamientos y paz. Un buen día tropezó con un matrimonio de canarios que vivía alejado con sus cuatros hijas. Se prendó de la mayor y se la llevó de acuerdo a la costumbre de esos lares, en la grupa y con la bendición familiar incluida. Cuando el matrimonio murió, casi de forma simultánea, se hizo cargo de las cuñadas, con 9, 11 y 12 años respectivamente. Las desvirgó por turno, inmediatamente que salieron de la segunda menstruación. Su mujer no protestó porque estaba convencida de que Nonato era hombre de Dios o del Diablo. Vivieron en perfecta armonía hasta que, un buen día, Nonato enfermó gravemente y su esposa murió de repente. Entonces, él se recuperó y la vida continuó. Nonato y su familia disfrutaban de una buena vida. Poco a poco se hizo de las cosas materiales que hacen la vida hermosa. Pero incluso sus adquisiciones contaban con su propia historia. Tenía un estilo peculiar para consultar. Sostenía en las manos una vasija circular de barro repleta de un aguardiente especial que hacían para él en un central azucarero cercano. Encendía el aguardiente con un pedazo de vela y sostenía el recipiente en llamas en su mano izquierda. De forma inexplicable para los neófitos, a ratos llevaba el recipiente incendiado a sus labios y bebía. No se quemaba y así conseguía infundir miedo y respeto. Para muchos, era el Diablo en persona, o quizás uno de sus allegados. La historia de cómo adquirió el primero de sus tres vehículos, tenía mucho de la forma en que relacionaba lo milagroso con la gente y con lo material. Un hombre desesperado acudió con su esposa, porque la hija de ambos estaba por morir de unas fiebres encefálicas de origen desconocido. Antes de comenzar, Nonato les dijo que todo en la vida tiene un precio y un costo. Luego de una estudiada pausa, les preguntó: ¿Qué están dispuestos a dar por la vida de su hija? La niña inexplicablemente sanó y Nonato se hizo de un jeep Willy en perfecto estado, mecánico y estético. A Nonato no le gustaban los amaneceres. Nunca contempló por puro placer el nacimiento de un nuevo día. Pero trababa de estar libre para verlo morir. Le gustaba sentarse al fondo de la casa con un mocho de tabaco y contemplar en completo silencio los atardeceres rojos que preceden a las sombras de la noche. Inmediatamente después comía. Luego del reposo, el café y el tabaco, estaba listo para recibir a quien fuera. Pero, eso sí, nunca más de tres por vez. Nonato recibía tres personas cada día. Repetía que el cuarto saldría mal. Nunca alguien osó preguntar por qué. Eran reglas impuestas por los muertos y nadie tuvo interés por saber. Los viernes no consultaba. Repetía que los viernes se revolvían los humores. En su juventud, los viernes se divertía con las cuñadas. Consumía una marihuana excelente, de autoconsumo, que cultivaban desde los días en la Sierra. Consagraba el día al erotismo y alternaba la marihuana con un hongo que le permitía ver mucho más allá… No tuvo hijos, dijo que los muertos lo castigaron 286

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por algo malo que salió mal, cuando fue arrogante… Pero eso fue lejana juventud y, en verdad, no le agradaban los niños. Ese miércoles de luna llena, había concluido con el tercero y reposaba semidesnudo al aire libre. Lo hacía para llenarse de luna. Le hacía bien la luz lunar. Las cuñadas nunca le acompañaron, porque la luna no les hacía bien a las mujeres. Lo acompañaba, como siempre, su perro Álvaro. Álvaro era un criollo viejo con muchas malas pulgas. Era lento, taciturno, callado y de mala sangre. Se echaba a su lado y pasaba largas horas veladas así, en silencio. Nonato concedía mucha humanidad a su perro o mucha animalidad a los hombres. Con él valía aquello de que “mientras más miro a la gente más quiero a mi perro”. Su perro y sus muertos conocían bien la naturaleza humana. No se equivocaban. Si alguien no le agradaba a Álvaro, de seguro poco obtendría de Nonato. Acostado sobre los mosaicos gastados del patio trasero, recibía, para él, la necesaria energía de la luna. A su lado, las chancletas de madera. En ocasiones recibía desnudo los baños de luz de luna, pero regularmente vestía para la ocasión calzoncillos largos. Estos eran los reglamentarios del ejército. Calzoncillos de algodón, verde olivo. Cómodos y holgados. Se sentía muy cerca de la desnudez cuando los usaba. En ese momento de su noche de luna, no había lugar para una visita, pero ésta llegó. Se presentó sin ceremonias. De repente lo vio frente a él. Álvaro gruñía sordamente, pero permanecía tranquilo porque lo conocía. -¿Qué coño quieres? -Café… -¿Viniste a estas horas sólo para tomar café? ¡Habla! Tengo poco tiempo. Hoy, a estas horas, ninguno. El recién llegado pareció no haber escuchado a Nonato. Por toda respuesta, preguntó: -¿No hay café? Nonato se levantó malhumorado y se dirigió al interior de la vivienda. Al regreso, trajo consigo el porrón de barro con aguardiente, la jícara ritual y un vaso lleno a medias con café. Estaba frío, pero era del gusto del recién llegado. Pasaron al cobertizo, donde Nonato solía trabajar. -Nunca trabajo después de haber concluido. Lo que quieres está difícil. -¿Lo sabes? -Hum... No puede ser. El recién llegado se incorporó de un pequeño banco destinado a las visitas, en el que estaba sentado. Dio un corto paseo y miró de soslayo a Nonato, que sostenía la jícara de aguardiente encendida en la mano. Era un hombre fornido, de estatura regular, con una edad que oscilaba entre los 60 y 65 años. Fuerte y bien conservado. Vestía zapatillas deportivas de lona, un pantalón caqui sintético, beige, pulóver y espejuelos polarizados graduados. En la muñeca un costoso reloj Rolex GMT.

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-Haz lo que haga falta y pide lo que necesites—dijo—. Cualquier cosa que sea. ¡No se puede morir! Nonato lo miró con indiferencia. Dio una chupada al tabaco y bebió de la jícara en llamas. Eso impresionaba a todos, pero no a nuestro hombre. Estaba acostumbrado o simplemente ya había dejado de asombrarse. Los dos hombres se conocían bien y no se concedían ventajas en el trato. -¿Tú sabes cuánta sombra, cuánto espíritu, cuánta vida se ha bebido “el Viejo” hasta hoy? Lo muertos tienen su límite, que no púen trapone. Está cumplío y no hay más na. ¡Vete! -Nonato, ¡dije que no se puede morir, carajo! ¿Tú no entiendes? El jefe no se puede morir… ¿Cómo coño quieres que te lo diga? ¿En inglés? No jodas y resuelve, que no tengo tiempo para perderlo. ¿Ya entendiste? -El que no entiende que aquí que tu grado y tu poder no valen un carajo, eres tú… No caiga en falta e repeto, eso no e salu pa tu cuerpó… Etá cumplío y ma na. -Nonato, yo no vine aquí a pedirte que los dejes de semilla. Necesitamos un poco de tiempo para preparar las cosas... Los enemigos se están afilando las garras para caer sobre nosotros. Es mucho odio, los muertos, los presos, los fusilados, los ahogados, los resentidos… Sólo un poco de tiempo. Pide y trabaja. Lo que sea, Nonato… lo que sea… Nonato hizo un gesto ostensible de cansancio. Bebió otro trago de la jícara encendida y dijo: -Vete y vuelve el domingo a esta hora… veremos qué se hace, pero ésta cumplío, que no se te olvide. -Ok, el domingo. Acuérdate: Pide cualquier cosa, me da lo mismo el tibor del Papa que el calzoncillo del Rey de España. Pide lo que sea, cualquier cosa… ¡Carajo! Que no se muera coño, ¡que no se muera! Bajo la luz de la luna, era como si el recién llegado caminara sobre un sendero plateado. El reflejo de la luz lunar hacia brillar el camino hecho con fondos de botella. Nonato lo miró alejarse en dirección a su automóvil, que dejó aparcado a la entrada, junto a la reja. Todavía caminaba como los monteros. Hay cosas que ni la buena vida consigue cambiar del todo.

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Carlos Alfonso Trust 1990 Óleo sobre lienzo 96 x 72 pulgadas



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Hernán Bás Unwholesome 2005 Óleo a base de agua sobre madera 24 x 17 pulgadas

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María Martínez Cañas The Present Absent (8) 1999 Fotograma al Diazo montado dobre tela; pieza única 78 x 84 pulgadas



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Consuelo Castañeda Pinocchio 01 (de la serie Finding the self) 2008 Acrílico sobre tela 33 x 45 pulgadas

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César Trasobares Chaperone of the Cuatro Ojos 1978 Técnica mixta, incluyendo el marco 24 x 30 pulgadas



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My sister Margarit a ’ s deb ut p a r t y wa s held i n a n ele g a nt s t a g e s et i n t he c o u r t ya r d of the Havana Yat c h C lub . I r e m e mb e r h a n g i n g o ut by t he b a r a nd t a l k i n g t o fr iends about Fidel C a s t r o . Pol it ic ia n s we r e a l l c r o ok s , I t ho u g ht , a nd i f F idel

ever toppled Batis t a , he wo u ld t u r n o ut l i ke t he r e s t . T h r e e ye a r s l at e r, 9 5 % of t he membership of the Hava n a Yat c h C lub , i nc lud i n g my fa m i ly, fo u nd t he m s elve s l iv i n g in Miami in drastic a l ly r e duc e d c i r c u m s t a nc e s .

Tony Mendoza La fiesta de Debutantes de Margarita de la serie de “Cuentos” 1984–87 (Impreso en 1985) Gelatina de plata con baño de selenio 16 x 20 pulgadas

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Los guapos no toman sopa Yasser Iturria

Una ciudad es un muro de carne y hueso. Los huesos son las calles. La carne, los barrios con toda su gente. Y ahí, fuera de un congelador, casi podridos, estábamos nosotros. Mirábamos hacia todos lados: un racimo de plátanos por aquí, dos toallas aún mojadas por allá, la billetera de un viejo, con suerte una bicicleta. Siempre se nos pegaba algo. Había que tener su técnica, lo demás era suerte y experiencia sobraba. Más que probados los tres, hombres a todo, y me sorprendo al oírme hablar así, tan elegante. Es que la cosa cambió cuando Santana le echó el ojo a una trigueña ahí (realmente era mulata, pero él lo negaba). Fue un amor tremendo, de los que matan. Le pidió consejo hasta a uno de sus tíos. Enrique y yo nos echamos a reír. “¿Para qué coño consejo, Santi? La invitas a un laguer, dos yerbazos, de la buena, y se acabó”. Siempre había funcionado. “Pero no, esta vez la cosa tiene que ser distinta -nos dijo-, el problema es que esa jevita es medio guajira y un poco moralista. Seguro que es penosa y está cerrera”. “No es fácil -dijo bajito-, y ustedes van a tirarme un cabo”. A nosotros, en cuestiones de amor, no se nos podía pedir mucho. Mi mayor esfuerzo familiar era prestarle quince pesos al mes a mi hermana Cuca hasta que se graduara en la universidad. Enrique era un delincuente único, si aún estaba en nuestra tropa era porque a pesar de que lo queríamos era imposible deshacerse de él. Cuando salió de su primera retención, a los quince años, fue directo a su casa y le soltó dos balazos a su madre porque nunca lo había ido a ver. Después dijo que había sido sólo para asustarla. En realidad tenía un miedo excesivo a sentirse solo y siempre hizo cualquier cosa para evitarlo. Más de quince días demoró el Santi en trazar la estrategia. Habíamos tenido todo tipo de ideas. Quedó esto: la mulata, guajira al fin, criaba sus animales, que iban desde curieles hasta puercos. Enrique y yo éramos rápidos, teníamos que, a plena luz del día, robarnos la mejor gallina de esa mujer y salir corriendo, de forma evidente, que se viera. Ella comenzaría a gritar pidiendo ayuda mientras Santana, que pasaba cerca, al escuchar los gritos iba detrás de nosotros, para cinco minutos después, algo ripiado y golpeado, pero triunfante, volver con el pollo entre las manos directo a la guajira, quien, para colmo, era casi una temba. Así más o menos fue la cosa. Aunque Enrique decidió que dos era mucha gente para una sola gallina, y quiso hacer el trabajo solo. “Así es mejor, porque me

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entreno”. Luego me confesó que cuando había corrido como tres cuadras y era hora de entregarle el plumífero a Santi, “sentí deseos de correr de verdad, pero lo pensé dos veces porque lo quería, y después de todo él era buen socio”. Aquel día Santana fue recompensado cuando la campesina, ahora Esther, lo invitó a comer pollo. El animal había virado ahogado, “otra cosa no pude hacer— le dijo Santi-, es que lo apretaron mucho y el tipo no aguantó más”. Nunca le preguntamos cómo fue todo, sólo sabemos que una semana después ya Santana estaba instalado en aquella casa, haciendo hasta cambios de dirección. “No era tan cerrera como pensé”, me comentó. Eso sí, le gustaba templar y comer bien. Desde entonces fuimos dos. Era difícil que Santi accionara, aunque a veces nos vendía las cosas. “Busquen comida, que ella la compra”, indicaba, y luego hacía de intermediario para ganarse unos pesos. Pero ya no andaba con nosotros. “Eso parte el corazón -me dijo Enrique-, que el único amigo de uno, óyelo bien caballo, que el único en quien yo confiaba, y mi hermano igual que tú, nos deje por una bicha, eso es de madre, fiera”. Una tarde caímos. Yo estuve casi dos meses dentro. Sólo comía arroz amarillo y col, la sopa que nos daban en prisión era para los flojos, nadie tomaba esa mierda. Enrique salió mucho antes pues su madre, a quien no la habían acabado las balas, vendió algo y le pagó la fianza. Siempre me iba a ver. El penúltimo día Santana me visitó también. Me prometió una comida. Cuando iba saliendo se encontró con Enrique. “No nos fuimos a las manos porque eso estaba lleno de policías y mi pura ahora no tiene dinero, aunque te juro que yo le rajo su gorda”, me dijo Enrique alterado, a punto de la crisis. Salir, bañarme y coger para casa del Santi fue lo mismo. Mataron un puerco chiquito, casi cincuenta libras. Dos horas después la comida estaba hecha. Nos sentamos, sentía el aumento de la saliva esperando el primer trozo de carne. Entonces Esther, para empezar, puso dos platos con sopa en la mesa, humeantes aún, “después viene el arroz con puerco y los frijoles”, dijo. Pero no me importó y aparté el plato. Me quedé sorprendido cuando Santana, el que había sido de la lucha cotidiana, uno que también se las sabía todas, agarró su plato e indiferente le metió mano. Claro que ese fue el error garrafal de su vida, porque él conocía bien que en este barrio, en este pedazo de carne podrida de la ciudad, los hombres hombres no toman sopa. Nunca lo han hecho. Tanto fideo, puré de tomate, viandas inútiles y mucha agua no pueden significar otra cosa que debilidad, falta de hombría. Pero en realidad la cosa viene de más atrás, desde que existe la discordia y la traición. La sopa sirve para cualquier cosa, lo mismo se lavan las manos con ella que le echan una escupía vengativa y tú no te das cuenta, o lo más utilizado, un polvazo con fe en los santos. Aquí eso se aprende desde chiquito, es obligatorio hasta para pasar de grado en la escuela, yo mismo vi algunas veces a mi madre amarrar así a los padrastros, o a un vecino envenenar como a tres gatos. Y de los 296

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comedores obreros ni hablar, allí la combinan con purgantes para que la gente no coma en varios días y ellos llevarse la comida. Si no me fui en ese momento, decepcionado del Santi como estaba, fue porque de alguna manera se me había pegado algo de Enrique y no quise estar solo. Sentí que había perdido un amigo. Todas las mujeres son iguales, quieren llevar a los socios de las riendas y éstos, de vez en cuando, se hacen los entendedores. Claro, ahora dicen que uno es un ignorante y un salvaje. Pero mira lo que le pasó. Por eso me molesté y me comí casi la mitad del puerco, veintipico de libras, no menos. Cargué con el arroz que me dieron y los frijoles, y hasta con los huesos para el perro de mi hermana, que lleva cinco años ciego. Santana me echó los huesos en una jaba. Me iba a despedir cuando le dije: “¿Nos damos unos buches?” Y él, no sin antes buscar los ojos de su Esther, aceptó. Salimos los tres. Alguien nos dijo que en el Cuatro Esquinas vendían buen ron. El cielo se puso como si fuera a llover. Esther quiso virar, pero yo la convencí. “Haz comido mucho y es bueno caminar, si no te da una ampolla”. Abrió los ojos de este tamaño y se agarró fuerte al brazo de Santi. De tanto comer, estoy seguro que a ella le sudaba la panza. Si no le pasaba entonces le sudó cuando al llegar al Cuatro Esquinas vio frente a sí al mismo tipo que le había robado la gallina. “¿Qué quieres?”, le pregunté a Enrique. “¡Con que ahora andas con estos dos, con el Santi y la cosa esa!”, dijo. “¿Qué pasa con mi mujer tú, so ladrón?”, le ripostó Santi como si no lo conociera. Aquello si le dolió a Enrique, que allí mismo le dio un galletazo y empezó la bronca. Un problema así entre extraños es algo común, hay siempre miedo y es hasta divertido. Pero cuando la cosa es entre dos que se conocen, que fueron amigos, hasta al que no coge golpes le duele. Todo fue muy rápido, entre la empujadera, un brazazo por aquí y otro por allá, lo que gritaba la gente y otro bofetazo, nunca supe de qué lado sacó Enrique el cuchillo que entró dos veces en el cuerpo de Santi. “Se lo cogí a mi sobrina -me dijo cuando lo visité en la cárcel-, ella lo utilizaba para sacarle punta a los lápices de la escuela”. Santana cayó en el centro de la esquina. Botaba mucha sangre. Yo y Enrique lo llevamos al hospital. En el camino, sobre los asientos del carro que pudimos parar, vomitó toda la sopa. Parecía que se había tragado su plato y el mío. Un piquetazo le rajó el buche. Si no llega a ser porque aún conservaba algún instinto de hombre, que le hacía botar el caldo, no hubiera durado dos días, ya que la otra comida se le regó por dentro y lo mató a causa de la infección. “Horrible, sin precedentes en mi carrera”, aseguró el médico de guardia. Claro que ésta no es una historia del Bronx, pero así de trágica sigue la cosa por aquí. Después de eso me he tranquilizado un poco. Enrique estará tres años dentro, a pesar de que el Santi antes del fin, ni su familia, quisieron denunciarlo. Lo visito a menudo, sé que él será un socio para toda la vida. Mi hermana, la única que lee en mi casa, me dijo que eso de las puñaladas por una mujer ella lo había visto en

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un libro. “Mira—me dice-, que el otro hasta se llamaba parecido, eso estaba escrito, tu amigo se tenía que morir así, hay escritores que logran que la vida los imite, es un don”. Y continúa dándole una explicación literaria fatal al destino de Santi. Yo le digo que no, que si algo influyó en el fin de Santana fue olvidar su condición. Estoy seguro que aquella sopa, y todas las demás que se comió, tenían su intriga. No debió haberla tomado. Lo vi lento en la bronca y hasta tuvo mala suerte. Es que ahora, de sólo acordarme, se me retuerce el estómago.

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Página 66 Odelín Alfonso Torna

Pepa irrumpe accidentalmente en el Caribe al encuentro del pretencioso Fito Carabao. Encuera hasta la médula, se desplaza sobre la espaciosa e irregular superficie, cubierta de diminutas partículas de polvo. Por primera vez accedía a aquel lugar, que percibía húmedo, saliente y con lumbradas intermitentes. Lo hacía con cierta cautela, como quien teme ser presa de la sorpresa o de un trágico y eventual incidente. A pesar de que su fina y semitransparente piel no le permitía exponerse excesivamente a la luz, Pepa asumía con la temeridad de la naturaleza aquel nuevo artificio. Su cuerpo púber e inocente sentenciaba el eros con la fragilidad que caracteriza el trazo abrupto y fértil de su maduración genital. Erotizaba en cada paso su lento acercamiento a Carabao, supuestamente escabullido en algún lugar del Caribe o detrás de sus extraños elementos, que por primera vez evaluaba con desconfianza. Recién iniciada la exploración, Pepa se detuvo al pie de una amarillenta y despuntada hoja de libro. Debió permanecer tendida sobre aquel apartado lugar por mucho tiempo. Sus bordes quizás sirvieron de aperitivo a la voracidad de algún insecto. Frente a Pepa, mil quinientas letras develadas en negro, página 66 de Retratos de ambigú, narrativa de Juan Pedro Aparicio. Circundando al aventurado y capitulado espacio de Pepa, la crispación matrimonial de los Fonseca—Pedro y Sandra—tocaba fondo. Una avalancha de insultos en ambas direcciones distorsionaba la paz hogareña. La catarsis se debía a que un grupo de trabajadores sociales peinaba el barrio de San Isidro. Efectuaban un censo poblacional con el objetivo de cambiar los equipos electrodomésticos de alto consumo. • No seas comemierda, Sandra. • Tú sabes Pedro, que este cuerpo lleno de celulitis ya no da ni para vicios (…) mejor cá-lla-te (…) no lo voy a cambiar porque es un recuerdo de mi padre. • Lo nuevo es nuevo, so puta. Tu padre está en el quinto infierno por borracho y maricón. Pedro da un puñetazo encima del televisor. Esta vez el rostro de Sandra escapó de los nudillos, de esa mano áspera y callosa de agricultor.

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La página 66 se mueve unos centímetros, alguna brisa o estruendo, quién sabe. El moreno abandona la casa de los Fonseca. Siente el brusco cierre de la puerta tras sus espaldas. Sandra y Pedro se ofuscan otra vez, la discusión se torna violenta. Ambos se abracan violentamente por el cuello. Los latidos del corazón de Pedro aumentan y la respiración se hace insuficiente. Sin perderse uno del otro, cayeron al suelo y rodaron hasta el televisor (marca Caribe), que se desplomó abundantemente sobre ellos. Pepa, la pequeña salamandra, cayó aferrada a la página 66. Las piezas dentro de su entorno Caribe se confunden. Rodeada de piezas metálicas, semiconductores y placas de baquelitas conformadas con estañadas líneas de cobre, leyó su última frase: “¿Metáfora, quimera, utopía…? Me gusta, me gusta”. Las lumbradas se agotaron en el tubo de rayos catódicos. También la fatigosa pelea de Sandra y Pedro, y los pocos vestigios del lagartijito Fito Carabao. Fito, el lagarto Tenorio, quedó electrocutado con el alto voltaje del televisor. Un humo pestilente inundó el espacio todo, el Caribe, la casa de los Fonseca y la ya indescriptible página 66, que entendió el poco aliento de Pepa, la salamandra. ”¿Metáfora, quimera, utopía?”

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Claudio Luis Cino Álvarez

Cuando llegué a mi casa todo me daba vueltas. Era el segundo día del año 1995. Venía de casa de El Majadero. Estaba borracho desde hacía dos días. No porque hubiera algo especial que celebrar o esperar del nuevo año. Precisamente por eso. No había más nada que hacer. Sólo emborracharse. Me había divorciado hacía unos meses. Era el único que estaba solo. Los demás amigos estaban con sus mujeres, tan en nota como nosotros. La pasamos bien. Hacía meses no nos reuníamos todos los amigos. Los pocos que quedábamos en Cuba, quiero decir. Sólo faltaba Claudio. Llevaba un mes ingresado por su problema del corazón, pero estaba mejorando. A la semana del ingreso, se arrancó los tubos y las mangueras y trató de de escaparse del hospital. Gritó que se quería morir. Estuvo muy mal. Pero ya había pasado la gravedad. Los médicos le dieron permiso para que pasara el 31 de diciembre en su casa. Terminamos la fiesta haciendo coro a un marinero ucraniano. Bailaba como un oso en medio de la sala. Cantaba estentóreo, en su español de Saturno aprendido en Centro Habana: “Dale a tu cuerpo alegría y gozadera, ay Macarena…”. Al ucraniano lo trajo una jinetera de Mayarí Arriba. El Majadero le tenía alquilada una habitación. Los salarios de ingenieros de él y su esposa no les alcanzaban para llegar a fin de mes. Me fui cuando me convencí de que no me iba a poder templar a la jinetera. No tenía dinero y el ucraniano no se le despegaba. Aparte de que lo confundieran con un ruso, lo que más le preocupaba era que le tumbaran a la puta. Cuando llegué a mi casa, hallé el papel debajo de la puerta. Claudio había muerto. Volvió a beber. Le dio un paro. Nada se pudo hacer. Llegó muerto al hospital. Lo enterraron a las nueve de la mañana. No atiné a nada. No sé si lloré. No me acuerdo. Estaba demasiado borracho. Mi cabeza parecía estallar. Así no podía ir a la funeraria. Tampoco avisar a los demás. Me tiré a la cama. Necesitaba dormir un par de horas. No lo conseguí. Me levanté antes de las siete y me fui para el cementerio. No quería llegar tarde al entierro. Sólo en la parada de la guagua fue que empecé a pensar en Claudio en términos de difunto. Dolía, vaya si dolía, pero su muerte no parecía algo para asombrarse demasiado.

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Morir no debe haber sido un problema serio para Claudio. Nada lo era. O cualquier cosa podía serlo. Para él todo importaba, pero a nada le daba demasiada importancia. Sólo al amor y los amigos. Lo demás podía esperar. Hasta la muerte. Siempre estaba al alcance de la mano. Sólo había que agarrarla cuando hiciera falta. O cuando le diera la gana a él. Era fácil. Nadar hacia el horizonte, con brazadas largas, la vista en el azul, olvidado de la costa, hasta que las fuerzas te abandonen y dejarte ir. Saltar al medio del Túnel de Línea a torear las luces con un pañuelo en la mano y cantando en un inglés ininteligible que la vida es un cabaret, y el amor una cosa esplendorosa. O beber hasta reventar y olvidarse de los médicos y del corazón que no paraba de crecer. Claudio era un híbrido de hippie y caballero del siglo XIX. A mitad de camino entre un vals vienés y mayo del 68. Arrullado por Chopin, Silvio, El Benny, Nat King Cole, los Beatles y la trompeta de Satchmo. Imbuido de Sartre, Neruda, Marcuse y Castañeda. Demasiado romántico para la vida de mierda que le tocó. Me jode que una vez le pegué. Duro, hasta tumbarlo. Tuve que hacerlo. Se puso impertinente en una fiesta en mi casa. Solía ponerse pesado, pero siempre lo perdonábamos. Aquella noche estaba muy borracho y se deprimió porque estaba solo. Karina se había vuelto a perder. Paró la música. Botó a todos. Quiso pelar al Kinde con un cuchillo. Se quiso templar a la china de Omar. Intentó saltar por el balcón porque nadie lo quería. Rodamos a piñazos por la escalera. Terminamos abrazados, sangrando por la boca y la nariz, en el primer descanso. Ya todos se habían ido. Claudio se había desmayado, no sé si por los golpes o por la borrachera. A rastras lo llevé hasta la cama y lo acosté. Yo me tiré en el sofá. Me dormí oyendo a B. B. King. Claudio me despertó al amanecer para pedir café. Tenía asma y preguntaba qué coño había pasado anoche. Nada de lo que pasara podía ser peor para él que la muerte de su padre. Siempre culpaba a su madre por engañarlo con otro. El viejo los sorprendió y los persiguió por el barrio con un cuchillo. Los vecinos tuvieron que aguantarlo para que no los matara. Luego, recogió sus cosas y se fue de la casa. Murió del corazón, literalmente, menos de dos años después, el día que Claudio cumplió los 16 años. El otro tipo se quedó viviendo con su madre en la casa. Se esforzó en vano por ser un buen padrastro hasta que se volvió loco un par de años después. Se convirtió en una sombra que venía tarde en la noche, sólo a dormir. Así estuvo, sin hablar con nadie y sin que nadie le hablara, hasta que faltó una noche y ya no vino más. No se supo más de él. Nadie se tomó el trabajo de averiguar. La mamá de Claudio decía que era por un polvazo que le habían echado. Siempre le envidiaron su cuerpo y su belleza. Hasta que la vieron jodida no pararon. Ya no era la sombra de la mujerona que un día fue. No volvió a tener marido. Se dedicó 302

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por completo a sus hijos, pero en su casa no volvió a haber paz. Claudio siempre la reprochaba. Hasta con la vista. Cuando no le decía nada, era todavía peor. Su único consuelo era su hija. Una muchacha linda, inteligente y dulce. Claudio la adoraba. Sólo tres o cuatro años mayor, se empeñó en ser el padre que le faltaba. Lo hacía con demasiado celo. Tanto que un día lanzó a un novio por la escalera. El tipo, que tocaba guitarra y trataba de competir con Silvio en componer canciones, se fracturó un brazo. Ningún novio le parecía a Claudio lo suficientemente bueno para su hermana, pero ella lo adoraba y lo seguía en cada nueva empresa, desde hacer lámparas “art noveau” con cristales de colores recogidos por la calle para vender en la Plaza de la Catedral hasta el negocio de antigüedades, pasando por el estudio del budismo zen, el existencialismo de Sartre o el teatro del absurdo de Ionesco. Juntos convirtieron en un jardín la azotea que franqueaba el paso a su ruinosa casa. Allí se celebraron algunas de las más memorables fiestas del grupo (en una, hasta tocaron Los Gnomos, allí en la azotea). Eso fue antes que los amigos empezaran a largarse del país como si huyeran del infierno. Uno la pasaba bien y se sentía en familia hasta que Claudio pasaba el límite de alcohol que podía soportar. Entonces, era el momento de batirse en retirada. El alcohol era siempre el motivo de la ruptura con sus novias. Tuvo muchas. Era un tipo que gustaba a las mujeres. Alto, flaco, desgarbado, con mucho swing. Una mezcla de John Lennon y Ché Guevara en versión de Omar Shariff. Convencía a cualquiera si lo dejaban hablar. Caían atontadas en sus brazos y luego en su cama, si no había nadie en casa. La madre decía que su casa no era un bayú. En esos casos, aparecía por mi casa con la novia de turno. A cualquier hora, preferiblemente de madrugada. A veces con alguna amiga “para que me hiciera la media”. Ellos en un cuarto y nosotros (o yo solo) en el sofá de la sala. O viceversa. Hasta que me casé. Entonces no tuvo más remedio que enfrentar a su madre y gritarle que la que convirtió la casa en un bayú fue ella cuando traicionó al viejo. Desde entonces, se acostó en su casa con sus novias. Las únicas condiciones eran esperar que su madre y su hermana se hubieran acostado. La chica tenía que irse sin hacer ruido antes que se levantaran. Claudio estuvo de acuerdo. No quería comprometerse en serio. Con ninguna muchacha duraba más de unos meses. La casa era muy pequeña y él no tenía un ingreso de dinero estable. Además, disfrutaba ser libre y joder sin tener que dar cuentas a alguien. Eso fue hasta que conoció a Karina. Aquella mujer era pura sensualidad. Bastaba mirarle a los ojos y oírla hablar. Ni que decir de cómo caminaba. Era como si todos los machos tuvieran por obligación que arrastrarse a sus pies. Tenía 30 años, era camagüeyana y llevaba dos en La Habana, justo los años que llevaba divorciada. La conoció después del enredo con la vecina viuda. Al marido lo mataron en Angola. La mujer se encaprichó con Claudio. Cuando la botó, además de

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amenazarlo con darle candela y “echarle el ánima sola”, le hizo un trabajo de santería “para que no se le parara con más ninguna mujer”. Con Karina no valía la brujería. Con ella, hasta a un cadáver se le paraba. Y Claudio se enamoró como nunca lo habíamos visto enamorarse. Bebía menos y no se despegaba de ella. La llevaba para la casa y se acostaban a hacer el amor a cualquier hora. En la cama, Karina no hacía esfuerzos por contener sus gritos y sus jadeos de fiera en celo. Se oían en toda la casa y más allá. Tal vez por eso a la madre le cayó mal desde el principio. O sería por el hecho de que Karina llegó con aires de que sólo ella podría arreglar los problemas de la familia y devolver la paz a la casa. Se dio por vencida cuando sintió tanto rechazo. Entonces sólo le importó templar con Claudio. Lo demás, se podía ir todo al carajo. Así estuvieron varios años. Tres o cuatro. Entonces, empezaron las discusiones. Karina empezó a exigir y a quejarse. Le dijo que no veía futuro a la relación. Que nunca podrían vivir juntos. Que ella quería tener hijos. Claudio le prometió que bebería menos para ahorrar dinero y levantar otro cuarto en la azotea. Que vivirían juntos y tendrían muchos hijos. Karina empezó a desaparecer por días. Decía que tenía mucho trabajo. Claudio empezó a sospechar que estaba con otro tipo. Me lo confesó en su azotea una noche que ella no vino. Le dijo por teléfono que no fuera a su casa, que estaba muy cansada y se quería acostar temprano. También mi mujer me había dejado, pero no pude desahogarme con Claudio. Apenas me dejó hablar con sus malas noticias. El médico le había dicho que estaba peor del problema del corazón. Que tendría que dejar el cigarro y sobre todo, la bebida. Y Claudio, que no iba a dejar ni pinga. Y que las mujeres eran todas unas putas. Y los del gobierno, unos singaos. Era mejor morirse pal carajo que vivir así. Terminamos la noche borrachos y plenamente de acuerdo en todo. Como casi siempre, pero nunca con tantos motivos. Para colmo, por esos días murió Paret. Era un pintor amigo suyo que le daba mucho ánimo. No sé cómo se las arreglaba para dar ánimo a alguien, porque su vida daba grima. A los 50 años, su mujer descubrió que era maricón. Lo encontró en su estudio, jadeando, con los pantalones bajos, en cuatro patas y con los ojos en blanco, ensartado por la pinga descomunal de un adolescente negro que le servía de modelo para un cuadro. La mujer le pidió el divorcio. Tuvo que permutar la casona en la loma de Chaple por un apartamento en Alamar y un cuarto en un solar de la calzada de 10 de Octubre. A Paret le correspondió el cuarto. Sus hijos no lo visitaron más. Además de los efebos de ébano y chocolate, Paret se dedicó a pintar vírgenes, a modo de íconos eslavos, en trozos de madera chamuscada. Con la ayuda de Claudio, los vendía a turistas extranjeros por la Habana Vieja. Las noches de 304

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sábado organizaba tertulias de poetas y escritores en su cuarto. Discurrieron bien hasta que a la Seguridad del Estado se le hicieron sospechosas. Empezaron a infiltrarle agentes en las tertulias y a averiguar a qué extranjeros vendía sus cuadros. Paret empezó a tener toda clase de problemas. El más grave, el último, fue con su amigo Carlos. Le trajo un Sorolla para que lo vendiera y repartirse el dinero. A la semana, vino a reclamar el cuadro o los dólares. Cuando Paret le devolvió el lienzo porque no lo pudo vender, Carlos gritó que era falso, que se lo habían cambiado. Luego de caerle a patadas, descolgó un sable toledano del siglo XVII, se lo puso en el cuello y le dijo que si no aparecía el original, lo abría como un puerco. Los vecinos del solar llamaron a la policía. Los dos hombres fueron a parar a la unidad. A Paret le pusieron una multa, luego de dos días en el calabozo. A Carlos lo dejaron ir. Antes de irse, le reiteró desde la reja que lo mataría. No tuvo tiempo de cumplir su amenaza. A Paret lo mató una apoplejía, 24 horas después de salir de la unidad de Acosta. La muerte de Paret afectó mucho a Claudio. Iba al cementerio y ponía flores a su tumba y a la del padre. Juraba que los mármoles de ambas siempre rezumaban humedad. Como si lloraran. Decía que eso pasaba con los muertos que no eran felices. Se habían quedado a medias. Los traicionaron. No les alcanzó la vida para lograr lo que querían. Repetía que a él no podría pasarle eso, porque siempre tendría a Karina. Tenerla para siempre era todo lo que quería. Pero con Karina las cosas iban de mal en peor. Cada vez discutían más y se veían menos. Hasta que se pelearon la primera vez. La muchacha volvió a los pocos días. Claudio le prometió que ahora sí iba a construir el cuarto en la azotea. Me pidió ayuda para conseguir los ladrillos. Los sacamos, casi todos partidos, compitiendo con otros saqueadores de escombros, de una casa derrumbada en Santos Suárez. Los cargamos en un vagón, viaje tras viaje. Ocho en total. Había que subirlos por la empinada y angosta escalera para amontonarlos en la azotea, junto a la arena que había ido robando de una construcción vecina. Era a mediados de mayo. Hacía un calor de horno. Parecía que el sol nos iba a convertir en charcos de sudor. A Claudio empezó a faltarle el aire. No era el asma. Hubo que llevarlo al hospital. El médico dijo que estaba muy mal. El esfuerzo físico que había hecho era un disparate suicida. Le reiteró que tenía que dejar el alcohol y los cigarros. Ni modo. Claudio siguió fumando y bebiendo. Karina ya no peleaba por la bebida. A veces, le traía alcohol para tenerlo contento y entretenido en las noches que no venía a acostarse con él. Fue entonces que se pelearon por segunda vez. Karina le dijo que no volvería. Que la dejara tranquila, que la relación ya no daba más y ella estaba enamorada de otro. Claudio me lo contó un domingo por la mañana. Lloró contándolo y no le dio pena. Estaba desesperado. Si no se desahogaba, iba a reventar. En su casa le decían

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