Obediencia: el fruto del reavivamiento

CAPÍTULO 5 Obediencia: el fruto del reavivamiento C onfrontado con los mayores desafíos de su vida, Jesús fue al Getsemaní. Había visitado aquel ap

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CAPÍTULO 5

Obediencia: el fruto del reavivamiento

C

onfrontado con los mayores desafíos de su vida, Jesús fue al Getsemaní. Había visitado aquel apartado huerto de olivos que miraba hacia Jerusalén muchas veces antes. Allí podía estar solo. Allí podía vaciar su alma a su Padre celestial. Lejos de la presión y el tumulto de las multitudes, él podía entrar en comunión sincera con Dios. Esa noche, que estaba repleta de consecuencias eternas, él cayó sobre su rostro y clamó: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Reconociendo los horrores que estaban delante de él, Jesús rogó al Padre que quitara la copa de tristeza y dolor que estaba a punto de beber. Quería, si era posible, evitar la traición de Judas, la sala del tribunal de Pilato, los azotes romanos, la corona de espinas y la cruz. Jesús no tomó a la ligera el sufrimiento que afrontaba. En Getsemaní, se dio cuenta plenamente que el pecado aplastaría su vida en la colina del Calvario. Pero frente a una angustia física, mental y emocional, Jesús eligió hacer la voluntad del Padre. Su oración en el Getsemaní revela el principio guiador de su vida: “No sea como yo quiero, sino como tú”. Ese principio era el mandamiento de la vida de Jesús. Estaba comprometido para hacer la voluntad del Padre en cada decisión que hiciera. Agradar a Dios era su lema. La obediencia era el fruto de su relación con Dios. David describió en un salmo esta concentración sincera de Jesús. Hablando en forma profética, puso estas palabras en labios del Salvador: El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:8). El autor de Hebreos repite el mismo refrán: Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:7). El Espíritu Santo llevó la mente de Cristo a estar en armonía con la volun© Recursos Escuela Sabática

tad de su Padre porque Jesús había entregado su propia voluntad y se dedicó a agradar al Padre en todo aspecto de su vida. La vida de Jesús fue una vida llena del Espíritu. El Espíritu Santo desempeñó un papel principal en cada aspecto de la vida de Jesús. Él fue “concebido del Espíritu Santo” en su nacimiento, y “Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con poder” en su bautismo, cuando comenzó su ministerio público (ver Mateo 1:18-20; 3:16,17; Hechos 10:3438). Durante toda su vida, Jesús obedeció la voluntad de su Padre (Juan 8:29; Hebreos 10:7). La vida llena del Espíritu Santo es una vida de obediencia. El que tenía la forma o esencia de Dios “se despojó” (literalmente, “se vació”) a sí mismo de sus privilegios y prerrogativas como igual al Padre, y llegó a ser un “siervo” (literalmente, “esclavo”, Filipenses 2:6, 7)- El dueño de todo llegó a ser siervo o esclavo para todos. ¿De qué fue esclavo Jesús? Voluntariamente subordinó su voluntad a la del Padre. “Se humilló a sí mismo” y llegó a ser “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (versículo 8). Jesús nos muestra qué clase de vida pueden tener los seres humanos cuando estamos llenos con el Espíritu Santo. Tal vida está caracterizada por una obediencia dispuesta y una sumisión humilde a la voluntad del Padre. Y por cuanto quienes viven vidas tales son consumidos por el deseo apasionado de ver a otros salvos en el reino del Padre, sus vidas se dedican a la oración y al servicio.

Obedecer el mandato del Maestro John Kenneth Galbraith fue un economista canadiense-estadounidense cuyos libros sobre economía fueron best-sellers desde los años de 1950 hasta los de 2000. Galbraith cumplió el papel de intelectual público en asuntos de economía. Durante su vida, es posible que fuera considerado el economista más conocido del mundo. Le fue conferida la Medalla de la Libertad en 1946 y la Medalla Presidencial de la Libertad en el año 2000 por sus contribuciones a la comprensión de la economía. En su autobiografía, A Life in Our Times [Una vida en nuestro tiempo], Galbraith relató un incidente que revela la dedicación de Emily Wilson, el ama de llaves de su familia. “Había sido un día agotador”, escribió, “y le pedí a Emily que retuviera todas las llamadas telefónicas mientras dormía una breve siesta. Poco después sonó el teléfono. El presidente Lyndon Johnson lo llamaba desde la Casa Blanca: “–Páseme con Ken Galbraith. Habla Lyndon Johnson. “–Está durmiendo, señor Presidente. Me pidió que no lo perturbara. © Recursos Escuela Sabática

“–Bueno, despiértelo. Quiero hablar con él. “–No, señor Presidente. Yo trabajo para él, no para usted –fue la respuesta de Emily. “Cuando lo llamé al presidente [escribió Galbraith], él podía dificultosamente controlar su placer. ‘Dígale a esa mujer que la quiero aquí, en la Casa Blanca’, dijo Johnson”. 1 La lealtad inquebrantable de Emily Wilson a Kenneth Galbraith es muy similar al compromiso basado en principios que Jesús les estaba enseñando a sus discípulos en Getsemaní. Sin embargo, fue en el aposento alto, en Pentecostés, que los discípulos comenzaron a comprender lo que Jesús les estaba tratando de enseñar. “Como en procesión, pasó delante de ellos una escena tras otra de su maravillosa vida. Cuando meditaban en su vida pura y santa, sentían que no habría trabajo demasiado duro, ni sacrificio demasiado grande, con tal de que pudiesen atestiguar con su vida la belleza del carácter de Cristo” (Los hechos de los apóstoles, p. 30). Cuando los discípulos buscaron juntos a Dios en el aposento alto, se comprometieron en hacerla voluntad del Padre. “Cristo llenaba sus pensamientos; su objeto era el adelantamiento de su reino. En mente y carácter habían llegado a ser como su Maestro, y los hombres ‘les reconocían que habían estado con Jesús’ (Hechos 4:13)” (Los hechos de los apóstoles, p. 37). Después de Pentecostés, Pedro fue un hombre diferente. No tembló de miedo ante las acusaciones de los oficiales del templo, como hubiera hecho antes del Pentecostés. Cuando estos líderes religiosos lo confrontaron y demandaron que dejara de predicar en el nombre de Jesús, él les respondió: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Como su Maestro, Pedro tenía una sola ambición suprema: hacer la voluntad de su Padre celestial. Esto era cierto de cada uno de los demás discípulos llenos con el Espíritu. Estaban dispuestos a enfrentar la persecución, el encarcelamiento, y aun la muerte por causa de Cristo. ¿Por qué? Estaban apasionados por hacer la voluntad de Jesús. Habían puesto a un lado sus propias agendas personales. Conocer y obedecer a Jesús era ahora lo que consideraban lo más importante. La fe que conduce a la sumisión a la voluntad de Jesús tiene la prioridad máxima en la vida de cada cristiano. “La sumisión que Cristo demanda, la entrega propia de la voluntad que admite la verdad en su poder santificador, que tiembla a la palabra de Dios, son producidos por la obra del Espíritu Santo. Debe haber una transformación del ser entero: corazón, espíritu y carácter [...]. Solamente en el altar del sacrificio y de la mano de Dios, puede el hombre egoísta y codicioso recibir la tea celestial que le revela su propia incompetencia y que lo conduce a someterse al yugo de Cristo a aprender su mansedumbre y humildad” (In Heavenly Places, p. 236; parcialmente, en En lu© Recursos Escuela Sabática

gares celestiales, p. 238). Algo notable sucedió en el aposento alto. El Espíritu Santo produjo una profunda convicción en cada uno de los discípulos que oraba. A la luz del sacrificio eterno de Jesús en la cruz, ellos reconocieron que su propio compromiso era superficial. Comprendieron que Dios pedía una consagración mucho más profunda. Percibiendo la poca profundidad de su entrega a la causa de Cristo, abrieron sus corazones a la obra del Espíritu Santo y comprometieron sus vidas totalmente a hacer la voluntad de Dios. Dios ahora tenía conductos libres por los cuales derramar su Espíritu Santo. Si nos entregamos totalmente a la voluntad de Dios, también estaremos preparados para recibir el derramamiento pleno del Espíritu Santo. La lluvia tardía se derramará solo sobre los que hayan rendido sus corazones completamente a Dios, para hacer su voluntad.

Un ejemplo de obediencia instantánea Neil Marten, un conocido miembro del gobierno británico, estaba guiando a un grupo de sus admiradores por el edificio del Parlamento. Durante la visita, el grupo se encontró con Lord Hailsham, el Lord Canciller de Inglaterra. El Canciller Hailsham vestía todo el uniforme de gala de su cargo, que lo hacía parecer bastante imponente. Hailsham reconoció a Marten, su colega y compañero en el Parlamento, así que lo llamó por su primer nombre: “¡Neil!” Ante eso, todo el grupo de visitantes –no atreviéndose a cuestionar ni a desobedecer lo que tomaron como una orden regia– de inmediato se pusieron de rodillas. Los visitantes, por supuesto habían confundido el nombre “Neil” con la palabra “arrodíllense” (que suenan casi igual en inglés). Pero su obediencia instantánea a una orden percibida ilustra el punto. No vacilaron ni discutieron. En cambio, obedecieron al instante. Jesús estaba tan comprometido en hacer la voluntad de su Padre que aceptó sus mandatos sin reservas. Nos invita a hacer lo mismo. ¿Te está convenciendo el Espíritu Santo a rendir algo a Dios ahora mismo? ¿Hay algo que acaricias que Dios te llama a abandonar? El mismo Espíritu Santo que nos reaviva también nos dará el poder para hacer su voluntad. Un reavivamiento genuino siempre produce obediencia. Los efectos del reavivamiento sobre la gente que lo recibe puede verse en lo que sucedió en Gales durante los años 1904 a 1906. Evan Roberts y sus amigos estaban en los últimos años de su adolescencia y primeros años de los veinte en ese tiempo. Comenzaron a orar fervientemente por un derramamiento del Espíritu Santo. Intercedieron por otros, estudiaron las Escrituras, y compar© Recursos Escuela Sabática

tieron su fe. Y Dios respondió sus oraciones y derramó su Espíritu en abundancia. En seis meses hubo cien mil conversiones en el pequeño país de Gales. Los resultados de este reavivamiento se notaron en todo el país. Día y noche la gente llenaba las iglesias de a miles para orar. Los mineros ásperos y que maldecían todo el tiempo se transformaron en caballeros bondadosos y corteses. Los ebrios se volvieron sobrios. Las prostitutas llegaron a ser puras. Aun afectó a los caballitos que trabajaban arrastrando los vagones en las minas de carbón: tuvieron que aprender las nuevas órdenes de los mineros, porque ellos ya no usaban las antiguas, ¡llenas de maldiciones! Cuando la gente abre sus corazones para que los llene el Espíritu, este nunca los deja como eran antes. Los convence de pecado, revela la magnificencia de un amor que no se suelta, los atrae a Jesús, y les da poder para vivir vidas obedientes.

Vidas transformadas A veces los escritores bíblicos se sintieron muy cerca de Jesús, y en otras ocasiones, no. A veces sus espíritus se elevaban en éxtasis y se deleitaban con el gozo de su presencia. Otras veces, no se sentían nada cercanos. Pero el reavivamiento no cambia necesariamente la manera en que uno se siente. Cambia lo que uno hace. Nuestros sentimientos no son el fruto del reavivamiento: lo es la obediencia. Esto es evidente en las vidas de los discípulos después del Pentecostés. Considera a Pedro. El derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés hizo una diferencia dramática en su vida. Lo transformó de un discípulo débil y vacilante, en uno obediente y lleno de fe. Justo antes de la cruz, los discípulos estaban preocupados por la posición que tendrían en el nuevo reino de Jesús (Mateo 20:20-28). Después del Pentecostés, sus prioridades habían cambiado. Se concentraban en un ministerio abnegado a otros. Ahora comprendían lo que Jesús quiso decir cuando dijo que debemos ayudar a la gente más necesitada de la sociedad (gente a quien Jesús llamó sus hermanos y hermanas), como si lo estuviéramos ayudando a él (Mateo 25:40). Llenos con el Espíritu Santo, obedecieron la orden de Jesús de amarse “unos a otros como yo os he amado (Juan 15:12). Así, cuando las viudas de algunos conversos griegos fueron descuidadas en la distribución de alimentos, los discípulos no las ignoraron. Nombraron diáconos para atender sus necesidades (Hechos 6:1-7). El estar llenos del Espíritu Santo condujo a los discípulos a cuidar de los pobres y los que tenían desventajas. Los llevó a vivir vidas abnegadas y © Recursos Escuela Sabática

piadosas. Los condujo a la obediencia aun cuando esa obediencia les costara mucho. Todos menos uno de los discípulos sufrieron el martirio. Fueron apedreados, encarcelados, quemados en la estaca, naufragaron y mucho más. Un poder poco usual de arriba logró un poder poco usual abajo. A veces la batalla espiritual era feroz, pero Jesús, su Salvador y Señor, estaba a su lado para fortalecer su fe. El diácono Esteban es otro ejemplo de una persona cuya vida fue transformada en un profundo compromiso para hacer la voluntad del Padre. Hechos capítulo 7 registra el magnífico sermón que él predicó. En él, bosquejó la historia de Israel y se refirió a experiencias de Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, David y Salomón, mostrando la fidelidad de Dios en contraste con la infidelidad de Israel. Esteban concluyó su sermón acusando a los líderes religiosos de Israel de ese tiempo, que, al rechazar a Jesús estaban violando el pacto de Dios y resistiendo la influencia del Espíritu Santo de la misma manera en que el Israel antiguo había rechazado la conducción de Dios. El estar lleno del Espíritu Santo llevó a Esteban a ministrar en forma abnegada a las viudas marginadas y abandonadas. Y lo condujo a proclamar obedientemente -a pesar de las consecuencias para sí mismo- el mensaje de la fidelidad de Dios hacia su pueblo elegido y el rechazo de ese mensaje por la mayoría de los dirigentes religiosos. El martirio de Esteban es un testimonio elocuente que da alguien que está plenamente comprometido en hacer la voluntad de Dios a pesar de las consecuencias. Esteban fue obediente al llamado de Dios y fiel a la misión de Dios a pesar de que eso significó perder su propia vida.

Sensibles al llamado del Espíritu La vida llena del Espíritu es una vida transformada. La vida del apóstol Pablo ilustra este principio. Aunque Saulo (su nombre original) estuvo mal dirigido en su feroz persecución de los cristianos, era honesto. Cuando perseguía a los cristianos, pensaba que estaba haciendo la voluntad de Dios al confrontar lo que él creía que era una secta fanática. Mientras Saulo viajaba a Damasco para capturar a algunos cristianos y arrastrarlos a Jerusalén para que los juzgaran, Jesús lo sorprendió dramáticamente. La experiencia de Saulo en el camino a Damasco no solo cambió su vida, sino también al mundo. Allí Saulo, el perseguidor, llegó a ser Pablo el evangelista. Paulo predicó con poder por todo el mundo Mediterráneo. Encendió fuegos del evangelio en Galacia, Éfeso, Filipos, Colosas y Tesalónica. Su ministerio lleno del Espíritu sacudió el Imperio Romano, y por medio de sus conversos, alcanzó a entrar en el palacio del César (ver © Recursos Escuela Sabática

Filipenses 4:22; Colosenses 1:23-29). Todo el ministerio de Pablo, fue guiado por el Espíritu, convencido por el Espíritu, instruido por el Espíritu y dotado de poder por el Espíritu. En su defensa ante el rey Agripa, describió la visión celestial que recibió en el camino a Damasco. Luego testificó que el propósito de su ministerio tanto a judíos como a gentiles era abrir sus ojos, para que se convirtieran de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; y así recibieran el perdón de sus pecados y la herencia entre los santificados (Hechos 26:18). La vida de Pablo indica que para ser llenos del Espíritu Santo, la persona debe responder a su poder de convicción. El Espíritu no llena corazones que ya están llenos de deseos egoístas. El rey Agripa, por ejemplo, no cedió al poder de convicción del Espíritu Santo porque su sentido exagerado de importancia y deseos egoístas estaban en conflicto con los impulsos del Espíritu que le decía que debía vaciarse de sí mismo y vivir para Jesús. El apóstol Pablo declara que los creyentes del Nuevo Testamento llenos del Espíritu habían recibido “la gracia y el apostolado para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre” (Romanos 1:5). Por otro lado, los que “no obedecen a la verdad sino que obedecen a la injusticia” pueden esperar “ira y enojo” (Romanos 2:8). En estos pasajes, el apóstol Pablo revela que la obediencia es un asunto de rendir el corazón. Por fe vivimos para Jesús en vez de vivir para nosotros mismos. Por fe él está en el trono de nuestros corazones y el yo está en la cruz. Por fe declaramos como Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Aunque seamos cristianos comprometidos, todavía tendremos luchas. Todavía experimentamos tentaciones, así como Jesús las tuvo. Podemos tropezar a veces, pero por gracia todavía estamos dedicados a hacer la voluntad de Dios. Elena de White lo dice en forma hermosa en su libro Los hechos de los apóstoles: “Aquellos que en Pentecostés fueron dotados con el poder de lo alto, no quedaron desde entonces libres de tentación y prueba. Como testigos de la verdad y la justicia, eran repetidas veces asaltados por el enemigo de toda verdad, que trataba de despojarlos de su experiencia cristiana. Estaban obligados a luchar con todas las facultades dadas por Dios para alcanzar la medida de la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús. Oraban diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia para poder elevarse más y más hacia la perfección” (Los hechos de los apóstoles, p. 41). Los miembros de una iglesia rural realizaban su reunión anual de reavivamiento. En la primera noche, el predicador presentó un mensaje acerca del arrepentimiento y la necesidad de volver al Señor. Cuando hizo el llamado al altar, un hombre se acercó por el pasillo, diciendo: “Señor, © Recursos Escuela Sabática

lléname. Lléname”. La siguiente noche el predicador desafió a la congregación con su necesidad de entregar sus vidas a Cristo en obediencia completa. Otra vez hizo el llamado al altar, y el hombre que había respondido la noche anterior vino por el pasillo por segunda vez, diciendo: “Lléname, Señor. Lléname”. La tercera noche del reavivamiento, el predicador advirtió a la congregación de los males del pecado, y los instó a vivir vidas santas. Y otra vez, ante la invitación de entregarse a Cristo, el ahora observado hombre fue por el pasillo, diciendo: “Lléname, Señor. Lléname”. Pero esta vez, de la parte posterior de la iglesia alguien exclamó: “No lo hagas, Señor; él tiene goteras”. 2 La verdad del asunto es que todos tenemos pérdidas de vez en cuando; tendemos a perder nuestro primer amor, o vadear en el agua tibia, o perder el rumbo. Pero Jesús está allí para darnos fortaleza, sostén y apoyo. Él está allí para llenarnos y darnos poder. Él está allí para tapar las grietas y reparar las fisuras. Él está allí para darnos poder para vivir vidas obedientes ahora y para siempre. Referencias

1 John Kenneth Galbraith, “A Life in Our Times”, Reader’s Digest (Houghton Mifflin, diciembre de 1981). 2 Del sermón “Recordemos lo que hemos de hacer”, predicado por Alan Tison, el 7 de agosto de 2010.

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