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Reservado todos los derechos: Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Toledo.

Editado en colaboración con: Excmo. Ayuntamiento de Toledo, Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, Excma. Diputación Prov. de Toledo, FEDER, Fundación Caja Castilla-La Mancha y la Asociación Empresarial de Hostelería.

No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información, ni transmitir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc.), sin el permiso previo y expreso por escrito del autor de la obra. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. La Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Toledo quiere hacer mención especial por su implicación en la Semana Santa de Toledo a la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, Excmo. Ayuntamiento de Toledo, Excma. Diputación Provincial, Fundación Caja Castilla-La Mancha y Asociación Empresarial de Hostelería.

Coordinación Editorial: Antonio Torres Márquez. María José Muñoz Ortega. Diseño y Maquetación: Ponme a Prueba S.L. Colaboradores: Componentes de la Junta de Cofradías de Semana Santa de Toledo. Fotografías: Miguel Ángel Olmos, Aurelio Redondo Almansa, Agustín Puig Sánchez, Rafael Viejo, Miguel Ángel Díaz.

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Fotografía de portada y cartel: Rafael Viejo Zaragoza. Grabados: Fernando Aranda Alonso. Textos: Cofradías, Hermandades y Capítulos de Semana Santa de Toledo. Edición: Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Toledo. Producción: Editorial Mic. D.L. TO 881-2014 Impreso en España / Printed in Spain.

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Pregón 2015 Presentador a: Mª del Carmen Vaquero Serr ano Pregonero: José María González Cabezas 26 de marzo

Semana Santa Toledo 2015

Presentación Presentadora: Mª del Carmen Vaquero Serrano Excelentísimo Sr. Alcalde. Excelentísimas e ilustrísimas autoridades. Señor Presidente y Junta de Cofradías y Hermandades de la Semana Santa. Señoras y señores. Es para mí un honor presentarles al pregonero de la Semana Santa toledana de este año 2015. Como en las presentaciones más al uso, podría comenzar diciéndoles dónde y cuándo nació, en qué colegio y universidad recibió su formación y enunciándoles la lista de sus títulos académicos, los cargos de responsabilidad que ha ocupado o sus muchas conferencias y publicaciones. Pero me limitaré a decirles que, oficialmente y según consta en su currículum, nuestro pregonero es profesor de Geografía e Historia. Mas, aunque este sea realmente su oficio y con lo que se gana la vida, yo creo que su verdadera vocación es la de poeta y pruebas de ello les podría dar a raudales. Y si en este mundo tan prosaico, materialista y de apariencias en el que vivimos, él hubiera podido elegir los temas sobre los que elaborar sus versos, yo les aseguro que los tres fundamentales serían: su vocación como profesor de instituto, su cariño por los ángeles y su infinito amor a la Virgen María. En el caso del magisterio y la relación con los alumnos, estoy convencida de que a él le hubiese gustado escribir el famoso Brindis de aquel inolvidable profesor de Literatura llamado Gerardo Diego. Les recordaré la situación. Al final de una comida de homenaje que le hicieron sus amigos para festejar su nombramiento profesional, al brindar, el poeta les dijo:

Debiera ahora deciros: “amigos, muchas gracias”, y sentarme, pero sin ripios. Permitidme que os lo diga en tono lírico, en verso, sí, pero libre y de capricho. Amigos: dentro de unos días me veré rodeado de chicos, de chicos torpes y listos y dóciles y ariscos, a muchas leguas de este Santander mío, en un pueblo antiguo tranquilo y frío. 4

Y les hablaré de versos y de hemistiquios, y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo), y de pluscuamperfectos y de participios. Y el uno bostezará y el otro me hará un guiño, y otro, seguramente el más listo me pondrá un alias definitivo. Y así pasarán cursos monótonos y prolijos. Pero un día tendré un discípulo, un verdadero discípulo, y moldearé su alma de niño y le haré hacerse nuevo y distinto, distinto de mí y de todos: él mismo. Y me guardará respeto y cariño. Y ahora os digo: amigos, brindemos por ese niño, por ese predilecto discípulo, por que mis dedos rígidos acierten a moldear su espíritu, y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo, y por que siga su camino intacto y limpio, y por que este mi discípulo, que inmortalizará mi nombre y mi apellido, ... sea el hijo, el hijo de uno de vosotros, amigos. Y ¿a qué poeta, de los muchos que han hablado de los ángeles, le hubiera gustado a nuestro pregonero imitar? Tal vez al Rafael Alberti de Sobre los ángeles. Pero él no hubiera cantado al “Ángel del carbón”, “Feo de hollín y fango”, ni a los “Ángeles sonámbulos” de ojos invisibles [y] grandes [que] atacan”, ni a los “Ángeles muertos” que debíamos buscar “en el insomnio de las cañerías olvidadas, / en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras”. Él, de entre los ángeles albertianos, hubiese elegido al “Ángel bueno”, aquel a que el poeta quería y llamaba, “con nieves de esas caídas de una mano”.

Semana Santa Toledo 2015 Y ¿qué escritor hubiera querido ser mi presentado a la hora de componer sus loores a Santa María? La duda se le habría planteado entre tres, porque a él le hubiese encantado, primero, ser el riojano Gonzalo de Berceo, haber compuesto, como él, unos maravillosos Milagros de Nuestra Señora y haber iniciado su labor con aquellos versos del milagro de la casulla de San Ildefonso: En Toledo la buena, esa villa real que yace sobre el Tajo, esa agua caudal, hubo un arzobispo coronado leal que fue de la Gloriosa amigo natural.

Mas ¿quién es el pregonero de esta Semana Santa toledana de 2015, maestro de vocación auténtica, enamorado de los ángeles y trovador de la Reina de los Cielos? Señoras y señores, tengo el honor de presentarles a José María González Cabezas, poeta entre los poetas. M.ª del Carmen Vaquero Serrano.

Llamábanlo Ildefonso, lo dice la Escritura, pastor que a su rebaño daba buena pastura: hombre de santa vida que trajo gran cordura: […] Siempre con la Gloriosa supo amistad tener, nunca varón en dueña puso mayor querer. En segundo término, y también por su devoción a la Virgen, nuestro presentador se hubiera cambiado por un rey, el toledano Alfonso X el Sabio, y habría cantado con él cualquiera de las Cantigas, por ejemplo, aquella que comenzaría así en castellano: Santa María, estrella del día, muéstranos el camino a Dios y sé nuestra guía. Y siguiendo con la metáfora de la Virgen como estrella, en tercer lugar, hubiera anhelado ser el gran Lope y haber escrito como él para el día de la Natividad de Nuestra Señora, el poema que dice: Hoy nace una clara estrella tan divina y celestial, que con ser estrella, es tal, que el mismo sol nace della. […] No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna: nace en el suelo tan bella, y con luz tan celestial; que con ser estrella, es tal, que el mismo sol nace della. 5

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Pregón de Semana Santa Pregonero: D. José María González Cabezas Saludos Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Toledo. Primado de España. Excma. Sra. Presidenta de la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha. Excmo. Sr. Alcalde de Toledo. Ilmo. Sr. Delegado de la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha. Excmas e Ilmas. Autoridades, civiles, religiosas y militares. Sr. Presidente de la Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa. Señoras y Señores. Agradezco a la Junta de cofradías y hermandades de Semana Santa de Toledo este regalo que me ha hecho, de presentar en mi ciudad el Pregón del año 2015 de la Semana Santa de Toledo. Gracias. Suena Stabat Mater Dolorosa De Vivaldi La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía. Cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía. ¡Oh, cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena. Allí estaba, como siempre lo había hecho, al pie de la cruz, sintiendo el mismo dolor que el fruto de su vida. Tocaba el áspero madero por donde se vertía la sangre de sus entrañas. Con la mano asida a él sentía el pálpito de su corazón, las heridas de su frente y la fiebre de sus ojos. Sollozaba en silencio, intentando mantenerse firme como el árbol a cuyas ramas acuden los jilgueros para descansar y buscar asilo. El Hijo sentía su presencia y con Ella a su lado la soledad no era tan grande y el dolor no era tan agudo, porque sabía que ambos estaban compartiendo el momento tan terrible de la separación que ya conocían desde el mismo comienzo de su concepción. 7

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María buscaba con sus ojos los ojos de su niño. Una súplica callada recorría el aire y en el momento en el que las dos miradas se cruzaron, Ella regresó a su casa, al hogar donde oraba después de haber sido prometida a José. Meditaba en el silencio de su alcoba escuchando tan sólo el trino del ruiseñor y el latido de su corazón. Miraba hacia la ventana atrapada por la suave luz de la mañana, que entraba en la estancia tamizada en un arco iris armonioso. De pronto el tiempo se detuvo y una suave brisa acarició su rostro susurrándole al oído versos divinos y humanos. En ese momento dio comienzo su alegría de ser madre: “Estaba María santa Contemplando las grandezas De la que de Dios sería Madre santa y Virgen bella. El libro en la mano hermosa, Que escribieron los profetas, Cuanto dicen de la Virgen ¡Oh qué bien que lo contempla! Madre de Dios y virgen entera, Madre de Dios, divina doncella. Bajó del cielo un arcángel, Y haciéndole reverencia, Dios te salve, le decía, María, de gracia llena. Admirada está la Virgen Cuando al Sí de su respuesta Tomó el Verbo carne humana, Y salió el sol de la estrella. Madre de Dios y virgen entera, Madre de Dios, divina doncella.” Sabía en lo más íntimo de su ser que la rosa de mayo se transformaría en espina de otoño, pero, a pesar de esta certeza, estaba convencida de que sus cuidados maternales acabarían alejando de su Hijo todos los peligros y desdichas que la propia vida le deparaba. Día a día, mes a mes, notaba cómo iba creciendo en su seno el susurro del ángel, hasta que llegó la hora tan ardientemente esperada. Deseaba tenerlo en sus brazos, acariciar sus manos y su cuerpo, jugar con los rizos de su pelo y provocar su sonrisa.

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“Cuando venga, ay, yo no sé con qué le envolveré yo, con qué. Ay, dímelo tú, la luna, cuando en tus brazos de hechizo tomas al roble macizo y le acunas en tu cuna. Dímelo, que no lo sé, con qué le tocaré yo, con qué. Ay, dímelo tú, la brisa, que con tus besos tan leves la hoja más alta remueves, peinas la pluma más lisa. Dímelo y no lo diré con qué le besaré yo, con qué. Y ahora que me acordaba, Ángel del Señor, de ti, dímelo, pues recibí tu mensaje: «he aquí la esclava». Sí, dímelo, por tu fe, con qué le abrazaré yo, con qué. O dímelo tú, si no, si es que lo sabes, José, y yo te obedeceré, que soy una niña yo, con qué manos le tendré que no se me rompa, no, con qué”.

Y sucedió, lejos de su hogar, de su familia, de sus amigos. Desde el principio la dificultad formó parte de su destino. Alejada de su madre y con la única compañía de su esposo, en un lugar oscuro, frío y apartado derramó la luz que llevaba en sus entrañas, repentinamente toda la estancia se iluminó, y la soledad y el temor que llevaba en su pecho desaparecieron al instante.

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“La Niña a quien dijo el Ángel que estaba de gracia llena, cuando de ser de Dios madre le trujo tan altas nuevas, ya le mira en un pesebre, llorando lágrimas tiernas, que obligándose a ser hombre, también se obliga a sus penas. ¿Qué tenéis, dulce Jesús?, le dice la Niña bella; ¿tan presto sentís mis ojos el dolor de mi pobreza? Yo no tengo otros palacios en que recibiros pueda, sino mis brazos y pechos, que os regalan y sustentan. No puedo más, amor mío, porque si yo más pudiera, vos sabéis que vuestros cielos envidiaran mi riqueza. El niño recién nacido no mueve la pura lengua, aunque es la sabiduría de su eterno Padre inmensa. Mas revelándole al alma de la Virgen la respuesta, cubrió de sueño en sus brazos blandamente sus estrellas. Ella entonces desatando la voz regalada y tierna, así tuvo a su armonía la de los cielos suspensa. Pues andáis en las palmas, Ángeles santos, que se duerme mi niño, tened los ramos.

Palmas de Belén que mueven airados los furiosos vientos que suenan tanto. No le hagáis ruido, corred más paso, que se duerme mi niño, tened los ramos. El niño divino, que está cansado de llorar en la tierra por su descanso, sosegar quiere un poco del tierno llanto, que se duerme mi niño, tened los ramos. Rigurosos yelos le están cercando, ya veis que no tengo con qué guardarlo. Ángeles divinos que vais volando, que se duerme mi niño, tened los ramos”. Recuerdo aquella salida precipitada. Apenas se ocultó el sol, salimos por la puerta trasera de la casa para no despertar sospechas. Caminamos sin mirar atrás dejando un rastro de lágrimas. No sabíamos nuestro destino, pero nos pusimos en marcha, porque una vez más sentí la suave brisa susurrándome al oído palabras cautas, que aconsejaban dejar por un tiempo nuestro hogar, nuestra familia y nuestros amigos para evitar una tragedia. Pasamos ríos, montañas y valles ocultándonos a los ojos de los mortales, descansando en los arrabales de los pueblos y en los oasis de los desiertos, huyendo del sol abrasador durante el día y avanzando durante la noche, recorriendo senderos estrellados y lagunas plateadas, guiados por la pálida luna y los luceros más brillantes. Para esconder tu llanto te arrullaba entre mis cálidos brazos y en el confortable hueco de mi regazo. Te alimentaba con el maná de mis pechos y te protegía de la soledad de los páramos y del abanico del viento. Hacíamos el camino de regreso a la tierra de Isis, el vergel del que partieron nuestros padres, y allí permaneceríamos, anónimos entre los anónimos, hasta recibir la señal que nos permitiese el retorno.

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“¿Dónde vais, Zagala, sola en el monte? mas quien lleva el sol no teme la noche. ¿Dónde vais, María, Divina Esposa, Madre gloriosa de quien os cría? ¿Qué haréis si el día se va al ocaso, y en el monte acaso la noche os coge? Mas quien lleva el sol no teme la noche. El ver las estrellas me cause enojos, pero vuestros ojos más lucen que ellas; ya sale con ellas la noche oscura, a vuestra hermosura la luz se esconde: mas quien lleva el sol no teme la noche.” ¡Cómo pasa el tiempo! A un invierno siguió otro y a éste otro y a aquél una primavera y así, casi sin sentir, volvimos a percibir los aromas de la tierra, el perfume de los almendros y de los naranjos. Volvimos a llenar el profundo vacío surgido en nuestro corazón tras nuestra marcha al encontrar de nuevo a nuestros amigos y parientes, como si el tiempo se hubiese detenido todos estos años. Reanudamos nuestra vida cotidiana y yo estaba feliz viéndote crecer, cuidando tus pasos, calmando tus miedos, contándote historias, desvelando secretos, respondiendo a tus preguntas y dudas, y sufriendo en silencio este momento que ya vislumbraba. La angustia de la separación se produjo por primera vez cuando te perdimos. Me faltaba el aire. Sobre mi pecho una dura losa me impedía respirar. Las palabras se interrumpían en los labios, se pegaban al paladar. Mi voz era apenas un hilo tan fino que me imposibilitaba gritar tu nombre, y sin embargo lo hacía con todas mis fuerzas. Sólo entonces experimenté lo que duele el amor. Mi respiración poco a poco se fue sosegando, mi fiebre empezó a remitir, mi llanto se tornó en sonrisa cuando escuché tu voz canora entre el silencio atento de los mayores, cuando percibí tu ademán se12

reno y tu sabiduría innata. Cual cálido fuego y ardiente lámpara en medio de la oscuridad así estabas Tú, iluminando la negra noche en la que estaban sumidas las sabias mentes de los doctores de la ley. Y entonces te besé, te abracé y te pedí que no te separases nunca de mí. Siempre me has llenado de orgullo. Siempre me he sentido amada. Siempre has estado a mi lado. Bastaba una mirada para entendernos sin pronunciar palabras, como en aquella boda a la que asistimos. ¿Te acuerdas? ¿Cuántos invitados? ¿Qué felicidad la de los padres y esposos? ¿Cómo bailamos? ¿Qué contentos todos hasta que se acabó el vino?. La tristeza se apoderó de sus rostros y de sus almas hasta que Tú, como siempre obediente, les procuraste la ambrosía que necesitaban para continuar la fiesta hasta las primeras horas del alba. Y regresamos a casa envueltos en una maraña de caricias y abrazos.

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Semana Santa Toledo 2015 Segunda Parte Por los pecados de su gente vio a Jesús en los tormentos y doblegado por los azotes. Vio a su dulce Hijo al entregar su espíritu. La lluvia que regaba la tierra yerta y enjugaba mi rostro ardiente, así como la luz crepuscular que asomaba en el cenit del día, me arrastraron de nuevo al pie del oscuro madero al que me encontraba asida para sostener con todas mis fuerzas la gravidez vertical de mi hijo. Su mirada profunda, en la que se ahogaba todo el mar de Galilea, me penetraba hasta lo más íntimo de mi ser y me pedía tiernamente, como cuando era un niño, que me quedase siempre a su lado y que me sintiese orgullosa de Él. Al enredarse su sangre entre mis dedos volví a revivir el tormento del último día y sentí que un dardo de amargura me atravesaba el alma. Atado a un mástil de piedra y golpeado hasta la extenuación sentí su dolor en sus gritos sordos que escalaban las paredes de aquel tabernáculo de ignominia. El pavimento se tiñó de amapolas y cuando lo llevaron ante la muchedumbre airada, entré a recoger mi sangre derramada entre los pétalos púrpuras deshojados a los pies del frío mármol. Sigilosamente me deslicé hacia la plaza y busqué con mi mirada su mirada. No me podía ver. Sus párpados estaban cerrados y desde su frente a la comisura de sus labios se deslizaba un manantial de rojos rubíes y granates que tenían su fuente en el trenzado rosal que coronaba su regia cabeza. Amarrado a su destino camina lentamente, con paso entrecortado, vacilante. El peso del madero le lacera el hombro y la espalda y cae repetidamente cual junco doblado por el viento. En su soledad busca un pequeño remanso de paz. Mi mano acaricia su pelo y mis lágrimas lavan su rostro carmesí. Le entrego las pocas fuerzas que me quedan para llegar con Él a la cumbre donde comienza la vida. Cada golpe, que quebraba sus miembros, horadaba mi corazón, y junto a su grito mi grito se hermanaba, y ambos, en oscuro eco, resonaban perturbando la quietud de la ciudad. La naturaleza toda llora su muerte. Poco a poco las gentes se van marchando y nos quedamos solos Tú y yo, como al principio, cuando todo comenzó. Otra vez te sostengo en mi regazo, te acaricio, te acuno y te canto una nana. Te beso los ojos, la frente y las manos, todo tu ser. 14

Sigue lloviendo y el viento gime largamente compartiendo conmigo su dolor, mientras te estrecho fuertemente entre mis brazos: mi amor, mi luz, mi vida.

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