Oro no es, plata no es. Qué es?

1 Oro no es, plata no es. ¿Qué es? El incierto futuro minero de Iquique Aníbal Matamala V. Enero de 1990 – Iquique – Chile © Fundación CREAR www.c

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Oro no es, plata no es. ¿Qué es? El incierto futuro minero de Iquique

Aníbal Matamala V.

Enero de 1990 – Iquique – Chile © Fundación CREAR www.crear.cl

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Índice

Presentación

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1. De Francis Drake a Fra Fra: los mitos en la minería

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2. La rueda de la fortuna: altibajos en el historial minero iquiqueño

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3. Nadie sabe para quién trabaja: minería y geopolítica

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4. Iquique, ¿tierra de minas?

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5. El “quién es quién” en la minería

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6. Agua que no has de beber...

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7. ¿Qué hacer?

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Bibliografía

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Presentación Los pueblos precisan de los mitos por la sencilla razón de que éstos, de una u otra manera, ayudan a explicar, por ejemplo, el origen de las cosas. De esta manera, los diversos mitos cosmogónicos nos explican cómo fue creado el mundo. El pueblo andino cuenta con un amplio repertorio de ellos. Así, el mito es explicación. Esta breve alusión a la palabra mito tiene que ver con el uso científico-social del concepto. Pero en el lenguaje común, aquél que se usa todos los días, la palabra mito quiere decir ficción, invento. Desde este punto de vista, hay tipos mitómanos; son aquéllos que han hecho de la mentira su vocación favorita. En el texto de Aníbal Matamala, se usa el término mito en la acepción recién comentada. Así, los mitos de la minería se refieren a las imágenes que la gente tiene de Tarapacá: una zona rica en minerales. Tal visión, como lo dice acertadamente el autor de este texto, arranca desde la llegada misma de los españoles. Lo cierto es que en la región hay minerales, pero nunca tanto como para volverse loco. La ficción minera ha hecho que la región de Tarapacá piense que ésta es la clave para el desarrollo. Y este argumento-ficción ha movido todo tipo de intereses, incluso los políticos. Por otro lado, lo que conspira para que el desarrollo minero logre su óptimo son cuestiones que tienen que ver, por ejemplo, con la relativa escasez de agua que vive la región; además, y es obvio, tiene que ver también con los recursos financieros que siempre son escasos y, en último lugar, su éxito está en directa relación con una tecnología adecuada para hacer posible esta explotación, y que tenga que ver con las particulares condiciones ecológicas de la región, en donde la comunidad aymara juega un rol de importancia. Este texto de Aníbal Matamala tiene por objeto demostrar que la ficción del desarrollo minero es sólo eso, una ficción; a no ser que concurran los tres elementos ya señalados. En todo caso, la idea es relativizar el absoluto de la ficción. En este sentido, debe ser leído el presente trabajo. Más aún si en la época de las elecciones presidenciales y parlamentarias el tema minero fue tratado con abundante demagogia por algunos candidatos que, de haber sido elegidos, se hubieran encontrado con mayúsculos problemas para hacer realidad sus ofertas político-electorales. Pueden estar contentos de no haber sido elegidos. Por otro lado, debe servir también para relativizar posiciones al interior de la nueva cúpula de gobernantes que triunfaron en diciembre de 1989 y que creen también en esta ficción que el autor trata de socavar.

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1. De Francis Drake a Fra Fra: los mitos en la minería Cuentan los cronistas que allá por 1578 arribó al puerto de Iquique nada menos que el temible Francis Drake. El célebre pirata, al igual que muchos otros antes que él, venía a estas tierras atraído por las noticias que hablaban de inmensas riquezas minerales, principalmente oro. Sin embargo –y para decepción de tan osado y ambicioso navegante-, debió conformarse con un magro botín, obtenido mediante el poco honroso expediente de arrebatarle un lingote a un pobre chango de las cercanías. Este relato, verdadero o no, y sin ser la primera ni la última leyenda acerca de la riqueza minera de la región, tiene la peculiar importancia de que en él se sintetiza lo que ha sido característico de nuestro historial minero: una mezcla de fantasía con realidad, donde ficción y verdad se confunden a tal extremo que resulta difícil distinguir los límites entre una y otra. De este modo, se ha enraizado firmemente entre nosotros la creencia de que vivimos sentados sobre un baúl de oro y piedras preciosas, del cual sólo nos falta obtener la llave para que el bienestar y la prosperidad se derramen para siempre sobre el sufrido Iquique. Nos alienta la esperanza que, tarde o temprano, la pampa y las montañas (éstas últimas, inclusive, sin siquiera el nombre y la ocupación de nuestros padres) nos dejarán acceder a sus ricas entrañas y apropiarnos de los inagotables tesoros que tan celosamente han guardado. Desgraciadamente, al igual que en la historia de Drake, la realidad ha sido menos dadivosa que las ilusiones. De modo que hemos aprendido a ser cautelosos y algo incrédulos cuando oímos o leemos declaraciones como las que, con frecuencia, solían hacer los funcionarios del régimen saliente en relación con la minería, para anunciar importantes inversiones, nuevos proyectos de gran envergadura y otras lindezas por el estilo, augurando para nuestra provincia un venturoso porvenir de trabajo y prosperidad. Muchos de estos proyectos se refieren a minerales de muy antigua data, para los cuales jamás se ha logrado crear condiciones de explotación que sean técnica y económicamente factibles. Así, por ejemplo, a comienzos de siglo y en pleno auge de la explotación salitrera, se hablaba ya con mucho optimismo del desarrollo de la minería metálica. Agotada ya por ese entonces la plata en Huantajaya, las expectativas se centraban en yacimientos como los de Challacollo, Copaquire, Yabricoya, Sagasca, Collahuasi y otros menos nombrados en nuestros días. Decía, a este respecto, don Fernando López Loayza (Fray K. Brito): “Iquique, desde hace meses, es un centro de inusitado movimiento cobrero. Ya nadie se acuerda de los metales de plata y, mientras la famosa Huantajaya (...) duerme silenciosa y tranquila (...) Collahuasi, Chusquima, Challacollo, Huiquintipa y otras serranías ofrecen a sus poseedores, a la vista y en macizas moles, grandes veneros de cobre (...) Con las especulaciones y venta de acciones de las compañías que se han formado y siguen formándose, hay quienes ya han hecho su regular fortuna, pasando a la categoría de hombres de peso y de valer” (López Loayza, 1907).

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Téngase en cuenta que los hechos narrados por F. K. Brito ocurrían en 1907. Hoy, después de más de ocho décadas y salvo honrosas excepciones, se sigue hablando, explorando, evaluando, prospectando, proyectando, comprando y vendiendo pertenencias, especulando y soñando, pero todo con muy pocos resultados concretos. Puede decirse, entonces, que casi nada nuevo hay bajo el sol. Consideremos, por otra parte, el ciclo del salitre que, abarcando más de un siglo en la vida de Iquique, fue sin duda alguna el que consolidó definitivamente la importancia de nuestro puerto y sirvió de soporte a una época de progreso y (para algunos) de opulencia que muchos recuerdan con nostalgia. Sin desconocer que el salitre ha sido prácticamente la única actividad minera trascendente para Iquique, tampoco nos parece prudente olvidar que, tras el progreso y la pujanza que enriquecieron a unos cuantos inversionistas extranjeros, sobrevino la miseria y el abandono para la inmensa mayoría. De tal surte que lo que heredamos del famoso auge salitrero fue la fantasmal imagen de las oficinas en ruinas abandonadas en la pampa, una hermosa arquitectura urbana –que los incendios parecieran empeñados en hacer desaparecer- y las añoranzas que cada año reviven durante la Semana del Salitre. Hablando francamente, ¿quién se ha librado de escuchar relatos de la más variada índole acerca de lo que fue esa época?. De lo dura que era la vida y el trabajo en la pampa, pero también de los lujos en la ciudad y de la floreciente vida cultural y social. El paso del tiempo y la nueva miseria, ésa que importamos junto con el modelo de los Chicago boys, van paulatinamente disolviendo los malos recuerdos y conservando solamente los buenos. No faltará quien sostenga, convencido, que si bien se trabajaba duro en la pampa, al menos se tenía la casa y la comida seguras, frente a lo que es hoy la inestabilidad laboral y el déficit habitacional. Los más entusiastas nos hablarán, inclusive, de la grande y unida familia pampina. De esta manera, va surgiendo un pasado idealizado en el cual – como lo repiten a menudo los abuelos- “todo fue mejor”. Estas reminiscencias, siendo muchas veces válidas, merecen en todo caso ser examinadas con mayor cuidado. Efectivamente, las características de las faenas mineras determinaban la conveniencia, para las empresas, de agrupar a los trabajadores en campamentos cercanos a las oficinas. En estas condiciones, el abastecimiento de los mineros y sus familias se resolvía a través de las denominadas pulperías, que funcionaban dentro de los citados campamentos. Hasta aquí, todo parece color de rosa; sin embargo, hay implícitos en este sistema varios factores negativos para las condiciones de vida y la dignidad misma de los trabajadores. En primer lugar, la vida en campamentos permitía a las compañías ejercer un control absoluto sobre la vida de sus mineros y de sus familias, aún más allá de la jornada de trabajo; en sus amistades, en su actividad social, gremial y, por supuesto, en sus inclinaciones políticas. El sistema permitía también mantener alejados a los señores políticos de la época para que no fueran a introducir ideas foráneas en las mentes de los pampinos: es bien sabido que ningún trabajador podía recibir visitas ajenas al campamento (ni siquiera familiares) sin informar a la administración y obtener su autorización. Es decir, los trabajadores vivían prácticamente confinados.

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Por otro lado, el pago del salario no se hacía en dinero, sino mediante fichas emitidas por la compañía y canjeables por mercadería en la pulpería del campamento, la que –por pura casualidadtambién pertenecía a la empresa. De esta forma, el minero sufría una doble expropiación: primero, en la producción, mediante los mecanismos clásicos de explotación capitalista y luego, en la esfera del consumo, al someterlo al control monopólico, por parte de la compañía, sobre el mercado de bienes de subsistencia. Así es que, cuando Ud. vea esas hermosas fichas que le ofrecen en las ferias callejeras, recuerde que en su época fueron algo así como la tarjeta de crédito a través de la cual esquilmaban al pampino. A la luz de estos antecedentes, ¿verdad que la vida en los campamentos ya no parece tan idílica?. Por algo habrá sido que cerca de 15.000 pampinos paralizaron en 1907 y se trasladaron masivamente a Iquique para demandar que el gobierno intercediera en la negociación ante las compañías. La plataforma minera incluía como puntos principales el terminar con el pago en fichas, salarios estables, libertad de comercio en los campamentos (o sea, fin al monopolio de las pulperías), escuelas nocturnas y otras peticiones sobre condiciones de seguridad en el trabajo y en el régimen de despidos. Antes que acceder a tan subversivas aspiraciones, los empresarios prefirieron –como usted recordará- someter por la fuerza a los trabajadores, al costo de unas 600 vidas, en lo que la historia registra como la masacre de la Escuela Santa María de Iquique. Cuidado, entonces, con las cándidas añoranzas de un pasado sórdido como el que hemos descrito, que alientan falsas ilusiones creyendo posible reeditar una época maravillosa (que no fue tal) y poder vivir en un mundo de fantasía, estilo Chuquicamata way of life. Así, entre la plata y el oro, el guano y el salitre, la sal y el azufre, el cobre y otros minerales, han transcurrido los años. Ahora, más de cuatro siglos después de Francis Drake, otro Francisco se hace presente en la escena. Esta vez no viene tras el oro amarillo, sino en pos del oro blanco y, sobre todo, del yodo. Nuestro criollo Francisco no es pirata; tampoco es animador de televisión, aunque lo hace bastante bien hablando sin parar ante las cámaras. Se trata de un próspero empresario, no tan próspero banquero y fracasado candidato. ¿Ingenuo soñador o astuto vendedor de ilusiones?. Difícil saberlo. Lo concreto es que empezó criando pollitos en el sur y que llegó por estos lados en 1984, hablando de reactivar las pampas salitreras y ofreciendo cinco mil empleos en ese entonces. Se trenzó en descomunales batallas jurídicas con la privatizada Sociedad Química y Minera de Chile (Soquimich). Para ganar fuerzas no comió espinacas, pero buscó en cambio aliados en el pujante imperio del sol naciente, los que vitalizaron sus arcas con relucientes yenes. Después de cinco años de pleitos que han alterado la hasta entonces apacible vida del juez de Pozo Almonte, combinados con nuevos anuncios y promesas, lo único palpable es una pequeña planta piloto que posee más bien valor simbólico. Ya no habla –claro está- de cinco mil empleos, sino sólo de 450 en una primera etapa, para llegar a 900 en la segunda. En suma, las banderas de la reactivación salitrera, enarboladas por Soquimich y Cosayach, se han constituido, durante el último lustro, en algo así como el balón de oxígeno que mantiene viva esa llamita de esperanza, pero todavía nadie puede asegurar que no se trata de un nuevo mito que viene a sumarse a tantos otros y que, por desgracia, quizá ni siquiera sea el último.

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2. La rueda de la fortuna: altibajos en el historial minero iquiqueño A veces arriba, en la cumbre, y otras veces abajo, en el fondo, a través de los siglos la trayectoria de la minería en la provincia se asemeja a una montaña rusa: ha pasado por múltiples momentos de auge y decaimiento en su importancia económica. Nuestra historia minera, cuestión no por todos sabida, no se inicia con la explotación de la plata y el oro, sino de otra sustancia de apariencia menos atractiva –pero no por ello menos codiciadacomo es el guano. Efectivamente, diversos antecedentes indican que el guano se explotaba desde mucho antes de la conquista española. Hacia comienzos del presente siglo, las covaderas de Punta Gruesa, Punta de Lobos y Guanillos se hallaban en plena producción y exportaban volúmenes importantes. Sin embargo, la explotación irracional y sin preocupación alguna por mantener el equilibrio ecológico condujo a lo inevitable: al igual que en la costa peruana, se destruyó el hábitat de las aves marinas y éstas emigraron o murieron. Como resultado de ello, la producción se estancó y comenzó a declinar de manera franca en las últimas dos décadas. En el caso de la plata, tenemos que remontarnos al descubrimiento del yacimiento de Huantajaya – en el siglo XVI- y más tarde al de Santa Rosa, en 1776. Los siglos dieciocho y diecinueve fueron, pues, la época de la plata. A comienzos de la presente centuria, varios yacimientos comenzaron a dar muestras de agotamiento, como en los casos de Huantajaya y Challacollo, iniciándose desde entonces una caída que se prolonga hasta nuestros días. En todo caso, este agotamiento es relativo y sólo afecta a las vetas de más alta ley. Volveremos más adelante sobre el tema. El oro, más allá de las leyendas, nunca representó una actividad de máxima importancia en la provincia. El ciclo del salitre es, obviamente, el de mayor trascendencia en nuestra historia minera. Como señala Juan de Dios Ugarte en su libro Iquique (1904), el salitre fue utilizado por los españoles en la fabricación de la pólvora (elemento de suma utilidad para convencer a los aborígenes acerca de las bondades de la civilización occidental y cristiana, agregaríamos nosotros). Con las guerras de independencia la producción decayó, reanudándose, sin embargo, en gran escala a partir de 1830. A partir de entonces, creció continua y aceleradamente hasta los albores de este siglo, cuando el salitre alcanzó la fama de oro blanco. La región bullía de actividad. En las faenas salitreras comprendidas entre Pisagua, por el norte, y Taltal –por el sur- llegaron a trabajar varias decenas de miles de obreros, que poblaron con sus familias las oficinas a lo largo de toda la pampa. Numerosos puertos se destinaban al embarque del preciado nitrato: Pisagua, Caleta Buena, Junín e Iquique en esta zona y, algo más al sur, Antofagasta y Taltal. En 1903 la producción bordeaba el millón y medio de toneladas anuales y hacia finales de la década ya se aproximaba a los tres millones por año (Ugarte Yávar, 1904). Ahora bien, como una cosa es la independencia política y otra la independencia económica, la emancipación de la corona española nos condujo, a las jóvenes naciones latinoamericanas, a la esfera de influencia de la entonces todopoderosa Gran Bretaña. Como consecuencia de ello, los capitales extranjeros (principalmente ingleses y, en menor grado, alemanes) pasaron a controlar la mayor parte de las oficinas salitreras. De esa época datan firmas de larga trayectoria y muy

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conocidas hasta nuestros días en el país como Williamson, Balfour y Gibbs & Cía., Duncan Fox, Gildemeister (alemanes) y muchas otras. Varias de estas firmas operaban, además, como importadoras de bienes manufacturados del viejo continente. La crisis salitrera comenzó a manifestarse hacia el término de la primera guerra mundial, cuando disminuyó la demanda para la fabricación de explosivos. El ocaso definitivo se inició en 1929, al desatarse la gran crisis mundial del capitalismo. Las exportaciones, que habían venido recuperándose desde el fin de la guerra, cayeron brutalmente y, en sólo tres años, se redujeron en 90%. La cesantía, en cambio, creció y se extendió como peste por la pampa, perjudicando a cerca de 130 mil trabajadores (Centro Profesional de Asesoría y Asistencia Técnica, s/a). Era el principio del fin. Durante la década de los 30, el Estado, en un esfuerzo adicional por evitar o atenuar la catástrofe, estableció el estanco del salitre y creó para tales efectos, la Corporación de Ventas del Salitre y Yodo (Covensa). Pero todo fue inútil. Vino luego la segunda guerra mundial y el salitre sintético terminó por desplazar al nitrato natural de los mercados, con lo que sobrevino prácticamente la quiebra total del sistema durante la posguerra. A fines de la década del 50 paraliza el complejo Nebraska, que se componía de tres campamentos: las oficinas Peña Chica, Humberstone y Santa Laura, las dos últimas declaradas monumentos nacionales, y los campamentos Cala Cala, San José y San Guillermo (Centro Profesional de Asesoría y Asistencia Técnica, s/a). En 1970 quebró la Cosatan, empresa formada en 1934 por capitales nacionales y cuyo fantasma todavía surge de tarde en tarde en la actualidad. Sólo sobrevivía, a esas alturas, la entonces estatal Soquimich, que mantenía en operación las oficinas Victoria –en la primera región- y María Elena y Pedro de Valdivia en la segunda. El cierre de la oficina Victoria (1979) es apenas la oficialización de una muerte que ya se había producido mucho antes, con una brutal caída de la producción y del empleo. Terminaremos refiriéndonos al cobre, ese preciado y abundante metal que representa la principal riqueza de exportación de nuestro país y que seguirá siéndolo por mucho tiempo, a pesar de los esfuerzos de las industrias pesqueras y de los agroexportadores por desplazarlo. En nuestra provincia, la producción cuprífera no ha tenido un desarrollo significativo, pese a que yacimientos de importancia son conocidos desde fines del siglo pasado. El principal proyecto activo es el de La Cascada, en la quebrada de Sagasca, ubicado en el rango de mediana minería. Su producción creció fuertemente durante la década de los 70 y en la actualidad bordea las 20 mil toneladas de cobre fino al año. Sin embargo, se encuentra ya en su fase terminal, con posibilidades de prolongar la explotación unos tres a cinco años más; los estudios para localizar el yacimiento madre no han dado resultados, por lo que su futuro se ve seriamente comprometido. El resto son antiguos proyectos de gran minería, como los de Cerro Colorado y Quebrada Blanca, pero que presentan diversas dificultades que han hecho imposible ponerlos en práctica.

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Por consiguiente, el breve ciclo cuprífero de estos últimos veinte años no permite aventurar, por el momento, un vaticinio categórico acerca de si llegará a su fin con el agotamiento de La Cascada o si, por el contrario, se harán realidad por fin otros proyectos de envergadura.

3. Nadie sabe para quién trabaja: minería y geopolítica El auge salitrero está estrechamente ligado a varios hechos de importancia histórica. El de mayor trascendencia es, sin duda, la contienda bélica a través de la cual los territorios salitreros pasaron al dominio de Chile. Más allá de cualquier interpretación que pudiera molestar a alguien, lo concreto es que tal desenlace resultó altamente favorable para los intereses de las compañías inglesas, pues les permitió conservar la propiedad sobre los yacimientos, la que se veía amenazada por las políticas tributarias y el establecimiento de estancos por parte de los gobiernos de Perú y Bolivia. De modo que, le duela a quien le duela, la verdad es que chilenos, peruanos, bolivianos y hasta chinos murieron combatiendo, para que los antepasados de la “dama de hierro” se quedaran con lo principal. Aparte de la guerra y sus secuelas, la explotación salitrera se vincula muy directamente con el nacimiento y desarrollo del proletariado minero y del movimiento sindical chileno, que reconocen en la pampa y en las luchas de sus trabajadores la expresión originaria más clara y definida del sindicalismo clasista de nuestra patria. También el salitre trajo, es cierto, el desarrollo, expresado en la construcción de extensas redes ferroviarias y de puertos. Sin embargo, gran parte de la riqueza generada quedó en manos de los capitales extranjeros. En lo que se refiere a ingresos percibidos por el Estado chileno a través de impuestos a las exportaciones, ellos fueron en verdad cuantiosos: hacia 1900 representaban más del 56% de los recursos fiscales (Aylwin, s/a). No obstante, estos recursos no fueron orientados a la creación de nuevas actividades productivas, sino que fueron virtualmente dilapidados a través del consumo suntuario importado o de su transferencia a manos particulares por vía directa (sueldos, viáticos) o indirecta (préstamos, exenciones tributarias, etc.). De este modo, la riqueza acumulada en el ciclo de bonanza no existía ya a la hora de la decadencia y el colapso definitivo.

4. Iquique, ¿tierra de minas? En las siguientes líneas vamos a intentar describir, muy someramente y sin entrar en honduras, lo que parece ser el verdadero potencial de la provincia. Comenzaremos por la minería no metálica, pero, antes de eso, vale la pena hacer notar que en Chile –y en forma más acentuada aún en nuestra región- la producción minera metálica muestra una clara supremacía sobre la no-metálica. En los hechos, el valor generado por la primera es diez veces el de la segunda. Este predominio, que se repite en todos los países subdesarrollados, se da

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exactamente al revés en los países industrializados, dada la alta demanda de minerales no metálicos para usos industriales (Guarachi, 1988). Entrando ya en materia, se puede afirmar con cierta certeza que nuestra provincia cuenta con muy buenas perspectivas para explotar minerales no-metálicos tales como el salitre (sódico y potásico), yodo, boratos (bórax), sulfato de sodio y sal común. En todos los casos hay reservas importantes, se cuenta con tecnología adecuada y los mercados son amplios. Buenas posibilidades ofrece también el caolín, siempre y cuando se modernicen las tecnologías actualmente en uso para su extracción y procesamiento. En cuanto al azufre, si bien existen yacimientos de importancia, su futuro es poco claro –más bien inestable- por problemas de mercado. Vamos ahora por partes. Al hablar de las perspectivas favorables del salitre no estamos contradiciendo lo que dijimos antes. Estamos tomando en cuenta el tamaño de la inmensa reserva que representan los depósitos de caliche en toda la pampa y la existencia de modernas técnicas que hacen posible un buen aprovechamiento de los ripios abandonados. Pero, más que todo, estamos pensando en el yodo asociado a la producción salitrera. Antiguamente el yodo se consideraba un producto secundario del salitre. Hoy, en cambio, es una sustancia cotizada por su diversidad de aplicaciones en el campo industrial, médico radiológico, nutricional, etc. Ello ha hecho que su precio aumente continuamente, al igual que la demanda, que crece a un ritmo del 5% anual en el mundo. Chile es ya un destacado productor de yodo y aporta el 30% de la producción mundial. Tenemos, por consiguiente, la tecnología apropiada para ampliar la explotación en nuestra provincia, donde actualmente hay varios productores operando desde hace algunos años. El principal de ellos es la Cía. Minera Lagunas, donde participan capitales holandeses y que explota yacimientos en las antiguas oficinas de Iris y Lagunas. Otros proyectos importantes se realizan en Negreiros (Cía. Sierras de Tarapacá) y en Pissis Nebraska. Hacia 1995, la región debería estar aportando casi el 30% de la producción nacional. La fabricación de ácido bórico a partir de boratos es otra actividad que puede ser muy rentable, pues los costos de producción son bajos y el valor agregado es alto. Contamos con reservas importantes en los salares de Pintados y Cariquima, donde se instaló en 1984 la Cía. Minera del Boro. El sulfato de sodio se destina a la industria del papel y de detergentes, su costo de producción es bajo y el 60% de la producción nacional se exporta, todo lo cual no representa sino ventajas. En cuanto a reservas, se le encuentra en los caliches salitreros, pero, además, la Corfo ha detectado la existencia de importantes yacimientos en los salares de Surire y del Huasco.

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En nuestra provincia es donde se produce prácticamente el total de la sal común del país. A pesar de que su precio es bajo en el mercado mundial, no por ello carece de importancia, dadas las enormes reservas existentes en el Salar Grande. En cuanto al caolín, se le podría sacar también bastante provecho a los yacimientos existentes en los cerros de la costa y Patache. Utilizando tecnología adecuada es posible obtener un producto de alta calidad que tiene gran demanda en la fabricación de papeles brillantes. El azufre, como ya lo anticipamos, enfrenta serios problemas de mercado, debido a que su uso principal se halla en la fabricación de ácido sulfúrico y, en ese terreno, está siendo desplazado por nuevos procesos más económicos. Por lo tanto, y a menos que don Sata nos favoreciera con algún convenio de compra en grande, la otra posibilidad es el desarrollo de la pequeña minería metálica, acompañado de pequeñas plantas de ácido sulfúrico para consumo regional. Por el lado de la agricultura no pasa nada, ya que la demanda es muy baja. La demanda general por los no-metálicos seguirá creciendo en el mundo, eso está claro. Sin embargo, nosotros podremos aprovechar este aumento sólo si, junto con ampliar la gama de sustancias que producimos, aumentamos su valor mediante procesos industriales básicos. En otras palabras, la minería no-metálica debe combinarse con la industria química. Como en la mayoría de los casos estamos hablando de pequeña minería (salvo la sal y el salitre), para lograr esta fusión minero-industrial se necesitará de políticas oficiales que ayuden a ello. Demos ahora un vistazo a la minería metálica. Comenzaremos diciendo que todo parece indicar, hasta ahora, que hay suficientes recursos en la región y en la provincia como para justificar que se realicen estudios más detallados tendientes a localizar y evaluar los yacimientos cuya explotación sería más rentable. El Estado debe recuperar su papel en esa labor, que en los últimos años se ha dejado en manos de las empresas mineras extranjeras. En segundo lugar, resalta como hecho negativo el que en nuestra región no exista una real tradición en minería metálica, a diferencia de otras zonas del país. Los mineros locales, por ejemplo, no tienen la experiencia y el olfato de los de Copiapó y del norte chico en general, cuya habilidad como cateadores ha sido proverbial en las fases iniciales del reconocimiento. En el fondo, los nuestros son pequeños propietarios de minas, pero no pequeños mineros en el auténtico sentido de la palabra. Como consecuencia de ello, los reconocimientos han sido muy precarios y la explotación se ha limitado a aquellos minerales más accesibles y de fácil extracción, o sea, desmontes y disfrutes. La minería de la plata es una buena muestra de lo anterior. Así, en los yacimientos cercanos a Iquique (Santa Rosa, Huantajaya), las faenas se encuentran prácticamente paralizadas, al irse agotando los desmontes y no existir la mina preparada para reemplazarlos. Por otra parte, las fluctuaciones en el precio del metal hacen incierto el futuro y desalientan la inversión. En el caso del cobre hay varios proyectos en estudio, o en ejecución que corresponden a la mediana o gran minería, es decir, implican inversiones cuantiosas. El único proyecto en ejecución actualmente es el de La Cascada, al cual ya nos referimos. De los estudios restantes, vale la pena mencionar Cerro Colorado, cerca de Mamiña, a cargo de capitales canadienses; Quebrada Blanca, en manos (por ahora) de Enami; Collahuasi, por parte de la Shell.

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Al nivel de la pequeña minería, recientes estudios han llegado a concluir que en la provincia habría –a lo menos- siete yacimientos que ofrecen buenas condiciones para entrar en producción. Se trata de las minas Los Pericos, Haydeé y Los Guanacos, en el Salar Grande; San Carlos y Rosa Amelia, en el área de Santa Rosa y Huantajaya; San Oscar, en Huara; y Mejillones del Norte, en Junín. Los mismos estudios mencionan también la posible explotación ventajosa de algunos yacimientos de oro, tales como las minas San Lorenzo (Junín), Vilta (Huara) y otras. El beneficio de los minerales de cobre y oro de estas minas sería posible a través del establecimiento de poderes compradores y de la puesta en marcha de varias plantas ya existentes en puntos clave de la provincia, como podrían ser Pozo Almonte, Huara o Patillos. Que ello se materialice depende, en gran medida, de que exista una política de gobierno orientada en tal sentido, lo que no ocurrió durante los dieciséis años de régimen militar.

5. El “quién es quién” en la minería Llama poderosamente la atención, cuando se estudia la estructura de la propiedad minera en la provincia, lo altamente concentrada que ella se encuentra. Eso es mucho más acentuado, todavía, en el caso de la minería metálica. Examinando en detalle el rol de concesiones mineras del Servicio Nacional de Geología y Minas (Sernageomin, 1987), se aprecia que en nuestra provincia existen unos quince grupos mineros que acumulan en sus manos más del 70% del total de las concesiones (el 85% en la minería metálica y el 56% en la no-metálica) A su vez, poseen el 85% de los yacimientos metálicos en explotación y el 43% de los no-metálicos en actividad. La naturaleza de estos grupos es variada. Algunos corresponden a familias de la región. Otros tienen fuertes nexos con algunos de los principales grupos económicos nacionales. También hay empresas estatales, de entre las pocas que han sobrevivido. Por último, están las infaltables empresas extranjeras. Pasemos ahora a ver quiénes son estos afortunados. Empezaremos por las empresas del Estado. Se trata de la Corporación del Cobre (Codelco), la Empresa Nacional de Minería (Enami) y la Corporación de Fomento a la Producción (Corfo). De entre todas sus posesiones, la más importante es Quebrada Blanca, de Enami. Los restantes son todos grupos privados. El autor ha usado su arbitraria (y no necesariamente original) imaginación para nominar a cada grupo de acuerdo a alguna característica considerada representativa de él, como podría ser el nombre de la familia, del accionista principal, del área donde opera, etc. Para que nadie se sienta ofendido, vamos a listarlos por orden alfabético. Grupo Errázuriz. No es difícil deducir que pertenece al grupo de empresas de nuestro conocido Fra Fra. Lo integran las compañías Cominor, Petromin (donde también participaría Carlos Cardoen, otro de los que prosperó en estos años) y Cosayach, donde aparece asociado a capitales japoneses.

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Gildemeister. De antigua tradición minera en nuestra región, tiene sus principales inversiones en el mineral de plata de Challacollo. Grupo Huantajaya. Bajo este nombre incluimos los capitales canadienses, encabezados por LAC, que se encuentran explorando la zona oriental del yacimiento de plata de Huantajaya. Merck. Posee algunos yacimientos en el sector de Negreiros y en la zona de Lagunas. Sus proyectos van por el lado del yodo principalmente. Grupo Papic. Es un típico grupo local. Compromete a toda la familia (padre, hijos, nueras y yernos) y opera bajo un sinnúmero de razones sociales: Minera Santa Rosa, Minera Rosa Amelia, Sociedad Salitrera Renacer, etc. Posee el 18% del total de concesiones en la provincia y, sin embargo, las mantiene inactivas. Lo que ocurre es que no cuenta con el capital de explotación y en los bancos no lo quieren ni ver, por la enorme deuda acumulada. Por eso, atesora minas a la espera de que aparezca algún socio capitalista interesado en invertir o comprarle. Grupo Perich. También juega de local. Aparece ligado –como actividad principal- a la Minera Santa Elena, de Huantajaya. Promel. Perteneciente a don Marcos Beovic, es el principal grupo regional en la minería metálica. Su centro de operaciones estuvo en Arica y Parinacota, hasta que le vendió Choquelimpe a la Shell. Ahora trasladó su interés a Huara, donde proyecta trasladar su planta de beneficio de cobre desde Arica. Pudahuel. La Soc. Minera Pudahuel está asociada al grupo Larraín y acá opera como Soc. Minera La Cascada, en la mina del mismo nombre. Actualmente, realiza exploraciones en otros puntos de la provincia y participa en Quebrada Blanca. Grupo Punta de Lobos. Reúne a las empresas que controlan monopólicamente el mercado nacional de la sal, explotando los yacimientos del Salar Grande. La más conocida es Sociedad Super Sal Lobos. Grupo San Enrique. Tiene su área de operaciones en Copaquire –quebrada de Huatacondo- con varios yacimientos de cobre, el mejor de los cuales es justamente el de San Enrique. Shell. Su principal inversión, usted lo sabe, está en Choquelimpe, provincia de Parinacota. En Iquique, su actividad se concentra en Collahuasi, a través de las compañías Doña Inés, Vilacollo, Superior Oil y otra. Soquimich. Como se recordará, la estatal Soquimich fue privatizada y adquirida (en ventajosas condiciones) por varios de sus ejecutivos, encabezados por Julio Ponce Lerou, el yerno de don Augusto. Eso debe ser lo llaman capitalismo popular, seguramente. La ahora empresa privada continuó disfrutando, sin embargo, de una serie de granjerías que le permitieron reclamar derechos sobre importantes pertenencias salitreras en nuestra provincia. Algunas de ellas están actualmente en disputa con Cosayach (pampas Pissis Nebraska y Perdiz). Hasta la fecha no pasa nada con la famosa reactivación salitrera, ni siquiera en Soronal, donde anunciaron inicio de faenas hace ya bastante tiempo.

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Este recuento no podría dejar de mencionar, al menos, al más de un centenar de pequeños y medianos mineros de la provincia que no tienen capital, que están agobiados por deudas de arrastre y, en muchos casos, sin capacidad para soportar largos períodos de inactividad o de bajos precios de los minerales. Por todo eso, sus minas permanecen cerradas y han debido buscar otra forma de ganarse la vida. Es hora ya de que alguien se acuerde de ellos, para que también puedan cantar más adelante el “gana la gente...”.

6. Agua que no has de beber... La escasez del recurso agua a escala regional no es un secreto para nadie y representa un serio obstáculo para el desarrollo de las actividades productivas, ya sean éstas agrícolas, mineras o industriales. Escasez, por una parte, y alta demanda –por otra- han generado como resultado una ardua y desigual competencia entre los distintos interesados en disponer del líquido elemento para desarrollar su actividad. Dadas las características del nuevo código de aguas aprobado durante el régimen del Capitán General, a nadie puede extrañar que la peor parte en esta disputa la hayan sacado, claro está, el ecosistema andino y sus pobladores originarios, las comunidades aymaras. Hasta la fecha no existe opinión única acerca del problema del agua, pero los estudios más serios tienden a coincidir en que las aguas de la Pampa del Tamarugal están siendo explotadas a un ritmo superior a su capacidad de recuperación. O sea, como suele ocurrir en otros aspectos de la vida, estaríamos gastando más de lo que recibimos. Si bien no se han podido medir con precisión los flujos de recarga, las estimaciones arrojan como resultado promedio que el consumo no renovable en la pampa oscila entre los 500 y los 700 litros por segundo. Ello significa que las reservas en la pampa, calculadas entre 500 y 1.250 millones de metros cúbicos en sus opciones más conservadoras y más optimistas, tenderían a agotarse en un lapso que va desde los 20 hasta los 60 años, en el mejor de los casos, siempre y cuando el consumo se mantenga en los niveles actuales. Téngase en cuenta el consumo, en todo caso, que probablemente dentro de unos quince años (mucho antes del agotamiento del recurso), el suministro de agua potable se podría ver seriamente afectado, por la contaminación salina que sufre progresivamente el manto acuífero a medida que se va consumiendo. Aún cuando en lo inmediato –y a primera vista- la situación no se ve dramática, ella tiene connotaciones alarmantes en el futuro mediano. A tal punto es así que en el último tiempo no se han seguido otorgando nuevos derechos sobre aguas subterráneas en la pampa, aún a costa de entrabar proyectos mineros de cierta importancia como los del yodo en Negreiros, por parte de Merck, y de Sierras de Tarapacá. En otros casos –como el proyecto de Shell en Collahuasi- se pretende utilizar el agua de los salares altiplánicos de Michincha, Coposa y Alconcha, cuyas reservas y recargas les aseguran el suministro requerido por un período aproximado de 27 años, lo que se corresponde con la duración estimada del proyecto. Dicha empresa ya posee los derechos para el uso de esas aguas, pero cabe poner en

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discusión el tema, pues quizá esos salares resulten ser la única alternativa viable para el suministro de agua potable hacia Iquique más adelante. De modo que acá sigue planteada la contradicción: desarrollamos nuestra minería, pero no tomamos agua (la que podría ser reemplazada por cerveza, dirán algunos) ni tampoco nos bañamos (asunto bastante más grave, pero cuyos efectos se confundirían con los olores que emanan de las pesqueras).

7. ¿Qué hacer? La pregunta que ahora nos formulamos no tiene nada que ver, en este caso, con la famosa interrogante leninista. Por el momento, para nosotros se trata de esbozar algunas ideas fundamentales que una política minera debería tener en consideración, teniendo en cuenta que nuestro malagradecido pueblo decidió, a pesar de todo, que era mejor vivir en democracia. Muy sintéticamente, estas ideas consisten en: 

La necesidad de abordar seriamente el estudio y cuantificación de los recursos mineros en la región, así como la factibilidad de su explotación.



Una política de estímulo y capacitación para los pequeños mineros, tendiente a formar este tipo de empresarios en la provincia y la región.



Una política tributaria y crediticia que fomente la inversión productiva en la minería. En otras palabras, que no se desvirtúe como mecanismo para saldar deudas de arrastre o para comprar minas sin intención de hacerlas producir.



Una política de asistencia técnica a los pequeños productores de minerales no-metálicos, para desarrollar la industria química ligada a esos productos.



Diseñar una política para la utilización racional del recurso hídrico, que parta por medir con precisión su disponibilidad e identifique las fuentes; que diferencie claramente entre los tipos de consumo (humano, agrícola, minero, industrial) y las respectivas fuentes; que promueva la búsqueda de alternativas como podrían ser la desalinización de agua de mar, posible construcción de embalses en cuencas cordilleranas, etc.

Sólo nos cabe esperar ahora que el nuevo gobierno democrático, expresión de tantas esperanzas contenidas por años, sea capaz de dar efectiva respuesta a estos problemas. Ello será posible –sin duda- siempre y cuando se convoque a todos los sectores interesados para, en conjunto, estudiar las soluciones más adecuadas. Para eso precisamente, para buscar entre todos las soluciones, es que estamos reconstruyendo la democracia, ¿no piensa usted lo mismo?.

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BIBLIOGRAFÍA Aylwin, Mariana s/a

“Chile en el siglo XX”. Primera edición. Editorial Emisión.

Centro Profesional de Asesoría y Asistencia Técnica (CEPAAT). s/a

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Guarachi P., Luis 1988

“Diagnóstico de la Minería No-Metálica Nacional”. SEMINARIO Internacional de la Minería No-Metálica en Chile, 1988. Publicado en Boletín Minero Nº 26, julio.

López Loayza, Fernando (Fray K.Brito) 1907

“Letras de Molde, colección de artículos periodísticos”. Imprenta Bini e hijos. Iquique, 1907.

Ugarte Yávar, Juan de Dios. 1904

“Iquique. Recopilación histórica, social y comercial”. Imprenta de R. Bini e Hijos.

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