Oscar H. Bruschera. Dialéctica de los orígenes

- ENCICLOPEDIA Oscar H. Bruschera Dialéctica de los orígenes "Ni z B ~ I C ~ ~ O Jz~eticecZores~ Eugenio Garzón, el candidato de la unión en 1S5

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ENCICLOPEDIA

Oscar H. Bruschera Dialéctica de los orígenes

"Ni z B

~ I C ~ ~ O Jz~eticecZores~

Eugenio Garzón, el candidato de la unión en 1S51

El patriciado montevideano, hijo del puerto, del racionalismo ilustrado, del liberalismo mercantil, adverso por mentalidad y por interés al turbión de los jinetes, al aduar trashumante de las castas, formalizó 121 estatuto jurídico de su predominio sobre el coto cerrado del territorio oriental, en . Reproducía ésta boga -con aquella nota de inoriginalidad que inquietaba a Alberdi-, acuñados por las burguesías europeas. Instauraba la República censitaria según el padrón de Bentham, y al hacerlo quedaban marginados del ejercicio de la soberanía -extrañados de la civitas cívica, ilotas en sus patrias- el peón jornalero, el trabajador doméstico, el carretero, el miliciano, el soldado de línea, el tropero, y desde luego, en cabal correlato con su petulancia ilustrada, el que no sabía leer ni escribir, en suma, el mayoritario mundo social americano. Calculaba Tomás Diago en 1862 que las tres cuartas partes de los hombres de armas llevar de la campaña, eran analfabetos. Y el Presidente Batlle en 1869, decía que si esta exclusión se hubiera fielmente efectuado, gozarían del derecho de ciudadanía, "a lo más el cuatro por ciento de sus habitantes". Era un sistema político que desde el cimiento de la propiedad "como sagrado inviolable", levantaba, frente al poder del Estado, límites a su potestad reglamentaria y a su dirección de los negocios públicos, porque el orden constitucional fundamentalmente debía impedir, el infringimiento de sus oportunidades.

Lu lz~chadel hombre con el brato forja comportumientos qlce lz~egose inserturdn en otros combutes. ("La dornu" de Juan Munlcel ~ l u n e s ) ~ ¿Cual era el ámbito que debía ordenar y regir un Estado, tan corto de posibilidades? Una raquítica población -128.000 dio el Ce - un cuarto de ella en la capital y el resto en la inmensa campaña o en la escasa treintena de caseríos y villorios. U n país de fronteras indefinidas y abiertas; sin caminos, ni más medios de comunicación que el caballo y la carreta; sin alambrados, con un derecho de píopiedad sobre la tierra controvertido, que sólo tenía mojones en las escrituras de los notarios; sin agricultores o pastores, sedentarios y mansos; sin más centros de asociación que la pulpería, la capilla y la estancia, donde se poseían los servicios que el aparato etático, de crónica insolvencia y desvalido de poder, no podía brindar. N o había escuelas por donde transcurriera la civilización de las ciudades, ni comisarías que impusieran acatamiento a una autoridad difusa y distante; apenas, algunos preceptores de aula escasa y comandantes de nístico celo. En la ciudad y sus aledaños: una concentración humana y económica de mercaderes, barraqueros, navieros, prestamistas, usureros y latifundistas citadinos; órganos de justicia y administración; reglas y normas redactadas por la escolta abogadil cuyo elenco, una Universidad académica, desde la Guerra Grande, engrosó sin pausa. Mentalidad e intereses tendían el lazo umbilical de su dependencia, al mercado capitalista europeo. En el otro escenario, el de la pradera:. las costumbres varoniles y recias de una g a n a d x p r i m l t i v a , a campo abierto; la movilidad de los jinetes que ignoraban hasta el arraigo de la familia estable, sustituida por un matriarcado elemental; la nucleación social de la estancia cimarrona, donde pocos peones y muchos "agregados" sostenían la autoridad paternalicia del hacendado gaucho. Allí las ásperas formas de la conducta individual nunca consintieron jerarquía no fundada en el libre acatamiento; allí el ejercicio de la autoridad desde un centro rector que intentara implantar sin éxito, el Estado español, había sido definitiva-

mente quebrado por la Revolución, que levantó en vilo a la campaña entera y la mantuvo, duiante dos décadas, en incesante guerrear. Por efectos de la coyuntura revolucionaria, por la consolidación de las abundantes posesiones de hecho, se había multiplicado, una clase de productores modestos, ajenos al espíritu de cuerpo que tuviera el extinguido gremio de los hacendados. El trabajo organizado para la faena pecuaria, con todo lo que ella tiene de destreza, de valor personal, de esteticismo vital, se compaginaba sin esfuerzo, como dice Pivel Devoto, "con la posibilidad de ganar el sustento libremente, conduciendo cueros a los portones de Montevideo, recorriendo el campo en una carreta que hacía las veces de una pulpería volante "o contrabandeando o matrereando en la frontera", formas de actividad, cualquiera de ella, de más seductores atractivos que el trabajo asalariado. Una fmgalidad ascética, la inexistencia de necesidades aún no creadas, toleraban un nivel de abundancia, misérrimo según el padrón de los requerimientos urbanos, pero suficiente para la sobriedad campesina. Este mundo, receloso y hosco para hombres y cosas de procedencia ciudadana, de donde sólo le habían llegado incomprensión y desprecio; aferrado a un sistema de vida que no era disfuncional respecto de su peculiar escala de valores; había sido, en la tremenda peripecia revolucionaria, la forja de una legión interminable de rudos, esforzados guerreros y el plinto de largos, memoriosos, legendarios prestigios. En suma no había quedado marginal a los avatares de la más reciente historia, sino por el contrario, había asumido en ella, el protagónico papel. Las lanzas y los brazos de sus hijos, habían alumbrado el país en que vivían, y allí habían erigido sólidos pilares de autoridad y mando. No era viable, en semejante comarca de centauros, en aquel pueblo de hombres fuertes y libres, una legalidad que ellos no aceptaran; ni tampoco la prescindencia y el extrañamiento, que rompían con violentas, estruendosas irrupciones.

mágico sortilegio, tan ipier pauta racional, p o q ~ !d;o afectiyo, es l a piedra su honda sugestión-no pudo es,en momentos en que desencia, a sus ojos, delicuesu destierro, decretado por desde Canelones hasta Tacuarembó, te de la República, quien es el mejor baqueano, quien es el de más sangre fría en la pelea, quien es el mejor amigo de los paisanos, quien es el más generoso de todos, quien el mejor patriota a su modo de entender la patria, y os responderán todos: el general Rivera. Su reputación tradicional, que sirve de fábula a los niños y de historia a los viejos, no podía haber sido adquirida sino por una larga serie de servicios, que estuviesen en armonía con el pensamiento de la campaña, su partido, su pauia, su familia, su casa. Allí donde al vuelo de su caballo, se levantaban con las nubes de polvo, las nubes de hombres que se

Isidoro Salinas, guitarrero y cantor. hijo de charrrías: combatio con Artigas, Lavalleja, Riz~era, Urqrtiza y Flores. Cantó y luchó

precipitaban a seguirlo. Allí donde hasta el pasto de la tierra parecía conocerlo y adquirir condiciones propias para darle brújula entre la obscuridad de la noche; donde los ríos parecen esclavos de su mirada y levantan las arenas de su fondo para dar paso a su caballo. Allí donde en fin, toda la naturaleza, como todos los hombres, parecía sometida a la influencia mágica del Caudillo". En sus cualidades de destreza, valor, arrogancia y geel relato de sus hanerosidad -nimbadas por la leyenda-; zañas -imaginadas o reales, pero aún las últimas, ennoblecidas, desmesuradas-, que narraban los discursos trasmitidos de boca en boca y de pago en pago y cantaban los troveros populares, aedas de un épico folklore, se asentaba este dilatado, multitudinario liderazgo. De acuerdo a una específica y peculiar calificación de atributos y virtudes, se estatuye un la resonancia del prestigio: desde 1 en escala descendente, pasa por los y se pierde entre los simplemente comarcanos. Se implanta espontánea, por simpatía y afinidad. Una autoridad democ_r-t&a, además, porque empareja en el seguimiento del elegido, a la muchedumbre desharrapada, al peón, al propietario, al pulpero, a la plebe americana y también a la gente de pro, a los vecinos principales, a los !etrados y a los sabios.

Este orden, está todo entero en la respuesta de aquel paisano que en 1838 comentó así la revolución riverista contra el gobernante legal: "He oido que el Presidente Oribe se ha ssublevaox+ contra el general Rivera". Es indudable que esta raíz emotiva en el aura del Caudillo, que este formidable fenómeno de fe, se complementa, en los níveles superiores, como lo indicara Real de Azúa en esta misma Colección, con una cierta funcionalidad que l e _ ~ ~ m ~ t e ~ e _av 1i r9r~vcables _ c o m p o ~ n ~ edes séqui& ya fueran integrantes de la dirigencia urbana - - e n la cuota en que plegándose a la realidad, ligaron a él su destino-, del numeroso elenco castrense -vacante después de la emancipación o durante las pausas de sosiego que también tuvo la "tierra purpúrean-, o de los diversos estratos populares que formaron la base de maniobra fundamental de la "montonera". Y Rivera, también Flores, otorgaron- p~ . . yaOribe, fueran tierras, premios, grados ntantes y sonantes. Sin embargo esta motivación donde aflora algunas veces, sórdido interés, pero las más, necesidad de amparo y protección, valimiento

Hipóliro Coronado

no sólo a los togados, sino a todos aquellos que pretendían mellar los filos de estas asperezas, embretándolas en los 1ímites del "orden insti

damiaje. "Para dominar --escribe Zum Feldela ciudad tiene io, tiene la reprela fuerza del territorio; y ant sentación de la ciudad. El trata con los negros candomberos y con los diplomáticos de Europa, es amigo de los indios y discute con los doctores, toma mate con las comadres de los ranchos y tiene de secretario a un personaje de abolengo. Sin el caudillo nacional, que ya viste el poncho o el chiripá del gaucho, ya la casaca entorchada y el guante blanco del brigadier, que sabe ser ceremonioso en la ciudad y campechano en el fogón de los campamentos, tan capaz de bailar

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como el que hemoc__bescrjto,los iniciales n, -fgrm_s p_e__onalissas. agrupamientos a d o ~ ~ a c o*na~ra!_n_, ¿aSZZiiT~Ópulares, todavía conmovidas por la épica de la guerra de la independencia, conjugarían su adhesión emocional a sus Jefes en las hermandades criollas del " r i v e r i ~ o " del "~vallejismo", -- -núcleos centrales de los que habrían e ser los partidos históricos. El l a v a l l e j e , herido por su sistemática exclusión y por lapredominancia de los desentendidos de la causa revolucionaria, que Rivera dejó desplegar durante su gobierno (1830-1834), se alzó en armas, tres veces, uno por año, entre 1832 y 1834, siempre sin éxito. Manuel Oribe ( 1835 - 18381, electo para el segundo período-EoñstíiiGonal por votación unánime de la Asamblea, con el apoyo de Rivera y la simpatía lavallejista, ensayó-un enterizo, pero prematuro esfuerzo para constituir el "Estado nacional", aislándolo de en las áreas vecinas. El ejercicio los pleitos que tran-rrían pleno de las potestades+insitas a la autoridad legal, que reivindicó con energía, lo enfrentó con Rivera, instalado en la Comandancia General de la Campaña al abandonar el sillo% presidencial, desde donde, expropiando facultades al Ejecutivo, pretendía crear una verdadera diarquía gubernativa. Los partidos embrionarios, no podían aún servir de cauce a las inquietudes populares; los comicios, resultaban un ejercicio exótico, afín sólo a los hábitos de la oligarquía urbana. En el crisol- de l ~ g u e r r a , -gendenc&s2-adhsignes, afinidades y recuerdos, habrían de cristalizar en más duraderos, sólidos nuclearnientos, y también en ella, nacieron los símbolos destinados a individualizarlos durante _diIatada historia. El decreto del 10 de agosto de 1836 --dictado durante la primera revolución de Rivera-, establecía e1 uso obligatorio en sombreros y ojales de los vestidos de una cinta blanca con el lema "Defensores de las Leyes", a fin de distinguir a los combatientes que "han corrido a empuñar las

EL PUEBLO ESTABA AUSENTE Elegimos para mostrar cuantitativamente, el carácter oligárquico de las definiciones electorales en el siglo XIX, los comicios generales de 1887, los primeros en la etapa de restauración institucional que siguió al militarismo, porque se realizaron en un clima de paz y de cieno entusiasmo cívico, con la concurrencia de todos las pamdos. O sea, en condiciones exce~onaimente favorables (por eso, "anormales" respecto de lo que era corriente en la época). Los resultados fueron : Total de habitantes Montevideo . 215.061 Interior . . . 433.236 Todo el país 648.297

Total de votantes

Porcentaje de votantes sobre habitantes

13.206 21.291 34.497

614 % 491 % 5,32 %

icho de otro modo: cada 100 habitantes, votaron algo de 6 en Montevideo, casi 5 en el interior, algo más cifras de la población de Montevideo, son las del de la ciudad efectuado en 1889; las del país, son ciOn de la Dilección de Estadística para 1888.

~ ' que armas para destruir la raíz de la facción a n a r q'lsta intenta destruir el código de nuestros derechos" y a los "ciudadanos que han respondido con un grito de indignación a los reclamos de los traidores". El color elegido -tomado de la bandera nacional-, dio nombre a los adictos al Presidente Oribe; el apodo de "blancos" o "blanquillos" - d e indisimulado dejo despectivo- "empezó a verse en bocas de los que seguían el bando de la rebelión", explicó años más tarde, el periódico del Cerrito, "El Defensor de la Independencia Americana". Andrés Lamas, en su folleto "Agresiones de Ros?", que vio la luz e n T ~ o n t e v i d e ositiadl 'P^x-1849, escribió: "El partido contrario adoptó de consiguiente, otra divisa para distinguirse de sus enemigos, singularmente en las funciones de guerra. El primer color fue el celeste, tomado de la escarapela nacional, pero este color debilísimo en los tejidos de que podían hacerse las divisas, no resistía la acción atmosférica; de ahí vino la necesidad de cambiarlo, y se ~ a m bió naturalmente por el colorado, de mayor firmeza y que es el más común en las telas que se emplean en la campaña, para forrar los ponchos y hacer los chiripaes". Fueron "colorados" los que estaban con Rivera y lo que éste representaba. La historia siguió su curso y otros hechos se agregaron co? su carga emotiva, sus definiciones en conductas y en pensamientos y así los carismas personales, por un proceso de transferencia, se alojaron en las divisas. Es la Defensa y el Sitio de Montevideo; lucha de la "civilización" contra la "barbarie" para unos; "defensa de la independen-

---

en la "Cruzada L

ciales. La ---doble -- -oposición-recorre nuestra historia y en las alternancias sucesivas dl la una y de la o~ra-se-@?criben rolldos los acontecimientos de-__ cuatro décadas que estamos examinando: agmpamientos político< pactos, entendimiZntof y abruptas rupturas; comicios, revoluciones y motines; dictaduras y gobiernos regulares; diplomacia y guerras internacionales; polémicas parlamentarias o periodísticas, atentados y . . . . . ., diatribas escandalosas o sesudos ensayos que intentan aprehender la esquiva clave de los hechos. _veces es el enfrentamiento de todo el partido blanco con todo el partido colorado en la compleja realidad policlasista de ambos, superando sus contradicciones internas; ocre-leces, la bifurcación se produce en el seno de uno de ellos O de ambos, entre el estrato caudillista y la elite intelectual; a-_os, por fin, la oposición colorados-blancos cede ante la de ciudad-territorio, y entonces, el elenco doctoral de ambas vertientes coincide en la pugna -no sólo doctrinaria por cierto-, con los Caudillos d e opuesta bandería, pero ahora hermanados en el "tripotaje" y el "candombe" --son de Juan Carlos Gómez, los briosos, pintorescos, ofensivos vocablos-, y dispuestos a enfrentar unidos a "la familia", como definiera en réplica coetánea, a la elite intelectual, la sorna picaresca del gracejo popular, aludiendo a su calidad de diminuto grupúsculo.

.

I

Colocado -el Uruguay en el epicentro de la región platense, era ilusorio pretender que se mantuviera aséptico y a vocaclon republicana y federal riograndense y del sangriento pleito que dirimían, eo_ la-Qnfederación-apg~nGna, el unitarismo porteño, el federalismo, &ñmvocacion centrípeta, de los poderosos sectores de ganaderos y saladeristas bonaerenses, orquestados bajo la batuta de Rosas, y el auténtico federalismo provinciano, de honda raíz nacionalista, vertiente en la cual los dos últimos habrían de coincidir, sin superar las dificultades de un antinomia secular. de los hechos crearía la conmixtión Pronto la u&ig&e de facciones y tendencias: -EF-ré%lUciÓnes 1a~alIéji~táSl"~ñiv i G ~ ~ ~ ñ ~ ~ a p o yexterna a n i r a en el rosismo; unitarios porteños y. republicanos riograndenses concertarían su alianza, heterogénea relación de intereses e ideologías, con los doctores liberales y el caudillo popular colorado, a la que la escuadra gala le suministró el ingrediente para trasmutar una batalla ganada (Palmar), en la completa victoria de 1838; federales rosistas acogerían a Oribe y a sus legionarios, estrechándolos en el compromiso político y en la reivindicación de la "legalidad" para recuperar la investidura perdida. Pero además, la lucha interimperial entre Inglaterra y la pujante monarquía de Julio, al debilitar la tutoría británica sobre el Gibraltar montevideano -fue allí donde Francia abrió una brecha- privaba de su básico sostén al Estado uruguayo y lo confrontaba ineludiblemente, con la problemática de la región platense. El conflicto internacional de la "Guerra Grande" contribuiría a polarizar los bandos políticos orientales alrededor de los campos adversarios de la "Defensa" de Montevideo y del Cerrito. EJ-&O;%L~ d e ~ q ~ ~ e l ldos o s mundos sociológicos, adquiere 3 n tipismo esclare~eboZP6?^-un--Iaiic K s s Z Z d -mGCGtil, extranjetizante y ansiosa de nivedad%, natural receptáculo de la explosión romántica que trajera Echevarría en sus alforjas, desde París, la nueva capital intelectual, se identifica por sus defensores, con la Troya de la épica homérica, en la lucha de la "civilización", de la razón y del progreso, contra la "barbarie" y el estancamiento americanos, según la maniquea dicotomía de Sarmienro. El sanjuanino la formuló con la garra y el brillo de su talento literario, pero ella se infiltra en el pensamiento de todos estos hombres, y es el clivaje donde se nutren sus interpretaciones y se justifica su conducta. Por el otro lado, el alma cerril de la pradera cree reencontrar=-exaltación de la guerra a los "salvajes unitarios" y por ende a su alienación europeísta, el combate por los fueros de la independencia americana y el regreso a sus auténticas raíces hispanas, y acaso atisba, en la penumbra, la síntesis que de ambas hiciera Artigas, en su programa federal platense. Ambos esquemas- albergaban--un equívoco fundamegal. Los hombres de la "Defensa" que creían combatir por la causa de la civiIizaciC

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