p. 215 Lc 16, 19-31: UN ANÁLISIS NARRATIVO

p. 215 Lc 16, 19-31: UN ANÁLISIS NARRATIVO Publicado en: Rafael Jiménez Cataño - Juan José García-Noblejas (a cura di), Poetica & cristianesimo, Edizi

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p. 215 Lc 16, 19-31: UN ANÁLISIS NARRATIVO Publicado en: Rafael Jiménez Cataño - Juan José García-Noblejas (a cura di), Poetica & cristianesimo, Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2004, 215-229.

Muchos textos de la Sagrada Escritura tienen carácter narrativo. En ellos, el narrador desarrolla una trama combinando una serie de elementos: personajes, motivos, etc. En estos textos normalmente el narrador no se limita a describir lo que ha visto u oído sin más, sino que elabora la trama, el mundo del relato, seleccionando y mezclando los elementos de un modo determinado. Cuando se tiene en cuenta esto, es más fácil entender cuál es la especificidad de un análisis que busca estudiar precisamente el texto desde el punto de vista de su carácter narrativo: la comprensión de una dinamicidad a la que se llega analizando las voces, esto es, quién habla y qué es lo que dice o no dice, y el punto de vista, esto es, desde dónde se dice. Con el punto de vista se influye en la historia narrada, porque se toma parte en ella al mostrarla según una forma particular de entender los acontecimientos que la componen. Y esto, para la comprensión de un texto, es vital. Por eso, para poder meterse en el mundo del relato, es preciso estudiar en detalle tanto los elementos que ha seleccionado el narrador, como su forma de exponerlos. La aplicación del análisis narrativo nos llevará así a comprender mejor el desarrollo del relato, dónde se insiste, a dónde se quiere llegar, qué es lo que se da por supuesto, etcétera 1 .

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Para unas nociones generales sobre la metodología usada en este trabajo se pueden consultar HERAS, G., Jesús según San Mateo. Análisis narrativo del primer Evangelio, EUNSA, Pampona, 2001, pp. 17-52; 93-100; 181-183; 241; MARGUERAT, D. - BOURQUIN, Y., Per leggere i racconti biblici, Borla, Roma 2001, pp. 9-35; ALETTI, J.-N., El arte de contar a Jesucristo. Lectura narrativa del Evangelio de Lucas, Sígueme, Salamanca 1992; FUSCO, V., Oltre la parabola, Borla, Roma 1983; GENETTE, G., Figuras III, Lumen, Barcelona 1989.

p. 216 1. La parábola de Lázaro y el rico (Lc 16, 19-31 2 ) En nuestro texto podemos individuar tres escenas. La primera es un sumario en el que se describe el estilo de vida de un rico y la situación de un pobre llamado Lázaro. La segunda y la tercera se sitúan en el Más Allá, cuando los dos ya han muerto, y tienen la forma de diálogos. La última escena en cierto modo vuelve al mundo de los vivos, pues hace referencia a personas que aún no han fallecido. El desarrollo del relato lo podemos esquematizar del siguiente modo 3 : Exposición general (situación en este mundo: vida y muerte del cuerpo) vv. 19-21: cuadro de la situación del rico y del pobre en esta vida vv. 22: muerte de ambos Situación tras la muerte (en el Más Allá) Programa narrativo 1: conversación sobre la situación de los muertos v. 23: situación inicial del programa 1 = situación en la otra vida vv. 24: petición del rico

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Hay que tener en cuenta que estudiar una parábola es algo muy específico, ya que se trata de analizar un relato dentro de otro relato: el Evangelio mismo. Yo me centraré en Lc 16, 19-31; sin embargo, un segundo paso ineludible incluiría un estudio más amplio: por ejemplo, cómo se inserta la parábola dentro de Lc 15—16. No deja de sorprender cómo Lucas sitúa en el capítulo 15 sus parábolas de la misericordia, en las que vemos que toda culpa siempre podrá tener perdón si antes hay arrepentimiento, mientras que, justo después, nos encontramos con el capítulo 16, donde se nos muestran algunos ejemplos en los que parece que ya no hay esperanza. ¿Por qué este orden, y no al revés? Sobre al análisis concreto de Lc 16, 19-31, cfr. BAUCKHAM, R., «The Rich Man and Lazarus: the Parable and the Parallels», en New Testament Studies (Cambridge), 37 (1991) 225-246; GALVÃO, A.M., «O rico e o pobre. Estudo da parábola do rico insensível e do pobre Lázaro (Lc 16, 19-31)», en Revísta Eclesiástica Brasileira (Petrópolis), 62 (2002) 52-77; HURLEY, R., «Le lecteur et le riche: Luc 16, 19-31», en Science et Esprit (Montréal), 51/1 (1999) 65-80; KREMER, J., «Der Arme Lazarus, der Freund Jesu. Beobachtungen zur Beziehung zwischen Lk 16, 19-31 und Joh 11, 1-46», en À cause de l’Évangile. Mélanges offerts à Dom Jacques Dupont, Cerf (Lectio divina 123), Paris 1985, pp. 571-584; TANGHE, V., «Abraham, son Fils et son Envoyé (Luc 16, 19-31)», en Révue Biblique (Jérusalem-Paris), 91 (1984) 557-577 ; VOGELS, W., «Having or Longing: A Semiotic Analysis of Luke 16:19-31», en Église et Théologie (Ottawa), 20 (1989) 27-46. 3 Esta división se basa en el llamado esquema quinario, según el cual un relato y, al mismo tiempo, cada una de sus escenas o programas narrativos, se desarrollan según estas cinco fases: exposición, complicaciones, acción transformadora, desenlace y situación final.

p. 217 vv. 25-26: Abraham responde y explica la situación Programa narrativo 2: conversación sobre la situación de los vivos vv. 27-28: segunda petición del rico v. 29: Abraham responde: ya tienen a Moisés y a los profetas v. 30: el rico insiste con otro argumento v. 31: Abraham habla de la inutilidad de un resucitado Los vv. 19-21 trazan un cuadro general de la vida de dos personas: un rico que tiene ropa y comida en abundancia y banquetea cada día con esplendidez y, al mismo tiempo, un pobre que está echado ante la entrada de su casa 4 , cubierto con llagas y que desea saciar su hambre con los desperdicios del rico. El rico tiene algo que necesita el pobre, pero parece que el pobre muere sin que su situación haya cambiado (Lc 16, 25). En esta descripción encontramos una acumulación del rasgo definitorio principal de cada uno: el rico tiene muchos bienes y parece dedicarse casi exclusivamente a disfrutar de ellos; el pobre sufre una necesidad extrema y no goza de ninguna compañía humana. Antes del v. 22 el texto no emite ningún tipo de valoración ni del rico ni del pobre, ni de una posible relación entre ambos. La cosa cambia cuando ambos mueren. La muerte en cuanto tal es lo único que es igual en los dos, aunque ésta se describe de un modo completamente diferente: uno es enterrado, el otro es llevado por los ángeles al seno de Abraham 5 . El v. 23, ya al otro lado de esta vida, marca aun más el contraste: el rico se encuentra en medio de tormentos 6 ; el pobre disfruta de las promesas en el seno de Abraham. En nuestra parábola el hades es descrito como lo que podría ser nuestro lugar de los condenados: un lugar donde van los que no han sido justos en esta vida; un lugar caracterizado por un tormento que no se puede ni quitar ni aliviar. El seno de Abraham aparece como el lugar de los premiados. Es una situación

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El texto dice: ebebleto pros ton pylona autou. El verbo griego, pluscuamperfecto pasivo, podría dar a entender que su situación actual es culpa de otra/s persona/s: ¿el rico mismo, quizá? 5 Dios mismo, simbolizado por los ángeles, ha llevado a Lázaro al seno de Abraham. 6 Nuestra parábola se ha servido aquí de un cuadro tradicional, usado por el narrador para su fin: la imagen del hades y sus tormentos, y la imagen del seno de Abraham y sus delicias. Véase Libro de Henoc 16; 22; 27, 2, 3; 48, 8, 9; 62, 11, 12. Cfr. Lc 3, 9.17; 13, 28.

p. 218 bastante gráfica: Lázaro ha sido adoptado por Abraham, que lo ha acogido en sus mismas entrañas y le ha dado una nueva vida, un nuevo nacimiento. De este modo queda delineada la intensa intimidad que ha adquirido el pobre con el patriarca. El rico está muerto por siempre; Lázaro comienza una nueva vida 7 . La acción propiamente dicha comienza cuando el rico alza los ojos y ve a Abraham y a Lázaro en su seno. Los vv. 24-26 son claves para rellenar muchos de los huecos que nos hemos encontrado en los vv. 19-21. De hecho son su clave interpretativa 8 . En cuanto el rico habla el lector/oyente establece una rápida relación entre éste y Abraham, por un lado, y entre éste y Lázaro, por otro. El rico dice así: Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. El discurso del rico se desarrolla en un plano religioso: él es judio, porque llama padre a Abraham. A pesar de esto, en el v. 23 se dice que el rico ve de lejos al patriarca; es más, para comunicarse con él debe alzar la voz. Se establece, por tanto, una relación muy curiosa entre los dos: ambos están cerca, pues se ven, pero al mismo tiempo están lejos 9 . Es como si el relato hablara de una cercanía insalvable. Junto a esto, y a pesar de esa aparente relación de paternidad-filiación, hay otra cosa que llama la atención: el rico, que parece sorprenderse del fuego, no le pide a Abraham verse libre de sus sufrimientos; sólo le pide un pequeño alivio a sus sentidos, ésos que siempre regaló en vida. De momento, lo único que podemos hacer es aventurar una posible razón: que se haya dado cuenta de que el sitio donde está es el correcto, esto es, que no tiene derecho a ir al seno de Abraham. Con

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«La question de savoir quelle conception de l’au-delà est à la base de notre texte, ne me semble pas jouer un rôle important dans la parabole. Du point de vue rédaction il est plus important de voir que cette présentation permet de développer la discussion. Quel que soit son modèle, il est choisi ad hoc» (TANGHE, V., «Abraham, son fils et son envoyé [Luc 16, 19-31]», en Révue Biblique, 91 [1984] 567, n. 21). 8 Si nos fijamos en la categoría del tiempo dentro de la narración, no escapa a nuestra atención que el v. 25 y, más adelante, el 30, implícitamente, se refieren al pasado: a la vida antes de la muerte del rico de nuestra parábola. 9 A lo largo de todo el relato podemos ver esa continua tensión entre la cercanía y la lejanía: es la categoría espacial por excelencia de Lc 16, 19-31. En vida, el rico y Lázaro están muy cerca físicamente pero muy lejos en la realidad, en cuanto a situación vital, etc. Una vez fallecidos los dos, vuelven a encontrarse cerca, se ven, pero esa cercanía es lejanía total y definitiva; en vida, esa lejanía podría haberse salvado fácilmente. Esta categoría podría completarse con la de dentro-fuera: en vida ambos podían (el rico, si hubiese querido) haber salido de su situación y entrado en otra; ahora ya no puede ninguno de los dos, aunque quieran. La parábola da a entender que Lázaro sí podría acudir en ayuda de otros, pero no cambiar su situación: su consuelo será definitivo.

p. 219 este sencillo recurso narrativo, lo que se quiere resaltar es que el rico no cuestiona su suerte, sino que la acepta. Además, este alivio tendría que venir, según la petición del rico, a través de Lázaro. Y es precisamente aquí donde se adivina otra relación particular: el rico ve a Lázaro, lo reconoce, le llama por su nombre, y pide que le sea enviado. En el conjunto de la parábola, puede parecer extraño que Lázaro, el pobre, alguien poco relevante desde un punto de vista meramente humano, tenga nombre, mientras que el rico no: esto quiere decir que, en el relato, su nombre juega un papel importante. El hecho de que el rico conozca a Lázaro es algo fundamental para la parábola, un punto de inflexión, porque, con este recurso narrativo, se consigue que todo lo que se ha dicho antes y todo lo que se diga después, se interprete desde esta perspectiva: ellos se conocían en vida, y no sólo de un modo genérico. Pero, ¿por qué el rico pide que le sea enviado Lázaro, el pobre que estuvo echado a la entrada de su casa en vida, y no el mismo Abraham, en cuanto padre suyo? Las piezas del relato se apoyan unas a otras en la comprensión 10 . La respuesta de Abraham nos guía ahora: Y Abraham dijo: Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste tus bienes; y de igual manera Lázaro, males. Pero ahora él es consolado aquí, y tú eres atormentado. Además de todo esto, un gran abismo existe entre nosotros y vosotros, para que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni de allá puedan cruzar para acá 11 . Sin que haya ninguna razón aparente para ello, el rico pide que Lázaro le sea enviado para hacerle un servicio. Y es que, de hecho, lo considera como un siervo potencial: tan sólo quiere servirse de él, a pesar de que éste ya está en el seno de Abraham siendo consolado. El rico ha ido a parar a un sitio del que ya no podrá salir y en el que no podrá ser aliviado, pues el abismo que lo separa del resto es permanente: ha sido puesto a propósito 12 para evitar toda comunicación. El rico ya no puede cambiar. La muerte ha sellado lo que uno era en vida. El rico se comporta ahora como un egoísta, igual que lo fue en vida, y seguirá siéndolo por toda

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De hecho, la petición de la misión del pobre, petición que más adelante se verá ampliada, nos remite automáticamente a toda la introducción de la parábola, la cual es, a su vez, una introducción para este diálogo. 11 Las palabras de Abraham: Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste tus bienes; y de igual manera Lázaro, males. Pero ahora él es consolado aquí, y tú eres atormentado, nos ayudan a entender que esos tormentos que ahora sufre el rico son, en cierto modo, como, de igual manera a, los de Lázaro en vida: insoportables y sin consuelo. La única diferencia es que en vida los de Lázaro sí hubiesen podido ser aliviados. 12 Esto se ve por la voz pasiva del verbo esteriktai.

p. 220 la eternidad. El mismo Lázaro, en vida, estuvo muy cerca de él, al menos a la puerta de su casa, pero aparentemente nunca quiso atender sus necesidades. Es por esto mismo por lo que podemos suponer que el rico pide un alivio a su sed: porque sigue actuando igual que en vida; lo primero en lo que piensa es en aliviar sus sentidos. ¿Y por qué no pide directamente que Abraham vaya en su ayuda? De hecho le llama padre y Abraham le reconoce como hijo... Merece la pena pararse en el papel que tiene Abraham en nuestro relato. Por un lado, es el que dispensa el consuelo al pobre. Por otro, cuando habla, se sitúa en un plano omnisciente: él sabe, conoce la vida pasada de Lázaro y del rico pues le pide que las recuerde, explica cómo es el Más Allá, conoce incluso el futuro: los hermanos no escucharán si... Sus palabras son divinas desde este punto de vista. Pero Abraham no es Dios; él ha sido escogido por el narrador en cuanto modelo del creyente, en cuanto padre de los judíos, precisamente para marcar ese contraste entre su fe, la fe del rico, y el pobre Lázaro. La función de Abraham en la parábola es tan sólo cognitiva, revelativa; es un representante de la divinidad, y su función no se desarrolla en el nivel de la resolución. Su trascendencia queda respetada. En cuanto al rico, él está entre tormentos, luego no disfruta de las promesas, luego no ha recibido la herencia, luego no ha sido considerado hijo de Abraham al final de sus días. De aquí que la palabra hijo en boca de Abraham tenga una cierta carga de ironía. Con la respuesta de Abraham avanzamos en la comprensión del relato: él parece aceptar esa estrecha relación de paternidad-filiación con el rico, pero por otro lado no accede a su petición; entre otras cosas, porque no puede: un gran abismo ha sido puesto entre nosotros y vosotros. De aquí en adelante, ni el rico podrá servirse de Lázaro, ni Lázaro podrá ayudar al rico. Sin embargo, Abraham no condena al rico, no le recrimina que haya hecho nada malo en vida, no habla de su responsabilidad ni de sus motivaciones; simplemente le dice que recuerde que ya recibió sus bienes allá, del mismo modo que Lázaro recibió males 13 . ¿Por qué Abraham se limita a hablar como si toda la situación fuese una tremenda fatalidad del destino? Escuchando las palabras de Abraham, uno podría pensar que el rico no ha tenido la culpa de su nueva situa-

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El texto establece un paralelismo entre lo que ha recibido el rico en vida y lo que recibe una vez muerto (lo mismo para Lázaro): en vida ya ha recibido sus bienes; ahora es atormentado. La situación descrita es clara: en vida ya ha recibido todos los bienes que le tocaba recibir; ahora ya sólo recibirá tormentos; y esto será así por siempre. Abraham pide al rico que recuerde no sólo su situación sino también la de Lázaro: ¿por qué? Parece claro que él tiene algo que ver con eso.

p. 221 ción. Sin embargo, en este punto es especialmente importante seguir bien el hilo de la narración, porque hay muchas cosas no dichas expresamente, pero sobreentendidas por el narrador. De hecho, aquí nos encontramos con otra técnica de nuestra parábola, que evita insistir en una cosa para poner la atención en otra 14 . El rico, cuando ve que se encuentra en el hades, no se queja ni pide que le saquen de allí. Acepta su situación. Con su silencio se declara culpable. Pero a Abraham no le interesa insistir en este tema, no quiere hacer un juicio sobre el rico en cuanto rico, y menos aún sobre todos los ricos. No incluye motivaciones o responsabilidades; su discurso no es moral, no se sitúa en el nivel de la retribución 15 . Él, además, no es juez. Simplemente insiste en el resultado final, en los efectos, en la inversión de los destinos. Y el motivo es que el patriarca quiere dirigirse a los vivos, a los que aún pueden cambiar, desde otro punto de vista. Narrativamente, el tema de la culpabilidad del rico está cerrado, porque no interesa desarrollarlo más. Lo único que le interesa ahora al narrador es un dato para poder proceder al paso siguiente de la narración (Lc 16, 27-31). Ese dato, la respuesta de Abraham, contribuye de diversos modos a continuar el relato. Abraham le pide al rico que recuerde, le invita a contemplar su vida pasada y la de Lázaro. En aquella vida el rico vivía simplemente para sí mismo, como hemos podido ver en la introducción de la parábola, y esto le impedía pensar en los demás. Lázaro no era nada especial para él, y ni siquiera lo es ahora; tan sólo un siervo potencial. Abraham intenta ahora que el rico haga una cosa que aún no ha hecho: establecer una relación entre su riqueza y la miseria de Lázaro. De hecho, al establecer un paralelismo antitético entre sus situaciones antes y después de la muerte, al subrayar esa inversión de destinos, lo que se provoca es una comparación entre alivios y sufrimientos: lo que el rico ahora sufre es, en cierto modo, lo que Lázaro ha sufrido en vida. Abraham intenta, pues, despertar la conciencia del rico y que, de algún modo, establezca una relación entre su riqueza y la miseria del pobre en vida.

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«Même si le destin du riche ne semble permettre aucun appel, le récit continue. Déjà, nous avons une indication que le sort du riche n’est pas le point visé par ce scénario» (HURLEY, R., «Le lecteur et le riche: Luc 16, 19-31», en Science et Esprit 51/1 [1999] 77). 15 Si esto fuese así, la situación sería ciertamente absurda: ¿qué tipo de justicia divina es la que castiga con un tormento eterno por el simple hecho de ser rico, y premia con un consuelo eterno por el simple hecho de ser pobre?

p. 222 Por otro lado, el rico, incluso en el hades, sigue llamando a Abraham padre, lo que quiere decir que sigue considerándose hijo suyo y, por tanto, justo, igual que hacía en vida, ya que la muerte ha dejado sellado su modo de pensar. ¿Y en qué basaba el rico su justicia? Lo único que nos describe el evangelista es su riqueza y su estilo de vida. Si vamos más atrás, veremos que Lc 16, 14-15, en continuidad con lo que se dice en todo el Nuevo Testamento, da a entender que los fariseos se creían justos en parte por propios méritos, al mismo tiempo que veían en las riquezas un premio a su rectitud, una parte de las promesas, mientras que las desgracias eran vistas como un castigo divino (cfr. Jn 9, 1-3). Pero ésta es una idea incorrecta, y Abraham lo da entender con el caso del rico y de Lázaro, aunque sin emitir ningún juicio concreto. Abraham no es juez; simplemente describe los hechos: nuestro rico, a pesar de su fortuna en vida, en el Más Allá está separado de Abraham y en medio de tormentos. ¿Acaso no has recibido ya, en vida, tus bienes, el fruto teórico de tu justicia?, le dice. Abraham da a entender que en esa forma de pensar hay algo que no funciona, porque si no, ¿por qué está ahora en medio de tormentos? El hecho de que el protagonista de Lc 16, 19-31 sea rico sirve, además, para que el lector del evangelio pueda hacer una rápida asociación entre él y esos que aman el dinero (Lc 16, 14). En este primer programa narrativo la trama más inmediata es la de situación: el rico pide un consuelo a su padre Abraham, pero no lo obtiene. Es una trama de situación no resuelta, truncada, pero que se entrelaza con otra, a la que abre una puerta: la de revelación. Gracias al diálogo entre el rico y Abraham, en la presencia de Lázaro, el lector ha recibido mucha información que antes no tenía. El rico ahora entiende que su vida no ha sido la de un justo y que ahora, en el hades, no tendrá ni siquiera una posibilidad de alivio. Él no ha sido tan justo como parecía, y eso que los hombres consideraban estimable para Dios ha sido abominable (Lc 16, 15). El rico se encuentra ahora cerca y, paradójicamente, lejos tanto de Abraham como del pobre. En el programa narrativo de los vv. 27-31 se vuelve al mundo de los vivos. De nuevo nos encontramos con una trama de situación y otra de revelación entrelazadas. Con ellos llegamos al ápice del relato, que va como en un in crescendo de sentido. Ya hemos visto que a Abraham no le interesa insistir en la culpabilidad del rico sino en la conversión de los vivos (cfr. Lc 16, 29.31). Él ha insistido en que el rico recuerde cómo

p. 223 fue su vida pasada, una forma de actuación que de algún modo es unida con lo que ahora ocurre tras la muerte. Sin embargo, la conexión aún no es completa. Los versículos siguientes son necesarios para rellenar lo que falta; será ahora cuando podremos llegar a saber cuál es el fondo de la culpa del rico, cosa imprescindible para que la parábola sirva al lector/oyente. El diálogo se retoma con una nueva petición, hecha en dos momentos. Éste, al ver que su primera petición no es atendida, porque tras la muerte ya no hay posibilidad de cambio, intenta una segunda. Tras entender que la riqueza no es una garantía de justicia y qué es lo que espera tras la muerte a los que han obrado como él —un lugar de tormentos donde no hay ninguna posibilidad de alivio—, intenta ahorrar este paso a sus cinco hermanos, ya que se supone que deben estar comportándose como él mismo se comportó en vida: Y él dijo: Entonces te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, de manera que les advierta a ellos, para que no vengan también a este lugar de tormento. Sin embargo, esta misma petición ya empieza mal, porque no es tan altruista como parece, sino que es una nueva nota de egoísmo, pues pide intercesión por sus hermanos, pero no parece preocuparse por ningún otro rico del mundo, los cuales teóricamente deberían enfrentarse al mismo problema. Además, llama la atención que el rico, enviando a Lázaro, no parece pedir que sus hermanos sean catequizados de nuevo, sino que busca tan sólo hacerles saber su situación. En dicha petición, el rico parece contar con un milagro, con la fuerza de una revelación sobre su situación por parte de uno que vaya de entre los muertos, Lázaro 16 , para convertir a sus hermanos. Pero, ¿por qué otra vez Lázaro? Por un lado, lo sigue considerando como un siervo. Por otro, Lázaro conoce la situación actual del rico, qué hizo y qué no hizo éste en vida y, por tanto, la relación entre ambos. Es más. Sus hermanos conocen al mismo Lázaro y cuál era su situación. Esto es importante, porque entonces los hermanos, viendo a Lázaro volver al mundo de los vivos, se sorprenderán, sí, pero precisamente porque le conocen y porque le ven creerán lo que les va a decir —el hecho de los sufrimientos de su hermano y el porqué—, obteniendo así, teóricamente, el

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Cfr. BAUCKHAM, R., «The Rich Man and Lazarus: the Parable and the Parallels», en New Testament Studies 37 (1991) 225-246. El rico no pide ir él mismo, como dando por sentado que un condenado ya no puede tener relación con el mundo de los vivos, pues ha muerto definitivamente. Lázaro sí podría, en cuanto que lo que ha alcanzado realmente es la vida definitiva: es como si él estuviese vivo.

p. 224 efecto deseado: que se conviertan. Queda claro, por otro lado, que el rico sigue tratando a Lázaro como a un servidor más y que, por tanto, no se ha convertido. Al ir a sus hermanos, el pobre se presentará como su enviado, su siervo, alguien que viene se su parte, y su testimonio será por tanto el testimonio mismo del rico. Con su petición, el rico da a entender que ni él ni sus hermanos han sido advertidos de la necesidad de una conversión de vida para evitar la dura condena que él sufre ahora. Pero el problema es que no han establecido ninguna relación entre sus riquezas y la miseria de Lázaro. Por eso pide una ayuda especial. Pero la respuesta de Abraham es clara: Tienen a Moisés y a los Profetas. Que les escuchen a ellos, que se podría traducir por: Ya habéis sido advertidos por Moisés y los profetas. Todo está en la Escritura; sois, pues, responsables. Abraham contesta con una cierta ironía 17 : los vivos no necesitan una revelación especial, sino que ya tienen la ordinaria, Moisés y los profetas, y a ésa deben escuchar y obrar en consecuencia 18 . Los hermanos aún podrían, ya que todavía viven. Hasta aquí tenemos una clara trama de situación, de nuevo truncada: el rico pide; Abraham le niega. Lo que hay de fondo aquí, afecta directamente a la mentalidad judía. La Escritura, la Ley, la Torah, en el camino que Dios ha querido dar a los judíos para que se conviertan, y no los milagros o las revelaciones personales. Con los milagros Dios, en cierto modo, obligaría, seduciría a los hombres: todos nos convertiríamos gracias a ellos. Con la Escritura, sin embargo, sugiere, dirige, pero la respuesta del hombre es voluntaria y en ella debe intervenir la fe, porque ha sido dada a través de hombres. El núcleo de esa Ley es bien conocido: es allí donde el amor al prójimo juega un papel central, pues este amor es como la expresión viva, práctica, de lo escrito. La respuesta de Abraham va a desencadenar la última parte de la conversación. El rico vuelve a insistir en lo mismo, pero añadiendo otro argumento: No, padre Abraham. Más bien, si alguno va a ellos de entre los

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«Cette ironie joue toujours à deux plans en une sorte de dialectique implicite entre ce qui est compris par les personnages à l’intérieur du récit et tout ce qui est réservé a l’entendement de l’auditoire» (HURLEY, R., «Le lecteur et le riche: Luc 16, 19-31», en Science et Esprit 51/1 [1999] 78). 18 Según el mismo rico esto equivaldría a convertirse: cambiar de mentalidad. «C’est donc parce que le riche ne s’est pas converti, qu’il se trouve dans ce sort inconfortable. Il faut croire que le manque de conversion s’exprime dans la conduite de vie, notamment dans la vie riche» (TANGHE, V., «Abraham, son fils et son envoyé [Luc 16, 19-31]», en RB 91 [1984] 568).

p. 225 muertos, se arrepentirán. Con estas sencillas palabras, el rico acaba por admitir que en su vida ha faltado la conversión, que es lo que podría haberle salvado del hades. Ahora espera en la conversión de sus hermanos, pero a través de algo que va más allá de la misma Ley: un milagro o revelación particular. El rico parece admitir que un resucitado, concretamente Lázaro, pueda ser superior, en cuanto mensajero revelador, a Moisés y a los profetas 19 . En la mentalidad del rico, el milagro, la revelación de un muerto, sustituye las palabras de la Ley. Ahora queda claro que ni los hermanos del rico, ni él en vida, han escuchado a Moisés y a los Profetas 20 . Es curioso, porque el rico llama padre a Abraham pero luego resulta que en vida no ha escuchado ni a Moisés ni a los profetas. ¿Acaso no se debe cumplir la ley para ser un buen judío y, por tanto, hijo de Abraham? Sin embargo, nuestro rico sí parece dispuesto a escuchar a alguien venido de entre los muertos. Pero, ¿por qué sólo a Lázaro? Parece claro que ni Moisés ni los profetas son, en la práctica, un punto de referencia válido, ni para él ni para sus hermanos. La respuesta decisiva de Abraham es clara, y da un paso más en la narración: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos (Lc 16, 31). Su voluntad no cambiará, ni siquiera aunque uno resucite de entre los muertos. Esta última expresión se puede entender en diferentes niveles 21 . Abraham puede estar refiriéndose a una resurrección en cuanto signo milagroso, o puede estar refiriéndose a la visita de Lázaro resucitado. En este caso seguiríamos moviéndonos en el nivel de la pregunta y la respuesta anteriores (Lc 16, 30). Si se refiere a un resucitado en sí, puede tratarse del signo milagroso de la resurrección de un hombre cualquiera, quizá el mismo Lázaro resucitado en Jn 11, o del mismo Jesús; en todo caso, esto implicaría confirmar la predicación de Cristo y, por tanto, escucharle a Él, lo cual también llevaría a la conversión. Este v. 31 se convierte así en una

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¿En qué consiste exactamente este volver al mundo de los vivos? Hay dos posibilidades. Que se trate de un espíritu (aparición en sueños, etc.) o que se trata realmente de la vuelta, momentánea o no, de un muerto a la vida (resurrección). Por el uso de los verbos, y a pesar de las variantes que existen, parece más atendible la segunda, aunque en nuestro relato esto queda desenfocado. 20 Nuestro relato no especifica nada concreto de la ley; simplemente hace una contraposición al nivel de los personajes: Lázaro y Abraham; Moisés y un resucitado. Esto es lo que interesa principalmente, más que el hecho concreto de la atención a los pobres o un teórico mal uso de las riquezas, de los que no se habla directamente. 21 Esto se debe también a las variantes textuales: los verbos que se usan aquí son anaste, egerthe, apelthe.

p. 226 llamada a reflexionar sobre el futuro: a una decisión a tomar en la propia actitud, en la fe y en el obrar. La parábola acaba así de nuevo en un callejón sin salida, en una situación cerrada, sin solución. Esto, al nivel de la resolución. De hecho, ni siquiera sabemos qué será de los hermanos. Y éste es precisamente otro de los recursos empleados en nuestro texto: apertura. La historia no se cierra, sino que queda abierta para que cada uno personalmente la rellene. Pero la trama de resolución nos ha llevado de nuevo a la de revelación: al porqué. Y este porqué es vital para que el oyente o lector pueda completar personalmente el relato. La tarea a hacer, la conversión, el recurso a los medios por los que Dios quiere acercarse a nosotros, la ayuda al prójimo, etcétera, incumbe ahora al único que la puede llevar a cabo: al lector 22 . 2. Distancia, voces y punto de vista La distancia a la que sitúa uno con respecto a lo que narra, las voces del relato y el punto de vista, son tres categorías centrales en el análisis narrativo. Todas ellas nos sirven para llegar a la definición de la trama y, por tanto, para comprender mejor el mensaje del texto. Como podemos ver en nuestro mismo relato, cuando uno narra una cosa trata de imitarla, como diríamos en terminología poética. El problema es que una pura imitación no es posible, porque al contar algo ya estamos dando a eso que contamos un matiz determinado. Cuando uno narra algo se pone a una determinada distancia de lo que narra, y esto lo hace buscando un objetivo: separarse o implicarse más en la acción, para darle mayor o menor objetividad, etc. Este efecto se consigue narrando con más o menos detalles algo del relato. En nuestro caso, sólo se narra lo que se ve y lo que se oye; no hay juicios de ningún tipo sobre los personajes. En el primer episodio se narran unos acontecimientos, y en el segundo y en el tercero, unas palabras, pero todo ello visto desde fuera. El efecto final es claro: el narrador no juzga, sólo cuenta; se sitúa por encima de los sucesos, quedando salvada de esta modo la trascendencia respecto a ellos.

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«Il n’a pas d’autre choix que de s’identifier au riche. S’il refuse, il risque le même destin que ce dernier. Du même coup, la logique de l’anonymat du riche devient claire dans l’esprit du lecteur. C’est que le lecteur est appelé à donner un visage et un nom au riche. Ce visage et ce nom n’appartiennent en fait qu’à lui» (HURLEY, R., «Le lecteur et le riche: Luc 16, 19-31», en Science et Esprit 51/1 [1999] 78).

p. 227 En cuanto a las voces, el medio a través del cual se comunica, en nuestro texto tenemos tres: el narrador, que es Jesús, el rico y Abraham. Aunque la voz principal es Jesús, que es el que cuenta el relato, al tratarse de un diálogo, las voces del rico y de Abraham son también importantes. El hecho de que la voz principal sea la de Jesús tiene gran importancia, porque al ser el protagonista de todo el libro, el evangelio, su voz es determinante. En cuanto al rico y a Abraham, el primero es el que dirige toda la conversación, ya que la ocasiona y hace posible que se desarrolle; el segundo tiene un papel simplemente revelatorio. Un punto central a tener en cuenta es el punto de vista: desde quién o desde dónde se dice una cosa. El punto de vista es una posición, una situación ideológica, un lugar físico u orientación concreta, con el que se quiere dar un matiz muy específico al relato. En nuestro caso, el punto de vista del narrador, que es la voz principal, es omnisciente, pero como nos encontramos ante un diálogo, este va de uno a otro de los protagonistas: del rico a Abraham. En este proceso, el punto de vista dominante es el del rico, y esto lo sabemos gracias a una serie de marcadores que hay en el texto: muchos de los verbos que rigen el relato lo tienen a él como sujeto, él dice las palabras claves que van guiando el relato: él sufre en el hades, él llama a Abraham padre, él llama a Lázaro por su nombre, es él el que debe recordar su vida pasada, es él el que pide que Lázaro sea enviado, es él el que dice que no se convertirán escuchando a Moisés y a los profetas, etc. Gracias a este recurso narrativo, será el mismo rico el que, al final, ayudado por Abraham, dará las claves para entender su situación. Además, que su punto de vista sea el dominante es algo muy importante, porque nos indica que al narrador lo que verdaderamente le importa es el rico y las personas como él; a ellos va dirigido el mensaje 23 . En este sentido, Lázaro en un personaje fundamentalmente pasivo. * * * El lector/oyente es consciente, al final de la parábola, de la necesidad de la conversión para poder salvarse. Y esto será posible si se

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La perspectiva juega un papel clave en la experiencia del lector. En nuestro caso, por más esfuerzos que hagamos por alejarnos del rico, al final no tenemos más remedio que identificarnos con él. En este camino, el rico, como ya hemos visto, nos va guiando desde su perspectiva: él mira al alto, sufre, etc.

p. 228 acude a los medios que Dios nos da para convertirnos. La enseñanza sobre las riquezas y el mal uso que se puede hacer de ellas lo da el contexto; es el caso concreto del rico. Éste y sus hermanos tienen a su alcance todos los medios para salvarse, y si no recurren a ellos son plenamente responsables; no pueden excusarse diciendo que no sabían. Al final también podemos sacar también una enseñanza moral acerca de las faltas de omisión: es mejor no llevarse la propia responsabilidad al Más Allá, ignorando las necesidades del prójimo, porque allí ya no tendrá solución. Con nuestra parábola se ha llegado a comprender la gran incongruencia de la vida del rico y de los que viven como él. En nuestro texto quedan reflejadas, además, otras enseñanzas teológicas: la existencia de la vida después de la muerte, la existencia de una retribución acorde con la propia obras en vida, la imposibilidad de cambio tras la muerte, el error de interpretar la prosperidad en la tierra como un premio a la rectitud moral, o la adversidad como un castigo. La parábola no emite ningún juicio sobre la pobreza o la riqueza en sí mismas: ni el hecho aislado de ser rico es garantía de condenación, ni el hecho aislado de ser pobre lo es de salvación. Todo eso se debe equilibrar con la propias obras en vida. El texto no se centra tanto en una oposición entre el pobre Lázaro y el rico, como en la conversación entre el rico y Abraham, si bien esto se hace refiriéndose a la situación anterior. Ni el narrador ni Abraham emiten juicios condenatorios sobre la riqueza en sí misma. De hecho, ni siquiera Lázaro forma parte del mensaje central de la parábola: tan sólo ayuda a crearlo 24 . El hecho de que nuestros protagonistas sean un rico y un pobre es simplemente un recurso narrativo del que se sirve el narrador para expresar su mensaje. El hecho que queda resaltado es que si uno rechaza voluntariamente los medios que Dios nos da para convertirnos, será incapaz tanto de fijarse en el prójimo como de oír la voz de Dios aun con manifestaciones extraordinarias. Si consideramos que el v. 31 se refiere a la resurrección, podemos deducir que aquel que, considerándose buen judío, no escucha a Moisés y a los profetas, nunca podrá, ni querrá, creer en un mensajero más cualificado, no ya sólo en un resucitado como puede ser Lázaro, sino ni siquiera en la plenitud de la ley, Jesucristo 25 .

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Lázaro es sin duda un personaje vital, un elemento narrativo que, en cuanto contrapunto, sirve para guiar y resaltar la enseñanza principal, que versa sobre el rico. Pero no es el personaje central. 25 Cfr. Jn 5, 45-47; 8, 39; Mt 3, 7-10; Lc 3, 7-9.

p. 229 Lc 16, 19-31 parece responder a los temas introducidos por el evangelista justo antes de la parábola 26 . El rico sería como un representante de estos fariseos, cuyo señor son las riquezas (Lc 16, 13), y la parábola una enseñanza sobre su falsa justicia (Lc 16, 14-15). La ley, desde la perspectiva de la parábola, debe ser tomada en serio, también porque es el camino ordinario, querido por Dios, para convertirse y para llegar a creer en el resucitado (Lc 16, 16-18). Todo lo que hemos visto se consigue con el mecanismo de la narración, en nuestro caso una parábola. Desde este punto de vista, es importante dejar hablar al texto por sí mismo, sin enmedar las cosas que nos parecen menos comprensibles o más absurdas. Es más, esto es especialmente importante en una parábola que, de por sí, es un relato ficticio. El narrador busca crear un mundo, un efecto, con lo que construye, para transmitir un mensaje. En este sentido, él puede usar los recursos que quiera: elegir unos elementos y rechazar otros, usar datos hiperbólicos, quizá absurdos, etc. Normalmente, cuando intentamos corregir o mejorar un relato, lo descargamos del sentido que tiene en cuanto tal, como lo hemos encontrado.

Juan Luis Caballero Universidad de Navarra

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Estos versículos son importantes en cuanto focalización interna del evangelista, pues de algún modo dirigen el sentido de la narración de Lc 16, 19-31.

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