Pablo R. Marianetti. Lo que dijo Jesús

Pablo R. Marianetti Lo que dijo Jesús Marianetti, Pablo Lo que dijo Jesús / Pablo Marianetti ; ilustrado por Pablo Marianetti. - 1a ed. - Guaymallé

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Story Transcript

Pablo R. Marianetti

Lo que dijo Jesús

Marianetti, Pablo Lo que dijo Jesús / Pablo Marianetti ; ilustrado por Pablo Marianetti. - 1a ed. - Guaymallén: Qellqasqa, 2011. 44 p. ; 29x21 cm. ISBN 978-987-9441-43-5 1. Cristología. I. Marianetti, Pablo, ilus. II. Título CDD 232.9 Fecha de catalogación: 08/02/2011

Las imágenes corresponden a obras pictóricas del autor, en su mayoría plasmadas en murales realizados por él mismo en la Sede que la Acción Católica Argentina posee en Rufino Ortega 741 de la ciudad de Mendoza.

[email protected] www.pablomarianetti.com.ar

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

isbn

---3-5

Libro de edición argentina.

I. El libro

Creo haber sido un lector bastante discreto, con unos cuatrocientos libros leídos en lo que llevo de vida. Eso que para algunos puede ser leer mucho, en realidad no lo es, quienes leen mucho a sus cuarenta y seis años de vida llevan ya unos veinte mil volúmenes leídos. Sin embargo, con mis cuatrocientos libros puedo decir que he leído al menos, bastante variado, libros buenos y malos, literatura, cuentos, novelas, textos de ciencia, arte, etc. Y he disfrutado bastante de la lectura. Pero fue cuando sentí que había fracasado en la vida, que me dispuse a leer, con el respeto y los preparativos necesarios, el libro de los libros: El Evangelio. He admirado la obra de muchos escritores, artistas y sabios, filósofos y santos, verdaderos genios de la humanidad, pero no fue hasta sentir que toda su sapiencia era inútil para salvar mi vida, que recurrí a una Palabra Superior. Si nada ni nadie en este mundo pudo darme una verdadera respuesta, si Jesús fue el hijo de Dios y fue también Dios hecho hombre, integrante de la Santísima Trinidad que conforma un Dios, Uno y Trino; si ese Jesús habló en este mundo y hubo quienes registraron sus palabras; si fueron cuatro los relatores de su doctrina y si también coincidieron en tal contenido divino… Entonces existió una enseñanza y un libro que viene de Dios. Me dispuse a leerlo, no sin antes orar y predisponerme espiritualmente, ya que por suerte algo había oído decir a mi padre acerca de los preparativos para una buena interpretación de los libros sagrados, los que “no pueden ser leídos así nomás”, en cualquier momento o en cualquier estado. Oré, fui a misa, me confesé, comulgué, y así busqué respuestas en la lectura del Evangelio. Y recé también para proteger a mi esposa y mis hijas, quienes ya no vivían conmigo debido a una separación conyugal, buscando la causa de ese fracaso familiar y la causa de todos mis fracasos de la vida, a pesar de mis numerosas supuestas y pretendidas sapiencias y virtudes. El Evangelio poseía una verdad salvadora.

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Una verdad superior a la de cualquier hombre, porque cualquier hombre superior a nosotros, rebosante de sabiduría y virtud, es insignificante comparado a Dios. El Creador sabe qué necesitamos y por eso su palabra es siempre perfecta para todos y cada uno. Pero no quiso que adoptemos sus enseñanzas por obligación, no quiso imponernos obediencia ciega sino, por el contrario, nos dio el libre albedrío. Es decir, el Señor nos dio la libertad, al crearnos, de decidir, entre otras cosas, amarlo y seguir sus preceptos o ignorarlo para elegir cualquiera de los caminos que nos ofrece este mundo.

Hubiera sido más sencillo para todos que nos creara con un “chip” de obediencia ciega a sus mandatos, todos nos hubiésemos salvado, pero entonces no hubiéramos sido hechos a su imagen y semejanza sino seres parecidos a una escultura viviente, o a un robot inteligente, o pinturas audiovisuales, cuales pobres obras humanas comparadas con las obras de Dios. Somos en cambio seres vivos, libres. Alguien dijo que somos la frontera entre el ángel y el demonio y que tenemos más libertad que ellos pues podemos decidir, entre otras cosas, entre el bien y el mal. (Nadie está más allá del bien y del mal, ni hombres, ni ángeles, ni demonios).

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El bien viene de Dios, y el mal, de quien es capaz de tentar al hombre para destruirlo y desbaratar el plan divino. El mal viene del malo. Y el bien viene del Bueno, quien según dijo Jesús, es uno solo: es el Padre que está en el cielo. “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios”. (LUCAS, Cap. 18 – Vers. 19). Dios Padre es quien ha intentado ayudarnos a través de toda la historia. La humanidad le ofreció sacrificios desde tiempos inmemoriales, pero finalmente Él nos envió el cordero para que fuese inmolado, por nosotros. Nos envió a su hijo, Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, Misericordia y Perdón. Nos dio su Palabra, su Palabra viva, por siempre.

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II. Comienzo a leer

Jesús habló por su Padre, toda su palabra viene de Dios. Es el cuarto Evangelio, escrito por Juan, el que más relatos posee sobre esta Verdad. Jesús el único que puede enseñarnos a vivir, no existe otro maestro en la materia “Vida”. El Evangelio no es un libro extenso, inclusive basta leer uno solo de los cuatro para entender lo que enseñó Jesús, o más bien dos, ya que los tres Evangelios llamados Sinópticos, escritos por Mateo, Lucas y Marcos pocos años después de la muerte y resurrección de Jesús, coinciden en relatar prácticamente los mismos hechos, mientras que el cuarto, escrito algunas décadas más tarde por Juan, agrega algunas parábolas y episodios esenciales de la vida del maestro. Es decir, bastaría con leer el Evangelio de Mateo y el de Juan (dos Apóstoles que lo conocieron) para abarcar lo esencial de la vida de Jesús y sus enseñanzas, y para encontrar allí las respuestas a todos los interrogantes que puedan plantearse en nuestras vidas. Más allá de los episodios históricos relatados –ya que Jesús es el Señor de la Historia–, su vida y obra está mejor documentada que la de Aristóteles o la de Julio César, por citar sólo dos celebridades históricas. Tanto es así que occidente se encuentra en el siglo XXI porque el año 1 lo marcó su llegada: La Navidad que hoy se festeja en todo el mundo, muchas veces ignorando la persona de Jesús, (ni se lo menciona). Más allá de dichos episodios reales, históricos, decía, y antes que ellos, quise encontrar en la lectura sagrada del Evangelio, aquellas frases citadas que pronunciaron los mismos labios de Jesucristo e interpretarlas una y mil veces. Quise encontrarlas, entenderlas, asimilarlas a mis propias circunstancias, al mundo de hoy, a mi propia vida aquí y ahora. Después comprendí qué bien suelen explicarlo los sacerdotes los domingos en la Misa, iluminados, al pronunciar sus homilías, tantas veces buscando el significado de sus palabras. Cualquier sacerdote habla mejor que yo al respecto, cualquier homilía de una Misa dominical es mejor que este libro, porque allí está presente Dios. Pero sigo escribiendo para vos, que no vas a Misa el Domingo, lo

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que dijo Jesús, para que vayas a Misa el Domingo, porque la palabra “Domingo” significa “Día del Señor”. Y además, porque nos lo pidió Jesús.

“Haced esto en memoria mía”. (LUCAS, Cap. 22 – Vers. 19). Jesús nos pidió repetir su última Cena, de manera ritual, en su memoria. Es decir, en primer lugar, Jesús nos pidió celebrar Misa entonces, ya que la consagración del Pan y del Vino es la parte esencial de una Misa. Y es allí, reunidos en su nombre, donde escucharemos su Palabra en las lecturas, la que será analizada sabiamente por uno de sus ungidos durante la homilía. Su palabra, una y mil veces estudiada y renovada. Viva, dando la respuesta hoy, a todos los problemas de la humanidad. De los cuatro evangelios, el más explícito en su relato de la última cena es el de Juan, que reproduce un extenso discurso de Jesús al prepararse para enfrentar el cáliz –el dolor– de su propia muerte. Finalmente había llegado el momento en que se cumplirían todas las escrituras, incluso las del Antiguo Testamento. El Cordero de Dios debía ser inmolado para Salvación de la Humanidad.

“Haced esto en memoria mía.” (LUCAS, Cap. 22 – Vers. 19). En la misma cena dijo también

“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. (JUAN, Cap. 14 – Vers. 6). Para todos los que buscamos justamente, con sencillez, sin otras palabras que lo describan, “el camino, la verdad y la vida…”. Él nos enuncia serlo. Para todos. Pero no fue este discurso de Jesús lo primero que me conmovió al leer el Evangelio, sino, por cronología, aparecieron en primer lugar los Capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo, es decir, el tan mentado “Sermón de la Montaña”.

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Allí Jesús nos enseña, entre otras cosas, cómo debemos rezar el Padrenuestro. Nos brinda sus bienaventuranzas para todos los necesitados. Y nos enseña algunas normas de convivencia con las que, de cumplirlas, este mundo sería el paraíso. Verdaderamente, si todos viviésemos su doctrina, habría llegado el Reino de los Cielos.

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III. El Sermón de la Montaña

Muchas canciones de rock he escuchado acerca de que no existen maestros de vida, que nadie te enseña a vivir, que todo debemos experimentarlo nosotros mismos, para poder aprender a vivir bien. Así, cada quien alcanza su propia experiencia de vida, “cada quien con su librito” como reza el dicho, y cada cual puede, seguramente, aportar algo bueno a los demás, de esas valiosas sabidurías personales. Pero, cuando toda nuestra ciencia se acabe… llegará el momento de pedir ayuda al Creador, llegará el momento de la oración. Y esto ocurre desde que existe la humanidad, así nace la Religión para el hombre, que siempre tuvo conciencia de Dios. Cuando recemos no digamos conversaciones bonitas como las de las novelas de la tarde, donde nos muestran a la protagonista hablando con Dios, o con la Virgen o con un santo en alguna capillita, relatando todos los dramas (el argumento) de su vida y prometiéndole que si le cumple tal o cual deseo va a ser más buena, todavía, de lo que es, puesto que se trata de la querida protagonista. No, no hay que rezar así. Dijo Jesús que no hay que orar como los gentiles, con palabras bonitas o grandilocuentes, porque antes bien sabe Dios lo que necesitamos. Tampoco debe hacerse ostentación del acto de rezar, según nos pide. No es necesario golpearse el pecho en un templo y hablar a gritos para que todos admiren nuestra religiosidad. Dice que encerrados en nuestra propia habitación podemos orar, dirigiéndonos al Padre quien nos escuchará y nos concederá aquello que rogamos, siempre que sea bueno para nosotros, así como nosotros damos cosas buenas a nuestros hijos. Esa oración tan bonita, tan sencilla y humilde, es la oración que nos enseñó Jesús. Es la primera oración que debemos rezar: el Padrenuestro.

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“Ustedes oren así: ¡Padre nuestro que estás en el cielo! Santificado sea tu Nombre. Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, dános hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”. (MATEO, Cap. 6 - Vers. 9 al 13). Las bienaventuranzas son la promesa de nuestro Señor Jesucristo para los pobres, los humildes, los que trabajan por el reino de Dios, los que lloran, los que tengan sed de justicia, los perseguidos por su causa… Todos tendremos nuestra compensación en el futuro y por eso somos dichosos si nos encontramos comprendidos en alguno de sus supuestos. Imagino las multitudes escuchando al pie de la montaña, aliviados y fortalecidos, esperanzados ante sus promesas y bendiciones. Bienaventurados, dichosos, felices todos. “Felices los pobres de corazón, porque el reino de los cielos les pertenece. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los desposeídos, porque heredarán la tierra. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia. Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios. Felices los perseguidos por causa del bien,

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porque el reino de los cielos les pertenece. Felices ustedes cuando los injurien, los persigan y los calumnien de todo por mi causa. Alégrense y estén contentos porque la paga que les espera en el cielo es abundante. De ese mismo modo persiguieron a los profetas anteriores a ustedes”. (MATEO, Cap. 5 - Vers. 3 al 11). El Sermón de la Montaña está mejor relatado en el primer Evangelio (Mateo) y comienza en el capítulo 5, extendiéndose hasta el capítulo 7, inclusive. Allí entenderemos que el único Maestro de Vida es Jesús, nos enseña cómo vivir. Él, que no vino a abolir la Ley de Moisés sino a perfeccionarla. Dijo por ejemplo, respecto de la Venganza: “Ustedes han oído que se dijo ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no opongan resistencia al que les hace el mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él dos mil. Da a quien te pide y a quien te solicite dinero prestado, no lo esquives”. (MATEO, Cap. 5 – Vers. 38 al 42). Consejos y no leyes, consejos que de ser cumplidos por todos en este mundo, nos llevarían a vivir en una comunidad de bondad, en una tierra prometida, en el Reino de Dios. ¿Utopía? ¿Imposible para el hombre? Posible con la ayuda de Dios. Por momentos parece imposible cumplir sus doctrinas, nadie puede ser tan bueno. Sólo Dios. Pero en definitiva, ya sabemos rezar, ya sabemos que nuestro sufrimiento tiene sentido en el Señor, ya sabemos cómo debemos vivir aunque resulte difícil, con sólo haber leído el Sermón de la Montaña en el Evangelio de Mateo. Ya lo sabemos, tal vez no nos agrade del todo. Tal vez esperábamos otra cosa de Dios. Tan vez nuestro peor costado nos impulse a abandonar semejante empresa. Para eso estableció una regla de oro:

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“Traten a los demás como quieren que los demás los traten. En esto consiste la Ley y los Profetas”. (MATEO, Cap. 7 – Vers. 12). Nos pide perseverancia en la oración, pedir a Dios; nos pide no juzgar a los demás; nos pide confiar en Dios y en su divina providencia; nos pide servir a Dios y no al dinero, aclarando que nadie puede servir a ambos; nos pide seamos discretos en algunos esfuerzos tales como el ayuno y la limosna, de los cuales nadie debe hacer ostentación; nos dice que deberá igualmente brillar ante los hombres nuestra verdad y que será la sal que sazone al mundo, la luz que lo ilumine. Y al final, entre otras cosas, se pronuncia sobre el adulterio y el divorcio, desaconsejándolos, y concluye en que será prudente quien ponga en práctica lo escuchado, como quien “construye su casa sobre la roca”, y será insensato quien no lo haga, como quien “construye su casa sobre la arena.” Después el texto nos relata que la multitud estaba asombrada, porque Jesús les hablaba con autoridad y no como sus letrados. Y es que era Dios quien hablaba, no simplemente un hombre como nosotros. Era Dios quien nos guiaba y estas palabras expresadas en el monte a miles de personas que querían escucharlo, llegan hasta nuestros días sin caducidad alguna, con plena vigencia, porque somos los mismos hombres quienes habitamos la tierra. Estas solas palabras deberían ser suficientes para aprender a vivir.

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IV. Casamientos, divorcios, celibatos

Una vez separado de mi esposa, tampoco vivía ya con mis dos hijas. Entonces quise protegerlas a las tres, pero la mayor parte del tiempo ya no estaba junto a ellas. Mi temor recrudecía sobre todo en las noches, porque ya no vivíamos en una misma casa, ya no las despedía con un beso antes de dormir. Esa lejanía física, esa distancia, sólo pude salvarla rezando por ellas. Para que tuvieran una vida buena, para que no sufrieran todas las calamidades cotidianas que sufren aquellas familias desmembradas de pronto, en las que ambos padres se separan y luego buscan nuevas parejas y esto lo deben vivir sus hijos, les guste o no. También se ven esos niños obligados a carecer de ambos padres en casa. Ya no podrán tener a los dos al mismo tiempo. Yo dejé que vivieran con su madre, tratándose de dos niñas, me pareció lo más apropiado por mi experiencia como empleado judicial en los juzgados de Minoridad y Familia que, conforme la usanza argentina, se trata de que los hijos vivan en una sola casa sin separarse entre ellos, junto a uno de sus progenitores, mientras que al otro lo verán en sus visitas, donde sea que viva. Cedí de hecho esa Tenencia a su madre y desde entonces tuve que contentarme con las mentadas visitas. En base a miles de casos vistos en mi trabajo supe todos los inconvenientes a los que nos encontrábamos expuestos y debo decir, que con la ayuda de Dios y la Virgen, no fueron tantos. Recé mucho por ellas y esa oración me ayudó a aceptar mi nueva vida en soledad, a sortear mi propio drama personal. Así ocurre, cada vez que nos ocupamos de los demás, Dios se ocupa de nosotros. Pero la separación acarreaba también para mí un problema de conciencia. Sabido es que nuestra Iglesia Católica no permite el divorcio, fomenta un matrimonio indisoluble para toda la vida terrena de ambos cónyuges y fue bajo esas promesas que nos casamos mi esposa y yo, después de dos años de noviazgo y un breve cursillo matrimonial. La separación es admitida por la Iglesia sólo en casos extremos, no pudiendo producirse un nuevo casamiento posterior para ninguna de las partes,

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ya que aún separados, serán esposos de por vida, salvo que se resolviera alguna nulidad muy excepcional de matrimonio. Nulidad que ni siquiera soñé plantear después de quince años de convivencia y dos hermosas hijas, regalo de Dios. Pero esta indisolubilidad del matrimonio que plantea la Iglesia no surge del derecho canónico, ni mucho menos se trata de “un capricho de los curas”, como suponen algunas personas. No es una severidad tortuosa que el matrimonio cristiano sea indisoluble, así como no es arbitrario o retrógrado que los sacerdotes deban mantener el celibato a lo largo de sus vidas, cultivando entre otros, el don de la castidad. Todo esto lo descubrí en esos tiempos de desesperación, buscando respuestas en el Evangelio, que siguió respondiendo a todas mis preguntas, día a día. Preguntas que no obedecían al simple deseo de conocer doctrinas sino más bien a la imperiosa necesidad de saber qué hacer con mi vida inmediata. Saber qué pasos dar en adelante. Así fue que, en una oportunidad, el Evangelio, o mejor dicho Jesús, o mejor Dios, quien supera a cualquier hombre común, cuya Palabra supera a la de cualquier libro o doctrina, me respondió ambas cuestiones en una de sus escrituras, la que transcribo a continuación: “Se le acercaron unos fariseos para tentarle diciendo: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo? El respondió: ¿No habéis oído que el Creador desde el principio los hizo macho y hembra, y que dijo: por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De tal manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Replicáronle: Entonces ¿Por qué Moisés ordenó dar libelo de divorcio cuando se repudia? Díjoles: Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres por la dureza de vuestro corazón, mas no era así desde el principio. Por tanto, os digo que el que repudia a su mujer, excepto en el caso de concubinato, y se casa con otra, adultera, y quien se casa con la repudiada, comete adulterio”. (MATEO, Cap. 19 – Vers. 3 al 9). Clarito que el hombre debe casarse en primer lugar, que debe casarse con una mujer, ya que entre hombre y mujer es la unión, más allá de lo que permita alguna ley mundana. En segundo lugar, dice que no existe el repudio sin la dureza del corazón, lo cual interpreto significa, no saber amar, ni perdonar. Y por último, que si se llega al repudio (divorcio) no se debe tomar otra mujer, porque se cometerá adulterio. Como así tampoco nadie deberá tomar a la mujer

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repudiada, porque asimismo cometerá adulterio.. Vale decir que la unión entre los cónyuges persistirá todavía en la separación, porque si se produce una nueva pareja se comete adulterio. Hace una excepción para el caso de concubinato, es decir que no los considera unidos de igual modo a los concubinos, obviamente, que a los casados. Vale decir que también legitima el matrimonio de la época, social y religioso, el Casamiento ante Dios. Pero instituye una nueva moral matrimonial, el matrimonio cristiano. El matrimonio cristiano es un compromiso ante Dios y ante la sociedad. Es un matrimonio superior al mero trámite que significa para algunos países como el nuestro, últimamente, el matrimonio civil, tan desvirtuado por el divorcio y por la Ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. Obsérvese que la Iglesia ya no solicita el matrimonio civil previo al matrimonio cristiano. Poco y nada vale hoy nuestra ley de matrimonio civil. Muchas parejas jóvenes optan por vivir en concubinato. El concubinato no es igualmente serio, ni igualmente comprometido. Hoy mucha gente se anima a vivir en concubinato (“en pareja”) con otra persona pero no se atreve a casarse con esa misma persona, lo cual es por demás, significativo. El Matrimonio que instituyó Jesús, en cambio, es un verdadero compromiso. Pero volviendo a nuestro episodio del Evangelio, abrumados por tales vínculos indisolubles, los discípulos reclamaron al maestro acerca de la dudosa conveniencia de casarse, y entonces Él les respondió que, de algún modo, hay quienes pueden tener el don de ser célibes por el Reino de Dios, haciéndose “eunucos” a sí mismos, y que quien pueda entenderlo, lo entienda. Aquí es donde claramente se interpreta su enseñanza respecto del celibato sacerdotal, el cual continúa hasta nuestros días. “Los discípulos le dijeron: - Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no conviene casarse. Pero El les dijo: No todos comprenden esta doctrina, sino aquellos a quienes les es concedida. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, los hay los que fueron hechos eunucos por los hombres, y los hay los que a sí mismos se hicieron tales por el Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!”. (MATEO, Cap. 19 – Vers. 10 al 12). Enumera tres clases de eunucos. La primera la integran quienes nacen eunucos. Se refiere a un hombre que nace impotente. No habla de un homosexual,

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sino de un impotente, cuya condición deficiente no lo hace homosexual, como alguien pudiera suponer de manera errónea. La segunda posibilidad es más compleja, quienes se hacen eunucos por causa de los mismos hombres. Yo imaginé el harén de un jeque, vigilado por eunucos. Aquellos esclavos castrados para cumplir con la vigilancia de las esposas del amo sin posibilidad de copular con ellas. Eso sería un eunuco por causas humanas, es decir, por causas de este mundo. Hoy tenemos también homosexuales que se practican cambio de sexo mediante complejas operaciones y se castran voluntariamente. Más eunucos por causa de los hombres. Pero el último, es el eunuco por causa de Dios. Es aquel hombre capaz de “hacerse eunuco a si mismo por el Reino de Dios”. Lo dice Jesús en sentido figurado, ya que un apóstol, o un sacerdote, tiene potencia sexual pero cultiva el don de la castidad y ofrece esa pureza por el Reino de Dios. Se abstiene voluntariamente de mantener relaciones sexuales por enfocar su amor a la misión asumida, el Reino de Dios. Jesús agrega que no todos tienen este don ni están llamados a comprenderlo. Por eso finalizará diciendo, una vez más, que quien pueda entender, entienda. El celibato de los sacerdotes y su castidad consecuente surge así de la propia palabra de Jesús. La Iglesia ha sabido mantenerlo como regla para sus sacerdotes, hasta nuestros días.

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V. La tristeza y la alegría, el sufrimiento y el gozo, el infierno y el cielo

“Usted debe ser feliz”, dicen los psicólogos de hoy. No les interesa demasiado cuál sea el precio de esa felicidad, tanto en consecuencias para terceros cuanto en perjuicios posteriores para el mismo sujeto que debe ser feliz. Entonces veamos qué dijo Jesús respecto de la felicidad y la tristeza. Por una parte sabemos quiénes serán felices para Él. Serán felices todos aquellos que enumera en las Bienaventuranzas, mencionadas en el capítulo del Sermón de la Montaña. Ellos serán dichosos, los bienaventurados hoy, por lo que les espera mañana. Los pobres de corazón, los desposeídos, los afligidos, los perseguidos, los misericordiosos, los perseguidos por causa del Reino… En definitiva, serán felices mañana aquellos que hoy sufren. Hasta se conduele de aquellos que hoy ríen, porque mañana llorarán. Es decir que establece, entre el sufrimiento o la tristeza y el gozo o la felicidad, una especie de compensación justa, que equilibrará las condiciones de vida futura e inclusive recompensará con creces a quienes alcancen el reino de Dios. “Ciento por uno”. Más que justa para ellos, con creces. Mientras que para quienes se condenen... Habla claramente y en más de una oportunidad del castigo para quienes no escuchen la palabra de Dios, o para quienes igualmente obren iniquidades. Habla de que serán arrojados a la gehenna de fuego, (lugar donde con fuego se purifican los cadáveres corruptos de los sacrificios humanos) y dice que entonces se oirán llantos y rechinar de dientes. Gehenna es palabra derivada del hebreo Ge Hinnom, Valle de Hinnom, nombre del antiguo propietario cananeo. Se trata de un valle situado al sudoeste de Jerusalén, tristemente famoso por los sacrificios humanos en el siglo VIII antes de Cristo, a causa del horrendo culto de Moloc y de su devastación posterior. Al mencionar la gehenna como destino para quienes se condenen, establece la existencia de un infierno, que no es invento de una curia ultra severa, como algunos pretenden suponer.

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Así como el cielo, el temido infierno es también materia de estudios teológicos y existen diversas posturas al respecto, que incluyen una tercer vida después de la muerte, temporaria, en un lugar llamado Purgatorio, el cual no aparece mencionado en el Evangelio, sino que surge de la dogmática posterior de la Iglesia. Pero a menudo me he preguntado también si existe una eternidad de sufrimiento en el infierno como algunos teólogos sostienen, o si es el infierno simplemente la muerte definitiva del cuerpo y del espíritu, inclusive, como sostienen otros estudiosos. Un infierno que implique la muerte absoluta y final, lo cual sería más benévolo para quienes se condenen, que sufrir una eternidad de dolor, angustia y llanto. Tiendo a interpretar este definitivo final, porque dice Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame. Pues quien pretenda salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la salvará. Porque ¿de qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se daña a sí mismo? Porque quien se avergonzare de mí y de mi doctrina, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con su Gloria y con la del Padre y los santos ángeles”. (LUCAS, Cap. 19 – Vers. 23 al 26). Es decir, morirá quien encuentre su vida. Quien sea feliz y se sienta realizado de una manera egoísta, (tal cual nos desean los psicólogos y tal cual deseamos nosotros mismos) puede decir que encontró su vida y sin embargo puede no tener un buen pronóstico de vida eterna para Jesús. Quizás logre gozar toda su “finita vida terrena”, inmerso en placeres y satisfacciones para luego perderse, dañarse a sí mismo, morir sin alcanzar la vida en abundancia. La vida eterna. En cambio, quien pierda su vida por imitar a Jesús, morirá a mil placeres, morirá a mil alegrías mundanas, morirá a sus propias apetencias y ambiciones personales, ya no será él mismo quizá porque habrá matado su mitad malvada, morirá en este mundo, morirá a su vida terrena, morirá al pecado, y encontrará la vida, la encontrará. Encontrará a Jesús, encontrará el Reino. La vida eterna. El Amor. Dios. El cielo. La Felicidad. Una felicidad mejor aún que la que deseamos, una felicidad superior a la que nos aconsejan los psicólogos, una felicidad eterna en la vida después de la muerte. El padre Loring dice que la felicidad, si es pasajera, a él no le sirve, que él quiere una felicidad para siempre. Considera también que el sufrimiento

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en el infierno será para siempre. Por eso busca de manera esencial la Salvación. Los sacerdotes piden a los fieles que cambien la cara, que sean fieles alegres, y es un buen pedido, deben estar alegres. Pero muchas veces se les debe perdonar la cara triste porque están en la interna lucha de renunciar a las tentaciones y placeres que hacen gozar y divertirse a mucha gente que de no cambiar, se condenará. Esa sola razón debiera bastar para que el esfuerzo de la renuncia no pese. Pero pesa, porque el mundo tira hacia abajo y el hombre que desea seguir a Jesús debe andar a menudo por un camino difícil y entonces su cara será igualmente “difícil”. Lo más importante no es la cara triste o alegre, sino el sentimiento profundo, el sentimiento de felicidad de amar a Dios y al prójimo, lo que puede alegrar al fiel y transformar al fin su cara, en una mejor. Es indudable que, para la sociedad de consumo en la que vivimos, se valora como prioridad todo bien material. Cae de maravillas hoy, una vez más, el discurso de Jesús sobre la confianza que debemos tener en la Divina Providencia, otra gloria del Sermón de la Montaña. Y es que en este mundo se suele confundir la felicidad con la abundancia de riquezas, que amerita otro párrafo importante del Evangelio, en el cual Jesús señala que “no se puede servir a dos señores”, (los compara a Dios y al dinero) porque se terminará traicionando a uno de ellos para complacer al otro. Incluso en este mundo llega a entronizarse el dinero por causas supuestamente nobles, por ejemplo, para alguna necesidad médica que pudiera surgir para nuestros hijos, etc., justificar que se desea poseer mucho dinero por si acaso, por cuestiones de salud. Es claro que la salud y la duración de la vida la da Dios y no la medicina, quien quiera confundirse con la medicina, se equivoca. La medicina nos ayudará si la acompaña Dios, no el dinero. La medicina debe ser un alivio para los enfermos y no un negocio, ni debe arrogarse la pretensión de tener en sus manos las vidas de las personas, porque no las tiene. No debe la medicina mentir y publicitarse con frases tales como “Hoy se vive más gracias a la medicina”, falacia que la mayoría de las personas llegan a creer. La gente siempre vivió igual: cada quien cuanto le es dado vivir. Y nuestras vidas están en manos de Dios. Yo interpreto todo esto, pero no lo digo yo. Aquí va todo dicho por Jesús en transcripciones textuales, porque nadie lo cita mejor que sus cuatro Evangelistas:

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“Ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará a otro, o se afeccionará al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Oían esto los fariseos, amigos de las riquezas, y se burlaban de Él. Y les dijo: Vosotros presumís de justos delante de los hombres; pero Dios conoce vuestros corazones. Y lo que se estima tanto entre los hombres, es abominable delante de Dios”. LUCAS, Cap. 16 – Vers. 13 al 15). “Y estando en casa de él a la mesa”… (se refiere a la casa de Leví o Mateo el recaudador, quien fuera apóstol y evangelista) … “ se pusieron también muchos publicanos y pecadores a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Los escribas y fariseos al verlo comiendo con los pecadores y los publicanos les decían a sus discípulos: -¿Come con los publicanos y los pecadores?- Oyéndolos Jesús, les dijo: No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos, ni he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. (MARCOS, Cap. 2 – Vers. 15 al 17). “Por eso os digo: no os inquietéis por vuestra vida, por lo que comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué vestiréis. Porque es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. Mirad los cuervos, no siembran ni siegan, no tienen despensas ni graneros, y Dios los alimenta. ¿Cuánto más valéis vosotros que los pájaros? ¿Quién de vosotros a fuerza de cavilar, puede añadir un codo a su estatura? Si no podéis las cosas más pequeñas, ¿a qué preocuparse por las demás? Mirad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan, y os aseguro que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se arroja al fuego, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?”. (LUCAS, Cap. 12 – Vers. 22 al 28). “No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan ni roban; porque donde está tu tesoro, allí también está tu corazón”. (MATEO, Cap. 6 – Vers. 19 al 21).

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Respecto de estos últimos discursos, cuando Jesús habla de la divina providencia, dice finalmente que debemos buscar el Reino de Dios y todo lo demás se nos dará por añadidura. Es curioso que Lucas recuerde una frase de Jesús después de mencionar el tema del alimento, distinta de la que recuerda Mateo. San Lucas nos habla de los cuervos que no siembran ni siegan y sin embargo Dios alimenta. La frase subsiguiente expresa que ningún hombre puede, a fuerza de mucho cavilar, añadir un codo a su estatura. Por mucho alimento que comamos, sólo creceremos a lo ancho, no seremos un codo más altos. Vale decir que nuestra estatura es un don divino. En cambio, recordando la misma enseñanza, Mateo nos habla de las aves del cielo que no trabajan y sin embargo Dios alimenta, para luego decir que nadie por mucho que se inquiete puede añadir a su vida un solo instante. Por mucho alimento que comamos, no podemos añadir a nuestra vida más tiempo. Ni un instante. Nuestro tiempo de vida es don divino. Quizá podamos quitarnos la vida, cometer el pecado de suicidarnos, pero no podemos extender nuestra vida más allá de la cifra de tiempo que disponga el Señor. Dios nos da el cuerpo, la estatura, el alimento, el vestido, la salud, el tiempo de vida. Qué podemos darle nosotros a Dios, como dice el salmo, si todo es su regalo. La oración concluye en que sólo podemos darnos a nosotros mismos. Además en cuanto a la felicidad, en los discursos de la Divina Providencia, Jesús nos dice que a cada día basta su afán, cada día tiene su problema, su preocupación suficiente. No vale la pena preocuparse por todo en un solo día. A cada día basta su pena y su alegría.

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Esa es la realidad del mundo y del tiempo. No existe felicidad ni aflicción completa, cada día tiene una parte de llanto y otra de risa. Si queremos ser felices, felices sin pena ninguna, completamente felices, también debemos pedirlo a Dios. De hecho, Él nos envió a Jesús, que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús es el Camino que nos lleva al Padre, a la verdadera Felicidad, a la Vida Eterna. El Camino que debemos andar en esta vida para alcanzar el Verdadero Amor, que es… Dios.

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VI. La muerte de toda soberbia

Jesús era humilde. No era vanidoso, claro, no tenía pecado alguno, y sabemos que la soberbia es un pecado. El diablo lo sabe bien, el sí está orgulloso de todo su poder y cualidades. Jesús era apenas un obediente misionero de su Padre. Sólo el vocero de su Padre. Todos sus milagros eran obra de su Padre. Destilaba mansedumbre y enseñaba mansedumbre. Una vez se enojó porque mercaderes deshonraron la casa de su Padre. Otra vez, ante la hipocresía de los Fariseos. Otras veces ante demonios que poseían hombres. Acerca de estas escasas pero concretas iras de Jesús, he reflexionado hasta llegar a la conclusión de que es la ira un pecado en el hombre, quien busca su propio interés, no en Dios, quien posee una ira justa y esporádica, cuyo fin es siempre nuestra Salvación. No se comparan nuestras iras, que sólo nos llevarán a perdernos. Jesús era manso y humilde de corazón. Fácil hubiese sido para él toda gloria y prestigio, pero sabía que para ello debía hablar de sí mismo y no de su Padre. Tal como hacemos los hombres, buscando nuestra propia gloria. Siempre nos enseñó la humildad, claramente: “Surgió una discusión entre ellos, sobre quién era el más grande. Jesús, sabiendo lo que pensaban, acercó a un niño, lo colocó junto a sí y les dijo: Quien recibe a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y quien me recibe a mí; recibe al que me envió. El más pequeño de todos ustedes, ése es el mayor.” (LUCAS, Cap. 9 – Vers. 46 al 49).

“Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me reciben; si otro viniera en nombre propio, lo recibirían. ¿Cómo pueden creer, si viven

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pendientes del honor que se dan unos a otros, en lugar de buscar el honor que sólo viene de Dios?”. (JUAN, Cap. 5 – Vers. 43 y 44). “Les aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Se los repito, es más fácil para un camello entrar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios. Al oírlo, los discípulos quedaron muy espantados y dijeron: –Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús los quedó mirando y les dijo: –Para los hombres eso es imposible, para Dios todo es posible”. (MATEO, Cap. 19 – Vers. 23 al 26). El hombre sin Dios morirá, irremediablemente, por sus pecados. El hombre no podrá salvarse sin Dios. Para Dios, todo es posible. El hombre que tanto se cree a veces, es una verdadera miseria. El hombre elogiado en este mundo por los demás hombres, el que todos aplauden y admiran, puede estar obrando de manera “abominable” a ojos de Dios. Si Jesús fue humilde ¿qué hombre tiene derecho a sentir vanidad? Sólo quien va a morir. Sólo quien morirá por sus pecados. El hombre solamente podrá salvarse por su Fe y por sus Obras. En primer lugar, el hombre a quien ha llegado la Palabra, debe tener Fe en Dios, de lo contrario morirá. En segundo lugar, el hombre que ha escuchado a Jesús, debe obrar la Voluntad de Dios. Caso contrario, morirá. A unos fariseos (que no le creían) les dijo: “Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Yo les dije que morirían por sus pecados. Si no creen que Yo soy, morirán por sus pecados“. (JUAN, Cap. 8 – Vers. 23 y 24). A unos discípulos, (que le creían) les dijo: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos. Conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. (JUAN, Cap. 8 – Vers. 31 y 32).

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Además les decía que no obraran iniquidades, que no hicieran el mal, porque entonces también ellos se condenarían. “No todo el que me diga ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo. Cuando llegue aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé: -Nunca los conocí; apártense de mí, ustedes que hacen el mal”. (MATEO, Cap. 7 – Vers. 21 al 23). El hombre se salva por creer en Dios y por Obrar su Voluntad. No queda lugar para ninguna soberbia humana. Nada de lo que hay en nosotros nos salvará. Ni nuestra mejor virtud. Jesús destrona a los soberbios y ensalza a los humildes y a los humillados por su causa. He aquí la muerte de toda soberbia. Humildad… La única forma de alcanzar el honor… que viene de Dios. Si no hubiese sido humilde, Jesús hubiera caído ante las tentaciones del demonio en el desierto. Movido por el Espíritu y antes del comienzo de su predicación, Jesús fue al desierto donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches. Finalmente fue tentado por el diablo. Tres veces fue tentado y provocado por el maligno, que conocía el sufrimiento del cuerpo y la debilidad del corazón humano. Satanás le provocó a demostrar su divinidad, para saciar su hambre humana, para saltar al peligro del vacío en la tierra Finalmente le tentó a adorarle, a cambio de todo el poder y de todas las riquezas del mundo. Jesús no sucumbió ante el hambre, ni ante la ambición, ni ante la soberbia. La ambición y la soberbia son pecados insignes del demonio, pecados en los que a menudo, también suele caer el hombre. Jesús es el principio del Amor… y la muerte de toda ambición terrena. La muerte de toda soberbia. “Se acercó el tentador y le dijo: –Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él contestó: –Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Luego el Diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo colocó en la parte más alta del templo y le dijo: –Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles sobre ti, te llevarán en sus ma-

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nos para que tu pie no tropiece en la piedra. Jesús respondió: –También está escrito: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios. De nuevo se lo llevó el Diablo a una montaña altísima y le mostró todos los reinos del mundo en su esplendor, y le dijo: –Todo esto te lo daré si te postras para adorarme. Entonces Jesús le replicó: –¿Aléjate Satanás! Que está escrito: Al Señor tu Dios adorarás. A Él sólo darás culto. De inmediato se alejó el Diablo y unos ángeles vinieron a servirle”. (MATEO, Cap. 4 – Vers. 3 al 11).

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VII. El bien y el mal

Disculpen los lectores de estas páginas por presentar a un Jesús más severo del que quizás pretendían conocer… Puedo decir a mi favor que me he limitado a exponer sus dichos. Si acaso no los he interpretado correctamente, si alguien piensa que existe en estas páginas algún error grave de entendimiento de mi parte, le ruego me lo haga saber. Mis datos están, para ello, al inicio de estos escritos. El consuelo que nos queda, pese a la severidad de sus dichos, es su Misericordia. Ya hemos señalado en estas páginas que nadie se encuentra más allá del Bien y el Mal. Dios, por ejemplo, es el Bien mismo. La Misericordia de Jesús, digamos que está por el lado del Bien. El cielo, el Reino de Dios, la Salvación, aquel día en que “seremos como ángeles”. Existe. La existencia del infierno también es confirmada por la palabra de Jesús. El Padre Pío, un santo cura que tuvo los estigmas de Jesús, decía a quienes no creían en la existencia del infierno: “Creerás cuando llegues”. Jesús nos habló del cielo y del infierno. Algunas personas dicen que el cielo y el infierno están aquí, en la Tierra., en el transcurrir de nuestras propias vidas. Es porque conocen el sufrimiento y el gozo, la felicidad y la angustia… El Bien y el Mal. Lo que está aquí en la Tierra, es, en efecto, el Bien y el Mal. Jesús nos dice que su reino “no es de este mundo” y denomina al diablo como “el príncipe de este mundo”. Señala la existencia del mal en este mundo. Muere a causa del mal en que los hombres hemos caído por nuestros pecados y resucita para salvarnos del mal futuro, para salvarnos de la muerte, del infierno, perdonando nuestros pecados. El sacrificio de Jesús, para obtener el perdón de Dios, es la mayor muestra de su Amor. Jesús nos dice que no debemos resignarnos al mal que existe en este mundo y en nosotros mismos. Dice que no debemos temer a quienes puedan quitarnos la vida de nuestro cuerpo sino más bien a quien pueda quitarnos la vida

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de nuestra alma. Es más peligroso el demonio que actúa en nuestro corazón humano que cualquier asesino suelto, que no es nada más que un pobre hombre que camina hacia su condena, de no mediar arrepentimiento y Misericordia Divina. Jesús nos dice que debemos arrepentirnos de nuestros pecados, nos dice que debemos convertirnos y nacer de nuevo, incluso ser como niños, para poder alcanzar el cielo. Nuestra salvación. El bien debe ganar su batalla al mal. De hecho, el Bien es mayor al mal, Dios supera al diablo y finalmente el mal será derrotado en el fin de los tiempos. ¿Dónde he encontrado tantas afirmaciones? ¿Tantas respuestas a nuestras dudas existenciales? Aquí, en el Evangelio, en el episodio de Jesús y Nicodemo, un viejo maestro que intentaba comprenderlo; en el episodio de Jesús y la Samaritana, una pobre mujer que le dio de beber; en el episodio de Jesús y los saduceos, quienes se burlaban de él porque no creían en la vida después de la muerte; en un episodio de Jesús y los fariseos, quienes criticaban a sus discípulos por no lavarse las manos antes de comer…. En tantos rincones del Evangelio Jesús va construyendo pacientemente esa única verdad que nos hará libres. “Te aseguro que si uno no nace de nuevo, no podrá ver el Reino de Dios. Le responde Nicodemo: –¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer? Le contestó Jesús: –Te aseguro que, si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu. No te extrañes si te he dicho que hay que nacer de nuevo. El viento sopla hacia donde quiere: hoy es su rumor, pero no sabes de donde viene, ni adónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu. Le respondió Nicodemo: –¿Cómo puede suceder esto? Jesús le respondió: –Tú eres maestro de Israel ¿y no sabes estas cosas? Te lo aseguro, nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo si no es el que bajó del cielo: el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en Él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él.

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El que cree en Él no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios”. (JUAN, Cap. 3 – Vers. 3 al 18). “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás. Porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna”. (JUAN, Cap. 4 – Vers. 13 al 15). “Están equivocados por no conocer la Escritura ni el Poder de Dios. Cuando resuciten no se casarán ni los hombres ni las mujeres, sino que serán como ángeles en el cielo. Y a propósito de la resurrección, ¿No han leído lo que les dice Dios?: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos”. (MATEO, Cap. 22 – Vers. 29 al 32). “¿No comprenden que lo que entra al hombre desde afuera no puede contaminarlo, porque no le entra al corazón, sino en el vientre y después es expulsado del cuerpo? Con lo cual declaraba puros todos los alimentos- Y añadió: lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre. De dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, blasfemia, arrogancia, desatino. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre”. (MARCOS, Cap. 7 – Vers. 18 al 23).

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VIII. El Misterio de la Santísima Trinidad

Es quizás una de los misterios fundamentales de Dios y de la Iglesia, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. No es obra del hombre ni de su imaginación esta Verdad Divina sino que surge de los propios dichos de Jesús. El habló de su Padre a lo largo de toda su predicación. La primera vez que lo nombra es cuando, de niño, María y José lo buscaron por tres días y lo hallaron hablando con los doctores del templo. Ante el reproche de la virgen, Jesús les pregunta si no sabían que debía ocuparse de las cosas de su Padre: “Para la fiesta de Pascua iban sus padres todos los años a Jerusalén. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre. Al terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Pensando que iba en la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a Jerusalén. Luego de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que le oían estaban maravillados ante su inteligencia y sus respuestas. Al verle, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo: –Hijo ¿Por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El replicó: –¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre? –Ellos no entendieron lo que les dijo. Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Jesús creció en el saber, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”. (LUCAS, Cap. 2 – Vers. 39 al 52). Quizás María misma contó estas anécdotas a Lucas, dado que tanto él como Pablo estuvieron con la Virgen María (y con Juan, a quien Jesús la había

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confiado) supuestamente, tiempo después de su muerte. Alguien me hizo notar que es Lucas el evangelista quien más habla sobre la vida de Jesús niño, tal vez habiendo escuchado a María contar estos primeros años. Así es que no hay duda que Jesús es Hijo de Dios, en todo el Evangelio lo recalca y hasta muere por afirmarlo. El Dios que hablaba a Moisés es su Padre, el Dios del pueblo de Israel, a quien estaban dedicados sus templos, es su Padre. Jesús muere afirmándolo, acusado de blasfemia por las autoridades del propio pueblo elegido. Menos veces se refiere al Espíritu Santo, pero cuando lo hace, señala con toda su fuerza que debe ser conocido y respetado. Quien blasfema contra el Espíritu Santo no tendrá perdón. “Los letrados que habían bajado de Jerusalén decían: –Lleva dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del Jefe de los demonios. El los llamó y por medio de comparaciones les explicó: –¿Cómo puede Satanás expulsarse a sí mismo? Un reino dividido internamente no puede sostenerse. Una casa dividida internamente tampoco. Si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede mantenerse en pie, antes perece...” “…Les aseguro que a los hombres se les pueden perdonar todos los pecados y las blasfemias que pronuncien. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, será culpable para siempre. Jesús dijo esto porque ellos decían que tenía dentro un espíritu inmundo”. (MARCOS, Cap. 3 – Vers. 20 al 26 y 28 al 30). Debemos cuidarnos de no pronunciar jamás ninguna blasfemia contra el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que estaba ya en Jesús, llegará a los Apóstoles reunidos en el cenáculo en Pentecostés, y llega a cada uno de nosotros los cristianos, al ser bautizados. Ese es el Sacramento del Bautismo, la venida del Espíritu Santo que nos libera del Pecado Original. Luego, nuestros pecados lo alejarán, nos alejamos de Dios con nuestros pecados. El Sacramento de la Confesión o, como hoy decimos, de la Reconciliación, es justamente el que nos vuelve a unir a Dios. Y a posteriori la Comunión, el Sacramento de la Eucaristía, nos pone en Estado de Gracia. Finalmente puede decirse que Jesús mismo, a pesar de su obediencia al Padre y su sacrificio y su entrega para que se cumpliera la Escritura, establece un paralelismo en la Triada Divina, muy claro, que creo yo, puede haber llevado a nuestra Iglesia Católica a establecer el dogma de la Santísima Trinidad. Una vez más vemos que todo viene de la palabra de Jesús. Y de su Padre,

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pues habló por su Padre. Y del Espíritu Santo, que nos ilumina siempre para comprenderla. “–Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí. Si me conocieran a mi, conocerían también al Padre. En realidad, ya lo conocen y lo han visto. Le dice Felipe: –Señor, enséñanos al Padre y nos basta. Le responde Jesús: –Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿Y todavía no me conocen? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre: ¡Cómo pides que te enseñe al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo les digo no las digo por mi cuenta; el Padre que está en mí es el que hace las obras. Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no, créanlo por las mismas obras. Les aseguro: quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre y yo haré todo lo que pidan en mi nombre, para que por el Hijo se manifiesta la gloria del Padre. Si ustedes piden algo en mi nombre, yo lo haré. Si me aman, cumplirán mis mandamientos; y yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará con ustedes. No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos. Dentro de poco el mundo ya no me verá, ustedes, en cambio, me verán, porque yo vivo y ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en el Padre y ustedes en mí y yo en ustedes. Quien recibe y cumple mis mandamientos, ése sí que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él. Le dice Judas –no el Iscariote– –Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo? Jesús le contestó: –Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él. Quien no me ama no cumple mis palabras, y la palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Les he dicho esto mientras estoy con ustedes. El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho”. (JUAN, Cap. 14 – Vers. 6 al 26). En estas sentidas palabras pronunciadas por el Señor antes de ser apresado en el Huerto de los Olivos, encuentro el Misterio de la Santísima Trinidad, más claro que en ningún otro pasaje Bíblico. Y aquí lo dijo Jesús.

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IX. La Virgen María

Algunos hermanos que se fueron de la Iglesia Católica conservan la palabra de Jesús, pero dicen que la Virgen María no es virgen, o que su misión concluye al morir su Hijo. En verdad allí es cuando su mayor misión empieza. Desde entonces comienza a ser la Madre de toda la Humanidad. La nueva Eva. “Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo…”. Así comienza el Ave María, evocando el saludo del ángel el día de la Anunciación”. “Nadie ha sido saludado nunca, de manera más estupenda…”, dijo Juan Pablo II. No es para menos. Dios la eligió, para ser la madre de su hijo en la tierra… y en el cielo. Así como le habrá enseñado sus primeras palabras, así como lo habrá impulsado a dar sus primeros pasos… Ella es quien lo alienta a realizar su primer milagro. “Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea, allí estaba la madre de Jesús. También Jesús y sus discípulos estaban invitados a la boda. Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dice: –No tienen vino. Jesús le responde: –¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. La madre dice a los que servían: –Hagan lo que él les diga. Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, con una capacidad de setenta a cien litros cada una. Jesús les dice: –Llenen de agua las tinajas. Las llenaron hasta el borde. Les dice: –Ahora saquen un poco y llévenle al encargado del banquete para que lo pruebe. Cuando el encargado del banquete probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía, aunque los servidores que habían sacado el agua lo sabían, se dirige al novio y le dice: –Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú, en cambio, has guardado

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hasta ahora el vino mejor. En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos”. (JUAN, Cap. 2 – Vers. 1 al 11). Jesús pidió a los servidores que pusieran agua en las tinajas. Es que algo debemos poner nosotros, algo posible. Un poco. Él realizará entonces, el milagro. La virgen estuvo en su primer momento de gloria, igual que había estado en tantos momentos de su vida, desde pequeño. Desde que presentara a su pequeño en el templo para el tiempo de la circuncisión, ya conocía profetizado su dolor. Ese dolor llegó más de treinta años después, en el momento de la Pasión. “…Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado, al discípulo amado, dice a su madre: –Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: –Ahí tienes a tu madre”. (JUAN, Cap. 19 – Vers. 25 al 27). Juan era el discípulo amado de Jesús, el más joven de los discípulos. Juan recibe desde entonces a María en su casa y la cuida como si fuera una verdadera madre, en una casa que aún hoy se encuentra en pie en Tierra Santa. Pero este pasaje del Evangelio, al igual que todos los pasajes del Evangelio, no son simples anécdotas ni curiosidades vividas por Jesús. Son verdaderas enseñanzas, son verdaderos designios divinos. La humanidad entera es Juan. María, Madre de Jesús, es ahora Madre nuestra.

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X. El primer Papa

Así, precisamente, con la fisonomía de Juan Pablo II, imagino a Pedro. Pedro. El primer líder de la Iglesia de Cristo, la piedra fundamental sobre la que Jesús dijo construir su Templo, fue Pedro. Pedro fue un hombre noble y sencillo, un hombre común, con todas las debilidades humanas. Pero tuvo una fe inquebrantable. Y, sabe Jesús por qué, fue su elegido para encabezar al grupo de discípulos que le seguían. Hoy los cristianos seguimos todavía a Pedro. Resulta asombroso leer los Hechos de los Apóstoles, escritos por San Lucas, donde se narran los milagros realizados por Pedro, después de que Jesús ascendiera a los cielos. Entre esos milagros obra incluso una resurrección, similar a la del propio Lázaro en vida de Jesús. Verdaderamente este hombre había recibido el Espíritu Santo y la misión de ser quien guiara la Iglesia de Cristo. Pedro negó tres veces conocer a Jesús, en la madrugada del viernes santo, antes de que cantara el gallo y conforme le había predicho el Maestro. Pedro dudó de Jesús en el lago, y no pudo caminar sobre las aguas. Pedro tentó a Jesús para que no cumpliese su misión, de tal modo que Jesús le llamó Satanás y le pidió que se apartara de Él, en ese momento. Pero también fue Pedro el primero en seguirle, con su hermano Andrés, y el primero en confesar su fe inquebrantable, cuando vio la primera pesca milagrosa, o cuando le dijo que sabía que Él era el Mesías. Pedro tuvo la humildad de no querer que el Maestro le lavara los pies en la última Cena, y Jesús tuvo que convencerlo. Pedro también sufrió el martirio al morir, dio su vida por Jesús, crucificado cabeza abajo por propia decisión, por no sentirse digno de morir como su Maestro. Pedro fue ungido por Jesús, fue el más digno de todos los hombres, a pesar de sus faltas. Después del Evangelio, la historia de la Iglesia continúa en el Nuevo Testamento con Los Hechos de los Apóstoles, e incluso existen conmovedores escritos de Pedro organizando las primeras comunidades cristianas.

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Jesús nos dejó en los apóstoles su legado, Pedro, Andrés, Mateo, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Simón el Cananeo, Santiago el Alfeo, Judas Tadeo…, a ellos se sumaron después del suicidio de Judas Iscariote, quien le había traicionado, y para que fueran doce otra vez, Matías, Esteban, Pablo, Marcos, Lucas… y muchos otros. Pero entonces encabezaba la incipiente iglesia Pedro. Hoy más de mil millones somos los cristianos del mundo, encabezados por el Papa Benedicto XVI. “–Y ustedes: ¿Quién dicen que soy? Simón Pedro respondió: –Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Jesús le dijo: –¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia y el imperio de la muerte no la vencerá. A tí te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. (MATEO, Cap. 16 – Vers. 15 al 19). Jesús nos dejó suficientes palabras para confiar en su Iglesia, la que con sus errores y pecados goza de inspiración divina a través del Espíritu Santo, a quien todos rogamos luz para nuestro Sumo Pontífice. Todo esto dijo Jesús. Lo rescatan los cuatro santos escritores en el Evangelio que llega a nuestros días, aunque sus obras fueron tantas, dice el Evangelista Juan, que “si se escribieran todas no cabrían sus libros en el mundo”. “Quien quiera oír que oiga”, como decía el Maestro en ocasiones. Nadie estaba obligado a oír entonces. Tampoco estamos obligados a escucharlo hoy. Sin embargo algunos queremos oír… Lo que dijo Jesús.

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Índice

Cap. I. El libro

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Cap. II. Comienzo a leer

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Cap. III. El Sermón de la Montaña

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Cap. IV. Casamientos, Divorcios, Celibatos

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Cap. V. La tristeza y la alegría, el sufrimiento y el gozo, el infierno y el cielo

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Cap. VI. La muerte de toda soberbia

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Cap. VII. El bien y el mal

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Cap. VIII. El Misterio de la Santísima Trinidad

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Cap. IX. La Virgen María

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Cap. X. El primer Papa

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Se terminó de componer e imprimir en febrero de 2011 en Editorial Qellqasqa, Toso 411, San José de Guaymallén Mendoza, República Argentina. [email protected] www.qellqasqa.com.ar

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