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Paralelismos entre la espiritualidad del Papa Francisco y la agustino-recoleta Hace unas semanas al leer la entrevista que el Papa concedió a varias revistas jesuitas me hizo pensar un poco sobre mi propia vida y ver la actualidad y riqueza de nuestro carisma agustino recoleto tanto para religiosos como laicos. Hoy quiero compartir algunos aspectos. Para ello me baso en algunos pensamientos del Papa tomados fundamentalmente del libroentrevista: “El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio”. Parto de la convicción de que el Papa, tanto Francisco como los anteriores, es quien nos preside en el Señor, el que tiene la responsabilidad de la comunión de la Iglesia en la fe, en el amor y en la misión. Y, desde un punto de vista más personal, diría que es un jesuita muy consecuente y un verdadero maestro espiritual.
I. Espiritualidad-Interioridad-Contemplación 1. Agustinos Recoletos
San Agustín se dejó conquistar por Cristo1 cuya gloria y belleza se transparentan en todos los momentos de su existencia: “Para nosotros los creyentes, en todas partes se presenta hermoso el Esposo. Hermoso siendo Dios, Verbo en Dios; hermoso en el seno de la Virgen, donde no perdió la divinidad y tomó la humanidad; hermoso nacido niño el Verbo, porque aun siendo pequeñito, mamando, siendo llevado en brazos, hablaron los cielos, le tributaron alabanzas los ángeles, la estrella dirigió a los Magos, fue adorado en el pesebre. Luego es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra; hermoso en los brazos de sus padres, hermoso en los milagros, hermoso en los azotes, hermoso invitando a la vida, hermoso no preocupándose de la muerte, hermoso dando la vida, hermoso tomándola: hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro y hermoso en el cielo”2. La espiritualidad de san Agustín se enraiza en la experiencia salvadora y transformadora del encuentro en la iglesia con Cristo. Un Cristo humilde que sale a nuestra búsqueda y en el que nosotros, pecadores y peregrinos, al mismo tiempo capaces e indigentes de Dios 3, necesitamos estar siempre en un proceso de conversión. El punto de partida de este proceso es el deseo de felicidad que Dios ha dejado en el corazón humano y que sólo termina con la satisfacción plena de ese deseo por la posesión de Dios en la ciudad celestial. “Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”4. Porque la peregrinación del hombre hacia el Dios que lo creó hallará su culminación definitiva con la llegada a la ciudad de la paz, para gozar del eterno descanso: “Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, mas sin fin”5. 1
La espiritualidad agustino-recoleta es cristocéntrica. Cristo, el Verbo encarnado, es el centro de la espiritualidad de san Agustín. En su humanidad Cristo es el camino y en su divinidad es la patria. La causa motivo de la encarnación fue la redención del género humano: “Para curar a un gran inválido, vino un gran médico”. Cristo, el segundo Adán, vino para restaurar lo que habíamos perdido por el primero. En el fondo, la clave de la visión agustiniana está en la suerte de dos hombres: Adán y Cristo: “Por uno, todos hemos sido precipitados a la muerte, por el otro hemos sido liberados para la vida; el primero causó nuestra ruina en sí mismo, haciendo su propia voluntad en lugar de la de su Creador; el otro nos ha salvado en sí mismo, haciendo no su voluntad sino la del que lo había enviado” (De gratia Christi et peccato originali, 2, 24, 28). 2 Enarrationes in psalmos, 44, 3. 3 Somos capaces y necesitados de participar de la naturaleza de Dios por el conocimiento y por el amor. Pero también, menesterosos doblemente de Dios ya que, por un lado, nuestro corazón sólo puede ser satisfecho y sosegado por Dios; y, por otro lado, en nuestra realidad de naturaleza caída la visión y posesión de Dios es una gracia que sólo se recibe estando unidos a Él. 4 Confesiones 1,1,1. 5 De civitate Dei 22, 30, 5.
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En esta peregrinación Agustín nos ofrece todo un proceso de interioridad6 y trascendencia, en tres etapas distintas pero relacionadas en escala ascendente y de clara influencia neoplatónica: “no quieras derramarte fuera”; “entra dentro de ti”; y “trasciéndete a ti mismo”7. Este es el proceso para restaurar la imagen de Dios, según la cual fuimos creados, y, que si bien es cierto que puede quedar oscurecida y deformada con el pecado, no puede desaparecer nunca del todo como lo prueba su misma experiencia vital. Un proceso por el cual el hombre vuelve sobre sí mismo para encontrar a Dios en su interior y unirse plenamente a Él como manifiesta su famosa oración: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando (… abalanzándome) sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente. Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado y ardo en deseos de tu paz”8. Todo esto puede dar la impresión de una visión filósofica y “descarnada”. No es así, el cimiento sobre el que se edifica todo es Cristo humilde. Agustín no halló el camino para llegar a Dios en la filosofía platónica que, aún mostrándole la espiritualidad de Dios y el Verbo eterno, no le dijo nada sobre la encarnación del Verbo ni de la humildad de Cristo “camino, verdad y vida”. Es más, san Agustín muestra cómo la Biblia amansó su orgullo y lo curó del tumor de la soberbia9, haciéndole ver que el conocimiento humano de Dios, sin la humildad del Verbo encarnado, podría conducir a la presunción y soberbia. De ahí que sea clave apartarse del orgullo que dispersa y seguir el camino de la humildad. Precisamente por su humildad es como Jesucristo será el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). San Agustín reconoce que hubo filósofos que vislumbraron el ser de Dios, aunque de lejos; pero “¿qué aprovecha al que se ensoberbece y, por eso, se ruboriza de subir a un leño, divisar de lejos la patria transmarina?”10 Finalmente, en su rica teología trinitaria nos muestra las dos misiones del Hijo y del Espíritu Santo. La misión visible del Hijo consiste en conducir a los creyentes a la contemplación del Padre, mostrándonos el amor del Padre. Este es un aspecto muy importante, pues, separados de Dios y deseosos de tornar a él, tenemos necesidad de persuadirnos que Dios nos ama verdaderamente. Por otra parte, la misión del Espíritu Santo (amor) crea unas nuevas relaciones de amor tanto en la persona como en la comunidad. La “Forma de vivir”, signo definitorio del otro elemento de nuestro carisma (la recolección), tiene este aspecto de la interioridad-contemplación como su eje vertebrador, pues “así como nuestro blanco es el amar a Dios, así nuestro cuidado ha de ser principal todo lo que de más cerca a ello nos enciende, como es su culto y alabanzas, y el uso de los sacramentos y el ejercio de la meditación y oración”11. Esta rica doctrina agustiniana está en la base de nuestras Constituciones, que en el capítulo primero, titulado “La Orden de agustinos recoletos”, nos ofrece los elementos fundamentales de lo que es la Orden y presenta así nuestro carisma: “El carisma agustiniano se resume en el amor a Dios sin condición, que une las almas y los corazones en convivencia comunitaria de
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San Agustín cristianiza la doctrina de la interioridad que él aprendió de los filósofos neoplatónicos. “No quieras derramarte fuera, entra dentro de ti mismo, porque en le hombre interior reside la verdad; si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende” (De vera religione 39, 72). 8 Conf. 10, 27, 38. 9 Ibid. 7, 18, 24. 10 De Trinitate 4, 15, 20. 11 Forma de vivir los frailes agustinos descalzos, 1, 1. 7
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hermanos, y que se difunde hacia todos los hombres para ganarlos y unirlos en Cristo dentro de su Iglesia”12. Según eso los elementos fundamentales que han de integrar la expresión del carisma son la tríada: contemplación, comunidad y apostolado. Al hablar del primer elemento de nuestro carisma: el “carácter contemplativo”, las Constituciones recuerdan (n. 8) que “elemento primordial del patrimonio de san Agustín y de la Orden es la contemplación, que es vida bajo el amparo de Dios, vida con Dios, vida recibida de Dios, vida que es Dios mismo”. Estas palabras con las que san Agustín habla de la vida eterna son una excelente descripción de lo que es la contemplación que no es un mero método filosófico o abstracto, sino encuentro con el Dios bíblico. “El Dios a quien busca el religioso agustino recoleto es el Dios revelado en la historia de la salvación, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La plenitud infinita y eterna del Padre es, al mismo tiempo, fuente y término de la contemplación; por ésta, la Verdad inmutable y el Bien sumo se reflejan y se hacen presentes en la intimidad de la conciencia. Pero solo por Cristo, y en comunión con el Espíritu Santo, es posible la unión íntima y vital con el Padre”13. En esa unión con Cristo, centro de la vida agustino-recoleta, como ya hemos dicho, la humildad es un elemento indispensable pues es el camino que nos ayuda a aceptar, imitar y seguir a Cristo humilde y separarnos del orgullo que dispersa y divide. “La especial vocación del agustino recoleto es la continua conversación con Cristo, y su cuidado principal es atender a todo lo que más de cerca lo pueda encender en su amor. El hombre, por la soberbia se aparta de Dios; cae en sí mismo y resbala hacia las criaturas, disipándose en la dispersión de las cosas temporales. Solo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación por la humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí mismo, donde comienza a buscar los valores eternos, reencuentra a Cristo y reconoce a los hermanos. Esta es la interiorización trascendida agustiniana, principio de toda piedad. Este es el recogimiento o recolección de la Forma de vivir, camino que lleva derechamente a la contemplación, a la comunidad y al apostolado”14. “Recolección es un proceso activo por el que el hombre disgregado y desparramado por la herida del pecado, movido por la gracia, entra dentro de sí mismo, donde ya lo está esperando Dios e, iluminado por Cristo, maestro interior, sin el cual el Espíritu Santo no instruye ni ilumina a nadie, se trasciende a sí mismo, se renueva según la imagen del hombre nuevo que es Cristo, y se pacifica en la contemplación de la Verdad. Es también espíritu y ejercicio de oración. Es, finalmente, espíritu de penitencia y de continua conversión, que limpia el corazón para ver a Dios, y es manifestación de ese mismo espíritu en las obras externas que muestran lo que hay dentro”15.
2. Jorge Mario Bergoglio – Francisco El Papa es muy espiritual -¿un místico?-. La suya es una espiritualidad fuertemente enraizada en san Ignacio y en el carisma jesuita que conoce y vive en profundidad. Así surge nuestro primer cuestionamento: ¿cuál es nuestro conocimiento y cercanía afectiva con el carisma agustino recoleto? Él mismo nos ofrece unos rasgos interesantes sobre su identidad. Se define como sacerdote: “Soy Jorge Bergoglio, cura. Es que me gusta ser cura”16. Al hablar de la virtud más grande dice que es “la virtud del amor, de darle el lugar al otro, y eso desde la mansedumbre. ¡La mansedumbre me seduce tanto! Le pido siempre a Dios que me dé un corazón manso”17. Y lo
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Constituciones, n. 6. Ibid., n. 10. 14 Ibid., n. 11. 15 Ibid., n. 12. 16 SERGIO RUBIN, FRANCESCA AMBROGETTI, “El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio”, cap. 12. 17 Ibid., cap. 12. 13
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que más le “repugna es la soberbia, el “creérsela”. Cuando yo me encontré en situaciones en que “me la creí”, tuve una gran vergüenza interior y pedí perdón a Dios”18. - Experiencia de Dios. Experiencia religiosa: el estupor de encontrarse con alguien que te está esperando Hablando de su vocación religiosa cuenta cómo a los 17 años se encontró con un sacerdote que no conocía y que le transmitió una gran espiritualidad, por lo que decidió confesarse con él: “En esa confesión me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida (…) Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro; me di cuenta de que me estaban esperando. Eso es la experiencia religiosa: el estupor de encontrarse con alguien que te está esperando. Desde ese momento para mí, Dios es el que te „primerea‟. Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él nos encuentra primero”; y agrega que no fue sólo el “estupor del encuentro” lo que destapó su vocación religiosa, sino el modo misericordioso con el que Dios lo interpeló, modo que se convertiría, con el correr del tiempo, en fuente de inspiración de su ministerio. La vocación religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando consciente o inconscientemente. A mí siempre me impresionó una lectura del breviario que dice que Jesús lo miró a Mateo en una actitud que, traducida, sería algo así como “misericordiando y eligiendo”. Esa fue, precisamente, la manera en que yo sentí que Dios me miró durante aquella confesión. Y ésa es la manera con la que Él me pide que siempre mire a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera eligiéndolos para Él; no excluyendo a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios. “Misericordiándolo y eligiéndolo” fue el lema de mi consagración como obispo y es uno de los pivotes de mi experiencia religiosa: el servicio para la misericordia y la elección de las personas en base a una propuesta. Propuesta que podría sintetizarse coloquialmente así: “Mirá, a vos te quieren por tu nombre, a vos te eligieron y lo único que te piden es que te dejes querer”. Ésa es la propuesta que yo recibí. (…) Dios se define ante el profeta Jeremías con estas palabras: “Soy la vara del almendro.” Y el almendro es la primera flor que florece en primavera. “Primerea” siempre. Juan dice: “Dios nos amó primero, en esto consiste el amor, en que Dios nos amó primero.” Para mí, toda experiencia religiosa, si no tiene esa dosis de estupor, de sorpresa, de que nos ganan de mano en el amor, en la misericordia, es fría, no nos involucra totalmente; es una experiencia distante que no nos lleva al plano trascendente. Aunque, convengamos, vivir hoy esa trascendencia es difícil por el ritmo vertiginoso de la vida, la rapidez de los cambios y la falta de una mirada de largo plazo”19. - Espiritualidad de búsqueda. Así, la suya (y toda espiritualidad cristiana) es una espiritualidad de búsqueda, porque “Dios está ciertamente en el pasado porque está en las huellas que ha ido dejando. Y está también en el futuro como promesa. Pero el Dios „concreto‟, por decirlo así, es hoy. (…) Hay que encontrar a Dios en nuestro hoy. Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. Es el tiempo el que inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No hay que dar preferencia a los espacios de poder frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos. Lo nuestro es poner en marcha procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto nos hace preferir las acciones que generan dinámicas nuevas. Y exige paciencia y espera. (…) En el fondo, cuando deseamos encontrar a Dios, nos gustaría constatarlo inmediatamente por medios empíricos. Pero así no se encuentra a Dios. Se le encuentra en la 18 19
Ibid., cap. 12. Ibid., cap. 3.
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brisa ligera de Elías. (…) Se necesita una actitud contemplativa: es el sentimiento del que va por el camino bueno de la comprensión y del afecto frente a las cosas y las situaciones. Señales de que estamos en ese buen camino son la paz profunda, la consolación espiritual, el amor de Dios y de todas las cosas en Dios”20. Por eso podía decir con toda tranquilidad: “No tengo todas las respuestas. Ni tampoco todas las preguntas. Siempre me planteo más preguntas, siempre surgen preguntas nuevas. Pero las respuestas hay que ir elaborándolas frente a las distintas situaciones y también esperándolas”21 Y en la entrevista concedida a las revistas jesuitas hablará de “certezas y errores”: “Sí, este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la incertidumbre. Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda. Tenemos que hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas, hemos de ser humildes. En todo discernimiento verdadero, abierto a la confirmación de la consolación espiritual, está presente la incertidumbre. El riesgo que existe, pues, en el buscar y hallar a Dios en todas las cosas, son los deseos de ser demasiado explícito, de decir con certeza humana y con arrogancia: „Dios está aquí‟. Así encontraríamos solo un Dios a medida nuestra. La actitud correcta es la agustiniana: buscar a Dios para hallarlo, y hallarlo para buscarle siempre. Y frecuentemente se busca a tientas, como leemos en la Biblia. Esta es la experiencia de los grandes padres de la fe, modelo nuestro. Hay que releer el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos. Abrahán, por la fe, partió sin saber a dónde iba. Todos nuestros antepasados en la fe murieron teniendo ante los ojos los bienes prometidos, pero muy a lo lejos... No se nos ha entregado la vida como un guión en el que ya todo estuviera escrito, sino que consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver… Hay que embarcarse en la aventura de la búsqueda del encuentro y del dejarse buscar y dejarse encontrar por Dios. Porque Dios está primero, está siempre primero, Dios primerea. (…) Así lo leemos en los profetas. Por tanto, a Dios se le encuentra caminando, en el camino. Y al oírme, alguno podría decir que esto es relativismo. ¿Es relativismo? Sí, si se entiende mal, como una especie de confuso panteísmo. No, si se entiende en el sentido bíblico, según el cual Dios es siempre una sorpresa y jamás se sabe dónde y cómo encontrarlo, porque no eres tú el que fija el tiempo ni el lugar para encontrarte con Él. Es preciso discernir el encuentro. Y por eso el discernimiento es fundamental. Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la „seguridad‟ doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras. Por mi parte, tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aun cuando la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se debe buscar a Dios en toda vida humana. Aunque la vida de una persona sea terreno lleno de espinas y hierbajos, alberga siempre un espacio en que puede crecer la buena semilla. Es necesario fiarse de Dios”22.
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ANTONIO SPADARO, “Entrevista al Papa Francisco”, Razón y Fe, Buscar y encontrar a Dios en todas las cosas, pp. 18s. 21 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op.cit., cap. 4. 22 A. SPADARO, op. cit., pp. 19s
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- Experiencia de ser pecador perdonado “Soy un pecador a quien la misericordia de Dios amó de una manera privilegiada”23. Y explica su cercanía por el cuadro de la vocación de san Mateo de Caravaggio: “Ese dedo de Jesús, apuntando así… a Mateo. Así estoy yo. Así me siento. Como Mateo. Me impresiona el gesto de Mateo. Se aferra a su dinero, como diciendo: „¡No, no a mí! No, ¡este dinero es mío!‟. Esto es lo que yo soy: un pecador al que el Señor ha dirigido su mirada… Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaba la elección de Pontífice. Peccator sum, sed super misericordia et infinita patientia Domini nostri Jesu Christi confisus et in spiritu penitentiae accepto”24. “Lo que más me duele es no haber sido muchas veces comprensivo y ecuánime. (…) Es que quiero transitar por la misericordia, por la bondad interpretativa. Pero, insisto, siempre fui querido por Dios, que me levantó de mis caídas a lo largo del camino, me ayudó a transitarlo, sobre todo en las etapas más duras, y así fui aprendiendo”25. “Hay gente que se cree justa, que de alguna manera acepta la catequesis, la fe cristiana, pero no tiene la experiencia de haber sido salvada. Una cosa es que a uno le cuenten que se estaba ahogando un chico en el río y que una persona se tiró a salvarlo, otra es que uno lo vea y otra cuestión es que sea yo el que me esté ahogando y otro se tire para salvarme. Hay gente a la que le contaron, que no vio, no quiso ver o no quiso saber qué le pasaba a ese niño y siempre tuvo tangenciales escapatorias a la situación de ahogo y carece, entonces, de la experiencia de saber qué es. Creo que solamente los grandes pecadores tenemos esa gracia. Suelo decir que la única gloria que tenemos, como subraya san Pablo, es ser pecadores. (…) Por eso, para mí el pecado no es una mancha que tengo que limpiar. Lo que debo hacer es pedir perdón y reconciliarme, no ir a la tintorería (…). En todo caso, debo ir a encontrarme con Jesús que dio su vida por mí. Es una concepción bien distinta del pecado. Dicho de otra manera: el pecado asumido rectamente es el lugar privilegiado de encuentro personal con Jesucristo Salvador, del redescubrimiento del profundo sentido que Él tiene para mí. En fin, es la posibilidad de vivir el estupor de haberme salvado”26. - Espiritualidad cristocéntrica Cristo y el Evangelio están en el centro de todo. Así, hablando de la renovación del concilio Vaticano II, dirá que “la “dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia del Concilio, es absolutamente irreversible”27. Al hablar tanto de la Compañía como del jesuita dice que es (o debe ser) “una institución en tensión, siempre radicalmente en tensión. El jesuita es un descentrado. La Compañía en sí misma está descentrada: su centro es Cristo y su Iglesia. Por tanto, si la Compañía mantiene en el centro a Cristo y a la Iglesia, tiene dos puntos de referencia en su equilibrio para vivir en la periferia. Pero si se mira demasiado a sí misma, si se pone a sí misma en el centro, sabiéndose una muy sólida y muy bien „armada‟ estructura, corre peligro de sentirse segura y suficiente. La Compañía tiene que tener siempre delante el Deus semper maior, la búsqueda de la gloria de Dios cada vez mayor, la Iglesia verdadera esposa de Cristo nuestro Señor, Cristo Rey que nos conquista y al que ofrecemos nuestra persona y todos nuestros esfuerzos, aunque seamos poco adecuados vasos de arcilla. Esta tensión nos sitúa continuamente fuera de nosotros mismos. El instrumento que hace verdaderamente fuerte a una Compañía descentrada es la realidad, a la vez paterna y materna, de la „cuenta de conciencia‟, y precisamente porque le ayuda a emprender mejor la misión”28.
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S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 4. A. SPADARO, op. cit., p.4. 25 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 4. 26 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 9. 27 A. SPADARO, op. cit., p.18. 28 A. SPADARO, op. cit., pp. 6s. 24
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- Importancia y necesidad de la oración “El encuentro con Dios tiene que ir surgiendo desde adentro. Debo ponerme en la presencia de Dios y, ayudado por su Palabra, ir progresando en lo que Él quiera. Lo que está en el fondo de todo esto es la cuestión de la oración que es uno de los puntos que, en mi opinión, hay que abordar con mayor valentía”29. “A mi juicio (la oración) debe ser, de cierta manera, una experiencia de claudicación, de entrega, donde todo nuestro ser entre en la presencia de Dios. Es allí donde se producirá el diálogo, la escucha, la transformación. Mirar a Dios, pero sobre todo sentirse mirado por Él. En ocasiones la experiencia religiosa en la oración se produce, en mi caso, cuando rezo vocalmente el Rosario o los salmos. O cuando celebro con mucho gozo la Eucaristía. Pero cuando más vivo la experiencia religiosa es en el momento en que me pongo, a tiempo indefinido, delante del sagrario. A veces, me duermo sentado dejándome mirar. Siento como si estuviera en manos de otro, como si Dios me estuviese tomando la mano. Creo que hay que llegar a la alteridad trascendente del Señor, que es Señor de todo, pero que respeta siempre nuestra libertad”30. Creo que es importante descubrir no sólo qué es un hombre que reza (ver cómo valora el libro de rezos: “Estoy muy apegado al breviario; es lo primero que abro a la mañana y lo último que cierro antes de acostarme”)31, sino cómo es su oración: “La oración es para mí siempre una oración „memoriosa‟, llena de memoria, de recuerdos, incluso de memoria de mi historia o de lo que el Señor ha hecho en su Iglesia o en una parroquia concreta. Para mí, se trata de la memoria de que habla san Ignacio en la primera semana de los Ejercicios, en el encuentro misericordioso con Cristo Crucificado. Y me pregunto: „¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?‟. Es la memoria de la que habla también Ignacio en la contemplación para alcanzar amor, cuando nos pide que traigamos a la memoria los beneficios recibidos. Pero, sobre todo, sé que el Señor me tiene en su memoria. Yo puedo olvidarme de Él, pero yo sé que Él jamás se olvida de mí. La memoria funda radicalmente el corazón del jesuita: es la memoria de la gracia, la memoria de la que se habla en el Deuteronomio, la memoria de las acciones de Dios que están en la base de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta es la memoria que me hace hijo y que me hace también ser padre”32. En este tema de la oración creo muy acertada la visión de san Agustín para quien “la oración es un diálogo con Dios basado en la fe, vivido en el corazón y animado por el Espíritu Santo dentro del Cuerpo de Cristo, diálogo que es necesario y se ha de vivir con constancia” 33. Y en el fondo la identificación que hace de la oración con el deseo. Y así se entiende que orar continuamente es amar continuamente, es tener ese deseo de Dios siempre presente en mi vida. - “Transitar la paciencia”. Un aspecto importante de su espiritualidad (y apostolado) es su “transitar la paciencia”, basado en la “teología del fracaso, donde se expone cómo Jesús entró en paciencia. En la experiencia del límite, en el diálogo con el límite, se fragua la paciencia. A veces la vida nos lleva, no a „hacer‟, sino a „padecer‟, soportando, sobrellevando nuestras limitaciones y las de los demás. Transitar la paciencia es hacerse cargo de que lo que madura es el tiempo. Transitar la paciencia es dejar que el tiempo paute y amase nuestras vidas. (…) En última instancia, es la dialéctica entre el camino y el sendero. Nos encantan los atajos. Un atajo tiene el componente
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S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 4. Ibid., cap. 4. 31 Ibid., cap. 12. 32 A. SPADARO, op. cit., p. 27. 33 SÁNCHEZ CARAZO, ANTONIO, Mendigo de Dios. Agustín, maestro de oración, p. 9. 30
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de una trampa ética: evitar el camino y optar por el sendero. Eso se da también en las pequeñas cosas cuando evitamos el esfuerzo. Transitar en paciencia supone aceptar que la vida es eso: un continuo aprendizaje. (…) Transitar en paciencia es asumir el tiempo y dejar que los otros vayan desplegando su vida. Un buen padre, al igual que una buena madre, es aquel que va interviniendo en la vida del hijo lo justo como para marcarle pautas de crecimiento, para ayudarlo, pero que después sabe ser espectador de los fracasos propios y ajenos, y los sobrelleva”34. La parábola del hijo pródigo es un excelente modelo de todo esto. “Me impresiona mucho esa parábola. El hijo pide la herencia, el padre se la da, luego se va, hace “lo que se le canta” y vuelve. Dice el Evangelio que el padre lo ve venir de lejos. De modo que debe de haber estado mirando, desde la ventana, para ver si en algún momento lo veía venir. O sea que lo esperó pacientemente. (…) Dicho de otra manera: hay que darle tiempo. Tenemos que saber poner el límite en el momento justo. Pero, otras veces, tenemos que saber mirar para otro lado y hacer como el padre de la parábola, que deja que el hijo se vaya y malgaste su fortuna para que haga su propia experiencia”35. “Debemos dejarnos transitar en paciencia. Sobre todo, ante el fracaso y el pecado, cuando nos damos cuenta de que quebramos nuestro propio límite, cuando fuimos injustos o innobles. (…) Transitar la paciencia supone todas esas cosas; es un claudicar de la pretensión de querer solucionarlo todo. Hay que hacer un esfuerzo, pero entendiendo que uno no lo puede todo. Hay que relativizar un poco la mística de la eficacia”36. Termino este bosquejo con la emotiva profesión de fe, que escribió poco antes de ordenarse sacerdote, y que hoy volvería a firmar: “Quiero creer en Dios Padre, que me ama como un hijo, y en Jesús, el Señor, que me infundió su Espíritu en mi vida para hacerme sonreír y llevarme así al reino eterno de vida. Creo en mi historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios y, en el día de la primavera, 21 de septiembre, me salió al encuentro para invitarme a seguirlo. Creo en mi dolor, infecundo por el egoísmo, en el que me refugio. Creo en la mezquindad de mi alma, que busca tragar sin dar… sin dar. Creo que los demás son buenos, y que debo amarlos sin temor, y sin traicionarlos nunca para buscar una seguridad para mí. Creo en la vida religiosa. Creo que quiero amar mucho. Creo en la muerte cotidiana, quemante, a la que huyo, pero que me sonríe invitándome a aceptarla. Creo en la paciencia de Dios, acogedora, buena como una noche de verano. Creo que papá está en el cielo junto al Señor. Creo que el padre Duarte también está allí intercediendo por mi sacerdocio. Creo en María, mi madre, que me ama y nunca me dejará solo. Y espero la sorpresa de cada día en la que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán hasta el encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapo continuamente, pero que quiero conocer y amar. Amén.” 37.
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S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 6. Ibid., cap. 6. 36 Ibid., cap. 6. 37 Ibid., cap. 12. 35
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II. Comunidad 1. Agustinos Recoletos La comunidad es el aspecto más característico del ideal monástico de san Agustín. La vida de comunidad responde a la fibra íntima de su sensibilidad. Agustín va a ser maestro de fraternidad, creando unas comunidades con relaciones personalizadas y personalizadoras cuyo eje es el amor y que, por tanto, no tienen un objetivo externo concreto, aunque sí requieren actos concretos de amor (que van a ser el eje de su ascesis). Esta vida común consta de dos elementos: la unión de almas y corazones en Dios que se expresa y logra por la comunidad de bienes. Obviamente, la razón de esta unidad no puede ser el mero interes o afinidad humanos, sino que es la caritas: el amor de los hermanos en Dios. Para san Agustín, la unión de los corazones, al ser fruto de la presencia del Espíritu, es un reflejo de la unidad trinitaria. Así, el Dios trino es, por una parte, origen y arquetipo de toda comunidad; y, por otro lado, sólo la comunión nos puede llevar a gozar y contemplar la Trinidad. Y la comunidad de Jerusalén, modelo de la comunidad, es la concreción de este ideal. Ahondando en esta fundamentación trinitaria, san Agustín nos muestra la centralidad de Cristo en el proyecto divino de reunir la multitud de los hombres. Cristo no es solo el artífice de la unidad, el que congrega a los hijos de Dios dispersos, sino que es el centro mismo de la unidad mediante la fuerza cohesiva del amor. Comentando la oración sacerdotal observa san Agustín cómo Cristo implora para los discípulos el amor con que el Padre lo ama a él: “Quiere que los suyos sean una sola cosa, pero en él; pues en sí mismos no lo podrían ser, desunidos los unos de los otros por diversos placeres, deseos e impurezas de pecados, de los cuales son purificados por el Mediador, para ser una sola cosa en él, no sólo en cuanto a la naturaleza que, siendo humana, será igualada a los ángeles, sino incluso por una misma voluntad con una total concordia a la misma felicidad, fundida en cierto modo en un solo espíritu por el fuego de la caridad. Es éste el sentido de la expresión que todos sean uno como nosotros somos uno (Jn 17,22): que así como el Padre y el Hijo son uno no sólo en la igualdad de la sustancia sino también en la voluntad, así también aquéllos, de los que el Hijo es mediador ante Dios, son también uno, no solo por la identidad de naturaleza sino también por la misma comunión de amor”38. Si la unión de los hombres en Cristo sucede mediante una comunión de amor, ésta no puede darse sino es mediante el don del Espíritu Santo, que es el alma del cuerpo místico. “Por medio de aquello que es común al Padre y al Hijo quisieron que se estableciera la comunión entre nosotros y con ellos; por ese „don‟ nos recogen en uno, pues ambos tienen ese uno, esto es, el Espíritu Santo, Dios y don de Dios”39; “porque a él pertenece la unión por la que nos constituimos en el único cuerpo del único Hijo de Dios”40. Agustín estudia la relación necesaria que hay entre la procesión del Espíritu Santo en el seno de la Trinidad y la misión que el Espíritu Santo cumple en la historia de la salvación. El Espíritu Santo se nos da porque es el Don; difunde en los corazones el amor, porque es el Amor; nos santifica porque es el Santo; constituye la comunión de los fieles en la Iglesia, porque es la Comunión. Él es el Don, el Amor, la Santidad, la Comunión del Padre y del Hijo. También la “Forma de vivir” parte de Dios: “Del amor de Dios nace la caridad con el prójimo; y así, la paz de los religiosos entre sí es muy cierta señal de que el Espíritu Santo vive en ellos”41. Y, como corresponde a su función legislativa, da instrucciones acertadas y claras”42. 38
De Trin. 4, 9, 12b. Sermón 71, 18. 40 Ibid. 71,28. 41 Forma de vivir 2, 1. 42 “Y porque el amor se conserva mejor entre pocos, y crece más con la igualdad, porque naturalmente se aman los semejantes, mandamos que, en estos monasterios (…) el número de los frailes del coro nunca pase de 39
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Toda esta fundamentación trinitaria y eclesiológica se puede ver en el “Carácter comunitario de la Orden” de las Constituciones: “Dios, Verdad universal y Bien común, une todos los entendimientos y todas las voluntades en su conocimiento y amor. Así, la contemplación tiene fuerza de unión y es, de por sí, comunitaria: hace a los hombres amadores de la Verdad y reúne los corazones y las almas en Dios. Cristo, Verdad y Bien encarnados, congrega a los dispersos, y los hace ser hermanos por la comunión de caridad. El Espíritu Santo, que penetra hasta las profundidades de Dios, introduce por el amor fraterno a la comunidad en el conocimiento y en la verdad de Cristo, que se desarrollan hasta la contemplación del Padre. De ahí que la búsqueda y contemplación pasan por la experiencia y adoración de Dios en los hermanos. Dios, Verdad suprema, se revela especialmente en el ejercicio del amor fraterno: Ama al hermano. Porque si amas al hermano a quien ves, en él mismo verás también a Dios; ya que verás al mismo amor, y dentro de él habita Dios43. 2. Jorge Mario Bergoglio – Francisco Como buen jesuita la suya es una concepción de la comunidad para la misión: “A una Iglesia que se limita a administrar el trabajo parroquial, que vive encerrada en su comunidad, le pasa lo mismo que a una persona encerrada: se atrofia física y mentalmente. (…) A una Iglesia autorreferencial le sucede lo mismo que a una persona autorreferencial: se pone paranoica, autista. Es cierto que, si uno sale a la calle, le puede pasar lo que a cualquier hijo de vecino: accidentarse. Pero prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma. En otras palabras, creo que una Iglesia que se reduce a lo administrativo, a conservar su pequeño rebaño, es una Iglesia que, a la larga, se enferma”44. Su eclesiología, basada en el Vaticano II, es la de la Iglesia como pueblo de Dios (LG 12). “Una imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios. (…) La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana. Dios entra en esta dinámica popular”. “El pueblo es sujeto. Y la Iglesia es el pueblo de Dios en camino a través de la historia, con gozos y dolores. Sentir con la Iglesia, por tanto, para mí quiere decir estar en este pueblo”45. Creo muy interesante la propuesta que hace de una “cultura del encuentro”. “La cultura del encuentro es lo único que hace que la familia y los pueblos vayan adelante. (…) Insisto: nos cuesta mucho el encuentro; tendemos, más bien, a señalar lo que nos separa y no lo que nos une; tendemos a potenciar el conflicto, en vez del acuerdo. (…) Las propuestas totalitarias del siglo pasado -fascismo, nazismo, comunismo o liberalismotienden a atomizar. Son propuestas corporativas que, bajo el cascarón de la unificación, tienen átomos sin organicidad. El desafío más humano es la organicidad. Por ejemplo, el capitalismo salvaje atomiza lo económico y social, mientras que el desafío de una sociedad es, por el contrario, cómo establecer lazos de solidaridad46. Frente a eso el cardenal invita a avanzar hacia una “cultura del encuentro”. “Reflexionando a fondo sobre lo que es la cultura del encuentro humano. Una cultura que supone, centralmente, que el otro tiene mucho para darme. Que tengo que ir hacia él con una actitud de catorce; ni el de los donados ni legos de seis (…) Ítem, mandamos que el tratamiento, así de los prelados como de los súbditos, sea igual en todos y en todas las cosas, sin excepción ni diferencia (sino la necesidad solamente). Mas, como queremos que el tratamiento de todos sea igual, así les encargamos a los prelados que tengan cuenta con los flacos, y que los provean según la flaqueza; y principalmente con los enfermos, para los cuales ni ha de haber escasez ni pobreza (…) tratarlos con todo regalo, considerando que regalan y sirven a Dios con ello” (Forma de vivir 2, 2.3). 43 Const. 14 b.c. 44 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 7. 45 A. SPADARO, op. cit. p. 10. 46 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 11.
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apertura y escucha, sin prejuicios (…). Toda persona puede aportarnos algo y toda persona puede recibir algo de nosotros. El prejuicio es como un muro que nos impide encontrarnos”47. Y concreta el problema: “Creo que es un problema comunicacional fomentado por tres acciones: la desinformación, la difamación y la calumnia. La primera consiste en no dar nunca la información completa sobre una persona o un episodio y entrar rápidamente en el chisme”48. Frente a esa trípode negativa, presenta otra positiva: “Para mí hay tres palabras que definen a las personas y constituyen un compendio de actitudes (…) y que son: permiso, gracias y perdón. La persona que no sabe pedir permiso atropella, va adelante con lo suyo sin importarle los demás, como si los otros no existieran. En cambio, el que pide permiso es más humilde, más sociable, más integrador”49. Un aspecto fundamental de la comunidad, donde reconoce que “tenemos que caminar unidos en las diferencias” (dicasterios romanos, sinodalidad, ecumenismo) es el perdón y la reconciliación. El cardenal invita al perdón y la reconciliación cristianos basado en las enseñanzas y modelo de Jesús: “El Evangelio determina que hay que amar al enemigo. (…) Jesús es, en este punto, tremendo; no afloja y lo hace con ejemplos. (…) «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»”50. Esto no implica olvidar: “De las cosas que me hicieron no me puedo olvidar, pero puedo mirarlas con otros ojos, aunque en el momento me haya sentido muy mal. Con el paso de los años nos vamos añejando (…), nos vamos volviendo más sapienciales, más pacientes. Y, cuando la herida está más o menos curada, vamos tomando distancia. Esa es una actitud que Dios nos pide: el perdón de corazón. El perdón significa que lo que me hiciste no me lo cobro, que está pasado al balance de las ganancias y de las pérdidas. Quizá no me voy a olvidar, pero no me lo voy a cobrar. O sea, no alimento el rencor. Borrón, no. De nuevo, olvidar no se puede. En todo caso, voy aquietando mi corazón y pidiéndole a Dios que perdone a quien me ofendió. Ahora bien, es muy difícil perdonar sin una referencia a Dios, porque la capacidad de perdonar solamente se tiene cuando uno cuenta con la experiencia de haber sido perdonado. Y, generalmente, esa experiencia la tenemos con Dios. Es cierto que, a veces, se da humanamente. Pero, únicamente el que tuvo que pedir perdón, al menos una vez, es capaz de darlo. Para mí hay tres palabras que definen a las personas y constituyen un compendio de actitudes (…) y que son: permiso, gracias y perdón. (…) Insisto, sólo aquel que tuvo la necesidad de pedir perdón y experimentó el perdón, puede perdonar. Por eso, a los que no dicen estas tres palabras les falta algo en su existencia”51. Y continúa recordando la necesidad de sumar arrepentimiento, perdón y reparación. “Hay que bendecir el pasado con el arrepentimiento, el perdón y la reparación. El perdón tiene que ir unido a las otras dos actitudes. Si alguien me hizo algo tengo que perdonarlo, pero el perdón le llega al otro cuando se arrepiente y repara. Uno no puede decir: “te perdono y aquí no pasó nada”52. Por tanto, el gozo de la reconciliación no es una acción unilateral, únicamente una disposición del que perdona. “Tengo que estar dispuesto a otorgar el perdón, y solo se hace efectivo cuando el destinatario lo puede recibir. Y lo puede recibir, cuando está arrepentido y quiere reparar lo que hizo. (…) Una cosa es dar el perdón y otra es tener la capacidad de recibirlo. Si yo le pego a mi madre y después le pido que me perdone, sabiendo que si no me gusta lo que hace le volvería a dar una paliza, ella quizá me otorgue el perdón, pero yo no lo recibiré, porque tengo el corazón cerrado. En otras palabras, para recibir el perdón hay que estar preparado. Por eso, en la historia de los santos, en los relatos de las grandes conversiones, aparece aquella expresión famosa de “llorar los pecados” para describir una 47
Ibid., cap. 11. Ibid., cap. 11. 49 Ibid., cap. 13. 50 Ibid., cap. 13. 51 Ibid., cap. 13. 52 Ibid., cap. 13. 48
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actitud tan cristiana como llorar por el mal hecho, lo que implica el arrepentimiento y el propósito de repararlo”53. El que perdona, para alcanzar una reconciliación, tiene que renunciar al resentimiento. “El resentimiento es rencor. Y vivir con rencor es como (…) alimentarse de las propias heces (…). En cambio, el dolor, que es también otra llaga, es a campo abierto. El resentimiento es como una casa tomada, donde vive mucha gente hacinada que no tiene cielo. Mientras que el dolor es como una villa donde también hay hacinamiento, pero se ve el cielo. En otras palabras, el dolor está abierto a la oración, a la ternura, a la compañía de un amigo, a mil cosas que a uno lo dignifican. O sea, el dolor es una situación más sana. (…) Perdonar siempre hace bien, porque pertenece a (…) la virtud de la magnanimidad. El magnánimo está siempre feliz. El pusilánime, el de corazón arrugado, no alcanza la felicidad54.
III. Misión-Apostolado 1. Agustinos Recoletos San Agustín, que en un primer momento (Casiciaco, Tagaste) pareció optar por el otium, a raíz de su ordenación va a abrir la vida religiosa al apostolado al descubrir que éste es una exigencia de la caridad. Y así el amor contemplativo es también un amor apostólico, sabiendo anteponer las necesidades de la Iglesia al ocio santo de la contemplación. La razón de fondo de esta disponibilidad es que, sirviendo a los hermanos, sirve a Cristo, como nos narra el mismo Agustín al vencer la tentación de retirarse a una vida anacoreta: “Pero tú, Señor, me lo impediste y me diste aliento con estas palabras: Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos (2 Co 5,15)”55. Con este entronque cristológico es fácil comprender que las dos virtudes fundamentales y totalmente necesarias del pastor son la caridad y la humildad, único camino para descentrarse de sí mismo y poder transparentar a Cristo humilde en el servicio pastoral. Este afán apostólico como servicio a Cristo es parte integrante de nuestra tradición recoleta que vivió con normalidad la primacía dada a la contemplación con el servicio pastoral56. Un claro ejemplo de esto es el "aplauso universal" con que el segundo capítulo provincial acogió la ida a Filipinas, "por ser jornada de gran servicio de Dios"57. Este apostolado que se muestra en acciones concretas, buscando el interés de Cristo y no el propio58, tiene como eje y fundamento a la misma comunidad que es por su propia naturaleza apostólica. Agustín, que tanto insistió en el maestro interior, clave de la pedagogía agustiniana, muestra que eso no es incompatible con la necesaria función del catequista que, eso sí, debe tener muy en cuenta al catequizando concreto y la obra que el maestro interior está realizando en él. Más en concreto, la catequesis agustiniana59 hace un repaso a la historia de la salvación, pues “la base son los hechos más importantes de la historia religiosa”60, colocando en el centro el amor61. “Por consiguiente, teniendo presente que la caridad debe ser el fin de todo 53
Ibid., cap. 13. Ibid., cap. 13. 55 Conf 10,43,70. 56 Un servicio prestado muchas veces en lugares muy difíciles como muestra la tarea evangelizadora de nuestros primeros misioneros en Filipinas. 57 Crónicas 1, 397-99. 58 Así nos dice san Posidio del mismo san Agustín: “Asistió siempre que pudo a los concilios celebrados en las distintas provincias, buscando siempre el interés de Jesucristo y no el suyo propio, para que la fe de la Iglesia se conservase incólume” (POSIDIO, Vita 21). 59 Cf. De catechizandis rudibus. 60 Ibid., 3, 5 61 “La explicación de todo radica en la caridad” (Ibid., 3, 6). 54
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cuanto digas, explica cuanto expliques de modo que la persona a la que te diriges, al escucharte crea, creyendo espere, y esperando ame”62. San Agustín es consciente de que para convencer al catequizando de la necesidad de entrar en el camino que Dios trazó para salvar al hombre, debe tocar su corazón para que nazca en él el amor a Dios, que nos amó primero. De ahí que él invite al catequista a encender en el alma del indagante la chispa del amor de Dios que nos previno con su amor.
2. Jorge Mario Bergoglio – Francisco Estamos llamados a evangelizar un mundo ambivalente donde coexisten la indiferencia religiosa con una búsqueda religiosa, no siempre por caminos ortodoxos: “Hay negación de Dios a través de los procesos secularizantes, de las malas autonomías humanas. Y hay búsqueda de Dios de mil maneras que exige poner cuidado para no caer en una experiencia consumista o, a lo sumo, en una “trascendencia inmanente”, que no termina de plasmarse en una verdadera religiosidad. Lo que pasa es que es más difícil entrar en contacto personal con Dios; un Dios que me espera y me ama; no con algo difuso.”63 La clave del apostolado no es el proselitismo (“la Iglesia no crece con el proselitismo, sino por la atracción, el testimonio y la predicación”), sino tener y ayudar a que otros puedan tener esa experiencia de Dios (recordar lo que dice sobre su propia vocación y la mediación del sacerdote con quien se confesó). Desde esa experiencia transformadora y gratuita nos invita a no perdernos en discusiones menores y salir al encuentro de las personas concretas por caminos de misericordia, centrándonos en lo esencial, que es la predicación del Evangelio y el crecimiento de la fe. Así pues, será una pastoral marcada por la misericordia, la cercanía, la humildad-sencillez y la servicialidad: “Bergoglio ya contaba con un gran ascendiente sobre el clero de la ciudad (…). Gustaba su afable cercanía, su simpleza, su sabio consejo. Nada de eso cambiaría con su llegada al principal sillón de la arquidiócesis primada, sede cardenalicia. Habilitaría un teléfono directo para que los sacerdotes pudieran llamarlo a cualquier hora ante un problema. Seguiría pernoctando en alguna parroquia, asistiendo a un sacerdote enfermo, de ser necesario. Continuaría viajando en colectivo o en subterráneo y dejando de lado un auto con chofer. Rechazaría ir a vivir a la elegante residencia arzobispal de Olivos, cercana a la quinta de los presidentes, permaneciendo en su austero cuarto de la curia porteña. En fin, seguiría respondiendo personalmente los llamados, recibiendo a todo el mundo y anotando directamente él las audiencias y actividades en su rústica agenda de bolsillo. Y continuaría esquivando los eventos sociales y prefiriendo el simple traje oscuro con el clerigman a la sotana cardenalicia. (…) En una de sus frecuentes visitas a las villas de emergencia de Buenos Aires, durante una charla con cientos de hombres de la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé, en el asentamiento del barrio de Barracas, un albañil se levantó y le dijo conmovido: „Estoy orgulloso de usted, porque cuando venía para acá con mis compañeros en colectivo lo vi sentado en uno de los últimos asientos, como uno más; se lo dije a ellos, pero no me creyeron.‟ Desde entonces, Bergoglio se ganó para siempre un lugar en el corazón de aquella gente humilde y sufrida. „Es que lo sentimos como uno de nosotros‟, explicaron”64. Otro ejemplo de esa cercanía y respeto, que ayuda (no impone) a que la persona (en este caso una adolescente embarazada) haga ella misma una lectura de su vida: “Ella tenía miedo por las reacciones y no dejaba que nadie se le acercase. Hasta que un preceptor joven, casado y con hijos (…) se ofreció para hablarle y buscar con ella una solución. Cuando la vio en un recreo le dio un beso, le tomó la mano y le preguntó con cariño: „¿Así que vas a ser mamá?‟ y la chica empezó a llorar sin parar. Esa actitud de proximidad la ayudó a abrirse, a elaborar lo 62
Ibid., 4, 8. S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 9. 64 Ibid., cap. 1. 63
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que le había pasado. Y permitió llegar a una respuesta madura y responsable (…) Lo que hizo el preceptor fue salir testimonialmente a su encuentro. Corrió el riesgo de que la chica le contestara con un „¿a vos que te importa?‟, pero tenía a su favor su gran humanidad y que buscó acercarse desde el amor. Cuando se quiere educar solamente con principios teóricos, sin pensar en que lo importante es quién tenemos enfrente, se cae en un fundamentalismo que a los chicos no les sirve de nada ya que ellos no asimilan las enseñanzas que no están acompañadas con un testimonio de vida y una proximidad y, a veces, a los tres o cuatro años, hacen una crisis, explotan”65. Es pues un apostolado basado en el amor misericordioso de Jesús que va más allá del rigorismo y del laxismo para encontrarse con la persona: “Suelo decirles a los curas que cuando están en el confesionario no sean rigoristas, ni „manga ancha‟. El rigorista es aquel que aplica, sin más, la norma. „La ley es ésta y punto‟, dice. El “manga ancha” la deja de lado. „No importa, no pasa nada, total la vida es así, seguí adelante‟, considera. El problema es que ninguno de los dos se hace cargo de quien tenía delante; se lo sacan de encima. „Y entonces, padre, ¿qué debemos hacer?‟, me preguntan. Y les respondo: „Ser misericordiosos‟66. El mismo tema lo trata en la revista jesuita: “Lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. (…) Y los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia. Por ejemplo, el confesor corre siempre peligro de ser o demasiado rigorista o demasiado laxo. Ninguno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos se hace de verdad cargo de la persona. El rigorista se lava las manos y lo remite a lo que está mandado. El laxo se lava las manos diciendo simplemente „esto no es pecado‟ o algo semejante. A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación. (…) Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse”67. Y más en concreto toca el tema de la homosexualidad: “Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos „heridos sociales‟, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. (…) Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: „Dime: Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?‟. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber compañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna. Esta es la grandeza de la confesión: que se evalúa caso a caso, que se puede discernir qué es lo mejor para una persona que busca a Dios y su gracia. El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos”68. Un momento importante de este apostolado entendido como acompañamiento en los procesos es el acompañamiento en el dolor. Ante el drama de la enfermedad y la muerte, él reconoce que “enmudezco. Lo único que me surge es quedarme callado y, según la confianza 65
Ibid., cap. 5. Ibid., cap. 5. 67 A. SPADARO, op. cit., p. 13. 68 Ibid., p. 14. 66
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que tenga, tomarle la mano. Y rezar por ella, porque tanto el dolor físico como el espiritual tiran para adentro, donde nadie puede ingresar; comportan una dosis de soledad. Lo que la gente necesita es saber que alguien la acompaña, la quiere, que respeta su silencio y reza para que Dios entre en ese espacio que es pura soledad”69. El Papa nos invita a ser misioneros: “es clave que los católicos (…) salgamos al encuentro de la gente. (…) Creo sinceramente que la opción básica de la Iglesia, en la actualidad, no es disminuir o quitar prescripciones o hacer más fácil esto o lo otro, sino salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su nombre. Pero no sólo porque ésa es su misión, salir a anunciar el Evangelio, sino porque el no hacerlo le produce un daño”70. Reconoce que “la tentación en la que podemos caer los clérigos es la de ser administradores y no pastores”71 e invita a “salir al encuentro de la gente (que) es también salir un poco de nosotros mismos, del recinto de los propios pareceres si éstos pueden llegar a ser un obstáculo, si cierran el horizonte que es Dios, y ponerse en actitud de escucha”72. Todo esto supone un cambio de mentalidad. Supone una Iglesia misionera. “Un alto miembro de la curia romana, que había sido párroco durante muchos años, me dijo una vez que llegó a conocer hasta el nombre de los perros de sus feligreses. Yo no pensé qué buena memoria tiene, sino qué buen cura es. (…) El cardenal Casaroli (…) iba a una cárcel de menores todos los fines de semana (…) (donde) les enseñaba catequesis y hasta jugaba con los menores detenidos. (…) Eso para mí es un pastor: alguien que sale al encuentro de la gente”73. “Este afán pastoral y de salir al encuentro no es una negación de la moral cristiana, pues el camino de la ética, que forma parte del ser humano, es pre-religioso. Cualquier persona, sea creyente o agnóstica o atea, no puede eludir el planteo ético que arranca desde los principios más generales -el primero de todos: „hacer el bien y evitar el mal‟-, hasta los más particulares. En la medida en que el hombre va descubriendo y poniendo en práctica esos principios, va achicando la brecha. Diría que es una brecha de crecimiento”74. Pero sí colocar el énfasis en la predicación del kerygma cristiano: “lo importante de la prédica es el anuncio de Jesucristo (…) que se sintetiza en que Jesucristo es Dios, se hizo hombre para salvarnos, vivió en el mundo como cualquiera de nosotros, padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Eso es el kerygma, el anuncio de Cristo, que provoca estupor, lleva a la contemplación y a creer. Algunos creen “de primera”, como Magdalena. Otros creen luego de dudar un poco. Y otros necesitan meter el dedo en la llaga, como Tomás. Cada uno tiene su manera de llegar a creer. La fe es el encuentro con Jesucristo. Y sólo “después del encuentro con Jesucristo viene la reflexión, que sería el trabajo de la catequesis. La reflexión sobre Dios, Cristo y la Iglesia, de donde se deducen luego los principios, las conductas morales religiosas, que no están en contradicción con las humanas, sino que le otorgan una mayor plenitud. Generalmente, observo en ciertas élites ilustradas cristianas una degradación de lo religioso por ausencia de una vivencia de la fe”75. Todos estos rasgos del apostolado (experiencia y testimonio de Dios, cercanía, sencillez, salir al encuentro del otro…) aparecen enmarcados en su vida. Así el piloto Aldo Cagnoli dice de él: “Me impactaron su gran capacidad para hacer que el interlocutor se sintiera cómodo y en conexión con él, su aspecto austero que contrastaba con su calidez y, especialmente, su extraordinaria sencillez. (…) Su grandeza está en su sencillez unida a su gran sabiduría, su simpatía unida a su seriedad, su apertura mental unida a su rectitud , la capacidad de escuchar y aprender de todos, aun teniendo tanto para enseñar”76. 69
S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 3. Ibid., cap. 7. 71 Ibid. 72 Ibid. 73 Ibid 74 Ibid., cap. 8. 75 Ibid. 76 Ibid., cap. 12. 70
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Y ver también lo que dice de él un antiguo alumno: “Siempre volví a encontrar en él, más allá del cargo que tuviera, al amigo, al maestro, al sacerdote, a aquel hombre consciente de su deber y de su misión de dar testimonio de la fe, siempre con un profundo sentido del humor.” Y lo que dice él mismo de esa época: “Los quise mucho; no me fueron, ni me son, indiferentes y no me olvidé de ellos. Les quiero agradecer todo el bien que me hicieron, de manera especial, al obligarme y enseñarme a ser más hermano que padre”77. Termino este tema del apostolado con una referencia a la importancia de la piedad popular, “una riqueza muy grande de nuestro pueblo: la piedad popular. Para mí lo mejor que se escribió sobre religiosidad popular está en la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii Nuntiandi y lo repite el documento de Aparecida en lo que es para mí su página más bella. En la medida, pues, en que los agentes pastorales descubren más la piedad popular, la ideología va cayendo, porque se acercan a la gente y su problemática con una hermenéutica real, sacada del mismo pueblo78.
IV. Ascesis, dolor y austeridad 1. Agustinos Recoletos
La ascesis, basada fundamentalmente en la Recolección79, es parte de nuestro carisma agustino recoleto. También es lo más difícil de vivir y valorar en el presente, tanto porque hemos roto la conexión histórica y sentimental con esas raíces recoletas como por la valoración de todo lo humano que hace nuestra sociedad, muchas veces hedonista. Frente al énfasis que daba la primitiva tradición espiritual monástica a las formas externas del ayuno, mortificación y ejercicios de penitencia, san Agustín desplaza el punto de gravedad al valor de la misma vida común: el amor mutuo, a la unión de almas y corazones en Dios, expresada en la comunidad de bienes materiales y espirituales. Fácil es comprender que esto es algo muy exigente y que el camino para lograrlo exige una verdadera ascesis que está entroncada con lo más originario de la Recolección cuyo centro es ese ideal de aspirar a más80, lejos de todo conformismo y mediocridad en respuesta al amor primero y gratuito de Dios, pues, si bien es verdad que en todos nosotros existe ese deseo de unidad, también está presente el pecado de orgullo, egoísmo y discordia. Son los dos amores. “Dos amores, pues, fundaron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial”81. Este amor perverso e ilícito de sí mismo se opone a la caridad y divide y enfrenta a los hombres, mientras que sólo la caridad tiene la fuerza de unir verdaderamente los corazones y hacer de muchos uno solo. El amor, pues, es la fuerza decisiva para la consecución del objetivo de la unidad: el amor verdadero, la caridad, une; el amor egoísta, la avaricia, divide. Con estos presupuestos, la vida espiritual no puede consistir sino en despojarse del perverso amor de sí mismo (soberbia) para crecer en el amor de Dios, que es propiamente la caridad. Esto es don del Espíritu Santo, pero también tarea nuestra para configurarnos cada vez más con Cristo, siendo nuestra meta final la asimilación (unión) a Dios o divinización. La 77
Ibid., cap. 5. Ibid., cap. 7. 79 La Forma de vivir le da gran importancia (le dedica un capítulo entero y está por detrás de otras muchas prácticas), pues “como la oración sirve a la caridad para encender amor de Dios en el alma, así el ayuno y asperezas sirven a la oración mitigando las pasiones, que con su fuerza impiden el levantamiento de espíritu” (Forma de vivir, 5, 1). Pero también es un ascetismo humanizado: “el superior atienda mucho que ninguno use de más aspereza de la que aquí se le ordena; y mándeles que lo hagan así, y que, si alguno tuviere más espíritu y fuerzas, se lo comunique y le pida licencia, la cual él dé con mucha consideración y limitación y por tiempo breve y señalado” (Forma de vivir, 5, 7). 80 La Forma de vivir comienza: “Porque el fin del cristiano es la caridad, y porque no la alcanza con perfección si no es quien se niega y mortifica a sí mismo” (Forma de vivir, Prólogo 1). 81 De civ. Dei 14, 28 78
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regeneración bautismal marca el comienzo de un camino, que ha de desembocar en la completa renovación de todo el hombre. Aquí podríamos recordar la doctrina agustiniana de la contemplación como un largo y fatigoso proceso que desde la purificación moral va ascendiendo a la contemplación de la verdad. La ascensión requiere esfuerzo ascético, recogimiento, y silencio. San Agustín sí que fue un asceta. El suyo fue un ascetismo basado en su experiencia de Dios y su anhelo místico. Es un ascetismo austero, moderado y sereno, Algunas muestras de su ascetismo son: el celibato, la pobreza llevada hasta la identificación con los más humildes de la comunidad eclesial, la fortaleza ante las numerosas enfermedades, el domino de las pasiones (fundamentalmente la sexual y el orgullo y vanagloria), el servicio pastoral con su disponibilidad incondicional a las necesidades de la Iglesia y la incansable aplicación al trabajo, al estudio y la oración.
2. Jorge Mario Bergoglio – Francisco El cardenal no habla mucho sobre la ascesis, aunque en mi opinión, sí que aparece difusamente, y desde una base del optimismo y mística ignacianos, con una concepción, creo yo, mucho más cercana a san Agustín que a la Recolección. Así hace dos correcciones a la ascesis sin las cuales seria dañina: no es lo primero (lo primero es la mística, el amor); y en relación con esto el centro no soy yo (mi obras), sino la gracia “Se puede hacer ayuno y otras formas de privación e ir progresando espiritualmente sin perder la paz y la alegría. Pero cuidado, tampoco puedo caer en la herejía del pelagianismo, en una forma de autosuficiencia, según la cual yo me santifico si hago penitencia y, entonces, todo pasa a ser penitencia”82. Él claramente opta por no subrayar el ascetismo: “Ha habido etapas en la vida de la Compañía en las que se ha vivido un pensamiento cerrado, rígido, más instructivo-ascético que místico: esta deformación generó el Epítome del Instituto”83. “Ignacio es un místico, no un asceta. (…) La tendencia que subraya el ascetismo, el silencio y la penitencia es una desviación que se ha difundido incluso en la Compañía, especialmente en el ámbito español. Yo, por mi parte, soy y me siento más cercano a la corriente mística, la de Luois Lallement y Jean-Joseph Surin. Fabro era un místico”84. El cardenal cuenta cómo en su experiencia juvenil del dolor y enfermedad (a los 21 años le diagnosticaron una pulmonía grave) le reconfortaron y ayudaron a afrontar el dolor cristianamente unas palabras de una hermana: “Me dijo algo que me quedó muy grabado y que me dio mucha paz: „lo estás imitando a Jesús‟. (…) El dolor no es una virtud en sí mismo, pero sí puede ser virtuoso el modo en que se lo asume. Nuestra vocación es la plenitud y la felicidad y, en esa búsqueda, el dolor es un límite. Por eso, el sentido del dolor, uno lo entiende en plenitud a través del dolor de Dios hecho Cristo.”85 “La clave pasa por entender la cruz como semilla de resurrección. Todo intento por sobrellevar el dolor arrojará resultados parciales, si no se fundamenta en la trascendencia. Es un regalo entender y vivir el dolor en plenitud. Más aún: vivir en plenitud es un regalo”86. Y si bien, reconoce que la Iglesia ha podido exagerar el dolor como camino de acercamiento a Dios y poco en la alegría de la resurrección, muestra cómo su visión (y la del evangelio) es otra: “Es cierto que en algún momento se exageró la cuestión del sufrimiento. Me viene a la mente una de mis películas predilectas, La fiesta de Babette, donde se ve un caso típico de exageración de los límites prohibitivos. Sus protagonistas son personas que viven un exagerado calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como 82
S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 3. A. SPADARO, op. cit., p 7. 84 Ibid., p 9. 85 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 3. 86 Ibid. 83
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una negación de las cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la libertad, del derroche en una cena, todos terminan transformados. En verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor. (…) La vida cristiana es dar testimonio con alegría, como lo hacía Jesús. Santa Teresa decía que un santo triste es un triste santo”87. “Tenemos que saber que a la vida no se la puede parir sin dolor. (…) Todas las personas, en todas las cosas que realmente valen la pena y permiten crecer, debemos pasar por momentos dolorosos. El dolor es algo que hace a la fecundidad. ¡Ojo!: No es una actitud masoquista, sino aceptar que la vida nos marca límites”88. Por otro lado la austeridad es una constante en la vida de Jorge Bergoglio. Al describir su apartamento resalta la austeridad. Así, dice que “su habitación, que es la misma que ocupaba cuando era vicario general. En extremo austera, cuenta con una simple cama de madera, un crucifijo de sus abuelos, Rosa y Juan, y una estufa eléctrica porque, pese a que el edificio cuenta con calefacción, no permite que funcione sin la presencia de todo el personal”89.
V. Otros Antes de terminar quiero recorrer con el Papa algunos otros temas que sin ser centrales en nuestro carisma, creo que su opinión sí nos puede servir tanto para nuestra vida como para nuestro apostolado.
V. 1. Trabajo-ocio 1. Agustinos Recoletos
San Agustín, que desde su conversión reconoce la dignidad del trabajo manual 90, muestra cómo el trabajo es connatural al hombre y no una mera pena por el pecado original, pues el castigo del pecado original no fue el origen del trabajo sino la realización fatigosa, frente a la original deleitante y gozosa. Así pues, todos (también los monjes) estamos obligados a trabajar. Un trabajo que se va a hacer duro pero que, vivido en clave redentora, es sanador. Más en concreto, y hablando a los monjes en el De Opere Monachorum, san Agustín recordará que el único bien que debemos gozar de modo absoluto es Dios mismo; siendo las demás cosas, también el trabajo, buenas si las vivimos como medios. Y así invitará a conjugar trabajo y oración91 y caridad y trabajo. La Forma de vivir también lo prescribe92.
2. Jorge Mario Bergoglio – Francisco Valora el trabajo y es consciente del peligro de la vagancia: “Le agradezco tanto a mi padre que me haya mandado a trabajar. El trabajo fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida”93. Ante el drama del paro responde que “son gente que no se siente persona. (…) Quieren trabajar, quieren ganarse el pan con el sudor de su frente. Es que, en última instancia, el trabajo unge de dignidad a una persona. La unción de dignidad no la otorga ni el abolengo, 87
Ibid. Ibid., cap. 6. 89 Ibid., cap. 12. 90 Recordar la visión sopechosa que la cultura antigua clásica pagana tenía del trabajo como algo necesario pero sin dignidad, pues se lo asociaba con la esclavitud y como enemigo del otium, su gran objetivo existencial. 91 San Agustín defiende que en la vida del monje la primacía en esta relación (oración- trabajo) la tiene siempre la oración; ahora bien esta primacía no es exclusividad, aunque sí es consciente de la necesidad de tiempos exclusivos (momentos de total recogimiento con Dios). 92 “El trabajar por sus manos, san Pablo lo encomienda (cf. 2 Ts 3,10), y todos los religiosos antiguos lo usaron; y cierto es una cosa muy conforme a nuestro natural, y muy conveniente a aquellos que profesan pobreza y desprecio. Y poe eso mandamos que en estos monasterios siempre se trabaje por los religiosos en alguna obra” (Forma de vivir, 6. 1-2). 93 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 2. 88
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ni la formación familiar, ni la educación. La dignidad como tal sólo viene por el trabajo. Comemos lo que ganamos, mantenemos a nuestra familia con lo que ganamos”94. Y recuerda cómo “la Iglesia siempre señaló que la clave de la cuestión social es el trabajo. El hombre trabajador es el centro. (…) El centro no es la ganancia, ni el capital. El hombre no es para el trabajo, sino el trabajo para el hombre”95. Es más, muestra cómo el trabajo y el esfuerzo puede transformar una realidad muy negativa: “A los chicos que se drogaban, el padre Pepe les dio una alternativa: una escuela de artes y oficios (…) Los pibes salen a los dos años con un título de obrero especializado que el Estado reconoce. O sea, se los forma en el esfuerzo. Lo que tiene de bueno el trabajo (…) es que uno ve el resultado y se siente “divino”, se siente como Dios, capaz de crear. En cierto sentido, se siente como un hombre y una mujer que tienen en brazos a su primer hijo. La capacidad de crear les cambia la vida. Bueno, el pibe que trabaja siente lo mismo. La cultura del trabajo, unida al ocio sano, es insustituible”96. Y en relación con el trabajo está el ocio: “El ocio tiene dos acepciones: como vagancia y como gratificación. Junto con la cultura del trabajo, se debe tener una cultura del ocio como gratificación. (…) Una persona que trabaja debe tomarse un tiempo para descansar, para estar en familia, para disfrutar, leer, escuchar música, practicar un deporte. Pero esto se está destruyendo, en buena medida, con la supresión del descanso dominical. Cada vez más gente trabaja los domingos como consecuencia de la competitividad que plantea la sociedad de consumo. En esos casos, nos vamos al otro extremo: el trabajo termina deshumanizando. Cuando el trabajo no da paso al sano ocio, al reparador reposo, entonces esclaviza, porque uno no trabaja ya por la dignidad, sino por la competencia. (…) Y, obviamente, se resiente la vida familiar. Por eso, una de las cosas que siempre les pregunto, en la confesión, a los padres jóvenes es si juegan con sus hijos. (…) El sano ocio supone que la mamá y el papá jueguen con sus hijos. Entonces, el sano ocio tiene que ver con la dimensión lúdica, que es profundamente sapiencial. El libro de la Sabiduría expresa que, en su sapiencia, Dios jugaba. En cambio, el ocio como vagancia es la negación del trabajo”97.
V. 2. Formación Jorge Mario Bergoglio – Francisco El Papa nos invita a educar desde el conflicto, el esfuerzo y constancia, y el testimonio; siendo conscientes de que la formación requiere “transitar la paciencia”. Y sabiendo identificar y separar lo que es permanente de lo que es secundario y propio de una cultura o costumbre. “En todo cambio de época (…) hay cosas que ya no nos sirven, cosas transitorias, y valores que hay que expresar de otra manera”98. Educar desde el conflicto: “Para educar hay que tener en cuenta dos realidades: el marco de seguridad y la zona de riesgo. (…) Hay que caminar con un pie en el marco de seguridad, o sea, en todo lo que viene adquirido, lo que fue incorporado por el alumno, aquello donde está seguro y se siente cómodo. Y con el otro pie, tentar zonas de riesgo, que tienen que ser proporcionales al marco de seguridad, a la idiosincrasia de la persona, al entorno social. Entonces, se va transformando esa zona de riesgo en un marco de seguridad y así, sucesivamente, se avanza en la educación. Pero, sin riesgo, no se puede avanzar y, a puro riesgo, tampoco”99. Educar desde el esfuerzo y constancia. Ver respuesta de Bergoglio profesor: “La nota que correspondería es un diez, pero debemos ponerle un nueve, no para amonestarlo, sino para que 94
Ibid. Ibid. 96 Ibid., cap. 10. 97 Ibid., cap. 2. 98 Ibid., cap. 5. 99 Ibid. 95
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se acuerde siempre que lo que cuenta es el deber cumplido día a día; el realizar el trabajo sistemático, sin permitir que se convierta en rutina; el construir ladrillo a ladrillo, más que el rapto improvisador que tanto le seduce”.100 Y, en ese proceso de educación donde hoy no se acepta con facilidad la autoridad, es clave el testimonio. Bergoglio invita a “ir a las grandes certezas existenciales (hacer el bien y evitar el mal) hechas carne en la coherencia de vida”. “Cuando se quiere educar solamente con principios teóricos, sin pensar en que lo importante es quién tenemos enfrente, se cae en un fundamentalismo que a los chicos no les sirve de nada ya que ellos no asimilan las enseñanzas que no están acompañadas con un testimonio de vida y una proximidad y, a veces, a los tres o cuatro años, hacen una crisis, explotan”.101 Finalmente, también aquí, hay que recordar su concepto de “transitar en paciencia”: “Transitar en paciencia supone aceptar que la vida es eso: un continuo aprendizaje. (…) Transitar en paciencia es asumir el tiempo y dejar que los otros vayan desplegando su vida. Un buen padre, al igual que una buena madre, es aquel que va interviniendo en la vida del hijo lo justo como para marcarle pautas de crecimiento, para ayudarlo, pero que después sabe ser espectador de los fracasos propios y ajenos, y los sobrelleva”102.
V. 3. Autoridad 1. Agustinos Recoletos San Agustín entiende la autoridad (y la obediencia) desde la comunidad y el amor. Para él, el gobierno no significa poder, sino servicio para el bien de la comunidad y de sus miembros y su propósito original (el carisma). Este servicio no es un honor que deba buscarse, sino una carga que se debe llevar con mansedumbre (paciencia y amor). El superior agustiniano, al que denomina praepositus (el “puesto por delante”, el que camina por delante), no es alguien diferente ni por encima del grupo. Su autoridad reside sobre todo en el servicio que realiza por la comunidad: velar por que se respete el ideal comunitário, y está llamado a ser modelo de fidelidad.
2. Jorge Mario Bergoglio – Francisco “Autoridad viene de augere que quiere decir hacer crecer. Tener autoridad no es ser una persona represora. (…) Alguien con autoridad es alguien capaz de crear un espacio de crecimiento”. Y critica el autoritarismo: la autoridad “no significa mandar e imponer, sino servir”103. Es crítico con el autoritarismo, pero es muy consciente de la responsabilidad en la toma de decisiones. “De la soledad de las decisiones no se salva nadie. Se puede pedir un consejo, pero, a la larga, es uno el que tiene que decidir y se puede hacer mucho daño con las decisiones que se toman. Uno puede ser muy injusto. Por eso, es tan importante encomendarse a Dios”104. El ejercicio del poder, de la autoridad lleva consigo el peligro de la soberbia („Mirá qué bueno que soy, qué grande, cuántas cosas puedo hacer‟)105. El Papa opta por una autoridad responsable y colegial, sin quitarse ninguna responsabilidad: “En mi experiencia de superior en la Compañía, si soy sincero, no siempre me he comportado así, haciendo las necesarias consultas. Y eso no ha sido bueno. (…) Como arzobispo de Buenos Aires, convocaba una reunión con los seis obispos auxiliares cada quince días y varias veces al año con el Consejo presbiteral. Se formulaban preguntas y se dejaba espacio para la discusión. Esto me ha 100
Ibid. Ibid. 102 Ibid., cap. 6. 103 Ibid., cap. 5. 104 Ibid., cap. 4. 105 Ibid., cap. 6. 101
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ayudado mucho a optar por las decisiones mejores. Ahora, sin embargo, oigo a algunas personas que me dicen: “No consulte demasiado y decida”. Pero yo creo que consultar es muy importante. (…) Deseo consultas reales, no formales”106.
V. 4. Vocaciones. Jorge Mario Bergoglio – Francisco Es una llamada de amor (vuelvo a citar un texto que me parece clave): “La vocación religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando consciente o inconscientemente. A mí siempre me impresionó una lectura del breviario que dice que Jesús lo miró a Mateo en una actitud que, traducida, sería algo así como “misericordiando y eligiendo”. Esa fue, precisamente, la manera en que yo sentí que Dios me miró durante aquella confesión. Y esa es la manera con la que Él me pide que siempre mire a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera eligiéndolos para Él; no excluyendo a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios. “Misericordiándolo y eligiéndolo” fue el lema de mi consagración como obispo y es uno de los pivotes de mi experiencia religiosa: el servicio para la misericordia y la elección de las personas en base a una propuesta. Propuesta que podría sintetizarse coloquialmente así: “Mirá, a vos te quieren por tu nombre, a vos te eligieron y lo único que te piden es que te dejes querer”. Ésa es la propuesta que yo recibí”107. “Hay que tener mucho cuidado en la selección de los candidatos al sacerdocio. (…) Pero la selección tiene que ser rigurosa no sólo en lo humano (psicológica), sino también en lo espiritual. Debemos exigir una vida de oración seria -siempre les pregunto a los seminaristas cómo rezan-, y una entrega a los demás y a Dios bien a fondo”108.
V. 5. Moral de la vida Jorge Mario Bergoglio – Francisco El Papa aboga por una moral de la vida, muy en línea con el pensamiento de la túnica inconsútil del cardenal Bernardin de Chicago. “No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. (…) Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto”109. Así al hablar de la batalla contra el aborto dice: “La sitúo en la batalla a favor de la vida desde la concepción hasta la muerte digna y natural. Esto incluye el cuidado de la madre durante el embarazo, la existencia de leyes que protejan a la mujer en el postparto, la necesidad de asegurar una adecuada alimentación de los chicos, como también el brindar una atención sanitaria a lo largo de toda una vida, el cuidar a nuestros abuelos y no recurrir a la eutanasia. Porque tampoco debe “submatarse” con una insuficiente alimentación o una educación ausente o deficiente, que son formas de privar de una vida plena. Si hay una concepción que respetar, hay una vida que cuidar”110. Y así enfrenta con claridad el tema de la pobreza y la injusticia. “Yo diría que, en el fondo, es un problema de pecado. Desde hace unos cuantos años, la Argentina vive una situación de pecado, porque no se hace cargo de la gente que no tiene pan, ni trabajo. La responsabilidad es de todos. Es mía, como obispo. Es de todos los cristianos. Es de quienes gastan el dinero sin una clara conciencia social. Ocurre que es un deber compartir la alimentación, el vestido, la salud, la educación con nuestros hermanos. (…) Lo que digo es Evangelio puro. Porque, ojo, vamos a ser juzgados por esto. Cuando Jesús venga a juzgarnos les va a decir a algunos: “Porque tuve hambre y me diste 106
A. SPADARO, op.cit., pp. 9s. S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 3. 108 Ibid., cap. 9. 109 A. SPADARO, op.cit., pp. 14s. 110 S. RUBIN, F. AMBROGETTI, op. cit., cap. 8. 107
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de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me visitaste.” Y, entonces, se le preguntará al Señor: “¿Cuándo hice esto, porque no me acuerdo? Y el responderá: “Cada vez que lo hiciste con un pobre lo hiciste conmigo.” Pero también les va a decir a otros: “Váyanse de acá, porque tuve hambre y no me dieron de comer.” Y, también, nos reprochará el pecado de haber vivido echándole la culpa por la pobreza a los gobernantes, cuando la responsabilidad, en la medida de nuestras posibilidades, es de todos”111. Finalmente, nos recuerda que “la ética es una floración de la bondad humana. Está enraizada en la capacidad de ser bueno que tiene la persona o la sociedad. De lo contrario, se convierte en un eticismo, en una ética aparente y, en definitiva, en la gran hipocresía de la doble vida. La persona que se disfraza de ética, en el fondo, no tiene bondad. Esto puede proyectarse a las relaciones internacionales”112. Alberto Fuente Martínez, agustino recoleto Fortaleza (Ceará, Brasil)
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Ibid., cap. 10. Ibid., cap. 13.
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