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PLACAS, SISMOS Y FALLAS BREVE TRATADO DE SISMOLOGIA POLÍTICA
PRESENTACIÓN
La “metáfora sísmica” tiene perfecto sentido para los chilenos y para muchos latinoamericanos, sacudidos que han sido a lo largo de siglos por los violentos embates de una geografía impredecible … y de una vida política y social azarosa. Y esta metáfora que asocia sacudidas telúricas, movimientos de la superficie o de las profundidades de la tierra, temblores y terremotos, con los procesos sociales y políticos a los que asistimos en los comienzos del segundo decenio del siglo xxi, permite ilustrar gráficamente un análisis desde la perspectiva realista de la Ciencia Política acerca del significado, impacto y perspectivas de los movimientos sociales y ciudadanos que se expresan en todo el país en el tiempo presente. Asi como la Tectónica de Placas permite comprender los desplazamientos que se suceden en las profundidades de la litósfera terrestre así como de los sismos que reflejan en la superficie esos movimientos tectónicos, la metáfora sísmica permite a la Ciencia Política graficar los fenómenos sociales y los movimientos ciudadanos del presente, a la luz de procesos sociales, políticos y culturales de mayor profundidad que ocurren en nuestras sociedades. Este ensayo propone una reflexión crítica acerca de los nuevos movimientos ciudadanos del siglo xxi, desde algunas categorías de análisis de la Ciencia Política.
Manuel Luis Rodríguez U., Sociólogo y Cientista Político. Punta Arenas – Magallanes (Patagonia sin represas…), octubre de 2011.-
SISMOS INTERMITENTES
La historia de los movimientos sociales en Chile ocupa gran parte de la historia moderna y republicana y con frecuencia ha quedado desdibujada por las historias oficiales, centradas miopemente en guerras, batallas y figuras presidenciales omnipotentes. La trayectoria histórica de los movimientos sociales en Chile, podría trazarse desde los inicios de la república y podría constatarse que ha ocasionado numerosos sismos sociales y políticos. Desde los movimientos obreros originados en las últimas décadas del siglo xix, hasta los movimientos estudiantiles de principios del siglo xx, desde las corrientes campesinas de las décadas de los años 50 hasta el movimiento cultural y artístico de los años sesenta y setenta, desde las organizaciones de pobladores urbanos hasta las demandas de derechos humanos y las extensas luchas políticas y sociales por la democracia durante la dictadura militar, los movimientos sociales y ciudadanos forman parte de la historia política del país. Cada etapa histórica de los movimientos sociales y ciudadanos se corresponde con un determinado momento del desarrollo general de la sociedad. Pero, tras el retorno a la democracia y avanzado el primer decenio del siglo xxi, los movimientos sociales chilenos han modificado sus agendas, métodos de acción colectiva y sus orgánicas, de manera que se están manifestando ahora tras aspiraciones educacionales y ambientales o ecologistas, en favor de demandas de carácter regionalista (Magallanes, Concepción, Calama…) y hasta a favor de la igualdad sexual que resultan inéditas en nuestra historia social y en un país de fuerte impronta católica, machista y conservadora. ¿A qué estamos asistiendo actualmente en Chile? ¿Los movimientos telúricos que muestra la sociedad chilena en el presente son similares a las sacudidas de todo tipo e intensidad que atraviesan al mundo árabe, a algunas naciones europeas e incluso a aquellas que emergen en los Estados Unidos (Occupy Wall Street…) y otros países desarrollados? Siguiendo la metáfora sísmica, podemos también preguntarnos: ¿se trata solamente de un fenómeno superficial y episódico determinado por la coyuntura, o de un desplazamiento profundo de placas tectónicas (sociales, políticas, culturales) en la sociedad contemporánea? Una primera observación de los movimientos sociales y ciudadanos a los que estamos asistiendo en el Chile del siglo xxi, es que se trata de fenómenos sociales, culturales, valóricos y políticos ampliamente transversales, que convocan a segmentos diversos de la sociedad, que
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expresan el surgimiento de nuevas formas de ciudadanía, de nuevas formas de hacer política y que han instalado nuevos temas en la agenda pública. Es posible sostener la hipótesis que las nuevas tecnologías numéricas inherentes a la expansión global del capitalismo tardío están transformando los fundamentos de nuestra cultura, desestabilizando los sistemas retencionales terciarios, inaugurando con ello una “nueva experiencia” de los lenguajes (signo y memoria), nuevas formas de comprender y realizar el espacio y el tiempo (des-territorialización), nuevas modalidades de representación de la realidad (virtualidad) y un nuevo estatuto del saber y del poder: “la ciudad virtual”. La política está ocurriendo cada vez más en las redes sociales, en las tecnologías de la información y las comunicaciones, en las multitudes inteligentes (Rheingold) que se mueven en el espacio urbano y en los territorios virtuales, copiando, twiteando, comentando, sugiriendo, proponiendo, movilizando a redes de redes que cristalizan en un instante en el espacio público. En un mundo en que la reproducibilidad se ha convertido en una práctica social generalizada, de bajo coste y sin perdida de señal, gracias a las tecnologías numéricas, adviene la hiper-reproducibilidad y con ella la hiperindustrialización de la cultura, del saber y de los intercambios. En pocas palabras: en la era de la hiper-industria cultural, América Latina está transformando su régimen de significación que la acompañó por más de cinco siglos, constituyendo, de hecho, la nueva cuestión central de la política y la cultura entre nosotros, en la hora actual. Es una revolución virtual como contenido y forma de las nuevas revoluciones sociales y políticas, que comienzan en las redes ciudadanas y se desplazan por los espacios virtuales cuestionando y reconstruyendo otras formas de hacer ciudadanía y otras maneras de hacer democracia. Y esta revolución virtual está en la base del surgimiento de multitudes inteligentes en la sociedad (ya desde las manifestaciones estudiantiles de 2006…), que constituyen la principal modalidad formal y operacional de los nuevos movimientos ciudadanos. Se produce una combinación de nuevas tecnologías, nuevas multitudes y nuevas formas de ciudadanía. Los nuevos ciudadanos que están apareciendo serán básicamente nativos digitales, es decir, tendrán una capacidad y una disposición a acceder y a apropiarse de las tecnologías de la información y las comunicaciones, en términos tales que todos los sistemas políticos y administrativos basados en el secreto informacional, en la verticalidad de la autoridad superior y en los procesos cerrados de toma de decisiones, resultarán cada vez más cuestionados por la creciente demanda ciudadana de transparencia, de
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información abierta y de participación protagónica en las decisiones relativas a los asuntos públicos.
FALLAS ESTRUCTURALES
Cuando cientos de miles de ciudadanos se mueven en rechazo a diversos proyectos medio-ambientales, percibidos por la opinión pública como perjudiciales para el presente y el futuro del medio ambiente y los recursos naturales del país, quiere decir que surge una nueva forma de ciudadanía ecológica interesada en la preservación del medio ambiente para el presente y las futuras generaciones. Puede afirmarse que no se trata entonces de un temblor superficial en la geografía política chilena, sino que se trata de un sismo que da cuenta de un desplazamiento profundo de placas tectónicas en el campo socio-político, donde la ciudadanía -convertida en multitud y en movimiento- reclama en favor de la protección de los recursos naturales. Hoy la ciudadanía en Chile percibe con mayor frecuencia e intensidad fallas de diversa envergadura, por ejemplo, en el sistema económico (utilidades millonarias de los bancos en medio de las crisis económicas y financieras, cuantiosas pérdidas de recursos de las personas en el sistema privado de pensiones, estafas masivas de casas comerciales), y en el sistema político e institucional (constitución política deslegitimada, partidos políticos minimizados, abstencionismo electoral masivo, envejecimiento del padrón de ciudadanos, sistema electoral anticuado, regiones faltas de recursos y atribuciones frente a una capital absorbente, centralismo empresarial y administrativo).
PLACAS SISTÉMICAS
Las placas tectónicas que hoy están en movimiento en Chile, son mucho más profundas de lo que creemos habitualmente y de lo que los medios dejan traslucir. Cuando en menos de seis años de distancia (2006 y 2011) enormes manifestaciones estudiantiles (de liceos y universidades) ocupan las calles, los liceos y las universidades estatales, y reclaman por una educación pública de calidad, laica y gratuita, quiere decir no solamente que el sistema político chileno (envejecido y plagado de lastres autoritarios del siglo
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pasado), ha sido incapaz de dar respuesta a las aspiraciones de las generaciones jóvenes, sino que reflejan una falla sísmica profunda. Parece manifestarse hoy una notoria brecha cultural e ideológica de amplias dimensiones entre un orden político y socio-económico basado en la ideología neoliberal, y las exigencias de las nuevas generaciones de chilenos (clases medias emergentes, pobres en demanda de soluciones, generaciones de estudiantes disconformes con la educación que reciben, indignados que reclaman justicia e igualdad, jóvenes pobres y marginados de los beneficios del crecimiento), ahora dotados de mayores conocimientos, de más información y de tecnologías inteligentes que les permiten saber, aprender, comprender y movilizarse, al margen y más allá de los límites del sistema político, de los partidos y del Estado. Las aspiraciones de la nueva generación juvenil se arrastran por varios años en la superficie de nuestra sociedad: vienen manifestándose desde los inicios del siglo xxi. Y sin embargo, en el Chile del siglo xxi no estamos asistiendo directamente a una lucha generacional entre “los 15-25 y los 55-65″, sino a una confrontación ideológica y cultural entre dos paradigmas de vida, entre modos diferentes de comprender el mundo, entre visiones de mundo que se contraponen ante el presente y el futuro. Podría decirse que es menos un temblor superficial de discrepancia acerca del pasado, y más bien un terremoto profundo acerca del futuro. Casi como si el viejo debate entre conservadores y liberales, que ocupó el panorama político y social del Chile del siglo xix, se trasladara en el presente a visiones contrapuestas y proyectos de nación discrepantes respecto de cómo se percibe el país en los próximos veinte o treinta años. Pero, allí donde algunos veían solo marchas desordenadas de estudiantes, barricadas humeantes y desordenes en la vía pública, multiplicados por el enfoque sesgado, clasista y alienante de los medios de comunicación, otros percibían que se trataba y se trata de un profundo malestar ideológico, de un profundo rechazo al sistema neoliberal de mercado, al Estado subsidiario como herramienta política al servicio de los intereses empresariales y corporativos, un rechazo directo y a veces frontal al capitalismo puro y duro tal como quedó instalado en Chile desde los oscuros años ochenta. ¿Quiénes son esos jóvenes y esos ciudadanos que ocupan calles, avenidas y plazas? Son individuos plasmados en sujetos. Son jóvenes tan rebeldes, caóticos, idealistas y transfronterizos como todas las generaciones jóvenes que han irrumpido en la historia desde mediados del siglo xx. Son ecológicos, individualistas, gregarios grupales y consumidores. Son los hijos bastardos de la democracia. Es decir, son las generaciones de estudiantes de colegios y liceos que se formaron en los recientes 10 ó 15 años y que por lo tanto,
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carentes de una memoria histórica que les produzca el temor al pasado dictatorial traumático, pueden sentirse liberados a sí mismos, para comportarse como pueblo en movimiento en busca de nuevas formas de liberación y autonomía. Quieren cambios y los quieren ahora, antes que las rigideces de la edad adulta los paralicen y los alienen. Quieren más democracia que lo que las dos generaciones anteriores pudieron imaginar. Pero sus convicciones democráticas los mueven en dirección contraria, o al menos discrepante, respecto de sus padres y abuelos: son demócratas disconformes, demócratas indignados en la medida en que perciben una democracia incompleta. Prefieren la democracia, pero aparecen indiferentes y no se sienten parte del sistema. Son antisistémicos por convicción y sentimiento y nada se obtiene con calificarlos de “anarquistas”, porque si este modelo de desarrollo neoliberal, tan vistosamente mostrado en el mundo como exitoso, ha sido capaz de producir cientos de miles de anarquistas, quiere decir qué contiene una falla profunda en sus valores, en sus jerarquías y en sus resultados. Si estos jóvenes son los hijos de la democracia, entonces ellos representan el fracaso del sistema escolar y político que los educó. A nadie debiera extrañar que lo que atacan, saquean y tratan de destruir esas “minorías” de jóvenes encapuchados (que ocultan sus rostros, mismos rostros que han sido ocultados por el sistema a lo largo de décadas…), son precisamente sedes bancarias, vitrinas de casas comerciales, edificios corporativos y mobiliario urbano que representan la opulencia moderna que ellos no tienen en sus barrios grises, en sus poblaciones de casas frágiles y apiñadas y en su mundo social de marginación, desempleo, sueldos míseros, tráfico de drogas y delincuencia latente. La naturaleza telúrica de los movimientos sociales y ciudadanos hoy presentes en la sociedad chilena, verdaderas multitudes inteligentes acopladas a tecnologías y lenguajes virtuales, además, dan cuenta de un malestar político largamente acumulado y que no había logrado manifestarse en la superficie del espacio público: el conjunto del sistema político e institucional y del Estado resulta cuestionado por el actual sismo social. Este cuestionamiento ideológico además, pone en tensión las perspectivas de cambio político que el sistema es capaz de soportar, al tiempo que tensiona a las fuerzas políticas para configurar alternativas viables para los próximos eventos electorales: la nueva geometría de las fuerzas políticas y sociales capaces de impulsar verdaderos cambios estructurales en el sistema político chileno tendrá que ser necesariamente una combinación convergente de partidos políticos y movimientos sociales y ciudadanos articulados en torno a programas coherentes de cambio.
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¿Querían cambio…? ¿Usaron el cambio como recurso publicitario para ganar elecciones? Pues bien, ahora está llegando el cambio, pero no de la mano de las elites empresariales y políticas conservadoras aferradas a su propio sistema de dominación y enriquecimiento desmesurado, sino de la mano de las nuevas generaciones en movimiento de jóvenes y ciudadanos con pensamiento crítico y cansados del abuso, de la desigualdad y de la explotación humana y ambiental. Se cansaron de la desigualdad capitalista y se pusieron en movimiento. Pero no se trata de multitudes estridentes que golpean a las puertas del sistema político, sino que se expresa en formas variadas de indiferencia, de rechazo y de descrédito desde la ciudadanía, que hacen arriesgar que la política institucional se vuelva intrascendente, que los partidos políticos del sistema resulten “minorías minoritarias” incapaces de incidir en las decisiones que interesan a la gente y que el conjunto del sistema político y del Estado presente manifestaciones cada vez más evidentes de rigidez, de intolerancia y de incapacidad para adaptarse a los cambios sociales y culturales en curso. Emergen entonces formas inéditas de política ciudadana y manifestaciones incipientes de poder ciudadano. Descrédito, deslegitimación y pérdida de representatividad y de credibilidad, son los rasgos más notorios y característicos del creciente desencanto ciudadano con la política y los políticos, dando forma a un sismo político -aparentemente superficial y episódico- pero que viene desde las profundidades sociales de la ciudadanía y que cuestiona – en términos valóricos, conceptuales y de sensibilidad- a todo el aparataje político existente: partidos, liderazgos, parlamentarios, normas, representantes y autoridades. Y esta implosión de la ciudadanía y de las nuevas generaciones jóvenes, se ha instalado por muchos años en la arena política y social chilena, para dar paso a cambios más o menos acelerados, más o menos retardados (por las inercias del sistema). Vivimos los momentos iniciales de un profundo desplazamiento de placas tectónicas sociales, culturales y políticas que seguirá ocasionando temblores y terremotos a lo largo de varios decenios.
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