Poesía y ciudad: Javier Egea

Poesía y ciudad: Javier Egea Genara Pulido Tirado Doctora en Teoría de la literatura y de las artes por la Universidad de Granada. Profesora Titular
Author:  Sara Tebar Herrera

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Poesía y ciudad: Javier Egea

Genara Pulido Tirado Doctora en Teoría de la literatura y de las artes por la Universidad de Granada. Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Jaén, España

RESUMEN:

RESUMO:

La relación entre literatura y ciudad es uno de los temas que vienen interesando de manera reiterada en la literatura comparada: ciudad real o imaginaria, ciudadtema o motivo impulsor de una obra. La poesía de Javier Egea, especialmente en la parte central de su producción, es una poesía urbana, donde la ciudad es el lugar en el que casi sin nombrarlo se vive y se muere, se sufre, se intenta amar, se recorre sin encontrar consuelo. Inscrito en La otra sentimentalidad (poesía urbana, granadina, en todos sus representantes) vive y escribe la ciudad en donde la suciedad y la explotación burguesa chocan con el compromiso político adquirido por el poeta justo cuando abandonaba la primera fase de su poesía, la de carácter neoclásico. Entonces todo cambia: el mar y el campo dan paso a la ciudad, el amor se vuelve imposible en un mundo imposible, y sólo esos bares y tertulias, repletas de personas hambrientas de literatura, pueden animar, aunque sea temporalmente, porque al final siempre llega la vuelta del escritor noctámbulo al cubículo de todas sus tristezas.

A relação entre a literatura e a cidade é uma das questões interessantes que vem repetidamente em literatura comparada: cidade real ou imaginária, cidade-tema ou motivo convincente de uma peça. A poesia de Javier Egea, especialmente na parte central de sua produção, a poesia urbana, em que a cidade é o lugar onde se vive quase sem nome e se morre, sofre-se, se tenta amar, ele vai sem encontrar conforto . Inscrita no Sentimentalismo (poesia urbana, granadina, em todos os seus representantes) vive e escreve a cidade onde a exploração de terra e burguesa colidem com o compromisso político tomado pelo poeta, justo quando ele deixou a primeira fase de sua poesia de caráter neoclássico, que de neoclássico. Depois, tudo mudou: o mar e campo dão lugar para a cidade, o amor torna-se impossível em um mundo impossível, e apenas aqueles bares e reuniões sociais, cheios de pessoas com fome de literatura, podem incentivar, ainda que temporariamente, porque ao fim sempre o escritor notivago volta para a noite, de cubículo coruja todas as suas tristezas.

PALABRAS-CLAVE:

PALAVRAS-CHAVE:

Javier Egea – Granada - poesía

Javier Egea – Granada - poesia

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Quiero empezar este artículo aludiendo a las obras del poeta granadino de carácter neoclásico y presencia destacada de la naturaleza para desembocar después en la poesía que escribió, la mayor parte de su producción poética, en Granada y con Granada, ciudad tan fundida con él que nunca llega a citarla por su nombre. La Agencia Efe, ante la aparición del primer volumen de la Poesía completa de Javier Egea, publicaba: “Javier Egea nació en Granada en 1952 y formó parte de toda una geografía cultural, emocional y sentimental de la ciudad hasta que se quitó la vida en 1999, después de haber vivido y buceado hasta el fondo para ver su propio material poético” (EFE, 2011), valoración correcta a mi juicio que será la que se desarrollará en este trabajo. Por otra parte, Jiménez Millán nos da la clave para comprender el secreto último de esta poesía que tanto tiempo después nos sigue cautivando: “La poesía de Javier Egea (Granada, 1952) constituye uno de los ejemplos más recientes de cómo la verdadera tradición puede ser revolucionaria” (JIMÉNEZ MILLÁN, 1984, p. 46). Javier Egea empezó su trayectoria poética en el marco de una poética clasicista de marcado carácter formal en la que el paisaje que predomina, siempre ligado a la amada, es natural: viento, valle, lluvia, fuente, estrellas, álamos, jazmín, rosas, palomas, río, pájaros, y el mar, que será el protagonista completo, junto al desamor, de un libro importante en su trayectoria. Gran conocedor y admirador de nuestra tradición literaria, y sus formas poéticas, es capaz de ver desde el principio la importancia que tiene el lenguaje en el mundo en el que llevaba inmerso desde que empezó a escribir a los 16 años. Jurado Molina lo expresó de forma peculiar: “Vale. El poeta es un mago, pero también es un artífice: trabaja –y juega con el fuego más escurridizo a la vez que peligroso, el lenguaje” (JURADO MOLINA, 1982, s/p). Empezaré ahora por mencionar su primer libro, Serena luz del viento, obra publicada en 1974 (aunque escrita ya en 1972). De gran rigor formal y regusto clásico, este virtuosismo formal no impide que en la segunda parte del libro Egea dedique a Picasso un poema, “Intento de decir algo a Picasso”, en el que no se olvida de citar a Alberti y García Lorca, los poetas-dibujantes de la generación del 27. En esta misma obra, en un poema que no lleva título, nos encontramos una clara alusión a algo que muy pronto se convertiría en rasgo característico de los poetas a los que se une en lo que se viene llamando La otra sentimentalidad: el deambular nocturno por bares (de Granada, lógicamente). Los versos de Egea son los siguientes: “Al principio tan sólo te veía / Como una piedra más, como una puerta / Más. De los bares que recorro / como una copa más (siempre repleta)”. En efecto, será la noche y sus bares, las chicas con sus vaqueros, alguna amada, las calles de Granada, las que se constituyan con el tiempo en el telón de fondo de una poesía que es inequívoca y sentimentalmente granadina, con su ambiente cultural, una universidad repleta de alumnos con múltiples inquietudes, tertulias en las que se creaban tendencias literarias…, y esas calles que había que recorrer, bien a pie bien en taxi, para volver a casa. Los bares y calles granadinos fueron testigos de la gestación de poe-

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mas y libros que hoy forman parte ya de la historia literaria de nuestro país. Hay que decir, no obstante, que el paisaje es para Egea el telón de fondo sobre el que situar a la amada, o al desamor, y su total frustración ante la visión de un mundo imposible. Y lo que es más, desde muy pronto se produce una erotización de la naturaleza, como lo ha llamado Marcela Romano (ROMANO, 2009, p. 90), que podemos encontrar también, por otra parte, en Neruda o Miguel Hernández. Sin embargo, según la misma Romano, hasta el libro A boca de parir, el cuerpo de la amada no se convierte en eje central: Aquí se formula decididamente una escritura del amor centrada en el cuerpo y sus interpelaciones sensitivas (caóticas muchas veces, por obra del fraseo surrealista –ya son Lorca y Alberti los elegidos-, y siempre torrenciales), además de una sentimentalidad “otra” implicada, como la misma palabra, dentro de una clara conciencia de compromiso (ROMANO, 2009, pp. 91-2).

Libro distinto a los posteriores es Serena luz del viento, pero no debemos dejar de valorarlo por ello pues, en contra del culturalismo imperante en la poesía de esa época (recodemos a Castellet con su obra Nueve novísimos poetas españoles (1970)), destaca, entre otros, por dos motivos oportunamente señalados por Manuel Rico “En la búsqueda de un lenguaje despojado y, a la vez, revelador, nuevo, y en el que la mirada hacia el mundo, que comienza a producirse desde el desacuerdo y la crítica, aunque lo haga a través de la experiencia amorosa” (RICO, 2011, p. 15). Marcela Romano ha puntualizado las características retóricas: Versos largos, blandos endecasílabos y alejandrinos (que combinan con el versolibrismo y las canciones del final), sibilantes garcilasianas, encabalgamientos suaves, campos semánticos relacionados con lo intangible, lo aéreo, lo luminoso, con algunas huellas modernistas y alusiones más inquisidoras en torno al cuerpo femenino, que no dejarán fuera de la conciencia de la escritura del amor como otra forma de vivirlo (ROMANO, 2009, p. 49).

Dos años después, en 1976, se publica A boca de parir, libro cuyo título fue criticado hasta por el mismo autor, a pesar de la fuerza expresiva que encierra. El mar en primer término, acompañado de flores, aves, cielo, estrellas, sol y sombra. Algo está pasando en la trayectoria del poeta, por eso el título me parece muy acertado, está a punto de surgir algo nuevo que no se oculta: HACIA OTRO MAR Es ahora el principio. Cuando las palabras cruzan el pez, Cuando mi frente rompe Hacia otra lucha nueva Un nuevo Leningrado de palabras. […] Yo no fui en la batalla el vencedor: Perdí la flor pero gané la espina (P.C.1, p. 128).

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Se terminaran pues los alardes formales, aunque no el rigor linguístico y retórico, para hacer frente a un compromiso doloroso con frecuencia que se va viendo cada vez más como la única opción válida para seguir adelante. El amor y el desamor siguen omnipresentes, pero hay elementos nuevos que no pueden obviarse: “A PESAR DEL DOLOR/ No moriré en tus ojos/ Que tantos ojos tiene mi canción/ Como cuentas el collar de los trigos./ Es otra muerte nueva la que ahora me cita” (P.C., p. 144). El vuelco operado en su poética es evidente, y marcará el resto de su trayectoria. El compromiso no es mera pose, sino una forma de vivir y batallar con una existencia con la que no se siente satisfecho. Álvaro Salvador, compañero de una parte del camino, no ha dudado en afirmar que Una de las temáticas más queridas por Javier Egea fue sin duda la social. Es una concepción de la poesía que, cuando menos, promocionaba lo social como trabajo intelectual necesario, Javier Egea encontró la salida (literaria y vital) del laberinto en que se había convertido su especial etapa de aprendizaje, sumida a medias en el marasmo de la cultura marginal de la posguerra y, a medias, en un cierto “neoclasicismo” lírico, más pendiente del virtuosismo formal que de cualquier otro contenido ético (SALVADOR, 1996, p. 13).

Más abarca la visión de Juan Carlos Rodríguez (1999) que, al citar tres metáforas o bifurcaciones en el Paseo de los tristes, no sólo nos dan las claves todas de esa obra, sino también de otras del mismo autor. La primera sería la ruptura entre lo supuestamente subjetivo (el amor) y lo supuestamente exterior (lo social); la segunda es la metáfora de la pérdida, de la despedida continua; y la tercera, la utopía revolucionaria. No creo excesiva la presencia del amor (que es desamor ya inevitablemente) porque el poeta convertido en víctima y crítico de una sociedad imposible sólo puede ver el amor concebido como mercancía entre lo que se nos da y lo que damos, posibilidad que también apunta el profesor Juan Carlos Rodríguez. Y la salida se producirá poética y vitalmente en Troppo mare, libro publicado en 1984 y escrito cuando el poeta, tras un desengaño amoroso, se retira a la costa almeriense, a la Isleta del Moro en principio. El agua, que siempre había estado presente en algún ángulo de su visión, ahora toma el protagonismo. Es el mar el que acompaña en el marco de un desamor hiriente, si bien al principio se siente hasta desconcierto ante el líquido elemento. Los elementos naturales son los que sirven también para rememorar la historia del fin de un gran amor: “Tempestades se alzaron,/ Borrascas se nublaron,/ Huracanes que vimos/ Llevarse nuestra casa como un copo de nieve” (P.C., p. 207) Lo que no es óbice para que el escenario urbano emerja en momentos puntuales, como cuando rememora la desalación tras la ruptura amorosa: Y entre los dos qué grande la montaña, Qué terribles los álamos y el río, Qué tremenda la calle

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Y el asfalto y el humo Y el silencio aterido sobre los pedestales, Espeso, Grande, Inmóvil. (P.C., p. 208)

En otros casos cuando la entrada en la ciudad supone una ruptura que lleva a la pérdida la personaje poético, a un deambular en un ámbito enorme y extraño: Anduvo por el asfalto clandestino, Cruzó por donde duermen las máquinas vacías Y una gran bocanada de rocío Fue poniendo su piel alertada en la noche. Ingrata, Absurda, enorme, la ciudad a lo lejos semejaba un témpano desnudo que cantara en silencio (P. C., p. 216).

La curación, en su mayor parte al menos, parece haberse producido en el oportuno y marítimo retiro: Será que tuve suerte de no quedarme ciegos O recluido entonces en los patios aquellos, Los pasillos aquellos, Los vaivenes aquellos. Será que aquella Isleta Me fue poniendo al día de los ojos interiores, Clavó en mi rostro su aguijón marino, Apuñaló la herrumbre de mi vientre Y fue sacando al sol Trapos sucios, camino, sangre seca, basura, Borbotones de miedo y otras piezas que alzaban Aquella casa vieja, aquel campo en ruinas, Aquel bosque de troncos carcomidos. […] Lenin era testigo de aquella barahúnda, Del zafarrancho que invadió mis ojos. (P.C., p. 225)

Troppo mare no es un libro cualquiera, es un libro pensando desde el principio hasta el final, dividido en secciones que se abren con citas que son a la vez indicios. Remitiendo a la música el título termina con una Coda. Para Juan Carlos Rodríguez (Apud ROMANO, 2009, p. 51) será el libro de la “ruptura biográfica, ideológica, poética y política”. La vuelta es inevitable, pero el hombre que vuelve a la ciudad es ya otro, con el compromiso como insignia pasea unos versos nuevos en una Granada que estaba en plena efervescencia poética y que lo acogerá, aunque quizás él nunca fue como el resto de poetas de la época, había www.fatea.br/angulo

una trayectoria previa que lo diferenciaba, había un radical compromiso ante el que no iba a ceder nunca, había un dolor que no cesaba. Manuel Rico ha sabido valorar la importancia de la geografía poética en Egea: “Un geografía que condicionó la vida y los imaginarios de Egea, que se proyectó sobre Granada bulliciosa e irreverente de un tiempo en el que todo podía soñarse porque todo se creía realizable, una ciudad abierta y crítica” (RICO, 2011, p. 13). Es, en efecto, en este marco, en el que surge La otra sentimentalidad marcada por Althusser, Pavese, Gramsci…, y las teorías y enseñanzas del padre ideológico de todos, Juan Carlos Rodríguez. Los nuevos poetas apuestan por una renovación y, aunque en su obra el amor o los sentimientos estén presentes, saben ya que no se pueden aislar de una realidad colectiva en la que la injusticia y la explotación prima. Los sentimientos son históricos, dirá García Montero, y así deben abordarse. Unos teorizan y otros, tal vez sin haberlos leído, ejemplifican con sus poemas esas teorías ejemplarmente. J-C Mainer (MAINER, 1997, pp. 27-8), ya cerca del siglo XXI, y en una antología de García Montero, se atreve a resumir en ocho elementos fundamentales las características de la poesía de la experiencia tal como se manifestaba tempranamente, a mediados de los ochenta, en el grupo granadino de poetas inscrito en la otra sentimentalidad. Las características destacadas serían poesía urbana, ficcionalización poética del yo, poesía narrrativa, tematización del desencanto, formalismo métrico, relectura de la tradición, retorno a los temas realistas y, como influencias literarias, Juan Ramón y Antonio Machado y otros poeta del 27 y coetáneos. Nada, pues, que no esté presente en la obra de Javier Egea. Pero como señaló tempranamente J.C. Rodríguez y han seguido estudiando otros después […] este descubrimiento, el de la continuidad de lo privado y lo público, el amor y la ideología, el deseo y la política, de las trincheras de la intimidad y las del podemos es lo que caracteriza la poesía de Javier Egea […] y es porque no hay límites, todo está mezclado, entreverado, por lo que al yo poético que protagoniza los versos de Egea le resulta imposible vivir el amor como un sentimiento pleno mientras en las calles la explotación se disfraza de libertad y hay que permanecer atento, siempre en guardia, para que no nos roben del todo la voluntad (CASTRO HERNÁNDEZ, 2009, p. 46).

Y como el mismo Egea declara en “Otro romanticismo”: “Será que llevamos inevitablemente/ un lenguaje podrido que marga el paladar…” . Por eso El poeta quiere resucitar la lengua, pero también forzarla, provocarla a decir las cosas por primera vez, a decirlas de otro modo, desde otro lugar que no sea el poder. El poeta quiere que esos signos linguísticos que le son entregados con su cepo invisible puedan revolverse, rebelarse y convertirse en martillo con el que golpearse a sí mismos hasta no volver a ser iguales, hasta que sea imposible ya reconocerlos, hasta que corra Sangre por la palabras (CASTRO HERNÁNDEZ, 2009, p. 48).

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Paseo de los tristes, sin duda el libro considerado más emblemático de este autor, aparece en Huelva en 1982. La acogida crítica fue excelente, desde la que realizó Aurora de Albornoz, miembro del jurado que le otorga el Premio de Poesía Juan Ramón Jiménez a la obra. En la 2ª ed. del libro Albornoz puntualiza: Porque el Paseo de los Tristes no es sólo ese romántico lugar granadino que recordamos por su belleza un tanto melancólica: es eso y, al mismo tiempo, corazón de una ciudad símbolo de la tradición heredada, de lo cotidiano, de lo burgués…Pero además, desde el título mismo, el libro se convierte en un pasear, en un pasar reflexivamente de alguien –del creador- por su vida-tiempo, triste entre los tristes (ALBORNOZ, 1985, p. 55).

El poema “Itinerario” será el que abra el deambular urbano, en el que Díaz de Castro (DÍAZ DE CASTRO, 2001, p. 155) detecta una mirada analítica e histórica que a su juicio desaparece después. Díaz de Castro ha sabido ver la sabia construcción de la obra: Es un libro sabiamente compuesto y ordenado en el que sus tres partes avanzan figuradamente desde la anotación de diario, en esa primera “Renta y Diario de amor”, hasta el desarrollo del poema “Paseo de los tristes”, un recorrido por Granada en el que Egea alcanza su máximo logro, pasando por los poemas, igualmente emblemáticos, de “El largo adiós”, la parte central (DÍAZ DE CASTRO, 2001, p. 151).

La dedicatoria inscribe ya a la obra en un enclave poético-ideológico muy concreto: A Luis García Montero y a todos los que trabajan por ese tiempo diferente. El título tampoco puede dejar de ser más significativo, el paseo de los tristes existe, está en Granada, es el antiguo camino al cementerio (de ahí su nombre), y cuando escribía Egea un lugar que separaba el Albaicín de la Alhambra y se situaba así en un sitio realmente privilegiado donde el pasado andalusí era el que envolvía al paseante en una experiencia única, el Darro al lado con su sonido y su eterna canción de agua. Es el momento de apostar por una sentimentalidad otra, un romanticismo otro, alcanzar el materialismo poético. Ahora ya sabemos que el tema amoroso no es nada baladí porque el amor –sabido ya imposible- es histórico, y la poesía una manifestación linguística y ética, por tanto más allá de la (inútil) denuncia sólo queda la desolación y la muerte, y Argentina 78, obra dedicada a las madres de la plaza de mayo, es insumisión y es poesía materialista. Y es que “estamos ante una intimidad asediada, ante un amor a la deriva […] en el que apenas existe el consuelo. Incluso el fondo urbano, la propia ciudad, es una realidad hostil que el poeta contempla sin ninguna esperanza” (RICO, 2011, pp. 36-7). A la vuelta la casa ha cambiado, incluso la actitud hacia el amor que siempre es tema de las obras de Javier Egea. Ahora ya el poeta no cree que pueda existir el amor, como no cree que pueda existir la vida: “Pensé que nada estaba,/ Que se perdió contigo la llave de la vida.// Después miré a la calle/ Y era la misma puerta para todos:/ La vida no exis-

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tía.” (P.C., p. 250). Los anhelos de antes ya son sinsentidos, algo amenazante se cierne sobre al ámbito doméstico que antes era también el ámbito amoroso: “¿A qué vienes, mi amor, si es otra casa,/ Otro aullido en la tarde y otro campo/ Y otra llama se crece en el tejado/ Y una mirada nueva amenaza?” (P.C., p. 251) A pesar de todo el contacto se hace inevitable, hay una conexión que ni siquiera los autobuses pueden ignorar : “El autobús/ Me ha dejado a la puerta de tu casa,// El autobús / no puede recorrer otra distancia.” (P.C., p. 255) Y es que los elementos urbanos no dejan de estar presentes nunca, aunque de manera impresionista: patios, fábricas, bares… que van más allá de ser el telón de fondo de la historia de amor o desamor, son la constatación de una explotación que hace la vida imposible cuando al mirar alrededor sólo la desolación hace acto de presencia, no puede ser de otra manera en alguien que sabe que el mundo está, si no mal hecho, sí mal organizado, y que sin cambio alguno no es posible la continuidad. Incluso los encuentros eróticos no pueden dejar de situarse en la ciudad: la amada sale tras el acto amoroso: “Has cerrado la puerta/ Como abriendo las calles de otra ciudad” (P.C., p. 256). “Pero conocido el dolor y la derrota, el amor no puede ya salvar a quien busca más allá de un sentimiento imposible, un cambio en el mundo: “No hubo luz: sólo muerte./ Aquel hogar no era nuestra casa.” (P.C., p. 258) Incluso el amor en la calle, en el furtivo momento en que la noche oculta a los enamorados, no puede ser satisfactorio, en contra de otros poetas que describen estos momentos como deliciosos o cuanto menos románticos: Quisimos amarnos Tras los muros altos De un viejo mercado, No fueron posibles las manos grises, sino labios tristes. En nombre del fuego Desde el día primero Vendidos y muertos. (P.C., p. 261)

La calle urbana se convierte no sólo en el paisaje del desamor, también en el de la confusión y las noches largas: “Quizá me confundí de calle y de aventura/ Pero ya me conocen sus farolas y el alba,/ Ya conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza/ Y esta costumbre viejas de andar erguido y solo.” Este breve poema, que bien podría titularse autoretrato, dibuja no sólo al personaje poemático, sino al mismo con la vida que tenía en Granada. Y él, en efecto, era conocido por todo eso, como una anunciación de lo que vendría después, cuando la soledad y la ruina se hicieran insoportables. Y los reencuentros amorosos se repiten, pero ya no salvan (Egea vivía entonces en una casa relativamente cercana a un viejo mercado)

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Y quedamos citados para el largo viaje Por el mercado viejo –junto al parqueY pudimos mirarnos cara a cara y besarnos Y hablamos de la vida y de la muerte -algo más de la muerteY llegamos al fondo De aquel extraño rito del amor.

“Otro romanticismo” (P.C., pp. 307-9) es quizá el poema más emblemático de el Paseo de los tristes. Misiva de dolor a la amada a la par que manifiesto poético (Gramsci y Pasolini presentes, junto al Réquiem de Fauré) en el que la crítica a la sociedad capitalista, de mercado, se extiende a la vez que la desolación que produce en su existencia. Granada sigue ahí, inamovible. Rico lo ha resumido fielmente, podemos verlo con claridad en el primer poema de la III parte de Paseo de los tristes: El punto de partida es contextual: la ciudad de los humillados y los ofendidos (“calles donde todo está sucio, / carne sin brillo), una ciudad elegida por quien, al igual que hiciera Gil de Biedma, decide vivir “ignorando la clase oscura en que nacimos”. El protagonista del poema recorre la ciudad, dibuja un mundo complejo que va de la vida a la muerte, pero que cobra sentido, sobre todo, en el amor, aunque intente el autoconvencimiento a partir de la necesidad de prescindir de una parte de la individualidad para construir la utopía (RICO, 2011, p. 40).

Y es que no hay idealización alguna en la visión de la ciudad. Como señala Antonio Jiménez Millán, “A través del recorrido espacial, el poeta va desvelando el proceso –histórico- de toma de conciencia sobre las condiciones de vida existentes en una sociedad tradicionalmente cerrada, donde aún perviven viejos fantasmas” (JIMÉNEZ MILLÁN, 1984, p. 48). Y junto al amor, en la ciudad, un compromiso que clama en un mundo cruel, pero libro de poemas, nunca panfleto, tempranamente lo decía Jurado Molina: “Paseo de los tristes se mueve en un marco sin ambages: la ciudad. Su acierto principal radica en el lirismo con el que el poeta sondea el fenómeno humano dentro de ese marco tan complejo, por ello no podemos hablar de poesía de circunstancias o simple panfleto” (JURADO MOLINA, 1882, s/p). El mismo Jurado Molina apunta a lugares concretos del ámbito urbano granadino que son también símbolos, hecho evidente desde el título mismo de ese libro insignia, Paseo de los tristes, como se ha dicho ya. Pero tampoco es casual que los amantes se encuentren en los mercados, pues no puede ser de otra forma en una sociedad de consumo donde el amor es ya imposible porque todo se compra y se vende; no es casual que en la casa del personaje poemático haya libros, té y soledad, o sea, literatura, elemento inequívocamente árabe en el contexto granadino, y desolación; no es casual que la mujer aparezca disfrazada de contador de la luz, al final, con su aparente cotidianidad, se nos está dando la confirmación de que el amor –que es igual a dolor- pasa factura.

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Hay que tener presente, en cualquier caso, como ha señalado Salinas (SALINAS, 2010, p. 19) que “El paseo que en este libro hay por las ruinas, no transcurre por las almenas de la Alhambra o sobre los ríos sumergidos de Granada, sino en los portales, los pisos, las habitaciones o el viejo mercado donde habita ese ‘salvaje cobrador diario’ que es el dolor”. García Montero lo califica de poeta más de plazas que de calles: Todas las plazas tienes olor a espera. Eso escribió el poeta Javier Egea, porque recordaba su infancia en la Granada clerical de los años sesenta y porque pensaba que los lugares públicos son siempre una cita prolongada, de impunidad de un deseo que llamamos porvenir. […] Como en su plaza, en los libros del poeta Javier Egea hay presente, y amor, y árboles, y niños, y madres, y política. El Ayuntamiento acertó al dedicarle una plaza, porque sus versos tiene mucho más de plaza que de calle. Los portales de una calle son cuarteles de invierno, y los bancos de una plaza tienen olor a espera, a jazmín de verano (GARCÍA MONTERO, 2000, p. 37).

Fragmentado el “yo”, no podemos ignorar que textos como “Materialismo eres tú” y “Otro romanticismo” contestan a las lecturas consagradas en torno a la” poética fundacional en su cualidad (discutible de epítome de las literaturas del yo, para indagar en la condiciones de producción de la subjetividad de los discursos y con ellas, insinuar las discrepancias surgidas en torno a las representaciones cristalizadas del amor, la mujer, la propia figura del poeta” (ROMANO, 2009, p. 53). El rigor formal, la forma anclada en una retórica tradicional, a pesar de la impresión de laxitud y la existencia de un tono hasta conversacional, sigue presente, sólo al final de el Paseo de los tristes aparece el verso libre, fruto claro de su relación con el surrealismo, que se desarrollará en su libro siguiente, Raro de luna (1990). Es lo que Rico ha llamado “el paisaje del inconsciente” (RICO, 2011, p. 46), que daría lugar a un “surrealismo controlado”. Conocidas son las visitas del poeta a más de un psiquiatra y cómo esas visitas fueron más que una búsqueda de una solución médica un motivo para reflexionar sobre el inconsciente y lo que él esconce, o intenta esconder. No olvidemos en este punto que apreciados poetas del 27como García Lorca o Rafael Alberti también habían pasado por una fase de surrealismo peculiar, no identificable con el francés, que sin embargo fructificó en nuestras letras. A esto dos poetas está dedicado el libro Raro de luna. Tras unos magníficos sonetos, la parte que titula “Príncipe de la muerte”, que está dedicada a Drácula. Para Galindo Artés “La ficción del Conde Drácula” permite la alegoría surrealista de la tragedia de un ser ‘envenenado’. Este lado oscuro, esta pasión inconfesable, realizada cada noche, está cercana a la muerte y la soledad” (GALINDO ARTÉS, 2000, p. 137). O como ha dicho Dkovoroka: “El vampiro no tiene casa, no tiene hogar, su ámbito privado no existe sino convertido en la inmensidad del bosque. La frontera entre el interior y el exterior, entre la casa y el bosque se borra. Su día es la noche, su vida es la muerte, y se esconde de la luz en un ataúd” (DKOVOROKA, 2010, p. 55).

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Para terminar, y como Romano ha puesto de manifiesto, no podemos olvidar que lo que encontramos es una Granada doblemente alegórica (Las galerías de su alma y los estragos de la hegemonía burguesa) que expulsa en su conformación ese andalucismo también duplicado en Lorca. Aquella comarcana dialéctica entre los sectores sumergidos –los gitanos- y el poder –la guardia civil- se vuelve en Egea, como sugerimos, una apuesta amorosa más vasta, un “internacionalismo” que clama, muy cerca de aquel poeta en Nueva York, ante un orden global signado por la explotación (ROMANO, 2009, pp. 88-9).

Y es que tal vez no se trate de internacionalismo o globalización, sino de obviedad. Egea no decía el nombre de Granada porque habría sido redundante, todo el que lo conocía sabía que él era Granada, que él no hubiera podido existir en otro sitio, de hecho sus ausencias de la ciudad natal y vital son siempre cortas. No es tampoco una Granada tópica la que encontramos en sus obras, él no es un extraño o un turista: El escenario urbano se convierte en punto de referencia inevitable de la mayoría de los poemas de Paseo de los tristes, y muy especialmente del que da título al libro, estructurado como un itinerario que va recorriendo distintos lugares de la ciudad hasta llegar a ese paseo romántico, junto al bosque de la Alhambra. No encontramos en este itinerario idealización alguna: ni sombra de nostalgia de aquella ciudad mitificada por los viajeros del siglo XIX, la Granada de Irving, Richard Ford o David Roberts (JIMÉNEZ MILLÁN, 2004, p. 57).

Pero hay más, como ha señalado Paula Dvorakova, aunque la ciudad no fuera necesaria para poner de manifiesto muchas de las cosas que encontramos en los poetas de la otra sentimentalidad, en realidad desde que Baudelaire inaugurara la época moderna sí que lo es puesto que es donde vive, ama y llora el poeta, donde sus experiencias se funden con un entorno que ya es otro: Que parezca la ciudad como paisaje de fondo de este libro [Paseo de los tristes] es un hecho significativo, porque este mundo imposible en que vivimos es urbano, es un mundo de oficinas, de bares, y de vida nocturna en las calles, pero desde luego esto no es exclusivo ni de Javier Egea ni de la otra sentimentalidad, ni de la poesía de la experiencia. […] Y no es que la geografía urbana no juegue un papel especialmente importante para estos poetas, pero es que para el poeta moderno utilizar la ciudad como paisaje de fondo es un recurso necesario para establecer un diálogo con el lector desde Baudelaire. Y por otra parte, la ciudad no es indispensable para escribir desde el materialismo histórico (DVORAKOVA, 2010, pp. 51-2).

Pero no es la necesidad la que hace que Granada se filtre por los versos de Egea, es la proximidad, es la inmersión misma en una ciudad que es tan suya como todo el dolor que le persigue. Y es tal vez esta la especificidad de la relación de este poeta con Granada, ciudad que siempre ha sido rica en literatura, como han estudiado Soria Olmedo (2000) y Urrutia Zarzo (2004), entre otros.

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NOTA 1 Con P.C. aludo siempre en este trabajo a la Poesía Completa de Javier Egea, edición de 2011, que se cita en la Bibliografía final.

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