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Polis: Investigación y Análisis Sociopolítico y Psicosocial ISSN: 1870-2333 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iz

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Polis: Investigación y Análisis Sociopolítico y Psicosocial ISSN: 1870-2333 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa México Tejeda González, José Luis Las dimensiones de la sociedad civil Polis: Investigación y Análisis Sociopolítico y Psicosocial, vol. 10, núm. 1, enero-junio, 2014, pp. 133156 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Distrito Federal, México

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Las dimensiones de la sociedad civil José Luis Tejeda González* El concepto y la realidad de la sociedad civil han variado a lo largo del tiempo y de la historia. Si durante un tiempo, la sociedad civil se confundía con lo civilizatorio y el Estado, ahora se confronta con la entidad estatal. Es una modalidad de relación social que involucra la libertad civil y política, la asociación voluntaria y la búsqueda del consenso. Ha terminado por ser uno de los puntales más claros en los procesos de liberalización y democratización. Palabras clave: sociedad, Estado, organizaciones no gubernamentales, democratización, libertad civil.

Introducción a sociedad civil es un concepto con diferentes significados en su historia; y en la realidad, ha sido igualmente oscilante y variable. De la relevancia que tuvo en las últimas décadas del siglo XX, su presencia y potenciación ha pasado a una cierta nebulosidad. A esa oscilación inquietante e interesante, intentamos responder recuperando su dimensión conceptual e histórica, dando cuenta de su vigencia y posibilidades. El decaimiento de la sociedad civil coincide con los embates y sacudidas que experimentan los procesos democráticos en el mundo. Las tendencias más regresivas, antidemocráticas y oscurantistas no quieren sociedades activas, vigorosas y pujantes; suponen que el ejercicio del mando, el poder y la autoridad se realizan verticalmente, con fuerza y sin contrapesos ni contratiempos. La sociedad civil les estorba y moles-

* Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Nuevo León; maestro y doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-investigador titular “C”, tiempo completo, en la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco, Departamento de Política y Cultura. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel II. Correo electrónico: .

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ta. De ahí la importancia de traerla a colación nuevamente. Insistir en la defensa y ampliación de la sociedad civil ayuda a preservar y profundizar los procesos democráticos.

Oscilaciones de un concepto y una realidad

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La historia y evolución de los conceptos se conectan al desarrollo de las sociedades y las comunidades políticas. Esto que parece tan obvio, no lo es cuando nos abocamos a los tratamientos de lo clásico. A pesar de la temporalidad, los cambios y adecuaciones que subyacen a conceptos o categorías tales como el poder, la política o el Estado, su carácter oscilante y contradictorio es menos evidente. Es más claro en relación con la llamada sociedad civil. En un tiempo se le identificó con la condición civilizada, política y con el Estado. Unos siglos después expresaría lo contrario. Una parte importante de su significado se refiere a lo contrapuesto al Estado, lo no gubernamental, a la sociedad autoorganizada. Los vaivenes del concepto son bastante inquietantes. Los viejos debates clásicos en los que apenas si irrumpía como una esfera autónoma del Estado se olvidaron y enterraron por décadas y siglos. La recuperación de la sociedad civil se reinicia apenas en la década de los setenta y ochenta del siglo XX, en el centro de las transiciones democráticas que operan en la Europa mediterránea y sobre todo en América Latina y en las revoluciones democráticas del Este. Eso influiría a la realidad sociopolítica de las naciones altamente industrializadas. La noción de sociedad civil irrumpe en el contexto sociopolítico de la última década del siglo XX (Cohen, 2000: 11-12). Aparece en pleno desenlace de la guerra fría, como parte de la confrontación de las superpotencias por el dominio mundial. Se extiende como parte de la expansión y profundización de la democracia más allá de sus fronteras occidentales habituales. Es parte del establecimiento de referentes universales, que reflejan también el mundo unipolar que emerge de la posguerra fría. Se podría suponer que la sociedad civil era una invocación occidental con disfraz universalista para aniquilar y someter las múltiples realidades locales y regionales. No obstante, el fenómeno resulta más complejo que esas interpretaciones simplistas. Lo que es indudable es que, así como apareció, en lo conceptual y con fuerza real, así ha disminuido, hasta quedar nulificada, neutralizada, sin alcanzar a

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generar una sociedad alternativa, como se lo propuso en un momento determinado. Muchas y diversas son las causas que permiten entender cómo la sociedad civil adquirió tal poder de invocación y cómo se ha ido diluyendo en el tiempo y en la historia nuevamente. Todas esas tendencias apuntan a la centralidad del discurso y las prácticas democráticas en la última porción del siglo pasado. Se corresponden claramente con el objetivo de erigir una esfera de lo social, autónoma, autorreferente, autogobernable, que prescindiera al máximo de lo posible del Estado. En lo económico, encuadra con los objetivos de Estados mínimos, reducidos a la condición del policía-gendarme, que le transfiere amplios poderes y posibilidades al plano de los particulares. La santificación del mercado como el terreno de la libertad y la identificación del Estado con lo coercitivo y disciplinario es el corolario de lo anterior. La sociedad civil sería también el territorio natural del consenso y la comunicación, a diferencia de lo estatal, lo coercitivo y represivo. La irrupción de la sociedad civil ayuda a bajarle el tono a la confrontación radical y violenta, al conflicto de clases, y sin renunciar al cambio del mundo, se trabaja pacífica y consensualmente en su transformación. Lo incluyente y deliberativo de la sociedad civil se contrasta con los antagonismos y la violencia de los contendientes belicosos. La polis y el polemos, las dos caras de la política: la convivencia conjunta se contrapone al antagonismo y el conflicto (Mouffe, 1999: 13-14). En primera instancia, la relevancia que adquirió la sociedad civil se debía a las condiciones antiestatistas prevalecientes en la última parte del siglo XX. Hay que tomar en cuenta que la mayor parte del siglo, el Estado se expandió a niveles abominables con los totalitarismos, el fascismo y el estalinismo, con los populismos y nacionalismos y con el intervencionismo de los Estados benefactores. Mientras el ogro filantrópico se expande, se da cabida a toda clase de autoritarismos, totalitarismos y militarismos. La democracia está bastante localizada y contenida. El potencial de expansión democrática se reactiva con la crisis de los Estados benefactores. La tradición liberal clásica, y ya no se diga el neoliberalismo, reclama un Estado reducido a mínimos indispensables, y se proclama que el reino de la libertad es el mercado autorregulable y espontáneo, mientras que el Estado coacciona y limita al individuo, somete y oprime negativamente a los ciudadanos modernos. La sociedad civil identificada en muchos momentos con la sociedad burguesa

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es un espacio alternativo que crece y se amplía ante las atrocidades de los Estados autoritarios, paternalistas y coercitivos. La reinvención del individuo, el mercado y la sociedad civil van de la mano, en un ajuste de cuentas con el estatismo autoritario. La imagen positiva y exaltada de la sociedad civil proviene tanto de la crítica de izquierda, como del ascenso del neoliberalismo y el neoconservadurismo. La izquierda se reencuentra con sus posibilidades democráticas. Luego de la invasión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a Checoslovaquia en 1968, la alternativa de un socialismo democrático se esfuma y la izquierda occidental se rearma con la estrategia gramsciana. Una de las reflexiones más importantes sobre el campo de batalla de la sociedad civil se da en la obra del escritor y político italiano. En aras de alejarse de las posturas leninistas más concentradas en la toma del poder político y en la disputa central por el control del Estado, Gramsci desplaza la arena del conflicto estratégico al ámbito de la hegemonía política y cultural (Gramsci, 1975b: 17-18). Más que una lucha frontal, se opta por una guerra de posiciones, escenificada primordialmente en la sociedad civil, como una esfera autónoma de la sociedad política o Estado a secas. La sociedad civil ya no estaría circunscrita a la sociedad burguesa y a los intereses privados y particulares, adquiriendo una dinámica propia. Es una esfera autónoma donde lo privado y lo público se entrelazan sobre intereses consensuales. El Estado ya no es el único sitio o lugar privilegiado de las disputas políticas (Cavalletti, 2010: 8-9). Ahora se multiplican las fuentes del poder; las respuestas y resistencias se reproducen por doquier. El quiebre de la unidad política estatal, en su centralidad y relevancia, es registrada por la reflexión posmoderna, que concluye en la muerte del sujeto y en la potenciación de múltiples identidades sociales y políticas. Se trata de cambiar los mecanismos del poder que funcionan fuera de los aparatos del Estado, por debajo de ellos, a su lado, de una manera más minuciosa y cotidiana (Foucault, 1978: 107-108). La sociedad posmoderna y multicultural se expresa en su diversidad y complejidad. La sociedad civil, como una amalgama de las identidades múltiples, embona con esa pulverización de lo estatal. Y la crisis de los sujetos golpea por igual a movimientos sociales e identidades revolucionarias. La abdicación de la revolución y la administración de las reformas radicales son procesadas por la sociedad civil. Hay una renuncia a la revolución y a la violencia. Se exalta el pacifismo y la condición voluntaria de la actividad social. El

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discurso civilista, el sentido de asociación y organización, la solidaridad y el apoyo mutuo se materializan para enmendar las cosas desde ahora y cambiar el mundo sin tomar el poder. Se habría quebrado la unidad del Estado como entidad soberana (Holloway: 2002, 30-34). Ahí se exploran los límites de la sociedad civil y las posibilidades democratizadoras dentro del sistema capitalista. A su vez, la sociedad civil es nula en los Estados del “socialismo realmente existente”. En las revoluciones triunfantes resulta impensable siquiera la existencia de una esfera social autónoma. ¿Para qué tener una autoorganización social y política si se vive en la falacia de que el pueblo y la clase obrera han tomado el poder y lo ejercen sin cortapisas? En los últimos intentos por democratizar el socialismo, se buscaba remarcar la diferencia entre Estado y sociedad, expandiendo la esfera de autonomía y reordenando democráticamente las actividades no estatales (Keane, 1992: 19-20). Dicho esfuerzo estaba condenado al fracaso. Un Estado y una sociedad forjados desde abajo cristalizaron en un poder totalitario que anula al individuo, a la persona y a la sociedad civil. Simplemente no podía convivir el Estado omnipresente con una sociedad civil activa y demandante. En las revoluciones democráticas del Este, irrumpe una sociedad civil vigorosa que se estrella con el Estado totalitario. En los procesos de transición política latinoamericana, la salida de las dictaduras militares se da con una importante y fuerte movilización desde una sociedad civil que desea liberarse del yugo autoritario (Lechner, 1990: 21-22).1 En el Occidente industrializado, la sociedad civil choca con el estatismo y se debe autonomizar de la esfera económica y de los intereses del capital. Al realizar este desplazamiento, se queda sin soporte estructural. No puede sostenerse por sí misma y queda aprisionada entre los intereses de lo estatal-coercitivo, que reclaman la recuperación de espacios, y los intereses corporativos globales, que se sirvieron de la sociedad civil para colonizar y someter otros mundos, Cabe destacar el carácter excepcional de la zona andina en cuanto a su debilidad institucional e inestabilidad crónica, lo cual complica sobremanera la gestación de una sociedad civil. Tal es el caso de Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia. En Ecuador se da una sucesión de incidentes sociales que introducen incertidumbre al proceso político, siendo una de las expresiones más claras de inestabilidad institucional (Sánchez-Parga, 2005: 60-62). En el área centroamericana también se percibe una debilidad de la sociedad civil, en naciones que han vivido una guerra civil reciente como en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En esta última, el sandinismo se reparte el país con los liberales, en una solución negociada al conflicto político (Chamorro, 1996: 50). 1

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civilizaciones y culturas. Logrado eso, le sirve de poco, le estorba. Es un adorno excesivamente caro de las sociedades democráticas avanzadas, de ahí que se le haya venido sometiendo y nulificando. Las formas de la sociedad civil, reivindicadas por el liberalismo y sobre todo por el neoliberalismo, se quedan cortas, y al quedar sometidas a los intereses de la economía, de los empresarios y el mercado, son anuladas por la facticidad de las corporaciones globales.

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Las imprecisiones y vaguedades en el concepto de sociedad civil existen desde sus orígenes. Ha significado cosas tan diferentes y contradictorias entre sí, que el uso del concepto se vuelve polémico. Aun ahora, no se logran acuerdos sólidos acerca de lo que engloba y define a la sociedad civil. Está más remarcado lo que no incluye, ante lo que se determina como tal. Actualmente, es de sentido común oponer la sociedad civil al Estado, a la política y al gobierno. En sus inicios como concepto, la sociedad civil se contrapone al mítico Estado de naturaleza, caótico y desastroso. Sociedad civil quiere decir civilización, estado legal, condición política y Estado con mayúsculas. Es la oposición fundante del iusnaturalismo y el contractualismo. En la persistencia del modelo iusnaturalista, de Hobbes a Kant, la contraposición de la sociedad civil frente a la sociedad natural termina por hacer predominar el uso de la expresión sociedad civil como una entidad artificial (Bobbio, 1989: 58). La entidad artificial y civilizada nace del pacto y del contrato entre individuos libres, que deciden dar lugar a tal Estado político, que denominan también, indistintamente, como sociedad civil. El pacto puede ser de sometimiento y dominación, como en Hobbes; o bien, puede ser un contrato civil liberal, como en Locke, o con fundamentos democráticos, como en Rousseau. Hobbes usa indistintamente expresiones como Estado civil, sociedad civil y Estado para oponerse al Estado de naturaleza y a los derechos naturales. Equipara al Estado con la expresión latina de civitas (1980: 140-141). Locke critica a Hobbes por confundir al Estado de naturaleza con un Estado de guerra (1979: 16). También es claro en la equiparación de la sociedad civil con la política, a la que define como aquella unión que forma un solo cuerpo, disponiendo de una ley común sancionada y de un orga-

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nismo judicial al cual recurrir, con autoridad para decidir las disputas entre ellos y castigar a los culpables (Locke, 1979: 63-65). Rousseau a su vez concibe que la transición del estado natural al civil produce en el hombre un cambio fundamental al sustituir el instinto por la justicia (1985: 47-48). A todos ellos los une la defensa de los derechos naturales y la exaltación de la condición política o sociedad civil como superación del Estado de naturaleza original. Los derechos naturales quedan integrados en el contrato civil que da lugar al Estado político. El modelo aristotélico, en cambio, concebía al Estado, la asociación política y la sociedad civil como entidades naturales (Aristóteles, 1980: 23). Sociedad y Estado se confunden y mezclan. El Estado es el garante de la convivencia civilizada y es impensable que lo social esté separado de la condición política. Es en Hegel donde se manifiesta la exaltación suprema del Estado y la irrupción de la escisión entre la condición política y la sociedad civil. En realidad, es la emergencia de lo que Marx describe como las condiciones materiales de vida, y la anatomía de la sociedad civil se busca en la economía política (1980: 517-518). La sociedad civil hegeliana es un momento intermedio entre la familia y el Estado; una especie de Estado incompleto, de estado externo, con minúsculas, en la medida que no alcanza la plenitud de la idea estatal, plasmada en lo ético. Estado externo, de la necesidad y del entendimiento (Hegel, 1985: 192). Estado externo en cuanto está saturado por los intereses privados y corporativos, es el Estado policía concebido y pensado por los iusnaturalistas y contractualistas. Es externo al no estar plenamente dotado de eticidad y de aceptación consensual. Es intermedio en cuanto sale de la familia, al desarrollarse sus integrantes y dar lugar a múltiples familias unidas por relaciones contractuales. El contrato, para Hegel, siempre será una relación de externalidad y por eso se debe alcanzar la síntesis del Estado superior y completo. Es Hegel quien piensa la sociedad civil en términos modernos y la considera inacabada ante la plenitud del Estado ético-político. El Estado es la realidad de la Idea ética, es el Espíritu ético en cuanto voluntad manifiesta (Hegel, 1985: 242). Sería Marx, influido por Saint Simon y el socialismo utópico francés, quien daría otro viraje teórico e histórico al poner al Estado como una entidad política desechable y prescindible. Marx reduce la complejidad de la sociedad civil hegeliana a su componente económico, al sistema de necesidades, a la anatomía de la sociedad burguesa, y piensa asimismo en la extinción del Estado. Saint Simon es quien inicia la crítica demoledora

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del Estado moderno, su demonización y la reivindicación de una sociedad administrada y gobernada por técnicos y científicos. La sociedad es capaz de autoorganizarse más allá del Estado y de la política. En particular, convoca a liberar a los hombres laboriosos de la dominación del clero, la nobleza, el orden judicial y de los propietarios ociosos. El poder administrativo debería estar en manos de los hombres prácticos, industriales, agricultores y comerciantes (Saint-Simon, 1975: 101-103). El viraje en las prioridades se consuma y el marxismo concibe la posibilidad de una comunidad autogestiva que prescinda del Estado. La sociedad civil se reduce a la dimensión económica y ya no es un punto de referencia cultural y político. Marx le da más importancia a la clase social y subestima el asunto de las formas del poder y el gobierno. La sociedad civil queda congelada como concepto y como posibilidad política. Hay algunos tratamientos interesantes sobre el concepto, como el proveniente de John Stuart Mill y el liberalismo. Nos recuerdan el carácter libre de la sociedad (Mill, 1970: 68-69). La sociedad civil como esfera autónoma se abre paso discreta y silenciosamente. Oscurecida y negada por otros referentes teóricos y culturales como la clase social, la estructura, la función o el sistema social, apenas llama la atención. La prolongada lucha por la ampliación del sufragio universal, los derechos civiles y políticos, la reivindicación de las minorías y la ampliación y profundización de los procesos democráticos, conduce a la larga a la gestación y construcción de un campo y una esfera amplia, intermedia, autónoma y consensual, que engloba eso que genéricamente se llama sociedad civil moderna. Estaría más allá de la sociedad burguesa, aunque la acompañó en su gestación y formación. Atañe subrepticiamente al proceso de diferenciación entre sociedad y Estado, que permite la autoconstitución e institucionalización de procesos liberalizadores y democráticos que implican que el Estado pierde espacios y poder. En buena parte de la historia de los siglos XIX y XX, se eludió la presencia de la sociedad civil, por la importancia crucial que adquirió nuevamente el Estado autoritario y totalitario, el nacionalismo y el populismo, el socialismo y el comunismo, el militarismo y los Estados benefactores e interventores. A una parte de las élites tradicionales no le interesa darle más poder a la sociedad en general y mucho menos que la sociedad civil nazca o se fortalezca. El proceso histórico estuvo en marcha, aunque quedó oscurecido en lo intelectual y cultural. El protagonismo del Estado actúa celosamente para negar la autonomización de lo social.

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La reflexión de Gramsci es sintomática; está más allá de la postura leninista, instrumental, acerca de las instituciones liberales y de la democracia política. La disputa por el futuro es más amplia y abarcadora que la lucha básica por el poder político; se da en el terreno de la hegemonía política y cultural; abarca desde lo educativo hasta los medios de comunicación. Hay un territorio muy amplio de trincheras, casamatas, intermediaciones, que atañen a la dirección intelectual y moral de la sociedad y al consenso político y cultural. En una comparación con lo militar, las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de las trincheras en la guerra moderna (Gramsci, 1975a: 94-96). Esa esfera se aparta muy claramente del Estado y la sociedad política, como un campo consensual, en cuanto es menos coercitivo. Es un área propicia para la generación, discusión y organización de una vida civil libre, autónoma, espontánea. De poco o nada sirve tomar el poder político si la cultura no cambia, lo hace en menor medida o muy lentamente. La estrategia de tomar el poder por la vía de la sociedad civil implica un trabajo y preparación de orden educativo, cultural y comunicativo que facilita la transformación de la sociedad y el poder, de la política y el Estado. Mientras estaba vigente la idea de la revolución, los fines de alcanzar la extinción del Estado o que se diera la reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil, seguían siendo vigentes y tenían razón de ser. Así se pensaba ir ocupando paulatinamente espacios y esferas del arte, la educación, la cultura y la comunicación, para preparar el asalto definitivo al poder y el advenimiento posterior de una sociedad civil ampliada con la reabsorción de lo político. El abandono de la idea radical de la revolución social convierte a la democracia en el referente más universal y a la mano para dar cuenta de las nuevas realidades sociales y políticas. La caída del Muro de Berlín y del socialismo establecido acentúa la importancia y relevancia de la sociedad civil. La presencia del neoliberalismo y la crítica de izquierda del socialismo real convergen en un punto, en el antiestatismo y en la reivindicación abierta y exacerbada de lo social. La sociedad civil, como concepto y como realidad pasa por su mejor momento en las últimas dos décadas del siglo XX. Ya no se le piensa solamente como el terreno estratégico para apuntalar el cambio revolucionario y reorientar la estrategia a seguir, ahora se le concibe como el puntal de los procesos democratizadores; se le identifica con las formas del discurso, de la práctica y organización más

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sanas, más desprovistas de intereses y extrañamiento. La amplia gama de nuevos sujetos sociales y movimientos colectivos articulados luego de la desestructuración de los sujetos fijos heredados por los metarrelatos sociales se reencuentran en el campo aglomerado de la sociedad civil. Es una amalgama de intereses sociales y políticos colectivos, caracterizados por la reivindicación de asuntos puntuales, diversos y desagregados. Eso coincide con el auge de los nuevos movimientos sociales en las últimas dos décadas del siglo pasado (Arditi, 2004: 4). La sociedad civil, como invención y punto de articulación, irrumpe como esa esfera generadora de discurso y acción libre, autónoma, espontánea, independiente. Es teorizada como la esfera de la expansión de las libertades y derechos civiles y políticos, que dejan de ser puramente electorales para abarcar la gama de los derechos minoritarios y la defensa puntual de microtemas, en la desestructuración de la dominación política. Ante las viejas organizaciones políticas y de clase, como el partido político y los sindicatos, enraizadas en el sistema político, clientelares y corporativizadas, aparecen nuevas formas de organización social más voluntarias, espontáneas, flexibles y frescas. Ante los medios de comunicación anquilosados, atrapados en los intereses convencionales, irrumpe otra forma de comunicación alternativa, más generosa y desinteresada, sustentada en la veracidad y en la velocidad de la información y el conocimiento. Ante la educación tradicional, reproductora de normas y valores, se genera una formación educativa, pedagógica y transformadora, emancipatoria nuevamente. La sociedad civil no es ni será la panacea para enfrentar las limitaciones de las sociedades democráticas, pero sí resulta un referente central para pensar la ampliación de la democracia más allá de sus parámetros convencionales.

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Mientras la liberalización y la democratización de la sociedad y el Estado marcharon viento en popa, la sociedad civil estuvo en el centro de la atención conceptual y práctica. Al decaer el proceso democrático, la sociedad civil se debilita y agoniza. Ésta llegó a ser un termómetro para medir y potenciar el cambio social y político en una dirección democratizadora, pero al perder relevancia, también la democracia cede en fuerza y vitalidad. Lo anormal se establece, y las tendencias regresivas

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y antidemocráticas se imponen y prevalecen, llevándose de encuentro a la sociedad civil. Todo lo que es y representa les resulta incómodo y molesto. Anulando la sociedad civil, se acaba con la ciudadanía libre e independiente. Así se ataca la democracia y los procesos sociales y políticos que apuntala y desencadena. Apenas inaugurado el siglo actual, se inicia el ataque sistemático a los procesos democratizadores en el mundo. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 son decisivos para el viraje señalado. Al situar en el centro de la política internacional al terrorismo mundial como el enemigo a combatir, se echa andar la maquinaria de guerra que sustenta una parte importante de la hegemonía estadounidense y del poder global. Es el pretexto indicado, provocado o incidental que reintroduce relaciones sociales bélicas de amigo-enemigo en el contexto mundial y en el interior de la política estadounidense. La guerra hacia el terrorismo en general, y contra Afganistán e Irak en particular, modifica prioridades y esquemas. El ataque contra las garantías individuales, los derechos civiles y políticos es inocultable. El contubernio de Wall Street con el gobierno y el aparato militar y de inteligencia estadounidenses rebasa instancias formales de decisión y destaca la minimización de lo civil (Chossudovsky, 2002: 9-10). Los movimientos antiglobalizadores, que adquirieron pujanza al derrumbarse el comunismo y quedar el capitalismo como único referente internacional, serían asediados permanentemente. Alcanzan su esplendor con las movilizaciones antibélicas, de rechazo a las guerras de George W. Bush, de invasión a Irak, luego padecen el acoso gubernamental y se van debilitando. Los movimientos antiglobalización, con su amalgama diversa y compleja, serían uno de los puntales centrales de algo que se llegó a definir como una “sociedad civil internacional”, un conglomerado global, que se enfrenta a adversarios mundiales y se aglutina en ese mismo nivel. Aquí ya no es el Estado quien define a una “sociedad civil mundial” en ciernes, sino el poder global, y más específicamente el capital global, entidad económica que invade y coloniza otras esferas y ámbitos de la existencia humana. La “sociedad civil mundial”, más una proyección que otra cosa, se define ante algo que no es estatal, sino contra los intereses económicos globales poderosos. Tomemos en cuenta que en los orígenes de la sociedad civil como concepto y como realidad se le confundía con el sistema de necesidades y con la esfera económica. Un autor como Ianni entiende la sociedad civil global como aquello que se

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organiza y actúa por encima y más allá de los Estados nacionales (1998: 27). Lo estatal-nacional determina aun en negativo una parte de lo que sería la sociedad civil global en ciernes. Finalmente, cuando los movimientos antiglobalización quedan desmantelados, se agrietan, debilitan y desvanecen, se acaba uno de los motores de la autonomización de la sociedad mundial ante poderes globales que lo alcanzan todo o quieren ser omnipresentes. El lado blando de las sociedades y los Estados del Occidente capitalista quedan acorralados ante la belicosidad que adquiere el manejo de los conflictos mundiales y nacionales. Las disensiones y diferencias son elevadas a la condición de transgresiones serias y peligrosas que ponen en alerta el Estado de seguridad nacional. Los avances liberalizadores y democratizadores de las últimas décadas se pierden aceleradamente. La sociedad civil es un lujo, una extravagancia democrática, cuando lo que peligra es el “mundo libre” en su conjunto. La regresión antidemocrática, el desprecio y minimización de la sociedad civil anulan libertades y derechos de ciudadanos y comunidades. El Occidente liberal y democrático, aquello que se pudo conquistar y arrebatar al capital, el poder y los Estados, languidece ante el rostro opresivo, coercitivo y represivo de la dominación global. El componente duro no admite dilaciones, ambigüedades o dimensiones intermedias. La sociedad civil lo era, como instancia pacificadora, moderadora y reguladora del conflicto social y político. Al cerrarse y clausurarse los procesos democráticos de Occidente, la sociedad civil tiende a la agonía. El Estado y el mercado, el poder y la economía se encargan de cerrar la pinza para impedir que algo medianamente autónomo, libre e independiente florezca y prospere, se extienda e influya de modo decisivo. Se cortan de raíz sus posibilidades y se aprieta para la agonía y la muerte de la sociedad civil y de la democracia. Solamente se permite aquello necesario para preservar los márgenes estrechos de la legitimidad del poder global; y cada vez parece importarles menos dicho factor de legitimidad. En el ejercicio de un poder crudo y desnudo, ya se detienen muy poco a valorar las formas o medir los golpes y los ataques a la sociedad civil y a los ciudadanos que la sustentan. Lo relacional, directo y físico no admite mediaciones innecesarias y molestas como la tan invocada sociedad civil. El asalto contra la democracia no es exclusivo de la derecha internacional y de la globalización belicista. Si bien los neozapatistas invocan a la sociedad civil, para que medie en el conflicto chiapaneco y

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mexicano, la izquierda regional y mundial toma otros derroteros. El movimiento neozapatista asume a la “sociedad civil mundial” como un espacio de interlocución importante para su expresión armada, política e indígena. Ante la noción de la sociedad civil como algo exportado e importado, el neozapatismo se apoya en una experiencia nacional e indígena (Waterman, 2001: 129-131). Hay una recuperación de las izquierdas democráticas en América Latina, se acompasan en Brasil y México, mantienen viva la alternativa izquierdista ante la caída del socialismo realmente existente. Se acercan al poder por la vía democrática y no lo alcanzan de inmediato. El movimiento antiglobalización se gesta entre 1996 -inspirado en el neozapatismo- y las protestas de Seattle en noviembre de 1999 (Seoane, 2001: 105-107). El triunfo decisivo para el recambio en la relación de fuerzas en el cono sur es la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela. Cuba sobrevive a las condiciones adversas de la posguerra fría y pasa de ser un régimen extraño a ser aceptado social y políticamente como una anomalía necesaria y justificada. Mucho se ha discutido que el fascismo y el nazismo no admiten consideraciones ni contemplaciones, aunque con el estalinismo y sus derivados no faltan los avales y justificaciones con todos sus atropellos y atrocidades. Lo que explica esas concepciones y comportamientos que admiten dictaduras necesarias es algo más que una determinada racionalidad histórica. Es el resultado de la Segunda Guerra Mundial y el escenario geopolítico mundial emanado de la misma. La URSS aparece como triunfadora y sería un mal menor comparado con la ultraderecha nazi fascista. Más agudo aún es el asunto cubano, donde la intromisión y el injerencismo estadounidenses le sirven como pretexto y justificación para el tipo de régimen de excepción establecido e implantado. El modelo soviético, estatista, autoritario y totalitario no admite la más mínima expresión de una sociedad civil.2 En Cuba pasa algo similar. El régimen lo engulle todo y no admite un juego político más libre. La sociedad civil del “socialismo realmente 2 Las limitaciones de la sociedad civil en Rusia son bastante remotas. Se llega a afirmar que es hasta el siglo XVIII cuando se podría hablar de alguna modalidad de sociedad civil a la rusa. Eso es posible con la liberación de los nobles del servicio, que se irían convirtiendo en un estamento civil. El régimen despótico asiático, heredado de la dominación mongola-tártara, fusiona el poder y la propiedad, con lo cual elimina toda posibilidad de interacción del Estado con la sociedad. El zarismo y el régimen comunista extienden esta modalidad con el paso del tiempo (Afanasiev, 2000: 8-10).

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existente” es una entidad paraestatal, paragubernamental, inventada y artificial. Ahí no sucede nada relevante, extraordinario, innovador. Es solamente una caja de resonancia de los intereses de los jefes exclusivos y de la nomenclatura en el poder. El modelo chavista imita y copia aspectos económicos, políticos y sociales del proceso cubano y por ende de la experiencia soviética. No llega tan lejos como ellos en cuanto a la implantación de un régimen totalitario, suprimiendo todas las libertades civiles y derechos políticos, aunque sí ataca la propiedad privada de los medios de producción, la concentración excesiva de la riqueza, la penetración del imperialismo estadounidense, y se enfrenta con los latifundistas, los empresarios, la Iglesia católica y la clase media. Se queda a medias, aunque recurre a métodos autoritarios y militaristas, con ausencias notorias de sujetos sociales autónomos. El resultado sería el restablecimiento y la recuperación de una izquierda autoritaria en el poder que limita y coarta libertades y derechos, resta autonomías, quebranta independencias; y lo más notorio es la supresión de la sociedad civil. De hecho, en Venezuela, quien se apropia y se adjudica el discurso, el territorio y las prácticas de la sociedad civil que se opone y enfrenta al Estado es la oposición antichavista.3 Al ser el chavismo uno de los referentes centrales de la izquierda sudamericana y del “socialismo del siglo XXI”, se tiende a tomarlo como guía, con todos los resultados negativos para la construcción y potenciación de sociedades civiles autónomas. A la izquierda actual, emparentada con el castrismo y el chavismo, no le interesa la construcción de la sociedad civil. Ha gobernado y mandado como un poder revolucionario autoritario desde que tomó el poder y por eso no lo quiere soltar. No sabría ni podría ser oposición, contraste, alternativa. De ahí que la temática, en lo conceptual y en lo real, decaiga también desde la óptica del izquierdismo autoritario. No necesita a la sociedad civil: le perjudica. De igual modo, desde el resurgimiento de la sociedad civil, siempre se ha deslizado la sospecha de que su construcción es igualmente artificial e inducida. En aras del debilitamiento del estatismo autoritario, la sociedad civil sería inventada e incitada, como el territorio natural Y esto es un decir porque en realidad el ascenso al poder del chavismo genera una fractura profunda en la sociedad venezolana. Una parte de la misma ejerce el poder y la otra le resiste y se adjudica el protagonismo de la sociedad civil. Venezuela se quiebra en dos mitades, con una mayoría oscilante (Sánchez García, 2003: 50). 3

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de la libertad, la asociación voluntaria, la opinión y las posturas independientes. Uno de los rubros más importantes en la potenciación de la sociedad civil fueron los derechos humanos. La edificación de la sociedad civil y la lucha por los derechos humanos serían los puntales de las reivindicaciones democráticas en el “socialismo real”. La izquierda identificada con los intereses del estatismo y el totalitarismo les hizo mucho daño a las posibilidades de una alternativa progresista superior. La inexistencia de una sociedad autónoma, de una opinión pública independiente y con espacios democráticos, así como la negación de los derechos humanos, quedaron como limitaciones serias del viejo socialismo. Los nuevos movimientos socialistas no aprendieron de ello y repiten una historia similar. La sociedad civil agonizante expresa los intentos serios por aplastar y acabar con los procesos de cambio democrático. En eso derechas e izquierdas parecen coincidir: la sociedad civil les estorba y molesta. Tanto el Estado como el capital global quieren prescindir de la sociedad civil y de las mediaciones institucionales y simbólicas. Otra dificultad a la que se enfrenta la sociedad civil occidental es la de los poderes fácticos, desbordados e ilícitos, que inhiben la actividad y las prácticas democráticas en aras de sociedades altamente controladas. Al ser un ariete importante de los procesos democratizadores, más allá de lo ideológico y lo político, como el poder social que contrarresta a Estados omnipresentes, la sociedad civil se enfrenta también con los poderes que actúan más allá de los márgenes del Estado, penetrándole constante y estructuralmente. A los empresarios se les identifica de manera natural con la sociedad civil. En las concepciones clásicas de Hegel y Marx, la sociedad civil es la articulación de los intereses privados. La empresa capitalista es uno de los motores centrales de la potenciación de la sociedad ante el Estado. Sin embargo, la sociedad civil tiende a trascender la economía y el mercado, buscando diferenciarse del fundamento privatista que le dio vida. La empresa privada tampoco es homogénea y es cambiante. Hay corporativos multinacionales tanto o más poderosos que los Estados modernos. Así, es inevitable que la proyección y expansión de la sociedad civil se tope con el macropoder económico que hace gala de su fuerza, su facticidad, su incidencia en los poderes formales e institucionales, así como de su interés persistente por conducir y limitar las posibilidades de lo social-popular. La sociedad civil global se determina en primera

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instancia ante la presencia abrumadora del capital trasnacional. Si así se manifiesta en lo mundial, no hay forma de evitar su expresión en lo nacional o regional. La sociedad civil se enfila a la diferenciación con otra clase de poderes opresivos y sobredimensionados que anulan las posibilidades de la vida democrática. La sociedad civil se opone habitualmente a las instancias ligadas al aparato coercitivo, en particular a la policía y al ejército. Es un espacio de lucha, resistencia pacífica y de promoción de valores cívicos. Una de las luchas más importantes libradas por grupos de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales que la integran ha sido la defensa de los derechos humanos. Los derechos humanos operan como “triunfos” o “ases” ante el poder (De Lora, 2006: 175-177). Ante la desaparición forzada, el secuestro, la tortura y el acoso a líderes y activistas políticos y sociales, la sociedad civil levanta la voz, le da poder a los sometidos y vejados por los órganos represivos del Estado. En las instituciones policiales y militares, el uso de la fuerza y la violencia es normal y habitual. Los atropellos y abusos, los excesos y las arbitrariedades están a la orden del día. Se les justifica como daños colaterales, como gajes del oficio, y no falta quien considera que las fuerzas del orden deben hacerse temer y obedecer, usando la coacción al por mayor, aunque se excedan en su ejercicio. Ante eso, la sociedad civil contiene y limita, desarma y desarticula los abusos del aparato coercitivo de los Estados modernos, desnuda su prepotencia y brutalidad. Frente al uso de la fuerza, la sociedad civil proclama la defensa de la razón, los argumentos y los derechos humanos. Nada hay más claro para estar en la línea de la defensa de los valores democráticos sustanciales. Iguales o peores aún son las circunstancias con los poderes ilícitos, de la delincuencia organizada, el hampa y el narcotráfico.4 La trama de confluencias con el poder económico, político, policial y militar es algo estructural. Un Estado, un régimen político narcotizado, requiere una sociedad cómplice, que le respalde, le consienta y le tolere toda clase de violaciones y transgresiones a la legalidad y la constitucionalidad. La sociedad narca es lo más opuesto a cualquier intento de construir y edificar una sociedad civil. Aquí la noción básica de lo civilizado adquiere Nacida en Sicilia y trasplantada a los Estados Unidos, la mafia sostiene la unidad elemental de la organización sobre la base de la familia. Eso no impide que, a pesar de las ideologías familistas que promueve, se repitan los hechos de sangre entre las familias en los conflictos intermafiosos (Lupo, 2009: 48-50). 4

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una gran importancia. No puede existir sociedad civil, y mucho menos la expansión de un proyecto democrático, cuando las complicidades y corruptelas son tales que imposibilitan la convivencia civilizada. Se pide el silencio y la colusión cuando la sociedad civil promueve las libertades individuales. Se exalta la transgresión y el imperio de la violencia y de los más fuertes cuando la sociedad civil exalta las virtudes cívicas, la verdad y la justicia, la defensa de las víctimas y los desprotegidos, el respeto a las minorías y la disidencia. Una de las formas más inquietantes de acabar con la democracia y anular el potencial de la sociedad civil se da con la expansión del crimen organizado, coludido con las partes más oscuras de los Estados modernos y la descomposición de lo social. El proceso democrático queda anulado, suspendido y soterrado. El imperio de las mafias y el crimen organizado destruye a la sociedad civil; y envilece y degrada las relaciones humanas a puntos por debajo de los mínimos civilizatorios. Ni siquiera se puede considerar civilizado a un mundo que sobrevive a partir de contravalores y de códigos ocultos y mafiosos. Una sociedad intervenida y colonizada por poderes desbordados en los ámbitos económico, militar o delincuencial es lo más alejado que se puede concebir de la sociedad civil democrática.

Revitalizar la sociedad civil Uno de los puntos centrales en la configuración de la sociedad civil es la línea divisoria que establece con el Estado. Es posible encontrar comunidades sin Estado, sociedades sin coacción externa. En las investigaciones de la antropología política, las sociedades primitivas no cuentan con Estado. Hay jefes, sin violencia, autoridad ni coerción política sobre los demás (Clastres, 2010: 170-171). El desprendimiento de un cuerpo político por encima de la sociedad acabaría suprimiéndola durante largo tiempo. La sociedad civil, por otro lado, no engloba a toda la sociedad y menos a toda comunidad humana no estatal o gubernamental. Lo conocido genéricamente como lo social llega a confundirse con la idea y la realidad de la sociedad civil, pero eso no es tan simple. La sociedad cortesana, por ejemplo, está atada a la realeza, la monarquía y a la aristocracia. No es aplicable en absoluto la identificación con la sociedad civil. Les han llamado sociedades estatales (Elias, 2012: 22-24).

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La comunidad, más antigua y tradicional aún, tampoco se equipara con la sociedad civil. En una sociedad periférica donde sobrevive la comunidad campesina o indígena, no hay identificación con la sociedad civil. Más recientemente, hay comunidades en resistencia que se dejan cobijar por el manto abarcador de la sociedad civil. Serían una parte de la misma, no pueden confundirse por completo con ella. Esta sociedad más bien se erige como la esfera de los privados que adquieren independencia ante el Estado, en lo económico y en lo político. Con el tiempo, toma una dirección consensual, democrática, voluntaria; y como quiera, jamás podemos encontrarla en un estado de pureza. La sociedad civil se erige y edifica ante relaciones sociales y políticas de orden despótico, clientelar y corporativo; debe pugnar y lidiar con otras relaciones sociales y de poder. Es un tipo de sociedad, por lo que no engloba a todo lo social y lo no estatal. Es un proyecto de lo social, con una dimensión claramente democratizadora. Se trata de una aspiración y una posibilidad de que los seres humanos se asocien, se organicen y convivan más allá de la violencia, la coerción, la opresión y la dominación. Su evolución estaría ligada a la existencia de las libertades civiles. La sociedad civil está desprovista de un contenido ideológico único, aunque se le utiliza políticamente. En su interior se reflejan relaciones de fuerza, disputas ideológicas y políticas ineludibles. En algún momento, se le quiso reducir a la condición de instrumento para dosificar el conflicto social, restar antagonismo a la disputa de clases y alejar la perspectiva de la revolución y el cambio radical. En lugar de eso, se le aprovechó para cobijar la emergencia de nuevas identidades y subjetividades, más reformistas y puntuales en sus demandas y reivindicaciones, alejadas del maximalismo revolucionario y las soluciones finales. Tal diagnóstico se fortaleció porque la sociedad civil de las naciones de la Europa del Este y del totalitarismo comunista fueron el espacio de confluencia opositora al estatismo autoritario. Se le quiso atribuir un trasfondo ideológico al servicio del capital global, para desactivar las salidas revolucionarias y dar lugar a otros tratamientos más específicos y minimalistas de la problemática social y política en la vida contemporánea. No obstante, es más bien un territorio pluralista y un campo en disputa, por más que se lo intenten adjudicar las corrientes y facciones en pugna. Las organizaciones no gubernamentales (ONG), como elementos de identidad, formas de organización e instrumentos de lucha particu-

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lar, quedaron establecidas como el tipo de agrupación central en la instauración de la sociedad civil. En algunas interpretaciones, se les considera como instituciones de un segundo nivel, que ayudan a fortalecer el carácter democrático de las instituciones constitucionales (Chalmers, 2001: 62-63); y aparece el interrogante de quién o qué está por detrás de ellas. El financiamiento de naciones metropolitanas a las ONG siempre sería motivo de sospecha y controversia. Las conexiones para el soporte estructural y material de las instancias de lo social, siempre moverán a suspicacias. Los bancos multilaterales de desarrollo, como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial, permiten la entrada de la temática de la sociedad civil a su discurso y la incorporan al diseño de sus estrategias y políticas (Rabotnikof, 2001: 107). Es claro que todo movimiento social, organización independiente y ONG requiere apoyo y soporte material. La incógnita es si logran trascender dicho apoyo material; si sus objetivos, prácticas y métodos superan las condicionantes materiales. Las ONG le dan una dimensión al conflicto social y son a su vez el soporte orgánico de la sociedad civil. Le quitan radicalidad al conflicto social y tienden a ser más incluyentes, indefinidas y ambiguas en la demarcación del enemigo que combaten, buscando más la solución o el paliativo de los problemas, que su extensión y generalización. En otros casos, estas organizaciones dan origen y visibilidad a nuevas temáticas y tratamientos de los males y dificultades de las sociedades democráticas modernas. La lucha por los derechos humanos es uno de los aspectos más abordados por las ONG emergentes de su tiempo. En las luchas de las feministas, los ecologistas, las minorías sexuales, se aprecia una reivindicación más puntual en lo que se pide y se reclama. La unicidad de la clase, a la que apelaría en su momento el pensamiento radical y revolucionario, queda superada por una confluencia de tipo arcoíris, por la diversidad y vastedad de los asuntos y temáticas abordados. Tanto a la sociedad civil como a las ONG se les acusa de desestructurar y desmovilizar la unidad clasista de los movimientos sociales. La sociedad civil es más abarcadora que un movimiento social, adquiere más permanencia y continuidad, emerge como un proyecto y una posibilidad. Los movimientos sociales, en cambio, se articulan en torno a un enemigo o un conjunto de reivindicaciones y demandas, que al ser atendidas y resueltas, conducen al debilitamiento y la desaparición de la movilización colectiva. La sociedad civil es más vigilante y expectante,

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móvil y diversa, actúa en varias direcciones y está más allá de un solo referente ideológico o político. Está muy lejos de ser un partido político y jamás aspira a tomar el poder. Queda como la línea de resistencia y contraste permanente de una sociedad democrática demandante, ante los abusos, opresiones y despotismos del Estado. De ahí que en las naciones estatistas de izquierda, el punto de aglutinación sería la crítica y el deslinde con el comunismo en el poder. En las sociedades occidentales, se da un giro en sentido inverso, ya que la sociedad civil es ocupada por los viejos y nuevos movimientos sociales, por un abanico de identidades y subjetividades cargadas a la crítica y el desmantelamiento del Estado autoritario occidental y capitalista. No quieren la toma del poder, pero sí lo confrontan, lo desnudan, lo regulan y limitan. La sociedad civil luce como una posibilidad de construir una sociedad democrática, cambiando la naturaleza del poder, dándole otro sentido y dirección desde lo no estatal, lo no gubernamental. Queda finalmente la cuestión de la asociación y participación voluntaria. En la medida que se contrapone a lo coercitivo, la sociedad civil se inspira en la libertad política, en la asociación voluntaria de sus integrantes. Es un tercer sector, ante el Estado y el mercado, que ejerce una función mediadora entre la individualidad y la colectividad abstracta (Barber, 2000: 11-12). En oposición al despotismo y el autoritarismo, el corporativismo y el clientelismo, la sociedad civil descansa en la libre asociación y organización de los ciudadanos. Se inscribe en la misma línea de las agrupaciones alimentadas por la solidaridad mutua, alejadas del interés material y económico, de la búsqueda del poder político y de la utilización descarnada de sus integrantes. Las ONG reciben financiamiento para su existencia y necesitan allegarse de recursos para su funcionamiento regular. Se presupone que están alejadas de los objetivos comerciales y de lucro, más allá del campo de lo económico, y deben aprender a lidiar con el hecho de no ser un modus vivendi que deforme y desnaturalice el propósito central del asociacionismo voluntario. Constituyen un intento por prefigurar otro tipo de sociedad y de comunidad organizada, en un contexto adverso donde los intereses económicos y materiales tienden a prevalecer y apoderarse de todo. El asociacionismo voluntario llega a ser mal utilizado cuando sirve para que el Estado moderno se desentienda de sus obligaciones y responsabilidades sociales. El voluntariado promovido por los órganos del

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poder mundial, por los centros del poder económico y financiero, se torna perjudicial al servir de pretexto y excusa para desmantelar áreas socializadas y desmercantilizadas, retirando apoyos y subsidios de los Estados. Las ONG y los espacios de la sociedad civil se deben enfrentar a situaciones contradictorias y controvertidas: necesitan apoyos económicos y de recursos materiales para existir y funcionar; y a su vez, están obligados a no caer en alguna modalidad de organización o de asociación con fines de lucro. La promoción del voluntariado y del activismo generoso es y será siempre un gesto valioso en las sociedades democráticas. La sociedad civil se presenta así como una instancia ética y civilizatoria, que se eleva por encima de otras dimensiones e instituciones de lo social. El punto débil es que estas áreas generosas de la vida social y política sean explotadas y utilizadas como herramientas compensatorias para sostener la brutalidad del resto del mundo. La sociedad civil tiene objetivos y alcances mayores para incidir en el mejoramiento del mundo, que los de ser una extensión de las políticas filantrópicas de un mundo que se torna inhumano y decadente. Es una línea de resistencia y construcción, de edificación y elevación de un proyecto democrático y civilizatorio más avanzado.

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