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No existe libertad que no conozca, ni humillación o miedo a los que no me haya doblegado. Por eso sé de amor, por eso no medito el cuerpo que te doy, por eso cuido tanto las cosas que te digo. De Completamente viernes Luis García Montero
Por eso sé de amor
Resumen
Leganés a Luis García Montero
Por eso sé de amor
Leganés a Luis García Montero
• 1958 Nace el 4 de diciembre en Granada. • 1 962 Estudia en el Colegio de los Padres Escolapios de Granada (hasta 1976). • 1 976 Asiste al homenaje a Federico García Lorca en Fuente Vaqueros y conoce a Blas de Otero. • 1 979 Premio de Poesía “Federico García Lorca”, de la Universidad de Granada, por su primer libro. • 1 980 Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn. • 1 981 Profesor asociado de Literatura Española en la Universidad de Granada. • 1 982 Tristia. Premio Adonais de Poesía por El jardín extranjero. (1983) • 1983 Rimado de ciudad. • 1984 Égloga de los dos rascacielos. • 1985 En pie de paz. • 1 986 Doctor en Filosofía y Letras (Universidad de Granada). Luis Antonio de Villena lo incluye en su antología Postnovísimos. • 1 987 Profesor Titular de Literatura Española de la Universidad de Granada. Diario cómplice. • 1988 Viaja a Nueva York. Publica Anuncios por palabra. • 1991 Las flores del frío. • 1 993 Con Antonio Muñoz Molina publica el librito ¿Por qué no es útil la literatura?. • 1 995 Premio Nacional de Poesía por Habitaciones separadas. • 1997 Se publica la antología Casi cien poemas. • 1998 Completamente viernes. • 1 999 Lecciones de poesía para niños inquietos, con ilustraciones del pintor Juan Vida. • 2 000 Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Granada. • 2 003 La intimidad de la serpiente. (Premio Nacional de la Crítica 2004). • 2006 Publica el volumen Poesía (1980-2005). • 2 008 Publica Vista cansada (Premio de la Crítica de Andalucía). •2009 Publica la novela Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara).
Por eso sé de amor
Por eso sé de amor Leganés a Luis García Montero
Edita: AYUNTAMIENTO DE LEGANÉS LEGACOM COMUNICACION S.A.U Dirección Editorial: Manuel Hidalgo González Imagen de portada: Pilar Pequeño Diseño y maquetación: LEGACOM COMUNICACION S.A.U. Olga Morillo Castilla Coordinación Técnica: Concejalía de Educación Equipo técnico de Apoyo a la Escuela Este libro ha sido posible gracias la colaboración de: • Los Institutos de Educación Secundaria de Leganés: Butarque, E. Tierno Galván, Gabriel Garcia Márquez, Isaac Albéniz, José de Churriguera, Juan De Mairena, Julio Verne, Luis Vives, María Zambrano, Pablo Neruda, Salvador Dalí y San Nicasio. • Amador Toril • Andrés Neuman • Benjamín Prado • Carlos Marzal • Felipe Benítez Reyes • Isabel Muñoz • Javier Rioyo • Jesús García Sánchez • Joaquín Sabina • José María Díaz Maroto • Juan Carlos Abril • Juan Manuel Castro Prieto • Juan Manuel Díaz Burgos • Laura Scarano • Miguel Ríos • Pilar Pequeño • Rafa Martín • Vicente López Tofiño Imprime: GrÁFICAS URGEL, S.L. Depósito legal: Queda prohibida, salvo excepción prevista por la ley, la reproducción (electrónica, química, mecánica, óptica de grabación o de fotocopia), distribución, comunicación pública y transformación de cualquier parte de esta publicación –incluido el diseño de cubierta, sin la previa autorización escrita de los titulares de la propiedad intelectual y de la editorial.
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ÍNDICE Presentación de Rafael Gómez Montoya Pilar Pequeño Joaquín Sabina IES Juan de Mairena Carlos Marzal IES Gabriel Garcia Márquez Isabel Muñoz Andrés Neuman IES Isaac Albéniz Javier Rioyo Rafa Martín IES E. Tierno Galván Felipe Benítez Reyes IES Butarque IES José de Churriguera Jesús García Sánchez José María Díaz Maroto Laura Scarano IES Julio Verne Benjamín Prado Juan Manuel Díaz Burgos IES María Zambrano Miguel Ríos Amador Toril IES Pablo Neruda IES Salvador Dalí IES San Nicasio IES Luis Vives Vicente López Tofiño Juan Carlos Abril Juan Manuel Castro Prieto
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Estimada ciudadanía, Por eso sé de amor es el título del nuevo libro editado por el Ayuntamiento de Leganés dentro del proyecto que acerca al alumnado de los institutos públicos a la obra de grandes poetas de nuestro país. En este caso se trata nada menos que del granadino Luis García Montero, un autor cuya relevante obra tiene la capacidad de transmitir emociones muy cercanas tanto para el público adulto como para los más jóvenes. Destacables son también en esta ocasión las numerosas y prestigiosas colaboraciones con las que hemos tenido el honor de contar en esta edición. Entre otras, los textos de Joaquín Sabina, Benjamín Prado o Andrés Neuman así como las imágenes de Amador Toril, Juan Manuel Díaz Burgos, Rafa Martín o Isabel Muñoz. Fundamental es la labor realizada por los institutos públicos que han participado en el proyecto: Butarque, José de Churriguera, María Zambrano, Enrique Tierno Galván, Juan de Mairena, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Julio Verne, Salvador Dalí, Isaac Albéniz, Luis Vives y San Nicasio que, con sus poemas, fotografías e ilustraciones otorgan el verdadero sentido a este volumen. A través de variadas composiciones, los chicos y chicas reinterpretan la poesía de García Montero complementándola con sus propias impresiones y vivencias. Éste es precisamente uno de los valores fundamentales de la literatura, la capacidad de comunicación, y así lo han venido demostrando desde los institutos de nuestra ciudad los estudiantes que ya han homenajeado con su trabajo a los poetas Blas de Otero, Ángel González, José Hierro y Julia Uceda.
Rafael Gómez Montoya Alcalde de Leganés
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Juan Carlos Abril Lucía Aguado Estefanía Arjona Jose Manuel Bardera Felipe Benítez Reyes Nereida Calle Juan Manuel Castro Laura de la Cruz Aída del Pino Juan Manuel Díaz Burgos José María Díaz Maroto David Estévez Irene Fernández Jorge Flores Irene Gaitán Esther García Circe García Jesús García Sánchez Lara Gayo Sara Gento Daniel Gutiérrez Ángel Hernández Adrián Humanes Laura Jiménez Martín López Vicente López Tofiño
Leyre Maroto Rafa Martín Esther Martínez Lorena Martínez Carlos Marzal Vadim Melenciuc Carlos Eduardo Meneses Laura Moreno Isabel Muñoz Andrés Neuman Marina Palma Daniel Pedraza Pilar Pequeño Benjamín Prado Miguel Ríos Javier Rioyo Miriam Romero Joaquín Sabina Víctor Sánchez Lorenzo Sánchez Aída Sánchez Laura Scarano Amador Toril
Pilar Pequeño Titulo: Umbela, 2009 Serie: Plantas Técnica: Gliclée. Pigmentos minerales sobre papel de algodón.
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A través de sus versos Joaquín Sabina Debía ser el 78 ó el 79, tal vez antes, tal vez después, cuando me tropecé con Luis en Granada. Era entonces un post-adolescente letraherido, rubito y dotadísimo, que ya asustaba por su más que solvente precocidad literaria. Como decía su compadre Javier Egea, Quisquete para los amigos, no paraba de escribir luminosos poemas sobre tiempos y asuntos, por su juventud, imposibles de haber vivido en primera persona. Para mí, para tantos, conocerlo fue un deslumbramiento. Han llovido treinta años desde entonces y no ha dejado ni un solo día, quiero decir ni una sola noche, de deslumbrarme como poeta ya hecho, y derecho (iba a decir), aunque es izquierdo y bien izquierdo, y bien unido, perdonen la tristeza, porque nos unen Granada, Rota, Madrid, Almudena, Arcángel González, Pepe Caballero, Chus Visor, Eduardo Mendicutti, Benjamín Prado, Miguel Ríos, Alfredo Bryce, Javier Rioyo, la poesía, la canción, el compromiso, los huevos estrellados que hace como los ángeles (pruébenlos), la vieja Facultad de Letras de Puentezuelas, el paquete de ducados de su novia, Juan Vida, Jaime Gil, Colliure, Rafael Alberti, tantos amigos, tantos muertos tan vivos en su obra y en su ejemplo, tantos amaneceres con resaca. Un amigo de muchos condenado a estar solo. Así se define en su último libro, Vista cansada, definiéndonos a todos. Qué alegría celebrar, con la que está cayendo, el cumpleaños de la editorial Visor, gracias a esta nueva y exquisita colección, Palabra de honor, de la mejor manera posible, con la última entrega de Juan Gelman y esta hermosura de Vista cansada. Lo he comprado tres veces. Las dos primeras, apenas saboreado, sentí la urgencia de regalarlo, porque a uno le gusta hacer patria poética y porque Luis, como Manrique, como Bécquer, como Rubén, como Machado, como Jaime Gil de Biedma, como Ángel González, como todos los grandísimos poetas, no sólo es un maestro de poetas, que también, sino que, además y sobre todo, parece capaz de contarnos, y de qué manera, lo que habíamos olvidado que sabíamos de nosotros mismos. Luis sirve para hacer afición, para volver a la plaza porque torea José Tomás, para acercarse a las librerías porque ha salido un nuevo libro suyo. He comprado un tercer ejemplar, y éste pienso quedármelo. Leer el libro es sentir deslumbramiento, recogimiento, reconocimiento y sí, qué pasa, emoción hasta las lágrimas. No hay rimas, ya lo sé, (con lo que me gustan) y, sin embargo, que medida tan medida, qué ritmo, qué son, qué compás, que música interna. Ni mijita de falta que le hacen los indocumentados como yo que pretendan añadirle melodía a sus poemas, porque la llevan dentro como el hueso la médula, como el huevo la yema. No en vano es de los pocos poetas cantables y recitables y comprensibles y memorables, sin renunciar por eso nunca a las más
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alta exigencia formal y lírica. Es también un libro, permítanme decirlo, lleno de un amor casi tan franciscano por las cosas de todos que incluye en su inventario hasta el desamor, hasta los goles de su equipo, hasta los escolapios, hasta la democracia. Amor por los calendarios, por los andenes, por los padres, por los hijos (sobre todo si son de vecino), por las ciudades, por los amigos, por las derrotas, por la angustia, por la esperanza, por Almudena, por Almudena, por Almudena. Y todo contado, quiero decir cantado, con el primor y el mimo de esa voz tan suya y tan limpia que le sube las persianas a la memoria y disfruta colocando en el altar mayor de la poesía unos viejos calcetines o unas gafas con los cristales rotos o el asiento roído de un taxi. ¿Vista cansada? Ojo de lince diría yo. Pupila solidaria y encendida. Voz que llama a las cosas por su nombre más nuestro. Este libro es el mejor de García Montero, como todos los anteriores, porque su verso crece y crece sin oxidarse nunca. Qué orgullosos estamos de abrazarlo y de leerlo los que nos quedamos tan cortos esperando tantísimo de él. Lo ha clavado el lápiz sin botox de Juan Vida, en el retrato que se publica en el libro, con su cara de sabio adolescente renacentista y esa mirada entre certera y compasiva que se queda agarrada al corazón. Bendito sea porque si, como él dice, los años hablan mucho y mienten más que hablan, y si (como dice también, en defensa de Rafael Alberti) los que han amado mucho no desmienten su amor con una mala boda, es urgente volver a pasear por nuestra infancia a través de su infancia, por nuestros primeros versos a través de sus versos, por nuestro primer amor a través de sus amores, por los desengaños, por las maldiciones, por las esquinas y las lluvias y las noches imposibles que tuvo mi Granada, su Granada. Cómo no voy a quererlo si me sacó de una nube negrísima con el viejo paraguas cómplice de la amistad y la poesía. Los bares son la patria del que ha sido muy joven, dicen también en otro verso que debiera ser mío. Le ha tocado arrastrar a Luis, además, de hotel en hotel, de estación en estación, de antología en antología, la pesada maleta de ser cabeza y referente poético y generacional, eso que llaman crear escuela. Me refiero a la nueva sentimentalidad, la poesía de la experiencia y ese catálogo de etiquetas que entusiasman o enfurecen a los críticos y avinagran la vida a los postergados en el escalafón. Y lleva ese equipaje, doy fe, con una elegancia muy suya, nunca desprovista de una imprescindible, piadosa y saludable dosis de sorna. Él se lo ha buscado y al que no le guste que se joda. Como anda ya por los cuarenta y diez, y ahora, como dicen que decía Francisco Ayala con razón, casi todo el mundo vive ciento quince o ciento veinte años, emociona pensar a la vera de mis cuarenta y diecidemasiados lo que podemos esperar en el futuro de esa pluma, con perdón, lo que le queda por decirnos todavía. Que ustedes y yo lo veamos.
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Canción umbría Como marchita rosa. Como una película antigua, blanco y negro son los colores, es así nuestro amor, la llama de pasiones extinguida. El revelado sentir de un dormido, porque nada ya siente, porque está yaciendo vacío, y la tarde de gris sobrecargada al lado del miedo descansa hendida. Frágil la eternidad que no entiende su revuelto latir. Extraña la visión. Nuestro amor es así, nunca existido.
Inspirado en Canción Umbría. Luis García Montero
Carlos Eduardo Meneses Marín 4º B ESO. IES JUAN DE MAIRENA
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Inspirada en el poema Y sobre la ciudad. Luis García Montero Levántate, gobierna tus caderas, comienza el día [] Despierta: Haz ese gesto Aída del Pino Piñán 2º Bto. IES JUAN DE MAIRENA
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El animal dormido A Luis García Montero Carlos Marzal Has llegado en la noche, como otras tantas noches, hasta la casa apuntalada en sombras. La puerta ha clausurado el alba amenazante, y, tú mismo una sombra, te desvistes por el pasillo a tientas, con las voces aún y el sabor de esa noche hurgando en la memoria. La habitación todavía es más ciega, y la invade, corpórea, la familiar tibieza de una niebla invisible. Has tumbado tu noche, tu cansancio y tu cuerpo, junto al cansado cuerpo de su noche. Quién sabe qué fantasmas la estarán visitando, con quién departirá en la hora puntual de los demonios, por qué tierras salvajes de los sueños andará extraviada y sin echarte en falta. Toda la suma de casualidades, de planes no cumplidos, de rutas postergadas, de incertezas, y que llevan por fin hasta esta noche, resulta un laberinto incomprensible. Mientras rumias un violento deseo, ella duerme a tu lado, flota sobre las aguas del lago de la noche, ajena a tus preguntas sin respuesta, y su respiración, en esas aguas,
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es el fiel testimonio de que hay vida, de que aún no te has ahogado. Qué está ella haciendo aquí, qué estoy haciendo. El lago no responde desde sus aguas frías. No creo que mañana obtenga la respuesta. Mientras tanto, ya me he acercado al animal dormido, su orilla me ha abrazado, y sin más tiempo para pedir ayuda nos hemos ido al fondo de la noche.
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El viernes fue en la catedral un día encendido, como si de hojas en pleno otoño se tratase. Supermercados abarrotados como gotas de agua en el mar, y ligeros colores que daban sentido a las flores. Tarde solitaria, en la que tu presencia se extraña, hasta que vuelva otra tarde completamente viernes.
Inspirado en Completamente viernes. Luis García Montero
Aída Sánchez Zorrilla 3ºC ESO. IES GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
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Los enamorados “Ya no tienen edad para estas cosas” Luis García Montero Era una noche fría y oscura. Las calles estaban vacías. Los padres disfrutaban viendo películas con sus hijos. Una luz brillaba: era el cine. Había gente, había mucha gente viendo una película de amor –la verdad, la película no se merecía ni una estrella– La gente parecía intrigada, pero había dos abuelos que no. Estaban envueltos en un beso profundo, duradero y placentero. La gente no hacía más que criticar: decían que eran muy mayores para eso. Pero ellos no hacían caso. Y al final comprendí, comprendí que la gente, sea como sea, tenga la edad que tenga, puede querer igual.
Inspirado en Miércoles. Día del espectador. Luis García Montero
Ángel Hernández Rodríguez 1º ESO IES GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
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Isabel Muñoz El tulipán Serie: Ballet. Víctor Ullate
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(Necesidad del canto) Andrés Neuman Izet Sarajlić, poeta Perdiste a tus hermanos, tuviste que hermanarte. En la noche incendiada en Sarajevo los enterraste a solas esquivando la puntería alerta del francotirador. Resistías sin fuego ni cuchillos, pedías una calle, alguna esquina para amantes y para fugitivos donde nunca ocurriese una catástrofe. Una calle con vista al Mrkovići, la montaña de la que te venían lo mismo golondrinas que granadas. Pero a mayor altura –sin heroísmo, por supervivencia– volaban tus palabras con sus dones. Leyéndolas me acuerdo de Adorno y su afilada zancadilla: ¿cómo escribir después del exterminio? Los muertos por desgracia ya no leen. Y en cuanto a los que viven, entender la poesía como un lujo nos condena a vivir más desalmados y al arte a cantar culpa. La palabra no es un gesto apacible de verano. Igual que una semilla atravesando el hielo el dolor nos empuja a preguntar. Bajo las explosiones y la sangre tú esperabas la hora de escribir poemas amorosos de posguerra.
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Eso también se llama compromiso: levantar el verbo de las ruinas y sembrar de esperanza el camposanto. Tu traductor recuerda que vio una enredadera en Sarajevo henchida de verdor, iluminada, dispuesta a no rendirse. La imagino trepando hacia la música como el tacto creciente de una mano que prospera en la espalda de una mujer al sol. De acuerdo, no muy tarde avanzará la noche hasta cubrirla, es cierto que el silencio enfría el verde. Pero mientras la suerte lo consienta regresará la luz a la garganta: un poeta, dijiste, es quien consigue pese a todo empezar de cero siempre. Frente al nuevo renglón de la mañana, de su horizonte franco, Izet Sarajlić, prometemos dejar la casa abierta y seguir con el canto.
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Sometidos (a debate) “Su abrazo había sido una batalla, el climax, una victoria (...) Era un acto político”. George Orwell
Te reclamo ese tiempo que nunca llega. Un ajuste de cuentas con la felicidad de ese tren con retraso. Repitamos lo de ayer – me falla la memoria –. Alarga la mano hacia el futuro, ponme al día. Devanando un presente sin continuidad. Vamos a vivir el más incoherente de los sueños. Nuestro acto es revolucionario, ya conoces el tratado. Aquí, no hay leyes que dictar. Perdernos y ser libres. Enzarcémonos en un conflicto fronterizo de política exterior. Encarnémonos en una reforma comunista, yo desmantelo tu cuerpo y tú el mío. Encamémonos permanentemente en régimen (de visitas nocturnas). Miénteme incesante, terrateniente. Llenarnos de vaciedad. Yo ... delatándome en cada palabra. Tú ... aparcando tu egoísmo de juventud. Un conflicto de miradas en doble dirección.
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Recorriendo la diversidad de mi cuerpo; llevando disciplinado, entre los dedos, un compromiso de guerra; firmando este contrato de esperanza a largo plazo. Ya no va más. Avanzas con convicción. Me confundo apenas un instante entre tu entrecortado aliento y el latir de nuestro sentenciado amor. Nos encontramos en cuarto creciente ... Es tarde Tal vez debiera preguntarte si pensaste en algo más (o quizá menos). En nuestras cabezas compartiendo almohada. Lentamente, casi sin abrir los ojos; levitando, tiempo de transición. Tú, empírico sabio que sabes de estas cosas, me respondes tiritando, amante de ojos cansados, midiendo tus palabras, mientras me tiendes la mano. “Sin embargo tengo miedo de besarte” No es errónea la consigna. Nos perdió el instinto. Nuestros labios no son más que extraños ... Ya era mañana. Entonces, el deseo huyó con la luz del alba en un trueque. Un canje con el amor que entonces entraba como un ladrón por aquella ventana.
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Yo, con aires de idealista. Adelante, arrebátame la poesía de los labios Adelante, hasta que escaseen mis rimas. Esta vez voy a contemplarte sin oposición. Dicho y hecho, el amante cumplió. De poco, de boca en boca, no brotaba ni una sola. De pronto, y sin derecho a réplica, cede el último verso extasiado de tu labia.
Sara Gento Ribas 4ºB ESO. IES ISAAC ALBÉNIZ
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Inspirado en Canción Niebla. Luis García Montero
Leyre Maroto Sánchez 4ºA ESO. IES ISAAC ALBÉNIZ
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Cruzando el puente de brooklyn Javier Rioyo Cuando fui adolescente soñaba con cruzar el Puente de Brooklyn. Pasaron muchos años hasta que la realidad dejó de ser un deseo. Cada vez que lo he cruzado vuelvo a ser joven. Nunca seré dueño del puente, de ningún puente, de ningún Brooklyn. No me importa: soy el dueño de mis recuerdos. Memorias de noches con el Puente de Brooklyn. Algunos días, algunas noches he cruzado el Puente en compañía de un amigo que se llama Luis. El también fue uno de los adolescentes que soñaba con ese puente. Creció, siguió siendo poeta, conoció el puente, lo ha cruzado muchas veces pero él tampoco, nunca, será el dueño del Puente de Brooklyn. Una pena. Si Luis fuera el dueño todos los días cruzaríamos el puente. En las mañanas nos pondríamos música de Chopin para leer mejor a Raymond Chandler. Al caer la noche, dejaríamos atrás las calles de Brooklyn, volveríamos a ese garito al otro lado del puente, el Village Vanguard, dónde nunca escuchamos a John Coltrane, pero en esa cueva de jazz y whiskys, una noche que Brad Meldau tocaba el piano hasta que dejó de preocuparnos tener la certeza de que nunca seríamos los dueños del Puente de Brooklyn. Pero digo, es un decir, si Luis fuera el dueño del Puente de Brooklyn, los bares de jazz estarían abiertos todas las noches que nos incitarían a perseguir caricias y besos que nos ayudaran a cruzar lentamente los puentes de nuestra vida. Muchas noches, como si hubiera bajado un ángel, cruzaríamos desde un puente del Darro al puente sobre el Hudson. Otras veces seríamos jóvenes cruzando un puente sobre el Jarama. Y en nuestros ríos, bajo nuestros puentes, no hubieran perdido la guerra todos aquellos chicos, aquellas muchachas, que tan jóvenes y soñadores cruzaron el Puente de Brooklyn que llegaron desde sus barrios, desde sus lenguas y con su pasión armada para aprender a morir al lado del Puente de los Franceses en unas noches en que la mentira quiso ganar a la verdad. Si Luis fuera el dueño nunca hubieran muerto al lado del río, ni entre los árboles. Y volveríamos a cruzar el puente cada noche que quisiéramos. Y nos besaríamos con las amadas tomando copas en unos bares que nosotros sabemos. Si Luis fuera el dueño, Nueva York sería Madrid, y Madrid, Granada, y Granada, Rota, y Rota, Cádiz. Y Cádiz, Oviedo. Y Leganés también sería Nueva York. Todas nuestras capitales serían capitales de la gloria y hasta los pueblos más pequeños tendrían su puente de Brooklyn. Celebrando que el Puente es de nuestro amigo Luis, compraríamos muchos libros sin pagar. Los libreros de viejo serían generosos, ricos y estarían deseando que nos lleváramos de sus estantes esas primeras ediciones llenas de dedicatorias, de dibujos y de señales de otras vidas, otros lectores. Tendríamos tantos libros como Joaquín, Chus y Luis juntos y revueltos. En nuestra residencia en la tierra habría mucho tiempo libre para leer todos los libros que amamos.Nunca nos ocurriría lo que al amigo Emilio Pacheco cuando se le ocurrió que moriría sin haber leído ese libro
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que había comprado hace quince años, que nunca leer aunque entre sus páginas le estaban esperando el secreto y la clave. Nosotros leeríamos los secretos y las claves en las tardes de otoño sobre el Puente de Brooklyn y, cómo es de nuestro amigo Luis, pondríamos unos bancos para ver pasar a los que corren y a los que cruzan despacio, a las hermosas y a los que se peinan con guedejas, a los que se llaman Lou Reed y los que quieren ser Paul Auster. Algunas noches se nos haría muy tarde escuchando las canciones al oído que nos canta Billie Holyday. En los domingos por la mañana, después de no haber salido de ninguna misa, nos comeríamos una carne roja en lo de Peter Lugger. Antes habríamos bebido un dry martini con aceituna gorda y les habríamos enseñado a cocinar croquetas, y huevos con morcilla. En nuestra mesa redonda, esa de al lado del puente, siempre se abren botellas de vino que han llegado de uvas que se criaron cerca de los puentes del Duero. Siempre estaríamos delgados, como Luis cuando comenzaba el juego de escribir versos. Como nuestro amigo Luis cuando se ponía sombrero para saludar a las hermosas que pasan las noches de verano por nuestro Puente de Brooklyn. Si el puente es de nuestro poeta El tiempo y la levedad estarán de nuestra parte. El mundo ya no será esa cosa pesada y llena de cargantes estúpidos que repiten rezos, ni de poderosos llenos de vacío y sin amor a los libros. Nosotros, los que cruzamos el puente cuando nos da la gana, no somos injustos desde la verdad, ni caemos en la mentira, solo que nos gustan verdades como poemas. Y poemas como besos, como amores abiertos a todas las horas como algunos versos que nos gusta usar como si fueran manuales de supervivencias. De vida que sabe encontrar los mejores paseos y con los mejores paseantes todas las noches con sus días. Nos sabemos de memoria hermosas poesías inútiles de esas que sirven para cortar las cabezas de los reyes o seducir a muchachas. Y nos pasamos muchas tardes a la sombra de aquellas muchachas en flor. Y nos gustarán nuestras hermosas arrugas. Luis ya nunca tendrá que teñirse el pelo. Envejecerá siendo un feliz canoso, un amable anciano joven que ya es dueño del Puente de Brooklyn. Y no cobra peaje. Nos regala hermosos poemas para que usemos en nuestras intimidades. Yo no suelo votar con Luis. Incluso ya no suelo votar con nadie. Pero si Luis fuera el dueño del Puente de Brooklyn, me tiraría al río de cabeza y sería capaz de votar a esos simpáticos camaradas que no tengo porque si Luis fuera el dueño, esa tropa desunida, sería un suave puño cerrado que sirve para acariciar a los buenos y golpear a los malos. Somos pacíficos pero sabemos defendernos a puñetazos de los que han querido cerrarnos todos los puentes. Muchos días seremos viernes y viviremos cerca de Brooklyn. Desde nuestras ventanas se ve el sur al lado del norte y Madrid es nuestro Nueva York. De vez en cuando cruzamos las domesticadas corrientes del océano para perdemos felices por nuestras propias calles, para encontrarnos con risas y músicas en muchas madrugadas compartidas en primera persona del plural.
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Rafa Martín Título: Como sombras. Córdoba 2009 Serie: Ciudades. Pigmentos minerales sobre papel de algodón
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Inspirado en Canción tachada. Luis García Montero
Lorenzo Sánchez Ramos 1º Bto. IES ENRIQUE TIERNO GALVÁN
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Inspirado en Life vest under your seat. Luis Garcia Montero Irene Gaitán Plaza 4ºC ESO. IES ENRIQUE TIERNO GALVÁN
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García montero, realista singular Felipe Benítez Reyes Me gusta repetir algo que dijo Nabokov: que la palabra “realidad” habría que escribirla siempre entrecomillada. Y no porque sea uno partidario de andar desbaratando y poniendo en entredicho con técnicas sofísticas los conceptos asumidos y convencionales, que sirven para lo que sirven, sino porque unas simples comillas tienen la facultad de introducir en un gran concepto una pequeña dosis de indefinición, y cualquier tipo de indefinición actúa en beneficio, curiosamente, de las buenas definiciones. Podemos decir que un vaso es un utensilio que sirve para beber, pero también podemos decir que un vaso, con sólo ponerlo boca abajo, es un utensilio que sirve para mantener cautivo a un insecto. La primera utilidad se ciñe a la convención; la segunda representa una opción más o menos inesperada. Pero el caso es que ambas utilidades actúan con igual legitimidad sobre el concepto de “vaso”, ya que el uso anómalo de un concepto no niega el concepto, sino que lo diversifica y enrarece, con lo cual lo instala en un parámetro idóneo: en el núcleo mismo de la realidad, diversa y rara. En poesía supongo que ocurre lo mismo: no existen aproximaciones o alejamientos a la realidad, sino utilizaciones diversas de la realidad como materia poética. No sólo se tiende a pensar que un poeta de voluntad abstracta –digamos- está más lejos –y más por encima- de la realidad que un poeta ceñido a lo cotidiano, sino que hay incluso quienes piensan que la realidad, como materia poética, resulta despreciable, sin duda porque alimentan la superstición estética de que la poesía es el ámbito natural de las efusiones puras y del pensamiento que aspira a flotar en sí mismo, sin ataduras concretas. Por ahí se explica, tal vez, el revuelo que formó en su día un endecasílabo de Luis García Montero: “Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”. Es el verso inicial de un poema de su libro Diario cómplice, publicado en 1987. Eran tiempos revueltos para la poesía española, una época en que muchos poetas insatisfechos con su grado de estimación pública procuraban disfrazar de debate estético algo que no era más que una guerrilla periodística encaminada a ocupar la silla que ocupaban otros, bajo la premisa tal vez optimista de que lo importante es la silla y no quien la ocupa. En aquel verso juvenil de García Montero mucha gente quiso ver el grado de trivialidad que había alcanzado la llamada poesía de la experiencia, limitada –decían algunos- a contar anécdotas con el mismo grado de complejidad retórica con que se cuentan las anécdotas en la barra de un bar. Aquel verso en cuestión se convirtió en paradigma casual de un modo de entender la poesía, y lo mismo sirvió en su momento para ejemplificar el talante poético de su autor que para procurar ridiculizar ese talante.
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No creo que ningún otro verso contemporáneo haya dado lugar a tanta controversia. Y no queda más remedio que preguntarse por el motivo de esa capacidad de amplificación crítica que adquiere un verso en principio inocente, un verso que se limita a servir de llave para el desarrollo de una reflexión de índole amorosa. El núcleo del conflicto está sin duda en la palabra “taxi”, quizá porque hay poetas que aún van en busca de su amada en una carroza tirada por caballos muy blancos, de manera que la referencia a un taxi no pueden interpretarla sino como una vulgaridad y como una falta de respeto a los códigos líricos del amor cortés. Y es que, por raro que parezca, hay poetas en el siglo XXI que siguen pensando que es más poético un palacio que una parada de autobús. García Montero, a partir sobre todo de las ideas estéticas que desarrolla Baudelaire en torno a la función de la ciudad como ámbito poético, opta, desde sus primeros poemas, por escenarios urbanos y contemporáneos, por taxis y por bares de madrugada, por autopistas y merenderos de carretera. Nada de carrozas, en fin, ni de palacios, precisamente porque su voluntad es la de situarse en el presente de la historia, no en el anacronismo de los espacios poéticos tradicionales. Su primer libro, publicado en 1980, lo tituló Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn, un libro casi adolescente en el que funde la fascinación por el García Lorca de Poeta en Nueva York con la fascinación por el mundo de la novela y el cine negros, pero en el que está ya el García Montero que reflexiona sobre la experiencia amorosa y sobre las experiencias a secas, el García Montero que ensaya imágenes arriesgadas (de corte irracionalista, aunque de raíz simbolista) como método de aproximación a la realidad y, sobre todo, el García Montero que atestigua el extrañamiento del yo ante los movimientos fluctuantes de la conciencia. A lo largo de su obra poética, esas tres coordenadas serán inalterables. ¿Es Luis García Montero un poeta realista? Digamos que es un poeta que se sitúa en los territorios comunes de la realidad para llegar a sí mismo. Es decir, un poeta que parte del espacio de todos para llegar al más privado de todos los espacios. La suya es una poesía introspectiva, un razonamiento consigo, una conversación con lo más secreto de sí. Y, sin embargo, o quizá por eso mismo, es una poesía con una capacidad asombrosa de transmisión, quizá porque el verdadero milagro de la poesía consiste en hablar de uno mismo para acabar hablando de todos los demás y por boca de todos los demás. La poesía de García Montero suscita complicidades no porque las haya buscado él, sino porque los demás las hemos encontrado. Y las hemos encontrado porque estamos ante un poeta que reflexiona no para llegar a grandes verdades, sino para decirnos que todas las verdades requieren un grado de incertidumbre si quieren ser verdades útiles, para hacernos ver que la vida vale lo que vale porque es un espacio en constante construcción, un espejismo sentimental e ideológico, una tarea, en definitiva, del pensamiento, ese pensamiento que nos hace razonar las emociones
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y encajar las indecisiones, pactar con nuestro fantasma en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe. Luis García Montero no sólo ha hecho una lectura estética de las tradiciones literarias, sino también un análisis moral del papel y del posicionamiento del poeta ante la historia. De ahí que su poesía no sólo sea representativa por sí misma -en la medida en que toda obra importante sólo se representa a sí misma-, sino que sea representativa también de su época, de nuestra época, como una referencia ineludible de nuestro tiempo incluso cuando nuestro tiempo sea agua pasada y queden, como siempre, las palabras que supieron expresarlo. Las palabras que acertaron a darle, en suma, realidad.
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Inspirado en el poema Pasear contigo. Luis García Montero Laura de la Cruz Villar; Irene Fernández de Agustín, Circe García Gutiérrez, Daniel Gutiérrez Piélagos y Miriam Romero Sorribas. 2º Bto. IES BUTARQUE
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Cubiertos de incienso Atravesar una puerta para caer de rodillas ante las desilusiones deshechas de toda una vida. Topar con tus huesos en el suelo mientras el aire se deshilacha a tu alrededor. Sentir el golpe seco de la desesperación en tu nuca. Entonces, ya crees que nunca te levantas; tienes miedo de encontrarte con un techo que creías demasiado alto. No te vas a levantar; permanecerás tirado, intentando llorar para vaciarte del polvo que recubre tus sueños… pero no lloras y una vez más te pudres hacia afuera. Ya no puedes sangrar. ¡Mírate! Estás cubierto de incienso… y yo sé quién lo hizo… Lucía Aguado Cardeña 2ºA Bto. IES JOSÉ DE CHURRIGUERA
Inspirado en Afirmación. Luis García Montero Marina Palma 3º ESO. IES JOSÉ DE CHURRIGUERA
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Inspirado en Life Vest Under Your Seat. Luis García Montero.
Jorge Flores 1º ESO. IES JOSÉ DE CHURRIGUERA
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Algunas cosas sobre las que nunca he hablado con Luis Jesús García Sánchez En uno de sus últimos ensayos, Luis García Montero confiesa que él concibe el poema como un espacio público. Se trata de un lugar en el que el lector y el autor se encuentran gracias a la complicidad de un personaje, alguien que habla como un ser histórico que medita sobre las relaciones de su educación sentimental con el mundo. Utiliza un lenguaje matizado, riguroso, pero sus palabras no llegan nunca a considerarse como rarezas de un idioma diferente al de la sociedad en la que viven. Nadie mejor que el propio autor para definir las coordenadas por las que se ha estado moviendo su obra, unas fronteras con las que dibujó un mundo lírico personal desde sus primeros poemas. Sólo soy, había escrito mucho antes, un ciudadano que quiere elegir bien y con rigor las palabras, un ciudadano que quiere ser coherente con la realidad en la que vive, el mundo que ha vivido, sus circunstancias, sus coyunturas y su presente; un ciudadano que escribe contando las preocupaciones que le asedian para evitar sentirse dominado por ellas, para controlar mejor las emociones y defenderse de los deterioros y las pérdidas. Algunas preocupaciones éticas ya estaban claramente definidas desde sus primeros poemas: ni el poeta es un personaje sacralizado, ni su palabra debe de ser ajena a la lengua de uso. Hay que conducir las palabras de manera que sean un vínculo con la sociedad en general y con el lector en particular. Se consigue así que la lectura se convierta en un acto cómplice, en un diálogo con el lector. Por eso el desarrollo del poema busca también la credibilidad. No hay otra verdad en poesía que la verosimilitud, señala García Montero. Lo más importante es que el lector pueda creer en la verdad expuesta por el poema, no tanto porque lo expuesto responda a un verdad anterior al propio texto que deba comunicarse, sino precisamente porque no existe esa verdad sagrada, porque no existe otra cosa que el texto. De ahí que no haga falta confundir la verdad con la oscuridad, y pueda confiarse en una palabra comprensible, dueña de sí misma, como medio para a un ámbito de escritura y representación pública. Luis considera que la ética del poeta debe de inducir a crear espacios públicos en los que la literatura pueda representar un papel necesario en la sociedad civil. Muchas veces es menester que la escritura sea testimonio de la vida cotidiana y que el escritor levante acta de esa realidad, pero evitando las percepciones superficiales o anárquicas: «Las reflexiones de Antonio Machado sobre el carácter histórico de los sentimientos y una formación marxista, dedicada a indagar el carácter ideológico de la intimidad, han marcado los esfuerzos de mi literatura. He procurado huir al mismo tiempo del individualismo ensimismado y de los manifiestos sociológicos que niegan por decreto la primera persona». Imprescindible es no descuidar en ningún caso ni en ninguna circunstancia que la conciencia ha de estar presente, que el trabajo con el lenguaje condensa siempre
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una postura ética. La ética por encima de todo («Muchos / saben por mí que el blanco / no es el color de una bandera»), apuesta máxima de un compromiso cívico que le permite representar, contemplar y descubrir el mundo con una mirada acertada, a veces irónica, otras crítica, entre el sueño y la realidad, entre la nostalgia y el compromiso. Uno de los dilemas que más le preocupan a García Montero es que la poesía sea entendida y comprendida por el lector, que el individuo se acerque a la poesía con naturalidad y sin complejos, y así que la poesía pueda ser útil. Por eso considera que escribir un poema debe de ser un ejercicio de inteligencia y de simplicidad, de credibilidad y de comprensión. En un ensayo precisaba que le gustaban los poetas del llamado coloquialismo hispanoamericano, Mario Benedetti, Roque Dalton, Roberto Fernández Retamar, Ernesto Cardenal, etc., porque para sus creaciones utilizan tonos suaves, sin soberbia, considerando que la voz del poeta tiene que estar, como ellos promulgan, desprovista de cualquier adorno, sensiblerías y excesos que tantas veces suplantan el arte, no sólo a la poesía. Ningún efecto tendría este procedimiento sin el uso más estricto de la palabra más adecuada en cada momento, en cada situación. García Montero es un virtuoso también en ésta faceta. Cada palabra siempre es la más apropiada y la más útil para el desarrollo interno del poema y para su belleza formal, para que el ritmo se mantenga alto y la tensión necesaria permanezca. La palabra que pretende emocionar debe moverse con una su precisión rigurosa. («Acerco una cerilla a las palabras / para que se consuman / y pierdan la maleza»). Muchos son los poetas que consideran que el lenguaje es insuficiente para sus propósitos, pero leyendo la poesía de García Montero, y lo estricto de su escritura, se puede considerar que tenemos en castellano un vocabulario suficiente. («Que procuro en mis versos sentir la melodía / de un bolero llamado final del siglo XX. / Me cansan los orfebres con su cristalería / y el irracionalismo que descansa en la hueca / vanidad de lo raro.») Por las palabras, gracias a las palabras, se ve la utilidad de la literatura, señala García Montero, porque ellas nos enseñan a interpretar la ideología y nos convierten en seres libres al demostrarnos que todo puede ser creado y destruido. Las palabras se ponen unas detrás de otras como los días de un calendario. Vivimos, en fin, en un artificio decisivo, en una realidad edificada, como los humildes poemas o los grandes relatos, y que podemos transformarla a nuestro gusto, abriendo o cerrando una página, escogiendo el final que más nos convenga, sin humillarnos a verdades aceptadas con anterioridad. Un poema útil en ciertas ocasiones puede ser el que coopera para transmitir ciertos ideales o incluso consignas, una utilidad directa como dijo Gil de Biedma; también lo es el que logra que las palabras sean necesarias y que del poema pueda brotar algo beneficioso para la sociedad. Pero, sobre todo, resulta imprescindible la reivindicación de la conciencia que demanda el género, más allá de ideas y valores prefijados. La utilidad de la poesía es evidente y así nos
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lo hace ver en distintos de sus estudios críticos. Con ironía tituló el muy conocido ¿Por qué no es útil la literatura?, y más irónico aún es el poema «La Poesía» («La poesía es inútil, solo sirve / para cortarle la cabeza a un rey / o para seducir a una muchacha…») Pero permanece fiel a la idea de la utilidad de la literatura, de un poema que pueda explorar las relaciones entre los individuos y las ilusiones colectivas, entre el ser y la representación, entre el sueño y la fantasía, porque «el poema / no nace del esfuerzo de hablar solo, / es la necesidad de estarle hablando / a una silla vacía.» La apuesta continuada por dialogar en los poemas con personajes cercanos o con su propia conciencia lo ha llevado a hacer una poesía confesional, pero también a ser un poeta cercano a la modernidad. No sólo apuesta por un lenguaje común con voluntad de claridad, con palabras de la tribu como dijo Mallarmé. Sus poemas están llenos de expresiones totalmente modernas que de por sí significan una poética postmoderna. Versos como «Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi» o «Ya sé que no es eterna la poesía, / pero sabe cambiar junto a nosotros, / aparecer vestida con vaqueros», son suficientes para de nuevo confirmar la actualidad en la que se mueve y la vigencia, como observamos en los nuevos poetas más jóvenes, de su magisterio. No es posible describir la realidad tan atinadamente si no eres un verdadero poeta, y enmarcarla en ese complejo espacio urbano que tan justamente describe. Esa complicidad con la ciudad y sus contenidos, sus ventajas y sus incidentes, que prolifera en los poemas, casi siempre supone un acercamiento sentimental, pero también puede llevar a la soledad, al ensimismamiento, a la rutina o a una vida más cotidiana. Es la mirada contradictoria que le ha impulsado a escribir versos memorables («Las calles enteras están comunicando»). Gracias a esa dicotomía, y por medio de ella, nos acerca a sus poemas más autobiográficos, espontáneos y estimulantes. En el libro Las flores del frío García Montero insinuó el fin de la juventud, de una etapa de la existencia. Se percibe el sentimiento de desolación que le produce la pérdida de una identidad y de una vida que no va a volver, la quiebra de algunos sueños degradados por la realidad, y la perturbación que le causa este deterioro, hasta conducirlo a la desorientación («Y aunque también mis pasos están desorientados / el pasillo de hoy / no se parece a un túnel: es oscuro / al modo de palabras imprecisas, / como noches de agosto con jazmines») o («Fin de sueño, canciones de borracho, / quizás la luz más grave / o pueden ser los años / que cierras en tu mano lentamente»), un estado de ánimo que confirmó en su siguiente libro, Habitaciones separadas («Fue tiempo de soñar, y sin embargo / estaban ya las cartas repartidas»). Lo biográfico y lo subjetivo vuelven a unirse porque la única manera de recordar la historia es utilizando la primera persona, y la mejor forma de comprender las ilusiones públicas obliga a situarse en una perspectiva de alejamiento crítico. El libro nos acerca al desencanto de «Un realista que vive el mundo de los sueños, / un soñador que quiere vivir la realidad», que quiere
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reflexionar sobre el tiempo, el amor y la historia. El tiempo, el amor y la historia son también los cimientos de uno de los más bellos libros de amor de la literatura española desde hace muchos años, Completamente viernes, un libro que ha sabido mantener en primer término la alianza entre tradición y vanguardia. La innovación y la lectura de los clásicos actúan con una eficacia total para no caer en las trampas que están tendidas en este tipo de libros y en las que tan fácil es resbalar. Si creemos a Harold Bloom la auténtica sabiduría poética, durante la historia de la literatura, siempre se repite. La coincidencia es inevitable, se puede observar durante generaciones cómo los poetas han sufrido a otros poetas. García Montero desde sus primeros trabajos ha tenido un diálogo muy cercano con la tradición y ha utilizado distintos juegos intertextuales en sus poemas. Muchos son los encuentros poéticos, que localizamos fácilmente en su poesía, con las voces que ha considerado maestras y amigas: Rafael Alberti, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, también de García Lorca y Pedro Salinas, etc. Unas veces son invocadas como homenaje, y otras como juego literario, como ejemplo o como recurso. El pasado literario es ante todo una presencia. Y así es curioso que nos podamos encontrar a los maestros, a Garcilaso, a Lope, a Quevedo, en bares de copas, con olor a tabaco y en tejanos, totalmente encajados en la postmodernidad más actual y diaria. Conviene matizar que la poesía de García Montero no se alimenta de los clásicos; busca su presencia de compañeros, la actualidad de un ejemplo y de una lección que no es pasado, sino necesidad vigente («Es poco original, pero mi biblioteca / fue de Espronceda, Bécquer, don Antonio Machado, / Alberti y Luis Cernuda. He bebido en el agua / de Jaime Gil de Biedma y estuve fascinado / por Lorca…») Por eso el fundamento de su poesía, incluso cuando visita a los clásicos, es la realidad, el día a día que le lleva a sus propias obsesiones y dudas, y que luego convierte en literatura. Obsesiones entre libros y amigos «con la luz de la noche y la música en alto». Con la publicación de su último libro, Vista cansada, García Montero acaba un ciclo en su obra poética. Aquí hace balance de sus 50 años de vida, configurándolos también en su realidad actual, con sus dudas, sus territorios perdidos, sus paraísos recuperados y sus espacios ganados. Con serenidad y la tranquilidad que le concede la sabiduría adquirida, hace un repaso de su itinerario vital en todas sus facetas: la familia, los libros, la amistad, el amor, la ciudad, el tiempo, la política, un repaso desde la cercanía y la sinceridad. Y de acompañante continua, de consejera fiel, siempre la duda («Y me gusta reírme con la duda / que siempre va conmigo / igual que una certeza»). Decía Ángel González que la añoranza del pasado es lícita porque el tiempo ido es irrecuperable. El tiempo ido es irrecuperable, pero siempre queda la memoria y la palabra, y con ellas García Montero ha culminado una trayectoria especialmente brillante. Hace diez años José-Carlos Mainer le consideraba como un poeta necesario, el más representativo de un tiempo y el que más convincentemente ha sabido ponerlo en verso. Ahora podemos decir que más que necesario es imprescindible.
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José María Díaz-Maroto Título: Atardecer en La Habana. 2009 Serie: Sol y sombra: sun and shade.
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Luis García Montero: Lecturas desde la otra orilla del Atlántico Laura Scarano Universidad Nacional de Mar del Plata, ARGENTINA
Lecciones de perplejidad para lectores cómplices La escritura de Luis García Montero, la experiencia de su poesía y la interpelación intelectual de su conciencia no nos brinda un minuto de sosiego, a pesar de la apacible mansedumbre de su estatura y de la proclamada normalidad de su discurso. No hace concesiones ni se ofrece como atajo para la plácida ignorancia de nuestros verdaderos rostros de sociedad caníbal. Atravesar los sentidos de esta obra en pie y en marcha no nos deja indiferentes, sino que por el contrario nos perturba. No en vano nos confiesa su sujeto ensayístico: “Confieso que vivo en la perplejidad”. Salimos de su escritura como de un naufragio, nunca indemnes, pero menos que nunca inmunes a la seductora garra de la relectura. Pues somos lo que leemos. Cuando su obra se impregna en nuestra piel dejando una persistente huella, no nos podemos desprender fácilmente de sus resonancias. No es un espacio de cobijo sino de advertencia; no ofrece territorios para el olvido, sino para la vigilia de ojos abiertos. Es un discurso de prevención, antagonista y dialéctico. No se compadece de nuestro afán por huir en busca de un benevolente amparo en un reino interior, de nuestra ansiedad por cerrar los ojos ante tantos sitios de este castigado planeta que habitamos juntos y cada vez más separados. Sus palabras abren ríos de sentido donde se van diluyendo nuestras murallas de aislamiento y contención, nuestros cercos privados para protegernos de los demás; sus palabras nos van arrastrando cada vez más desnudos de máscaras y excusas, más expuestos al desafío de nuestros sueños adormecidos y al lento
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despertar de nuestros afanes, ocultos en los cajones a veces olvidados de nuestra conciencia. Esta escritura nos deja sin aliento desde su primera página. Pero si pasamos a la siguiente hoja comprendemos los alcances reales de su escritura. Fue necesario atravesar esos sentidos para recuperar el coraje. Sólo quien ha sobrevivido al naufragio de sus utopías comprende que vale la pena construir sueños de tamaño natural, a la medida de nuestras humildes fuerzas de hombres y mujeres comunes, sin mesianismos redentores, pero con toda la voluntad de hacerlos realidad en nuestras vidas. Cuando contemplamos ese azar deliberado de los signos del poema ante nuestros ojos, conjurados en provocar nuestra atención, nuestra adhesión, nuestro interés hasta hacerse necesarios, es el momento en que entendemos que nos hemos convertido en parte de su juego. Esta poesía nos ha tendido su trampa y hemos caído irremediablemente. No podemos salirnos de ella sin complicar nuestro ánimo y nos convertimos en adictos (del sentido, del vínculo, de la interpretación siempre inconclusa). Hemos abierto la página de la seducción y sus “palabras de poema” (más que “de poeta” como quiso Gil de Biedma), su “lenguaje de tribu”, sus aires pretendidamente naturales, nos convencen con la rotundidad de las evidencias materiales. No nos exige ser discípulos de su culto; nos alerta contra las mentiras de quien se proclama maestro; pero nos abre “la puerta de la calle” para tejer alianzas, la puerta de los pactos entre amigos, para entrar al jardín de las ficciones compartidas. Entre ambas páginas se escribe su poesía y se decide nuestra suerte. Cuando leemos sus poemas descubrimos perplejos que nos ha convertido en cómplices: Baja conmigo al día, ven hasta los paisajes verdaderos en los que discutimos, y me agradecerás la difícil tarea de tu supervivencia. (”Cuarentena”) (Fragmento del Epílogo del libro editado por Visor, 2004)1 1 Otros libros y estudios de la autora argentina dedicados a su obra: - “Las palabras preguntan por su casa”. La poesía de Luis García Montero. Madrid: Visor, 2004. - Luis García Montero. La escritura como interpelación. Granada: Editorial Atrio, 2004. - “Dossier: la poesía de Luis García Montero. Antología”, La Pecera, Mar del Plata, no. 4, verano 2003, 9-23 - “Sujeto, historia y lenguaje en La intimidad de la serpiente de Luis García Montero: Itinerarios de una palabra que regresa a su casa”, Diablotexto, Universidad de Valencia, no.7, 2003/4, 473-489. -”Poesía urbana, moral privada, realismo posmoderno (La provocación de Luis García Montero)”,Siglo XXI, Universidad de Valladolid, No. 2, noviembre de 2004, 239-249. -”Imaginarios urbanos en clave poética: Del antagonismo (Lorca) a la complicidad (García Montero)”, España Contemporánea, The Ohio State University, USA, tomo XVI, número 2, otoño 2003, 7-28. -“La intimidad del conjurado. Una (po)ética de la conciencia social en Luis García Montero”, en Raquel Maccuci (ed).Actas del I Congreso De Literatura Española contemporánea.UNLP, 2009-2010, en prensa. -“Aquel tímido Luis. Políticas del nombre propio en Luis García Montero” en Anthony Leo Geist y Juan Carlos Fernández Cerrato (eds.), En torno a LGM. Sevilla, Renacimiento, 2010, en prensa.
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La madre Madre, hace un mes que te fuiste, dejaste nuestros corazones llenos de dolor, porque eras un sol para nuestras lágrimas. Nido de ternura, aurora de la mañana, compañera, esposa, amiga, siempre arco iris en la tempestad, pureza de la aurora, belleza de las flores, debilidad de los pequeños, fortaleza de los grandes, columna de nuestra alma, espejo más puro de la belleza de dios, camino trazado para ir hacia él, Has modelado con tus manos las generaciones humanas, dichoso que un día, mimo de dios encontró una mujer de mano caliente.
Inspirado en Diario cómplice .Luis García Montero.
Martín López Proaño. 1º B ESO. IES JULIO VERNE
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Inspirado por el poema En Llamas. Luis García Montero. Lara Gayo Garro 4º C ESO. IES JULIO VERNE
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Las noches en Granada Benjamin Prado Como casi todos los poemas de mi primer libro, Un caso sencillo, éste titulado Las noches en Granada lo escribí dos veces y en ambas ocasiones lo hice por primera vez; una, en su versión original, en 1986, y otra cuando reuní mis primeros cinco libros en el volumen Ecuador. La explicación es fácil: no me gustaban esos poemas, que había escrito demasiado joven y bajo una influencia demasiado cercana de mi maestro Rafael Alberti, y mi poca sintonía con esa obra había llegado tan lejos que cuando alguien se me acercaba, en una feria del libro, por ejemplo, para que se la firmase, yo le ofrecía inmediatamente cambiárselo por los dos últimos, que por entonces eran Cobijo contra la tormenta y Todos nosotros. De modo que antes de incluir Un caso sencillo en Ecuador, lo reescribí entero, siguiendo la siguiente estrategia: voy a conservar sólo el título de cada poema y quizás algunos versos que no me disgusten, y trataré de regresar mentalmente a la época en que lo hice y conseguir transformarlos en un “sentimiento reelaborado en calma”, como dice Wordsworth. Sin sacar los pies del diccionario se puede sentir, disentir o ser un resentido, pero no se puede “resentir”... excepto cuando estás en el terreno de la literatura, cuya función es, precisamente, probar la elasticidad del diccionario, llevarlo más allá de sí mismo. Ningún poema de Un caso sencillo fue más fácil de resentir como Las noches en Granada, por dos motivos: porque la amistad iniciática de la que habla sigue aquí y porque cuando empezó lo hizo desde abajo, brotando de la misma fuente de la que salían mis primeros versos. Era el año 1981 ó 1982, nosotros éramos jóvenes y aún hablábamos más de nuestra poesía que de poesía en general, pero también de nuestros autores favoritos, de nuestros planes como escritores... Yo bajaba desde Madrid con cualquier disculpa, dormía en la casa de los padres de Luis, pero no mucho, porque nuestras conversaciones duraban hasta la madrugada. Ése es el principio, y al contrario que en el sistema decimal, en el sistema emocional el orden de los factores sí que altera el producto y, diga lo que diga la geometría, el principio siempre es la parte que está más cerca. Es decir, que para mí poesía, Granada y Luis García Montero son cinco palabras sinónimas, porque la gramática de la Real Academia Española y la del corazón tampoco tienen las mismas reglas. Eso es todo, quería contar lo que no cuenta el poema antes de que lo conozcan o regresen a él, para que así lo puedan leer de dentro hacia fuera. Cierren los ojos e imagínennos: vean lo que vean, somos nosotros, tanto los de la primera versión como la de la segunda, en la que ya nos habían pasado tantas cosas que las últimas ya le habían pasado a otros.
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Eran noches con calles encendidas y estrellas de verano. En los parques, cantaban las cigarras -las cigarras ya cantan después de nuestra muerte, dijo alguno- y, más lejos, el aire dirigía el timón de los bosques o soltaba en los campos su león de centeno. Ellos iban andando junto al río. Parados junto a un muro, uno pensó en la cal, cómplice de la luna, y otro en la sombra azul de los jardines. Los dos iban saltando de ellos hasta esa noche como el médico -dice Tennessee Williams- que acompaña a un loco va y viene de su horrible mundo al nuestro. Por entonces, sus vidas eran como una nieve sin pisadas o una estepa sin lobos. Aún no habían cortado la cabeza a Medusa, ni vencido a su Juno, ni salvado a su Andrómeda, ni bajado al Infierno en busca de su Eurídice. Por entonces, sus dedos inventaban el trigo y sus ojos creaban las espigas. En los parques, se oía cantar a las cigarras y ellos, mitad en sombras y mitad de la luna, hablaban lentamente,
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con palabras que eran el opio de los labios, el ámbar de los días. Pasaron diez, pasaron quince años. Por entonces ya habían conocido a su Némesis, rechazado a su Eco y amado a su Pandora. Ya habían descubierto los pozos y las hienas, clavado su cuchillo en el rival, bebido la cicuta blanca del camarada. Pasaron diez, pasaron veinte años, pero ellos no cambiaban, ni cambió la ciudad: allí siguen las noches encendidas y las plazas que agregan sus voces a las fuentes y el olor del jazmín mezclado con el río. Hay poemas que saben detener los relojes. Hay poemas que espantan a los lobos. Hay poemas que son el camino a una isla. Hay poemas que son lo contrario del hielo. Yo encontré ésos poemas en Granada: Íbamos junto a un río y la luna buscaba el marfil de las cosas. A lo lejos, el aire dirigía el timón de los bosques o soltaba en los campos su león de centeno
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J. M. Díaz Burgos Titulo: Del proyecto “DESEO”. La Habana. 2003 Tomada sobre película negativa Tri-x 400 Asa
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Temática de lo compartido Cuando la ciudad habla de algo en otro tiempo, y las calles tienen algún nombre más que el marcado en un cartel, recordar[te] es algo de hoy, como siempre, cada día. No sólo una ciudad, no sólo una calle, ni siquiera tu portal, hablamos de instantes. Hoy escribo con prisas, delante de medio café, observando a gente detrás de un vidrio empapado de distancia. ¿Me pensarás debajo del edredón? El frío de pensamiento es contrarrestado por calor artificial. No cuento con el factor de tu felicidad recién estrenada. En mi ciudad todo sigue igual. Diciembres fríos y fechas caducas. Canciones de grupos tras los que te escondes, autobuses tardíos, trenes en tu dirección, [in]móviles coches con luces rojas... Demasiado tarde, se instaló la rutina. Hoy pienso en la temática de lo compartido [re]viviendo momentos, adivinándo[te] en ellos [de]formaciones de lo recordado, avivando cenizas. Creo que sigues igual, sonrisa de media luna, mirada de niño disfrazado de adulto, en un carnaval más allá de un puñado de febreros, reacciones egocéntricas, seguido de algo añadido que no cabe en palabras. Nuestro tiempo se construyó sobre pilares de inestabilidad, puzzle de azúcar que derritió un reloj en llamas. Sé que te arrepientes de eso que el corazón transfería
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y tu mente confiscaba. Yo también me arrepiento, de todo y de nada. De la intensidad de una estación de tren, compaginada con otra meteorológica. De los días clandestinos. Qué paradójico mi mano entre la tuya... Incluso parecía algo que no era. No dabas besos, dejabas huellas, sin embargo nunca me quejé, y ahora arden. Maldita moral hundida... Volver atrás sería menos que ahora, [menos que nada tu vida hoy es el giro que buscaste durante años. Y todo va bien, y yo estoy aquí, por si algún día decides lo contrario. Una vez más, me apetece hablar[te] cara a cara, te propongo: un local pequeño para huir del frío, una luz baja, para contemplar tus sombras, un café, como amargura líquida, una conversación que acabe con lo establecido. ...Vamos a tu ciudad, llévame a Madrid.
Laura Jiménez Moreno 1º Bto. IES MARÍA ZAMBRANO
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Inspirado en el poema Ciudad. Luis García Montero. Elena Moreno Lázaro 2º Bto. IES MARÍA ZAMBRANO
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La Poesía es un arma cargada de futuro. Miguel Ríos
“...Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho. Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica, que puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros. Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de fututo expansivo con que te apunto al pecho...” Gabriel Celaya
La invitación a este acto me la hizo el propio Luis García Montero en la exposición del magnífico pintor granadino Juan Vida en la galería Almirante de Madrid. Luis me formuló la extraña petición de que fuera su telonero en esta matinée poética, justo cuando nos tirábamos como lobos a por el vino tinto y el jamón, con el pretexto de calmar el pellizco que dan los nervios en los debuts de los amigos. Luis me pidió que lo presentara en una charla alrededor de la poesía que estaba motando el energético profesor Cristino Pérez en Jaén. A punto de atragantarme con el Jabugo, y sin rubor alguno, Luis me conoce de sobra, le dije que yo en poesía era un analfabeto funcional. Que mi asignatura pendiente, mi gran frustración, era ser mal lector de poesía y que, por lo tanto, no me veía con la estatura mínima para ser su escudero. Ya sabéis como son esos saraos donde todo el mundo se conoce, pero sólo se ven de vez en cuando. Saludos, abrazos y la excitación de los estrenos. Cuando Luis, “tan desasido” como lo describiera uno de sus amigos, el maestro Rafael Alberti, me convencía de que ni yo sabía tan poco de su poesía, ni este bolo era tan complicado, alguien se lo llevó, a mí me tragaron los cuadros de Juan, y no
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se habló más del asunto. Por cierto, y como anécdota divertida, os cuento que esa noche nos fuimos a un mesón cercano, a celebrar el éxito de Juan Vida con sus amigos, los más espabilaos de cada casa, mayoritariamente poetas, y en el momento etílico preciso, quiero aclarar que sólo los pianistas de jazz beben más que los poetas, se alzó la voz de uno de los más insignes hijos de esta tierra para entonar atronando, no se si por primera vez, las coplas republicanas de Letizia Ortiz. Bueno sigo. ¿Qué me hizo aceptar la invitación y no pasar de este acto? Lo fundamental sin duda fue García Montero. A este hombre le debo, entre otras muchas cosas, un maravilloso artículo sobre mi medalla de Andalucía (publicado en El País) cuando apenas nos conocíamos, le debo la dignidad de su poesía, el asombro de la justeza de su juicio en sus magníficas columnas de prensa, le debo el esfuerzo por intentar normalizar este país desde la ética, y, como a todo buen poeta le debo la palabra. A este amigo le debo sus amigos, la inquietud, el desasosiego y la esperanza. Víctor Manuel tiene un verso en una copla en la que dice de sus amigos “nunca piden nada, siempre dan”, esta es la estirpe de nuestro poeta. Pero últimamente también le debo el lujo de su presencia casi cotidiana. Me careo con esa “Imagen de Luis García Montero”, que cantara Alberti en el monográfico que la revista Litoral le dedicó a Luis, llamado Complicidades: “Fino, delgado, parece más bien nutrido de vilanos, esas tenues pelusas blancas y voladoras, que en primavera se evaden desprendidas de los árboles. ¡Oh poeta lleno de leve gracia inasible, de lejanía, que uno pensara a punto de caerse, irguiéndose de nuevo! “Oh abandonado”, yo repito esa inesperada exclamación con que rompe Neruda uno de sus poemas amorosos. Luis, frágil Luis abstraído, velado surtidor silencioso, como esos que susurran ocultos en los jardines de su Granada”. Otro de los motivos que me empujaron a aceptar la invitación, fuisteis vosotros. Me explico. A los pocos días del encuentro con Luis en la exposición de Juan Vida, recibí un e-mail de Cristino donde me contaba que era, y que perseguía Paisajes Poéticos 2004. Entre otras cosas decía, “El mencionado proyecto tiene como objetivo principal promocionar e impulsar el gusto por la poesía a través de la participación directa de los ciudadanos en los 12 actos programados. Cada uno de ellos irá dirigido -como podéis ver en el cuadro adjunto- a un grupo de personas relacionadas entre sí por su dedicación profesional o por la pertenencia a asociaciones específicas”. Bueno, pues en ese cuadro adjunto, en el de “grupo de personas” a las que iría destinada esta charla, ponía Institutos. Y entonces sentí una enorme curiosidad por veros. Por saber de vosotros. Y sobre todo por saber qué sabíais de poesía. Por ver en directo el provecho que le sacabais a la visita de un gran poeta.
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Mi curiosidad tiene sentido: yo estudié en Los Salesianos en los gélidos años 50. La educación era gratis y la misa obligatoria. En la nebulosa en la que se ocultan la infancia y la pubertad, puedo recordar clases atestadas de niños de lo que entonces se llamaba, eufemísticamente, clase media, y que hoy, en la-España-va-bien, no resistirían otro control de calidad que el de la pobreza. El escueto decorado de las aulas, un mapa de España, una pizarra negra como aquellos tiempos, la foto de Franco, la de Don Bosco y un crucifijo bien presente, eran los instrumentos científicos en los que se basaría mi aprendizaje. Y en la fe, sobre todo en la fe, decían los curas. No recuerdo los planes de estudios de aquellos años, y sí muy bien las cuatro esquinas del recreo. Pero no puedo olvidar la incomoda sensación de que no aprendía. De que las materias traspasaban mi cabeza dejando pocas certezas y mucha confusión, ayudadas por la falta de concentración que provocaba la algarabía y la ansiedad del castigo ante el fallo. Ahora, si cierro los ojos, podría oír la voz de uno de mis maestros, Don Baldomero Berlanga, ante una respuesta fallida: Ríos ha oído campanas pero no sabe dónde. Para nuestras vidas, poco dadas a la estética y al refinamiento, era mucho más excitante ver como se retorcía el compañero, cuando el maestro descargaba la dura vara en la palma de la mano, o apostar cuanto aguantaría otro desgraciado, que podías ser tu mismo, el castigo de estar de rodillas con los brazos en cruz y con unos cuantos libros en las manos, que atender a las complicadas leyes de la gramática, la visión imperial de la Geografía y de la Historia, y al catecismo en vena. Los curas, mis maestros, tenían un miedo atroz a la literatura, o mejor dicho, a los libros, que se consideraban perniciosos e inadecuados, porque si caían en mentes débiles o inocentes, podían acarrear la perdición eterna. De aquellos años sólo recuerdo libros de vidas ejemplares, de santos, de mártires, y asexuadas obritas de teatro de la Galería Salesiana que interpretábamos en fin de curso, y alguna revista como el Reader’s Digest, que extrañamente caía por allí. Pero ninguna voz de ningún maestro me interesó nunca por la poesía ni por la literatura. Y tampoco nadie lamentó, por ejemplo, la quema de los maravillosos libros de ciencia, que en la toma de Granada ardieron en la pira de la Plaza de Bib Rambla, según explicaba con todo tipo de detalle, viñeta incluida, el libro de Historia de España en el que se nos instruía. De aquellos años tenebrosos me gusta recordar el sonido del Rock and Roll en los Billares Ganivet, una nueva y trepidante música que no exigía comprender lo que decían las canciones, porque la imaginación las colocaba en el lugar remoto e inalcanzable de la fascinación y de la libertad, y que aumentaban el sabor a desasosiego y abandono de las tardes de domingo.
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Cuando me senté a escribir lo que ahora os leo, escogí el título del poema de Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”, no sólo porque tenga la manía de titular canciones, espectáculos y demás cosas en las que me meto, ni tampoco por que sea un poema tan famoso, que hasta un tío poco docto en poesía como yo, lo conoce, sino porque creo que los versos que he leído al principio retratan a Luis García Montero. Leyendo su obra descubres eso, que su poesía es un arma cargada de futuro expansivo con la que nos apunta al pecho. Y también creo que en estos tiempos tan encefalográmicamente planos, los seres humanos tenemos que aferrarnos a esta idea: la poesía, la literatura, la música, el diálogo, la solidaridad, son las únicas armas cargadas de futuro. Eso me dice un poema de Luis, llamado “ORACIÓN”, que tengo colgado en un poster en la habitación donde trabajo en mi casa, y que imprimió la Universidad de Granada para manifestar su postura en contra de la cruel guerra preventiva, e interminable, de Irak. Es cortito y me gustaría leerlo, con permiso del maestro.
A vosotros, que cortáis la manzana de la muerte con el anonimato de una guerra, os pido caridad. Por un Dios en el que jamás he creído. Por una Justicia de la que desconfío. Por el orden de un Mundo que no respeto. Porque renunciéis a vuestra guerra, yo renuncio a mis dudas, que son parte de mí como la luz amarga es parte del otoño. Y escribo Dios, Justicia, Mundo, y os pido caridad, y os lo suplico.
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Antes de entrar en el libro de cabecera que hemos escogido como motivo de esta charla, “La intimidad de la serpiente”, y de la obra de su autor, como presentador que se precia de serlo, quiero hacer una pequeña reflexión sobre el respeto que el mundo de la literatura siente por Luis García Montero. Nuestro poeta sí tiene quien le escriba. Desde Rafael Alberti, que mantuvo una fraternal amistad con Luis, mientras pudo, a Octavio Paz, quien escribió de “Habitaciones separadas”: “Es un libro lleno de emociones en el cual, estoy seguro, los jóvenes van a reconocerse. Pero no sólo ellos, todos nosotros podemos reconocernos en muchos momentos de este libro escrito en versos diáfanos y al mismo tiempo inteligentes”, digo, desde la estatura de estos dos tótems, pasando por una pléyade de gente de no menor valía artística, como Mario Benedetti, Caballero Bonald, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, y muchos otros, han escrito elogiosamente sobre aquel niño del Paseo de la Bomba, que devoraba libros, como los demás devorábamos tortas de aceite. Me siento orgulloso de ser su amigo, porque, para que nos entendamos, es como si los Beatles hubiera hablado de uno de mis discos, y bien. De la obra poética de Luis se han publicado muchas antologías, me he documentado aunque es sabido, muchos ensayos, tesis, cantidad de monográficos, infinitas referencias a su obra en lenguas que no sabemos ni como pronunciar, numerosos artículos en las más prestigiosas revistas de poesía, crítica y pensamiento, e infinidad de ellos en la prensa diaria, donde se cuenta el infatigable faenar de este catedrático del verso, de este obrero de la palabra. O sea, que este coronel, sólo armado de su arsenal de razones, sí tiene quien le escriba, y además tiene quien le quiera. Una de las cosas con que la poesía ha premiado la vida de Luis, son sus amigos. Es claro referente de una generación llena de artistas de talento, de gente que ama con su misma pasión la libertad, el compromiso, los libros, las mujeres y la vida. Una mirada al sumario de la mencionada revista Litoral, descubre las complicidades que tienen con nuestro hombre gente como Jon Juaristi, Benjamín Prado, Luis Antonio de Villena, Felipe Benítez Reyes, Justo Navarro, Antonio Muñoz Molina, Luis Muñoz, y muchos otros. Conseguid la revista y os enteraréis del lujo que supone para la ciudad de Granada tener un hijo, ya predilecto, como Luis. Porque veréis en las fotos que la ilustran, a nuestro héroe posando con Alfredo Brice de Echenique, Juan Marsé, Paco Rabal, Joaquín Sabina, y otras personalidades de talento tan largo como sus noches, fotografiados con el fondo de esa ciudad que es algo más que una leyenda. Esa ciudad que sólo será comprendida cuando la sintáis, en el sonido exacto del poema “Sonata triste para la luna de Granada”.
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Ahora cuando el destino ya no es una excusa sino la soledad, y los ojos están bajo el tejado como tú los dejaste, todo recuerda un sueño sucio de madrugada. Aquí no tuvimos batallas sino espera. La guerra fue un camión que nos buscaba, detenido en la puerta, partiendo con sus ojos encendidos de espía y al abrigo del mar. Más tarde entre canciones tristes de marineros rubios todo quedó dormido. De balcón a balcón oímos la posguerra por la radio, y lejos, bajo las cruces frías de las plazas, ancianas sombras negras paseaban sosteniendo en las manos nuestra supervivencia. Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena...
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Amador Toril Sonrisa. Camboya Positivada sobre papel baritado
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“CUANDO acerco mi oído hasta tu cuello - igual que el mar se oyepuede oírse el amor. No sé si el viento, ese animal que silba por tus venas, conoce la región terrible a donde llama, el viejo acantilado que hay detrás de sus voces. Pero la luz acuática nos llega cada vez más sombría, llena de vigilada soledad, con el olor a césped que tienen los ahogados. Luis García Montero”
Estoy desesperado porque no encuentro la manera de vivir, tengo miedo a quedarme solo, sin ti. La angustia me está volviendo loco de pensar que me estoy muriendo poco a poco. Me gustaría volver a los recuerdos, lo que tú y yo vivimos. Fueron maravillosos esos días que pasamos… Me gustaría volver al presente. Lo que tú y yo fuimos…
Estefania Arjona Gamero, Esther García González, Esther Martínez Gallardo y Lorena Martínez Jiménez. 2º PCPI IES Pablo Neruda
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Poemas propios 1 Amor, amor es locura, locura por saber. Qué piensas, qué sientes, qué imaginas. Amor es imaginarte a ti Con tus ojos de pétalos. 2 Rosa. Blanca rosa, rosa capaz de hacerte llorar, llorar de felicidad, felicidad que contigo se hace realidad. 3 Amor-odio. Quisiera matarte, pero a la vez quisiera devorarte, no sé que me pasa si eres tú o la luz que te alumbra. 4 Rayo de luz. RAYO DE LUZ QUE ILUMINA MI VIDA, RAYO que a veces quema, RAYO que a veces alumbra, pero lo que sí sé es que sin ti mi vida no tendría luz, eres tú la luz que me alumbra. 5 Cuento de hadas. Así comenzó el cuento de hadas, paseas bombones y dulces miradas, lo que digan los demás no vale nada, por que yo contigo soy como un árbol con sus hojas. 6 Azul. Azul como los ojos en los que ves pasar el mundo. Azul como el cielo despejado. Azul como tu jersey. Hace de ti la luz del cielo azul. Inspirados en el libro Poesía (1980-2005) en general, y en el poema El amor difícil, en particular de Luis García Montero. Adrián Humanes 1º PCPI IES Pablo Neruda
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A Luis García Montero Deshuesado el pobre verso ya olvidado tirita en los escritos que me muestras y acechando en cada una de las letras asoman rascacielos encorvados. Desparramas los renglones de un diario y haces rimas sin mostrarnos la chistera. No sólo es poesía la experiencia. Es poesía también saber contarlo. Hacer que un folio viva, hacer que hable con sensual voz femenina, o voz de muerte, mostrando sentimiento en cada parte. Hacer ver que hubo miedo, pena, suerte. Enseñar que mañana ya es muy tarde. Poesía es conseguir que te recuerden.
Daniel Pedraza Fernández 1º Bto. IES SALVADOR DALÍ
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Inspirado en Consejos para ciudadanos pacifistas. Luis García Montero Jose Manuel Bardera Albala 4º ESO IES SALVADOR DALÍ
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Estado actual Tirando renqueante del otoñal agosto de tus sentidos, cantándole al cielo. Mirándote dentro, tan dentro que apenas recuerdas el paso tan lento del tiempo. Pasaste una vida respondiendo enigmas, cumpliendo tus sueños de ilusas canciones que susurra el viento de nuevo a toda estación, la mejor en su pecho. Te encuentras vacío, calor, te agobia. Alientas tu hambre, frío, te alegra. La sonata andaluza rellena el vacío, música en el cielo, ritmo en el suelo, confío… Condenado a la libertad de poder, mediante metáforas, explicarle al mundo cómo ver la salida racional. Picapedrero de conciencias corrompidas por la astucia y crueldad de la política, del vecino desalmado o el icono al que admiran. Tiembla, la vida, como con miedo, hay veces que tiembla. Verlo duele; duele, ya que la piel no es materia inerte.
Víctor Sánchez Muñoz 2º Bto. I.E.S. SAN NICASIO.
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Inspirado en Enero. Luis García Montero
Nereida Calle 2º Bto. IES San Nicasio
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Muerte acechante. Inspirado en Coplas a la muerte de su colega. Luis García Montero Vadim Melenciuc 2º Bto. IES LUIS VIVES
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La mano de Dios Salvador Inspirado en La crueldad. Luis García Montero
David Estévez Fernández 2º Bto. IES LUIS VIVES
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V. López-Tofiño Puerta del Sol, Madrid 2008
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Análisis del poema «Después de cinco años» De Luis García Montero Juan Carlos Abril Universidad de Granada DESPUÉS DE CINCO AÑOS A Mariano LA PALMERA creció con la luz de la noche y la música en alto, entre libros y amigos. Sus ramas excesivas ya caían en la piel de los muebles, el brazo descuidado y las conversaciones. En tu casa no cabe la palmera, dijo entonces María, y lo dijo con tono de sentencia, aquella noche de final de año, llena de serpentinas y de lágrimas, después de haber hablado con crudeza de los amigos muertos, de los que beben mucho, de los que sólo existen por el rencor que guardan. Tomé una decisión. Al acabar la fiesta le concedí la libertad y el cielo, un huerto de montaña en casa de mis padres, para poner al lado del frío y la memoria el arañazo verde de sus hojas, su alegría de vida desbordante. No viven las palmeras en la sierra, pensé, mientras el agua empapaba raíces escondidas, y lo pensé con miedo, con tono de sentencia, porque el invierno es duro en mi ciudad y daña,
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y su lengua persigue el corazón desierto de las plazas, la mirada del hombre que pasea y las conversaciones. No conozco la fe. Pero es el caso que la palmera pudo crecer entre los pinos, y yo vuelvo a mirarla, con paciencia de isla, como se mira el horizonte, y en mi cartera anoto su arañazo de sol bajo las nubes, la gracia de su rama verdecida. Allí sigue creciendo, en un lugar extraño, silenciosa, extranjera en la nieve después de tanto tiempo.
(1994: 65-66; 2006: 337-338)
Desde su aparición en Habitaciones separadas, esta composición es una muestra viva de la capacidad de emocionar que puede poseer un poema, y de hecho es una de las muestras más emocionantes no sólo en la poesía de García Montero sino en general en la poesía española de las últimas décadas. Este ha sido el motivo de nuestra elección para su análisis. Así que desde ahora presentaremos este poema como una emoción dirigida hacia otra emoción, un ejemplo al mismo tiempo de racionalización —canalización, diría Eliot— en el texto de un sentimiento. Porque la emoción se transmuta en el poema, o sea se vehicula en el texto, se textualiza. En una caracterización rápida de su obra, este poema se encuadraría en la línea más reflexiva y meditativa, lo que se ha venido llamando poesía de la experiencia. Y habría que decir que esa experiencia no alude a una anécdota cualquiera, sino que elimina la carga idealista del poema, centrándose en la parte material de la existencia, de nuestra propia experiencia (González 1998: 110). Es un sentido filosófico clásico el que se encierra en esa denominación, si bien este marbete surgió de modo despectivo para criticar que los poemas de la experiencia no poseían vuelo lírico y tenían contar —centrarse en— lo que se sucedía en la vida cotidiana. El poema desde su título alude a un posible intertexto lorquiano con Así que pasen cinco años, ya que aunque no se cite la ciudad, se hace referencia a Granada, y ya sabemos lo presente que se haya la figura y la obra de García Lorca en la obra
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de nuestro autor. De todos modos, este posible intertexto se plantea aquí tan sólo como juego onomástico. En cualquier caso daría igual si no supiéramos que es Granada la ciudad, si nos faltara ese dato biográfico del autor, y podríamos seguir conectando la obra de teatro con el poema tan sólo, repetimos, por meras alusiones onomásticas… No pretendemos, en este caso, incurrir en ningún tipo de falacia biográfica. La intertextualidad, advertimos desde el principio, es para García Montero una herramienta que no posee casi nunca trascendencia alguna, y se plantea no sólo también en otros autores de su generación como signo cultural de los tiempos que vivimos. Lo intentaremos explicar en diferentes calas a lo largo de nuestro texto. En general, es un juego compositivo que se efectúa para conectar con el lector (como bien sabemos) en la mayoría de los casos, convirtiéndose el texto en una bisagra que une a autor y lector, convocándolos a reconocerse en ciertas marcas histórico-culturales. Pero hay más, porque la explicación del texto que evoca al intertexto, nunca vendría dada, en este sentido, por la fuente de la que toma el préstamo, sino que cualquier herencia se usa de la manera más lúdica posible, y al mismo tiempo respetuosa. Lo iremos viendo. Explicaremos lo de «respetuosa». En este caso, en la pareja Después de cinco años y Así que pasen cinco años, la idea del tiempo que confirma una acción podría, en ese sentido, estar muy relacionada con el contundente verso «No conozco la fe», pero no nos adelantemos, lo veremos también en su momento. El poema, como podemos ver, está estructurado en cinco estrofas, más una coda. Ésta, más breve, se halla muy vinculada a la estrofa quinta, porque es estrofa y final del poema a un tiempo. Cada estrofa presenta un escalón, una gradación ascendente que va aumentando la temperatura emocional del poema. En la primera estrofa se nos presenta a la palmera, el «personaje» principal del poema, que había crecido en su maceta en el interior de la biblioteca, y que ya estorbaba en la casa, en las habituales estrecheces de los pisos de las ciudades. La primera escena está descrita desde un narrador omnisciente ajeno a la escena (en un esfuerzo de objetivación), si bien intenta acercarnos a un mundo familiar de «libros», «amigos» o «muebles». Llama la atención el primer verso porque se nos presenta una descripción aséptica, fría, lejos de cualquier rasgo emotivo, que será luego por el contrario lo que predominará, como veremos, al final del poema (la palmera se presenta de la manera más deshumana posible, con el artículo «la»). Ya dentro de la segunda estrofa se cuenta la escena de cómo una amiga —introducidos en el ambiente familiar y de amigos— sugiere al narrador, en una fiesta de Nochevieja, que la trasplante a otro lugar donde pueda crecer con más vitalidad, y se describe brevemente el ambiente de algunas anécdotas típicas de estas fiestas y escenas de fin de año, envueltas en alegrías y tristezas y conversaciones. No se sabe bien por dónde va el poema en este momento, aquí se utiliza la técnica de desarrollar un segundo argumento, menos importante, pero
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que responde a un propósito también descriptivo… El poema, en este momento, se está nutriendo, crece como composición y busca, en ese crecimiento, el efecto final. Seguramente podríamos acordarnos del poema «Píos deseos al empezar el año» de Jaime Gil de Biedma, y esa idea laica —o rousseauniana— de los buenos propósitos con los que queremos renovar nuestra propia vida de forma paralela al comienzo y renovación del año. Pero más allá de querer encontrar un lazo con un poema que quizá se quede muy a trasmano, prevalece el propósito, la esperanza de un tiempo mejor, y ahí puede encajar la «decisión» con la que el narrador afronta la tercera estrofa. Unamos ambas estrofas, la segunda y la tercera, además, recordando que se nos ha introducido el deíctico «tu» casa —acercándonos— adentrándonos en el mundo de narrador, y este narrador, en la tercera estrofa, «decide» entonces trasplantarla en un huerto en la sierra (al parecer perteneciente a sus padres). La anécdota también aquí no posee demasiada importancia (podría sugerir otro argumento también paralelo, que hace más fuerte la concepción global del poema), aunque podríamos relacionar el hecho de trasplantar una planta con el hecho de la renovación de los ciclos vitales, las generaciones de padres a hijos, etc. Ahora bien, se nos advierte que la ciudad es fría (y la sierra más aún, llena de nieve). Por tanto, hemos pasado en estas primeras estrofas de la frialdad y objetividad con la que se nos presentaba a la palmera, no sólo a la subjetividad del personaje sino más aún, a la descripción de un narrador que analiza su ciudad subjetivamente, es la ciudad la que se subjetiviza en tanto que la vivimos como experiencia subjetiva. El narrador nos está contando una historia paralela a la palmera, la de cómo él ve su ciudad. Este eje dialéctico objetividad / subjetividad estructurará el poema, atravesando la conflictiva relación del narrador (que después descubriremos que es el poeta) con el mundo que le rodea, y enlazando las bifurcaciones del correlato objetivo, que explicamos mejor a continuación. El mundo exterior buscará un enganche más relacionado con lo social, con la ciudad, que con lo familiar, y ahí se encontraría la íntima inquietud del poeta con su entorno. Es en este grupo social, familiar, amical e íntimo donde se vierte el problema. De esta manera estamos describiendo a un sujeto ex negativo, y desde la negatividad vamos encontrando sus perfiles por lo que rechaza, por lo que no le gusta, por lo que nos dice que le hace daño, y observemos cómo dice explícitamente que la ciudad «daña». Advirtamos al mismo tiempo que ese sujeto poético está más representado por alusiones laterales que por la aparición de un yo que ejecute, y de hecho la acción que lleva a cabo, trasplantar la palmera, está representada por verbos estáticos, reflexivos y de pensamiento como «Tomé una decisión» o «No viven las palmeras en la sierra, / pensé». La acción propiamente de trasplantar está descrita por omisión cuando nos cuenta cómo «el agua / empapaba raíces escondidas», con una distancia que será una suerte de
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indagación en la parte más superficial del correlato objetivo. Como vamos a ver, la técnica del correlato objetivo aquí está hábilmente empleada, creándose una identificación de la palmera con el poeta. Ahí residiría gran parte de —si no toda— la sorpresa del poema, cuando nos damos cuenta de que la palmera en el fondo es un símbolo del propio poeta, y cómo éste va transfiriéndole su propia carga emocional a la planta. Y en la última estrofa el poeta nos cuenta que de vez cuando «vuelve a mirarla», en una contemplación que más tiene de reflexión interna que de recreo en lo que se ve, puesto que al mirar a la palmera en el fondo se mira a sí mismo, ve la historia de la palmera y ve su propia historia, la historia de su soledad. Pero decíamos que en la cuarta estrofa, mientras se realiza el acto de trasplantar la planta, el narrador-poeta duda sobre si sobrevivirá en un clima tan hostil, ese clima típico de su ciudad (peor aún en la sierra, recordemos), un clima que «daña» y que «persigue» «las conversaciones». La palmera, no hace falta que abundemos demasiado en esto, es una planta más propicia para tierras cálidas… En cambio, tras un verso partido —un verso que nos parece crucial—, esto es «No conozco la fe», que pertenece ya a la quinta estrofa, se nos deja la constancia de que la palmera fue creciendo durante esos cinco años en un ambiente hostil, sobreviviendo a pesar de la dureza del medio. Un verso partido que intentará formar estrofa (obviamente no vamos a concederle ese estatus aunque la separación es estrófica en ambas ediciones (la de 1994 y la de 2006) y que por su profundidad analizaremos con el mayor detenimiento posible. Además, en esta quinta estrofa, se efectúa una identificación plena entre el narrador y el poeta, ya que el que escribe hasta ahora, el narrador, se nos descubre como el propio poeta en el acto de anotar machadianamente en su cartera el apunte, realzando el proceso de escritura y el proceso autobiográfico, que tanto nos interesará, uniendo la palmera a su propia vida. El narrador nos cuenta que va de vez en cuando a mirar esa palmera y se constata así el final: una coda que pertenece a esta última estrofa pero que, por su tono conclusivo, se ha separado. El final, como vemos, es que la palmera, casi de forma majestuosa, como un portento de la naturaleza, sigue viva, tras cinco años, en un ambiente hostil, en una imagen atípica, rodeada de nieve. Además, la voluntad de atraparnos con esta imagen sorpresiva y final es muy evidente, buscando conmover al lector, estableciendo un último acercamiento entre el lector y el texto. Bien. Hablábamos antes del posible —o probable— guiño lorquiano del título, y explicábamos que la intertextualidad no es para García Montero aquella referencia novísima por la que el poema sólo se explicaba por la cita a la que aludía, con lo que si no se conocía la cita o el contenido de lo que se hablaba, no se podía tampoco comprender de qué iba el poema. En nuestro autor esto se encuentra a día de hoy ampliamente estudiado por la crítica. Por apuntar un resumen bien urdido sobre la intertextualidad en García Montero, podríamos ver las
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reflexiones al conjunto de su obra aportadas por José Andújar Almansa (2006), o recordar las argumentaciones más recientes de Andrés Soria Olmedo (2009). La intertextualidad de García Montero, al modo de Genette, es algo más libre y lúdico, algo transtextual, sin que por ello medie lo arbitrario: los textos van surgiendo como juegos y no pretenden convertirse en autoridades graves sino en alusiones culturales —podríamos incluso decir alusiones intelectuales— de baja intensidad, que van acercando al lector a algunas de las calas más conocidas de la literatura o de la cultura. Este proceso dignifica la cultura más famosa (lo que comentábamos antes sobre el «respeto», pues no se pretende impresionar al lector ni dejarlo interdicto con referencias desconocidas o alusiones extravagantes o recónditas), esa tradición más manoseada o caricaturizada con el uso y abuso de los profesores o las citas en los manuales, que ha ido desgastando el fulgor de esas palabras. Y en este caso dignifica aquellos versos machadianos olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida.
(Machado 1990: 208)
a los que se alude cuando escribe y en mi cartera anoto […] la gracia de su rama verdecida.
(García Montero 1994: 66; 2006: 338)
En un intento consciente de diálogo con el lector, de entendimiento no ya en el conjunto del poema, sino en estas citas que han pasado a formar parte de la cultura española de cualquier ciudadano medio que haya escuchado los discos de Serrat o estudiado Bachiller, en estos versos se rescata la intensidad lírica del célebre poema «A un olmo seco», un poema que forma parte de la literatura más conocida y reciente de España (también nos damos cuenta de que estamos aludiendo a una específica generación que vivió la Transición y que encaró los años ochenta con un optimismo que poco a poco fue decayendo, una generación de clase media que tuvo acceso a cierta cultura). Observemos brevemente que, estableciendo una comparación entre las técnicas empleadas, en ambos poemas —el de Machado y el de García Montero— la emoción subjetiva y sentimental primará sobre la mirada descriptiva o narrativa hacia el objeto, que además es vegetal, o sea sumamente racionalista. En el poema de Machado, y con un desarrollo totalmente distinto, se llegaba al final a un «corazón» que «espera» «otro milagro de la primavera», aludiendo a la recuperación de Leonor, si bien, subrayo, los paralelismos que existen entre la técnica —evidentes— de uno y otro
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poema están puestos al servicio de fines emotivos y narrativos distintos. La lección sin embargo, es de amplio alcance en el trasfondo sentimental de los dos poemas, puesto que García Montero evitará el patetismo, tal y como aprende que evitó en su día Machado, y para éste la situación de su mujer no podía ser más grave. Queremos subrayar el duro ejercicio «estilístico», de artificio, de Antonio Machado para contenerse, para no volcar en el poema todo su estado anímico, y conmovernos sin rozar el patetismo. Una diferencia de partida es que Machado aludirá por medio de la elisión y la biografía (conocemos la anécdota machadiana por lo que está fuera del poema) a la enfermedad de su mujer, y García Montero se referirá a la propia biografía abiertamente, sin que por ello incurra ninguno de los dos en lo que podría convertirse en un lamentable discurso autocompasivo. Aun así, hay que insistir en la independencia del texto de García Montero frente al de Machado, ya que sólo en un análisis más profundo —a la hora de canalizar sentimientos— podemos ver conexiones, y lo que nos interesa destacar ahora son los procedimientos empleados, la técnica que, a la postre, será la que posibilite esa canalización. La interpretación final, de hecho, estaría unida a estos procedimientos en tanto que no entendemos forma y contenido de manera separada, ya que para nosotros el poema es una estructura, una unidad estructurada, que podemos analizar por partes o teóricamente pero que sólo se concibe en su praxis, destacando de este modo en nuestra exégesis su naturaleza gestáltica. La intertextualidad, insistimos, es un rasgo del eclecticismo de la posmodernidad en el que todo vale dependiendo de si se sabe usar, si se utiliza con talento o rigor. La posmodernidad es el diálogo entre todas las tradiciones, entendiendo por supuesto a las vanguardias históricas como una tradición más, las de la ruptura, en términos de Octavio Paz (1999: 407-425), y en eso consiste el juego de hacer versos, al fundir experiencias personales, lecturas, e influencias varias en una propia —y única— realidad textual. Esta es la singularidad de nuestro autor. El poeta no hace sino que rehace. Y aquí nos permitimos realizar un escueto inciso, pues habría que traer a colación uno de los principales objetivos de la posmodernidad, es decir anular al máximo la diferencia entre arte de elites y arte de masas, neutralizar ese abismo, que ya no es operativo puesto que las masas poseen cada vez más acceso a información cultural que antes estaba reservada sólo para unos privilegiados... Hoy día, el arte que no se concibe bajo estos parámetros —el que funde ambas artes— no responde a la expresión histórica de su tiempo, puesto que parece que se le ha sacado de contexto. De hecho, lo que la posmodernidad pone en funcionamiento es la indiferenciación entre el arte de elites y el de masas. Y no nos engañemos tras las teorías o los refugios filosóficos: la posmodernidad y todo ese paquete de nociones, conceptos y mecanismos interpretativos que despliega, pretende explicar sencillamente el funcionamiento del arte en la época de la sociedad de masas en la que cada
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vez más y más personas —felizmente— tienen acceso a la cultura, a los libros, al conocimiento. Digamos —para entendernos— que ha intervenido en la sociedad una cierta democratización del arte, una más de las que se han realizado en la Historia, y que además —de paso— se han dejado a un lado los antiguos mecanismos que sacralizaban al poeta, el faro de esa sociedad donde la fractura se hacía más evidente. Fin del inciso. Pero retomemos las ideas finales del poema, pues en el mismo momento en que se acaba el intertexto machadiano, dando paso a la conclusión, comienza el otro intertexto, menos conocido, pero asimismo muy emotivo e interesante. En cualquier caso aquí el intertexto nos sirve para explicar invariablemente el final. Nos referimos al intertexto dl célebre poema a la palmera escrito por Abderramán I. Cuenta la historia que Abderramán I escapó de una masacre por la que murió toda su familia —los omeyas— en Damasco y que posteriormente, tras varios años de exilio, se estableció en la Península Ibérica y refundó la dinastía Omeya en Al-Ándalus. Cuenta la leyenda que fue él quien trajo las palmeras a la Península: incluso se cuenta que él mismo plantó la primera en su palacio en Córdoba —Ruzafa o al-Rusafa— y que después, diseminándose, nacieron todas. Además, las palmeras encierran una rica simbología (su nombre latino es ‘phoenix’, originaria de Fenicia, pero al mismo tiempo aluden al mito del ave fénix, ya que las palmeras representan en su estructura, el nacimiento y el crecimiento, la renovación interior, de hecho las hojas son una germinación de un tronco prácticamente muerto, que va creciendo en la medida que mueren las hojas). Pues bien, a la palmera le dedicó Abderramán I un poema —su autoría es siempre atribuida, como sucedía en los príncipes de la Antigüedad y de la Edad Media— en que comparaba su situación con la suya propia, ambos extranjeros en tierra extraña. Recordemos el poema en sus dos versiones. La primera, más extendida, y arraigada a cierta tradición popular, dice así: Tú también insigne palmera — Eres aquí forastera. De Algarbe las dulces auras — Tu pompa halagan y besan; En fecundo suelo arraigas — Y al cielo tu copa elevas: Tristes lágrimas lloraras — Si, cual yo, llorar pudieras. La segunda es la que recoge Antonio Muñoz Molina en su libro Córdoba de los omeyas, un libro que manejó nuestro autor con total seguridad, dado que la amistad entre el ubetense y el granadino fue muy fuerte en aquellas fechas: Contemplé una palma en al-Rusafa, en el Occidente lejano, de su patria apartada. Le dije: ambos estamos en una tierra extraña. ¡Cuánto hace que vivo apartado de los míos!
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Creciste en un país donde eres extranjera y, como yo, en el más alejado rincón del mundo habitas. Que las nubes del alba te concedan frescor en esta lejanía y siempre te consuelen las abundantes lluvias. (Apud Muñoz Molina 2008: 78-79) Y aunque otra posible fuente de este poema sea la referencia de Borges en El Aleph (1992: 180), de quien nuestro autor es lector confeso, en cualquier caso, aquí, el correlato objetivo se funde. La palmera sobrevive, pero en soledad, y en tierra extranjera, igual que el autor de nuestro poema. Una de las características, subrayadas abundantemente por la crítica, de la poesía de García Montero, y podríamos comprobarlo también este poema, es la soledad, la conciencia de la soledad. La palmera sobrevive solitaria en la nieve, extranjera en la nieve, entre pinos, y así sobrevive ese individuo, extranjero en una ciudad que daña. Es el destino del personaje, que pone «al lado / del frío y la memoria / […] su alegría de vida desbordante». El signo de la modernidad, y de la posmodernidad es la soledad, una soledad que se actualiza de muchas maneras, pero que tiene su ejemplo más evidente en la del individuo solo en medio de la muchedumbre (podríamos recordar aquí las reflexiones de García Montero acerca de este asunto, que él desgrana en varios escritos teóricos, y que tienen como referencia el cuento de Poe «El hombre de la multitud». Ver por ejemplo su conferencia «El poeta y la ciudad» en García Montero 2006a: 101-127). Un individuo, en este caso, rodeado de los suyos y en su ciudad, pero que sin embargo se siente extranjero. Y es al final cuando notamos la ruptura interior, la escisión de un sujeto que plantea su realidad con el mundo de forma interrogante (ver a propósito del sujeto escindido numerosos artículos y referencias recogidas en Confesiones poéticas). En el final de la segunda estrofa el poeta recordaba la escena de fin de año en la que hablaban de los amigos y de los que no eran tan amigos, de esa mala gente que camina «sólo por el rencor que guarda». El conflicto social empuja al personaje-poeta al aislamiento. Y podríamos recordar también, a propósito de este poema, un texto del propio Luis García Montero que algunos años después recogió en las Elegías de Juan Vida titulado precisamente así: LA PALMERA CUANDO el pintor buscaba una metáfora y los ríos la piel de sus bañistas, rodeadas de cuerpos, de relojes y dudas, nacían las palmeras.
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Un mundo delincuente y sorprendido, un arañazo verde sobre la piel de las ruinas, un modo de afirmar sus dignidad frente al asedio de los vertederos.
(García Montero 1999: 212)
Técnicas muy parecidas, pero esta vez esbozadas con mucha más brevedad. Como vemos hay algunas repeticiones de ideas o de imágenes: ese «arañazo verde» funciona como recurso intratextual dentro de la propia obra del autor, aparte de describir a la palmera con esa imagen algo salvaje, ramas que arañan. Las palmeras esta vez no se hallan en la nieve sino frente al «asedio de los vertederos», y en cualquier caso son también la imagen de la supervivencia. Pero volviendo a nuestra composición, y conectando todas estas ideas y los intertextos aludidos, la pulsión vital de la palmera, la vida frente al medio hostil, es seguramente la gran imagen, la más lograda del poema. Las diferentes repeticiones van intensificando la imagen final de su dignidad de palmera, la cual, recordemos, había sido enfocada en un primer plano, en la primera estrofa, casi de manera oblicua, entre «la luz de la noche y la música en alto», dando más bien la impresión de que se iba a quedar enana en aquel macetero inapropiado. Era pequeña para la el campo —la sierra y la nieve— y demasiado grande para la casa. Las repeticiones van asediando la imagen final, creando esos argumentos paralelos, propios del correlato objetivo, como son «las conversaciones» de los demás. Frente a estas conversaciones, que nos recuerdan a los rencorosos y a la miseria humana, se halla el tono sentencioso que va desplazándose desde el personaje femenino, María, la que había dicho que no «cabe la palmera», hasta el poeta que posee miedo, en su fuero interno, de no sobrevivir, de no crecer en una sociedad que le ahoga vitalmente. Por tanto vamos desde las conversaciones de los demás (María intenta arreglar una situación insostenible, como es en este caso señalar a una palmera que no cabe en su tiesto), hacia la reflexión interior del poeta que se compara con esa planta, y que sabe que corre mucho peligro al trasplantarla, porque la realidad social externa, más allá, por supuesto, del ambiente familiar, es mucho más hostil. Y la otra repetición, que va acercándonos aún más a la imagen final, es la del «arañazo», que se plantea «verde», como las hojas la primera vez que se enuncia, y que juega cromáticamente con el cielo, el sol y las nubes la segunda vez. Son recursos todos ellos de intensificación de la imagen final. Pero concluimos: El poeta ha perdido la fe en la sociedad, si es que alguna vez la tuvo, ha perdido cualquier reducto de esperanza en encontrar en los hombres
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una señal de reconocimiento. Esta lección final y humana, pesimista hasta el extremo, contrasta con la vitalidad de quien se resigna a vivir, a pesar de todo, en soledad y a soportar las inclemencias del tiempo. Contrasta con quien se empeña en escribir y compartir con el lector un poema y una experiencia vital como un diálogo, frente a la incomunicación a la que estamos abocados. Es una suerte de optimismo antropológico no excesivo, un optimismo melancólico, como el propio autor se ha encargado de autocalificarse en alguna ocasión. Se ponen en juego aquí contraposiciones más o menos reconocibles, como es el de la verdad natural de una planta y el de la afirmación de la vida, frente a la fe y frente a cualquier verdad sagrada. El poeta cambia los niveles, efectúa una trasposición de planos, hablándonos de un asunto de plantas cuando en realidad nos habla de su relación con la fe, con los dogmas, y con su relación con los demás. He ahí por qué se separaba estróficamente ese verso suelto «No conozco la fe», debido a su alta carga sociológica y antropológica, debido a su evidente profundidad ideológica. El poeta, así, dialoga con el lector, acercándole referencias culturales de baja intensidad —reconocibles, pero lavadas de su lastre social y puestas a funcionar bajo sus parámetros originales— y contrastándolas con la alta intensidad ideológica con la que se establece ese diálogo. El diálogo, por tanto, no puede ser más fructífero, ya que el poeta tiene en cuenta al lector como una conciencia con la que poder establecer una conversación seria, como a alguien con quien poder hablar frente a frente. Aún así, y volviendo a nuestro texto ya para finalizar, el poeta se deberá conformar con vivir aislado, solo, extranjero en un medio hostil, e intentará arraigarse en una sociedad donde se siente desarraigado, sintiendo el desarraigo. El poeta, lejos de aquella aureola sagrada y de cualquier creencia o fe (una aureola que le hacía pensarse como un predestinado a vivir cierto tipo de vida), debe insertarse en una sociedad posmoderna donde la soledad es el signo de los tiempos, una soledad, como he dicho antes, en medio de la muchedumbre, nada bucólica y que puede ser más dolorosa, ya que parte del concepto de imposibilidad de comunicación con el otro. Que el poema sobreviva —es más, que se plantee como el lugar del diálogo— será un logro aún mayor, porque si en la realidad de nuestra vida cotidiana es realmente imposible comunicarse íntima y emocionalmente con el otro, al menos a través del poema, como vemos, se puede conseguir. Bibliografía citada ABRIL, J. C. y CANDEL VILA, X., eds., El romántico ilustrado. Imágenes de Luis García Montero, Sevilla, Renacimiento, 2009. ANDÚJAR ALMANSA, J., «La poesía de Luis García Montero: una recapitulación» (separata), Revista Hispánica Moderna, año LVII, junio-diciembre 2004, Hispanic Institute, New York, Columbia University, 2006, págs. 183-212. BORGES, J. L., Obras completas, II, 1941-1960, Barcelona, Círculo de lectores, 1992. GARCÍA MONTERO, L., Confesiones poéticas, Granada, Maillot Amarillo, 1993.
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—, Habitaciones separadas, Madrid, Visor, VI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, 1994. —, Poesía urbana, Estudio y selección de Laura Scarano, Sevilla, Renacimiento, 2002. —, Poesía (1980-2005), Barcelona, Tusquets, 2006. —, Los dueños del vacío. La conciencia poética, entre la identidad y los vínculos, Barcelona, Tusquets, 2006a. GONZÁLEZ, Á., «Completamente viernes: el amor entretanto y entre todo», apud Jiménez Millán, ed. 1998, págs. 108-111. JIMÉNEZ MILLÁN, A. ed., Luis García Montero. Complicidades, Málaga, Litoral, n. 217-218, 1998. MACHADO, A., Poesías completas, Edición de Manuel Alvar, Madrid, Austral, 15ª impr., 1990 (1ª ed. de 1975). MUÑOZ MOLINA, A., Córdoba de los omeyas, Barcelona, Seix Barral, 2008 (1ª ed. de 1991). PAZ, O., Obras completas I, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, 2ª ed., 1999 (1ª ed. de 1991). SORIA OLMEDO, A., «Las palabras de los otros en Vista cansada de Luis García Montero», en Abril y Candel Vila, eds. 2009, págs. 22-31.
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Juan Manuel Castro Prieto Mezquita Roja. Delhi
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Índice de autores (alfabético) Abril, Juan Carlos
78
López Tofiño, Vicente
76
Aguado Cardeña, Lucía
38
Maroto Sánchez, Leyre
27
Arjona Gamero, Estefanía
68
Martín, Rafa
31
Bardera Albala, Jose Manuel
71
Martínez Gallardo, Esther
68
Benítez Reyes, Felipe
34
Martínez Jiménez, Lorena
68
Calle Rodríguez, Nereida
73
Marzal, Carlos
16
Castro Prieto, Juan Manuel
91
Melenciuc, Vadim
74
de la Cruz Villa, Laura
37
Meneses Marín, Carlos Eduardo
14
del Pino Piñán , Aída
15
Moreno Lázaro, Laura
59
Díaz Burgos, Juan Manuel
55
Muñoz, Isabel
21
Díaz Maroto, José María
44
Neuman, Andrés
22
Estévez Fernández, David
75
Palma, Marina
38
Fernández de Agustín, Irene
37
Pedraza Fernández, Daniel
68
Flores, Jorge
39
Pequeño, Pilar
11
Gaitán Plaza, Irene
33
Prado, Benjamín
51
García González, Esther
68
Ríos, Miguel
60
García Gutiérrez, Circe
37
Rioyo, Javier
28
García Sánchez, Jesús
40
Romero Sorribas, Miriam
37
Gayo Garro, Lara
49
Sabina, Joaquín
12
Gento Ribas, Sara
24
Sánchez Muñoz, Víctor
72
Gutiérrez Piélagos, Daniel
37
Sánchez Ramos, Lorenzo
32
Hernández Rodríguez, Ángel
19
Sánchez Zorrilla, Aída
18
Humanes, Adrián
69
Scarano, Laura
46
Jiménez Moreno, Laura
57
Toril, Amador
66
López Proaño, Martín
48
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