Psicoanálisis aplicado. Padres y Adolescentes

Revista de Psicoanálisis, Psicoterapia y Salud Mental Vol. 1 nº 3, 2008 Psicoanálisis aplicado. Padres y Adolescentes. Pedro de la Torre. Conferencia

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Revista de Psicoanálisis, Psicoterapia y Salud Mental Vol. 1 nº 3, 2008

Psicoanálisis aplicado. Padres y Adolescentes. Pedro de la Torre. Conferencia dictada en la universidad de Salamanca el 3.4.08 No vamos a hablar de los adolescentes a secas, ni solamente de los padres; me parece muy acertado el título de padres y adolescentes, porque la adolescencia es un fenómeno que implica a padres y adolescentes de modo inseparable. La adolescencia es el momento álgido, más virulento de desencuentro entre padres e hijos. Sigmund Freud atribuye a la pubertad un poder resignificantizante de los traumas infantiles, es decir que a los sucesos ocurridos en la tierna infancia, se les asignará un nuevo significado, un nuevo valor durante la pubertad. Es en este momento, en que el niño deja de ser niño cuando ubicamos el principio de la adolescencia, coincidiendo con el despertar del cuerpo a la sexualidad adulta. Este despertar a la nueva sexualidad, cursa siempre con sorpresa y angustia, por el encuentro con un real para el que el sujeto no tiene explicación. Entendemos por lo real, aquello que no puede ser descrito por las palabras. Como dijo Freud, y corroboró Jacques Lacan, el encuentro con la sexualidad es siempre traumático. El sujeto se ve enfrentado a una fuerza que proviene del cuerpo y que inunda sus sentidos de un modo para el que no está preparado, no comprende, no tiene palabras: es el goce. En este nuevo escenario, el sujeto se enfrenta a dos preguntas que serán su dolencia. La primer pregunta es respecto al ser : ¿Quién soy?. La segunda pregunta es referente al goce: ¿cómo hacer con el goce? En la adolescencia, se evidencia la falta en ser, y cuanto más se evidencia, más empuje se pone en defenderla. ¿Qué es la falta en ser? La gran diferencia entre el humano y cualquier otro animal, es nuestro acceso al lenguaje. El lenguaje nos permite relacionarnos con lo que nos rodea de una forma especial, peculiar. De hecho el lenguaje nos constituye: nuestros recursos ante la vida, nuestra relación con el entorno están condicionados por el lenguaje que usamos. Pero las palabras no pueden alcanzarlo todo, hay cosas que no se pueden expresar con palabras, y ese es el límite del lenguaje. Debido a que nuestro lenguaje tiene un límite, nosotros estamos limitados, no somos completos. Esta no-completud es lo que llamamos falta en ser.

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Podemos decir que los animales sí tienen su ser completo, ya que están guiados por un instinto, que tiene respuestas para todas las situaciones, pero, debido a nuestra relación con el lenguaje, los humanos, paradójicamente, no somos. Por ilustrarlo con un ejemplo, podemos ver cómo en los traumas intensos para el sujeto, oímos a menudo que no hay palabras para explicarlo. Recuerdo en las entrevistas que se hacían a testigos de las bombas del 11-M en Madrid, cómo era una constante entre todos los testigos, después de hacer un esfuerzo por explicar lo que habían vivido, siempre terminaban con un “no tengo palabras para explicarlo”. Esta es la falta en ser. Decíamos entonces, que el adolescente se hace una pregunta con respecto al ser, como niño ha vivido hasta ahora pegado a las identificaciones familiares, su ser estaba prestado por su entorno familiar, alienado como estaba a lo que le llegó del discurso del Otro, porque lo que nos interesa no es lo que dice el Otro, sino lo que el sujeto recibe, y dentro de lo que recibe, lo que queda escrito, a veces lo llamamos “el poso que queda” y en psicoanálisis estamos especialmente interesados por leer lo que quedó escrito para el sujeto, porque este material es material de trabajo en la clínica psicoanalítica. Esta transmisión producida, es lo que analíticamente llamamos lazo familiar. El adolescente ahora rechaza las identificaciones familiares porque no le vale lo que viene del Otro. Ya no le valen consejos ni ideales prestados por el Otro. Pero el adolescente comprueba que si se pelea, renegando de las identificaciones que vienen de su Otro familiar, se pelea con lo que le ha estado sosteniendo hasta ahora, lo cual le angustia por la perspectiva de quedarse sin soporte. El problema consiste en desatarse de la cadena que le une a su herencia familiar, sin perderla como soporte. Me parece importante hacer un alto en el camino para repasar un concepto teórico que he mencionado ya varias veces: el Otro con mayúsculas. Este concepto que Lacan define como la “articulación entre el deseo de la madre y el Nombre del padre”. Veamos que es esto. Cuando un bebé llega a una familia, le ha precedido el deseo de sus padres y allegados, de modo que encontrará un sitio preparado, dispuesto para él. Es de este sitio de donde tomará sus primeras identificaciones, sus primeras ideas sobre el “ser”. Por ejemplo: “soy pobre”, “soy rico”, “soy deseado”, “soy importante”, “soy ignorado” y otros deseos muy difíciles de enunciar, como aquel niño concebido como presunta salvación de un matrimonio, y otros destinos Pedro de la Torre. Salamanca 3.4.08

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permitidos por el desarrollo de modernas técnicas genéticas, como los niños provenientes de embriones seleccionados para poder donar material con el que “salvar” a un hermano enfermo. No conocemos mucho sobre estos casos, pero no dudamos que tendrán consecuencias, el discurrir del sujeto estará marcado por este hecho, este deseo del Otro. Este lugar asignado dependerá de los deseos y expectativas que sus padres le dispensen, si los podemos unir en un conglomerado, lo podemos nombrar como “deseo de la madre” más aún cuando es la madre el primer canal de comunicación del bebé con el mundo. Como contrapunto, este deseo debe estar limitado de modo que no llegue a ser destructivo para el niño. Para la madre, el niño es algo que la completa, y debe aceptar que el niño se separe de ella, para que el niño comience una existencia como sujeto. Si no se produce esta separación, se avocaría al niño al terreno de la psicosis. Al conjunto de limitaciones al deseo de la madre, lo llamamos Ley del padre, o en palabras de Lacan “Nombre del Padre”. El Nombre del Padre es una función que realizarán entre el padre y la madre. Más adelante veremos como la función paterna es también crucial en la adolescencia. Para cada individuo, el deseo de la madre, la Ley del padre y la articulación de los dos elementos, será única y será constitutiva del sujeto. El Otro, recordemos, esa articulación de deseo y Ley, acompañará al sujeto cada instante y hasta el fin de sus días. Es tarea de cada uno, encontrar la mejor manera de acompañarse. El Otro se puede definir también por oposición al yo, aquello externo a mi, todo lo que no soy yo. El Otro es un lugar, del que procede el lenguaje, por eso dice Lacan, el inconsciente es el discurso del Otro. El sujeto se forma alienándose, identificándose a lo que quedó del mensaje del Otro. Esta alienación es necesaria para la constitución del sujeto, como necesaria es la posterior separación para que se efectúe una buena salida de la adolescencia. Aclaremos que existe un concepto que puede confundirnos y es el del otro con minúsculas. El otro con minúsculas es el otro similar a nosotros, el otro que vemos en el espejo al mirarnos, y es a este otro al que se dirige el adolescente en busca de nuevas identificaciones, cuando no sirven las identificaciones familiares. Así pues, antes me refería a que el adolescente busca separarse de su Otro familiar (con mayúscula), a pesar de que separarse significa quedarse sin el soporte que le presta el saberse parte de una familia. Se trata de encontrar el punto de separación con el que cada

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sujeto, encuentre su distancia adecuada, la distancia que a él o a ella le vale. El adolescente busca construirse una nueva identidad por identificaciones frágiles y cambiantes, identificaciones al grupo, que aunque son un vínculo con lo social, son un engaño, pues tras la aparente certeza que ofrece el grupo, persisten las dudas y preguntas del sujeto. Los grupos son un engaño necesario, un paso habitual en la adolescencia, el peligro del grupo estriba en los colegas con los que hace grupo. Es esta carencia de identidad, lo que nos permite ver que cuanto más comprueba la falta de identidad, con más fuerza defiende eso que no tiene. Fuerza que se muestra con gran virulencia, cuando se cuestiona su lenguaje, su aspecto, sus gustos. Detrás de esa agresividad, está el hecho de que no sabe lo que es, ni lo que quiere, lo que podemos oír, o como decimos en psicoanálisis, “leer” lo que quedó escrito, en algún momento privilegiado, si estamos atentos. El adolescente pelea por la diferencia entre lo que busca ( a pesar de que no sabe lo que busca) y lo que encuentra, que siempre es insuficiente, inadecuado, y culpa al Otro por ello. La propuesta del psicoanálisis es que pase de la queja estéril a saber que cuota de responsabilidad tiene en lo que sucede, para poder responsabilizarse de ello. Hablábamos antes de una pregunta sobre el goce, y me parece pertinente en este momento, aclarar el concepto de goce. El uso habitual que se hace en español de este término es el de “el disfrute de un placer”. Jacques Lacan amplía el significado de esta palabra incluyendo en él el perjuicio que se obtiene cuando uno se entrega de forma desmedida al placer. Efectivamente, toda forma de placer llevada al extremo, produce un daño, así que, lo que hace Lacan es considerar como único el proceso del placer y del daño, con lo que la frontera entre uno y otro se reconoce como difusa, indeterminada. El goce es del orden del cuerpo, está en la frontera entre el cuerpo y el alma, y es un imperativo para el sujeto, de modo que detenerse durante el acto gozoso es un esfuerzo para el que hay que tener buenos motivos. Si quieren un ejemplo que ilustre esta cuestión del goce, bastará con imaginarse cualquier placer que queramos llevar más allá, para comprobar cómo en ese más allá el placer se vuelve displacer. Me parece caso paradigmático de goce la adicción. Cualquier tipo de adicción, en la que el sujeto aferrándose al placer que le proporciona el objeto, se ve arrastrado a la destrucción.

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Pongamos por ejemplo un toxicómano, que obtiene su dosis de placer con la droga, pero que también obtiene su dosis de destrucción cada vez que la usa. Pero no pensemos que gozar es algo reservado a los desheredados, o simplemente a los otros; El goce está detrás de cada acto cotidiano que realizamos. Cada uno de estos actos puede producirnos un placer comedido, o puede sernos perjudicial. Como decía antes, dejar de gozar de algo, para poder pasar a otra cosa (de la que seguro, también gozaremos) es un esfuerzo para el que el sujeto necesita un motivo. En general no somos conscientes de ello, pero es un trabajo que aprendemos (o no, según el caso) en la adolescencia. Este parar de gozar lo nombramos como pérdida de goce. He recogido del acerbo popular dos refranes ilustrativos del goce: -Lo bueno, si breve, dos veces bueno. -Comer y rascar, todo es empezar. Hay una frase del cantaor Camarón de la Isla que describe muy bien el goce, él decía: “Sólo me gusta lo que me sienta mal”. Volviendo a la pregunta del adolescente sobre el goce, el hasta ahora niño, estaba alienado a la Ley del padre, pero ahora se encuentra con nuevas sensaciones que provienen del cuerpo, para las que no tiene más recurso que la Ley del padre, que ahora rechaza. La adolescencia rechaza la pérdida de goce, lo que llamamos castración en psicoanálisis, su rebeldía es una oposición a aquello que limite su goce, haciendo responsable al Otro de la castración y la limitación. Separación La adolescencia es el momento de la separación de lo que procede del Otro. Es la apuesta por salir de la familia, al menos de esa familia heredada. El adolescente se quiere huérfano, quiere padres, sin reconocerse como hijo. Recuerdo ahora un servicio que presta una compañía de telefonía móvil que se llama “pásame saldo” pensado para que el adolescente pida a sus padres a través de un mensaje, que envíen dinero a su tarjeta telefónica, sin necesidad de que estos se hagan presentes, es decir el adolescente tiene el sustento de sus padres sin tener que reconocerlos como tales. Pero la separación no es una cuestión de lejanía. Es una cuestión de distancia, pero de distancia respecto al deseo del Otro. Una distancia para que la relación entre padres e hijos cambie a otra en la Pedro de la Torre. Salamanca 3.4.08

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que se reconozca un nuevo lugar para la singularidad de cada uno. Es una separación necesaria para el hijo y una tarea para los padres para ayudarle a separarse de la buena manera. Ayudarle, porque de lo contrario, le abocan a hacerlo por vía de lo peor. Cuando se hace de la buena manera, la lejanía no es un problema. El sujeto puede ir al Otro, o alejarse del Otro sin problemas. Hay hijos que conviven con sus padres mediante una buena separación, y hay hijos alejados de sus padres, que no soportan la distancia. La buena separación permite la relación de singularidad sin miedo a la voracidad de la cercanía o al olvido de la distancia. Cuando el sujeto no es capaz de entender que es lo que le une al Otro, la separación puede ser por la mala manera, y es que la separación de la adolescencia será reflejo de la alienación que hubo en la infancia. La Adolescencia es un divorcio, y ocurre que en los divorcios se suelen decir cosas desagradables, algunas absolutamente falsas, otras absolutamente ciertas, y otras muchas mezcla de unas y otras. Muchas se piensan sin decirlas, y otras se dicen sin pensar. Lo que se dice sin pensar no es un error, sino una verdad reprimida, oculta incluso para el sujeto que la dice. Por eso, lo que suele decir un adolescente, es su verdad y nos habla de cómo el adolescente ha recibido el mensaje emitido por el Otro. En la separación que se avecina, el adolescente ignora que se enfrentará a un vacío, porque toda separación es confrontación a un vacío, y es necesario saber qué aparece cuando se prescinde del Otro. La confrontación al vacío enfrenta al sujeto a su propia falta, a su propia castración, lo que se le antoja insoportable. El trabajo está más del lado de aprender a vivir con lo insoportable que de negar la castración, de buscar la completud. El síntoma, mensaje del inconsciente El hijo busca en la separación la respuesta respecto al ser que los padres no le dan. Como mis padres no saben lo que soy (y si lo saben, no me lo creo), y yo tampoco ¿Qué me queda? Lo que queda es el vacío. Con el vacío, el cuerpo se hace presente, y con él, la pulsión. ¿Que es la pulsión? La pulsión es la fuerza que nos empuja al goce. La pulsión es la heredera del instinto animal que se ha modificado al pasar por la palabra. El animal no puede desobedecer a

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su instinto, mientras que los humanos, algo podemos hacer con la pulsión. Decía que cuando el cuerpo se hace presente, aparece la pulsión, y con la pulsión viene la certeza. La pulsión pone fin a la búsqueda de la verdad. La pulsión es cambiar la certeza obtenida por la verdad buscada. Pero esta certeza no se obtiene con palabras, sino con un objeto, el objeto alrededor del cual gira la pulsión, objeto del cual gozar. Tachar al Otro, negar que el Otro tenga un saber, se mostrará de mil maneras: queja, decepción, reproche, desamor, etc. Pero ante todo es el inicio de una separación. Parece querer recuperarse todo el goce que se perdió en la infancia, durante la alienación al Otro, en unos atracones de goce. El adolescente está siempre en busca del goce perdido. Se ve aquí cómo la pulsión es el nexo freudiano entre pérdida y recuperación. La pulsión no se resigna a la pérdida del objeto. Por eso, si la alienación es una pérdida de goce, la separación es una recuperación. El sujeto trata de recuperar el goce que se perdió por la ley del Otro. Lo intenta recuperar gozando del objeto, que sitúa ante el Otro como un obstáculo. Y aparece aquí, en la adolescencia la situación paradójica que aparece en toda separación. Los adolescentes, que pretenden encontrar la libertad rechazando la ley, encuentran el goce, que los esclaviza. En palabras de Freud, la pulsión es la esclavitud más dura para el sujeto. Esto es lo que acecha tras el alcohol, los porros, los riesgos al volante, etc. Pero es muy importante destacar que el sujeto que se separa del Otro, lo hace por medio de un goce particular, que no depende de ese Otro, con frecuencia el sujeto cae en una relación de goce con un objeto del que le será difícil separarse. Es el analista, el que puede aparecer entonces para ayudar a liberarlo. Algo del momento que vivimos hay que señalar: cuanto más se eclipsan las palabras, más resplandece el goce y el objeto. Si hay una forma de encontrar cómo hacer con el goce, es por medio de la palabra, de modo que la certeza dé paso a la verdad del sujeto. El síntoma de la familia El adolescente cuestiona a la familia, y una de las formas de manifestarlo es sacando a la luz su goce.

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La cuestión es no sólo cómo tiene él que hacer con ese goce, sino cómo tienen que hacer sus padres con ese goce; cuánto es de aceptable o inaceptable del goce del adolescente dentro de la familia. Estos dolorosos momentos de goce, de ruptura del adolescente, son un grito, una demanda que busca el amor del Otro. El adolescente busca ser querido precisamente en lo más inaceptable que tiene. Es lo que se esconde tras las locuras del adolescente: ¡Dame tu amor! Busca el amor más autentico, el que va más allá de las razones. Pide reconocimiento en su forma de gozar. No se trata de satisfacer esta demanda, sino de escucharla, porque si no se escucha la demanda, el sujeto puede volverse inmediatamente sobre la pulsión. Lo que no pasa a la palabra, se busca en el objeto. Pero de este consumo de goce sin freno, que caracteriza al adolescente, podemos extraer una conclusión algo paradójica: aunque este continuo goce separa, por otra parte es una llamada al Otro. Una demanda de amor. Y es a través del amor como se puede frenar en algo el goce. Al desvarío del goce, oponemos la sinrazón del amor. Esto supone actuar en zonas difusas, como en política. En la vida, como en la política, existen esas zonas, esas situaciones que exigen, a veces, cerrar un ojo y manejarlas con mano izquierda, y donde el saber que se tiene, no es útil, y donde es necesario actuar con firmeza en lo esencial, pero con tacto y prudencia. A la vez que cerramos un ojo, para no ver ciertas cosas, tener el otro bien abierto, y atento para en el momento oportuno, con prudencia usar una palabra que huya del reproche y busque la reconciliación. ¿Qué papel tiene el amor? El amor de la acogida de la palabra, el amor que acepta la diferencia en el gozar. El amor nos da cabida en el Otro, mientras que el goce, no. Es la acogida al goce y a la verdad del adolescente. La acogida es verdadera si da lugar a lo distinto del otro. Lo distinto es la pulsión, el goce pulsional que no necesita la autorización del Otro para llevarse a cabo. Jacques Lacan lo decía así: “Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”. Lo que nos es insoportable del otro es su goce. Es a través del amor como podemos llegar a aceptar al otro en su goce. Por eso, la estrategia más torpe respecto a la pulsión es oponerse a ella, y la más inteligente es darle la palabra y saberla escuchar. Es lo que hace el analista, ya que la pulsión teme a la palabra y a la escucha. Pedro de la Torre. Salamanca 3.4.08

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En sus primeros escritos, Lacan dice que la pulsión es el silencio de la demanda, y por eso es mejor propiciar que hable. Cuando la pulsión asoma, hay la oportunidad de buscar la demanda que esconde tras ella. A partir de aquí cabe pactar sobre el goce, un pacto que de hecho es una adopción. Unos años de batalla que deseablemente desembocan en una solución, la posible. Es un síntoma, que hace compromiso entre el goce del adolescente y la aceptación de los padres. La aceptación de los padres es la clave. Hay familia, si hay un modo en que se puede aceptar el goce del hijo en el Otro familiar, desde el pacto, no desde la obligación. De otro modo, el que bajo un mismo techo habiten varios sujetos, casados cada uno con su goce, no nos permite hablar de familia. El pacto que permite a la familia ser síntoma, nos crea una nueva pregunta: ¿Cuánto goce cabe, cuánto se debe admitir en el seno de la familia? Por el exceso, hablaríamos del consentimiento excesivo, la ausencia de límites, la imposibilidad del lazo social. Por el defecto, hablaríamos de la intransigencia, en la que no se da cabida al sujeto e intensifica el goce. Esta pregunta no tiene una respuesta universal, es un pacto, un acuerdo que depende exclusivamente del goce que padres permitan y el goce que hijos actúen. La posición de los padres respecto al goce de su hijo, dependerá en cierta manera de cómo un hijo represente lo insoportable para ellos, frecuentemente, los padres encuentran lo más reprimido de ellos mismos en el hijo, como el retorno de una verdad de los padres. La verdad reprimida, es ese secreto familiar del que nunca se ha hablado, cuando esta verdad asoma en la adolescencia mostrando la no completud de los padres, son los padres los que se ven enfrentados a lo insoportable, desde su propia subjetividad, no ya en relación al goce del hijo. Esta situación es la propicia para una adopción. Lo mejor que puede pasar es que la adopción se produzca, que los hijos tornen todos en hijos adoptados, y que haya también adopción de los padres por los hijos. Si se produce esta adopción, existe la familia. Es la finalidad del amor que se puso en juego. La familia se asentará en un punto dentro del abanico que va de un extremo a otro: En un extremo estaría la familia en la que domina el goce de los hijos con la complicidad de la angustia de los padres, una familia en la que los hijos deciden y los padres se ofrecen como sacrificio a ese amo postmoderno que airea sin pudor el culto a los derechos de los

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hijos, sin responsabilizarse de nada, abocándoles a una infancia eterna, y desgraciada. Por otro lado están los padres sin deseo, dimitidos de su función de padres, sumidos en un goce permanente con el objeto, sin asumir su papel de semblante, representante de la ley. El discurso imperante hoy día, de poner el acento sólo en el derecho de los adolescentes, de lo políticamente correcto, olvida que es absolutamente necesario aprender a manejarse con el límite, porque es el límite el que nos abre el camino al deseo. Esta ignorancia que ignora que cuanto más se eclipsa la Ley, más obligado está el sujeto a buscarla como límite. Y es que cuando no se limita el goce, se acaba viviendo en el goce del límite. Esto se constata todos los días en los periódicos, en los que vemos casos de adolescentes, que se enfrentan a la justicia porque nadie les ha puesto límites, y tiene que ser el juez y la policía quien lo haga. Las dos preguntas que mencionaba al principio, una respecto al ser y otra sobre cómo hacer con el goce han de ser trabajadas ya sea consciente o inconscientemente. Si el goce llega a desbordar lo familiar, puede ser el momento de comenzar un análisis. Respecto a la familia, señalar que no hablamos de una cuestión de consanguinidad, sino del hogar que se construye entre los miembros. Estamos en un momento de declive para la familia tradicional, y en el que surgen nuevos modelos familiares, como las familias monoparentales permitidas por las nuevas técnicas de fecundación, o las familias con padres del mismo sexo. En el seno de estas familias se producirán conflictos similares a los que nos hemos referido hoy y la salida por el pacto y la adopción debe hallarse de igual modo. Es cierto que surgirán algunas peculiaridades que ahora ni siquiera imaginamos, pero en lo esencial, las funciones en juego serán las mismas. La oportunidad que tiene la familia, de tener futuro será a través de la adopción mutua de padres e hijos, de hijos y padres donde cada miembro encuentre un límite a su goce, y un lugar para su deseo.

Pedro de la Torre Yugueros [email protected]

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Bibliografía: José A. Naranjo Mariscal, “Adolescentes, una respuesta sin pregunta ”. Cuadernos de psicoanálisis de Castilla y León, nº 8. pp 89-101. José A. Naranjo Mariscal, “Razón del psicoanálisis ”. RBA libros 2006. Hebe Tizio, “El uso de las drogas en la adolescencia ” Freudiana nº 42. Françoise Doltó, “La causa de los adolescentes ” Paidos, 2004.

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