Publicado en El Ideal de Granada, suplemento especial 28 de febrero de 2002, págs.14 y 15

EL TERRITORIO EN EL FUTURO DE ANDALUCÍA Florencio Zoido Naranjo Publicado en El Ideal de Granada, suplemento especial 28 de febrero de 2002, págs.14 y

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EL TERRITORIO EN EL FUTURO DE ANDALUCÍA Florencio Zoido Naranjo Publicado en El Ideal de Granada, suplemento especial 28 de febrero de 2002, págs.14 y 15 Las palabras no suenan igual en todos los oídos, no se las escucha de la misma manera en todas partes, no siempre tienen significados idénticos. En el mundo occidental las palabras han cobrado con gran frecuencia vida propia; en ciertas ocasiones se separan demasiado de los hechos y en otras las confundimos con ellos. Los lemas y los anuncios mil veces repetidos por la propaganda o la publicidad empiezan siendo estribillos pegadizos y acaban vaciados de contenido por la tozudez de los hechos que los contradicen. Son las frases grandilocuentes y las palabras a las que se atribuye significados más trascendentes las que más huecas nos suenan pasado un cierto tiempo. Aunque algo de su valor debe permanecer cuando publicidad y propaganda siguen recurriendo a ellas; quizás la abundancia de los oídos más cándidos o de las mentes que tienen mayor necesidad de confiar en promesas o ambiciones mil veces repetidas les confieran esa utilidad. Ahora en Andalucía nos llega de nuevo el lema de la modernización; hace unos años escuchamos hablar más de modernidad. No es extraño, por tanto, que haya a quien le parezca un lema ya sin brillo; aunque hay que reconocer que como mensaje político resultaría insólito proponer la postmodernidad y asumir su significado de pérdida de confianza en la razón y en el ser humano; incomprensible para casi todos sería adoptar como alternativa el concepto de ultramodernidad que ha propuesto el filósofo José Antonio Marina para designar específicamente a nuestro tiempo. Modernización sigue conteniendo un ingenuo mensaje positivo comprendido por muchos, sustentado en el largo periodo de uso de esta palabra, que le ha permitido expresar la superación de las oscuras aprensiones religiosas medievales, la nueva tecnificación de los procesos productivos vinculada a la revolución industrial, la recuperación de comportamientos sociales más desinhibidos por una burguesía emancipada de las estrecheces de los antiguos estamentos, o las innumerables consecuencias favorables debidas a los avances científicos. La palabra modernización evoca un tiempo nuevo asociado a una evolución transformadora positiva, a la superación de modos y costumbres considerados viejos y atrasados. Pero no contiene,

no comprende, aspectos del presente que provienen de aquellos comportamientos modernizadores que han acabado mostrando una cara muy negativa, como los grandes conflictos ecológicos a los que nos vemos abocados sin remedio, la utilización despiadada de los conocimientos científicos, los abusos del consumo personal de alimentos, excitantes o tranquilizantes, las reacciones xenófobas ante la movilidad de las poblaciones y la multiculturalidad, o los desequilibrios territoriales crecientes a escala planetaria. Si de verdad aspiramos a mejorar el futuro, hoy no resulta suficiente un eslogan como el de modernización; una propuesta sincera de un tiempo venidero mejor tiene que ser crítica con hechos del presente que no solamente tienen que ver con lo atrasado o lo anticuado. Hay muchas características de las sociedades económicamente más desarrolladas -¿más modernas?- que no deberían tener futuro. Para no caer en un debate estéril y meramente nominalista propongo discutir ese deseado mejor porvenir en relación con hechos concretos de los que carecemos o que padecemos. Por ejemplo: no puede haber un futuro mejor, o no es posible la modernización, sin transparencia en las actuaciones internas de los partidos políticos; o, desde el ángulo contrario, no puede ser aceptable un futuro en el que se intimide a los que piensan de otra manera o son diferentes de la mayoría. Esta forma algo más concreta de afrontar la cuestión es posible referirla también al territorio, un aspecto de la realidad al que me acerca mi condición de geógrafo. ¿Cabe pensar que al territorio le corresponde un papel importante en la mejora de la vida de los andaluces, en un futuro a medio o largo plazo?. En caso afirmativo, ¿qué características del territorio andaluz deberían permanecer y cuáles cambiar?

El territorio ha sido considerado en todas las épocas como uno de los componentes sustanciales del proyecto de convivencia de cualquier sociedad, junto a la propia población, una cultura compartida y las normas que regulan la vida en común. Territorialidad y soberanía siguen siendo conceptos firmes y estrechamente unidos, asociados principalmente al nivel político estatal; pero uno y otro están teniendo que ser entendidos con mayor flexibilidad al suprimirse fronteras o distribuirse competencias decisivas entre entidades territoriales que operan en un mismo espacio. La integración de España en la Unión Europea y la autonomía de los poderes territoriales (municipios y comunidades) establecida por la Constitución nos impulsan a resolver los posibles conflictos territoriales mediante la concertación entre las partes concernidas. En

Andalucía, afortunadamente, no hay planteados problemas de soberanía o de enclaves territoriales. Sin embargo, la proximidad de Gibraltar, Ceuta y Melilla, y la importancia estratégica del Estrecho, explican una presencia militar en el territorio andaluz netamente superior a la que existe en otras comunidades autónomas. En relación con el futuro de estas cuestiones de política internacional el deseo de los andaluces no puede ser otro que su resolución mediante negociaciones pacíficas. En cuanto se refiere a Gibraltar resulta imprescindible que se cumpla la legalidad, que su peculiar situación se contemple como un hecho de diversidad territorial con casi tres siglos de existencia y que aumenten las relaciones sociales cotidianas entre llanitos y campogibraltareños, abruptamente colapsadas por hechos de fuerza tan inútiles como el cierre absoluto de la verja durante trece años. En el pasado, el entendimiento rígido de la territorialidad ha estado asociado también a la atribución al espacio geográfico propio de una importancia decisiva en la disponibilidad de los recursos en él contenidos, empezando por su propio valor como tierra o solar. En este aspecto la evolución de la economía en general y particularmente del comercio internacional, de los regímenes de la propiedad fundiaria y del desplazamiento de capitales e inversiones establecen nuevas condiciones que hacen ridículas, por ejemplo, las proclamas lanzadas en los dos archipiélagos españoles de prohibir la venta de bienes inmuebles a compradores extranjeros. El territorio sigue siendo un factor económico principal, pero la apropiación del mismo no puede ser ya ejercida como el dominio animal sobre un espacio de caza; la propiedad de la tierra o la atribución de un territorio a una comunidad tienen limitaciones, derechos y deberes, en relación con valores colectivos más amplios, como la calidad del medio ambiente exigida por los acuerdos transfronterizos sobre el control de la contaminación. Por otra parte, la mejora constante de las comunicaciones y transportes disminuyen los costes impuestos por factores netamente territoriales como la distancia o las limitaciones debidas a los mal llamados "accidentes geográficos". Parece, por tanto, que el papel del territorio en la economía disminuye en el contexto de la globalización. Aunque, al mismo tiempo, en un mundo empequeñecido por la facilidad para recorrerlo y tendente a la homogeneidad por el crecimiento constante de los flujos de personas y mercancías, cobran nuevos valores las diferencias locales o regionales y se aprecia más la diversidad territorial.

Desde este punto de vista, Andalucía se asoma al futuro con un importante capital inicial; su entidad o imagen unitaria -no sólo como hecho cultural, sino también como territorio- es nítida y valorada; al mismo tiempo aumenta el reconocimiento y aprecio de sus componentes territoriales más conspicuos: ciudades principales y medias, comarcas singulares, espacios naturales protegidos y ámbitos prestigiados del litoral turístico. Mantener esta doble presencia puede ser uno de los retos de futuro más importantes de la política territorial; se debe reforzar la cohesión del conjunto, superando particularismos -localismos y provincialismos demasiado vigentes en la actualidad- y fortalecer a la vez la definición y percepción de entidades territoriales singularizadas por sus características naturales o por una oferta especializada en servicios y bienes producidos. Otras dos cuestiones territoriales me parecen de gran relevancia en el futuro, puesto que no han sido todavía totalmente resueltas: la superación de las desigualdades territoriales internas y la articulación entre las distintas partes del territorio andaluz y de éste con el exterior. Hace ahora un año que resurgió con fuerza el debate sobre ambas cuestiones. Tal como estuvo planteado entonces no clarificó ni resolvió nada. Se pueden tomar unos hechos y esgrimirlos para señalar que aumentan los desequilibrios territoriales, o escoger otros ejemplos y argumentar en el sentido contrario. Una confrontación similar la observamos cada año en el debate parlamentario sobre el estado de la Comunidad Autónoma: el gobierno exhibe las mejoras y la oposición subraya los conflictos. Desde el momento en que existe una entidad política diferenciada, las desigualdades entre partes de un mismo territorio tienen que disminuir y en general evolucionan en ese sentido; ningún proyecto político -partidario, o del conjunto de una sociedad- puede existir mucho tiempo si no muestra avances en la igualdad o equivalencia de condiciones de vida entre sus componentes. Otra cosa son las tensiones y rivalidades que puedan suscitarse coyunturalmente entre lugares determinados.

No sólo en Andalucía, en todas las comunidades autónomas, han surgido nuevas y múltiples centralidades o estructuras de articulación interior que resuelven antiguas carencias. Estos hechos, unidos al generalizado crecimiento económico, han propiciado importantes mejoras en la accesibilidad y en el equipamiento en servicios públicos de

numerosos núcleos de población. Los avances en igualdad de oportunidades en relación con el lugar de residencia son netos si se considera cualquier indicador que compare grupos sociales urbanos y rurales en Andalucía, hace dos décadas y en la actualidad. Algo parecido sucede si la alternativa se establece respecto a los componentes territoriales más primarios de la Comunidad Autónoma; sostener hoy la dicotomía de largos antecedentes históricos que subrayó el desarrollismo de los años 60 entre una Andalucía occidental rica y otra oriental pobre, es una falacia que no soporta la aproximación estadística más elemental. Los grandes trazos de las desigualdades territoriales en Andalucía se corrigen, pero aparecen matices y énfasis nuevos que unas veces se deben a la persistencia de viejos factores de desequilibrio (el despoblamiento y la desarticulación demográfica en algunas áreas serranas interiores) y otras a un dinamismo económico políticamente mal gestionado (el fracaso escolar y el racismo en las áreas dinámicas con importante inmigración). No puede avanzarse en la cohesión territorial si no se arbitran mecanismos directos de observación y medidas de corrección de los conflictos que perduren o surjan. Los localismos sólo aportarán ruido y confusión en ese propósito; los provincialismos están demasiado unidos al sistema electoral y de organización partidaria; ambos particularismos contienen, además, un gran peligro político como visión muy parcial de las diferencias territoriales. Para superar una utilización meramente demagógica o electoralista de la desigualdad o, por el contrario, de la cohesión intrarregional, necesitamos, en primer lugar, una lectura más rica del territorio, capaz, en primer lugar de distinguir entre diversidad y desigualdad. Los ámbitos de nivel intermedio, comarcas podemos llamarles (perdiéndole miedo a esta palabra, pero acordando con inteligencia su alcance administrativo o político), son los idóneos para este propósito. Además deben desarrollarse las políticas correctoras. ¿Qué futuro tiene una comarca despoblada?, ¿se puede aceptar la dicotomía entre unos territorios abandonados que se asilvestran y otros de utilización tan intensa en los que desaparecen los rasgos naturales más básicos? Corregir estos desequilibrios, viejos y nuevos, no es posible sólo con un fondo de solidaridad territorial (aunque éste sea imprescindible en una Comunidad Autónoma con la extensión, diversidad y desigualdades de Andalucía); se necesitan,

además, políticas que identifiquen las peculiaridades de cada ámbito y actúen en consecuencia con ellas. Respecto a la articulación interior de Andalucía y con otros territorios es mucho lo que se ha avanzado, pero más lo que queda por hacer. Hasta ahora se ha actuado dando prioridad a la mejora de los medios y ejes de comunicación con mayor participación en la movilidad total. Quizás esa opción era ineludible, pero ¿qué decir de la condición de enclave terrestre que todavía mantiene el puerto de Algeciras, a pesar de su posición privilegiada en todas las clasificaciones de la actividad marítima?; ¿cuánto tiempo será necesario para reducir a menos de una hora la accesibilidad a un hospital de los andaluces que viven en la Sierra Morena de Huelva y Sevilla, en las serranías de Jaén, o en las comarcas del interior de la provincia de Almería?; ¿cuántos años más permanecerán incompletas o fragmentarias las mejoras de la N-340 y N-630?; ¿cómo confiar en un mejor futuro para Andalucía en el siglo XXI cuando la red ferroviaria de su mitad oriental se encuentra en peores condiciones que en el siglo XIX?; ¿hasta cuándo deben esperar los andaluces para compartir razonablemente un modelo territorial en el que se definan las condiciones de una región europea avanzada?. Finalmente, en un proyecto político contemporáneo y de futuro el territorio quizás no tiene ya el papel trascendental que se le otorgó en épocas pasadas, especialmente si las cuestiones territoriales más primarias están asentadas y no son previsibles cambios de límites o intervenciones radicalmente transformadoras. Pero, por esas mismas razones, el territorio se une más a los aspectos de la vida cotidiana y en definitiva a las políticas sociales. En este último sentido ¿es posible un futuro mejor, un mayor bienestar de los andaluces, si no cambian las tendencias que están produciendo la pérdida de calidad natural, ambiental y paisajística de buena parte del territorio andaluz? (espacios litorales conurbados; periferias urbanas desordenadas,

urbanización

incontrolada en entornos metropolitanos, márgenes de los ejes viarios, en multitud de valles y laderas rurales; proliferación de vertidos incontrolados). ¿Es posible un futuro mejor en un espacio cotidianamente vivido cada día más degradado y banal?

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