Que esperan los judíos del Mesías. Por Jaime Barylko

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Que esperan los judíos del Mesías Por Jaime Barylko

Los temas mesiánicos están particularmente desarrollados en los capítulos de Isaías. Son temas en plural. No se trata de una teoría, de un sistema, de un orden de conceptos estructurados con comienzo, medio y fin. El profeta opera mentalmente con visiones, imágenes, concreciones; cuando piensa, ve. Por eso expresa en poesía, a borbotones, porque no está recluido en su casa, junto al hogar –como Descartesjugando a ser “El pensador”, de Rodin, tranquilo, apaciguado, con tiempo, paciente. No. Está en la hoguera de la realidad, de esta realidad, la suya y la de otros. Y la vive con ansiedad y pasión. Por lo tanto no puede haber lugar para en él para un pensamiento matemático, discursivo, con premisas y consecuencias. Piensa a gritos. Con frases truncas. Con visiones que procuran en pocas palabras resumir mundos enteros. Por eso decimos: temas mesiánicos, en plural. Cada profeta y su visión, su postura, su sensibilidad y su pasión. Más adelante veremos, en efecto, cómo esta pluralidad incluso puede ser contradicción entre visones diferentes. Isaías habla del Mesías, persona, “siervo de Dios” sujeto humano. Otros describen el final de los tiempos, la época, la atmósfera de ese futuro paraíso. Otros llaman a ese período post-histórico “Día de Dios”. Aún entraremos luego en detalles de corrientes, escuelas. Por ahora baste con decir que más allá de las diversidades de expresión y concepción, los profetas quieren, en nuestro vulgar léxico, “un futuro mejor”. Ese futuro, el de la superación del mal y la injusticia, que nosotros denominamos mesiánico, es visto ora como culminación de la historia, ora como destrucción de la consabida historia y comienzo de una nueva e inédita era. Evolución o revolución. Cambio progresivo, lento, ascendente, o repentino, milagroso, absoluto. Trabajo de hombres y brusca intervención de Dios en algo así como una nueva Creación, el punto cero de una nueva humanidad. Mesías es un hombre, un rey, opuesto a todos los reyes hasta ahora vigentes. Rey que será juez y profeta e impondrá justicia y, de esta manera, logrará establecer la armonía entre los hombres, y la paz consecutiva. (En el siglo XIII, en España, fue obligado el rabino Najmánides a polemizar públicamente con representantes de la iglesia. Cuando se le reclamó porqué los judíos no aceptaban la figura mesiánica de Jesús respondió: El Mesías, en nuestra versión traerá la paz y el amor. Si no hay paz y amor, no creemos que el Mesías ya haya llegado). El Mesías se sustancializa en su época. ¿Será un líder que educará una nueva generación? ¿O será una nueva generación que dará lugar a ese tipo de líder? No sabemos. Vacilan los profetas al respecto. La imaginación transcurre por uno y otro sendero. Esto debe saberse y entenderse: la imaginación prevalece en este terreno. La fantasía. No es que se nos mienta. Lo que se sabe con certeza –proveniente de la fe en Dios; certeza del creer absoluto en lo Absoluto- es que habrá ese cambio. No se puede concebir la historia universal de otra manera. El resto, el cómo, el cuando, el de qué manera, dependen de la fantasía. Maimónides estableció 13 principios para la fe judía; en el undécimo dice:

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“Yo creo con toda la fe en la llegada del Mesías; y aunque se demore seguiré aguardándolo hasta que arribe”. Lo que postulan los profetas es esa fe inconmovible en un “final de los tiempos”, en un Juicio supremo de Dios sobre todos los seres del mundo, en una primera y última victoria de la Justicia y su morada entre los hombres. Eso es lo único incontrovertible. Lo demás se presta a discusión. Lo demás, digo, es la técnica, la metodología de la concreción de esa esperanza. La idea del Mesías-Rey-Profeta-Juez, es sumamente terrenal, aunque esté apoyada en la inspiración divina que habrá de sumarse a ese individuo excepcional. Pero no rebasa los límites de la experiencia natural. La paz y el bienestar, por más originados en el cielo que estén no caerán como maná sobre los hombres. No hay escapatoria. Somos malos porque se nos educa mal o para el mal. Seremos buenos cuando se nos eduque para el bien. Y ésa es la función del Mesías, el rey inédito: guiar, educar, enseñar a vivir. Milagro de una nueva enseñanza. ¿Por qué necesita el profeta imaginar al Mesías, al redentor? En efecto, Mesías es rey y guía y jefe y maestro y profeta. Pero redentor. Entre tantas funciones la primera que se le vislumbra es la de redimir a los sufrientes del sufrimiento. ¿Quiénes son los sufrientes? Es un rey muy de esta tierra para gente muy de esta tierra, y bien determinada, con nombre y apellido. Los judíos. Para ellos vendrá. Porque ellos lo necesitan. Porque están sumidos en el dolor y la desesperación. La visión del Mesías o del tiempo mesiánico es algo así como una galería de espejos que se reflejan los unos sobre los otros, complejamente. Tendemos a enfocar al mesianismo como la gran revolución universal, para toda la humanidad. Nos encanta, nos fascina hablar de la humanidad. Deleite insondable nos produce cada frase que habla algo “del hombre”, el abstracto, el Todos, El Nadie. Parece como si nos crecieran alas y contemplásemos al cosmos desde algún punto remoto e infinito. Es saludable alejarse del sí mismo y flotar en estratosferas universalistas. Son nuestras traducciones del mesianismo. Incorrectas, por cierto. Como lo es toda conceptualización volandera que a nadie compromete. Al menos es una suma incorrección cuando se trata de temas judíos, particularmente los bíblicos. Allí todo es concreto e inmediato. Cada palabra tiene un destinatario visible, aquí y ahora. El destinatario es el pueblo, este pueblo, el de Israel y cada uno de los individuos que lo componen, y, desde luego, con la mayor responsabilidad de los llamados responsables, los jefes, los líderes, los reyes. El Mesías viene para este pueblo. Porque este pueblo lo necesita. Porque nace como la necesidad intrínseca de este pueblo. Porque sólo este pueblo necesita al Mesías. No por privilegio, ni status, ni elección celestial. Simplemente por factores socio-históricos evidentes. (Incluso si alguien optara, a rabiar, por defender cuestiones teológicas y decir que es Dios quien envía al Mesías, por voluntad primaria Suya, le responderíamos –y en teología todos sabemos lo mismo; lo mismo que nos proponemos a saber-: es cierto. Dios lo envía. Porque el pueblo lo necesita, lo reclama, lo exige). (El universalismo abstracto de Jesús, su apelación al alma, su tendencia a todos los hombres del mundo, era ajeno y por lo tanto incomprensible para el espíritu realista de los judíos). Un Mesías concreto, pues, para un pueblo concreto. Un pueblo en circunstancias históricas concretas. Y aquí aparece la galería de espejos: el profeta –en nombre de Dios- anuncia la destrucción como inevitable consecuencia de la ruina anterior, y como única vía de catarsis para la purificación de 2

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tanta pátina del mal y de injusticia. Destrucción del reino, del Templo, de la soberanía política. Al exilio. Fuera de casa. Todo ello significa dolor, sufrimiento. Diáspora. Pena. Llanto. Niños destrozados. Madres viudas. Llanto. El mismo Jeremías, presa del furor, vaticina la destrucción; el mismo Jeremías llora desconsolado por la destrucción: “Ay, cómo está solitaria, la ciudad (Jerusalem), que otrora tenía tanta gente…Era como una viuda…No tiene quien la consuele….” Como una viuda. Leemos en la interpretación de Rashi: “Como una viuda. Parecida a una viuda. Pero no viuda. Como la mujer que fue abandonada por su esposo, en viaje a lejanos países, pero espera que regrese;” Menajem: quien la consuele. Al Mesías se lo llamó “Menajem”. En la galería de espejos del complejo semántico involucrado en la palabra Mesías extraemos – por ahora- dos líneas que se entrecruzan. 1) Mesías es la respuesta a la necesidad del cambio ético, que ha de transformar a la humanidad en los hombres que Dios ha soñado que fueran: humanos, amables, justos, pacíficos, hermanos. 2) Mesías es la respuesta a la necesidad específica del pueblo específico, el judío, en circunstancias específicas –la diáspora: sufrimiento, dolor, muerte, pogrom- para redimirlo de toda esa pena. La redención significa también un proceso específico y pragmático: el retorno a la tierra patria, la de Israel, la re-construcción del reino, del Templo, de la vida autónoma, bajo nuevas leyes que en realidad son las viejas, pero antes desdeñadas. Las leyes contenidas en la Ley de la Torá. En la evolución de la idea mesiánica las líneas se ordenan en un proceso donde el 1) es consecuencia del 2). Primero se produce el consuelo. El pueblo reúne todas sus diásporas –bajo la mano de Dios- en su tierra. Luego es el pueblo quien vuelve, amén de a la tierra, a Dios, a su Ley. Después la enseñará a otros pueblos, que la asumirán. Entonces será la ética y la paz universales. Entonces todos los hombres serán hermanos. Es tiempo de entrar en la médula misma de los profetas –sus palabras –para ver las diferencias –que en última instancia serán visiones desde distintos ángulos de una misma realidad futura, necesaria- que los distinguen. En principio, los tiempos mesiánicos se caracterizan por el retorno de las diásporas a la tierra de sus padres, la tierra de Israel. “Y vendrán a ella (a la tierra) y quitarán los sucios ídolos. Y les daré (dice Dios) un solo corazón, y nuevo espíritu daré en vosotros; y quitaré el corazón de piedra de vuestra carne, y os daré un corazón de carne. Para que vayáis por Mis leyes y conservéis Mis preceptos.” (Ezequiel XI, 18-20). Reléase y se notarán todas las facetas –ya que son múltiples- en el proceso del cambio: a) Retorno a la tierra. b) Lucha contra las malas costumbres de antaño, idolatría, suciedades. c) Cambio interior: nuevo espíritu; corazón de carne en lugar del corazón de piedra que tenían.

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d) Cambio exterior, en la conducta. Todo confluye: en cumplir con las leyes de Dios. Eso es el resumen final del cambio. Pero en el mismo capítulo se nos dice –se le dice al pueblo- que el cambio depende de lo que nosotros hagamos. Nosotros debemos promoverlo, prepararlo, darle lugar: “Abandonad vuestras iniquidades….Haced para vosotros un nuevo corazón y nuevo espíritu……” Isajar Iaakobson nos hace notar el paralelismo entre ambas acciones, la del hombre y la de Dios. Cuanto hagan los hombres, hará Dios. Y nos hace ver este mismo juego de acciones paralelas – tierra y cielo- en la Torá. Por una parte esta escrito en Deuteronomio XXX, 6: “Y Dios practicará la circuncisión de tu corazón y del corazón de tus hijos para amar a tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, por tu propia vida”. Por otra parte, en el mismo libro, X, 16, encontramos escrito: “Y haréis la circuncisión del prepucio de vuestro corazón y no endureceréis más vuestra cerviz”. Doble proceso que en realidad es uno solo. Todo es “por tu propia vida”. Lo que hagas será por ti, para ti. Nadie puede construir tu vida en tu lugar. La acción de Dios – en estas visiones paralelas- solamente ratifica la actividad humana. Si se destruyen, los seres humanos, son destruidos. Sí se reconstruyen, son construidos. (Interesante, de paso, es la imagen de la “circuncisión que hemos hallado en los versículos antes mentados. Nótese que se usa una metáfora cuyo origen es la circuncisión del miembro masculino. Ella consiste en quitar la “cobertura”. Es símbolo físico de la otra circuncisión, la espiritual: quitar la “cobertura” endurecida del corazón, del alma, ese “taponamiento” de la sensibilidad humana.) Todo lo dicho alude al cambio de la persona, de la humanidad del hombre, de su ética. En Ezequiel XXXVII encontramos la visión de la transformación histórica del pueblo arrojado a la diáspora, a la muerte. El profeta es invitado a visitar una cueva. En ella se ven huesos. Son los huesos del pueblo diseminado por diásporas y hecatombes. No tienen, aparentemente, esperanza alguna. -¿Vivirán estos huesos? –pregunta Dios al profeta. La respuesta natural es negativa. La muerte ya no vive. Sin embargo –enseña Dios- vivirán. Recuperarán su cuerpo, sus nervios, su carne, su piel y volverán a la vida. Será la resurrección histórica del pueblo en su patria. Dos momentos del mesianismo: el nacional, histórico. El personal, ético. Pero no son distintos. El uno involucra al otro. La resurrección es para algo. No meramente para volver a vivir, sino para vivir de otra manera, con otro corazón, circuncidados en cuerpo y alma. También Jeremías se hacen ver las dos facetas, la interna y la externa, la histórica-nacional y la del compromiso ético-personal, en la concepción del mesianismo. Del final de los tiempos. En Jeremías XXXI se describe la reunión de las diásporas en la vieja y nueva patria. “He aquí que los traeré –dice Dios, en el versículo 7- de tierras del norte (Babel) y los reuniré de las puntas de la tierra, ciegos, rengos, mujeres embarazadas, parturientas, todos juntos, en gran comunidad, regresarán aquí. Con llanto vendrán, y con piedad los conduciré por ríos de agua, en camino recto, para que no caigan…..” La madre Rajel los esperará. Es tierna y memorable esta imagen de la madre que ve partir sus hijos al exilio, y caen sus lágrimas por ellos. Entonces Dios la llama y la consuela: “Deja de llorar, puesto que hay recompensa para tu acción, dice Dios, regresarán de la tierra del enemigo…..”

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(En el midrash, sobre la base de este versículo, interpretóse el motivo por el cual la madre Rajel, la bienquerida esposa de Jacob, fue inhumada no en la Cueva de Majpelá, como las otras esposas de los patriarcas, sino al borde del camino de Bet Léjem. ¿Por qué? Por el futuro, dijeron. Para que en el futuro despida a sus hijos que al exilio. Y luego, en ese camino, los reciba en su regreso.) Esta es la faz física, exterior de la historia. A ella se añade el momento interior, el del cambio del corazón. ¿Cómo se obtendrá? Así está escrito en el versículo 30, y siguientes, del capítulo citado: “He aquí que vendrán días, dice Dios, en que trazaré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto. No será como el pacto hecho con sus antepasados, cuando los tomé para sacarlos de Egipto, pacto que fue transgredido por ellos…. Sino éste será el pacto que haré con la casa de Israel….Daré Mi Torá en su interior, sobre su corazón la escribiré, y seré para ellos Dios y ellos serán para Mí pueblo. Y no tendrán necesidad de enseñar uno a su compañero el conocimiento de Dios, porque todos Me conocerán, desde los pequeños a los más grandes…..” En efecto, habla de un nuevo pacto (brit jadashá). El cristianismo entiende en estas palabras el vaticinio de la “nueva ley” de Jesús y sus discípulos, es decir el “nuevo testamento”. El texto merece, pues, particular atención. Si bien se lee es el pacto el nuevo, pero no el contenido del mismo. Dios trazará un nuevo pacto pero sobre la misma Torá, la “vieja”, la única. El cambio no se produce, consecuentemente, en el contenido de la Torá, sino en la relación del pueblo con ella. Entes la habían transgredido, no habían observado el pacto respecto de la Torá. Por eso es menester renovarlo, rehacerlo. Un pacto requiere cumplimiento. ¿En qué consistirá la novedad? En que el cumplimiento vendrá desde adentro. La Torá estará inserta en la gente, y la cumplirán en forma natural, por mera exigencia interior, de la persona. Será ley interna, autónoma –en lenguaje de Kant-. Entendemos que esta internalización de la Torá será, realmente, producto de la evolución de la gente. Y así llegará el momento en que el conocimiento de Dios no deberá ser más enseñado porque estará aprendido, adherido al corazón de todos. Con esto pueden ligarse diversas versiones –sobre todo en el mundo de la Cábala al cual aún volveremos-, posteriores sobre los tiempos mesiánicos en los cuales la Torá ya no regirá. La idea es – pienso, a base de lo expuesto- que dejará de regir el concepto de mitzvá: precepto, orden, puesto que en él se involucra una imposición exterior, heterónoma. En cambio, si la Torá está dentro del hombre, yo no rige ese concepto de mitzvá, aunque sigue en pie el cumplimiento de la mitzvá, pero ya no como orden impuesta desde el exterior, sino como ley natural que fluye desde el interior del hombre, elegida por él mismo, asumida por él mismo. Claramente lo expone Jeremías: nadie necesitará hablar de Dios cuando Dios exista…. Dentro del corazón del hombre.

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