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Al amanecer del sábado 27 de febrero del 2010 un terremoto grado 8.8 azotó el territorio chileno dejando una gran devastación a su paso. Fue prontamente seguido por un tsunami. La combinación dejó a más de 700 muertos y millones de dólares en pérdidas materiales en país en vías de desarrollo que estaba recién saliendo de una crisis económica. Éste desastre natural no sólo nos agitó el suelo y derrumbó nuestros edificios, sino que nos movió todas las bases sobre las cuales creíamos tener construida sociedad y reveló los cimientos de una cultura que no estaba preparada para una catástrofe de tal magnitud. El terremoto evidenció la descoordinación de las organizaciones en un momento de crisis, la fragilidad del orden público, la inestabilidad de las comunicaciones y lo centralizado que es nuestro país. Además de lo que reveló a nivel institucional nos delató como cultura, sacó a la luz lo mejor y lo peor de los chilenos. Nos hizo darnos cuenta de cómo y quiénes somos como seres humanos. L as catástrofes tienen esa peculiaridad; detienen el tiempo, lo cortan, nos obligan a parar y empezamos a reflexionar. El hombre al levantar la vista en la adversidad se da cuenta de lo que lo rodea. Se da cuenta de su impotencia y su pequeñez frente a cualquier capricho de la naturaleza. En momentos de tensión y de miedo, cuando creemos que lo peor puede pasar, los seres humanos nos damos cuenta de cómo funcionamos inconscientemente y gracias a quien lo hacemos. Observamos quienes son los que tenemos al lado, a quienes nos gustaría tener al lado, quienes son los que se preocuparon por nosotros, en quienes nos preocupamos más y quienes nos ayudaron. Con el propósito de analizar dos experiencias distintas de una misma situación, como fue vivir éste terremoto, me haré a mi misma tres preguntas y luego le repetiré la entrevista a mi prima, a la que también le tocó vivir el terremoto acá en Santiago, pero bajo circunstancias un poco distintas a las mías. ¿Qué estaba haciendo yo antes del terremoto? Curiosamente el viernes antes del terremoto fue un viernes bastante distinto de los otros viernes para mí, mis papas nos habían venido a dejar a mi hermano y a mí a Santiago para poder ayudarnos a cambiarnos de domicilio, así que durante todo ese fin de semana las cajas y el caos reinaban en el departamento. Un par de horas antes del terremoto yo había estado en disyuntiva entre salir o no salir a bailar. Un grupo de amigos me había invitado a una disco, pero como mis papas se iban al día siguiente decidí quedarme con ellos y no ir. Mirando hacia atrás creo que fue una de las mejores decisiones que he tomado en el último tiempo. Gracias a eso los segundos antes del terremoto yo me encontraba durmiendo al lado de mis papas, soñando. Por eso mi gran confusión en mis tres primeros parpadeos al despertarme. ¿Y durante el terremoto? Cuando desperté de mi sueño me di cuenta de que mi cama se estaba moviendo. Mi mamá, que estaba durmiendo a mi lado, me tomó la mano y me dijo: No te preocupes hija, está temblando- con una voz que no denotaba la calma que estaba intentando transferirme. Después de un par de segundos, cuando
el terremoto empezaba a tomar fuerza, yo le respondí – No mamá, esto es un terremoto- con una calma de la cual yo misma me sorprendí. En ese minuto me di cuenta de que no estaba asustada, pero lo que no sé es si es que no estaba asustada porque soy de las personas que no entran en pánico en este tipo de situaciones, o si fue porque en esos minutos no alcancé a dimensionar la gravedad del asunto. Mi mente en ese instante empezó a divagar y me empecé a imaginar que, asumo, es lo único en lo que no hay que pensar para no entrar en pánico. Empecé a ver en mi cabeza la imagen del edificio en el que vivo inclinándose de un lado para otro y luego requebrándose. Vi en mi mente cómo se caía al suelo y pensé acerca de la posibilidad de terminar muerta. Todo esto mientras intentaba encontrar mis lentes a tientas en la oscuridad e iba sintiendo como se balanceaba de un lado para otro. Cuando por fin encontré mis lentes y fui capaz de ponérmelos, intenté pararme, pero el movimiento del resbaladizo suelo me lo impidió. Ahí fue cuando levanté la vista y vi el crucifijo de Jerusalem que tengo en mi pared. Lo quedé mirando por un segundo y sin darme cuenta me invadió una increíble paz acerca de la caída del edificio, no porque me hubiese dado la seguridad de que no se iba a caer, sino porque si lo hacía no importaba, en ese minuto pensé que si Dios quería que se cayera no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo y me entregué completamente a su voluntad. Fue uno de los momentos más extraños de mi vida, pero más reaseguradores también. Así encontré el balance para pararme derecha y la claridad mental para darme cuenta de que era imposible que hubiera luz y que por lo tanto debía buscar mi celular porque no teníamos linterna. Me demoré menos de 20 segundos en encontrarlo, pero se me hicieron eternos. Una vez que tenía luz fui caminando hasta el living, donde se encontraba mi papá intentando sujetar el televisor para que no se cayera. Desde mi pieza al living no debe haber más de 5 metros, pero creo que me tengo que haber demorado más de 30 segundos en trasladarme porque, aparte de tener que esquivar cajas y cosas que se caían y quebraban, tenía que preocuparme de no pisar a mi mamá que estaba intentando caminar al lado mío. Fue ahí cuando e terremoto terminó y el panorama auditivo cambió drásticamente. Durante todo el terremoto lo único que se podía escuchar era la voz de mi papá y el sonido de la vajilla quebrándose interminablemente, pero al acabar, empezaron a sonar las alarmas de todos lados, y las voces de las personas saliendo a los pasillos del edificio. ¿Así que qué hice después del terremoto? Cuando empezaron a escucharse las alarmas mi papá dio orden de ponernos zapatos y salir del departamento porque teníamos que bajar. En ese minuto ayudé a mi familia a encontrar sus zapatos con el celular, nuestra única fuente de luz con batería, y después de ponerme mis zapatos me di cuenta de que si mi papá quería que bajáramos era porque no íbamos a poder subir en un rato, así que se me ocurrió que lo sabio era ir al baño antes de bajar. Así lo hice, pero no sin salvarme de que mi papá m retara por infantil y por no hacerle caso. Cuando llegamos abajo y salimos del edificio todos los vecinos que habían llegado a la calle, absolutamente todos, estaban con el celular en la mano intentando conectarse a una red que de no haber estado caída habría estado saturada. El ambiente que reinó en el grupo de vecinos hasta que salió el sol y todos nos sentimos lo suficientemente seguros para volver a subir a los pisos de más arriba era el
de esperarse, pero de todas formas una imagen como esa queda grabada en la cabeza: habían mujeres llorando, ingenieros de todo tipo hablando acerca del edificio y de la magnitud de los daños que ya se hacían visibles, habían guaguas que no paraban de gritar, había gente acompañando a los demás ancianos, familias en círculos, personas que se paseaban y otras que estaban sentadas solas, apartadas del grupo. Fue después de haber bajado, cuando mi familia estaba sentada en el estacionamiento para visitas del edificio y los pude ver de verdad y asegurarme muy lentamente de que estaban todos bien, cuando el miedo me invadió. Mi ritmo cardíaco empezó a acelerarse, empecé a hiperventilar y estuve a punto de ponerme a llorar, todo esto por lo menos diez minutos después de que el terremoto terminara. Mi mamá se dio cuenta de lo que me pasaba y me sentó e intentó calmarme. Ahí recién me di cuenta de la suerte que tuve de haber estado con mis papás, que no viven en Santiago, esa noche en el departamento. Pensándolo hacia atrás caí en la cuenta de haber estado sola con mi hermano no sé si hubiera tenido la misma reacción, probablemente el miedo me habría invadido antes y no habría sido capaz de mantenerme tan calmada como lo había hecho. Tomé conciencia en ese minuto de la poca educación acerca de terremotos que tenía y de mi completa ignorancia en materia de qué hacer en casos de emergencia de cualquier tipo. Cuando pudimos subir y el día empezó a avanzar fue cuando la verdadera angustia empezó. Algunos celulares empezaron a poder comunicarse dentro de Santiago, y a través de la radio nos fuimos enterando de la magnitud del asunto. Saber que el epicentro había estado tan cerca de la ciudad donde vive más de la mitad de mi familia, Concepción, fue sin duda lo que más nos puso a prueba como familia. A mediodía pudimos hablar con alguien que por fin se había logrado comunicar a través de una radio extraña con mis abuelos paternos, y estaban bien, pero no había noticia de los papás de mi mamá ni de sus hermanos. No hubo noticia de ellos dos horas más tarde tampoco. Ni cuatro horas más tarde. Ese sábado estuve hasta las seis de la tarde con el celular en la mano intentando llamar a mi abuela. Cada vez que mi celular me decía que había error la frustración y la angustia me invadían. A las seis de la tarde logré por fin escuchar su voz y al saber que estaban todos bien, la serenidad volvió en mi y en toda mi familia. Ese segundo fue el punto de partida de una “vida post terremoto”. Desde ahí todos los planes cambiaron, todas las agendas se movieron, todo desde ahí fue qué hacer y cómo actuar en consecuencia del terremoto. Dentro de las cosas que hice después fue pasar más tiempo con mi mamá viendo las noticias todo el día, hasta que me di cuenta de que podría estar ayudando. Ahí fue cuando decidí hacer algo y partí a recoger escombros, embalar cajas y fui también a construir mediaguas por cinco días a Requinoa.
En esta sección repetiré las preguntas a mi prima. ¿Qué estabas haciendo antes del terremoto? Antes del terremoto estaba intentando dormir en mi departamento en Colón. Había llegado recién de Talagante, que es donde trabajo, y estaba tan cansada que me quedé dormida como a las seis de la tarde encima de mi cama. Después de un par de horas, como a la una de la madrugada, me desperté y me di cuenta de qye me había quedado dormida con la ventana abierta y con ropa. Me levanté, me puse pijama y me metí adentro de mi cama. En cuanto mi cabeza toco la almohada me vino un terrible dolor de cabeza que mi doctora diagnosticó más tarde como jaqueca. Si no me hubiera venido el dolor justo antes del terremoto lo más probable es que todo el mundo hubiera pensado que era un trauma post terremoto, pero por suerte fue antes y aunque la jaqueca antes del terremoto era horrible, durante y después fue lo peor que me podría haber pasado. ¿Qué hiciste durante el terremoto? Cuando empezó el terremoto lo primero que pensé fue “Coty, cálmate, es sólo un temblor”, pero la verdad es que mientras pasaban los segundos me fui dando cuenta de que no había ninguna posibilidad de que mis intentos por calmarme funcionaran. Cuando el terremoto alcanzó su máximo grado mi primera y única reacción fue la de agarrar un oso de peluche que mi mamá me había regalado para mi cumpleaños número 20 y sujetarme a él como si me estuviera sujetando a un chaleco salvavidas. Empecé a rezar intentando concentrarme en el Ave María y no en mi terrible dolor de cabeza ni en el movimiento oscilante de mi cama. Mientras rezaba escuchaba el sonido de toda la loza que había dejado arriba del refrigerador cayendo estrepitosamente al suelo y me arrepentí más que nunca no haberla guardado en su lugar inmediatamente después de lavarla. Cuando había pasado ya por lo menos un minuto desde que había empezado el terremoto yo no podía creer que siguiera moviéndose la tierra, pero ahí reaccioné a algo. No muy útil, pero a algo; decidí sacar un pie de la cama y ponerlo en el suelo, sin levantarme, pero por si acaso tenía que salir corriendo. Entremedio yo seguía afirmada de mi oso de peluche y con una jaqueca que te prometo que hacía que yo sintiera cómo mi cerebro se movía de un lado para otro. Fueron los dos minutos y algo más largos de mi vida. Nunca había tenido una noción del tiempo tan viva como la que tuve mientras yacía inmóvil en mi cama. La verdad es que no me moví no porque creyera que lo más seguro era quedarme acostada como estaba, sino porque fui completamente incapaz de mover un musculo más. Después pensándolo bien me di cuenta de que todas las personas con las que había hablado yo era una de las pocas que en ese minuto sí sabía lo que tendría que haber hecho, pero no sé por qué motivo, no hice prácticamente nada. Aunque sí recuerdo haberlo pensado, pensando en el triangulo de la vida, en abrir puertas, en cortar el gas, en buscar una linterna y todas esas cosas, pero no recuerdo haber tenido siquiera el impulso de pararme y hacerlas. ¿Qué hiciste después del terremoto?
Cuando el terremoto por fin terminó, yo creo que seguí sin poder moverme por aproximadamente una hora. El miedo y la jaqueca me lo impedían, pero después de un rato fui capaz de levantarme y cuando iluminé mi pieza con el celular vi todas mis cosas tiradas por todas partes. Fue una imagen bastante chocante porque acababa de cambiar de posición la mayoría de las osas en mi pieza, ya que la forma como las tenía antes me había aburrido, y después del terremoto ya nada guardaba su lugar. Estaba todo revuelto, habían cajones en el suelo, mi espejo de cuerpo entero estaba hecho mil quinientos pedazos, mi ropa estaba aún más desparramada que como la había dejado yo, mi velador con rueditas estaba al otro lado de la pieza y yo, por supuesto, me había olvidado de dónde había dejado mis zapatos. Al terminar de mirar todo el resto del departamento, donde el panorama era parecido al de mi pieza, me di cuenta de que mi cerebro se había cerrado y que era hora de empezar a pensar. Tomé el teléfono y llamé a una tía para que me fuera a buscar, porque ni aunque me hubiesen pagado me hubiera quedado una hora más en el piso 19. Mi tía me fue a buscar y me llevó a su casa. Cuando llegué allá, a eso de las 11 de la mañana, volví a tomar mi celular e intenté llamar a mi familia, que eran de los que más me había preocupado una vez que mi cerebro había empezado a funcionar, con jaqueca y todo. Mis hermanos, mis abuelos y tíos, que viven en Concepción estaban por suerte todos bien, y yo había hecho un catastro del bienestar de todos mis conocidos, o por lo menos de los que más me preocupé, antes de las 12 del día. Esa tarde después del terremoto fue rarísima, sentí durante todo el día que nada de lo que estaba pasando era real, que era como si lo estuviera mirando en una película y tenía como la sensación de que me iba a despertar en cualquier minuto. La verdad es que si me preguntas qué fue exactamente lo que hice ese día, no te lo podría decir con exactitud. Ese sentimiento me acompañó durante varios días, y según mis colegas, en mi primera semana de trabajo después del terremoto (una semana que empezó el mismo lunes), yo era un zombi. Aparentemente no respondía cosas exactamente coherentes y de repente simplemente no les respondía. La verdad es que no estoy muy segura de si les creo a mis colegas, pero de a poco se me fue pasando y las cosas han vuelto casi completamente a la normalidad.