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Hacia la Identidad I
3º Año Cód. 2301-16
Jefa Departamento: Marisa Ponisio Compilación: Celeste Gascón
Lengua y Literatura
Dpto. de Idiomas
Reflexiones en torno a “la identidad
“Yo tengo muy poco de mí. Tengo mucho más de los otros. Mucho más es lo que tengo de mis ancestros, de mis padres, de mis maestros, de mis compañeros de juego, de pillerías, de trabajo, de lucha, de mis libros, de mis películas; es mucho más lo que tengo de los otros que lo que tengo de mí mismo. La identidad cultural es lo que yo comparto con ustedes y con todos los otros que integramos los treinta millones de argentinos en la Identidad Cultural Argentina y con los cuatrocientos millones de nuestra Patria Grande o nación sudamericana.” Guillermo Magrassi Conferencia del 25/5/1988 en General Madariaga.
La construcción de la identidad Así como las personas, a pesar de que pueden parecerse muchísimo entre sí, tienen distintos rasgos que las diferencian unas de otras y que hacen que sean individuos, cada comunidad tiene características culturales propias que le dan un particular modo de sentir y de ver el mundo, es decir, una singular cosmovisión. Y como todo objeto cultural, la identidad es una creación. La identidad es la representación de quiénes somos (cómo hablamos, cómo nos vestimos, en qué creemos, etc.) y de cuál es nuestra comunidad o nuestra cultura. Adquirimos esta identidad por un proceso de construcción y de aprendizaje social, mediante una toma de conciencia. Tenemos a la vez muchas identidades, de acuerdo al contexto en que nos situamos: como individuo, como grupo, incluido en una clase social, en una comunidad religiosa o étnica, como nación, como civilización. Cuando estamos entre gente que comparte los mismos códigos culturales, es más difícil percibirlos, porque los consideramos “normales” o “naturales”. En cambio, cuando nos encontramos fuera de nuestro ambiente (por ejemplo en el exilio o al emigrar a otro territorio) las diferencias son más visibles: llegamos a sentirnos extraños y a extrañar esas cosas que antes eran habituales o “normales”. Asimismo, cuando una comunidad tiene muchos años de historia o está relativamente aislada, cuando es más pequeña en cantidad de habitantes y sus rasgos culturales son más homogéneos (es decir no existen tantas disparidades entre sus miembros)
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o sus objetos culturales son bastantes diferentes de las otras, nos resulta más fácil caracterizarla, y también resulta más sencillo que sus integrantes definan su identidad. En
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I cambio, cuando una sociedad es más extensa y, por consiguiente, tiene mayores diferencias culturales entre sus miembros, o cuando es más reciente, y sus integrantes tienen diversos orígenes (y por eso es probable que practiquen distintos credos religiosos o compartan diferentes tradiciones, es decir que su cultura es más heterogénea) no es tan simple reconocer una identidad cultural. Entre los elementos que ayudan a constituir una identidad se encuentran la historia de los miembros de la comunidad, el o los idiomas en los que se expresan, la o las religiones, las tradiciones y las costumbres. Pero la historia también es una construcción: una construcción deliberada del pasado del grupo, que tiene intencionalidades y olvidos. Si bien historia es todo lo que pasó, la narración de lo que sucedió corre por cuenta de individuos que toman algunos datos como importantes y descartan otros, muchas veces condicionados o influidos por quienes están en el poder y tienen un interés particular en que la historia se escriba de determinado modo. Por eso, la memoria colectiva también funciona como historia: aunque los historiadores la consideran “no científica”, es válida para mucha gente que siente que la historia oficialmente narrada no constituye toda la verdad sobre su pasado. Esos recuerdos, a veces parciales y fragmentarios, también son importantes para la conformación de la identidad de un pueblo. De este modo, aunque un pueblo tenga una identidad cultural frente a otras comunidades, esto no significa que tenga uniformidad con sus expresiones. Existen numerosas producciones regionales que pueden o no seguir las tradiciones locales, que suman a lo antiguo nuevos aportes creativos o que abrevan de otras fuentes y se arraigan firmemente en determinados grupos, más o menos amplios de población. Quienes descartan sus obras, pretendiendo erigirse en guardianes de la identidad, clasificando qué es realmente lo auténtico y qué no, están ejerciendo un poder autoritario que no beneficia a la creación. Y justamente es la creación humana lo que define a la cultura.
La cuestión del “otro” Cuando un pueblo llega a otros territorios por medio del comercio o la conquista, puede tener varias actitudes con respecto a la diferencia cultural: aceptarla como válida para esa sociedad, despreciarla como inferior, o tratar de destruir las características culturales consideradas como negativas para el pueblo conquistador. Si el descubrimiento se produce con respeto por el otro, con valoración de la cultura y sus habitantes, es probable que cada comunidad tome de la otra los elementos que le resulten
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útiles: se trata entonces de un encuentro que trae como consecuencia una transculturación, un intercambio de elementos culturales que transforme en cierta medida a ambas culturas Muchos han catalogado la llegada de los españoles, portugueses y demás europeos a las tierras americanas como “encuentro de culturas”. Sin embargo, por las particularidades del sometimiento impuesto a las distintas culturas aborígenes, por su desprecio general como inferiores y por el intento de destruir sus características culturales acusando a sus diferentes religiones, tradiciones y expresiones artísticas como “demoníacas”, más que de “encuentro” habría que hablar de “choque de culturas”. Aunque se hable en general acerca de que el hombre es biológicamente el mismo (a pesar de tener piel de distinto color, distinta altura, distinto peso, distinto pelo), que sufre, siente y ama igual que cualquier otro ser humano, lo cierto es que éste tiene distintas claves para aproximarse al mundo y a los otros seres según el contexto cultural, social e histórico en que se encuentre. Es decir, que cada persona interpreta el mundo siempre desde su propia cultura; y eso lo hace, de algún modo, diferente a otros. Por eso, tratar de entender cómo viven y cómo piensan otras sociedades, puede ayudar a comprender a los distintos grupos humanos que conforman la humanidad. No podemos decir que las costumbres diferentes a las nuestras estén “bien” o “mal”; no se trata de juzgar. En todo caso, se trata de abrir los ojos, tener alerta los oídos, agudizar el sentido crítico y tener siempre presente el respeto y la tolerancia hacia los demás.
La pregunta por la identidad argentina Ser o no ser “No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derecho, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores, así nuestro caso es el más extraordinario y complicado” Bolívar, 1819
La pregunta “¿quiénes y cómo somos los argentinos?” se ha planteado desde comienzos del s. XIX, paralelamente a las luchas por la independencia de España. Por un lado, tenemos en Europa el origen de una parte importante de nuestro ser; por el otro lado, por nuestras características mestizas (mezcla de distintas fuentes étnicas, especialmente culturales) y por nuestra historia somos latinoamericanos. Esto quiere decir que nuestra cultura
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I es mestiza. Mestizo significa que es producto de una mezcla, cruza, combinación. Y es mestiza por muchos motivos, no sólo por ser amalgama de español e indígena. En primer lugar, no existe en nuestro país una sola cultura indígena, sino muchas. Además, la palabra “indio”, producto de varios equívocos, fue mal aplicada por los españoles para designar a los pueblos aborígenes americanos, pensando que habían arribado a “Las Indias”. Los colonizadores englobaron, en el término “indio”, una multiplicidad de culturas, desconociéndolas y negando la riqueza de cada una de ellas. Los latinoamericanos tenemos dentro de nuestro patrimonio esa herencia cultural de distintas civilizaciones americanas que han sobrevivido, mezclándose muchas veces entre sí, entre otras cosas por causa de la misma conquista que trasladó poblaciones para trabajar en las minas o radicó forzosamente a pueblos que resistieron a la dominación española. Por ejemplo, la palabra “pampa” es de origen quechua, porque los conquistadores que vinieron desde el norte tuvieron como guías (forzados) a aborígenes de nuestro norte, que conocían el quichua porque antes habían sido dominados por el imperio incaico. “Pampa” quiere decir “llanura”, y “china”, como se llamaba a la mujer del gaucho, en quechua significa “mujer del pueblo”. En segundo lugar, nuestra cultura es mestiza también por los aportes africanos: cuando los europeos llegaron a América, con ellos trajeron numerosos grupos de cautivos de ese origen. Esclavizados a miles de kilómetros de sus hogares, estos trabajadores forzosos trasplantaron a estas tierras jirones de sus culturas. Acá se reunieron por naciones de origen y crearon una cultura nueva, la afroamericana, que también se fue mestizando en América Latina con la criolla. De hecho, la palabra “tango” es de origen africana, y sin embargo se utiliza para nombrar un tipo de música considerada profundamente rioplatense; lo que demuestra que en verdad, el tango es un producto del mestizaje cultural. En tercer lugar, durante fines del s. XIX y comienzos del s. XX, Argentina recibió gustosa la llegada de miles y miles de inmigrantes europeos (predominantemente españoles e italianos, pero también franceses, turcos, polacos, árabes, griegos, etc.) quienes trajeron consigo sus propias lenguas, religiones, costumbres, oficios, expresiones artísticas, etc. Todo lo cual, le confirió a la cultura argentina una gran vitalidad y heterogeneidad.
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Identidad latinoamericana y literatura La identidad americana y la identidad argentina se constituyen como verdaderos mosaicos. La integración entre culturas diversas es, desde los orígenes, la característica distintiva de nuestra cultura y aunque parezca paradójico, la noción de identidad americana encuentra sus orígenes en los cronistas extranjeros. Desde sus inicios y a lo largo de su historia, la literatura latinoamericana refleja esos conflictos de identidad social y cultural. Esta es una constante en el desarrollo de la literatura del continente: la identidad americana se constituye a partir de la diversidad, de la fusión entre lo típicamente americano y lo europeo. Ulrico Schmidl1 narró la fundación de Buenos Aires en lengua alemana. Los autores posteriores, desde el siglo XVI hasta hoy, lo harán en otro idioma extranjero para los habitantes nativos de estas tierras que será, sin embargo, la lengua predominante en América del Sur: la española. Así las crónicas de Indias (relatos escritos por los conquistadores, que se refieren al descubrimiento, conquista y colonización de América) muestran el asombro y la incomprensión del español o europeo ante la naturaleza y el hombre americano. Lo que, durante muchos años, se consideró “literatura latinoamericana” fue la escrita en español a partir de la llegada de los conquistadores al continente. Tal es el caso de Critóbal Colón, el primer cronista de Indias, quien intentó hacer –sin lograrlo– una descripción objetiva de lo que encontró en el territorio americano. Su visión de la realidad estaba teñida por sus creencias basadas en textos religiosos, como la Biblia o en autores de la Antigüedad clásica. Sin embargo, en esa concepción de la “literatura latinoamericana” se olvidó la literatura que habían producido los aborígenes y que expresaba su realidad y problemática. La producción literaria de las principales culturas aborígenes es conocida como “literatura precolombina”, esto significa, anterior a la llegada de Colón. Entre estas obras, cabe destacar la poesía azteca, los relatos maya y el teatro inca. Uno de los tópicos de estas literaturas son las cosmogonías (relatos que tratan sobre el nacimiento del mundo) como el Popol Vuh de los mayas.
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Ulrico Schmidl: Viajero alemán que acompañó a los grandes navegantes en sus viajes a América. Fue testigo de la fundación de Buenos Aires y ha narrado con prosa eurocéntrica momentos importantes del encuentro de culturas que significó la Conquista.
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Literaturas precolombinas La noción de “Literaturas precolombinas” es ciertamente confusa. En sentido estricto remitiría a textos escritos originalmente en lenguas aborígenes americanas. De todos los pueblos americanos que construyeron algún tipo de cultura sólo se sabe que tuvieran escritura los mayas y los aztecas. De los incas, por el contrario, se sabe que no tuvieron escritura. Las escrituras precolombinas utilizaban jeroglíficos, de modo que los textos escritos en lengua indígena pero utilizando el alfabeto latino, son tardíos. Muchas veces, por lo tanto, se consideran textos “precolombinos” a aquellos que en un sentido o en otro den cuenta de las culturas precolombinas, independientemente de las lenguas en que fueron escritos. Muchos textos clásicos (el caso del Popol Vuh) fueron adaptados y traducidos al español en versiones que se parecen tanto a la Biblia que su autenticidad es, por lo menos, sospechosa. Otros textos, escritos en español, son interesantes porque muestras la influencia lingüísticas de las lenguas americanas, como el caso particularísimo de Felipe Guamán 2. Naturalmente todo esto hace que los textos precolombinos sean difíciles de datar y que manifiesten todo el tiempo un rasgo que probablemente sea uno de los más permanentes en la cultura americana: la mezcla ideológica. Escritos en español por nativos que dominan mal la lengua, o escritos por españoles que conocen mal la cultura, o traducidos por españoles a quienes no les interesa demasiado la integridad cultural de los pueblos aborígenes, los “pocos” textos americanos que conocemos son un muestrario espléndido de contradicciones y reelaboraciones de mitos que supuestamente, organizaron las culturas náhuatl, quiché y quechua de los pueblos mayas, aztecas e incas que dominaban América cuando la conquista. Daniel Link Literator V. La batalla final. 1994
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Felipe Guamán Poma de Ayala: Historiados peruano descendiente de pobladores jarovilcas. Encarcelado por reclamar su cacicazgo, escribió un apasionado alegato contra el sistema colonial.
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Literatura argentina Expresión de libertad Desde la llegada española se fue produciendo en América una toma de conciencia muy notoria sobre los principios de autonomía, independencia de países, búsqueda de raíces y por lo tanto, de identidad y cambios profundos en los modos de encarar la relación con España en principio y con otros países luego. En la Argentina esa idea se manifiesta en nuestro Himno Nacional cuya letra fue encargada por la Asamblea General Constituyente a Vicente López y Planes. El catalán Blas Parera se encargó de la música. La primera vez que se escuchó fue el 25 de mayo de 1813 en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, entonado por Remedios de Escalada. Un himno es una celebración, un canto festivo que habla de una gesta de vida, de proyecto de independencia, de libertad. Está formado por nueve octavas de versos decasílabos y un coro. Durante la presidencia de Julio A. Roca (1880-86) se decretó no cantar el himno completo ya que algunos versos podían molestar a los españoles. El Himno nacional argentino consta de 76 versos y abunda en recursos estilísticos: anáforas, personificaciones, metáforas, metonimias, onomatopeyas e interrogaciones retóricas. Hay alusiones mitológicas a hechos históricos que marcaron caminos en la liberación del país.
Lee y luego resuelve: 1) Señala los aspectos históricos mencionados en su contenido. 2) Subraya las frases con que Vicente López y Planes nombra a los españoles y explícalas. 3) Reconoce algunos de los recursos expresivos que aparecen (Comparación - Metáfora Personificación - Enumeración).
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Himno Nacional Argentino l Oid, mortales, el grito sagrado: libertad, libertad, libertad. Oid el ruido de rotas cadenas, ved en trono a la noble Igualdad.
¿No lo veis sobre el triste Caracas luto, y llantos, y muerte esparcir? ¿No los veis devorando cual fieras todo pueblo que logran rendir?
Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación, coronada su sien de laureles, y a sus plantas rendido un león.
V A vosotros se atreve, argentinos!, el orgullo de vil invasor; vuestros campos ya pisa, contando
II De los nuevos campeones los rostros Marte mismo parece animar, la grandeza se anida en sus pechos, a su marcha todo hacen temblar.
tantas glorias hollar, vencedor. Mas los bravos que unidos, juraron su feliz libertad sostener, a estos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer.
Se conmueven del Inca las tumbas. Y en sus huesos revive el ardor, lo que ve renovando a sus hijos de la Patria el antiguo esplendor.
VI El valiente argentino a las armas corre ardiendo con brío y valor, el clarín de la guerra, cual trueno,
III Pero sierras y muros se sienten retumbar con horrible fragor; todo el país se conturba por gritos de venganza, de guerra y furor.
en los campos del Sud resonó. Buenos Aires se pone a la frente de los pueblos de la ínclita Unión, y con brazos robustos desgarran al ibérico altivo león.
En los fieros tiranos, la envidia escupió su pestífera hiel; su estandarte sangriento levantan, provocando a la lid más cruel.
VII San José, San Lorenzo, Suipacha, ambas Piedras, Salta y Tucumán, la Colonia y las mismas murallas
IV ¿No los veis sobre Méjico y Quito arrojarse con saña tenaz? Y cual lloran bañados de sangre Potosí, Cochabamba y la Paz?
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del tirano en la Banda Oriental, son letreros eternos que dicen: “Aquí el brazo argentino triunfó, aquí el fiero opresor de la Patria su cerviz orgullosa dobló”.
VIII La Victoria al guerrero argentino,
y de América el nombre enseñando
con sus alas brillante cubrió,
les repite: “Mortales, oid!
y azorado a su vista el tirano
Ya su trono dignísimo abrieron
con infamia a la fuga se dio.
las provincias unidas del Sud”;
Sus banderas, sus armas se rinden
y los libres del mundo responden:
por trofeos a la libertad,
“Al gran pueblo argentino, salud”
y sobre alas de gloria alza el pueblo trono digno a su gran majestad.
CORO Sean eternos los laureles
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que supimos conseguir
Desde un polo hasta el otro resuena
coronados de gloria vivamos,
de la fama el sonoro clarín,
o juremos con gloria morir.
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I Historia de opuestos Sarmiento define el modo de ser argentino como una lucha de opuestos planteados desde el subtítulo: civilización y barbarie. La antinomia también se expresa mediante otros pares contrarios: unitarios y federales, Europa y America Latina, gaucho y hombre culto, ciudad y campaña. Este enfoque se inspiró en una corriente historiográfica que interpretaba determinados procesos históricos sobre la base de antinomias como campiña-ciudad, asimilando a cada uno de estos términos a los de feudalismo y burguesía, respectivamente. El primero, campesino, resultaba derrotado frente al avance del progreso burgués urbano. Sin embargo, este sistema de análisis no es estrictamente aplicable a la Argentina del siglo XIX, ya que en ella existía un vínculo estrecho entre la ciudad comerciante y la pampa ganadera. Además, los grandes propietarios provenían de las ciudades, en ellas se habían enriquecido, y esto les había permitido comprar tierras. Pertenecían por origen a la ciudad y, por elección al campo. Por eso, a lo largo de Facundo, las antinomias que plantea Sarmiento se desplazan y así se relativizan o anulan. Por ejemplo, si bien los federales son los representantes de la campaña y por lo tanto de la barbarie; y los unitarios, de la ciudad y por ende de la civilización, Sarmiento reconoce que hay unitarios en las provincias y federales en las ciudades. Más aún, la irrupción de Rosas en el gobierno significa el trastocamiento de la teoría: él es un hombre de Buenos Aires, pero representa al campo –la barbarie- y su estilo de gobierno no es federal sino unitario, en tanto centraliza el poder en Buenos Aires y su persona. Buenos Aires no simboliza el progreso sino el atraso. Quiroga, el bárbaro interior, resulta ser constitucionalista y, por esto, opositor a los planes de Rosas. Finalmente, la antinomia sobreviviente es económica: Buenos Aires, poderosa y rica, se aprovecha de un interior empobrecido y aislado. En lugar de enfrentar Buenos Aires–interior, Sarmiento opuso Rosas–interior. De esta manera desvirtuó el problema, que pasó a ser circunstancial y solucionable con la caída del gobernante. Sin embargo, el problema central queda claro: es el desequilibrio de poder entre el interior y Buenos Aires que, según Sarmiento, se resolvería en el momento en que las provincias se desarrollaran, cuando se les permitiera comunicarse, cuando llegaran a ellas la educación y los beneficios del comercio. Sarmiento explicita esta idea al plantear el modo en que deberá conducirse el “Nuevo gobierno”. Sólo con el desarrollo equilibrado entre las provincias y Buenos Aires se lograría, para él, la unidad nacional. Pero el de Sarmiento no es un programa, sino una suma de expresiones de deseo, y la verdadera antinomia que parece no atreverse a pronunciar (Buenos Aires dueña del poder
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económico vs. interior dependiente) resulta ser, a lo largo de la historia del país, una marca permanente.
Recuperando Ideales El Romanticismo en el Río de la Plata y la generación de 1837 El Romanticismo expresó los ideales de los jóvenes pertenecientes a la burguesía mercantil y portuaria y a la élite intelectual del interior nacidos durante el primer decenio del siglo XIX y formados en las instituciones educativas creadas durante el gobierno de Rivadavia. Ante la lucha que había dividido a los hombres de la generación anterior en unitarios y federales, quisieron superar esa antinomia de sangrientas consecuencias. Se postularon como “las voces de la civilización y del progreso” y aspiraron a ser, al menos en un primer momento, el brazo intelectual del poder de Rosas. Se nuclearon alrededor de algunos maestros. Alberdi, Echeverría, Juan María Gutiérrez, fueron en un comienzo los más escuchados y aglutinantes. Circularon por distintas tertulias y grupos de lectura en los que se discutían y difundían las ideas del romanticismo social francés y se proponían las soluciones para la organización definitiva de la nación. Esta generación de 1837 fue importante porque pensó y definió el país en términos que permanecieron vigentes por más de un siglo.
El Salón Literario Marcos Sastre ofreció un salón de su librería para que allí se efectuaran las reuniones de uno de estos grupos de lectura y discusión. La sesión inaugural se realizó en junio de 1837. A ella fue invitado el políglota napolitano Pedro de Angelis, representante de Rosas. Los discursos inaugurales (leídos por Marcos Sastre, Juan María Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi) permiten conocer los conceptos básicos que cohesionaron al grupo: Necesidad de reflexionar sobre los acontecimientos políticos del pasado para actuar sobre el presente. Retorno a los ideales de la Revolución de Mayo, de la que se consideraban hijos y sucesores. Creación de una literatura nacional, unida al medio geográfico y social, que atendiera “al fondo más que a la forma del pensamiento, a la idea más que al estilo, a la belleza útil más que a la belleza en sí” (Alberdi); que “armonice con la virgen y grandiosa naturaleza
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I americana” (Echeverría). Los modelos literarios serán los ofrecidos por el Romanticismo europeo. Propuesta de un divorcio con respecto a los modelos literarios españoles y a la tutela académica. Defensa de la libertad en el empleo de la lengua, aceptando las variantes del español americano. La construcción de la nación Echeverría reconoció el conflicto que mantenía enfrentados a los argentinos y sostuvo la necesidad de la unión. Rehusó alinearse en alguno de los bandos en lucha, unitarios y federales, y propuso la creación de un orden nuevo que tomara lo mejor de cada facción. Sin embargo, finalmente debió optar frente a la realidad que se le imponía: la fractura social. El de la violencia, que expresó de manera brutal en el cuento, fue el único aspecto común a ambos bandos y, en él, se centra temáticamente El matadero. El otro gran tema que se manifiesta en la obra es el de la libertad como camino para la construcción de la nación. Así, Echeverría elogia la independencia conseguida y critica el autoritarismo imperante en su época, en sus dos vertientes: eclesiástica y política. La iglesia aparece cuestionada, porque claramente se había embanderado tras la causa rosista. El sistema de gobierno, por su parte, está representado por los personajes del matadero a quienes se ve incapaces de ejercer su libertad responsablemente y de respetar la de los otros. Ambos, iglesia y tiranía, al atentar contra la libertad individual, impedían la organización nacional sobre la base del respeto a los derechos de todos los habitantes. Los personajes, que aparecen tipificados, representan las facciones en pugna. Pero esta tipificación no es solo literaria. Echeverría expresó el modo en que el sector al que pertenecía veía a unitarios y federales en la vida y no solo en las letras. Así, Rosas era el antihéroe; sus seguidores, una horda de brutos sin pensamiento propio y dueños de una fuerza y violencia descontroladas; el pueblo era una masa manejable por el miedo o el hambre; y el unitario, el representante de la libertad de ideas, el honor, el valor y la dignidad. Además de lo ideológico, la obra adquiere identidad nacional por su carácter renovador y particular en lo que se refiere al estilo. Es la primera manifestación del cuento en la Argentina; introdujo el realismo como modo de representar la realidad. Las costumbres se describen, en general, para enfatizar lo que debía superarse, pues eran expresión del atraso. Esta postura crítica frente a lo popular se explica porque, en el cuento, el pueblo –con sus hábitos- es mucho
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más que el grupo menos favorecido en lo económico y en lo cultural; es símbolo de la sociedad según Rosas la concebía. Otro gran logro estilístico fue, sin duda, la renovación en el plano de la lengua. Se incorporó el sociolecto de la clase baja, con el uso de expresiones groseras y arcaicas, y un léxico de origen latinoamericano. El habla del unitario, por otra parte, reflejó el sociolecto de la clase culta, semejante al del narrador. Así la lengua alcanzó su forma propia y nacional mediante la inclusión no solo de vocabulario y expresiones locales, sino de un tono particular, una manera dinámica y vital de contar lo nacional.
Escenas del período rosista
Contratapa de Misteriosa Buenos Aires (Editorial Losada) Editada en 1950, Misteriosa Buenos Aires contiene cuarenta y dos cuentos sobre Buenos Aires y sus personajes, desde la hambruna en el villorio de Pedro de Mendoza (1536) hasta la época de Rosas y la organización nacional. El ciclo termina en 1904, con la historia de una arruinada señorona. Desfilan en esta obra costumbres, leyendas, hechos históricos, superstición, hechicería, historias de seres humanos con sus sufrimientos y sus pecados. Es una obra de arqueología literaria en la que la narración se torna tensa y dramática, y que demuestra un trabajo de investigación por parte del autor combinado con una escritura elegante y moderna. El tapir (1835) – Manuel Mujica Láinez Mister Hoffmaster no se ha quitado todavía la pintura del rostro. Brillan sus ojos de mico en la máscara blanca, azul y roja que le retuerce los labios y le inventa unas cejas angulares. Al terminar la última función, terció una capa sobre el traje de fantoche, ocultó bajo ella el bulto que tenía preparado y echó a andar por los senderosdel Vaux-Hall. Ése es el nombre que le dan los europeos: Vaux-Hall, pero los criollos prefieren llamarlo sencillamente Parque Argentino. El frío de junio hace tiritar los árboles y las plantas, bajo un cielo fúnebre y unas estrellas que también tiritan, casi celestes. Ya se despobló el jardín. El invierno no tienta a trasladarse desde el centro de la ciudad hasta el parque de diversiones creado por Santiago Wilde donde fue la antigua quinta de Zamudio, en la manzana comprendida por las calles Córdoba, Paraná, Uruguay y del Temple, frente a las tunas de la quinta de Merlo. La función de adiós de la compañía contó con un público escaso, difícil de entusiasmar. Sí: Mister Laforest tiene razón; lo mejor es irse a otra parte. Hace un año que trabajan allí y Buenos Aires empieza a cansarse del espectáculo.
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I Mister Hoffmaster no se preocupa por estas cosas. Lo que ansía ante todo es que no le descubran a la claridad de las linternas que mueve la brisa. Se esconde ahora detrás de un aguaribay y se hace más pequeñito, él que es casi enano, porque los mulatos desafinadores de la orquesta atraviesan entre las mesas abandonadas, con los bombos a la espalda y las cornetas erguidas como cuernos bestiales dentro de sus fundas. El payaso sigue su camino. Aquí está, en su jaula, el jaguar del Chaco. Mister Hoffmaster se detiene y lo contempla. Siempre le pareció que el felino tenía los mismos ojos verdes de Mister Laforest, y que cuando se desliza con sinuoso paso recuerda a Peter Smith, el rápido y grácil Peter Smith, orgullo del circo. Pero él no ha venido a ver al tigre. El tigre es su enemigo, como lo son los bellos bailarines ecuestres. La señora Laforest se aleja hacia su carromato por la avenida de paraísos. Camina canturreando el aria de Rossini que tantos aplausos le valió. Y Mister Hoffmaster vuelve a emboscarse, temeroso de que le encuentren. Sería muy grave que le descubrieran. ¡Qué hermosa es la señora Laforest! ¡Cómo espejea su traje de luces! En las pantomimas no hay quien se le compare. Cuando representó la parte de Torilda en “Timour, el Tártard’, la concurrencia alfombró la pista de flores. Ella lo hace todo bien: lo mismo emociona con una canción de Weber que transporta con sus danzas. Mister Hoffmaster la prefiere en el ballet de “El tirano castigado o El naufragio feliz”. Y su marido, Mister Laforest, es también insuperable cuando aparece en el ruedo guiando sus ocho caballos de la Banda Oriental. Todos son insuperables en el Circo Olímpico de los ingleses. Peter Smith, con sus audaces dieciocho años, se lleva las ojeadas y el corazón de las porteñas. Este Peter Smith llega a realizar pruebas asombrosas. Una tarde, de pie sobre el lomo de Selim, el mejor de los caballos, se despojó de nueve chalecos que, con ser tantos, apenas desfiguraban su elegancia de junco. Luego se arrebujó en un manto de pieles y se puso un sombrero de mujer crepitante de plumas sobre el pelo dorado. Todo ello sin que Selim parara de trotar. Mister Hoffmaster le perseguía tropezando y cayendo, dando vueltas de carnero y pegándose unos golpes sonoros, porque así lo exige su condición de clown. Cazaba al vuelo las prendas arrojadas por el muchacho con tan fina desenvoltura y las revestía a su vez. El público rió hasta no poder más. Los negros pateaban en la galería llena del humo de los cigarros. Hasta se esbozó una sonrisa sobre los labios de don Juan Manuel de Rosas, el gobernador, en el palco ennoblecido por el oro de los uniformes. Sale de su escondite, frente a la jaula del jaguar, y se dirige hacia el corral de troncos duros donde el tapir le estará aguardando como todas las noches. El tapir es su amigo, su único amigo. Los demás no le buscan más que para reírse. Pero el payaso tiene que disimularse de nuevo en los matorrales. Aprieta, bajo la capa, el bulto que envolvió tan cuidadosamente. Las linternas chinas le muestran a Peter que avanza del brazo de una muchacha. Es una muchacha bonita, de ojos oscuros, y Mister Hoffmaster recuerda haberla visto muchas veces, en uno de los escaños del circo, acompañando con la mirada anhelosa los brincos mortales del adolescente. Van hacia el pórtico oriental de siete arcos. Detrás, en el palenque, los gauchos pobres atan
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sus mancarrones (=Caballo viejo. Nota de Pablo) junto a los parejeros de los paisanos ricos y a los caballitos nerviosos de los dandis. Mister Hoffmaster les oye partir al galope. Tendrán que aprovechar la noche bien, porque es la última. Mañana el circo se irá, con sus carros, con sus toldos, con sus gallardetes. El payaso bordea el pequeño lago artificial donde la luna ascendente copia su mueca. Se asoma al agua pacífica, entre los patos inmóviles y los flamencos de biombo, para observar su faz pintarrajeada, blanca como la luna y como ella triste. He aquí los troncos que limitan la morada del tapir. Dulcemente, el clown lo llama, y el animal acude a su voz. Mister Hoffmaster le pasa la mano sobre el lomo áspero y lo contempla largamente. El tapir es su amigo, su hermano. Cuando hace buen tiempo, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, en la azotea de la casa de don Pablo Villarino, izan cuatro banderas, dos blancas y dos encarnadas, visibles desde muy lejos. Entonces los porteños saben que hay función en el Parque; saben que podrán llegar hasta su Pórtico de siete arcos, porque el agua turbia del Zanjón de Matorras no alcanza a cubrir el puente de ladrillo levantado por Santiago Wilde. Señoras y señores hacen el viaje a caballo o en volanta. Muchos lo hacen a pie, saltando los charcos entre grandes risotadas, para no enlodarse. El general Rosas fue así una vez desde el Fuerte, con sus edecanes. Mister Hoffmaster piensa en ese extraño general Rosas, mientras acaricia el lomo del tapir. Dijérase que el payaso trata de que otros pensamientos le distraigan del que esta noche le guía hasta el corral. Piensa en Rosas presidiendo el palco del Gobierno, en el circo, el día en que asumió el mando por segunda vez. Le rodeaban unos militares, unos perfiles de litografía enmarcados por las patillas crespas. Al mirarles desde la pista, deslumbrantes de alamares y charreteras, áureos, escarlatas y azules, tuvo la curiosa sensación de que no eran hombres sino imágenes esculpidas, íconos terriblemente quietos, y aunque no los había, se le antojó que la luz surgida de sus rostros y de sus bordados procedía de centenares de cirios que temblaban alrededor. Ahora el retrato del Héroe del Desierto pende sobre la entrada del circo. ¡Cuánta gente desfiló por allí desde que iniciaron las funciones hace un año! Iban a admirar los terciopelos y las fosforescencias del tigre y a burlarse del tapir, que es una caricatura de animal, un poco jabalí y un poco rinoceronte, con algo de mulo y algo de cebú. Iban a admirar el ritmo majestuoso de Selim, de Bucephalus, de Poppet, de los caballos de larga cola y revueltas crines; a admirar la destreza con que Mister Laforest dibuja arabescos en el aire, restallante el látigo sutil: a admirar a Peter en el cuadro del regreso de Napoleón de la Isla de Elba, en el que treinta y un corceles relinchan entre nubes de polvo. Iban a pasmarse con los gorgoritos de la señora Laforest, que cuando canta crispa los dedos en que chispean las piedras falsas, sobre el pecho redondo. E iban a reír hasta las lágrimas de Mister Hoffmaster, el clown. Mister Laforest siempre inventaba algo nuevo, ingenioso, para que el payaso lo hiciera. Una vez el mamarracho debió vestirse de mujer, coronarse con el enorme peinetón de moda, y así
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I ataviado sentarse en la cazuela entre las damas. ¡Cómo reían! Le palmeaban y él repetía en su castellano tartamudo la frase que le enseñara Mister Laforest: -¿Cómo está, compadre? ¿Cómo está, comadre? Otra vez le hicieron trepar a la punta de una barra larguísima, colocarse allí de cabeza, con los pies en alto, y aguardar para descender a que se encendieran las ruedas de fuegos de artificio ubicadas en la parte inferior. Pero las ruedas no se encendían. Mister Laforest arrimaba una antorcha, guiñando un ojo al público, y luego la apartaba. La gente enronquecía de reír. Y él, allá arriba, esperaba, muerto de miedo, muerto de miedo. No se elige. El tapir hubiera preferido ser jaguar; tener una piel como el manto de un príncipe, en lugar de su cuero; tener una cabeza fina y astuta como la del tigre, en lugar de la que prolonga su trompa grotesca. Y él también, él hubiera preferido ser esbelto como Peter; hubiera preferido no embadurnarse la cara. Hubiera querido revestir una malla de lentejuelas y no el levitón disparatado que destaca su ridícula pequeñez. Hubiera querido... Sobre todo hubiera querido no provocar la risa todo el tiempo, no hacer reír con cualquier gesto, con cualquier ademán, aun los más naturales, los más simples, los que no persiguen la carcajada. Pero no se elige. Quien elige es el destino. Y Mister Hoffmaster piensa que el tapir es su hermano, su único hermano. Por eso, noche a noche, ha acudido a verlo, a consolarlo. Le hablaba a media voz, mientras se extinguían las postreras linternas sobre los canteros diseñados al modo inglés. Así le habla ahora, quedamente. Le dice que el circo se irá mañana. Le dice que el jaguar y él permanecerán en el Vaux-Hall, el uno para entusiasmar con su soberbia afelpada, el otro para que la concurrencia, después de estallar en carcajadas rotundas o de aguzar la risa hasta el silbido, declare, meneando la cabeza: -Es un monstruo. Este animal es un monstruo. ¿Será un monstruo él también? Mister Hoffmaster se palpa la nariz respingada, los pómulos manchúes, la boca cuyo carmín le pinta las yemas. Se toca las canillas, el pecho hundido, los hombros desiguales. Súbitamente ese impulso trae a su mente otro similar que tuvo hace muchos años, quizás treinta. Fue en Stratford-on-Avon, su ciudad natal. Vivía en una casa vieja, revieja, en Henley Street, casi frente a la morada donde Shakespeare vio la luz. De niño soñaba con ser poeta. Vagaba cerca del río Avon y sus cisnes, y recitaba los versos de Hamlet. A los catorce años se enamoró de una niña del vecindario, rubia como Peter Smith. Juntos paseaban por las calles torcidas. A veces se asomaban a las ventanas de la casa del bardo, para espiar su interior, y creían adivinar al espectro del gran Will en la penumbra, cerca de la chimenea, volcado sobre el jubón el cuello de encaje isabelino, con un libro en la mano, la alta frente iluminada por el fuego. Una tarde le declaró su amor a la mocita y le rogó que huyera con él. Ella se echó a reír con la crueldad inocente de los chicos. -¡Mi pobre Harry -pudo entenderle-, estás loco! ¿Nunca te has mirado bien?
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Y Harry Hoffmaster, como hoy ante el tapir, deslizó sus dedos sobre su cara, sobre sus bracitos, sobre su pecho magro. Al día siguiente escapó solo de Stratford. Unos saltimbanquis le recogieron en Warwick y le llevaron con ellos. Desde entonces pasó de un circo al otro, sin cesar, y siempre haciendo de payaso, siempre con la cara pincelada de blanco, de amarillo, de azul. El tapir entrecierra los ojos tímidos bajo la presión que se demora sobre su pelambre. A la distancia, Mister Hoffmaster oye a Mister Laforest que le está llamando. Tendrá que ir a ayudarle a embalar las ropas de las pantomimas; los trajes de “La batalla de Montereau”, la plumajería de “Los caciques rivales”, a la cual la lisonja británica agregó una que otra divisa punzó. ¡Bah! que le ayude Fay, el pintor de telones... él tiene otras cosas de que ocuparse. Se pone de hinojos y deshace el envoltorio. Saca de él una barra de hierro y un cuchillo filoso, grande, y entra resueltamente en el corral del tapir. De un golpe en la nuca, derriba al confiado animal. Luego le hunde entre las vértebras la hoja fría. Es tan duro el cuero, que debe afirmarse con ambas manos para que el facón penetre. La sangre mana a borbotones y mancha el levitón del payaso. Ya no tornarán a hacer mofa del tapir. Ha regresado a sus bosques verdes, donde lo aguardan los papagayos relampagueantes, como él quisiera regresar a Stratford-on-Avon, a sus cisnes melancólicos, a lo que fue de niño, cuando recorría las calles medievales entre las enseñas antiguas que el viento hacía chirriar, rumbo a la casita de Anne Hathaway, la mujer del poeta; ha vuelto como él quisiera volver a lo suyo, lejos de este mundo de generales impávidos y de muchachas que ríen sin fin. Mister Hoffmaster, el diminuto clown, está llorando en la soledad de la noche. Limpia el cuchillo en las hierbas que el rocío abrillanta; alza la muerta cabezota horrible, la besa con sus labios pintados y murmura: -Alas, poor Yorick! Después corre hacia el circo, donde los hombres robustos como gladiadores empaquetan las armaduras de latón.
Panorama de la Argentina en el siglo XIX La literatura gauchesca nació y evolucionó en el espacio histórico que abarca desde las luchas intestinas posteriores de la declaración de la independencia, en 1816, hasta la consolidación definitiva del Estado liberal en 1880. Coincidió, así, con el momento en que el debate entre lo autóctono y lo europeo marcó los caminos por seguir, en una constante búsqueda de cómo debía ser la identidad argentina, más que en una observación de cómo realmente era. El comienzo de este período desembocó en el predominio de la figura de Juan Manuel de Rosas.
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I El gobierno de Rosas, con una retórica federal, solidificó el poder económico y político de Buenos Aires a través de un régimen centralista. A partir de su derrota en la batalla de Caseros, en 1852, y tras el breve liderazgo de Justo José de Urquiza, la hegemonía de Buenos Aires se acentuó, a medida que se afianzaba la política económica liberal que terminó por destruir la industria local y regional.
La organización nacional Tras la Batalla de Pavón, en 1861, se impusieron los ideales civilizadores de los liberales porteños. Bartolomé Mitre subió al poder y, con él, se comenzó a luchar contra los montoneros en el interior y contra los indios en la frontera. El desarrollo del ferrocarril, establecido en 1857, la pacificación en el interior y el restablecimiento de las comunicaciones entre las provincias a través de caminos y postas, la difusión de la enseñanza, el telégrafo, la inmigración y la centralización del poder fueron los principales factores que transformaron el país. A Mitre lo sucedió Sarmiento, cuya presidencia, además de estar signada por numerosas medidas progresistas en materia de comunicaciones, educación, navegación fluvial y desarrollo de las ciencias, se vio sacudida por la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. La acción de Brasil, la Argentina y Uruguay estaba apoyada por Gran Bretaña, que quería acabar con la política proteccionista del Paraguay. Fue un enfrentamiento largo y sangriento, que sumió a los países participantes en una grave crisis económica y social. La participación forzada en esta guerra, la lucha contra los malones en la frontera y las epidemias diezmaron a los habitantes de la campaña, los gauchos. Así, el gaucho se transformó de hombre libre en peón asalariado de un terrateniente, en franca competencia con el inmigrante para el trabajo agrícola. En su defecto pasó a ser soldado en la frontera o en la guerra para sufrir aún más en carne propia su condición de marginado social. De las dicotomías que rigieron la definición de nación en el siglo XIX -unitarios vs. federales, ciudad vs. campo, Europa vs. América, civilización vs. barbarie- triunfaron los primeros elementos de los pares, gracias al sacrificio y a la transformación de patrones culturales que, sin embargo, continuaron actuando y, paradójicamente, se convirtieron en símbolo de la identidad argentina.
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La vinculación del gaucho con los proyectos políticos El gaucho se vinculó con los proyectos políticos alternativos hegemónicos de diferentes maneras. Durante el predominio del proyecto unitario, fue marginado como consecuencia de la dificultad de su incorporación al modelo económico. En especial durante el período rivadaviano, fue confinado a la defensa de la frontera sur de la provincia de Buenos Aires. Esta decisión del gobierno tuvo su apoyatura legal en la llamada Ley de Vagos. La definición de “vagos” era muy amplia, y podía incluir tanto a personajes cercanos a la criminalidad como a trabajadores que no tenían empleo fijo e intentaban sobrevivir ocupando pedazos de tierra fiscal, y, también, a arrendatarios y mano de obra estacional. El juez de paz cumplía funciones de policía, y decidía el reclutamiento según su voluntad: las pulperías, centros de la vida social de entonces, eran el ámbito adecuado para estas redadas. Durante el predominio del proyecto federal, el gaucho participó como base social del modelo político. Los caudillos representaban sus intereses, que se podían sintetizar en la defensa de sus libertades frente a toda forma de dominación. Ramírez en Entre Ríos, López en Santa Fe y Rosas en Buenos Aires los incorporaron a la lucha contra el partido unitario. El triunfo de Rosas y la creación de la Confederación Argentina iniciaron una etapa positiva para los gauchos. Rosas se apoyó en ellos como sustento indiscutible de su poder y contó con esa fuerza leal para enfrentar a sus opositores internos y externos.
El gaucho después de la organización nacional Después de la organización nacional, el gaucho vivió su definitiva marginación. La nueva Argentina adoptó un modelo económico liberal, que sólo necesitaba el acuerdo de los terratenientes y los comerciantes ligados a la exportación de materias primas. Se utilizaron nuevos métodos de trabajo rural, se impuso el alambrado para delimitar las grandes propiedades y se consideró prioritaria la incorporación de nuevas áreas de cultivo y cría de animales. Como resultado, se organizó la Conquista del Desierto, y el gaucho fue reclutado para esa dura guerra contra el indio. Muchos gauchos murieron en el desierto o en la defensa de los fortines. Otros perdieron sus escasas tierras, y la mayoría terminó en la pobreza absoluta. Las tierras conquistadas aumentaron las propiedades de las familias latifundistas, de los jefes del ejército y de los extranjeros deseosos de invertir en el país.
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I Los gauchos que protagonizaron los levantamientos del interior, conducidos por Peñaloza, Varela y López Jordán, también fueron derrotados. La “civilización” se impuso sobre la “barbarie”.
Testimonios sobre los gauchos: “[...] gauderios. Estos son unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos. Mala camisa y peor vestido, procuran encubrir con uno o dos ponchos en que hacen cama con los sudaderos del caballo, sirviéndoles de almohada la silla [...] Se pasean a su albedrío por toda la campaña y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a su costa y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero, cantando y tocando” Concolorcorvo. “Lazarillo de ciegos y caminantes”, 1773.
[...] Los llaman Gauchos, Camiluchos o Gauderios. Como les es muy fácil carnear pues a ninguno le falta caballo, volas y lazo y cuchillo con que coger y matar una res, ó como cualquiera les da de comer de valde[...] trabajan únicamente para adquirir Tabaco
que fuman o el Mate de la Yerva del
Paraguay[...]”(sic.) Miguel Lastraría. “Memoria sobre las colonias orientales del río Paraguay,,o del Plata, l798”. “El gaucho malo: éste es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, un squatter, [...] La justicia lo persigue desde muchos años su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio, caso con respeto. Es un personaje misterioso, mora en la pampa, son sus albergues los cardales, vive de perdices y mulitas: si alguna vez quiere regalarse con una lengua enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto y abandona lo demás a las aves montecinas. [...] Este hombre divorciado de la sociedad, proscripto por las leyes, este salvaje de color blanco, no es en el fondo un ser más depravado que los que habitan las poblaciones. [...] El gaucho malo no es un bandido, no es un salteador, el ataque a la vida no entra en su idea[...] roba es cierto pero ésa es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. [...] Domingo Faustino Sarmiento, “Facundo”
[...] los gauchos o campesinos son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho se distingue invariablemente por su cortesía obsequiosa y su hospitalidad, jamás he tropezado con uno que no tuviese esas cualidades. Es modesto [...] y a la vez animoso, vivaracho y audaz. Por otra parte, es
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menester decir que también se cometen muchos robos y se derrama mucha sangre humana, lo que debe atribuirse como causa principal a la costumbre de usar cuchillo.” Charles Darwin “Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo en el navío de S.M. Beagle.” “La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay (1865-1870) fue buen pretexto para iniciar la extirpación formal y material del gaucho, mediante conscripciones forzosas del elemento rural como carne de cañón, pero las indiscriminadas “levas” no terminaron con las guerras; lejos de ello, se intensificaron perfeccionando la crueldad de sus métodos. Si la defensa de la soberanía dio razón al reclutamiento de gauchos a lo largo del quinquenio bélico, durante la paz exterior subsiguiente la razón valedera sería, por curiosa paradoja, el afán civilizador cuyo norte era el progreso europeizante[...] [...] Los contingentes de gauchos vuelcan en las unidades militares fronterizas a desgraciados que sólo tienen dos caminos: morir en la lucha contra el indio o ser sableados impunemente por la “autoridad” bajo la acusación de “vagos y malentretenidos” A. J. Pérez Amuchástegui “Mentalidades argentinas 1860-1930” “Ante el temor que sienten por las levas, a la
opresión permanente, los gauchos cambian con
frecuencia de residencia esperando de esa manera superar los problemas de la represión organizada. El nomadismo, una respuesta a la realidad, acentúase durante los meses o semanas en que las autoridades salen a recorrer la campaña con un fin bien específico: reclutar, cazar vivos a los hombres”. R. Rodríguez Molas “Historia social del gaucho” 1982 “[...] Y el poema de José Hernández, inusitado en su monumentalidad, es un acto de merecimiento y una invitación a la grandeza, cumplidos en el alborear de una patria que puede, quiere y debe merecer su futuro.[...] Hay, pues, en el Martín Fierro, un mensaje lanzado a lo futuro. Más adelante se verá también cómo el poema insinúa “una profecía” concerniente al devenir de la nación [...] Entonces, ¿a quién va dirigido el mensaje de Martín Fierro? Va dirigido a la conciencia nacional, es decir, a la conciencia de un pueblo que nació recién a la vida de los libres, y que recién ha iniciado el ejercicio de su libertad. Y, ¿por qué necesita un mensaje la conciencia de la nación? Porque la nación, desgraciadamente, no se ha iniciado bien en el ejercicio de su libertad recién conquistada y no se ha iniciado bien porque y en los primeros actos libres de su albedrío ha comenzado la enajenación de lo nacional [...] Por aquellos días el país cuenta con una clase dirigente y con una clase intelectual [...]. Con la acción de aquellas dos clases (Marechal se refiere a Alberdi, Sarmiento, Mitre, etc.) se inicia ya la enajenación o el extrañamiento del país con respecto a sus valores materiales y espirituales. Martín Fierro, pletórico de su mensaje alarmado, sale recién a la imprenta y busca los horizontes de su difusión. Y entonces ¿qué
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I sucede?. Las dos clases de elite, a que acabo de referirme, o lo ignoran o lo aceptan como un “hecho literario” que gusta o no gusta. [...] ¿Cuál era, pues, la única órbita de acción que a Martín Fierro le quedaba? La del pueblo mismo cuyo mensaje quería transmitir el poema. Y entonces ocurre lo enigmático: el mensaje desoído vuelve al pueblo de cuya entraña salió. [...] Sus ediciones están en las pulperías, en los abigarrados almacenes, entre los tercios de yerba mate y las bolsas de galleta dura [...] [...] Martín Fierro es el ente nacional en un momento crítico de su historia es el pueblo de la nación salido recién de su guerra de la independencia y de sus luchas civiles y atento a la organización de sus fuerzas que ha de permitirle realizar su destino histórico.[...] En la historia del segundo hijo de Martín Fierro hace su aparición un personaje novedosos, el viejo Vizcacha [...que es] la expresión simbólica de aquella parte del ser nacional que, desertando su propio estilo, se adapta cazurramente al estilo invasor y se hace su cómplice. La circunstancia de que el viejo sirviese a la “autoridad” y se hiciera el menguado tutor del hijo de Fierro, su torpe filosofía de vencido, todo ello parece confirmarlo.[...] [...] la clave del Martín Fierro se oculta y se revela en su despedida[...] [Partir a los cuatro vientos]. Trabajar por abajo, en el humus auténtico de la raza, con la raíz hundida en sus puras esencias tradicionales, he ahí la metodología de su acción futura. Porque el humus de abajo siempre conserva la simiente de lo que se intenta negar en la superficie.” Leopoldo Marechal “Simbolismos de Martín Fierro”.
Martín Fierro ¿Quién fue José Hernández? Nació en la chacra de Pueyrredón, en San Isidro (Prov. de Buenos Aires) el 10 de noviembre de 1834. La familia de su padre, Rafael Hernández, era rosista y la de su madre, Isabel Pueyrredón, se oponía a Rosas. Junto a su hermana mayor, fue criado por su tía Victoria. Debido a una amenaza de la mazorca rosista, sus tíos se trasladaron a Brasil y él quedó con su abuelo paterno. Cursó estudios primarios con el maestro Pedro Sánchez .En 1843 falleció su madre y en 1846 fue a vivir al campo junto a su padre. Allí se puso en contacto con las tareas y costumbres rurales .Luchó en la acción de El Tala contra fuerzas federales .Al morir su padre en 1857 se trasladó a Paraná. Con el ejército de Urquiza actuó en Cepeda. Realizó tareas de taquígrafo en el Congreso. Participó en la batalla de Pavón. En 1863 fundó y redactó el diario ”El Argentino” opositor del gobierno de Mitre y del
gobernador de San Juan, Domingo F.
Sarmiento. Se casó en Paraná con Carolina González del Solar.
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En 1871 tomó parte de la batalla de Naembé y se exilió en Santa Ana do Livramento (Rio Grande do Sul) Al año
siguiente, 1872, volvió a Buenos Aires y se hospedó en el Hotel
Argentino, muy cercano a la Casa de Gobierno. Allí se dice que compuso el Martín Fierro. En 1878 adquirió una librería a la que llamó “Librería del Plata” En 1879 publicó “La vuelta de Martín Fierro” y se incorporó como diputado a la Legislatura bonaerense. En 1880 fue elegido vicepresidente de la Cámara de Diputados y más tarde ocupó distintos cargos en el gobierno provincial. Murió en 1886 debido a una miocarditis. En 1872 Hernández escribió El gaucho Martín Fierro (la Ida) obra que consta de trece “cantos” escritos en versos que narran la vida del gaucho en la estancia y luego en la frontera. En 1879 se publicó La vuelta de Martín Fierro (la Vuelta) de treinta y tres cantos que cuentan la vida del personaje en las tolderías y también el reencuentro con sus hijos.
El político detrás del poema José Hernández nació el 10 de noviembre de 1834 en la chacra de Pueyrredón( en el actual partido bonaerense de San Martín), hijo de Pedro Rafael Hernández y de Isabel Pueyrredón, dos estancieros. La madre de Hernández muere cuando el chico todavía no ha cumplido 9 años. En 1846, a los 12 años, su padre lo lleva a su campo en la provincia de Buenos Aires. En 1853, Hernández forma parte de las fuerzas de Pedro Rosas y Belgrano, que combaten a Hilario Lagos. Tiene 19 años, pero una gran experiencia de vida. Casi sin estudios, a los 22 años empieza a colaborar en el periódico La Reforma Pacífica. Periodista, militar, escritor, también trabajó como taquígrafo en el Senado de la Confederación. En 1861 es nombrado sargento mayor, después de participar en la batalla de Cepeda. Ese año ingresa a la masonería. En 1863 se casa con Carolina González del Solar, madre de sus siete hijos. Nueve años después publica la primera edición de Martín Fierro. El mismo año en que es electo diputado por la provincia de Buenos Aires (1879), aparece Lavuelta de Martín Fierro. Dos años después, es elegido senador bonaerense. El 21 de octubre de 1886, poco antes de cumplir 52 años, Hernández muere de un ataque al corazón en su quinta de Belgrano. “Esto está concluido”, le dijo a su hermano Rafael. Y después, sus últimas palabras: “Buenos Aires”.
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I Prólogo a El gaucho Martín Fierro Carta: Del autor a don José Zoilo Miguens3
Querido amigo: Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro, que me ha ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del Hotel, salga a conocer el mundo, y allá va, acogido al amparo de su nombre. No le niegue su protección, Ud. que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de que es víctima esa clase desheredada de nuestro país. Es un pobre gaucho, con todas las imperfecciones de forma que el arte tiene todavía entre ellos y con toda la falta de enlace en sus ideas, en la[s] que no existe siempre una sucesión lógica, descubriéndose frecuentemente entre ellas apenas una relación oculta y remota. Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse, que le es peculiar; dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado. Cuantos conozcan con propiedad el original podrán juzgar si hay o no semejanza en la copia. Quizás la empresa habría sido para mí más fácil, y de mayor éxito, si sólo me hubiera propuesto hacer reír a costa de su ignorancia, como se halla autorizado por el uso en este género de composiciones; pero mi objeto ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus costumbres, sus trabajos, sus hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes: ese conjunto que constituye el cuadro de su fisonomía moral y los accidentes de su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de agitaciones constantes. Y he deseado todo esto, empeñándome en imitar ese estilo abundante en metáforas, que el gaucho usa sin conocer y sin valorar, y su empleo constante de comparaciones tan extrañas como frecuentes: en copiar sus reflexiones con el sello de la originalidad que las distingue y el tinte sombrío de que jamás carecen, revelándose en ellas esa especie de filosofía propia que, sin estudiar, aprende en la misma naturaleza; en respetar la superstición y sus preocupaciones, nacidas y fomentadas por su misma ignorancia; en dibujar el orden de sus impresiones y de sus defectos, que él encubre y disimula estudiosamente, sus desencantos, producidos por su misma condición social, y esa indolencia que le es habitual, hasta llegar a constituir una de las condiciones de su espíritu; en retratar, en fin, lo más fielmente que fuera posible, con todas sus especialidades propias, ese tipo original de nuestras pampas, tan poco conocido por lo mismo que es difícil estudiarlo, tan erróneamente juzgado muchas veces y que, al paso que avanzan las conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo.
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Hernández acompañó con esta carta la primera edición de su poema. Es un documento de extraordinaria importancia para conocer el pensamiento del autor sobre la vida del gaucho y valorar el esfuerzo de reflexión y estudio en la composición literaria del poema.
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Sin duda que todo esto ha sido demasiado desear para tan pocas páginas, pero se me puede hacer un cargo por el deseo sino por no haberlo conseguido. Una palabra más, destinada a disculpar sus defectos. Páselos Vd. por alto, porque quizá no lo sean todos los
que, a primera vista, puedan parecerlo; pues no pocos se encuentran allí como copia o
imitación de los que lo son realmente. Por lo demás espero, mi amigo, que Vd. lo juzgará por benignidad, siquiera sea porque Martín Fierro no va a la ciudad a referir a sus compañeros lo que ha visto y admirado en un 25 de mayo, u otra función semejante(referencias algunas de las cuales, como el Fausto y varias otras, son de mucho mérito ciertamente), sino que cuenta sus trabajos, sus desgracias, los azares de su vida de gaucho; y Vd. no desconoce que el asunto es más difícil de lo que muchos se lo imaginaran. Y con lo dicho basta para preámbulo[s], pues ni Martín Fierro exige más, ni Vd. gusta mucho de ellos, ni son de la predilección del público, ni se avienen con el carácter de Su verdadero amigo José Hernández
Prólogo a La vuelta de Martín Fierro Cuatro palabras de conversación con los lectores
Entrego a la benevolencia pública, con el título La vuelta de Martín Fierro, la segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan generosa, que en seis años se han repetido once ediciones con un total de cuarenta y ocho mil ejemplares. Esto no es vanidad de autor, porque no rindo tributo a esa falsa diosa; ni bombo de Editor, porque no lo he sido nunca de mis humildes producciones. Es un recuerdo oportuno para explicar por qué el primer tiraje del presente libro consta de 20.000 ejemplares, divididos en cinco secciones o ediciones de 4.000 números cada una, y agregaré, que confío en que el acreditado Establecimiento Tipográfico del señor Coni hará una impresión esmerada, como las que tienen todos los libros que salen de sus talleres. Lleva también diez ilustraciones incorporadas en el texto, y creo que en los dominios de la literatura es la primera vez que una obra sale de las prensas nacionales con esta mejora. Así se empieza. Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la piedra por don Carlos Clerice, artista compatriota que llegará a ser notable en su ramo, porque es joven, tiene escuela, sentimiento artístico y amor al trabajo. El grabado ha sido ejecutado por el señor Supot, que posee el arte, nuevo y poco generalizado todavía entre nosotros, de fijar en láminas metálicas lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en la piedra,
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I creando o imaginando posiciones que interpretan con claridad y sentimiento la escena descripta en el verso. No se ha omitido, pues, ningún sacrificio a fin de hacer una publicación con las más aventajadas condiciones artísticas. En cuanto a su parte literaria, sólo diré que no se debe perder de vista al juzgar los defectos del libro, que es copia fiel de un original que los tiene, y repetiré que muchos defectos están allí con el objeto de hacer más evidente y clara la imitación de los que lo son en realidad. Un libro destinado a despertar la inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva, a servir de provechoso recreo, después de las fatigosas tareas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales, en su forma general, aunque sea incorrecta; con sus imágenes de mayor relieve, y con sus giros más característicos, a fin de que el libro se identifique con ellos de una manera tan estrecha e íntima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su existencia. Solo así pasan sin violencia del trabajo al libro; y solo así, esa lectura puede serles amena, interesante y útil. Ojalá hubiera un libro que gozara del dichoso privilegio de circular de mano en mano en esa inmensa población diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurara su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores, pero: Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y bienestar. Enalteciendo las virtudes morales que nacen de la ley natural y que sirven de base a todas las virtudes sociales. Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien. Afeando las supersticiones ridículas y generalizadas que nacen de una deplorable ignorancia. Tendiendo a regularizar y dulcificar las costumbres, enseñando por medios hábilmente escondidos, la moderación y el aprecio de sí mismo; el respeto a los demás; estimulando la fortaleza por el espectáculo del infortunio acerbo, aconsejando la perseverancia en el bien y la resignación en los trabajos. Recordando a los padres los deberes que la naturaleza les impone para con sus hijos, poniendo ante sus ojos los males que produce su olvido, induciéndolos por ese medio a que mediten y calculen por sí mismos todos los beneficios de su cumplimiento. Enseñando a los hijos cómo deben respetar y honrar a los autores de sus días. Fomentando en el esposo el amor a su esposa, recordando a ésta los santos deberes de su estado; encareciendo la felicidad del hogar, enseñando a todos a tratarse con respeto recíproco, robusteciendo por todos estos medios los vínculos de la familia y de la sociabilidad. Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados.
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Enseñando a los hombres con escasas nociones morales, que deben ser humanos y clementes, caritativos con el huérfano y con el desvalido; fieles a la amistad; gratos a los favores recibidos; enemigos de la holgazanería y del vicio; conformes con los cambios de fortuna; amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudentes siempre. Un libro que todo esto, más que esto, o parte de esto enseñara sin decirlo, sin revelar su pretensión, sin dejarla conocer siquiera, sería indudablemente un buen libro, y por cierto que levantaría el nivel moral e intelectual de sus lectores aunque dijera naides por nadie, resertor por desertor, mesmo por mismo, u otros barbarismos semejantes, cuya enmienda le está reservada a la escuela, llamada a llenar un vacío que el poema debe respetar, y a corregir vicios y defectos de fraseología que son también elementos de que se debe apoderar el arte para combatir y extirpar males morales más fundamentales y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista de una filosofía más elevada y pura. El progreso de la locución no es la base del progreso social, y un libro que se propusiera tan elevados fines debería prescindir por completo de las delicadas formas de la cultura de la frase, subordinándose a las imperiosas exigencias de sus propósitos moralizadores, que serían en tal caso el éxito buscado. Los personajes colocados en escena deberían hablar en su lenguaje peculiar y propio, con su originalidad, su gracia y sus defectos naturales, porque despojados de ese ropaje, lo serían igualmente de su carácter típico, que es lo único que los hace simpáticos, conservando la imitación y la verosimilitud en el fondo y en la forma. Entra también en esta parte la elección del prisma a través del cual le es permitido a cada uno estudiar sus tiempos, y aceptando esos defectos como un elemento, se idealiza también, se piensa, se inclina a los demás a que piensen igualmente y se agrupan, se preparan y conservan pequeños monumentos de arte, para los que han de estudiarnos mañana y levantar el grande monumento de la historia de nuestra civilización. El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio idioma, y sería una impropiedad cuando menos, y una falta de verdad muy censurable, que quien no ha abierto jamás un libro siga las reglas de arte de Blair, Hermosilla o la Academia. El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en variados y majestuosos panoramas se extiende delante de sus ojos. Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización, y que lo lleva hasta el extraordinario extremo de que todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes, son expresados en dos versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención. Eso mismo hace muy difícil, si no de todo punto imposible, distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales del autor, y cuáles los que son recogidos de las fuentes populares. No tengo noticia que exista ni que haya existido una raza de hombre aproximado a la naturaleza, cuya sabiduría proverbial llene todas las condiciones rítmicas de nuestros proverbios gauchos.
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Hacia la identidad I Lengua y Literatura I Qué singular es, y qué digno de observación, el oír a nuestros paisanos más incultos expresar en dos versos claros y sencillos, máximas y pensamientos morales que las naciones más antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro inestimable de su sabiduría proverbial; que los griegos escuchaban con veneración de boca de sus sabios más profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platón y de Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el afamado Séneca; que los hombres del Norte les dieron lugar preferente en su robusta y enérgica literatura; que la civilización moderna repite por medio de sus moralistas más esclarecidos, y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los grandes reformadores de la humanidad. Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima, cierta identidad misteriosa entre todas las razas del globo que sólo estudian en el gran libro de la naturaleza; pues de él deducen, y vienen deduciendo desde hace más de tres mil años, la misma enseñanza, las mismas virtudes naturales, expresadas en prosa por todos los hombres del globo, y en verso por los gauchos que habitan las vastas y fértiles comarcas que se extienden a las dos márgenes del Plata. El corazón humano y la moral son los mismos en todos los siglos. Las civilizaciones difieren esencialmente. "Jamás se hará, dice el doctor don V. F. López en su prólogo a Las neurosis, un profesor o un catedrático europeo, de un Bracma"; así debe ser: pero no ofrecería la misma dificultad el hacer de un gaucho un Bracma lleno de sabiduría; si es que los Bracmas hacen consistir toda su ciencia en su sabiduría proverbial, según los pinta el sabio conservador de la Biblioteca Nacional de París, en "La sabiduría popular de todas las naciones", que difundió en el nuevo mundo el americano Pazos Kanki. Saturados de ese espíritu gaucho hay entre nosotros algunos poetas de formas muy cultas y correctas, y no ha de escasear el género porque es una producción legítima y espontánea del país, y que, en verdad, no se manifiesta únicamente en el terreno florido de la literatura. Concluyo aquí, dejando a la consideración de los benévolos lectores lo que yo no puedo decir sin extender demasiado este prefacio, poco necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto. ¡Sea el público indulgente con él! y acepte esta humilde producción, que le dedicamos, como que es nuestro mejor y más antiguo amigo. La originalidad de un libro debe empezar en el prólogo. Nadie se sorprenda, por lo tanto, ni de la forma ni de los objetos que éste abraza; y debemos terminarlo haciendo público nuestro agradecimiento hacia los distinguidos escritores que acaban de honrarnos con su fallo, como el señor d. José Tomás Guido, en una bellísima carta que acogieron deferentes La Tribuna y La Prensa, y que reprodujeron en sus columnas varios periódicos de la República. -El doctor don Adolfo Saldías, en un meditado trabajo sobre el tipo histórico y social del gaucho. -El doctor don Miguel Navarro Viola, en la última entrega de la Biblioteca Popular estimulándonos, con honrosos términos, a continuar en la tarea empezada.
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Diversos periódicos de la ciudad y campaña, como El Heraldo, del Azul; La Patria, de Dolores; El Oeste, de Mercedes, y otros, han adquirido también justos títulos a nuestra gratitud, que conservamos como una deuda sagrada. Terminamos esta breve reseña con La Capital, del Rosario, que ha anunciado LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, haciendo concebir esperanzas que Dios sabe si van a ser satisfechas. Ciérrase este prólogo diciendo que se llama este libro LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, porque este título le dio el público antes, mucho antes de haber yo pensado en escribirlo; y allá va a correr tierras con mi bendición paternal. José Hernández
El gaucho Martín Fierro: 1) 2) 3) 4) 5)
¿Qué tipo de versos predomina? ¿Quiénes son los narradores a lo largo de los 13 cantos? ¿En qué marco ubica Hernández las acciones? Compara a Martín Fierro y Cruz. Describe el contexto socio político en que se inspira José Hernández.
La vuelta de Martín Fierro: Averigua qué cambios hubo en el país y explica de qué modo se reflejan en esta parte de la obra. Caracteriza al protagonista. Compara la visión del indio que tiene el autor en esta parte con la de “La ida”. Lee los consejos de Martín Fierro a sus hijos y los de Vizcacha, analiza la postura de cada uno y elabora una conclusión. ¿Qué es una “payada de contrapunto”? ¿Quiénes realizan la payada en la obra? ¿Qué temas tratan? Confronta ambas partes de la obra teniendo en cuenta los siguientes ítems: intencionalidad del autor
temas
personajes
caracterización de: el gaucho, los indios, las mujeres, los gringos, la autoridad
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