RELATOS EN SÉPTIMA DISMINUIDA
Miguel Fco. Marcos Chanca
Título: Relatos en séptima disminuida Autor: © Miguel Fco. Marcos Chanca I.S.B.N.:978-84-8454-773-0 Depósito legal: A-593-2009 Edita: Editorial Club Universitario Web: www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) E-mail:
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Editar es una consecuencia de escribir... Escribo sólo porque necesito hacerlo, para librarme de las cosas... Entrevista a Guillermo Carnero Yo no sé lo que hay que hacer, pero sí sé muchas cosas que no hay que hacer: no romanticismo, no cromatismo, no divagación, no (y esto es muy personal), no emplear jamás un acorde de séptima disminuida. Gustavo Pittaluga
PRÓLOGO
Los relatos compilados que justifican este libro fueron escritos hace ya varios años, probablemente en algunos de los tantos otoños en lo que habitualmente me he refugiado. La séptima de las piezas no son más que algunas acuarelas ya diluidas, a modo de vivemas; las seis restantes son relatos tal cual los concibo, derivados posiblemente de una muy particular lectura de El Túnel de Sabato. Pero no estoy muy seguro. En su día la obra no se editó porque no había motivo para hacerlo. Olvido y silencio. Ahora, tras una nueva lectura, a pocos minutos de enfrentarme al público, he de reconocer que no se me ha ido la vida en rehacerla; ni tan siquiera en reescribirla. Tan sólo resignación ante estas piezas. El hecho es que las siento ajenas; no me concierne sus errores ni sus eventuales virtudes. Poco he modificado este libro. Ahora, ya no es mío. M. Fco. M.
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CALLE COLOMIERS
¿Se dan cuenta de lo que quiero decir? Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté. Si alguna vez sospecho que me has engañado –le decía con rabia– te mataré como a un perro.
I La calle Colomiers; ahí está la casa; un recibidor y unas escaleras; un pasillo estrecho, profundo. Muchos habitáculos, a izquierda y derecha: cocina, aseo... un salón. Un pasillo interminable; 190 metros cuadrados de casa. Al final, al fondo, otra habitación: la habitación. Sonrisas, gemidos, placer... y deseo; el cuarto donde dos sombras desnudas se murmuran algo, se besan. Lencería en el suelo; erotismo cubierto de sábanas en la cama. Sombra fémina que se amolda a la silueta dibujada por un hombre; se quieren, se aman. El murmullo se pierde por los cristales; las ventanas son grandes: allí estará la Torre, inmensa como siempre, ajena a todo lo que sucede en el cuarto; quieta, plácida, disfrutando del momento, con sus luces encendidas, iluminando a la ciudad, a la isla de Francia. 9
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El cuarto sigue oscuro, sólo con la luz de la noche; las dos sombras se confunden pero siguen fundidas, riendo, murmurando. El pasillo sigue quieto, impenetrable; los habitáculos a cada lado reposan silenciosamente. Nada se oye: ni a izquierda ni derecha; nada en la cocina, en el aseo... en el salón; nada; sólo en el cuarto. El pasillo parece no acabarse pero finalmente cede espacio al recibidor. 190 metros. Esta es mi casa; yo estoy fuera, en esta calle, fumando un cigarrillo, bebiendo, vacilando al frío, apoyado en una farola que no alumbra; me gusta fumar cuando pienso; me gusta París de noche, con sus luces encendidas. Efectivamente, esa es mi casa pero aquella no es mi sombra. Ese es mi cuarto pero no es todavía el lugar del crimen. Un violín; una violinista profesional; un conservatorio. Una mujer bellísima, de manos finas, sensuales y latentes. Una joven comprometida con su anillo, con su pasado. Una sombra fémina que mira a través de un cristal, cristal de una ventana grande. A lo lejos, una Torre que se eleva del suelo en París. La ciudad descansa en esta madrugada de otoño frío. En la calle, sólo una sombra que bebe. Dentro, una mujer elegantemente vestida, con un collar, con una duda; la duda muere en la boca de un hombre desnudo, tendido en una cama. Ahora, la seda de un vestido blanco en una silla. Lencería fina en el suelo. Una mujer desnuda; un collar en el cuello. Un cisne blanco de cuello brillante que flota en un lecho, en brazos de un hombre, en brazos ajenos. Ella también vive en esa casa. Su nombre es Cecile... y es mi mujer. Cecile no es todavía la víctima, tan sólo una mujer, superficial, desnuda en brazos de otro. La habitación; esa es mi habitación; aquella es mi cama y ella es mi mujer. Tres sombras en la oscuridad dos 10
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en mi cama, en mi cuarto, en mi casa... y otra en esta calle, al lado de esta farola. Comprendo pero no quiero. Sigo fumando y pienso; me gusta pensar cuando fumo. Tres sombras y todo oscuro; mi cuarto y la calle. Y la Torre allí arriba, ajena a todo lo que sucede. Me gusta París por la noche, con sus lucecitas encendidas. Y el viento me pega en la cara, y me despeina. Cecile también se despeina, pero no es el viento; y se moverá como siempre, en círculos placenteros; un hombre gozando. Manos que se mueven por todo su cuerpo de nácar y porcelana; manos que se deslizan por el cuerpo blanco. Sonrisas y murmullos, palabras entrecortadas, promesas y caricias. Suspiros. La calle Colomiers. Una metáfora: Cecile y yo, o falso deseo disfrazado de pasión. Sí, efectivamente, bonita metáfora. Mi habitación... mi cama de sábanas blancas... mi mujer. Las cortinas abiertas, la ventana, la luz de la noche... las sombras. El cuadro de la cabecera de la cama, el espejo... la cómoda y la silla; un vestido blanco y ropa en el suelo. La cómoda y su lámpara de bronce; la lámpara de bronce apagada, tranquila sobre una cómoda de madera colonial envejecida. La lámpara... sí. Las mesillas de noche: un libro de poemas y un portarretrato tumbado boca abajo, con alevosía. El cuadro en la cabecera de la cama: Gustavé Doré. El cuadro que tanto me gusta. El cuadro y la lámpara. O lo que es lo mismo, el móvil y el arma. Un hombre y una incógnita, un secreto y una traición. Preguntas; respuestas que no despejan dudas. Un hombre desconocido, un físico, un carácter, una mente, qué sé yo; un hombre y su destino; el destino y Cecile o “mujer desnuda mirando al Sena”. Un joven, un señor; un hombre osado que goza de mí, de mi mujer, tal vez de mi bata de raso, sobre mis sábanas blancas, en nuestra cama. No sé. El hombre y la incógnita, el secreto y la traición. 11
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Un hombre, en definitiva, que todavía no es el testigo de excepción. Villa de París; calle Colomiers. Un pasillo largo. Otro cuarto; pinturas y color. Bocetos y un lienzo en blanco. Una idea, una obsesión; un pincel que se mueve; una mano y un trazo que no cede: resultado: un pintor y retrato de “mujer desnuda mirando al Sena”. De eso ya hace tiempo, cuando ella me quería. Cecile y París. Una rutina; una intuición; una carta. Patetismo: “Ya ves que tontería, hoy se me ha ocurrido saber de ti”. Insisto: patetismo. Decisiones y cambios de planes. Una anticipación. Mentiras y dos sombras que conspiran en la noche. Intuición, cambio de planes... Una tienda y una botella de vino; la calle Colomiers; una farola; la Torre Eiffel. Me gusta fumar cuando pienso. El asesino todavía no soy yo, es un hombre que espera en la calle parisina de Colomiers, frente a una casa, mi casa; un hombre despeinado, apoyado en una farola que no alumbra, apurando un cigarrillo, vacilando al frío, al viento, pensando. Pero me gusta París por la noche; sus luces y la Torre. Bebo de una botella: vino armonioso de cepas francesas, con tonos rojizos, paladar cristalino y textura gratificante. Enciendo un cigarrillo; me gusta fumar cuando pienso; me gusta. Tres sombras: dos allí dentro, en mi cama; otra aquí, en la calle... Me gusta pensar cuando fumo. Pienso: alevosía y traición. El asesino no es todavía el asesino; es un hombre cansado, un hombre que espera en la calle mientras fuma un cigarro; un hombre decidido y sigiloso que entra en una casa de 190 metros superficiales. Fuera, en la calle, sólo una botella, una colilla y una farola que no alumbra. Dentro, un hombre y un recibidor; escaleras y un pasillo; y varias habitaciones; una de ellas llena de cuadros, futuros 12
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trazos, lienzos en blanco y pinceles; un hombre que sigue andando; finalmente una puerta; miedo a lo desconocido, valor, temor y rabia: una mano temblorosa… tutto tremante... y un pomo; un giro y una sorpresa; la puerta abierta; dos sombras truncadas por la violencia de una luz recién encendida. Movimientos bruscos, cuerpos desnudos, como Laocoontes retorcidos que se alzan, que se levantan de la cama. Tensión; nervios. Una cama desecha, una cama vacía; pliegues majestuosos. El cristal, la ventana, el exterior: la noche, el silencio, la Torre. Y aquí dentro el espejo, un vestido blanco en la silla y lencería fina en el suelo. Un hombre desnudo que tapa su vergüenza con mi bata de raso. Cecile desnuda, tan perfecta como siempre, preciosa, atrevida; provocando; y bellísima; y latente; pero asombrada, sorprendida, sin pronunciar palabra. Cecile desnuda, mostrando sus pechos descubiertos, de tonos variados, su blancura sensual. Inmovilidad. Tres rostros, tres miradas que se cruzan. Silencio, temor, quietud; silencio violento que mata. Miradas cruzadas. Cecile y yo, yo y un hombre; un hombre y Cecile; yo y mi mujer; mi mujer y el hombre que mira a Cecile. Silencio: nada se oye; sólo el miedo, sólo el viento de ahí fuera. Y por la ventana sólo la Torre iluminando a la ciudad dormida. Distancias reducidas, aproxi-maciones; cautela. El silencio que se rompe: excusas y lamentaciones. Indiferencia. Violencia, tensión y traición; llanto masculino con lágrimas que manchan mi bata: cobardía. Cecile se aproxima. Un cuadro en la cabecera de la cama: Gustave Doré; una ventana y una cortina; mesillas de noche: un libro de poemas y un portarretrato tumbado con alevosía. Un cuadro... un libro de poemas; un violín en la pared recostado; unas partituras. Un violín, un libro y Gustave Doré. La cómoda de madera 13
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de caoba con su lámpara; la lámpara de bronce apagada, tranquila, sobre la cómoda de madera. Sí, la lámpara. Una mente, una idea y una mano; un testigo; una mano que coge una lámpara; un golpe; una víctima. Lencería en el suelo; Cecile yaciente, con su cara en el suelo, decorada con ribetes de sangre, que se deslizan en denso equilibrio sobre contusión morada. Un testigo de excepción: un hombre osado con mi bata de raso. Una lámpara de bronce y mi mano; otro golpe, otra muerte: el testigo ya no es el testigo de excepción. Sólo un cuerpo inerte. Mi habitación, mi casa. 190 metros superficiales. Mi cuarto, mi cama. Miro a mi alrededor. El cuadro que tanto me gusta, enigmático, en la cabecera de la cama: Gustave Doré; trazos perfectos, un grabado: en el cuadro, la víctima no es aún la víctima; sólo es una mujer que apenas sostiene un libro mientras besa a su amado y amante. El asesino todavía no es el marido, sólo es Gianciotto armado con una daga. Yo también he dibujado mi lienzo en blanco; esta noche; con mis manos. Soy la proyección de un cuadro que descansa en la cabecera de mi cama. Hago lo que el cuadro no dice; el cuadro está encerrado; yo soy libre. Apago la luz; dos cuerpos, dos rostros: dos sombras; mi obra de arte. La soledad y el artista. Sólo la luz de la noche entra por la ventana; y me asomo: la calle medianamente iluminada; no hay nadie; una farola que no alumbra; una botella de vino vacía, una colilla. Frío. Y allá a lo lejos, en medio de la noche, con las luces de la ciudad encendidas, reposa serenamente la Torre, símbolo de esta ciudad que quiero. Y miro hacia arriba y veo la luna destacando en el cielo. Silencio; a mi espalda dos sombras en el suelo. Yo y la ventana; la ciudad y yo. Silencio; oscuridad; un cigarrillo; me gusta fumar 14