RETIRO ADVIENTO Rosa Ruiz, misionera claretiana

RETIRO ADVIENTO 2011 Rosa Ruiz, misionera claretiana Un RETIRO no es una charla teórica o para saber más intelectualmente –de cabeza-. Se trata de de

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RETIRO ADVIENTO 2011 Rosa Ruiz, misionera claretiana

Un RETIRO no es una charla teórica o para saber más intelectualmente –de cabeza-. Se trata de dedicar un tiempo a algo que nos ayude a retirarnos, a parar, a tomar conciencia de dónde estamos, a dónde vamos y cómo. Y como somos cristianos, esto lo hacemos al lado de Dios siempre. Ojalá para nosotros, creyentes, orar y reflexionar sea lo mismo porque no podamos pensar ni meditar ni decidir nada de nuestra vida sin pensarlo o decidirlo delante de Dios. Venimos a poner nuestra vida delante de Dios. Que Él nos descanse, nos ordene por dentro, nos sane, nos hable, nos toque, nos envíe… lo que Él quiera. Y para eso, necesitamos al menos dos cosas: saber dónde estás tú y dónde está Dios… Y quizá, también, dónde deseas estar… Dice Agustín que TU DESEO ES TU ORACIÓN. El deseo ensancha, nos lanza, hace salir de sí. La raíz hebrea de SALVAR (YS) tiene que ver con “ser espacioso, amplio, llevar a lugares espaciosos”. Propio de Dios es ensancharnos, darnos respiro, hacernos sentir a nuestras anchas… (Sal 118, 5; 2 S 22, 34; Dt 33, 20). En mi deseo más hondo está el deseo de Dios para mí… Sin deseo, sin búsqueda, ¡qué difícil el encuentro personal e íntimo con Dios! Propio del Adviento es pedir y clamar por un Salvador, un “ensanchador” de espacios… de deseos… de espíritu… de estrecheces… Decía Juan Pablo II en el XXX Mensaje de la JMOV en 1993: la cultura vocacional es, en el fondo, cultura del deseo de Dios, que da la gracia de apreciar al hombre por sí mismo y de reivindicar su dignidad frente a todo lo que puede oprimirlo en el cuerpo o en el espíritu. Podríamos decir que vivir en una cultura vocacional este Adviento es vivir deseando cada día un poco más a Dios, cada cual en su situación, en el estado de vida que tiene o en la búsqueda y discernimiento que esté haciendo. Porque Dios viene siempre, siempre... Más aún: viene porque está siempre:

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La palabra Adviento no significa en sí misma «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía. Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total. Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. (J. Ratzinger) De aquí se desprenden dos cosas: una que necesitamos espabilar todos nuestros sentidos para percibir esa presencia escondida que pone luz en la tiniebla. Otra, que cada uno de nosotros somos “hacedores” de esa presencia visible de Dios para los demás. Somos carne luminosa de Dios… Pero ¿cómo? El mismo Cardenal Ratzinger nos dice: Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como Dios quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche (…); por otra parte, la conciencia de que esta luz de Cristo solamente puede -y solamente quiere- iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. La luz de Cristo en medio de nuestra noche, de nuestra carne… ya no tiene vuelta atrás. No se apaga nunca. Encarnada y Resucitada. Habita en medio de nosotros, en nosotros. ¡Somos el mejor pesebre posible que Dios pudiera esperar! María Inmaculada es la mejor señal de que esto que decimos es cierto. Ahora bien, la fidelidad de Dios no siempre encuentra “luminosa” nuestra carne, nuestra vida... A veces la encuentra opaca, cerrada, inerte... Por eso la súplica continua del Adviento: ¡Ven, Señor!... y la humildad continua: que la luz que hay en mi no se vuelva oscuridad (cf. Lc 11, 35) Y si aún así, se apagara, podemos cantar con el profeta: Si he caído, me levanto; si estoy postrada en tinieblas, el Señor es mi luz (Miq 7, 8). Dios viene a nosotros como luz… En el principio existía la Palabra … Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron www.acompasando.org

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… La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo … Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria (cf Jn 1,1-13) Día tras día nos visitan muchas cosas… muchas palabras… luces… Y cada día tenemos que decidir qué dejo que haga morada en mi interior. Lo visible penetra en nosotros sin pedir permiso, como okupas: sensaciones, ideas, emociones, la radio, el tráfico… Si quiero que algo más allá de lo evidente y espontáneo haga morada en mí, necesito hacerme sensible, afinar el oído y el espíritu. Quizá la osadía mayor de este tiempo de Adviento es llegar a creer (de verdad) que Dios nos habita, se hace presente entre nosotros, en nosotros, por medio nuestro y a pesar nuestro. Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.» Lc 2, 12-14 Nos gustan más los ejércitos celestiales que los pesebres… Cantamos y celebramos la debilidad de Dios pero aborrecemos las nuestras. Dios no solo llama a la puerta para entrar, sino que lo hace desde abajo. Como en las películas, corremos el peligro de abrir y no verle porque estamos acostumbrados a salir corriendo, con mil tareas, y mirando hacia arriba. Pero Él es como un niño que dejan en una canastilla,… abajo… Y nunca mejor dicho. Nunca glorioso como Señor Altísimo… glorioso como Niño. ¿Cómo acoger estas señales de Dios, estas llamadas suyas? Los tiempos fuertes, tiempos especiales en la Iglesia, nos preparan para un encuentro de especial densidad o intimidad con Dios, una puesta a punto de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Tanto la Cuaresma como el Adviento tienen un tono de conversión, de despojo, de vaciamiento… Intuyo que tendemos a llenarnos de cosas, de herramientas, seguridades… Nos gusta añadir… Y Dios empeñado en quitar, vaciarnos, desprender… El movimiento de Dios cuando quiere encontrarse contigo es siempre kenótico, vaciador, empobrecedor… y nos obliga a nosotros a abajarnos si es que queremos encontrarnos cara a cara, como un amigo se encuentra con su amigo. Nosotros queriendo hacer y Dios, pidiendo que nos dejemos hacer… Nosotros pidiendo y Dios diciendo que nos demos… Nosotros ansiando controlar y Dios ofreciéndonos dejarnos llevar… www.acompasando.org

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La humildad, la pobreza nos capacita para la relación con Dios y con los demás porque nos libera de apariencias y de necesidad de estar por encima de otros. El mismo Cristo, al encarnarse fue lo primero que “hizo”: abajarse… para poder salvarnos… Pero humildad nunca es desprecio o rechazo de “estos mimbres” que somos... de estas “pajas” que forman nuestro particular pesebre y que Dios quiere habitar con tanto amor. ¿A qué nos llama Dios este Adviento? ¿Por qué viene a mí? … Lo normal es que nos brote, como a María eso de: ¿cómo es posible? Cómo vas a hacerlo?... La respuesta es también la misma: el Altísimo te cubrirá con su sombra… María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue. Lc 1, 34-38 Las figuras centrales del Adviento son los profetas, Juan el Bautista y María. Todos son, a su manera, grandes “señaladores” de Dios, porque lo buscan, lo viven, lo encuentran y lo muestran a los demás. Quizá no hay imagen más clara del Adviento que una mujer embarazada que espera y cuida la nueva vida que late en su seno. Una madre virgen, que no ha conocido varón= que ninguna fuerza humana es la “causa” de esta vida. Es todo gracia en ella, toda de Dios (= la inmaculada). Y ella lo sabe. Así somos nosotros. O estamos llamados a ser. El nos crea, nos cuida, nos fecunda… Y toda nuestra vida está llamada a ser también un Adviento, un continuo cuidar la vida (estar alerta, vigilar), especialmente la vida que no ha nacido aún, que no se nos impone visiblemente. Podemos caer en ciertos “homicidios espirituales”= no creemos que haya vida donde no se ve aún ninguna señal del fruto, del poder, de la eficacia... y por eso, la abandonamos, la destruimos. Porque no somos capaces de ver que ya ahí, donde no se ve nada, germina la Vida. Estamos llamados a ser Cuidadores de la Vida… También nos puede pasar lo que cuenta Isaías…. ¿No estaremos cuidándonos tanto y tanto, por tan buenas cosas, que confundamos la fecundidad con la abundancia o con nuestras propias fuerzas? ¿no llegaremos al final del embarazo y tendremos que exclamar que tras los dolores del parto sólo parimos aire?: www.acompasando.org

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Como cuando la mujer encinta está próxima al parto sufre, y se queja en su trance, así éramos nosotros delante de ti, Yahveh. Hemos concebido, tenemos dolores como si diésemos a luz viento; pero no hemos traído a la tierra salvación. Is 26, 17-18 Estamos ajetreados y ocupados en mil cosas… pero… parimos aire. Nosotros no traemos la salvación. Sólo Dios. Por eso, lo pedimos insistentemente durante todo el adviento. Clamamos por un Salvador… Y solo clama e invoca quien se sabe necesitado, vacío, pobre… Quizá se trata de pronunciar el “hágase” de María. Y solo a Dios. Y eso es muy difícil. Porque no sabemos de antemano ni los cuándos ni los cómos. Se trata de hacer espacio a la acción de Dios y a su presencia… aunque no haga nada… simplemente que tenga espacio en mí. Su sola presencia ya es transformante, fecunda. En mi horario, en mi vida diaria personal, comunitaria… ¿cómo podría abrir espacios a Dios? Vaciarse no es lo mismo que estar huecas. Santa Teresa decía a sus monjas: hijas, que no estéis huecas. Desde aquí podemos pensar la virginidad de María, nuestra madre. Dios nos quiere vírgenes… en una progresiva “virginización”, como lo llama Dolores Aleixandre: Si nos abrimos a Dios comienza en nosotros un trabajo de virginización por el que nos vamos haciendo cada vez más receptivos y abiertos a los otros, más vacíos de nosotros mismos y dispuestos a pasar a esa esfera de sombra en que ella vivió… Pero como eso suele darnos miedo, preferimos quedarnos con la versión light de lo mariano. Para que no olvidemos nunca que esa vida y esa fuerza que late en nuestro seno no proviene de nuestras propias fuerzas ni de las de ningún ser humano. Es ir haciendo sitio en nosotros, prestando nuestra carne y nuestras fuerzas, todo lo que somos, para que Dios habite y Cristo sea alumbrado cada día. Repasa tu vida, tus relaciones, tus proyectos… ¿cuáles y de qué manera están más necesitados de un Salvador? Quizá una pista que sea identificar aquellos en los que más esfuerzos (como de parto) estás llevando a cabo… Quizá, sin querer, creyendo que somos nosotros quienes vamos a traer la salvación a la tierra… En definitiva, se trata de hacer nuestra la oración de María: hágase. Esta es la oración cristiana y el “molde” de toda vocación cristiana, también: ofrecer a Dios no pequeñas cosas o sacrificios sino la vida entera para que él haga y deshaga como quiera. Sólo a nosotros, que ya nos ha visitado Dios, se nos podrá pedir que demos a luz a Cristo… Solo a nosotros. Y para eso, tendremos que vivir www.acompasando.org

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reconociéndole (con los 5 sentidos) en todo… con todos los sentidos, con todo nuestro ser… para darlos a los demás. Así Dios ira haciéndose carne de nuestra carne. Quizá tenga algo que ver con eso que el Evangelio nos cuenta de María: sabía guardar (symballo) todas las cosas en el corazón… Este verbo griego (symballo) no significa propiamente guardar algo en un recipiente o conservarlo; significa reunir lo disperso, conjugar, dar cabida armoniosamente a lo que de por sí es diverso y a veces, incluso contrario. Eso conlleva tiempo y María lo sabía: todo cuanto le resultaba extraño o desconcertante lo reunía en su corazón y lo daba vueltas, cuidadosamente, junto a la Palabra de Dios, como quien quiere amasar granos diversos y hacer de ellos una sola cosa. Así, finalmente su fe y las cosas que trae la vida resultan unificadas. Es tarea común a todos nosotros: vivir desde el corazón, guardándolo todo, de modo que lo disperso, lo contradictorio y la esperanza que nos mantiene, se torne una sola cosa. Solos no podemos. El Espíritu Santo nos cubre con su sombra y lo va haciendo posible, como un día hizo de María, la Inmaculada. Tenemos hoy la suerte de contar con tiempo, con silencio, con tranquilidad para adentrarnos en esta “escuela” de Adviento…

Dios viene a nosotros llamándonos por nuestro nombre Sabéis lo importante que es el Nombre en la biblia. Dios siempre llama a las cosas por su nombre, desde el Génesis… y así existen, tienen un lugar y una misión en el mundo. Lo mismo a lo largo de la Historia de Salvación en los relatos de vocación y hasta el NT. Y cuando quiere vivir como uno de nosotros, elige un nombre desde el principio… No le basta con saberse Hijo de Dios: … tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» …Y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» … Y le puso por nombre Jesús (Mt 1, 18-25) Conocer nuestro propio nombre… nuestra vocación más profunda es fundamental para vivir en el hágase que decíamos antes. Saber mi nombre es saber mi ser más hondo, allí donde soy más auténticamente yo y más auténticamente de Dios. Pero no suele estar en la superficie… ¿Cuántos vecinos de Jesús dirían que su ser más profundo es ser Dios salva o Dios con nosotros? Adviento es un tiempo muy vocacional: apunta a la raíz de nuestra vida. Dios nos espera en las raíces, dice Rilke. Vivir sólo en la superficie hace muy difícil el encuentro con Dios y con nosotros mismos. Lo decíamos esta mañana: adviento es un hágase y esto sólo es posible porque antes, Otro se acercó a nosotros, se hizo el encontradizo, nos dirigió su Palabra. Como vivió María y José. Como todo www.acompasando.org

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ser humano que elige vivir de cara a Dios con una cierta profundidad. Y como todo encuentro personal: - es íntimo, no comparable con ninguna otra persona: nos da un nombre - es fecundo, genera vida, relaciones: nos fraterniza - es abierto, trascendente: nos envía Quizá sea esta una de las cosas que más podemos posibilitar: ayudar a la gente a vivir con sentido, con un nombre, desde dentro, desde lo profundo… Una persona centrada, vocacionada, que vive enviada… es referencia para otros. …no existe un solo párrafo del evangelio, o un encuentro o un diálogo, que no tenga una proyección vocacional, que no exprese, directa o indirectamente, una llamada por parte de Jesús. Es como si sus encuentros humanos, provocados por las más diversas circunstancias, fuesen para Él una ocasión para colocar de algún modo a la persona ante la pregunta estratégica: ¿qué hacer de mi vida?, ¿cuál es mi camino? (NVNE, 17 a)

Una cultura vocacional es tal cuando invita y conduce a hacernos preguntas vitales y cuando también da pistas y herramientas para responder a ellas. Esto tiene mucho que ver con el deseo. Con la capacidad de deseos profundos y consistentes, no deseos momentáneos, que más bien son instintos. Quien desea, busca. Quien busca, se pregunta. Quien se pregunta, está abierto a que otros y Otro tengan una palabra en su vida. Sin preguntas no hay búsqueda y si no busco la vida se vuelve plana, chata, sin horizontes que me lancen: Son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes las pequeñas respuestas. Pero son precisamente las pequeñas y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones, como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación (13b). Cuando me llamas por mi nombre, ninguna otra criatura vuelve hacia ti su rostro en todo el universo. Cuando te llamo por tu nombre, no confundes mi acento con ninguna otra criatura en todo el universo. (Benjamín González Buelta)

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El nombre, la vocación personal es esa manera personalísima y única que cada uno tiene de ser persona, de ser “cristiano”, de vivir plenamente. Y esto será así ya sea en momentos de gozo como de dolor, de pecado o de reconciliación. En cualquier experiencia de la vida, nuestro nombre nos da la clave para afrontarlo-integrarlo. Por eso, la misma situación es una llamada distinta para diversas personas. Porque nuestra vocación y nuestra misión no nacen de las cosas en sí o de los sucesos, por terribles que sean; sino de mi ser más profundo, ese que Dios me ha dado

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¡VAYA ENCUENTRO!

como mi vida… La “Vocación personal” no se mueve a nivel de hacer o de función, sino a nivel de ser. Cuanto más descubra a Dios bullendo en la Historia de la Humanidad y en la mía propia, más criterios tendré para discernir, para ir optando, para vivir con un sentido y con un proyecto.

Salgo corriendo atolondrada loca y tropiezo con Dios. -¿Dónde vas Leocadia? - Así suele llamarme-. Después… me convence en silencio, me convierte en paloma, me nombra caballera andante, me arma de paz y ciencia y me quita la gana de matarme.

(Gloria Fuertes) Vivir el Adviento nos ayuda a no caer en los presentismos, típicos de nuestra época: donde sólo cobra densidad espiritual y humana el aquí y el ahora… y entonces perdemos la gratuidad. Si sólo existe el presente, el futuro no es importante y perdemos la urgencia de la misión. Quizá los cristianos estamos llamados a construir cultura vocacional dentro de esta cultura globalizada, al estilo que Dios construye historia de salvación desde dentro de nuestra historia, la única que hay. Esto es la encarnación: Dios toma la carne del mundo y se hace presente. Ninguno de nosotros somos María de Nazaret. Ninguno podemos encarnar al Hijo de Dios por completo, pero todos estamos llamados a dar a luz a una pequeña parte (por decirlo así) del ese Misterio. Cada uno según sus dones, su Nombre… Y como no hay dos iguales, lo que tú no des a luz, queda sin darse al mundo.



PARA TU ORACIÓN:

Lc 2, 12-14: ¿Identifico algún pesebre de mi situación actual? Situaciones que son señales de Dios pero que me cuesta especialmente verle en ellas. ¿Qué músicas celestiales ansío? Jn 1, 1-13: toma conciencia de estar habitado por Dios, de ser luz… y de cómo El te busca y te espera para habitar aún más y mejor en ti. Afirma tu fe en la presencia escondida y actuante de Dios, especialmente en las personas y en la situaciones que más oscuras estás viviendo… ¿Cómo suele llamarte a ti Dios? ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo te reconoce? ¿Cómo le reconoces tú? ¿En qué te convierte? ¿a qué te envía como caballero andante, ese que cabalga dentro de ti y te de alas. Mira cómo puedes colaborar con Dios en esta tarea de hacer que otros encuentren su nombre… su forma particular de decir hágase carne en mí tu Palabra… Su particular manera de ser luz para el mundo. www.acompasando.org

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