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RETIRO INTERCOMUNITARIO DE NAVIDAD “Y LA PALABRA SE HIZO CARNE” (JN 1, 14) 0.-‐ MOTIVACIÓN INICIAL Ofrecemos una propuesta de tema para el Retiro intercomunitario centrado en la Palabra de Dios. El evangelista Juan nos presenta al Hijo de Dios como la Palabra de Dios hecha carne en Jesús, el niño nacido en Belén de la Virgen María. San Agustín nos repite que Dios se hizo Palabra en la Biblia y carne en Jesucristo. Uno de los objetivos de este curso en nuestra Inspectoría es la asimilación del espíritu y la letra del CG27. La Palabra de Dios ha estado muy presente en las sesiones del CG27. “El libro de los Evangelios ha acompañado, con humildad y esplendor, los trabajos capitulares. Cada día, en la sala de la Asamblea, la Palabra de Dios era proclamada en diferentes idiomas y entronizada solemnemente” (CG27, p. 24). También ha estado la Palabra de Dios muy presente en sus reflexiones y decisiones. Basten unos textos: “La experiencia del encuentro con Dios pide una respuesta personal, que se desarrolla en un camino de fe, y una profunda relación con la Palabra de Dios, porque «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (CG27, 34; citando a Benedicto XVI). “Los jóvenes son «nuestra zarza ardiendo» a través de la cual Dios nos habla. Es un misterio para respetar, acoger y a partir del cual discernir las orientaciones más profundas, ante el cual hay que quitarse las sandalias para contemplar la revelación de Dios en la historia de todos y de cada uno. Esta fuerte experiencia de Dios nos permite responder al grito de los jóvenes (CG27, 52; citando al Papa Francisco).
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Dios nos habla en nuestra vida cotidiana, sobre todo “en la escucha humilde y permanente de la Palabra de Dios, de los hermanos y de los jóvenes” (CG27, 64.2). Por eso se nos invita a “cultivar la oración personal en contacto diario con la Palabra de Dios” (CG27, 65.2), a “proporcionar momentos de coparticipación espiritual comunitaria a partir de la Palabra de Dios, valorizando en particular la lectio divina” (CG27, 66.4). E incluso a “elaborar el proyecto de animación y de gobierno a todos los niveles para los próximos seis años, centrándose en la Palabra de Dios” (CG27, 65.3). Celebramos y vivimos que La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros. Dios se encarna. Su presencia no se impone, se ofrece. De otro modo, la fe no sería fe, porque no sería libre. Su presencia se propone “esperando” la acogida del hombre. También Dios vive su particular Adviento: Él espera que le acojamos cada uno de nosotros. Su esperanza es recoger a todos en torno a sí. Aceptar la Palabra se convierte para nosotros en piedra fundamental donde edificar con solidez nuestra vida. El rasgo que mejor define a nuestro Dios verdadero es su voluntad de manifestarse, de revelarse, de dársenos a conocer. Su empeño en venir al encuentro de los hombres y mujeres mediante su Palabra, es constante. Antes y repetidas veces por medio de los profetas, luego y de modo definitivo en el Hijo: “En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quién también hizo el universo (Hb 1, 2). Por tanto, para nosotros como hombres de fe, escuchar a Dios no es una ocupación para el tiempo libre, los momentos de oración u otros momentos especiales, sino una necesidad ineludible en cada instante de nuestra vida. Nuestro Dios es un Dios de Palabra, al contrario de los dioses falsos, “que tienen boca, y no hablan; no tiene voz su garganta” (Salmo 115, 5.7). Y su Palabra, no sólo nos revela la esencia de Dios, sino que es, ante todo, su misma esencia. Dios es Verbo, es Palabra: “En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios (…) Por medio de Él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho (Jn 1,1-‐3). Y a diferencia de los ídolos mudos, que vuelve mudos a sus servidores, Dios hace hablar a quien lo escucha: ¡sus oyentes se convierten en profetas!: “Yo dije. “¡Ah, Señor Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño” (…) Entonces el Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo: Voy a poner mis palabras en tu boca” (Jr 1, 6.9). Una vez más, un año más, Dios se empeña en dirigirnos su Palabra. Quiere recordarnos en esta Navidad que sigue estando con nosotros porque una vez quiso venir como uno de nosotros, Palabra hecha carne, para ya no marcharse. Quiere hablarnos a través del proceso
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de renovación y conversión pastoral personal y comunitaria que nos propone nuestro Capítulo General. Quiere hablarnos a través de nuestros jóvenes, “donde nos está esperando para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y para prepararnos a servirlo en ellos” (CG23, 95; citado en CG27, 52). ¿Estamos dispuestos a escucharle? ¿De qué le sirve a Dios manifestarse si nosotros no estamos dispuestos ni preparados para escucharlo? ¿Cómo podremos seguir siendo signos y testimonios del amor de Dios entre los jóvenes si no tenemos contacto con la fuente que alimenta nuestro amor por ellos? ¿Cómo podemos ser profetas de fraternidad y servidores de los jóvenes si no escuchamos la Palabra y no la hacemos carne de nuestra carne, para que después nuestras palabras no sean vacías, sino vehículo de Su Palabra? Dios “baja,” un año más en esta Navidad para quedarse, para recordarnos que siempre está como uno de nosotros, desde aquella primera Navidad. Que está en el mundo, en la historia,… en nosotros. Es una realidad para ser experimentada y acogida por nosotros. Y esta bajada está llamada a ser experiencia en cada uno de nosotros y a ser acogida. El objetivo de este retiro es ofrecer algunas pistas y experiencias que nos permitan encontrarnos con el Señor, con su Palabra hecha persona en Jesús, con su Palabra escrita en el evangelio y personalizada para nosotros, salesianos, en las palabras del CG27. 1.-‐ ESCUCHA: HACER SILENCIO PARA PODER ESCUCHAR A DIOS DESDE SU PALABRA. Para encontrar a Dios, tenemos necesidad de someternos a la disciplina de la escucha. “Calla y escucha, Israel (…) escucharás la voz del Señor, tu Dios” (Dt 27, 9-‐10). El tono imperioso del mandato bíblico no deja lugar a dudas: quien quiere escuchar a Dios, debe amar el silencio. San Juan de la Cruz explica así esta regla de vida espiritual: “El Padre pronunció una Palabra, que fue su hijo, y siempre la repite en un eterno silencio; por eso debe ser escuchada por el alma en silencio”. La supremacía de Dios es reconocida y aceptada por el creyente, ante todo, “con adoración silenciosa y con oración prolongada” (C.M. Martini). Permanecer en silencio delante de Dios no es tiempo perdido, vacío de trabajo y de sentido, sino expresión del estupor que su presencia provoca en nosotros, y el signo de la adoración y del respeto que Él merece. Sin silencio exterior, ausencia de voces, sonidos y rumores, y sobre todo sin aquel silencio interior que hace callar nuestros deseos y la voluntad de vivir por y para sí mismos, no encuentra en nosotros espacio ni acogida cordial la Palabra de Dios.
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Decía San Agustín: “El Maestro habla dentro del corazón, enseña en la intimidad, haciendo inútiles las voces que vienen de fuera”. La Navidad es un misterio que exige la contemplación y el silencio: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). Por eso, por nuestra parte, el silencio reverente y acogedor debe estar en el comienzo de nuestra escucha. Es éste un silencio activo, que está a la espera de la Palabra deseada y se separa de todas las demás voces; es un silencio lleno, que sabe que está en la presencia de un Dios adorable y permanece, como el esclavo, con los ojos dirigidos hacia su Señor (Salmo 122, 2). “El qué puede decir Dios al Hombre, con cuánta intensidad, con qué fuerza comunicativa,… no puede ser anticipado, determinado, decidido por el hombre. La única anticipación, la única decisión que compete al hombre es la del silencio lleno de esperanza, de respeto, de obediencia” (C.M. Martini). Para vivir hoy como creyentes, se debe poder convivir con el silencio; llenar la vida de palabras y estruendo es tomar el camino de la incredulidad: “Cada uno está invitado a redescubrir en el silencio y en la adoración su llamada a ser persona delante de un Tú personal que lo interpela con su Palabra” (C.M. Martini). Te invitamos en este momento a la escucha de la Palabra. Por tanto, al silencio, para poder escucharla. En estos minutos, haz silencio en tu interior de los ruidos que puedes encontrar en tu corazón. Los ruidos de las tareas, preocupaciones, inquietudes, dificultades físicas o psicológicas, respeto humano o dialécticas varias ante lo que se te ofrece en este retiro,… Sitúate en la postura que físicamente sea más cómoda y te permita estar consciente y concentrado. Contempla la Palabra que tienes ante ti. Cierra los ojos, si te ayuda más. Descubre a Dios en tu interior, que también quiere encarnarse en ti, en esta Navidad que se acerca. Haz silencio interior. Calla, y déjale hablar a Él. (Durante unos cuatro o cinco minutos, la comunidad reunida a ser posible en círculo, con la Palabra de Dios delante –un atril, una Biblia o leccionario grande, una luz iluminando,…-‐ hace silencio contemplativo de la Palabra)
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2.-‐ LECTURA: OÍR LO QUE DIOS NOS DICE, Y RENUNCIAR A HACERSE IMÁGENES DE ÉL. Puesto que Dios es Palabra, la escucha es el único modo de encontrarlo, la conversación la forma de entretenerse con Él. El verdadero Dios no se deja ver, ni siquiera por los amigos más íntimos: “Entonces Moisés exclamó: “Muéstrame tu gloria”. Él le respondió: “Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor (…) pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida” (Ex 33,18-‐20). Al creyente le está prohibido hacerse con imágenes de Dios, sean las fabricadas con sus propias manos, sean las concebidas en la imaginación o con los deseos del corazón. Ese fue el gran pecado de Israel en el desierto, que “al ver que Moisés tardaba en bajar de la montaña se reunió en torno a Aarón y le dijo: anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado” (Ex 32,1). Aarón construirá un ídolo de oro que tendrá que acarrear en sus hombros el pueblo. Hacerse una imagen de Dios es crear un ídolo sin vida. Forjar una representación de Dios a medida de las propias necesidades no libera ni produce alivio. Es más: aumenta la fatiga. Israel, que quiere un Dios que vaya delante de él, se ve luego forzado a transportarlo, porque su ídolo de oro no puede caminar. He aquí la consecuencia de no acoger al Dios Palabra: se termina por crearse imágenes de Dios y convertirse en obra de la propia mente y de las propias manos: mudo, ciego, sin aliento ni vida: “¡Sean como ellos los que los hacen, los que en ellos ponen su confianza!” (Salmo 115, 8). Quien quiere sentir a Dios, debe escucharlo, es decir, “ver la Palabra (Cfr. Dt 4, 9), mirando las Escrituras como el rostro de Dios, y aprendiendo a conocer en ellas el corazón de Dios (Gregorio Magno). Sin embargo, aunque “a Dios nadie lo ha visto jamás (…) el Hijo unigénito es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). La Navidad nos recuerda que Cristo es la Palabra visible de Dios, su Palabra viva, la imagen no idolátrica del Dios altísimo. Ver a Jesús en el evangelio: contemplarle, escucharle, observar con detenimiento sus gestos, su forma de comportarse, su enseñanza, acompañarle en su destino pascual,… convertirse en resumen en su seguidor, su discípulo; es la forma definitiva de escuchar a Dios, de conocer su voluntad. Por eso tiene sentido el gesto que va a encabezar este segundo momento de reflexión de nuestro retiro: la contemplación de Jesús-‐niño junto a la Palabra. La lógica y lícita escenificación del “La Palabra se hizo carne”, del evangelista Juan. Frente a esta imagen tradicional del Dios-‐niño de Belén, hacemos oración de escucha y respuesta. Y analizamos si nuestra vida está centrada en Él. Si nuestros pensamientos, palabras y acciones, siguen su
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modelo, se realizan en su presencia, reproducen su destino de morir y resucitar cada día en un proceso continuo de conversión personal y pastoral. A esto estamos invitados en estos minutos. (Durante unos cuatro o cinco minutos, ahora la comunidad contempla que junto a la Palabra –un atril, una Biblia o leccionario grande, una luz iluminando,…-‐, se sitúa en silencio una imagen clásica del niño Jesús. Se hace silencio de oración personal). 3.-‐ CAMINO: COMO MARÍA, ACOGEMOS LA PALABRA, LA MEDITAMOS EN NUESTRO CORAZÓN Y LA CONVERTIMOS EN COMPROMISO. Finalmente, ninguna escuela mejor que la de María para dejarnos introducir no sólo en la contemplación y en la acogida, sino también en la custodia y en el anuncio de la Palabra de Dios. “Habiendo dado su consentimiento a la Palabra divina, que se hizo carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por parte de la criatura humana” (Vita Consecrata, 28). Ningún creyente ha logrado como ella, efectivamente, hospedarla tan bien, hasta hacerla criatura de su seno y entregarla a la humanidad hecha niño. María nos enseña que quien cree en la Palabra, la hace carne propia. Que quien la sirve con la vida, la hace vida propia. Que quien obedece a Dios con su “hágase en mí”, da a luz a su Hijo para el mundo. “¿Y de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?” (Lc 1, 43), se pregunta Isabel ante la visita de María. Se preguntaba San Agustín: “¿Nos atrevemos, tal vez, a llamarnos madres de Cristo?” Y respondía con seguridad: “Ciertamente, nos atrevemos a llamarnos madres de Cristo… los miembros de Cristo, que somos los cristianos, damos a luz a Cristo con el espíritu, de manera similar a como María Virgen dio a luz a Cristo con el vientre: así podemos llamarnos verdaderamente madres de Cristo”. Como cristianos, tenemos el compromiso de iluminar, dar a luz a Cristo en nuestro mundo. De encarnar la Palabra de Dios con nuestras Palabras y sobre todo con nuestra vida. Y no es una vana ilusión pensar que la felicidad de María, expresada en el Magníficat, está al alcance de nuestra mano. El Dios de María sigue manteniendo hoy proyectos de salvación para nuestro mundo. Lo único que necesita son creyentes atentos a su Palabra y dispuestos a acogerla en su existencia a toda costa. Si somos capaces de entregarnos a Dios, como Ella se entregó, acabaremos como Ella por proclamar que el Señor ha hecho maravillas también en nosotros. Y en nuestro mundo Dios-‐Palabra hecha carne en Cristo seguirá vivo y presente a través nuestro.
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El “sí” de María a la Palabra le duró toda su existencia, e implicó en ella diversidad de compromisos y experiencias: íntima y contradictoria en el nacimiento de Jesús, oculta durante el ministerio público de su Hijo, intensa y dolorosa durante la pasión, testimonial y comprometida junto a los discípulos del resucitado en la naciente Iglesia. En este último momento de la reflexión de este retiro se nos invita a un doble ejercicio: -‐Repasar ligeramente cuáles han sido las principales etapas vividas en el desarrollo de nuestro “sí” a la Palabra que Dios nos dirigió al llamarnos a la vida religiosa salesiana: desde nuestra primera profesión, pasando por todas las obediencias, y hasta el momento actual. -‐Reflexionar y compartir en comunidad qué es lo que sentimos que desde la Palabra hecha carne en esta Navidad que celebraremos y la Palabra de Dios encarnada en los compromisos que la Congregación nos ofrece en este Capítulo General 27, se nos pide. Qué compromisos de conversión personal y pastoral debemos asumir para ser fieles a la Palabra de Dios en cada uno de nosotros. (Durante unos minutos, se comparte lo reflexionado y rezado. Al final, se pueden entregar las hojas para continuar la reflexión personal).
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